Abundio

Abundio, su madre y... Eleonora

ABUNDIO

Su madre se ha ido temprano al trabajo, como todos los días. Normalmente, a las siete, antes de vestirse, suele dejarle preparado el zumo de naranja y se lo lleva a la habitación en una bandeja, junto unas tostadas de pan con mantequilla. Acostumbra a entrar en el dormitorio del hijo, descorre las cortinas, sube las persianas y abre la ventana, rezongando por lo bajo que allí huele a tigre.

Después se aproxima despacito. Abundio se hace el dormido y aspira profundamente el aroma a lavanda que desprende la piel suave y blanca de su madre, cuando ésta le besa en la frente. A veces ella se acerca tanto que sus grandes pechos, que se balancean ligeramente, poco protegidos por su fino camisón, le rozan la piel. En esas ocasiones, Abundio puede sentir los pezones de su madre friccionando su pecho voluminoso y peludo.

En estos momentos recuerda con agrado y nostalgia cuando ella le daba de mamar. Pocos pueden rememorar esa experiencia, ya que el destete ocurre en la más tierna infancia.

Abundio lo recuerda perfectamente porque él estuvo mamando hasta los doce años.

Encarna, su madre, leyó en alguna parte que la lactasa era un nutriente imprescindible para los niños hasta cumplir los doce, por lo que se negó a darle a su hijo leche de vaca o de cualquier otra madre animal, teniendo la suya propia -natural y muy abundante- para satisfacer las necesidades alimenticias de su pequeño vástago.

En aquellos tiempos, Encarna se sentaba en el butacón, abría su bata, sacaba uno de sus grandes pechos y le miraba sonriente. Abundio dejaba inmediatamente los deberes -que, de todas formas, apenas entendía-, o el programa de dibujos de la televisión y saltaba feliz al regazo de mamá. A veces paraba de succionar y dejaba que transcurriera el tiempo, lamiendo y relamiendo el duro pezón bien sujeto entre sus labios, acariciándolo con la lengua, con cuidado de no dañarlo con sus prominentes dientes.

-De esta ya has tomado bastante, golosón, ahora la otra -decía Ercarna, acariciando la cabezota deforme de su hijo, y sacando su otro pecho.

El chico sonreía y le caía la baba de la felicidad. Se hubiera podido pasar horas y horas estrechamente abrazado a su madre, sintiendo su calor, su aroma, chupando sus pechos, mamando su leche... mamando su amor. Ahora, a punto de cumplir veinticuatro años, Abundio daría lo que fuera por volver a sentir de nuevo los pezones de mamá entre sus labios.

Un rugido producido por su estómago le despierta definitivamente de su ensoñación. Se levanta de la cama con una enorme erección, se pone la bata y las zapatillas de cuadros y se dirige a la cocina. Mamá dijo anoche que ya era hora que espabilara y se preparara él mismo el desayuno.

  • No hay naranjas en el frutero. ¿No hay naranjas? ¿Cómo hago mi zumo de naranja sin naranjas?

Abre la nevera y saca un tetrabrick de litro. Zumo de naranja. Frunciendo el ceño empieza a leer pausadamente:

- Ingredientes: Concentrado de ácido cítrico; leche de soja; calcio, sodio y potasio añadido; Omega 3, Vitaminas C, E y D; fibra alimentaria, acidulante, glucosa, aromas, conservante e-123. ¿Y dónde está la naranja? ¿El zumo de naranja no tiene naranja? -se pregunta Abundio perplejo-. Pone abre fácil . ¿Por dónde se abre?

Tras pasar un buen rato intentando averiguar el método fácil para poder abrir el zumo, el hombre desiste y decide emplear el método seguro. La taladradora Black & Decker. Un agujero con la broca del ocho. Eso nunca falla.

En cuanto acaba de hacer el orificio, Abundio lee en una esquina del envase : "Agitar enérgicamente" . Obediente, sacude con vigor el tetrabrick, saltándole un buen chorro a la cara, y otro a la pared de enfrente. Anota mentalmente: "Debo agitar el envase antes de hacer el agujero, eso es importante recordarlo para la próxima vez."

Al detener la mano sus sacudidas, el zumo deja de emerger en forma de surtidor y permanece en calma. Abundio lee en la otra esquina: "Consumir preferentemente antes de: ver la parte inferior ".

Al girar el envase, el líquido vuelve a manar encabritado estrellándose contra el suelo. Abundio se muerde los labios a punto de sollozar. Queda al menos la mitad de zumo, pero tiene que tirarlo. Allí pone que se debe consumirse antes de ver la parte inferior; y él acaba de ver la parte inferior, así que lo que quede ya estará caducado.

-Bolsa amarilla para botellas de plástico, bandejas, latas y envases; y luego al contenedor amarillo -susurra la retahila aprendida de memoria-. Mamá y yo ayudamos a salvar el planeta.

El suelo está pringoso por el zumo; las paredes, salpicadas. La bata tiene una gran mancha de color anaranjado. Seguramente su madre se enfade con él cuando vuelva a casa. Le gritará, sus mejillas enrojecerán del sofoco al ver el desastre que ha liado. Como se entere que ha cogido la taladradora... Le dirá que se merece unos buenos azotes; y sobre el butacón donde antaño ella le daba de mamar, le propinará unas fuertes palmadas en el culo hasta que se vuelva tan rojo como la cara sofocada de mamá.

Sólo de pensarlo, el muchacho se estremece y el miembro se le vuelve a despertar de un latigazo. Tras la azotaina, Abundio llorará, sentado en un rincón del suelo. Al cabo de un rato, Encarna le murmurará que se levante y le abrazará, y le dirá todas esas cosas que le dice siempre: que lo hace por su bien, que tiene que espabilar, que ya no es un chiquillo pequeño, que le da más faena que un bebé... Entonces pondrá el puchero al fuego, se sentará en el sofá para ver el culebrón "Locura de Amor" y dejará que su hijo se tumbe a su lado, con la cabeza sobre sus muslos, le acariciará el cabello rizado y a él le caerá literalmente la baba, sumergido en esos olores secretos y maravillosos, que emanan tentadores desde la intimidad oculta entre las piernas de la madre.

Pisadas pegajosas con rastro de zumo van desde la cocina hacia el dormitorio de Encarna. El aroma a lavanda es sutil, pero aún permanece en el ambiente. Abre el cesto de la ropa sucia del cuarto de baño y saca unas bragas de mamá. Sentado en la taza del báter, se lleva una mano con las bragas a la nariz y la otra a su miembro. Lo sacude con vigor sonriendo, recordando la frase del envase. "Agitar enérgicamente". Sigue oliendo las bragas, las lame con ansia y no tarda mucho en salir su propio zumo, que también salpica las paredes y el suelo. Lo limpia un poco con la prenda y la vuelve a dejar en el cesto.

Tiene hambre. Su madre no volverá hasta dentro de unas horas, así que agarra unas galletas de la despensa y vuelve a su habitación, a encender el ordenador y jugar un rato.


No es tan sencillo abrirse camino en este mundo. Todos andan buscando una nueva vida, una nueva oportunidad, algo diferente. Algunos lo encuentran, otros abandonan desilusionados. Hay que ser muy imbécil para no darse cuenta que este mundo -como todos- está movido por el dinero: tanto tienes, tanto vales. Terrenos, casa, locales, publicidad para tu negocio, objetos, ropa, sexo... incluso el aspecto físico; todo se puede comprar. Los guapos y ricos son la chispa de la vida, the beautiful people.

Si no dispones de un capital, por pequeño que sea, para invertir, no eres nada. Eres una persona vulgar y corriente. Un imbécil más de un metro cincuenta volando sin rumbo. Un novato sin casa con piscina. Algunos tíos ni siquiera tienen polla. Una polla de grandes dimensiones vale mucha pasta, y usarla vale más pasta. El sexo gratis es complicado. En este mundo prosperan los que tienen recursos, los que especulan comprando y vendiendo terrenos, o los listos que hablan inglés y saben de negocios y montan una tienda, o un casino o un club de streap-tease. También hay muchísimas niñas bonitas que se ganan la vida con la prostitución y los hay que saben bailar, porque han comprado sus bonitos movimientos sexys o sus tetas talla ciento diez.

Leonora piensa que, en lo que cabe, ha tenido suerte. Llegó a Nova Ampuria sin conocer a nadie, sin nada, con una mano delante y otra detrás. Su apariencia era vulgar, el aspecto standar. Como no sabía inglés se quedó en una colonia de habla hispana, Nova Ampuria, una pequeña isla en expansión con grandes oportunidades para la gente emprendedora. Los primeros meses fueron muy difíciles. Nunca tuvo tarjeta de crédito, así que se encontró sin casa, sin amigos, sin trabajo, sin dinero...Se dedicó a vagar de un lado a otro, sola, sin relacionarse con nadie... Hasta que conoció a Miss Tania, el hada de los sueños y las fantasías, en uno de esos bares de las afueras. Ella le habló de tantas cosas... le abrió las puertas a un mundo mágico, completamente nuevo, desconocido para Leonora, pero que le atraía tanto como si ella fuera una limadura de hierro al lado de un imán.

Así era Miss Tania, magnética y mágica, un potente polo imantado con forma de mujer esbelta. Lo que más destacaba de ella no era su bello rostro y su espléndido cuerpo, perfectamente insinuado en ese top ajustado y esa minifalda negra de cuero. Ni siquiera esos ojos verdes, con matiz dorado brillante. Ni esa rubia melena flexi, que se movía con la brisa o con el más mínimo movimiento de la cabeza, ni el tatuaje en forma de dragón que lucía en uno de sus brazos. Lo que más llamaba la atención en ella eran esas hermosas y vibrantes alas de hada que sobresalían de su espalda.

Ella fue la primera persona en ese mundillo que vio a Leonora, o más bien, que vio su potencial y decidió explotarlo.Se convirtió en su mentora durante un tiempo, y en su ama absoluta después. Consintió y pagó para mejorar su aspecto y su ropa, una pequeña inversión que le sería devuelta con creces, convirtiendo a Leonora en una mujercita deseable y agradecida, disponible en cualquier momento a satisfacer cualquier orden suya.

-Acaba tus tareas, date prisa -le ordena hoy su ama, tajante-. Quiero que limpies el suelo del club de rodillas, déjalo bien brillante. Y corta el césped del jardín. Esta noche doy una fiesta en el club Savage .

-Seee, ama -contesta, lenta, Leonora, como siempre, parca en palabras.

-Leonora, acércate -Las manos delicadas de Miss Tania son como mariposas revoloteando y rozando levemente su pelo, sus brazos, sus piernas, su trasero... Sus ojos brillan hipnotizadores-. Voy a dar una fiesta en el Savage para tu presentación en los círculos sociales en los que me muevo. La fiesta es en tu honor. Tú serás la estrella, preciosa. Toma. Este es mi collarín. Llevarlo es un orgullo: mis esclavas se sienten honradas de pertenecerme y yo me siento satisfecha y orgullosa de poseerlas. Sabes bien lo que significa acceder a llevar mi collarín, ¿verdad? Seré la dueña de tus movimientos. Serás completamente mía, en cuerpo y alma. ¿Quieres ser mía, mi niña?

-¿Conseguiré mi deseo? -pregunta por fin, tras una larga pausa.

-Claro, preciosa.Te lo prometí. Tu deseo más oculto, tu gran deseo se hará realidad.

Leonora mira el collarín que lanza destellos de diamante de fuego, como los ojos de su ama, como el piercing de su ceja. Asiente, feliz, y se lo pone en el cuello, sellando el pacto.

-Bien, pequeña -Se encamina hacia su armario-. Quiero que lleves puesto este vestido blanco de gasa y puntilla, como una adolescente divina, una jovencita inocente en su puesta de largo.

Y la chica se apresura en terminar sus tareas, se pone el vestido y se ve radiante como una preciosa y virginal novia ante el altar.


El Savage estaba atestado, y eso que pertenecer a un club exclusivo de esa categoría no se encuentra al alcance de cualquiera. Algunos socios conversaban tomando una copa, otros bailaban, o miraban bailar a los chicos y chicas gogós, aunque la mayoría esperaba ansioso el espectáculo y la subasta.

Alzaron el telón. La música se detuvo y apareció Miss Tania, majestuosa, piel clara y cuero negro, en la tarima del escenario, llevando a Leonora sujeta por una cadena enganchada a su collarín. El azoramiento de la chica ante todos aquellos que la miraban fijamente pasó a ser confusión y pánico cuando, con un movimiento brusco, su ama le rasgó el vestido dejándola completamente desnuda ante toda esa gente.

El espectáculo acababa de comenzar.

En esa ocasión, Miss Tania ganó mucho, mucho dinero. Subastó al mejor postor la posibilidad de que le ensartara a la chica unos aretes en los pezones. El ganador de la puja lo hizo, pasando una cadenita por cada uno de ellos, sujetando las cadenitas bien tirantes a una polea en el techo, dejando a la muchacha temblorosa haciendo equilibrios de puntillas.

Diez latigazos, cien linden-dólares. Veinte latigazos, ciento cincuenta lindens. Cuarenta latigazos, doscientos lindens. Las fustas no dejaban de moverse, de mano en mano, estallando en chasquidos brutales contra la espalda ya cuarteada. La chica creía oír las carcajadas de Miss Tania y de muchos de los socios, que estallaban también como chasquidos brutales en sus oídos.

El tormento de la pobre Leonora se prolongó sin descanso con otros instrumentos de tortura, desde las clásicas descargas eléctricas y las púas aplicadas en las uñas de las manos y de los pies, hasta los menos sofisticados golpes, patadas y puñetazos propinados por cualquiera que pudiera pagar la tarifa estipulada.

Cuando la joven pensaba que ya no podía causársele más humillación y dolor, unos enormes hombres, con cara de lobo y con el torso peludo desnudo, aparecieron portando un artilugio arrastrado por ruedas. El cepo.

Un crujido encajó la pieza de madera que bajaba, y en los orificios del cepo quedaron las muñecas y el cuello de Leonora bien trabados, obligándola a mantenerse en la misma posición humillante, hasta que todos aquellos que pujaban por una mamada o por un polvo estuvieran satisfechos. La chica perdió la cuenta de los que subieron a la tarima y abusaron de ella.

Miss Tania sonreía feliz, con el espray fosforescente en la mano, pintando círculos concéntricos en las nalgas de Leonora. Su culo, pintado como una diana, estaba en venta, y, como era habitual, el que pujara más alto, sería el primero en ensartarlo con su polla o con un arnés. Y cuando el primero acabara, seguiría otro, y otro, y otro más, y otro...... Leonora se mordía los labios de nuevo, exhausta, pero aguantó las contínuas y violentas embestidas sin rebelarse. Haría todo lo necesario para conseguir que su deseo se hiciera realidad.

-¿Ya se ha terminado? ¿Tendré ahora lo que quiero? -preguntó la joven a Miss Tania, cuando horas más tarde ésta le permitió salir del cepo.

-Oooh... ja ja ja ja -el hada de alas vibrantes y melena rubia flexi negó con la cabeza-. Pero pequeña... Esto no se ha acabado. No ha hecho más que empezar, linda. Esta sesión ha sido muy light. Mañana tendremos una sesión especial en mi castillo New Inquisición . Primero te perseguirán y te follarán salvajemente los demonios en el bosque, y más tarde te prenderán los guardias y te acusarán de brujería. Tengo muy buenas ideas en las performances, ¿a que sí? Luego, en las mazmorras, serás interrogada y torturada por unos maestros especialistas, que cuentan con unos métodos y unos artilugios muy interesantes: la cigüeña, la cuna de judas, la pera, las garras del gato, los hierros candentes... Muy ilustrativo, preciosa. Es muy posible que ardas en la hoguera, ante la vista de muchos aldeanos que ya han comprado su entrada para el show. Ya te dije que no hay ganancia sin dolor. Conseguir un deseo como el tuyo requiere un gran sacrificio por tu parte. Todo depende de si estás dispuesta a todo por conseguirlo, o te rindes porque no vale la pena, porque realmente eso que me pediste no lo deseas con toda tu alma. ¿Lo deseas con toda tu alma, Leonora? ¿Acudirás a la cita mañana?

-See, ama.

Tras estas dos últimas palabras, tecleadas con lentitud en el ordenador, Abundio cerró la sesión en Second Life, la gran comunidad de la red, el mundo virtual donde los usuarios registrados viven a través de su avatar su segunda vida.

El chico, tras unos minutos paralizado de cara al ordenador, se levanta y se acurruca en un rincón de su cuarto, con esa sensación de angustia, esa opresión en el pecho que casi ni le deja respirar. La misma sensación de desesperación tan conocida de cuando era niño y debía acudir al colegio. La ley de integración de discapacitados psíquicos en las escuelas no tuvo en cuenta la crueldad de los niños, los matones de patio, los pequeños aprendices de sádico profesional.

En el cole Abundio aprendió a duras penas a leer y a escribir, sumar, restar, algunas multiplicaciones y muchas humillaciones. Aprendió a comer tiza y filtros de cigarrillo, a caer con las zancadillas, a ser el blanco de los tirachinas, a dejar que le robaran el bocadillo todos los días, o incluso que se le mearan la cara, le golpearan y luego le dejaran encerrado en los baños. Abundioooo el imbécil más tonto del mundiooooo...

Y es que la crueldad innata, el abuso del poderoso ante el débil, existe en las escuelas, en los puestos de trabajo, en las relaciones personales... en el universo. Y como no, también en el metaverso.

Encarna entra en la habitación del hijo y le encuentra allí, acurrucado en el suelo, con la mirada perdida, abrazado a sí mismo y balanceándose. El enfado por el caos en la cocina se le deshace al instante en gotas de pena por el lamentable aspecto de congoja del joven.

-¿Qué te ha pasado, Abundio? -se le acerca y se sienta en el suelo, a su lado, acariciándole la cabeza-. ¿Es que has perdido en ese juego al que juegas con el ordenador?

-Yo siempre pierdo -le dice con lágrimas en los ojos-. Siempre pierdo.

-Bueno, no pasa nada... Es sólo un juego, hijo. No te lo tomes así.

-¿Me quieres, mami? Dime que me quieres, dímelo, dímelo, dímelo. Quiéreme, quiéreme, quiéreme mamá. ¡Quiéreme! Quiero que se cumpla mi deseo, no quiero tener que volver allí, yo sólo quiero que me quieras... quiero...

-Claro que te quiero, te quiero más que nada, más que a nadie, no llores, cariño -intenta tranquilizarle, no podría soportar que tuviera una crisis, como aquella vez, cuando no quería comer, ni hablar, cuando su chico se sumió en la tristeza y tuvieron que ingresarle.

Abundio, muy agitado, sigue besando, abrazando y acariciando a Encarna. Sus manos avanzan cada vez más, ávidas por explorar territorios de piel desconocidos. La piel de mamá es muy blanca y suave y huele tan bien... Encarna le aparta nerviosa de un manotazo.

Y su chico, tras rechazarle ella tan bruscamente, vuelve a tener esa mirada ausente. Se vuelve a abrazar y su balanceo es más impetuoso, llegando a golpearse repetidamente la cabeza contra la pared, pero no parece darse ni cuenta.

-Abundio, hijo, por favor... Por favor... No hagas eso. Yo te quiero, cielo, si yo te quiero mucho. ¿Abundio? ¡Para de una vez!-. Es inútil. El chico no parece oírla, no reacciona y se sigue golpeándose la cabeza, murmurando unas frases delirantes, incoherentes. Intenta sacudirle, que vuelva en sí, y que deje de golpearse, pero no sirve de nada.

Encarna se sobrecoge al ver al hijo en tal estado. Hará cualquier cosa para que reaccione. Cualquier cosa. El chico, por fin, detiene sus movimientos estereotipados y mira a su madre con devoción... Oooh, síiii... No pares, sigue, sigue, mami.

Encarna sabe que nadie le querrá nunca, salvo ella. Nadie le dirá una palabra de cariño, ni le abrazará. Abundio nunca sentirá otras manos en su piel, ni recibirá otros besos que no sean los besos de su madre. Y también sabe que su chico necesita más, que ya no es un niño, es un hombre, pero que no está bien, que lo que su chico quiere no está bien. Eso que quiere su hijo es una aberración. No es normal.

Pero es que su chico no es normal.

Así que Encarna suspira, aprieta los dientes, cierra los ojos, y continúa masturbando a su hijo mientras se deja acariciar.

Los besos de mamá huelen y saben a lavanda. Los pechos son grandes, blanditos y acogedores. No hay nada como el sabor de los pechos de una madre. La mano del joven sube la falda y se desliza hacia arriba... hacia los muslos, las ingles. Bajo las bragas, el vello es abundante, sus dedos se le enredan explorando el pubis. Hay varios pliegues de carne tibia y húmeda. Sigue explorando, sus dedos no paran, se adentran despacito en ese brecha secreta, la entrada al mundo mágico del amor.

Esta noche, cuando mamá se acueste, esperará unos minutos. Luego irá a su cama, le dirá que tiene miedo de los demonios, de la hoguera, de todos esos monstruos que le quieren hacer mucho daño. Su madre permitirá que duerma con ella, eternamente protegido por sus brazos amorosos. Abundio no le hará daño, nunca le haría daño. Le besará la cara, el pelo, los ojos, los labios, el cuello, el pecho, las manos... Envolverá en besos su hermoso cuerpo. Es la mujer más bonita de todo el mundo. Entrará en su brecha secreta... Y entonces, por fin, su madre podrá sentir en su interior cómo se derrama todo el amor del hijo. El amor más grande. Y con este pensamiento, el chico gime, susurrando "te quiero mamá, te quiero tanto..."

-¡Ya ha empezado "Locura de Amor, mamiiii! -grita Abundio desde el comedor.

-¡Ya vooooy! -Encarna, en el cuarto de baño, enjuaga de su mano los restos del semen de su hijo.

-¿Hoy que comemos?

-¡Voy a hacer macarrones!

-¡Me gustan mucho los macarrones! ¡Corre, corre, date prisa, que te vas a perder la serie!

Encarna se mira al espejo.y se ve horrible. Se limpia rápidamente las lágrimas de los ojos. Busca en el armarito la botella de ginebra que, lógicamente, sigue tan vacía como esta mañana, hasta que vuelva al supermercado. Como suele hacer en casos de emergencia, agarra el frasco de agua de colonia aroma a lavanda y echa un trago.

Fin

Nota: Second Life es un mundo virtual, el metaverso más conocido, donde los usuarios registrados -más de cinco millones de personas- pueden crear sus propios personajes en forma de cuerpos virtuales tridimensionales y vivir una segunda vida a través de la pantalla del ordenador, interactuando con otros personajes, conversando, trabajando, yendo de fiesta, teniendo sexo, etc. Aunque el registro es gratuíto, SL es un negocio que se mueve por la moneda local, los linden dólares, que se pueden canjear por dinero real y viceversa. Donde hay dinero que ganar, hay sexo que vender. Y Second Life no tiene restricciones de ningún tipo. Las relaciones de dominación-sumisión y el sadomasoquismo son prácticas muy comunes en ese mundo virtual.