Abre la boca
Encontrarse con EX por la calle... un café... un vino...
Encontrarte con tu ex por la calle, sonreír desde el mismo corazón, darle un abrazo, olvidar todo lo malo y acordarte de lo bueno… Y empezar a whatsapearte como un loco fue todo uno.
Quedamos a tomar café. Para ponerlos al día y tal, decíamos. No fue una sorpresa descubrir que los dos estábamos en otra relación, la mía a distancia - una locura - y él se había mudado a Valencia con su novio y ya vivían juntos y que estaba en Madrid con papeleo de su empresa. Estás más delgado, le dije. Y tu como más fuerte, me responde. Más armado, quizá. El crossfit, que se nota, le respondía.
Qué difícil es mantener estas conversaciones, donde extiendes al máximo tus hombros, aprietas la tripa, sonríes tontorrón… pero intentas que no se te note que quieres saltar por encima de la mesa y abrazarle. La dignidad, que nos puede.
El café se terminó, y nos fuimos un bar. Dos vinos, blancos, con un hielo. Javi, me sonrió. ¿Te acuerdas de como me gusta el vino? Claro, desde que salíamos, siempre lo tomo así, le mentí. Me espantaba aguar el vino de esa manera, pero no puedo evitar flirtear con él. Otros dos vinos. Mi pierna izquierda ya estaba entre las suyas.
El trabajo, bien. Mucho. Otro master terminado. Sí, ya sabes que soy un empollón. ¿Tus inversiones? Qué bien. ¿Y sigues decorando la casas de tus amigos? Yo creo que es la parte más homosexual que tienes. Risas. Eso y las camisetas de tirantes. Más risas. Otros dos vinos. Quizá sea el momento de irse… mañana es viernes. ¿Me acompañas y coges luego un taxi? Claro, asi se nos pasa el mareo.
Nada, no creo que pasara nada. Mejor, pensé. Menudo lío abrir esta caja de pandora. Pero qé guapo está. Me acerqué para despedirme, y de verdad que fui a dar un beso en la mejilla… pero su olor, su cuello, su piel… algo se disparó en mi cabeza y volvimos a estar los dos en aquel verano que pasamos juntos. Le besé. Le besé un segundo y entreabrió los labios y su lengua me acarició los labios. Le agarré de la mano y le arrastré hasta el ascensor.
No deberíamos, decías mientras entrábamos y apretaba el botón para subir a mi casa. No… no deberíamos. Pero si no me haces el amor hoy me voy a matar a pajas toda la noche. Mi lengua en su boca, que succionaba sin parar. Tiraba de ella y bebía de mis papilas. Sus manos pasaron de mi cintura a mi culo, y suspiró. Llevo toda la noche queriendo cogerte tu culito. Cuando te has levantado al servicio para ir a mear casi voy detras tuya solo para agarrar este culazo que tienes que me vuelve loco, Juan. Agárralo fuerte, es tuyo. Hoy, ahora, soy tuyo.
Besarse, andar, abrir la puerta, cerrar y quitarse la ropa, mientras no parábamos de tocarnos, comernos, lamernos, no es nada fácil. Cuando le quité la camisa y tuve en mis manos su pecho moreno, peludo, la justa cantidad de vello que hacía de su cuerpo algo tan masculino y perfecto que me enloqueció aquel verano y que me estaba reviviendo ahora. Su mano izquierda mi nalga, su mano dercha abriendome las cachas y su dedo corazón golpeando ligeramente mi ojete. ¿Cuándo se lo había mojado? No terminó la palabra “cómemela” y ya la tenía bien dentro. Haciendo presión con mi garganta. Estábamos en mi salón, desnudos, solo iluminados por la luz que venía de la calle. Sobre la punta de mis pies, en cuclillas, agarrado a sus piernas, me alimentaba de su polla. Me la comía con ansia, pasando mi lengua por esos 19 centímetros que me iban a taladrar el culo. Mi ano palpitaba… todo mi cuerpo ansiaba el suyo. Tenía hambre de él.
Tiró de mí hacia arriba y volvimos a besarnos. ¿Dónde está tu habitación? me encanta tu casa, aunque le haría algún cambio. Ya me cuentas luego… ven.
Con un movimiento fuerte y la colcha, sábanas y almohadas volaron por encima de nuestras cabezas y nos tiramos al colchón. Lo bueno de follar con tu ex es que sabes qué tienes que hacer, y él sabe qué botón tiene que tocar. Encima mío, besándome, tenía mi pierna derecha entre las suyas, y con sus manos me sujetaba la izquierda, dejando mi agujero a su acceso. Recogió el precum que mi polla echaba como si fuera un grifo, y se lo llevó a la boca. Lo paladeó y me sonrió. Volvió a repetir la operación y me besó, dándome de comer mis propios jugos.
Abre la boca. Y un salivazo lento, abandonaba su dientes y me caía sobre mi lengua. El vino, su colonia, la mía, mi rabo, su rabo… todo mezclado en mi boca que bebí como si fuera la última gota de agua del mundo.
Notaba su rabo, durísimo, en la entrada de mi culo, como tocando la puerta. Cuando se le ponía dura se descapullaba totalmente, pero su polla era muy seca. Con los dedos recogió toda la saliva que podía producir y me la aplicó entre los pliegues de mi ano. Más saliva. Más dedos. Más dentro. Recogió aún más babas y se la repartió por la cabeza de su polla. Empujó. Me dolió un poco. ¿Podemos usar lubricante? No. Siempre me gustó lo cerradito que estás. Pero es que duele. Más saliva. Media polla. Mi ano intentaba estirar pero lo notaba friccionar y me dolía un poco. Mete saca mete saca. El placer empezaba a dominarme.
Su peso entero sobre mi cuerpo. Mi rodilla a la altura de mis costillas. El abductor en su máxima tensión. Abierto Para él. Estás super cerrado. Acercame el popper y ponte más saliva. Estiró la mano y llegó a la mesilla. Abrí el bote y aspiré fuerte. Muy fuerte. Me acercó su fosa nasal e inspiró, pero muy brevemente, él también. El calor me subió como las pulsaciones. Más saliva, más abierto, empujó y hasta dentro. Ya estás. Ya estoy. Y selló mi boca con la suya. Y empezó a empujar. Me miraba a los ojos, y yo a sus labios. Su boca. Sus labios. Se mordía el inferior, para ayudarse a empujar más y más, más dentro de mi. Con ritmo. Sin ritmo. Con fuerza. Con más fuerza. Más dentro. Más. Ni me masturbaba. Se me había olvidado que tenía rabo. Pero notaba en mi vientre la humedad pegotosa del precum.
Empujaba y empujaba… y la sacó. Date la vuelta y ponme el culo. Vamos. No tardé ni un segundo en arquear mi espalda y dejar que me la metiera hasta que noté su huevos contra mi piel. Dejó caer su cuerpo sobre el mío, y su peso me empujó contra la cama, y pasó su brazo izquierdo alrededor de mi cuello. Con la derecha me sujetaba mi brazo, y empezó como un motor a darme fuerte. Estaba totalmente inmóvil. Con la nuez apretada por su antebrazo y su respiración en mi oreja. Se incorporó un poco, como si estirara la espalda en el gym, extendiendo sus brazos pero sujetándome las muñecas. Con sus piernas abría las mías… y yo, más pasivo que nunca, más puta que nunca, le facilitaba mi entrada moviendo mi cadera para que llegara hasta el límite que él quisiera. Totalmente entregado. Totalmente sumiso.Totalmente cerdo.
Las gotas de sudor de su frente me mojaban la nuca. Y me mordió. Me clavó sus incisivos en los músculos del hombro. Que bueno te has puesto, joder. No estabas así cuando salíamos juntos. Me gustó. Me gustó sentir que el deseo le hacía querer comerme entero. Muérdeme.
Volvió a sacarla de golpe y se tiró en la cama. Vamos, cabálgame. Estaba tan abierto que no hacía falta saliva. Aún así, recogí de mi precum, que seguía echando, y se lo restregué por la cabeza de su polla y me la metí. La notaba muy dentro. Me presionaba la vejiga. Quería darle placer. Quería que lamentara cada minuto que había pasado sin mí. Quería que deseara no haberme dejado escapar aquel verano. Quería quererle. Y que me quisiera otra vez. Que me echara de menos tanto como yo le eché a él.
Comencé el movimiento rítmico mientras me tiraba de los pezones y me palmeaba las nalgas. Vamos, así, muévete. No voy a poder aguantar mucho, le decía. Venga. Córrete sobre mi. Quiero tu leche por mi cuerpo. Y así fue. Ni un minuto debí tardar, mientras me vaciaba como una fuente. Mi próstata latía y empujaba la lefa fuera de cuerpo y mi cabeza estallaba. ¿De donde me salía tanta leche, si yo no soy nada lechero? Pues ahí estaba, tres chorrazos de los que el segundo le llegó a su boca. Las gotas que tenía sobre sus labios fueron rebañadas por su lengua y consumidas por la mía. Cómo nos gustaba hacer guarradas. Con él. Solo con el. Jamás con ninguno de mis parejas había pasado tantos límites.
Le saqué de mi, con cuidado, apretando con delicadeza su rabo, como si lo cagara, para evitar lesiones mayores, y me acomode en su regazo izquierdo, mientras el se masturbaba con la derecha. Se corrió en seguida, gimiendo quédamente, casi gutural, arqueando sus boca, mientras yo acariciaba su pecho, su estómago, restregando mi corrida por toda su piel.
Cerré los ojos, y pensé… pensé que no quería pensar. Pensé que quería se quedara la noche conmigo, abrazados, y ya, si eso, pensaba mañana qué haría con este polvazo. Me besó, cerré los ojos, y me abracé a él. Quédate. Un poco, al menos.