Abducido 3.0 - Segundo veredicto
Continua el juicio y esta vez el fracaso se pagará caro
… Un rayo de luz me ilumina mientras aun trato en vano de mover mis brazos. Está entrando a través de la ventanilla de la ambulancia. Estoy sujeto a la camilla y a mi alrededor escucho ruidos de tráfico. ¿Qué está pasado? ¿Que me sucede?
Me siento como en un sueño pero puedo sentir el movimiento. Cuando el vehículo pasa por un tope o gira, lo siento en mi cuerpo. ¿A donde me llevan?... Pronto lo averiguo: La ambulancia se detiene y la puerta se abre. Los dos paramédicos me sacan. Estamos en un hospital. Se ve algo viejo y no lo reconozco. ¿A donde me llevaron? Puedo oler humo en el aire. ¿Pero de donde proviene? Odio ese olor. Un hombre vestido de médico se aproxima. Alto y afibrado, tiene aspecto latino.
“¿Que tenemos por aqui?” pregunta con voz masculina y firme
“Hombre de 28 años, se desmayó en una tienda. Presentó alucinaciones y un ataque de pánico. Tuvimos que sedarlo y someterlo para traerlo aqui” informa Julio con tono maquinal.
“Entiendo. Hoy tenemos a Emergencias saturado con casos más graves. Llévenlo a cuidados intensivos por ahora. Le diré a la enfermera que lo mantenga en observación y estaré con él tan pronto pueda”
Los dos paramédicos me conducen a traves de los blancos pasillos. Finalmente llegamos a una habitación. Me desatan y me mueven a una cama. Luego proceden a quitarme la ropa. Estoy muy débil para intentar luchar. Aunque estuviera sano, no sería rival para ellos, de forma que me resigno mientras me despojan de mi camisa, zapatos, pantalones. Al momento de quitarme los boxers, Victor jala con demasiada fuerza y los desgarra.
“Ups… bueno, no los vas a necesitar aqui” dice casualmente. Los arroja a una bolsa, junto con el resto de mi ropa. Mientras Julio me vuelve a sujetar con correas (por si acaso, menciona) y me tapa con una sábana ligera, alcanzo a ver a Víctor tomar la bolsa y echarla a un bote de basura… o eso me pareció ver.. Aún estaba mareado. Los dos hombres se alejan, lanzándome una mirada maliciosa y corren una cortina para darme un poco de privacidad. Escucho sus pasos alejándose y me vuelvo a sumir en un estupor.
No sé cuanto estuve en ese estado cuando me despierto. Sigo en la cama. La sábana se ha deslizado y caído al suelo. Con las correas limitando mis movimientos. Sin embargo, noto que una de ellas está floja. Comienzo a luchar… quizá si me esfuerzo pueda soltarla. Mi brazo derecho se inflama de venas mientras forcejeo. Empiezo a jadear y a sudar. Mi cara se pone roja del esfuerzo… finalmente me rindo y colapso. Respiro hondamente y de nuevo siento el olor del humo golpear mi garganta, haciéndome toser con fuerza.
En ese momento se descorre la cortina y aparece un enfermero, delgado pero de ancha espalda. Su piel morena resalta contra su cabello castaño. Se ve amigable y me da una sonrisa de simpatía. Me saluda y hace algunas anotaciones en su tabla.
“¿Puedes decirme qué sucede?” le pregunto desesperado “Estoy muy confundido”
“Sólo relájate. Soy enfermero en este hospital. Puedes llamarme Marco. Vine a tomar tus signos vitales y a prepararte para algunos exámenes” dijo, mientras me colocaba un termómetro bajo la axila, aparentemente ignorando que estuviera desnudo
“¿Qué exámenes?”
“Si… el Dr Rubio, el que te recibió hace rato, ha visto el reporte de los paramédicos y quiere correr algunos exámenes para poder diagnosticarte”
Marco termina de tomarme la temperatura, el pulso y la presión. Lo hace todo con calma y con gentileza, lo cual me relaja, aunque sea un poco.
“Disculpa la pregunta, sé que es raro pero ¿tú no notas un olor a humo?”
“No, para nada”
“Es que… desde hace rato huelo a humo, como si algo se quemara… o como si alguien fumara… no puedo explicarlo”
“No es nada. No se permite fumar en el hospital y te aseguro que nada se quema tampoco”
Marco se acerca a una gaveta y saca un bote de aluminio. Se acerca y agita el bote. Aprieta y un grumo de espuma le cubre la mano. Extiende la espuma por mi pecho y estómago
“No te preocupes” dice al ver mi expresión de sorpresa “Es sólo crema para afeitar. Te haremos varios estudios, incluyendo un electrocardiograma. Es más facil si estás depilado. Quédate quieto, no te vaya a cortar” me mira con burla “¿O debo traer a dos brutos para que te sostengan?”
Yo he tenido un cuerpo velludo desde la adolescencia. Estoy muy orgulloso de eso. Me hace ver mas fornido y muy masculino. A veces lo rasuro un poco pero jamás me imaginaría rasurarlo por completo. Pero no tengo opción de negarme ahora. Marco pasa el rastrillo hábilmente y con prestancia. Va retirando el vello con una toalla húmeda hasta dejar mi torso totalmente lampiño.
“No fue tan malo, ¿verdad? Ahora aguanta. Esta parte es un poco incómoda” toma una torunda de algodón y la moja en un líquido de olor penetrante. Pensaría que es alcohol aunque no huele exactamente igual. Me moja por todo el pecho. Luego toma una toalla gruesa y comienza a frotarme. Lo hace con más rudeza de lo necesario y me saca uno o dos quejidos de dolor pero no me quejo. Él es el médico y sabe lo que hace. Al terminar me ha dejado la piel roja.
“Volveré en un rato para realizar los exámenes” me dirige otra mirada y se retira, corriendo la cortina. Ni siquiera se tomó la molestia de volver a cubrirme con la sábana. De hecho, al ver hacia el suelo, me doy cuenta que la sábana ya no está.
Pasa el tiempo. La irritación de mi pecho me da comezón pero no puedo aliviarla. Mi mente divaga, confusa por los extraños acontecimientos del día. Me siento tan indefenso… De pronto oigo pasos nuevamente y la cortina se abre. Ingresa una enfermera, rubia, ojos azules y muy curvilínea. Me enrojezco de verla entrar, consciente de mi desnudez. Pero ella parece ignorarlo. Toma la tabla y comienza a hacer algunas anotaciones. Se acerca a mi, sonriendo y con una lámpara me ausculta los ojos y los oídos.
“Todo parece estar bien aqui” menciona. Luego me dirige una mirada a mi cuerpo desnudo, de pies a cabeza “De hecho, parece estar muuuuy bien”. Y guiña un ojo.
Me ausculta por debajo del cuello. Luego usa el estetoscopio para oir mis latidos, que se están acelerando por momentos. Toca mi abdomen, la típica rutina de revisión médica. SE detiene un momento y me mira a los ojos. Sonrie pero esta vez es una sonrisa pícara, de quien se dispone a hacer una travesura.
“Espero que no te importe pero esta parte me llamó la atención” susurra y toma mi pene entre sus manos. Comienza a sobarlo suavemente. Yo estoy sin palabras. La situación es increíble. Me recuerda a una pelicula porno que tengo en casa, “Enfermeras traviesas” o algo así. Nunca pensé que me pasaría algo asi en la vida real. Ella comienza a masturbarme. Es como una fantasia, como un sueño húmedo hecho realidad. Me pondría como roca al momento… Excepto que no es así. Mi verga no despierta. No me siento excitado en absoluto. Lo mismo podría estar viendola batir una cuchara. Al final ella deja mi pene y se retira unos pasos. Toma la tabla. Hace unas anotaciones como si nada hubiera pasado.
“Lo siento” le digo disculpándome “Creo que estoy un poco sacado de onda por lo que está pasándome. Nunca me había sucedido”
“¿De qué hablas? ¿Qué es lo que nunca te había pasado?” me pregunta, extrañada
“Ya sabes… que no se me parara”
“¿Disculpa? ¿De qué me hablas?” replica ella, con un tono y una expresión de auténtica confusión. “No tengo idea a qué te refieres”
¿Que me pasa? ¿Acaso fue otra alucinación? Mi cabeza me da vueltas… de hecho demasiadas vueltas… la luz de la habitación empieza a parpadear… fluctúa. Se prende, se apaga… se prende, se apaga. Y de pronto, estoy de vuelta en la gruta.
En un instante estaba en la cama del hospital y con la enfermera. Al instante siguiente estoy arrodillado en la caverna, sintiendo el frio sobre mi cuerpo desnudo y enteramente lampiño, ni siquiera tengo pelo en la cabeza ni la cara, en ese escenario sombrío salido de una película de terror. La violencia del cambio me da náuseas. Las alucinaciones están empeorando. Espero que la gente del hospital pueda ayudarme…
El fuego de los dos braseros brilla con ese fulgor blanco. Sin embargo, veo que ahora el brasero derecho ilumina con más fuerza mientras que el izquierdo se ha atenuado bastante. Con la mayor luz del lado derecho, puedo ver mejor al grupo de gente que se ubica por ahi, mientras que del otro grupo, el de la izquierda y más pequeño, sólo puedo inferir que son todos hombres.
Parpadeo, sin dar crédito a mis ojos. El grupo grande de la derecha también esta compuesto únicamente por hombres, que están completamente desnudos. Excepto… excepto por un collar que cada uno de ellos lleva al cuello y algo, no sé qué, que les cubre el área genital. No es ropa interio. Es algún tipo de objeto duro… Todos son hombres jóvenes. Ninguno excede los 30 años. Todos están en la misma posición: Arrodillados, con la cabeza agachada y sus manos en la espalda, en posición sumisa.
Volteo la mirada al Tribunal y su voz resuena nuevamente.
“Las siguientes dos características de un Hombre son su Fuerza y su Hombría. Ambas virtudes emanan y complementan su Valor y Decisión. Un Hombre cultivará su cuerpo para ganar vigor, poder, resistencia. El débil cultivará su cuerpo sólo por vanidad”
Aparece la proyección del hospital. Ahi estoy yo, en la cama, tratando con todas mis fuerzas de soltar las correas y luego desistir.
“Ehhh…. Eso no es justo… Nadie podría zafarse de eso. Además yo entreno todo el tiempo” protesto.
La figura me contempla por algunos instantes.
“En efecto, es aparente que esta criatura ha pasado tiempo cultivando su cuerpo y de hecho ha logrado un físico hermoso. Pero es únicamente apariencia, sin esencia. Y al estar en una situación donde su fuerza le hubiera dado la libertad, se ha rendido casi de inmediato. Claramente este ente carece de Fuerza” y se mueve hacia mi, con el brazo de frente.
De entre los pliegues de su túnica sale algo. No es su mano, sino lo que empuña… es una espada. Una espada plateada y refulgente. Yo intento incorporarme y escapar pero los guardias me empujan por los hombros, haciéndome caer de rodillas nuevamente. Uno de ellos se coloca detrás de mí y sujeta mi cabeza hacia arriba. La fuerza de estos sujetos es inmensa. Me siento asustado, dominado por un sentimiento de indefensión frente a algo grande y desconocido, como un instinto primitivo que me atrapa, quiero huir, quiero escapar y grito, grito alaridos sin palabras. El Tribunal me apunta con su espada justo hacia mi cuello.
“Un Hombre con Fuerza es un líder y un líder requiere una voz alta y sonante para dar sus órdenes, para comandar a su gente. Su voz es su Fuerza. Los débiles, aquellos que carecen de Fuerza, están para escuchar y obedecer, no para ser escuchados. Seguir órdenes, no emitirlas. Por tanto, decreto que esta criatura pierda su voz, para que así pueda aprender mejor a escuchar y obedecer”. El tono profundo de la voz es tan poderoso que me ha hecho callar mis alaridos previos… En un momento entiendo bien lo que dice: La voz del poderoso calla al débil...
La espada se aproxima y la punta casi toca mi cuello, apenas a un milimetro de mi piel. Siento algo ardiente que emana de ella, que envuelve mi cuello, condensándose hasta casi sentirse como algo físico. Mi garganta comienza a arder, como si hubiera ingerido ácido. El Tribunal se retira. Los guardias me liberan. Me llevo las manos a la garganta. Me ahogo. Debo respirar. Intento gritar… Ningún sonido emerge. Grito. Grito con todas mis fuerzas. Estoy completamente mudo. El ardor va cediendo. No me rindo e insisto. De a poco, algún sonido comienza a formarse… muy leve… muy débil. Concentro mis fuerzas y finalmente lo logro. Un sonido gutural e inarticulado sale de mis labios. Apenas un gemido como el que un animal podría lanzar. No parece humano y definitivamente esta muy lejos de ser palabras. Lucho para lograr algo mejor pero parece ser mi límite, ese gemido apagado e implorante.. Frente a mi, el Tribunal observa mis esfuerzos y me estudia aún más allá. Finalmente yo he dejado de luchar. Respiro en silencio, expectante a sus palabras… temo, pues aun falta la otra característica de la que habló… la Hombría
“Un Hombre es deseable a otras personas, sean hombres o mujeres y él los desea según sus gustos y preferencias. Cuando algo que él desea se le ofrece libremente, el Hombre lo tomará y gozará la ofrenda”
Las imágenes surgen. Ya no me sorprende el truco. Veo a la enfermera del hospital acariciando mi cuerpo, tomando mi verga y masturbándome. Mi cuerpo no responde. Mi pene está dormido y flácido a pesar de sus atenciones.
“A esta criatura se le presentó una situación nacida de sus propias fantasias y aún así fue incapaz de excitarse con ello”
No puedo protestar, ahora que he perdido la voz. Pero estoy seguro que esa escena no pasó, estoy seguro que fue una alucinación.
“Las proezas y el vigor sexual de un Hombre son la prueba de su Hombría. Los genitales de este ente, en cambio, son incapaces de semejante vigor. Claramente carece de Hombría” sentencia el Tribunal. Yo trago saliva, temeroso de lo que viene a continuación. “Sellemos los inútiles genitales de este ser, para que él pueda encontrar una fuente de placer más adecuada a su condición inferior”
Uno de los guardias me sujeta por detrás y me obliga a levantarme. Me hombros y con la rodilla me empuja la espalda, haciéndome sacar la pelvis hacia adelante. Mi pene flácido cuelga indefenso. El segundo guarda se aproxima con algo en la mano. Dos objetos. Uno es un anillo y otro es una varilla de metal enrollada en forma de tubo. Coloca el anillo en torno a mis testículos e introduce mi pene flácido en el tubo de metal. Cuando las dos piezas se tocan resuena un tintineo y algo sucede. Las dos piezas cambian de forma. Como si fuera mercurio líquido, el metal de ambas se derrite y se fusiona y luego se solidifica nuevamente. Sin llaves, ni cerraduras, las dos piezas ahora forman un todo, una sola pieza sólida como si jamás hubieran existido por separado ¿Cómo es posible? Los guardas me liberan
“Intenta tocarte” ordena el Tribunal. Me apresuro a obedecer sin siquiera pensarlo. Con los dedos toco el metal que encierra a mi pene pero no puedo tocar la piel. Le doy un jalón al objeto, trato de retirarlo, sin éxito. Lo que una vez fue un anillo y un tubo se ha convertido en un único objeto en forma de caparazón, muy compacto y estrecho, que deja a mi pene y a mis testículos totalmente fuera de mi alcance. No hay forma que pueda quitármelo sin arrancarme los huevos.
Siento el peso del metal en mi ingle. No es incómodo pero es suficientemente pesado para no poder ignorarlo, para recordar que siempre está ahi. En la parte inferior del caparazón hay una estrecha ranura, para permitir el paso de la orina, supongo. Había escuchado sobre las jaulas de castidad pero nunca había usado una ni visto algo parecido a lo que ahora tenía.
Volteo la vista al grupo de hombres desnudos, lampiños y arrodillados al fondo derecho de la caverna. Siguen estando demasiado en penumbra para verlos con claridad pero ahora sé que el objeto que usan en los genitales es el mismo que ahora yo tengo.
“No puedes tocarte ni manipular tus inútiles órganos” anuncia el Tribunal. “Si tuvieras una erección, no hallarás placer, sino incomodidad o dolor, debido a la estrechez de la jaula. Pronto, tu cuerpo aprenderá y dejarás de tener erecciones. Eventualmente, tu órgano sexual se marchitará y encogerá por falta de uso, se hará pequeño, insignificante e incluso tú mismo olvidarás su existencia”
El Tribunal da la vuelta y se aleja de mi. Los pliegues de su túnica se agitan con el movimiento y me golpean la cara… la oscuridad me envuelve...