Abandonadas 5

¿cómo podía haberse equivocado tanto? Había visto lo cariñosa que era Kia con sus amigos y su familia. ¿Por qué Kia no estaba dispuesta a darle una oportunidad?

Durante varios días Zorro y Kia se dirigieron la palabra sólo cuando era necesario. Zorro estaba llena de dolor y no sabía qué hacer para remediarlo y Kia estaba muy confusa y asustada. Aunque intentaba no pensarlo, su mente volvía una y otra vez a la noche en que Zorro había acudido a ella. Zorro no le había hecho daño, de hecho, había intentado que estuviera a gusto, pero Kia estaba tan asustada que no había sabido qué hacer. Por un lado, Kia tenía miedo de Zorro, pero por el otro, tenía miedo de que Zorro la devolviera a casa con deshonra.

Los días se fueron haciendo más cortos. Kia advirtió que cada vez con más frecuencia, Zorro volvía a casa y caía exhausta en las pieles de la cama, a veces sin molestarse siquiera en saludar a Kia. Generalmente se había ido antes incluso de que Kia se despertara. En días así, Kia sentía la soledad y desolación absolutas de vivir fuera del campamento de invierno como si tuviera un puñal clavado en el corazón. No tenía a nadie con quien hablar y a nadie con quien compartir las cosas. Sólo una compañera que tenía que hacer un esfuerzo para decirle dos palabras seguidas.

Zorro sufría tanto como Kia, si no más. Quería disculparse por empeñarse en que Kia se uniera a ella, pero la idea de volver a estar con ella nunca estaba muy lejos de sus pensamientos. Cada vez que la miraba, sentía la necesidad de estar más cerca de ella, de tocarla de alguna manera. Lo único que se lo impedía era la promesa que había hecho llevada por la rabia y la vergüenza.

Sin embargo, a medida que los días se acortaban, Zorro empezó a temer que Kia la dejara. Al principio eran pequeños detalles. Kia la observaba cuando creía que Zorro no miraba. Se sobresaltaba cuando Zorro se acercaba demasiado. Seguía ocultándose al quitarse la ropa para lavarse. Y murmuraba en sueños. Fueron estos detalles los que impulsaron a Zorro a olvidar su rabia con la esperanza de conseguir que Kia se quedara con ella. La idea de que Kia se marchara hacía que Zorro se sintiera como si nunca más pudiera volver a entrar en calor.

Zorro introdujo el cuchillo por la piel y luego cortó las patas del conejo y se las dio a los perros. No tenía la mente en lo que estaba haciendo, pero eso no suponía el menor peligro para Zorro. De ser necesario, podía cazar y desollar conejos en plena tormenta de nieve. Su mente estaba concentrada únicamente en Kia. Deseaba tanto estar con ella... ¿cómo podía haberse equivocado tanto? Había visto lo cariñosa que era Kia con sus amigos y su familia. ¿Por qué Kia no estaba dispuesta a darle una oportunidad? Las palabras de Lobo Negro flotaban ominosamente por encima de Zorro desde el día en que las pronunció. Una vez más, Zorro se sintió llena de rabia al pensar en Kia, su compañera, yaciendo con Lobo Negro, dándole a él el placer que se negaba a darle a ella. De repente, Zorro se quedó helada, levantó la vista para mirar el desolado cielo gris y a sus perros, sorprendentemente silenciosos, y se esforzó por contener las ganas de llorar.

En su cabeza, se repitió una pregunta a la que nadie salvo Kia podía responder. ¿Por qué no puede amarme?

Kia metió el trozo de grasa de ballena en la lámpara y encendió la mecha. Apartándose del fuego, colocó la pequeña lámpara junto a la plataforma de dormir de Zorro. La lámpara le daría a Zorro un poco más de calor y luz que el fuego situado en el centro de la estancia. Zorro había adquirido la costumbre de sentarse ahí en lugar de junto al fuego para limpiar sus trampas. Kia sabía que era para no tener que estar cerca de ella y eso la hacía sentirse dolida y confusa. Fue a la puerta y apartó la gruesa piel.

Se quedó mirando las interminables llanuras de nieve. Todavía no había señales de Zorro. Suspirando, Kia volvió a su labor de costura, con el ceño fruncido de preocupación. Su mente empezó a flotar y cerró los ojos para entregarse a la que ya era una fantasía habitual. Estaba desnuda encima de Zorro, sus cuerpos se movían a la vez, Zorro tenía las manos hundidas en su pelo y le susurraba palabras de amor al oído.

Kia notó que se le formaba una sonrisa de satisfacción en la cara al ver claramente la expresión de placer que inundaba el rostro de Zorro.

—Kia.

Kia bajó de un salto de la plataforma de dormir y corrió hacia Zorro. Levantó las manos para ayudar a Zorro a quitarse el abrigo, pero recordó cómo la había regañado en una ocasión anterior y retrocedió rápidamente, dejando caer nerviosa las manos a los lados.

—No, ayúdame... por favor. —Zorro miró fijamente a Kia, acercándose para dejar que la ayudara a quitarse la pesada prenda. Zorro cerró los ojos al pensar que olía la piel cálida de Kia.

—¿Estás bien, Zorro? —preguntó Kia tímidamente.

Zorro tragó con dificultad bajo la presión de los interrogantes ojos azules de Kia.

—Sí, estoy bien.

Kia asintió y siguió ayudando a Zorro a quitarse las prendas externas, notando con cierta preocupación que Zorro estaba temblando.

—Tal vez deberías sentarte junto al fuego.

Kia estaba preocupada por Zorro, pero al mismo tiempo se alegraba de que estuvieran hablando. Zorro se acurrucó de buen grado junto al fuego. Consiguió no sobresaltarse cuando Kia le puso el gran abrigo de piel de oso alrededor de los hombros. Había intentado evitar tocar el abrigo desde la noche en que había obligado a Kia a unirse a ella.

—¿Tienes hambre, Zorro?

Zorro no podía mirarla. ¿Por qué estaba siendo tan amable con ella? ¿Por qué no se marchaba de una vez y le decía a toda la aldea que Zorro no la satisfacía? Zorro sacudió la cabeza y siguió contemplando el fuego.

—Te... te he hecho esto. —Kia le entregó con timidez una pequeña bufanda de pieles que había cosido unas con otras. Era casi tan larga como Zorro y Kia la había doblado cuidadosamente—. Es... es para que no se te enfríe la cara cuando conduces el trineo.

Zorro cogió la bufanda y la acarició delicadamente con los pulgares, llevándosela a la nariz. Intentó hablar varias veces, pero ni siquiera consiguió abrir la boca. Por fin, habló y se avergonzó al notar que su voz sonaba como la de una niña pequeña.

—Kia, ¿puedo acostarme contigo, por favor? No haré nada, te lo prometo. Es que tengo frío.

Zorro no podía creer que hubiera dicho aquello en voz alta. Pero lo había hecho. Ahora esperó a que Kia se riera de ella, o peor aún, que la insultara y le dijera que no. Pero Kia no respondió y Zorro empezó a pensar que no debería haber expresado sus sentimientos.

—Zorro. —Zorro levantó la vista rápidamente y vio que Kia ya se había metido en sus pieles y estaba más cerca de la pared que de costumbre para que Zorro pudiera echarse cómodamente a su lado en la estrecha plataforma—. Ven.

Zorro se levantó, dejando su regalo en su plataforma de dormir, y se acercó a Kia. Le empezó a temblar el cuerpo al echarse, con cuidado de no tocar a Kia.

—Lamento haberte asustado —soltó. No era lo que quería decir, pero eso fue lo que le salió.

—Sé que no querías hacerlo —dijo Kia sin pensarlo. Aunque no conocía muy bien a Zorro, recordaba lo cuidadosa y delicada que había sido. De haber querido, Zorro podría haber empeorado las cosas tomándola en el campamento de invierno, pero en cambio había ideado un plan para que Kia pudiera conservar su virginidad. Incluso la primera noche que habían pasado aquí, no se había empeñado en tomarla, sino que se había limitado obtener su propio placer. Incluso ahora, Kia se preguntaba a qué estaba esperando—. ¿Zorro?

Kia se apoyó en los codos y se inclinó sobre Zorro. Pero la respiración lenta y regular le indicó que Zorro estaba efectivamente dormida. La escasa luz del fuego le permitió a Kia estudiar a su compañera. Zorro parecía cansada e infeliz. No se parecía en nada a la persona llena de energía que había sido antes de que se unieran. Kia se tumbó, pero no podía apartar la mirada del perfil de Zorro. Sus ojos se posaron en la curva de su oreja. Era tan delicada, nada propia de Zorro. Los ojos de Kia bajaron por la mandíbula de Zorro hasta su cuello y su hombro. Había sido muy fácil verla como cazadora, pero no había sido tan fácil verla como mujer o como compañera.

Kia había mirado a Zorro como lo hacía el Pueblo, como a alguien que era más una leyenda que otra cosa. No una persona de carne y hueso que podía cometer y cometía errores. A lo mejor está tan asustada como yo, pensó Kia antes de unirse a su compañera en el sueño.

Al día siguiente Zorro se había ido cuando Kia se despertó. Sin embargo, estaba bien arropada en las pieles de dormir y el fuego había sido avivado para que la habitación estuviera caliente y acogedora. Incluso había agua ya preparada para que Kia pudiera lavarse cuando se despertara.

Sonriendo muy contenta, Kia se vistió rápidamente y se dispuso a matar el tiempo hasta que volviera Zorro. Kia llevaba limpiando sólo una hora o dos cuando oyó ruido de perros. Frunciendo el ceño, fue a la gruesa piel que cubría la puerta y miró fuera. Era demasiado pronto para que volviera Zorro. Kia estaba segura de que Lobo Negro había cumplido su amenaza y ahora haría todo lo posible por comportarse como si Kia no existiera. Kia se quedó sorprendida cuando el conductor se acercó y se dio cuenta de que efectivamente era Zorro. Se quedó mirando mientras Zorro llevaba a los perros al refugio y descargaba sus bártulos.

Kia se apartó de la puerta cuando Zorro entró en la cálida estancia con una ristra de peces.

—Hola.

—Hola —dijo Kia a su vez tímidamente y luego se apresuró a cogerle los peces a Zorro—. Voy a limpiarlos...

—Ya lo he hecho yo.

—Ah, gracias. —Kia farfulló las palabras al tiempo que un rubor cálido empezaba a subirle por el pecho hasta las mejillas.

—Los he limpiado antes de venir para poder dar de comer a los perros al mismo tiempo —explicó Zorro cohibida.

Kia sonrió y se dispuso a hacer un rico guiso. Hablaron poco, pues Zorro parecía estar totalmente entregada a la limpieza y comprobación de sus trampas. Kia quería preguntarle por qué había venido tan pronto, pero le daba miedo hacerlo. En realidad, estaba contenta, pero no sabía muy bien por qué.

Sus pensamientos quedaron interrumpidos al notar un ligero toque en la espalda. Se volvió y se encontró a Zorro tan cerca de ella que tuvo que controlarse para no retroceder. Zorro abrió la mano. En ella tenía un pequeño colmillo de morsa, en el que había hecho laboriosamente un agujero por el que había pasado un cordón de cuero retorcido para poder llevarlo alrededor del cuello. Kia había notado que Zorro llevaba uno parecido.

—Gracias —dijo maravillada al coger el regalo de la mano de Zorro. Tocó el liso colmillo y se volvió de espaldas a Zorro muy emocionada—. ¿Me lo pones, por favor? —Con la emoción, se olvidó de su timidez y dobló las rodillas automáticamente para que Zorro pudiera llegar. Con manos temblorosas, Zorro apartó el pelo de Kia y parpadeando, ató el cordón alrededor de su cuello. Zorro se apartó rápidamente de Kia por temor a que las ganas de besarle el cuello pudieran con ella.

—Cuéntame una historia —le pidió Zorro bruscamente, al tiempo que cogía su zurrón y se ponía a hurgar en él para parecer ocupada.

—¿Una... una historia?

Zorro asintió.

—Te he visto contarles historias a los niños. A menudo me he preguntado qué les estabas contando. Nunca he estado lo bastante cerca para oírlo.

—Está bien, ¿qué te gustaría oír?

Zorro se quedó quieta un momento.

—¿Me podrías contar la de la zorra y la liebre? Ésa me gusta.

Kia asintió y se puso a contar la historia al tiempo que removía el guiso. De vez en cuando, levantaba la vista para asegurarse de que Zorro seguía escuchando y cada vez la pillaba mirándola. Se apresuraba a apartar la mirada y Kia continuaba con la historia como si no hubiera sucedido nada.

—Y así fue como la zorra de las nieves y la liebre de las nieves se convirtieron en almas gemelas.

—Siempre me ha gustado esa historia —dijo Zorro suavemente—. ¿Tú te la crees, Kia?

—Sí, me la creo casi toda.

—También es triste. Que la zorra tuviera que dar la vida para que la liebre pudiera vivir.

—Sí, pero estuvieron juntas para siempre: compartían una misma alma.

Kia se quedó mirando mientras Zorro servía la comida distraída. Aceptó su cuenco primero y luego miró mientras Zorro preparaba su propio cuenco.

—Lo sé, pero no es lo mismo.

Kia asintió con la cabeza y las dos comieron en agradable silencio. Kia estaba contenta. Era en realidad la primera conversación que había mantenido con Zorro. Hablaron más después de comer y Zorro consiguió incluso que Kia le contara otra historia. Kia terminó la historia e intentó sin éxito sofocar un bostezo, que Zorro imitó.

Zorro se levantó y se quedó paralizada por un instante de indecisión. Quería volver a dormir con Kia, pero no quería destruir la reciente comodidad mutua que habían conseguido. Le costó volverse hacia sus solitarias pieles de dormir, pero Zorro se sintió reconfortada al pensar que Kia no había parecido asustada ni incómoda. Mañana también regresaría temprano y a lo mejor podían hablar más.

By: Gabrielle Goldsby.