Abre los ojos y mira cómo se corre tu hija, papi

El padre utiliza a su hija cómo gancho para timar a la gente y la hija acaba utilizándolo a el.

Rosal era una joven alta, morena, guapa, gordita y con todo muy bien puesto. Vicente, su padre, era un hombre de 52 años, alto, moreno y fuerte, y era un timador que usaba a su hija como gancho y a una mulata cómo fullera.

Rosal hablaba con su padre en la cocina de su casa mientras rellenaba seis botellas de whisky Doble V con whisky de garrafón, para lo que ponía un embudo en la boca de la botella... Ya antes había rellenado las botellas coñac Napoleón por coñac de garrafón. Le dijo su padre:

-... Tú ponte guapa que todo va a salir bien.

-Puede que hoy sí, pero un día nos van a descubrir y lo vamos a pasar mal papi.

-No creo, somos muy buenos en lo nuestro, los mejores diría yo.

Rosal acabó de dar el cambiazo, y le dijo a su padre:

-Me voy a duchar y a echar esa crema hidratante que me regalaste.

-Aprovecha que dieron el agua, hija, aprovecha.

Rosal yéndose de la cocina, le dijo:

-Lleva las botellas al mueble bar, papi.

-Sí, ya las llevo.

Al rato Rosal estaba en la ducha enjabonando las tetas y el coño. Al enjabonarlas las magreaba y jugaba con sus pezones. Luego cogió la alcachofa y se echó agua sobre la cabeza para quitar el champú Su melena negra fue tapando sus tetas cómo si fuese una cortina, después la echó hacia atrás con la palma de la mano derecha, se arrimó a la pared y puso los finos y potentes chorros de agua encima de su coño. Echó una mano a su teta izquierda, cerró los ojos e imaginó qué se la estaba comiendo su padre. Tardó unos cinco minutos en sacar la mano de la teta y llevarla al coño. Con la mano sobre él cerró las piernas, se encogió y jadeando se corrió cómo lo que era, una viciosa.

José Antonio, Alberto, José Gregorio, Julio César y Carlos Eduardo eran cinco cuarentones, morenos, de buen ver, aunque algo bajos de estatura. Estaban montados en el dólar en un país que se caía a pedazos, y no voy a decir que país es, pues este relato no va de política. Pues bien, estos cinco camándulas, estas cinco escorias humanas, estos cinco sapos, estos cinco desgraciados..., ahí lo dejo porque repito, este relato no va de política, estos cinco hijos de puta mal nacidos, tres de ellos cubanos y uno español, estaban sentados a una gran mesa cubierta con un tapete verde en la que una crupier mulata, de ojos negros y bien escotada para enseñar gran parte de sus gordas tetas, les daba cartas a ellos y a Vicente, el padre de Rosal. Le daba cartas buenas una vez sí y dos no a quien le pagaba, o sea, a Vicente. Rosal servía el whisky y el coñac a los cinco cabrones y al hacerlo les pasaba un dedo por la columna y les sonría. A Vicente le sonó el celular. Lo cogió, escucho, recogió sus ganancias, y les dijo:

-Seguir vosotros, me reclaman con urgencia.

Vicente se fue y las cosas se iban a torcer. Rosal los había provocado y ahora pagaría las consecuencias. Julio César, alias "El Emperador", cogió a Rosal por la cintura y arrimando la polla a su culo, le dijo:

-Ahora te voy a acariciar yo ti.

Rosal estaba asustada, o por lo menos se hacía la asustada.

-¡¿Qué me vas a hacer?!

-¡Te voy a romper del coño, gordita!

Los otros se dieron cuenta de que estuviera jugando con ellos... Para resumir diré que acordaron follarla todos.

La crupier se levantó con idea de huir de allí, pero José Antonio se puso detrás ella, la agarró por las tetas y le dijo:

-¿A dónde vas, morena?

La crupier se revolvió cómo una serpiente.

-¡Soltarnos o Vicente os castrará!

-Vicente no va a saber nada de lo que os hagamos, por cuenta que os tiene. ¿O queréis desaparecer?

Julio César con una navaja le fue saltando los botones de la blusa a Rosal, Alberto comenzó a hacerle lo mismo a la crupier hasta que sus enormes tetas y su coño con pelo negro rizado quedaron al descubierto. Poco después estaba las ropas cortadas en el piso. Rosal estaba echada encima de la mesa donde antes se jugaba a las cartas y los cuarentones estaban con sus pollas en las manos. Julio César le dijo:

-Come sus tetas, Caridad.

-¡Ni muerta!

-Eso se puede arreglar.

La amenaza surtió su efecto. La crupier le agarró las tetas a Rosal, le lamió los pezones y chupó mientras sentía cómo la lengua de Julio César lamía su ojete, cómo después entraba y salía su culo y cómo sus manos magreaban sus grandes tetas, unas tetas con enormes areolas negras y gordos pezones. Follándola le dijo.

-Bésala.

Cuando Caridad besó a Rosal ya estaban las dos cachondas. Los cinco vieron cómo se comían las lenguas mientras meneaban sus empalmadas pollas.

Al rato le dijo Julio César:

-Cómele el coño

Caridad lamió aquella delicia empapada de jugos, Julio César se la metió en el coño a ella y la folló con fuerza. José Antonio y Alberto le comieron las tetas a Rosal y José Gregorio y Carlos Eduardo se turnaban para comerle la boca.

Caridad comía el coño cómo una lesbiana, sabía lo que hacía con su lengua en cada momento... Lamer los labios, follar su vagina, lamer el clítoris de todas las maneras posibles, hacia arriba, hacia los lados, alrededor, lo chupaba... Tenía Caridad su lengua dentro del coño de Rosal cuando comenzó a correrse. Su coño bañó la polla de Julio César y bañándola chupó con fuerza el clítoris de Rosal, lo que hizo que la joven se corriera cómo una perra. Los cuatro que le comían la boca y las tetas las machacaron más aprisa y se fueron corriendo en la boca abierta de Rosal.

Julio César no se había corrido, Subió encima de la mesa, se echó encima de Rosal, ella flexionó las rodillas y la polla entró hasta el fondo de aquel coño empapado. Julio César no duró nada, en menos de un minuto, y comiéndole la boca, le llenó el coño de leche. Rosal ya tenía leche por todas partes, pero se había puesto cómo una moto y quería más. Cuando se bajó de la mesa cogió sus bragas rotas y limpió con ellas la leche de Julio César que le bajaba por el interior de sus muslos. Después de devolver las bragas al piso, le dijo a los cabrones:

-¿Quedasteis satisfechos?

Le respondió José Antonio.

-Hacernos unas mamadas.

Caridad también estaba perra, pero aún razonaba.

-Cómo vuelva su padre y nos pille se va a liar a tiros.

-No creo, somos muchos contra él.

Los cabrones se sentaron en sus sillas. Caridad, ya no era la del principio, ahora estaba muy cachonda, así que se agachó entre José Antonio, y Alberto, cogió sus pollas y comenzó a menearlas y a mamarlas. Rosal cogió tres pollas para ella. Se picaron mamando, lo que hizo que sacaran lo mejor de ellas mismas, o sea, si una le chupaba los huevos a uno de ellos, la otra intentaba hacerlo mejor lamiendo y chupando, o si le mamaba el capullo, la otra lo mamaba y la metía toda dentro de la boca, el resultado fue que los cabronazos se lo pasaban en grande. Rosal después de mamar sus pollas conciencia y de ponerlas duras cómo piedras, se levantó y les dijo:

-Seguidme a mi habitación.

Carlos Eduardo tenía prisa, la empotró con la cara contra la pared, y le dio caña brava mientras José Gregorio y Eduardo se las pelaban esperando su turno.

-¡Te voy a reventar el coño! -dijo Carlos Eduardo- ¡Te voy a reventar el culo!

Rosal con la cara y las manos pegadas a la pared, ya se había venido arriba, y le dijo:

-Habla menos y taladra más.

El aprendiz de violador se cabreó

-¡Serás cabrona!

Le dio a romper. Cuando Rosal estaba a punto de correrse, quien se rompió fue él. Se corrió dentro de su coño cómo un pajarito.

José Gregorio le dijo:

-Saca de ahí, flojo. Deja que le enseñe a la gordita lo que es bueno.

Carlos Eduardo sacó la polla. Del coño empezó a salir leche. A José Gregorio le daba igual. Se la clavó y venga a meter y sacar, y venga a meter y sacar cada vez más aprisa... Cuando Rosal estaba a punto de correrse otra vez, José Gregorio se corrió dentro de su coño sin darle tiempo a correrse a ella.

Alberto, el español, le dijo:

-¡Qué dura eres, cabrona!

Alberto mojó la cabeza de la polla en la leche que salía del coño, la frotó en el ojete y le metió la punta. Rosal exclamó:

-¡Diosssss! Me acabas de desvirgar el culo.

-¡¿Sufres, muñeca?!

-Sí, muñeco, sí.

Alberto se ablandó. Se la metió despacito y acariciando su clítoris. Rosal giró la cabeza. Necesitaba cariño, necesitaba besos. Eduardo la besó y le dio la vuelta. Caridad dejó de mamar, la besó, le comió las tetas, se agachó, le metió el dedo medio dentro del coño y se lo folló con él mientras lamía su clítoris de abajo a arriba. A Rosal se le pusieron los ojos en blanco y se corrió cómo una golondrina, sin hacer casi ruido, gimiendo en bajito.

Cuando Rosal acabó de correrse, Caridad se separó de ella, Julio César cogió a Caridad en alto en peso y se la metió hasta las trancas y José Gregorio, empalmado de nuevo, se la clavó en el culo. Ya no era la primera vez que se la metían en el culo, pues disfrutó desde el segundo uno. Con sus brazos rodeando el cuello de Julio César se dejó ir para que la llevaran al orgasmo... Mientras tanto Alberto había sacado la polla del culo de Rosal. José Gregorio la había puesto de nuevo cara a la pared y le follaba el coño sin tregua... Esta vez sí, esta vez se corrió cuando él le llenó el coño de leche, y dijo.

-¡Me corro!

A Rosal mientras se corría le temblaron las piernas, le temblaron las tetas, le temblaron las nalgas..., le temblaron hasta las cejas.

A unos metros de ella Caridad, corriéndose, decía:

-¡Y yo vuelo!

Vicente llegó a casa. Ya anocheciera. Fue a la sala donde había jugado al póker, encendió la luz y vio las bragas, los sujetadores, toda la ropa estaba inservible. Cagándose en todo lo que se movía fue a la habitación de su hija. Encendió la luz y vio que estaba tapada con una sábana. Vicente, serio cómo un muerto, le preguntó:

-¡¿Qué te hicieron esos hijos de puta?!

Con voz lastimera, le respondió:

-Qué nos hicieron papi, que nos hicieron.

-A mí solo me interesa lo que te hicieron a ti.

Rosal se levantó de cama y desnuda cómo vino al mundo arremetió contra su padre.

-¡Todo lo que me hicieron es por tu culpa!

Vicente viendo sus firmes tetas con areolas rosadas y pequeños pezones y viendo su coño, le dijo:

-Tápate, hija, tápate.

-¡Así me vieron ellos!

Vicente tenía un cabreo brutal, y un pequeño empalme, que todo hay que decirlo.

-¡Los mato! Esos desgraciados no hacen otra.

Rosal se sentó en el borde de la cama y siguió culpado a su padre por lo que le había pasado.

-No fue culpa suya, fue culpa tuya por decirme que los calentara. ¡Fue culpa tuya que me humillaran!

-Lo debiste pasar muy mal.

Mentía bien la condenada.

-Lo pasé fatal papi, fatal.

-Imagino cómo te sentiste.

-Pero no lo sabes, solo siendo humillado se sabe lo que se siente.

-Humíllame, hija, humíllame, me lo merezco.

Rosal hacía tiempo tenía ganas de tirarse a su padre y no iba a desaprovechar la ocasión.

-Desnúdate.

-¿Del todo?

-Del todo.

-¿Y no te valdría...?

-Del todo, papi.

-Tú ganas.

Eso de ganar a Rosal le sonaba a gloria. Llevaba tiempo ganando sin que nadie lo supiera. Vicente se desnudó.

-Siéntate en esa silla. Quiero que veas cómo me masturbo.

-Eso es indecente, hija.

-¿De verdad? ¿Quién mira cómo me masturbo por el agujero que hizo en la habitación del bañp?

-Yo no hago tal cosa.

-Vi la mirilla que pusiste en tu habitación.

Ya no podía seguin negándolo.

-Bueno, es qué...

-Es que eres un pajillero.

-No sabía que tu sabías...

-Si lo supieras al verme masturbándome te excitabas aún más.

-Mujer, tu madre me dejó y ...

-¿Y no sabes ir a putas?

-No...

No lo dejaba hablar.

-Voy a empezar, mira, pero no te toques, ni hables, es parte de la humillación.

Vicente empalmado cómo un toro vio cómo su hija abría las piernas, cómo mojaba tres dedos en la lengua y cómo acariciaba con ellos el clítoris. Al rato metía dos dedos en el coño y seguía masturbándose sin perder contacto visual con su padre. La polla de Vicente se movía. Era cómo si tuviera vida propia. De su capullo iba saliendo aguadilla que bajaba hasta los huevos. El silencio era casi insoportable, y cuando el silencio dio paso al chapoteo de los dedos dentro del coño y a los gemidos, Vicente tuvo que cerrar los ojos. Rosal le dijo:

-Abre los ojos y mira cómo se corre tu hija, papi.

Vicente abrió los ojos y vio cómo se le iban cerrando los ojos a su hija. Sus dedos chapoteaban en el coño, luego sintió cómo si se estuvieran zambullendo en un vaso lleno de agua. Vio cómo comenzaba a temblar y oyó cómo decía:

-¡Me corro!

Al acabar fe correrse chupó los dedos pringados de jugos, y le dijo:

-Coge una zapatilla debajo de mi cama y dámela -la cogió y se la dio-. Échate sobre mis rodillas.

Vicente se echó sobre las rodillas de su hija y le cayeron cuatro zapatillazos.

-¡Plassss, plassss, plasss, plassss!

-¿Por qué me espiabas?

-Necesidad.

-¡Plassss, plasss!

-Hiciste que acabara masturbándome pensando en ti. ¿Te parece bonito?

Vicente, que se iba a correr en cualquier momento, echó el alma a la espalda y le dijo:

-Bonita eres tú.

-¡Plasss, plasssss, plassss, plasss, plassss!

-¡A mí no se me compra con halagos ni se me vende cómo si fuera una mercancía!

-Sabes qué...

-Calla.

-Es que...

-¡Plassss, plassss!

-¡Qué te calles, caraaaajo!

Vicente se calló la boca. Tenía el culo a arder y la polla a punto de explotar. Esperó a que siguiera llamándole la atención, pero no iba a hacerlo, le echó una mano a la polla tiesa, mojó el dedo medio de la mano izquierda en la lengua, se lo metió en el culo, y se lo folló con él al tiempo que con la mano derecha ordeñaba su polla cómo si fuera el pezón de una vaca, o sea, lo ordeñó tirando de la polla hacia abajo hasta que la leche salió a presión. Vicente se corrió cómo un tiro, dejó un charco de leche en el piso de baldosas.

Al acabar, le dijo:

-¿Ya puedo irme?

-¡Y una mierda! Cómeme el coño.

Rosal se echó sobre la cama. Vicente metió todo el coño de su hija en la boca y comenzó a lamerlo cómo si fuese un pastel de crema... Al rato Rosal estaba a punto de correrse, movió la pelvis de abajo a arriba y su gran culo alrededor, y le preguntó:

-¿La quieres, papá?

-Sí, dámela.

-¡Tomaaaaa!

Rosal estremeciéndose y jadeando, se corrió en la boca de su padre. Vicente, después de tragarse aquella delicia de corrida, le dijo:

-Ahora me voy, tengo que pegar unos tiros.

-No los mates, papi.

-¿Por qué no?

-Por qué si lo haces acabas en la cárcel y no podré seguir humillándote.

Quique.