Abierta al placer
Su sola mirada me proporciona los mejores orgasmos de mi vida. Pasión, lujuria, placer y ternura.
Cuando tenía ocho años mi madre me regaló un cubito que contenía una pasta fucsia gelatinosa que hacia ruidos extraños cada vez que metías los dedos en ella. Una tarde jugando a pasarnos la viscosa masa cual pelota de goma, mi hermana me la tiró tan fuerte que se quedó colgando del techo. Después de una hora intentado bajarla de ahí al final conseguimos cogerla pero aquella cosa del demonio dejó una enorme y horrenda mancha rosa en el techo blanco impoluto de mi cuarto. Mi madre, por supuesto, poco tardó en castigarnos sin paga y merienda una semana entera, pero lo que más me fastidió fue que no limpió aquel rastro asqueroso que parecía burlarse de mí cada vez que lo miraba
Ahora, sin embargo, mientras Fran me embiste repetidamente con su polla sin ningún arte, pasión o ritmo alguno me doy cuenta de que esa mancha que aún hoy, doce años después, me devuelve la mirada se ha convertido en un pequeña aliada mía. Una aliada que me ayuda a pasar los pequeños “placeres” de la vida que tan poco parecen gustarme.
Fran no es mi novio. Tampoco es mi amigo. La verdad es que apenas puedo considerarlo un follamigo porque lo único que hacemos es follar. Lo conocí hace dos meses en el bar donde trabajo. Al parecer era un cliente habitual al que yo había servido más de una docena de veces, pero nunca he sido extremadamente buena con las caras. Aquel día intentó entablar una conversación conmigo, me hizo reír y me esperó hasta que cerré el bar. Diez minutos más tarde estábamos en una posición no muy diferente a la de ahora torturando a los muelles de mi cama y con mi mirada clavada en la mancha deforme rosa de mi techo.
No se muy bien porqué sigo follando con Fran. Creo que sólo me ha producido nueve orgasmos desde que empezamos a acostarnos. Nueve orgasmos en dos meses. Teniendo en cuenta que hacemos esto unas cuatro veces por semana yo no lo llamaría precisamente un éxito. Ayer mientras me depilaba porque sabía que Fran vendría hoy, me preguntaba porqué demonios seguía haciéndolo. La respuesta fue sencilla: me ayuda a matar el tiempo.
Mi hermana consiguió entrar en la universidad el año pasado y mi madre lleva tres enterrada en el cementerio de su pueblo natal junto a mi padre, como siempre habíamos planeado. A veces me da pena que no haya podido contemplar el logro de mi hermana pero casi siempre tuve la sensación de que mi madre estuvo los últimos años de su vida rezando para que aquella noche fuese su última. Era una romántica, mi madre, más enamorada con la idea del amor que con el de mi padre. Pero ahora sé que están juntos y que mi madre está feliz, lo que a mi me aporta felicidad y soledad a tiempos iguales.
Fran me está mordiendo y babeando de una forma muy poco atractiva la curva de mi cuello y eso significa que se va a correr. Hoy ha sido mi día de suerte y la novena vez que ha merecido la pena tener a Fran dentro de mí. Me he corrido como no lo había hecho nunca, aunque poco ha tenido que ver mi éxtasis con las habilidades sexuales de aquí mi baboso compañero.
Ha sonado el timbre dos horas antes de la hora a la que había quedado con Fran así que estaba envuelta en una toalla recién salida de la ducha, con el pelo empapado de agua y los pies descalzos. Cuando he preguntado quién era por el telefonillo me han dicho que correos, así que he abierto y me he olvidado del asunto. Al dirigirme a la cocina a hacerme un café han tocado a la puerta y pensado que el pobre de correos debía tener prisa he abierto tal cual estaba, toalla en la cabeza incluida.
Al otro lado estaba Fran, con su metro ochenta, a penas un par de centímetro más alto que yo, y su familiar despeinado y rizado pelo rubio. Traía un paquete a la altura de su cintura y mientras me deleitaba con una sonrisa de lunático pervertido ha destapado la caja desvelando su polla erecta de proporciones corrientes. No he podido evitarlo y me he echado a reír.
Fran ha tirado la caja a un lado y se ha bajado los pantalones hasta las rodillas. La puerta seguía abierta. Me ha quitado la toalla del pelo sin mucha suavidad pero sin hacerme daño, la del cuerpo me la he desenrollado yo. Me ha dado un corto repaso con la mirada y me ha cogido de las nalgas mientras yo me impulsaba para rodearle mis piernas al rededor de la cintura. He empezado a rozar mi sexo con el suyo y ha sido entonces cuando me he dado cuenta de que un par de ojos de color azul oscuro me devolvían la mirada desde el pasillo.
He abierto los míos, sorprendida, pero no he hecho ni he dicho nada para evitar que Fran se diera cuenta y parase de deslizar sus dedos desde la raja de mi culo hasta llegar a mi coño. Mi coño, que estaba más seco que la mojama y era mi socio de polvos el que se lo iba a tener que currar mucho para que empezase a lubricar, pues no estaba de humor y poco me afectaba ya su presencia. A todo esto, aquellos ojos extraños han empezado a destellar con pasión y lujuria mientras un leve rubor empezaba a cubrir las perfectas mejillas que acompañaban a su perfecto rostro.
Fran ha cerrado la puerta con el pie pocos segundos después de que la persona desconocida que estaba clavada en la entrada de mi casa haya conseguido que me mojara entera con una simple media sonrisa. Mi culo se ha topado con la mesa del recibidor mientras dos sorprendidos dedos entraban en mí sin ninguna dificultad y mis gemidos salían de mi garganta a altos decibelios con la intención de que cierta persona de ojos azules supiera que llevaban su nombre. Una vez el miembro de Fran ha entrado en mi vagina sólo he necesitado dos embestidas para que el mejor orgasmo de mi vida invadiera cada centímetro de mi piel. He cerrado los ojos y como si se me la hubiera tatuado en la retina he visto su hermosa y sonrojada cara una vez más.
A Fran le gusta hacerlo en la cama encima mío así que me ha llevado hasta ella estando aún conectados y ha seguido su faena mientras yo me he dejado hacer. Y así estamos ahora, él corriéndose dentro y yo contemplando la mancha del techo preguntándome quién será ese sujeto que me ha dado la mejor experiencia sexual de mi vida sin apenas haberme tocado. Fran se tumba al lado mío mientras respira a trompicones.
“Natalia, joder, hoy te has salido”
No digo nada y cojo un pañuelo para limpiarme su semen que ya resbala por mis muslos.
“Estás buenísma, ¿lo sabías?”
“Hmm”
Cojo un tanga negro y un sujetador azul oscuro que me recuerdan a los ojos del chico misterioso. Me las pongo y me dirijo a la cocina para hacerme algo de comer. Fran viene detrás poniéndose su vaquero. Yo le examino. Tiene más pelo en el pecho de lo que a mi me resulta atractivo pero aunque no tiene músculos definidos se le ve firme y terso. Los ojos los tiene de un aburrido color marrón y su rostro no es perfecto pero sí agradable a la vista. Casi no tiene culo. Me doy cuenta de que me está mirando fijamente y aparto la vista.
“Oye, se que como siempre me vas a decir que no, pero a lo mejor podríamos ir a alguna parte. Conozco un restaurante que no está mal a unos diez minutos de aquí. Podría invitarte a comer…”
“No puedo, tengo cosas que hacer.” Respondo automáticamente. Esta no es la primera vez que me dice de ir a algún sitio y aunque a mi me parece que he dejado mi respuesta al respecto bien clara, el parece no darse por vencido.
“Pero si total habías quedado conmigo en una hora.” Sonríe y se le iluminan los ojos. “Poco ibas a hacer en este tiempo. Déjame llevarte a algún sitio, anda. Aunque sólo sea para devolverte de algún modo las cervezas que te he ido cogiendo todos estos días.”
Mierda. Me quedo mirando su cara. El muy cabrón lo ha hecho a posta. Me giro y empiezo a coger verduras de la nevera.
“Tengo que acabar una redacción para mañana.” La tengo que entregar el jueves. “Esta hora puede ser crucial para balancear mi nota desde un bien a un notable, y si nadie me molesta durante lo que queda de domingo a lo mejor el excelente también entre en mis posibilidades.”
“Pues si de verdad estás tan agobiada por el tiempo podría hacer yo la comida. Tu puedes seguir con tu trabajo y yo te aviso cuando el festín esté listo”
No se de dónde saca las ganas de torturarse a sí mismo pero si esto sigue así tendré que acabar con esto, lo que acabaría con mi único pasatiempo semanal, por muy triste que eso sea.
“Mira, Fran, ya te lo he dicho antes: cuando escribo necesito estar sola.” Eso es verdad. Siempre he necesitado irme a mi mundo cuando escribo, incluso cuando mi madre estaba viva. Intentaba aprovechar cada minuto que salía a comprar o a pasear o a jugar al chinchón con sus amigas para escribir aunque fuesen dos párrafos. “Además, no quiero estropear esto que tenemos. Es fácil y no tiene complicaciones.”
“Pero Nat, yo…”
“Natalia. Me llamo Natalia” Mi padre es el único al que he dejado llamarme así. Oírlo desde otros labios hace que me chirríen los dientes.
“Vale, perdón, Natalia. Es que creo que después de tanto tiempo podríamos intentar incorporar alguna que otra complicación extra a nuestra relación, ¿no? Tal vez podría funcionar. Seguir como estamos ahora, si quieres: igual de fácil, igual de sencillo, pero con una cenita de vez en cuando, o una peli y unas cervezas antes de nuestro increíble y agotador sexo salvaje, o incluso sólo unos minutos de más en la cama. Después de haber terminado, digo.”
¿Relación? ¿Cenita? ¿Sexo salvaje? ¿He estado follando con esta persona a lo largo de estos meses? Claro, el muy listo se ha corrido en cada maldito polvo que hemos echado. Joder. Y ahora quiere complicar las cosas. No. Ni hablar. Me está mirando expectante y yo aún no he abierto la boca. Me giro, cojo un cerveza de la nevera y estiro mi brazo ofreciéndosela. No la coge.
“Fran, no tengo tiempo para esto. Te dejé muy claro lo que quería y tu accediste a ello. No puedo darte más. O lo tomas o lo dejas.” Miro expectante la lata esperando a que desaparezca, pero no lo hace, sigue ahí, congelándome los dedos.
“Natalia, es que yo…”
“No. Lo siento, pero no. Tienes dos opciones,” dejo la lata en la isla de la cocina. “Puedes coger la cerveza, irte y volver el martes; o irte y no volver más. Tú decides.”
“Pero yo…”
“Por favor, Fran.”
Me giro y empiezo a pelar un par de patatas. Oigo como Fran inspira fuerte y deja salir el aire lentamente. Noto sus ojos clavados en mi espalda. No puedo hacerlo, no puedo dejar que entre en mi vida así como así. No es que me caiga mal pero no me agrada pasar más tiempo del necesario con él: es pesado, demasiado sobón y la manera en la que siempre se está rascando la ceja me pone enferma. Noto como sale de la habitación y se dirige a mi cuarto a coger sus cosas. Cojo una zanahoria y la empiezo a lavar. Pasos, pasos, pasos. Se detiene justo antes de abrir la puerta de la calle.
“Adiós, Natalia”
Portazo. Dejo la zanahoria en la encimera, se me ha pasado el hambre. Me giro y veo que la lata sigue ahí. Buena decisión, esto ya no iba a ninguna parte: yo no le estaba dando la relación que él quería y el, desde luego, no estaba satisfaciendo mis necesidades. Lo peor de todo es que no me importa lo mal que pueda estar Fran, desde que los he visto no he podido dejar de pensar en esos ojos azul oscuro que me miraban con lascivia desde el rellano de mi puerta y me han hecho mojar las bragas. Joder, sólo de pensarlo las estoy mojando ahora.
Bajo mi mano y meto los dedos dentro de mi tanga. Nunca me ha apetecido masturbarme después de estar con Fran porque siempre acababa con una incómoda sensación en el cuerpo, pero hoy siento que no ha sido Fran quien ha estado dentro de mí. Empiezo a deslizar dos dedos por mis suaves y empapados labios mientras cierro los ojos y me imagino el pene de mi amigo mirón: tenso y rosado, con un glande caliente y suave, y de unas proporciones perfectas. Necesito tenerlo dentro, necesito notar como su piel se desliza por la mía, necesito que olas de placer me envuelvan por la fricción de su polla en mi vagina.
Abro un ojo y veo la zanahoria en la encimera. No me permito pensarlo y la cojo, coloco su parte fina y delgada en la entrada de mi coño y la restriego por mis labios para que se lubrique con mis jugos. Empiezo a gemir y mientras meto poco a poco el mástil naranja por mi ranura, me quito con la otra mano el sujetador y empiezo a masajearme el pezón izquierdo. ¡Oh sí! Señor, ¡qué gusto! Aumento el vaivén y mi respiración se acelera. No paro de gemir.
Voy caminando hasta la isla, aparto la lata y me inclino hasta que mis tetas tocan la fría madera de la mesa. Cojo mi improvisado consolador desde detrás y acelero el movimiento. Noto como el éxtasis es inminente mientras con el dedo corazón de la otra mano hago pequeños círculos en mi clítoris. Mmmh, ¡Sí! Oh, joder. ¡Sí! Mi cabeza me da vueltas y mi cuerpo se estremece de placer. Ha sido el mejor orgasmo que he tenido, superando incluso al que acababa de batir todos mis récords hace tan sólo unos pocos minutos. Mi corazón se me va a salir por la boca.
Dejo que la hortaliza resbale hasta caer al suelo con un sonido sordo y me vuelvo a preguntar quién coño era el chico del pasillo y cómo demonios hago para que entre en mi vida.