Abogada atada

Una exitosa abogada vuelve a casa y encuentra a su amiga en una situación "comprometida"... ¿Cómo acabará todo?... Estoy preparando la continuación a mis relatos, pero me apetecía subir algo porque el poco tiempo de que dispongo me ralentiza escribir sus continuaciones, así que he rescatado esto

Abogada atada

Había sido un buen día en los juzgados, y parecía tener por delante una tarde relajada. Quizá podría llamar a mi marido para salir a comer, o quizá vería una película con mi vecina si no tenía ganas de hacer cualquier otra cosa. Cuando maniobré con el coche para entrar en el garage, me di cuenta de que no estaba el coche de Elisa, pero que Luis, su marido, sí estaba allí, por lo que pensé que me detendría para ver cuándo estaría ella en casa.

Nuestros patios traseros están separados por una cerca, pero teníamos una puerta escondida tras un seto, así que me colé en el jardín de los vecinos. La puerta corrediza estaba abierta, pero, aún así, llamé, pero no obtuve contestación. Pensé que Luis podría estar en la cocina, así que me dirigía hacia allí cuando oí un ruido que sonó como un gemido. Me volví hacia el lugar de donde provenía y vi a una mujer en el suelo delante de la chimenea. Estaba atada, amordazada, y desnuda. Aunque era difícil reconocerla a causa del ballgag que amordazaba su boca, reconocí a Yolanda Rodríguez, una mujer que vivía en el bloque de al lado. Sabía que ella y Luis y Elisa eran amigos, pero no podía imaginar qué hacía en tal estado en el cuarto de mis amigos.

Pues, la única manera de enterarme era preguntar, así que me arrodillé al lado de la mujer desvalida y le solté la mordaza.

"Dame sólo un minuto, y te libraré", le dije.

"¡Oh no, Cecilia!”, dijo, “¡no me sueltes!. A mí me encanta estar atada, y pronto voy a ser follada mientras estoy indefensa. ¡Es el mayor placer del mundo!."

El asunto era cada vez más misterioso. No podía creer que Yolanda realmente quisiera estar atada y amordazada. Entonces Luis entró el cuarto con un puñado de correas de cuero. "¡Oh, Cecilia!", dijo, "no te esperaba."

"Yo sólo me detuve para ver si Elisa quería ver una película esta noche, pero me parece que tienes otros planes. ¿Dónde está Elisa?".

"En casa de los Rodríguez con el marido de Yolanda, Alberto, y probablemente atada tan firmemente como Yolanda lo está aquí."

"¿Significa eso que os cambiáis vuestras esposas?", pregunté.

"Sí, lo hacemos, y tratamos de superarnos mutuamente en cómo somos capaces de esclavizar a la esposa del otro. Hay un grupo de nosotros donde las mujeres disfrutan de la esclavitud y del sexo. Quizás quieras probarlo".

Pues bien, Allí estaba yo, sin saber qué decir ni qué hacer. Él tenía sus manos llenas de cuerdas, y una mujer libre delante de sí quien, por lo menos, no había corrido chillando cuando tropezó con su cautiva. Quizás deba decirles unas palabras acerca de esa mujer. Tengo 31 años, soy alta, y me considero bien proporcionada, aunque pienso que puedo resultar demasiado grande. Mis medidas son 37D-25-38. Cuando llevo tacones altos mido casi 170 cms., y llevaba tacones altos ese día. Soy abogada, y había estado en la corte todo el día, por lo que vestía algo más formal de lo que usualmente visto. Llevaba un traje azul oscuro con una falda corta hasta mis rodillas, y una blusa de seda blanca. Debajo, llevaba medias blancas hasta el muslo, y el sostén y la escueta braguita que llevaba también eran blancos.

La cautiva, como ya he dicho, estaba desnuda salvo por las sogas y los zapatos de tacón alto. Encontraba que la situación era sumamente erótica. Su marido había dejado que viniera aquí para ser atada y follada como símbolo de su compromiso. Tenía sus muñecas atadas a la espalda y cruzadas. Sus manos estaban libres, pero no podía hacer nada. Sus tobillos estaban atados a sus muslos, para que pudiera arrodillarse, pero no mucho más.

Cuando Luis me preguntó si quería probar a ser atada me sentí excitada, y me imaginé en el lugar de Yolanda, desnuda y desvalida. Mis piernas me fallaron y sentí que tenía que sentarme.

"Ponle la mordaza a Yolanda, Cecilia.", me instruyó Luis.

Pensé que ella protestaría, pero Yolanda abrió su boca para mí y mantuvo su cabeza erguida para que pudiera ajustarle las correas con facilidad. Lo que verdaderamente me sorprendió fue que casi podía sentir la mordaza y las correas alrededor de mi propia cabeza.

Con dificultad introduje la gran pelota de caucho rojo tras los dientes de Yolanda y enhebillé las correas alrededor de su cabeza de nuevo. Cuando lo hacía pensé en cómo sería ser amordazada así.

Luis debía de saber cómo me sentía, y apareció junto a mí con su manojo de cuerdas y dijo, "quizá debieras quitarte la chaqueta para que no se arrugue."

Mis manos parecieron moverse solas mientras me quitaba la chaqueta del traje, y entonces me sorprendí aún más a mí misma cuando dije, "tampoco quiero arrugar mi blusa y la falda. ¿Estaría bien si me las quito también?".

Por supuesto que lo estaba, y pronto estuve de pie en el salón de mi vecino vestida sólo con mi sostén y mis bragas, las medias y los zapatos de tacón, y acercándome al lugar donde Yolanda nos observaba. ¿Qué diría mi marido si pudiera verme ahora?.

"Pon las manos a la espalda, Cecilia, con las muñecas cruzadas", dijo Luis. "Haremos que esta primera vez te resulte cómoda."

Sentí cómo las cuerdas se apretaban Alrededor de mis muñecas. Entonces Luis tomó otra soga y la anudó sobre mis codos, y entonces tiró hasta que mis codos casi tocaron. Afortunadamente, soy flexible. Miré mis pechos, y tengo que admitir que nunca me gustaron más. A algunos hombres les gusta atar a las mujeres, pero a todas las mujeres les gusta ser atadas. Entonces Luis anudó otra soga alrededor de mis rodillas, y luego ató mis tobillos de tal forma que no pudiera dar más que pasitos muy cortos.

"Ahora la mordaza," dijo. "Tengo una nueva que pienso que te gustará por ser tu primera vez." Primero insertó una pelota grande y blanca en mi boca, y entonces la enhebilló con una correa tras mi cabeza. Otra correa fue debajo de mi mandíbula, y dos más por encima de mi nariz, entre mis ojos. Esta correa continuó por encima de mis cabellos hasta engancharse con la otra correa alrededor de mi cabeza. Entonces ató una de las sogas que sujetaban mis codos a la cima del arnés, obligándome así a levantar la cabeza. Me sentía bien aunque estaba totalmente desvalida. No podía creer lo que había pasado. Sólo una hora antes había sido una abogada importante en una sala de tribunal, y ahora era una muchacha desvalida, atada y amordazada con mis bragas totalmente empapadas.

Luis puso su mano en mi espalda para atraerme hacia él mientras su otra mano daba masaje a mis pechos, y entonces dejó que su mano resbalara por mi cuerpo hasta mi coño, "Está muy mojado", dijo. "Hace mucho que Elisa había pensado que a lo mejor te gustaría la esclavitud, pero yo tenía mis dudas. Supongo que siempre se aprende algo nuevo."

Cuando me tocó comencé a gemir. Nunca me había excitado así, y tan rápidamente, en mi vida. Él me acariciaba suavemente entre mis piernas y me habría encantado que me follase en ese mismo instante. Sin embargo, no lo hizo. Fue a una mesa y escribió una nota, que, acercándose a mí, enganchó en una de las cintas de mi sostén. "Es una nota para Jose", dijo. "Dice que probablemente necesitas ser follada, y que quizá a él le gustaría hacerlo."

Golpeó mi culo con fuerza y me empujó hacia afuera. Con gran dificultad caminé la corta distancia hasta nuestra puerta trasera, agradecida de lo cercanos que estaban nuestros patios. Mi marido estaba esperándome en la puerta, lo cual fue una suerte para mí, porque no sabía cómo iba a abrir la puerta, atada como estaba.

Luis debía de haber llamado a Jose para decirle que podía necesitar ayuda para entrar. Estaba muy asustada pensando que se enojaría. Su esposa acababa de permitir que otro hombre, ¡infiernos, prácticamente había rogado a otro hombre!, que la atara y amordazara, que la acariciase los pechos casi desnudos, y habría permitido que la follase si él lo hubiese intentado. Pero mi marido sonreía cuando abrió la puerta y permitió que yo entrara en casa. "Veo que Luis te ha mostrado algunos de sus trucos. ¿Te cae bien él?", preguntó. Cabeceé con mi cabeza tan entusiásticamente como podía, considerando la tirantez de las correas de mi mordaza.

Entonces mi marido vino a mí y me abrazó, y dijo, "Cecilia, nunca no te había visto tan hermosa. Luis me ha mostrado fotos de Elisa y otras esposas en esclavitud, pero he tenido miedo de comentar el asunto contigo. Pero ahora creo que tendremos mucha diversión. Y la primera diversión que voy a tener será mirar cómo mi esposa desvalida es follada por otro hombre."

Él cogió una de las tiras de mi sostén, y, sacando de su bolsillo un pequeño cortaplumas, cortó la tira a la altura de mi hombro y me quitó el sujetador. Entonces cortó los laterales de mis bragas y me dejó desnuda salvo por mis medias, los zapatos, y, por supuesto, mis ataduras. Entonces usó un rotulador para escribir algo en mi pecho izquierdo, pero, atada como estaba, me era totalmente imposible leerlo. "Volvamos a casa de Luis", dijo.

Me tomó de mi brazo y me llevó fuera, y por tercera vez crucé nuestro patio, cada vez más desvalida y más expuesta. Pensé en qué pensarían los vecinos si me veían desnuda y desvalida como estaba, y eso me puso más excitada.

"Luis", dijo Jose, "Cecilia tiene una nota para ti en su pecho."

Luis se había sentado y acariciaba a Yolanda Rodríguez cuando entramos. Vino a mí y me cogió el pecho y leyó en voz alta: "Estimado Luis, me enviaste atada y semidesnuda, yo vuelvo atada, desnuda, y preparada para que me folles. Cecilia". No podía creer que mi marido hubiera escrito una invitación a otro hombre para que me follara, y además sin consultarme. ¡Qué se había creído!. De cualquier modo, era algo que yo estaba deseando. Desde el momento en que había visto a Yolanda atada en el salón de Luis, mis pezones se habían puesto duros y mi coño se había empapado.

"Jose, me parece que tenemos aquí a dos muchachas que quieren ser folladas, y si yo voy a follarme a Cecilia, pienso que tú deberías follarte a Yolanda."

"Eso suena a una idea maravillosa", le dijo mi marido, "si le parece bien a Yolanda". Vi cómo Yolanda cabecea rápidamente. Por supuesto, estaba tan amordazada como yo, y no podía decir que estaba de acuerdo, pero podía decir que quería que alguien se la follara, y eso lo haría Jose maravillosamente.

Luis me tomó por el brazo y me condujo a un rincón de la sala donde tenía una especie de potro de metal instalado. Se trataba de un poste recto sobre una base ancha con una madera gruesa encima. La madera tenía un cinturón ancho en un extremo y un cinturón más pequeño en el otro. Luis me dobló sobre la madera y ató el cinturón más pequeño alrededor de mi cuello, y luego el cinturón más ancho alrededor de mi cintura. Entonces soltó la soga alrededor de mis rodillas para que pudiera extender mis piernas. Mi marido miraba mientras lo hacía, y entonces me miró a la cara y dijo, "A mí me encantas, Cecilia, y pienso que te encantará esto". Me dio un besó en mi mejilla, ya que mi boca no estaba disponible, y cubrió mi cabeza con una capucha de seda negra, para que no pudiera prever lo que estaba por venir.

Pueden imaginar la imagen que ofrecía, una pelirroja alta con tetas grandes, y pezones tiesos, inclinada hacia delante con los brazos atados por las muñecas y codos, y las piernas tan abiertas como podía. Debía parecer una muchacha que espera ser follada, y, por supuesto, eso era exactamente lo que era.

Sentí una lengua en los labios de mi coño. Lamió cada rincón de mi clítoris hasta que estuve cerca de correrme, y entonces se detuvo. Retorcí mis caderas tanto cuanto podía en mi esclavitud, y gemí a través de mi mordaza. Sólo cuando mi frustración llegó a su cenit sentí la polla de Luis entrando en mí, y mi clímax comenzó. Estoy segura de que, si no hubiera estado apoyada en el potro, mis piernas no me hubieran sostenido porque mis rodillas temblaban sin control. Era la forma más excitante de follar que había experimentado en mi vida, y el pensamiento que estaba desvalida y con mi marido observándome hizo que aún fuera mejor.

Sin embargo, por supuesto tenía que acabar. Ya estaba tan excitada que no podía aguantar mi orgasmo durante más tiempo, y estoy segura de que transmití algo de esa excitación a Luis, porque poco tiempo después sentí que me penetraba hasta el fondo y vaciaba su carga de semen en mi coño. Cuando salió de mí, sentí su semen resbalando entre mis piernas junto con mis propios mis jugos, empapando las cimas de mis medias. Era una “dama” total, completa y absolutamente follada.

Después de descansar un momento, Luis quitó la capucha de mi cabeza para que pudiera ver de nuevo, y entonces me soltó de la posición inclinada, pero no por supuesto de mi esclavitud. Mi marido estaba sentado en una silla acariciando a Yolanda, quien, por supuesto, todavía estaba atada y amordazada. Él la tenía sentada sobre sus piernas, jugueteando con sus pezones, pellizcándoselos, pero también sin perder de vista a su esposa, follada inapelablemente delante de él.

Llevaba atada y amordazada durante más de una hora, y mis mandíbulas y mis brazos comenzaban a dolerme. Luis debía de saberlo, porque él aflojó los arneses de la cabeza y la mordaza de la pelota, y me preguntó si me gustaría que me soltara.

"Creo que todavía no", contesté, "pero me harías un favor si me atases de forma diferente durante un rato. Mis brazos comienzan a molestarme".

"Por supuesto. Creo que ahora sabes que hacemos esto tanto por el placer de la muchacha como por el nuestro propio. Si no hacemos que ambos disfruten de ello, no hay nada que hacer".

Me soltó de mis ataduras y me dio un momento para estirarme. Mi marido apareció frente a mí y me abrazó y dijo, "me ha parecido maravilloso. He deseado verte atada y follada como ahora desde que Luis y Alberto me hablaron sobre lo que ellos les hacían a Yolanda y Elisa".

"¡Ojalá me hubieses preguntado antes!", contesté, "pero no sé qué habría contestado antes de ver a Yolanda atada". "Pienso que habéis despertado un “monstruo” ahora, aunque, creo que no quiero detener esto demasiado pronto".

"Creo que vas a estar muchas veces desvalida en el futuro", dijo, "y muchas veces vas a ser follada por otros hombres mientras miro."

Jose entonces me llevó al otro lado del cuarto, donde se habían atado ganchos al techo, y volvió a atar mis muñecas, esta vez con puños de cuero con cadenas atadas a ellos, y me ató con mis brazos hacia arriba y abiertos, izándome hacia el techo. Apenas podía tocar el suelo con las puntas de los pies si mantenía las piernas rectas, pero entonces mi amoroso marido me puso una barra en mis tobillos, obligándome a mantener las piernas muy abiertas, y yo me balanceé precariamente sobre los dedos de mis pies. Me besó tiernamente, y entonces me amordazó con una especie de mordaza con forma de pene que introdujo en mi boca y que luego enhebilló herméticamente en la parte posterior de mi cuello. Estaba desvalida de nuevo con una polla de plástico en mi boca, pero quería una real en mi coño, y Jose no estaba demasiado cansado como para no ser capaz de “obligar” a follar a su querida esposa.

Dado que yo era casi tan alta como mi marido, una de nuestras maneras favoritas de hacer el amor era de pie, y encajábamos juntos perfectamente. Así que él sólo caminó hasta mí, sacó su polla, y me la metió. Estaba tan mojada y llena del semen de Luis que no hubo ninguna resistencia. Una vez más estaba siendo follada mientras me encontraba totalmente indefensa. Los hombres parecían disfrutar enormemente follando con mujeres desvalidas, y las mujeres siendo folladas con casi nada de trabajo. Era maravilloso, y cuando mi marido terminó yo tenía más fluidos seminales empapando las cimas de mis medias. El volumen me sorprendió, dado que sabía que Jose se había follado a Yolanda mientras Luis me lo hacía a mi. Al parecer, la vista de su esposa desvalida hacía que mi marido se convirtiera en una verdadera máquina sexual.

Después de dos veces cada uno de ellos, los dos hombres se habían cansado un poco, así que nos desataron y nos llevaron al centro de la habitación, donde nos ataron una vez más, ésta vez obligándonos a sentarnos en el suelo con las piernas de la una entre las de la otra, de forma que nuestros coños se tocaran, y más aún cuando, después de pasar una soga alrededor de nuestras cinturas, la apretaron considerablemente, con nuestros brazos atados fuertemente a la espalda, nuestras rodillas atadas juntas, y nuestros tobillos también atados. Nos amordazaron con una mordaza doble, que constaba de dos juegos de arneses completos que tenían dos pelotas juntas, manteniendo así las cabezas de las muchachas juntas por sus bocas, como si nos besáramos. Los hombres salieron y nos dejaron allí, en el suelo, incapaces de comunicarnos excepto por nuestros ojos, y pensé que la mirada de Yolanda me demostraba que había disfrutado de la tarde tanto como yo misma.

Una vez más pensé en cómo mi vida había cambiado sólo desde que había llegado a casa desde el trabajo. Esa misma mañana había sido una buena abogada y esposa fiel, y ahora era una mujerzuela esclavizada, deseosa de ser follada por cualquier hombre que la atase.

Jose y Luis hablaron un rato mientras nosotras seguíamos en el suelo, pero entonces la puerta se abrió y Elisa entró, llevada por Alberto, el marido de Yolanda. Como nosotras dos, estaba desnuda, atada y amordazada. Alberto la llevaba tirando de una correa sujeta a unos anillos en sus pezones, que no me había dado cuenta antes de que tenía. Habría sido después de la última vez que había visto a mi amiga desnuda, o quizás yo sólo no me había dado cuenta de ello. Entonces miré hacia abajo y vi que Yolanda también tenía sus pezones agujereados. Deseé saber si a Jose le gustaría que yo también me hiciera eso, y si sería doloroso. Tenía que admitir que los anillos en los pezones resultaban sumamente eróticos.

Elisa sonrió tanto como pudo tras su mordaza de pelota cuando me vio en el suelo atada junto a Yolanda. Luis le quitó la mordaza y ella me dijo, "Hola Cecilia, veo que has descubierto nuestro peculiar estilo de vida. ¿Te gusta?".

Mis posibilidades de contestar eran limitadas por estar amordazada con Yolanda, pero creo que se hizo una clara idea de mis sentimientos sobre el tema, sobre todo cuando Luis le dijo que había sido follada en esclavitud dos veces esa tarde, una vez por él, y otra vez por Jose.

Los tipos nos soltaron de nuestras mordazas entonces, y todos tuvimos oportunidad de hablar acerca de los eventos de las horas pasadas. Ciertamente querían saber cómo me había sentido, dado que acababa de encontrarme en una situación que yo no podía haber previsto ni haberme preparado para ella. Aseguré a todo el mundo presente que verdaderamente me gustaba el sentimiento de indefensión que sentía mientras estaba atada, y me habían encantado las “atenciones” que los hombres le prodigaron a mi cuerpo. Les dije que nunca había sentido un orgasmo tan intenso como los que había sentido mientras Luis y mi marido me follaban.

Mientras hablábamos los hombres soltaron a las otras mujeres de su esclavitud, y de repente yo era la única en el cuarto desvalida y desnuda. Yolanda y Elisa se habían puesto unas túnicas, pero yo todavía sólo llevaba mis medias, y las sogas, por supuesto, y ésto me hizo sentirme aún más vulnerable entonces, pero también me excitó más. No estaba segura de que alguno de los hombres no quisiera más sexo conmigo, pero esperaba ser follada una vez más esa noche.

Alberto era el único hombre allí que no me había follado todavía, así que le dije, "Alberto, si tú quieres..., no puedo hacer nada para impedírtelo". Mientras, rodé sobre mi espalda en una clara invitación. La vista de una mujer puesta en esclavitud por primera vez lo debía haber inspirado, porque enseguida se desnudó y metió su polla en mi coño.

Yo estaba con mis brazos atados apoyados en el suelo, soportando todo el peso de mi propio cuerpo y el del cuerpo de Alberto, pero el sentimiento de volver a ser follada por otro hombre mientras podía ver el placer en los ojos de mis marido eliminó cualquier incomodidad. Jose se arrodilló al lado mío en el suelo mientras Alberto me empalaba salvajemente, y me besó y me dijo que a él le encantaba yo.

Después pensamos que ya era suficiente por una tarde. Las otras mujeres me soltaron, y Jose y yo nos fuimos a casa, aunque antes nos dijeron que el siguiente fin de semana habría una fiesta por parejas en esclavitud en la casa de Alberto y Yolanda, y que, obviamente, estábamos invitados.

Una vez más crucé nuestro patio, esta vez completamente desnuda desde que por fin me había despojado de mis empapadas medias, que parecían no tener arreglo, y llevando mis zapatos, mi traje, y mi blusa bajo el brazo.

Quería darme una ducha en cuanto llegué a casa, pero Jose me detuvo. "Quiero poder sentir toda la noche lo “mujerzuela” que has sido esta tarde", dijo. "Quiero poder tocar los fluidos fuera de tu coño. Por la mañana podrás limpiarte y volver a ser Cecilia Gómez, abogada. Sólo por esta noche, sin embargo, seguirás siendo una muchacha que ha participado en una orgía de esclavitud".

Y tenía razón, me sentí diferente esa noche. Nunca en mi vida había hecho cualquier cosa parecida antes. No había tenido sexo con nadie salvo con mi marido desde que habíamos comenzado a salir juntos, y ciertamente nunca había sido atada antes, por lo menos no desde que había jugado a vaqueros e indios como una niña pequeña. Tenía un sentimiento de que mi vida sería diferente después de ésto.