Aburrido
Ni se te ocurra echarme la pota, eh- dijo, y alzando un poco más la voz preguntó: ¿has entendido?-. Ella, con el rostro colorado y una cortina de babas cayendo hacia su mentón, afirmó con la cabeza. -Muy bien, entonces abre la boca y saca la lengua- ordenó él...
- Ni se te ocurra echarme la pota, eh- dijo, y alzando un poco más la voz preguntó: ¿has entendido?-. Ella, con el rostro colorado y una cortina de babas cayendo hacia su mentón, afirmó con la cabeza. -Muy bien, entonces abre la boca y saca la lengua- ordenó él. Acto seguido colocó sus manos sobre las orejas de la chica, y agarrando con fuerza su cabeza, volvió a follarle la boca.
Cuando al cabo de unos segundos él le concedió una tregua, ella tosió con fuerza al tiempo que trataba de recuperar la respiración; desde su boca hasta las rodillas caía un hilo de saliva. Le gustaba, claro, por eso estaban juntos, pese a que en aquel instante estuviese descolocada, no lo reconociese. Aunque, a decir verdad, en aquel momento su capacidad para pensar estuviera limitada, bastante tenía con tratar de aguantar las arcadas que le provocaba el pene crecido ocupando toda su garganta. Pero lo había conseguido, había podido resistir, diez, quince segundos, sin tener esas ganas terribles de vomitar, y eso le hacía sentir mínimamente orgullosa. Cuando él retomó la faena sus gestos se habían dulcificado un poco, ya no sacudía su cabeza como si fuese un pelele, ahora se conformaba con hacerle tragar cada vez un centímetro más de su polla. Con los ojos cerrados advertía que su cara había topado con el vientre del chico por las cosquillas que el vello púbico le provocaba en la nariz. Entonces él retenía su cabeza, la inmovilizaba, cuatro, cinco segundos, y a ella le regresaba esa necesidad de deshacerse de ese pedazo de carne que colmaba su garganta y de respirar a bocanadas. Un par de veces tuvo que golpear con su puño el muslo del chico para que él se apiadase.
Ya estaba casi acostumbrada a la garganta profunda cuando él cambió de tercio. Se agachó y la besó; ella percibió una extraña mezcla de furia y dulzura y al final un lametazo desde su barbilla hasta su nariz en la que él recogió buena parte de las babas que la mamada le había provocado. -Muy bien, muy bien- repitió él, y ella no supo si era un halago hacia su persona o una coletilla dicha sin más. Sus pensamientos se interrumpieron de golpe cuando agarrándola de la muñeca él le hizo levantarse. Desnudos, tan pegados que el pene del chico rozaba su vientre, se miraban de frente; él tenía tal fuerza en su mirada que ella tuvo que bajar la suya. Dudó un instante sobre la continuación, hasta que sintió las manos de él agarrándose a sus tetas. Al primer fogonazo del dolor físico cuando sintió sus senos apretados, siguió el alivio de saber que él se va a centrar en sus pezones tan sensibles; gimió cuando él los pinzó y eso al chico lo animó: con ambas manos jugaba en sus pechos hasta conseguir que los pezones se erizasen y creciesen. Él volvía a encorvarse, ahora se situaba a la altura de sus tetas, y aproximaba su boca para mamar de ella. Si la chica trataba de acariciarlo, de abrazarlo contra su pecho, él se deshacía de sus manos, cuando ella buscaba el pene de él para comenzar a masturbarlo, él se agarraba a los extremos de sus senos y tiraba de ellos, hasta hacer sacudirse todo su cuerpo. Entendió que en aquella ocasión él debía llevar el mando, así que se dejó hacer.
Un frío repentino erizó aún más sus pezones cuando él se retiró, dejándolos mojados por su saliva y levantando una leve brisa. Aguardó sus movimientos unos instantes y cuando consiguió ubicar la mirada de su compañero vio súbitamente su boca devorada por los morros del chico. En mitad de ese beso caníbal, con los ojos cerrados y la saliva viajando de una boca a la otra, sintió la pierna del chico haciéndose hueco entre las suyas. Al advertir la mano del chico moviéndose por su piel, podía imaginar lo que seguía, pero le sorprendió un dedo penetrando rápidamente en su coño todavía seco. Protestó; la respuesta del chico fue volver a clavarle su dedo más largo, hasta que se convenció de que era mejor lubricarlo. Vio como a pocos centímetros de su cara, él se introducía el dedo en la boca y lo sacaba bañado en saliva; siguió el recorrido, el descenso lento, cómo hurgaba en su entrepierna y cómo volvía a introducirlo inesperadamente y hasta el fondo en su vagina. Seguía sin estar lista. En el rostro de él se dibujó una mueca de contrariedad y cuando quiso volver a llevarse el dedo a la boca para humedecerlo, ella agarró la muñeca de él y lo guio hasta su boca. Lamió con avidez, mirándolo a los ojos, casi con lascivia en la mirada, haciéndole creer que en el lugar de su dedo fuese otra parte de su anatomía.
- Nunca demuestres a un hombre lo zorra que puedes llegar a ser, pues entonces nunca lo serás lo suficiente- dijo él negando con la cabeza. Ella se quedó en un estado de incomprensión que aprovechó él para sacar su dedo, de nuevo impregnado de saliva, y volver a rondar su sexo. Ahora ya su coño estaba preparado. El primer dedo pronto se vio acompañado por otro, y durante unos minutos se veía follada por los dedos centrales. Lo hacía rápido, como si los dedos fueran una polla que busca el alivio inmediato del orgasmo; ella sentía su coño humedecerse pero poco más, como si no fuese más que una reacción fisiológica de su cuerpo, alejada de la confusión que desde hacía un rato se había instalado en su cerebro. Cuando ella trataba de comprender en qué punto estaban, él daba un paso más, como ahora que, en cada viaje, sus dedos se doblan, giran, llegando a rincones olvidados, exprimiendo su vagina. Ella dobla el cuerpo, le duele pero se corre. Es cuestión de segundos, sus entrañas se convierten en un manantial en el que la mano del chico chapotea incansable. A ella las piernas le parecen cobrar vida, tiemblan, se le cansan aunque no esté haciendo gran esfuerzo; él, como si por un instante hubiera comprendido, abandona el mete y saca de sus dedos pero no los saca, la hace caminar hasta recostarse en la cama. Cuando ella se tumba vuelve a mover su mano, si acaso con más ímpetus. Ella ya no sabe si se corre de nuevo o es el mismo orgasmo dividido en actos. Sólo sabe que cuando su cuerpo deja de recibir descargas y levanta la vista él está abriéndole las piernas, separándoselas hasta que las ingles le hierven. Lo ve acomodarse encorvado contra su sexo, bajar la cabeza y empezar a restregarle la boca contra los labios vaginales. Vuelve a hacerlo para él, todo lo hace aquella noche para él; ella apenas siente que su coño se relaje, que se excite poco a poco por el leve aleteo de una lengua, no, siente la cara yendo de lado a lado, y de vez en cuando un golpe de la nariz contra la parte alta, allá donde se esconde su clítoris. No tiene la ocasión de pedirle más delicadeza, pues enseguida comprueba que él vuelve a acercar la mano. Quizás tan sólo buscaba mantener la humedad. Siente uno, dos, después tres y finalmente las yemas de los cinco dedos de la mano diestra del chico acariciando su chocho. Luego él cierra los dedos, los reúne, forma con ellos una especie de pináculo sobre la mano. Intuye lo que le va a hacer, pero no tiene capacidad de oponerse, tan solo susurra, casi como una súplica: despacio.
Ella mueve sus piernas, cambia de postura, las flexiona, las vuelve a abrir, trata de acomodarse para facilitar la entrada y salida de los dedos del chico de su coño. Hace ya unos minutos que él empezó a follarla con los cinco dedos reunidos y ella se sorprende de su falta de reacción. Fuerza su cuello para mirar y comprobar que puede con ello; obviamente no siente lo mismo que con una polla, pero su cuerpo se dilata lo suficiente para tragarse casi media mano en cada acometida. Cuando él hace un mínimo gesto y estrecha la forma de su extremidad, la mano entera desaparece en su coño. Cuando él mueve el brazo y la mano gira, una sensación sumamente extraña se apodera de su vagina. Es mucho más grande que cualquier polla que haya conocido, se siente rara pero orgullosa de poder con ello. La mano avanza lentamente, cuando la zona más ancha pasa, su coño se aferra a la muñeca del chico, que se detiene un instante y acto seguido vuelve a empujar su brazo. Ella está segura que si lo tuviese más delgado hubiera empujado hasta llegar al codo.
Asiste con la boca abierta pero sin gritar al momento en el que el la mano del chico abandona su coño. Lo hace de manera lateral, y ella ya no sabe si la metió así o abrió el puño dentro de su cuerpo. Tampoco le da mucho tiempo a pensar; como el carnicero que limpia el cuchillo con el que acaba de cortar la carne contra su delantal, él pasa la palma y el dorso de su mano por la piel de la chica, dejando un rastro de humedad. Luego la gira, y mientras la coloca boca abajo contra la cama, con una sonora palmada en el trasero la apremia. Tira de ella hasta que los pies le cuelgan de la cama, le hace levantar la grupa, y por fin siente el alivio de algo conocido: aquella polla ocupando su chocho. Tampoco aquello va a durar mucho, en cuanto él comienza a moverse, unas gotas de saliva caen sobre su ano; inmediatamente un dedo comienza a extenderlas y a lubricar. Su culo no es virgen pero cuando una primera falange se le cuela dentro, ella da un ligero respingo al que él no presta atención. Sigue follándola, agarrado con una mano a la parte más carnosa de sus caderas mientras son ya un par de dedos de la otra mano los que hurgan en su trasero. Ella siente que se acerca al orgasmo de nuevo, como si verse liberada de la mano que instantes antes ocupaba su cuerpo hubiera vuelto a activarla. Trata de mantener el equilibrio, de llevar sus dedos hasta el clítoris para poder estimularlo y sostenerse sólo a una mano, pero el enésimo empujón de él la hace caer de bruces sobre la cama, quedando su cuerpo preso bajo el del chico. Él se mueve, retira la polla del coño y a tientas la acerca al culo. Ella intuye que no está del todo lista para acogerlo, pero se resigna. Conoce las reacciones de su chico, casi puede interpretar los tiempos, aunque se comporte raro como aquel día, y por el tono animal que van tomando sus gemidos sabe que necesita correrse. Así que aprieta los dientes cuando de un golpe él le clava el rabo en el culo. Se mueve torpemente, cabalgando sobre las nalgas de la chica, apenas se separa, solo retira mínimamente la cadera y vuelve a empujar con toda la fuerza que puede. Se quiere correr y a diferencia de otras veces ella no le anima a que lo haga, como si su castigo fuera merecido. Por fin lo hace, ella siente las convulsiones de la polla alojada en su recto, tres, cuatro, él gruñe y cae sobre su espalda. Al cabo de unos instantes, cuando el pene vuelve a recuperar algo de flacidez se lo saca, esparciendo los últimos restos de semen por la nalga. Ella, agotada, tiene la cara vuelta contra el colchón cuando siente los dedos de él rondando nuevamente su ano y lo escucha decir:
- Con lo tragón que es tu culito y lo fácil que te ha entrado la mano en el coño, tenemos que probar un día el fisting anal-. Ella, sobresaltada se gira de golpe y lo mira mientras él, riendo, añade: no te asustes, que lo dejaremos para la siguiente vez que se te ocurra decir que soy aburrido en la cama-.