Abrí a dos rubias que llamaron a mi puerta 7
Ía, la rubia le dice a Tomasa que está embarazada y le ofrece hacer un retrato de su retoño. El sueco al oírla y creyendo que es un juego le ruega haga otro mezclando mis genes con los de la pelirroja. Al oír que iba a hacérselo, la joven se enfada quejándose que sigue virgen.
13
Al volver a la casa, nos encontramos a Erik totalmente desconcertado con las implicaciones de mis patentes. No solo era una cuestión del salto tecnológico que representaban sino de la sencillez de los planteamientos en los que se basaba. Por ello nada más aparecer por el salón, se levantó y cerró el acuerdo con un apretón de manos, diciendo que era un honor poder participar en esa empresa. Tal y como me habían anticipado, el rubio estaba entusiasmado con el vuelco que produciría en la humanidad el poder disponer de agua a raudales sin contaminar nuestro planeta.
―Su nombre será recordado como el mayor benefactor de la historia― comentó sin poder retener su alegría.
Sonriendo, contesté que mi deseo no era pasar a la posteridad y que prefería que él fuera la cara visible de la revolución que se avecinaba cuando hiciéramos realidad nuestros planes. La humildad del hombretón le hizo protestar y de plano se negó a ser quien se llevara los laureles de algo que le había llegado caído del cielo. Comprendiendo sus reparos, intenté convencerle y solo tras la oportuna ayuda de las hebras de Ua hundiéndose en su cuerpo, Erik aceptó fungir como representante, pero no como descubridor del fenómeno de ósmosis que sin consultar conmigo había denominado “Efecto Parejo”.
―Yo solo soy el inversor, el mérito es de mis bellas ayudantes― respondí también azorado.
Las chavalas que se habían levantado para recibir a Tomasa con un abrazo contestaron que por qué no bautizábamos su descubrimiento como “efecto pura vida” en honor al país donde nos encontramos. La costarricense no lo dudó y aceptando el termino, amenazó al que no lo hiciera con no darle de comer. Dada la hora, ninguno de los presentes pusimos inconveniente a que fuera conocido así y dejando para la sobremesa la firma de los papeles legales nos dirigimos al comedor.
Tomasa distribuyó los lugares para que me sentara entre los dos suecos. Al tenerme a su lado, Erik me preguntó qué otras investigaciones estaban financiando. Desde su izquierda, Ua fue la que contestó:
―Estamos desarrollando un nuevo sistema de captación solar, mucho más eficiente.
― ¿De cuánto hablamos?
―Las placas actuales dan un rendimiento cercano al veinte por ciento, nuestros prototipos llegan al ochenta ― respondió sin dar mayor importancia al dato.
El ejecutivo casi se atragantó al oírla y mirándome a los ojos, buscó mi confirmación.
―Todavía estamos en pañales― dije sin mojarme.
―Pero… eso casi duplica el récord obtenido en laboratorio.
―Lo sabemos y cuando lo hayamos perfeccionado, Alfa Centauro será quien las comercialice― añadí poniendo otra guinda a nuestra asociación.
―Necesito saber una única cosa, ¿siguen usando silicio?
Ua comprendió que tras esa pregunta escondía sus intereses ecologistas y sin querer extenderse le aseguró que la tecnología que proponían no era contaminante.
―Si es así, cuenten conmigo― respondió y girándose hacia mí, me preguntó cómo era posible que nunca hubiese oído hablar de esos dos cerebritos.
Riendo, no contesté al estar seguro de que cualquier cosa que dijera podría levantar sus sospechas. Mi mulata se debió de dar cuenta y llamando la atención sobre la sopa de pescado que había preparado, comentó que era una receta heredada de su abuela. Erik no pudo dejar de elogiar el plato y directamente le pidió que le dijera como cocinarla. Mientras eso ocurría, Agda había estado charlando animadamente con Ía mientras me cogía de la mano exteriorizando la atracción que sentía por mí. De reojo, me percaté que tras explorar disimuladamente a la vikinga la joven parecía contenta.
«¿Qué habrá encontrado?», me dije sospechando que su alegría no debía esconder nada bueno. Aprovechando que la embajadora se había ido al baño, llamé a la rubia y se lo pregunté.
La chavala sonriendo de oreja a oreja, contestó:
―Agda le va a dar un hermanito al hijo que esperas con Tomasa.
―¿Qué acabas de decir?― elevando la voz, pregunté.
Sin cortarse al percatarse de que la viuda la escuchaba replicó:
―Tu simiente ha conseguido fecundar a las dos.
La costarricense dejó caer la bandeja que llevaba y acercándose a donde estaba la puñetera cría, preguntó si estaba segura. Desconociendo la importancia que eso significaba, Ía le informó que ambos fetos eran varones y que estaban sanos.
―No es posible que lo sepas. No se puede conocer el sexo hasta el cuarto mes― esperanzada contestó la morena dando por bueno el que estaba embarazada.
En plan orgullosa, ese endemoniado ser contestó:
―Ahora mismo, podría hacerte hasta un retrato de cómo será en la pubertad.
Corriendo a la cocina, Tomasa volvió con un boli y un papel, y extendiéndoselos a la criatura, mientras yo seguía incapaz de hablar, le espetó:
―Dibújame a mi Miguelito.
Ía no se lo pensó y tomando el bolígrafo comenzó a esbozar el rostro de un mulato sobre el folio. Para entonces Agda había vuelto y al ver la maestría de la chavala, preguntó quién era ese muchacho que estaba pintando. Temiendo que tanto ella como Erik descubrieran el origen extraterrestre de las dos muchachas, respondí:
―Es un juego. Está mezclando nuestras facciones para que nos hagamos una idea de cómo sería un hijo que tuviera con Tomasa.
La viuda siguió con los ojos cada uno de los trazos y cuando la rubia lo terminó, se lo arrebató llorando emocionada y diciendo lo mucho que se parecía a su padre. Juro que hasta a mí se me saltaron las lágrimas al ver mi futuro retoño. El realismo del retrato impactó incluso a la vikinga y creyendo a pies juntillas mi versión, quiso que pintara uno usando su cara y la mía.
Pidiendo otro papel, Ía únicamente preguntó de qué edad.
―Recién nacido― respondió la diplomática.
Desconociendo que gestaba ya un bebé, permaneció sentada mientras la rubia predecía su apariencia y al contemplar el resultado, sonrió diciendo que había hecho trampas porque era yo en versión rubia. No pude más que aceptar el parecido porque me recordaba una foto que mi difunta madre tenía siempre en su mesilla.
―Va a ser así― protestó la autora medio enfadada.
El sueco que había seguido en silencio todo el proceso apoyando a su compatriota bautizó al niño como Miguelsson. La idea despertó las risas de Agda y desternillada, prometió que si algún día tenía un hijo conmigo se llamaría en honor a él:
―Erik Parejo Karlsson.
Asumiendo que faltaba poco para que supiera que su sueño de ser madre se había hecho realidad, no dije nada al temer que, si mi sexualidad seguía tan desbordada, batiría todos los registros de fecundidad. El magnate estaba tan encantado con lo que creía que era un juego que dado que también compartían mi cama pidió que repitiera el experimento con ellas.
―Ninguna de las dos vamos a tener un hijo― respondió Ua.
―Aun así― replicó mientras insistía alegremente a la autora que hiciera otros dos.
Supe que Ía ni siquiera intelectualmente se había planteado tal cosa, pero mirando a su compañera se imaginó el resultado de la mezcla de mis genes con los de la pelirroja y a pesar de las protestas de esta, usando el bolígrafo dio rienda suelta esta vez a su imaginación.
― ¿Va a ser niña? ― señaló Tomasa al ver las trenzas que estaba dibujando.
Comprendí que debido a su especie no se llegó a plantear otra cosa. Lo que confieso que no me esperaba fue que, tras acabar y mostrárselo a su compinche, Ua saliera llorando hacia nuestra habitación. El dolor de la muchacha me obligó a levantarme y siguiendo sus pasos, me la encontré tirada sobre la cama.
― ¿Qué te ocurre? ― pregunté mientras intentaba consolarla.
Mis caricias amortiguaron sus lloros y levantando la mirada, contestó:
―Me parece una crueldad lo que ha hecho mi hermana. Cómo podría quedarme embarazada cuando ni siquiera me has hecho el amor.
La angustia de ese bello ser me cogió descolocado y susurrando en su oído, respondí que eso era algo que podíamos arreglar. El brillo de sus ojos al oírlo fue muestra evidente de lo mucho que deseaba que la tomara como mujer. Pensando que mis invitados disculparían mi ausencia, besé a la pelirroja mientras desabrochaba un botón de su vestido. Al sentir mis dedos desnudándola, Ua se tumbó y maullando como gatita con frio, buscó cobijo entre mis brazos. La ternura que destilaba su mirada mientras la despojaba de su ropa me recordó que a pesar de su edad seguía siendo una cría.
―Eres preciosa― murmuré mientras recorría lentamente los bordes de sus pechos.
Mi piropo despertó todavía más su calentura y dando un sollozo, me rogó que la tomara. Callado queda que no la hice caso y tras desnudarla, me dediqué a disfrutar del tacto de su piel mientras la veía temblar. A pesar de su altura era ante todo femenina y olvidando que por no ser no era ni humana, me quedé observando la belleza de su cuerpo desnudo sobre las sábanas. Ua, al notar la caricia de mi mirada, se mordió los labios muestra inequívoca de su deseo innato y dando un salto al vacío, me ofreció sus pechos como había visto hacer a mi mulata.
Al depositarlos en mi boca, le regalé un par de dulces mordiscos antes de desnudarme. Sé que quizás debía haber alargado ese momento, pero para entonces yo también necesitaba poseerla. Ya sin ropa, nuevamente la besé y deslizándome por su cuerpo, contemplé que había separado las rodillas para darme acceso. Al abrir sus piernas, observé que al igual que el interior de su sexo permanecía intacto su himen. La visión de esa tela y saber que una a ser yo el afortunado que la hiciera desaparecer fueron motivo suficiente para que me olvidara del resto del mundo y me concentrara en ella.
«Debe de disfrutar de su primera vez», me dije mientras agachaba la cabeza y le daba un primer lametazo.
―Quiero ser tuya― sollozó buscando mi pene con sus manos.
Sabiendo que debía de esmerarme, rehuí sus prisas y la obligué a quedarse quieta mientras le decía que si quería mi esencia tenía que obedecerme y empezando desde el principio volví a besarla en la boca. La cara de la cría traslució su perplejidad al notar que en vez de hacer uso de ella directamente, recorría con su lengua su piel bajando desde el cuello.
―Necesito saber lo que se siente― me pidió al ver los cuidados con los que mimé sus pechos, recreándome en sus duros pezones.
Con una estudiada lentitud regalé un suave mordisco a casa uno de ellos antes de reiniciar mi ruta para aproximarme a mi meta. Ese ser con cuerpo de mujer, completamente absorta en las sensaciones que estaba experimentando, separó sus muslos para permitirme tomar posesión de su hasta entonces inviolado tesoro. Decidido a ganar la guerra, pasé cerca de su sexo, pero dejándolo atrás, seguí acariciando sus piernas.
―No seas malo, amado Íel― sollozó al ver truncado su deseo y dominada por la calentura que abrasaba su interior, se pellizcó los senos mientras me rogaba que la hiciera mujer.
Si eso ya era de por sí la pelirroja era una diosa, aún me pareció más atractiva al observar que de su despoblado sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo. Obviando lo que me pedían mis hormonas, usé mi lengua para ir conquistando centímetro a centímetro el camino que me llevaba hasta su pubis. La inexperta chavala aulló de placer cuando me apoderé del botón que escondía entre sus pliegues. Incapaz de asimilar un placer que apenas conocía, nada más sentir la húmeda caricia de mi lengua sobre su clítoris, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca. Lejos de estar contento con ganar esa escaramuza, me entretuve durante largo tiempo bebiendo de su coño mientras Ua unía un orgasmo con el siguiente sin parar.
Desconozco cuanto tiempo llevaba observando, pero cuando llevaba un buen rato jugando con su deseo, escuché que desde la puerta mi mulata me pedía que ya era hora de que tomara posesión de nuestra niña. Al girarme y mirarla, leí en los ojos de Tomasa un brutal amor mucho mayor al que jamás había contemplado en ella. Cogiéndola del brazo, la tumbé en la cama junto a la cría y con tono dulce, le solté que necesitaba su ayuda con la chavala. Poseída por la lujuria, la viuda se lanzó a mamar de esos pechos mientras Ua se desesperaba con las piernas totalmente separadas para que al fin la desflorara. Su expresión de genuino deseo humano me hizo comprender que esa criatura era cada vez más mujer y que todo en ella ansiaba ser tomada.
―Regálame tu simiente― me pidió al ver que aproximaba mi glande a su cueva.
Haciéndola sufrir, jugueteé con su clítoris mientras le contestaba:
―Lo que te voy a dar es placer.
Llorando, la pelirroja me rogó que la hiciera suya. Compadeciéndome de ella, fui cuidadosamente invadiendo con mi pene su interior hasta que chocó con su himen. Una vez allí, esperé a que Ua se relajara. Nunca preví que, echándose hacia adelante, la joven forzara mi penetración y que, de un solo golpe, se enterrara mi extensión en su vagina. La violencia de su asalto la hizo pegar un grito y con lágrimas en los ojos comprendió que su virginidad había dicho adiós. Debido a la necesidad que sentía por ser mía no pido esperar a que su sexo se acostumbrara a esa incursión y sollozando de dolor, se empezó a mover metiendo y sacando mi virilidad de su interior. Mi mulata que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al ver el placer en la mirada de la chavala, se apoderó de su boca mientras llevaba un par de dedos hasta su coñito y la empezaba a masturbar. Los gemidos de la mujercita al sentir ese triple estímulo, mi pene, sus labios y sus dedos se incrementaron de sobremanera al no ser capaz de asimilar todo lo que sus neuronas estaban experimentando.
Al escuchar su gozo, incrementé el ritmo de mis embestidas. La facilidad con la que mi pene entraba y salía de su interior, me confirmó que Ua estaba disfrutando con la experiencia y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. La cría no tardó en correrse mientras me rogaba con el movimiento de sus caderas que siguiera haciéndole el amor.
― ¿Le gusta a nuestra putita que su dueño se la folle? ― preguntó Tomasa al sentir que, por segunda vez, esa mujercita llegaba al orgasmo.
Ya abducido por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. Teniéndola totalmente empalada, usé mi pene para asolar cualquier resistencia de la pelirroja. Sus ojos llenos de felicidad me informaron lo mucho que le estaba gustando y dejándome llevar, regué su interior con mi simiente. La chavala, al sentir su coño encharcado con mi semen, colapsó y temblando de una manera que hasta miedo me dio, se vio inmersa en un orgasmo todavía más potente que los anteriores.
Durante varios minutos, la pelirroja estuvo retorciéndose en el colchón presa del placer hasta que, pegando un nuevo grito, cayó desmayada sobre las sábanas. La felicidad del rostro de la muchacha no le pasó inadvertida a mi mulata.
―Cariño, mira su cara. Aunque no lo sepa todavía, has conseguido que esta niña se enamore de ti.
Sus palabras me hicieron fijarme y mirando la dulzura de sus rasgos mientras descansaba en mi pecho, comprendí que Tomasa tenía razón. Esos dos seres tenían enormes carencias afectivas, carencias que curiosamente iban descubriendo poco a poco a pesar de sus reticencias. Sabiéndolo, decidí no forzarla y me mantuve inmóvil con ella en brazos mientras Tomasa volvía con nuestros invitados.
14
Tras la comida, llegó el momento de firmar con Erik la compra mayoritaria de su compañía. Supe que ya había revisado los documentos al comprobar que apenas exigía incluir un par de detalles en la redacción final y que curiosamente se centraban en la posibilidad de dejar la presidencia de Alfa Centauro. Para el sueco era importante dejar ya dispuesto quien le sucedería en ella llegado el caso en que quisiera dimitir. Sus pretensiones no me parecieron insalvables porque quería que o bien Ía, o bien Ua o en último caso yo fuéramos el siguiente en ostentarla. Aunque no me apetecía que nuestros nombres aparecieran al preferir mantener nuestro anonimato, comprendí que con ello deseaba garantizar una transición pacífica. Por ello, tras un tira y afloja donde impuse que al menos se quedara cinco años en ese puesto, el magnate rubricó con su firma nuestro acuerdo.
―No sabe cómo le agradezco su confianza― comenté satisfecho.
Al oírme, el rubio soltó una carcajada antes de contestar:
―Sería un perfecto cretino si no me fiara de un hombre que además de hacerme multimillonario sea tan humilde que no quiera pasar a la posteridad como el mayor benefactor de todos los tiempos y me deje a mí ese honor.
Admitiendo que tenía parte de razón, no dije nada y centré la conversación en la posibilidad de incluir en los estatutos de la compañía un artículo que obligara al conglomerado resultante a invertir el cinco por ciento de sus ganancias en una fundación con marcado carácter social. Erik no se lo esperaba, pero, como era algo que ya venía haciendo con carácter informal, tampoco puso ningún impedimento.
―Si todo va como espero, en pocos años será la mayor ONG del planeta― sentenció ilusionado.
Con todo acordado, llegó el momento de descorchar una botella de champagne con la que celebrar el trato. Como para entonces Tomasa y Ua ya habían reunido con nosotros, fue la mulata la encargada de abrirla. Cuando Tomasa sirvió las copas, no me pasó inadvertido que llenaba menos la suya y la de Agda.
«No quiere beber ni que la rubia beba estando embarazadas», pensé recordando lo que Ía nos había anticipado.
Al protestar la embajadora y pedir que se la llenara, la pelirroja que se había dado cuenta de la maniobra tranquilizó a la futura madre diciendo que podía servirla más porque ella se ocuparía de la salud del feto. La confianza que ese ser inspiraba en Tomasa le permitió ceder y sonriendo, no solo rellenó la de la sueca sino también la suya y alzando la copa, informó a todos de su estado. Agda al oír que estaba embarazada se acercó a ella y la besó mientras Erik riendo me felicitaba. El abrazo del sueco no impidió que de reojo observara que la costarricense aprovechaba para acariciar con disimulo el trasero de la mujer y que ésta, lejos de escandalizarse, aceptaba gustosamente esa carantoña.
«Como no tenga cuidado, esa rubia me quita la novia», medité de buen humor al saber que esa noche asistiría al estreno lésbico de ambas.
Mi nuevo socio hizo honor a la fama de sus compatriotas y dejándose llevar por la euforia, sacó de su maletín un licor tradicional sueco diciendo que se había permitido traer una botella elaborada por él con la que festejar nuestro acuerdo. Al verlo no quise que Tomasa dejara de tontear con Agda y ejerciendo de anfitrión, traje una docena de vasitos donde servirlo. Tras servir el Aquavit, un destilado con más de cuarenta y dos grados, Erik chocando su chupito con el mío, se lo bebió de golpe. Como no podía ser de otra forma, lo imitamos y mientras la embajadora lo hizo como si nada, el resto de los presentes sentimos el impacto del alcohol quemándonos nuestras gargantas.
―Está bueno, pero fuerte― alcancé a decir temiendo que ese mejunje me hiciera un agujero en el estómago mientras a la mulata y a nuestras niñas les pasaba lo mismo.
El cabronazo del sueco se descojonó al ver nuestras caras y sin compadecerse de nosotros, sirvió otra ronda a la que dio igual destino. Ese segundo snaps nos fue más fácil de ingerir a todos excepto a la mulata que directamente se negó a repetir aduciendo su estado. Erik lo comprendió y por eso al rellenar por tercera vez se abstuvo de servirle a ella, para acto seguido empezar a cantar una melodía tradicional de su nación llamando a sus teóricas compatriotas a que lo siguieran. Agda rápidamente lo siguió mientras las chavalas se miraban asustadas entre ellas al no sabérsela. Ua fue la primera en reaccionar y acercándose al magnate, se conectó con la mente del sueco usando sus dedos para acto seguido comenzar a cantar. La prodigiosa voz de la pelirroja hizo callar a todos y mientras Erik soltaba un lagrimón totalmente emocionado, la embajadora palideció al darse cuenta de los extraños filamentos que salían bajo las uñas de la pelirroja. Ía se percató de ello y cogiendo del brazo a la mujer, se la llevó a una esquina. Comprendí lo que ocurría al ver que hundía las yemas en el brazo de la vikinga mientras intentaba tranquilizarla. La expresión del rostro de Agda fue un reflejo del modo en que iba asimilando la noticia pasando de la incomprensión a la ira y de la ira a la aceptación. Al comprobar que al menos ya no estaba indignada, me acerqué por si mi presencia servía y fue entonces cuando ese mujerón me soltó que no sabía si abofetearme o comerme a besos.
―Personalmente prefiero la segunda opción― comenté sin saber todavía a qué atenerme.
―Debería matarte, pero no puedo dejar a mi niño sin padre― sonrió de oreja a oreja antes abrazarme.
Fue entonces cuando caí en que ese bello ser la había convencido al revelarle la existencia de un bebé creciendo en su vientre y buscando su perdón, la besé. La reacción de Agda al sentir mis labios fue desproporcionada y denotando que la ilusión de ser madre era superior a cualquier cosa, buscó mis caricias mientras me recriminaba que no hubiese sido yo quien le dijera que estaba embarazada.
―Iba a decírtelo esta noche― respondí mintiendo al no tener previsto comentar nada y que fuera ella la que se enterara al perder la regla.
Lo cierto es que me creyó y ya totalmente esperanzado con el hijo que la había regalado, me preguntó si estaba contento.
―Muchísimo, princesa― lamiendo la lágrima que corría por su mejilla, murmuré.
Para entonces Tomasa se había reunido con nosotros y demostrando que también ella estaba contenta, la felicitó con un abrazo. Agda al advertir la alegría de la mulata se volvió a descomponer y a moco tendido quiso saber cómo iban a hacer para que los hermanos se educasen juntos.
―Nuestro marido ha comprado una mansión para que vivamos todos juntos y desde ahora te digo que querré a tu retoño como mío― contestó besándola.
La rubia sollozó al sentir su apoyo y mirándome a los ojos, me preguntó si estaba de acuerdo. Hincándome frente a ella, le dije que, aunque no fuera algo legal si aceptaría ser nuestra esposa. Agda no pudo reprimir su llanto al decirme que aceptaba y lanzándose sobre mí, me llenó de besos. Besos que rápidamente Tomasa nos exigió compartir y uniendo nuestras tres bocas, sellamos el formar juntos una sola familia. Ía, que hasta entonces se había mantenido en segundo plano, se acercó y demostrando una timidez impropia de su carácter me preguntó cómo les afectaba a ellas nuestro enlace. Me quedó claro que su pregunta se refería a si deberían considerar como “¿dueña?” “¿madre?” también a la sueca y no queriendo mojarme pasé pelota a Tomasa.
Mi adorada negrita sin soltar a la embajadora le hizo saber que en el pack entraba el “proteger” a las dos chavalas. La aludida sin dejar de sonreír replicó:
―Aunque no sé a qué me comprometo, desde ahora te digo que cuidaré de ellas. Me han hecho un regalo que nunca esperé y soy una mujer agradecida.
Muerta de risa, Tomasa murmuró en su oído mientras le daba un suave pellizco en pezón que ese par se volvían locas con la leche materna y que en cuanto pudieran se pondrían a mamar de ella. La vikinga al imaginarse a esas monadas succionando de sus pechos se estremeció de placer y prometió a darles de comer siempre y cuando su niño se hubiera saciado antes.
―Por eso no te preocupes, nuestras dos zorritas se ocuparán de que te sobre― susurró desternillada la mulata.
Interviniendo señalé antes de tomarlas de la mano y volver junto a Erik, que yo también pensaba participar en ese banquete. Al oírme, Agda me contestó que daba por descontado eso ya que si algo le había demostrado es que era un pervertido.
― ¿Pervertido yo? ― despelotado respondí: ― ¡Te recuerdo que fuiste tú quien me violó!
―Y pienso volverlo a hacer esta noche― llevando su mano a mi bragueta, me amenazó.
Mi pene reaccionó irguiéndose bajo el pantalón al sentir sus caricias y solo la presencia del sueco evitó que la tomara ahí mismo sin mayor dilación cuando restregándose contra mí me insinuó que lo hiciera. Tomasa impuso la cordura al pedirnos que nos aguantáramos las ganas hasta quedarnos solos.
―Eso haré si juras ayudarme a ordeñar luego a nuestro don Juan.
―Te lo juro― contestó y cerrando el asunto, la morena nos hizo ver que Ua totalmente borracha seguía cantando con el magnate.
Al mirarla recordé lo locuaz que se volvía con el alcohol y no queriendo que se fuera de la lengua, retiré de su mano el vaso lleno de licor mientras pedía a su compañera que la cuidara. Ía malinterpretó mis palabras y creyendo que le estaba exigiendo que le hiciera el amor, se dio la vuelta y mirando a la mulata y a la vikinga les preguntó si les apetecía acompañarlas a la cama. Agda al escuchar la propuesta se sonrojó, pero sorprendiendo a todos tomó de la cintura a Tomasa diciendo:
― ¿Me acompañas a mimar a nuestras protegidas?
Los pezones de mi querida exempleada reaccionaron irguiéndose bajo su blusa y encantada con esa proposición, llamó a las chavalas para acto seguido dejarme a solas con Erik. Afortunadamente, el nórdico notó que deseaba acompañarlas y guiñándome un ojo, me azuzó a seguirlas comentando que era mi deber satisfacer a esas cuatro mujeres. Se lo agradecí abriendo de par en par mi bodega y me escapé rumbo a mi cuarto.
Al llegar a la habitación, Ía estaba desnudando a Agda mientras Tomasa se ocupaba de acostar a Ua para que durmiera su borrachera. No queriendo desperdiciar el momento, ayudé a la primera con uno de los tirantes. Al dejar caer su vestido, la rubia sonriendo dio entrada a la chavala. Ésta al contemplar los rotundos pechos que el destino había puesto a su merced, no se lo pensó dos veces y agachándose, comenzó a recorrer con la lengua las rosadas areolas de la vikinga mientras yo terminaba de desnudarla. Su víctima no pudo más que sollozar al sentir ese tierno ataque y girando la cabeza buscó mis besos, pero no los encontró porque llegando hasta nosotros fue la boca de Tomasa con la que se topó. Mientras mi adorada negrita forzaba sus labios, me apoderé del pezón libre sabiendo que mi maniobra iba a ser bienvenida. Lo que nunca preví fue que la endemoniada chavala le hubiera dado tiempo a modificar el cuerpo de la nórdica y por eso me impactó, saborear su blanca y suculenta leche que manaba de los pechos de esa mujer.
―No puede ser― exclamó Agda al percatarse que lactábamos de ella y ante tamaña sorpresa, se corrió.
Desde la cama, Ua pidió con voz alcoholizada su parte. La mulata al escucharla tumbó a la embajadora junto a ella y ejerciendo de maestra, le hizo ver que desde ese momento tenía dos madres. Adoptándola como ya habíamos hecho nosotros, la enternecida mujer llevó uno de los grifos en los que se habían convertido sus senos a la boca de la pelirroja, la cual sin distinguir propiamente el cambio buscó con ansia su maternal esencia.
―Tranquila― susurró al ver su desesperación.
Al oír su voz, Ua se escandalizó creyendo que nos había traicionado y solo cuando Ía le explicó que la sueca era también mi pareja, la joven se tranquilizó y olvidando sus reparos, volvió a mamar.
―Eres tú también mi bebé― poniendo a su disposición el pecho libre, recalcó Agda llamando a su compañera.
Emocionada por el cariño con el que la llamaba, Ía buscó acomodo a su lado y maullando como una gatita, buscó el pezón que le ofrecía. Al tener a esos dos bellos seres alimentándose de su esencia, la nórdica tomó realmente conciencia de que tras tantos años sola había encontrado una familia y con lágrimas en los ojos, nos dio las gracias.
―Somos nosotros los que tenemos que agradecerte a ti― respondí y respetando el momento tan íntimo que estaba disfrutando, preferí dejarla sola con esos dos bellos seres.
Llamando a Tomasa, le pedí que me acompañara a preparar el jacuzzi. No hizo falta que le explicara nada más porque comprendiendo mis motivos, la morena me siguió al baño.
― ¿Has visto su cara? Realmente se siente su madre― comentó.
Sonreí con algo de angustia al estar de acuerdo con ella. Al igual que nos ocurrió a nosotros, esas criaturas habían despertado el instinto maternal de la cuarentona y eso lo quisiera reconocer o no, era algo anormal porque su reacción lógica y la nuestra debería haber sido la contraria. Tanto ella como nosotros nos deberíamos haber al menos asustado al enterarnos que no eran terráqueas y aterrorizado al saber que por su naturaleza esas dos y toda su raza querían a los humanos como simbiontes.
«Tenemos que explicar a Agda el peligro que representan», concluí apesadumbrado mientras mi bella negrita se ponía a preparar la bañera.
Sabiendo que le costaría ponerse en guardia ante quién había hecho realidad que pudiera quedarse embarazada, cuando exteriormente eran toda dulzura y sus actos parecían encaminados al bienestar de la humanidad en su conjunto, decidí no agriar su felicidad por lo menos esa noche. Estaba todavía reconcomiéndome con ese pensamiento cuando escuché que la rubia se levantaba y acudía a nosotros. Sus primeras palabras no hicieron más que ratificar mi decisión:
―Pobrecitas, se han quedado dormidas― murmuró en voz baja con una sonrisa de oreja a oreja.
La expresión de felicidad con la que llegaba tras darles de mamar incrementó las sospechas que tenía de que de alguna manera nos habían lavado el cerebro al comprobar que esa mujer sentía un cariño desproporcionado por ellas. Pero no me quedé ahí, sino que comparé su reacción con la nuestra y recordé que su llegada había provocado que nos sintiéramos inclinados a protegerlas cuando deberíamos haber huido de ellas. Mi buena Tomasa me sacó de esa espiral al decirnos que ya teníamos listo el jacuzzi. Agda se dejó llevar cuando, tomándola de la mano, la mulata la metió al agua.
―Eres guapísima― escuché que le decía mientras se abalanzaba sobre ella.
Satisfecho, entré a la bañera y por un momento mis problemas pasaron a segundo plano al ver que sin esperar mi llegada se besaban. Mirándolas sin unirme a ellas, me percaté que estaba completamente colado por las dos y aunque en el caso de la negra era algo normal, a la sueca apenas la conocía.
«Daría mi vida por cualquiera de ellas», pensé analizando la profundidad de mis sentimientos y evitando seguir analizando, me deslicé a su lado.
Al sentirme, Agda me dio entrada entre ellas y besándome me hizo coparticipe de su alegría, pidiéndome ayuda para amar a Tomasa. La negrita riendo la hizo saber que ella también era suya y atrayéndola, se apoderó de uno de sus pechos con una pasión contagiosa e imitándola llevé mis labios a la rosada areola que se había quedado libre. La nórdica al sentir nuestras bocas devorando sus pezones gimió descompuesta. Sus gemidos azuzaron mi lujuria y mientras seguía mamando de ella, apreté entre mis dedos un seno de la morena. Mi caricia abrió la espita y como si fuera un pequeño geiser, de esa negra maravilla brotó un blanco néctar que resultó una tentación irresistible a la que la diplomática no pudo retraerse y abriendo la boca de par en par, se apoderó impresionada por lo mucho que le gustaba el dulzón sabor de la leche de la costarricense.
― ¡Dios! Es riquísima― exclamó totalmente entregada.
Desternillada por la manera en que lactaba de ella, Tomasa dejó que se saciara mientras deslizando la mano por el cuerpo de la rubia buscaba su sexo. Asumiendo mi papel secundario en la bañera, usé mis dedos para favorecer sus caricias y separando los hinchados pliegues del coño de Agda, permití que mi adorada morena fuera la que se apoderaba del botín.
―Me encanta― sollozó la sueca al notar por primera vez a una fémina mimando su clítoris y totalmente entregada, movió sus caderas siguiendo el ritmo en que esas yemas la tocaban.
El erotismo de la escena no me resultó indiferente y luciendo una erección antológica, permanecí a la espera de que me dieran entrada mientras contemplaba la pasión con la que se entregaban una a la otra. Tomasa al ver que me mantenía a parte me llamó y colocándome entre ellas, me pidió que me mantuviera quieto mientras rogaba a la que ya consideraba su pareja que se fuera empalando con mi pene. Agda no se hizo de rogar y sentándose a horcajadas sobre mí, se fue introduciendo lentamente mi erección. Su lentitud me permitió notar como su coño se iba abriendo para absorber mi virilidad mientras la morena mamaba de ella.
― ¡Os amo! ― surgió de su garganta al sentirse llena y sin esperar a que su cuerpo se acostumbrase a la invasión, comenzó a cabalgar usándome como montura.
El desenfrenado galope de la mujer zarandeó mi verga con violencia, pero no me importó al ver el brillo maravillado de sus ojos y saber lo cerca que estaba del orgasmo. Su calentura y la forma en que sus pechos rebotaban arriba y abajo animó a Tomasa a seguir masturbándola mientras mamaba de ella hasta que el triple estímulo de mi pene, nuestros labios y sus dedos llevaron a la sueca a un estado cercano a la locura.
―Me corro― aulló ya poseída y ante nuestra mirada, convulsionó al notar que todas sus neuronas ardían sumidas en el placer.
La fuerza y la profundidad de su clímax no menguaron la forma frenética en la que se empalaba e incrementando todavía más el compás de sus caderas, buscó que derramara mi esencia en ella. Su insistencia alargó su placer uniendo sin pausa una serie concatenada de orgasmos que la dejaron al borde de la histeria.
― ¡No pares! ― aun así, chilló al verse incapaz de desear que cesara el placer que estaba sintiendo. Haciéndola caso, usé mis manos para forzar todavía más mis penetraciones. Ella al notar que presionaba sus nalgas y que con ello su coño era maltratado todavía con mayor fiereza, se derrumbó totalmente exhausta.
Tomasa se enterneció al contemplar la sonrisa que lucía en su cara y uniendo sus labios a los de la sueca, me rogó que la dejara. He de reconocer que me costó ceder y dejar de amarla porque hasta la última célula de mi cuerpo me pedía que siguiera haciéndolo, pero comprendiendo que la noche no había terminado y que tendría ocasión de descargar la lujuria que se había acumulado en mis huevos, me separé de ella. Supe que había hecho bien al ver que se abrazaban y que me pedían que compartiera ese momento uniéndome a ellas. La ternura con la que ambas me besaron al hacerlo diluyó mi insatisfacción y cerrando los ojos, disfruté del cariño de esas dos espectaculares mujeres sin pensar en nada más.
Totalmente relajados, solo la llegada de Ía evitó que nos quedáramos dormidos en el jacuzzi. Desde la puerta se quedó mirándonos abrazados y conmovida por esa escena dudó en hacerse notar, pero el temor a que nos quedáramos fríos la hizo actuar y cogiendo unas toallas, nos fue ayudando a salir del agua. La ternura de la muchacha impactó a la sueca, la cual sin saber por qué dos lagrimones surcaron sus mejillas. Al preguntarle yo porqué lloraba, la rubia contestó que jamás había sido tan feliz como en ese instante con nosotros. La sonrisa con la que ese extraño, pero bello ser recibió esa respuesta me hizo comprender que compartía con ella esa felicidad.
«No puede dejar de sentir empatía», pensé mientras veía el mimo con el que la secaba.
A pesar de no haber nada sexual en ello, he de reconocer que me excitó ser testigo del modo en que Ía ayudaba a ponerse un albornoz a Agda y por eso cuando me llegó mi turno, esa criatura se encontró con una más que evidente erección. Mi tallo inhiesto despertó su lado travieso y tomándolo entre sus dedos, la endemoniada chavala me regaló un largo lametazo antes de preguntar si mis dos mujeres habían sido incapaces de ordeñarme. Al escuchar su tono, Tomasa con picardía comentó que habían reservado mi esencia para ella. Ante esa respuesta y esbozando una sonrisa, Ía replicó que tenía satisfechas sus necesidades y que no necesitaría más hasta dentro de dos días.
― ¿Cuándo os vais a enterar que los humanos hacemos el amor solo por placer sin buscar nada a cambio? ― exclamó riendo a carcajadas la morena.
―Amada Asa, yo no soy humana.
―Sí que lo eres y más de lo que piensas― contesté mientras la besaba.
Mi lengua forzando sus labios desmoronó su resistencia y restregando su cuerpo con el mío, insistió en que no la tentara porque esa noche era de Agda. La aludida vio llegado el momento de probar la resistencia de la cría y llegándole por atrás, comenzó a acariciarla mientras le decía lo mucho que deseaba contemplar cómo se entregaba a mí. Tomasa entendió que lo que realmente quería la nórdica era formalizar su entrada a nuestra familia y casi a empujones, nos sacó del baño.
― ¿No querrás contrariar a tu nueva protectora? ― preguntó mientras con ayuda de Agda tumbaba a la chavala sobre la cama donde dormía, ajena a todo, su compañera.
Su propia naturaleza la traicionó al verse obligada a acatar las órdenes de la que seguía considerando su dueña y por eso nada pudo hacer cuando las dos mujeres empezaron a recorrer con la lengua sus pechos.
―Sois malas conmigo― gimió al sentir que las hormonas tomaban el mando de su cuerpo humedeciendo su entrepierna.
―Y más que lo quiero ser― susurró en su oído la sueca mientras cogía uno de sus pezones entre los dientes.
El chillido de su niña al sentir ese mordisco indujo a Tomasa a imitarla y apoderándose de la otra rosada areola, se puso a mamar de ella.
― ¡Santa luz! ― bramó descompuesta al darse cuenta de que su parte humana gozaba con esas caricias llenando de flujo las sábanas.
Su exclamación despertó a la pelirroja, la cual al ver lo que se estaba perdiendo, a trompicones se lanzó sobre el manantial en que se había convertido el sexo de Ía y como si quisiera obtener de ella su esencia, hundió su lengua entre los hinchados pliegues de su compañera. Ese ataque cogió desprevenida a la muchacha y sometida a los dictados de su cuerpo, gozó como pocas veces de las caricias que estaba recibiendo.
―Calla y disfruta― murmuré mientras observaba con detalle Ua meneando su trasero mientras daba cuenta del sabor de su coño.
La belleza de las nalgas duras moviéndose fue una llamada a la que no me pude resistir y llevando mis manos a esa hermosura, comencé a acariciarla mientras la azuzaba a sacar el néctar que brotaba entre las piernas de Ía. Mi insistencia y las caricias de mis yemas recorriendo su culo calentó sobre manera a la pelirroja y ya totalmente despierta me rogó que la tomara. Por un instante dudé sabiendo que seguía borracha, pero cuando elevando su voz me volvió a reclamar que la amara, no pude decir que no y me puse a juguetear con mi glande entre sus labios. Ua suspiró al notar que introducía brevemente mi pene en ella y echando su cuerpo hacia atrás, se lo clavó hasta el fondo.
― ¡Mira que eres bruta! ― dije al verlo.
Haciendo oídos sordos a mi queja, la pelirroja comenzó a gemir cuando sintió mi glande chocando con la pared de su vagina y presa de la sensación de sentirse amada, buscó con mayor denuedo su placer sin dejar de degustar el manjar que para ella suponía el depilado chumino de la hembra de su especie. La sincronía con la que nos amábamos sorprendió a Agda, la cual exteriorizó su sorpresa cuando Ía le pidió que compartiera con ella su esencia. Creyendo que le pedía mamar de sus pechos se los acercó a la boca, pero la preciosa criatura los rechazó y aprovechando su cercanía, hundió su cara entre sus piernas.
― ¡Por Dios! ― aulló cuando sin previo aviso la joven cogió entre los dientes su clítoris.
Ese mordisco despertó más si cabe su naturaleza ardiente y sin separarse de ella, buscó con la mirada a la mulata. Tomasa se abrazó a ella dejando su entrepierna a disposición de Ía. Ésta no desaprovechó el regalo y alternando con la lengua entre los sexos de ambas, incrementó la pasión con la que se besaban. Desde mi privilegiado punto de observación, comprendí que la pequeña estaba a punto de correrse al verla temblar sobre la cama y azuzando a Ua para que incrementara el acoso al que sometía a su compañera, aceleré el ritmo de mis caderas. Tal y como había previsto, la rubita sucumbió al placer explotando en la boca de la pelirroja. Al darse cuenta de que llevada por la pasión Ía derramaba su esencia, Ua decidió introducir un par de dedos dentro de su vulva para alargar su gozo. Al sentirse penetrada, la joven se retorció rogando que no dejara de amarla mientras Tomasa y Agda se desentendían de ella entrelazando sus sexos.
Para entonces la excitación acumulada en mi cuerpo me dominó y cogiendo la colorada melena de mi montura, me lancé desbocado en busca de mi placer. Mi enérgico asalto descolocó a Ua y sintiéndose amada, se corrió segundos antes de que me diese tiempo de derramar mi esencia dentro de su útero. La simultaneidad con la que ambos llegamos al orgasmo intensificó mi placer al notar que el flujo de la chavala corría a raudales por mis muslos y exhausto, caí sobre ella clavando con fiereza mi pene.
―Mi amado Íel― sollozó la pelirroja al sentirlo y girándose sobre la cama buscó mis besos mientras a nuestro lado la costarricense y la sueca seguían restregando sus coños en una ardiente tijera.
La belleza de sus cuerpos maduros amándose me obligó a contemplarlas y con satisfacción, observé que estaban a punto de caramelo y deseando que sincronizaran sus gozos, les ordené que se corrieran. No sé si esa orden fue lo único que necesitaban ambas para hacerlo fue ese empujón verbal o por el contrario fue casual, pero lo cierto es que ante nuestros ojos sucumbieron al placer totalmente entregadas.
―Te adoro, mi diosa― chilló Tomasa al experimentar en sus carnes su clímax.
―Te amo, mi sueño― contestó con determinación Agda sintiéndose realizada.
El cariño de las mujeres me hizo reír y pegando sendos azotes sobre los traseros de las dos jóvenes, las azucé a abrazarlas mientras me introducía entre ellas. Cansados pero emocionados al sabernos una familia, nos quedamos unidos sin que ninguno dijera nada y así enlazando nuestros cuerpos, nos quedamos dormidos…
Después de años escribiendo en Todorelatos y haber recibido casi 27.000.000 de visitas, he terminado el tercer y último libro de la serie “Siervas de la lujuria”.
El destino y mi viejo completan mi harén.
Sinopsis:
La mala salud del pastor obliga a nuestro protagonista a ir asumiendo sus funciones mientras intenta lidiar con la desaforada sexualidad de sus tres mujeres. Sabiendo que entre esas obligaciones estaría el consolar y satisfacer a las dos esposas del anciano cuando fallezca, Jaime va intimando con ellas pensando que era algo lejano en el tiempo. El agravamiento de la enfermedad de anciano mientras se empapa del día a día de la secta le hace ver que no tardará en tener que sumar otras dos mujeres a su harén.
Y como siempre os invito a dar una vuelta por mi blog.