Abandonada 03: redención
Un capítulo duro y esperanzador.
No apareció. Pasé el día esperando a que volviera, preocupada por el dolor, que no parecía tener intención de desaparecer, y ansiosa por volver a verla. No apareció ni aquella, ni ninguna de las quince noches siguientes.
Durante dos semanas y un día, me vi inmersa en una maraña de angustia y desesperación. No sabía cómo localizarla, y su falta me causaba una terrible sensación de vacío. Me sentía estúpida, enamorada como una colegiala y abandonada una vez más. Algunas noches, me despertaba llorando.
Y quince días después de verla irse tras el desayuno, volví al cine. No fue con la esperanza de encontrarla. No tenía esa esperanza. Volví como una adicta, buscando sumergirme en aquella degradación que parecía ser lo único capaz de llenar mi vida de algo que no fuera la añoranza de un momento breve o aquella sensación de soledad desoladora.
- ¡Vaya, pensaba que no ibas a volver!
- Pues ya ves.
- ¿Quieres que te mande a alguien?
- A muchos…
Aquellas cuatro frases intercambiadas con el acomodador las escuché como desde fuera, como si fuera otra quien las pronunciara. Por entonces, no me parecía extraño asistir a mi vida como si no fuera mía.
Me senté donde siempre, como siempre. Me quité las bragas, las guardé en el bolso, y desabroché dos botones de mi blusa. Pocos minutos después, dos muchachos grandes y fuertes, recién duchados, como si acabaran de salir del gimnasio, se me sentaban a izquierda y derecha.
- ¡Vaya, vienes preparada!
Me había plantado la mano en el coño sin ni siquiera saludarnos. Lo preferí así. Venía mojada de casa, así que sus dedos resbalaron dentro sin dificultad alguna y tardé segundos en gemir.
- No… no me beses…
- ¡Ah!
Yo misma había desabrochado la bragueta de su amigo y sacado su polla. Aunque parecía más tímido, estaba bien armado. Comencé a meneársela despacio mientras el primero seguía clavándome los dedos en el coño. No parecía muy hábil.
- ¿Por qué no me besas tú a mí?
Se me había puesto de pie enfrente. Abrí la boca y me la tragué sin pensar. Sentir la dureza rugosa de su polla recorriéndome los labios al entrar y salir terminó de excitarme. Mi mano resbalaba ya sobre la del “tímido”, empapada por el fluido que manaba continua y abundantemente. Ahora era él quien acariciaba mi coño depilado. Lo hacía mejor. Sus dedos me acariciaban menos directamente, más dejándose resbalar que clavándoseme.
- Así, puta, asíii…
El chulito, de repente, me clavó la polla en la garganta sujetándome la cabeza con las manos. Casi sin previo aviso, se me empezó a correr dentro. Noté su lechita correrme garganta abajo. El otro hijo de puta se me corrió en la mano salpicándome la blusa. Desaparecieron sin despedirse dejándome caliente como una perra. Me di asco.
- ¿Ya te marchas?
- Vete a la mierda.
- De eso nada, zorra. Tú no te vas. Tienes gente esperando.
El puto acomodador me devolvió a mi butaca. Me llevaba medio a rastras agarrándome muy fuerte por las muñecas. De repente me sentí una puta. Me arrastraba a través de la penumbra del pasillo y me arrojó de un empellón sobre un tipo mayor que me esperaba sentado tan tranquilo con la polla en la mano.
- ¿Rebelde la putita?
Me agarró fuerte del pelo y me la metió en la boca. Me hacía daño. Sentí que me mojaba. No tardé en tener unos dedos en el coño. Sentía palmadas en el culo y manos que me sobaban las tetas. No podía ver nada, y me ahogaba.
- ¡Tragate… láaaaaaaaaa!
Alguien me estaba follando. Jadeaba como tomando aire. Otro ocupó su lugar. Tenía los ojos empañados de lágrimas. Traté de resistirme y recibí una bofetada. Lloraba. Noté que me llenaban el coño de leche. No dejaban de follarme la cara, de clavarme pollas como si se turnaran, llevándome cogida del pelo de una a otra. Me palmeaban el culo. Agarraba rabos que a veces se me corrían encima nada más tocarlos. Me salpicaban, me abofeteaban, me zarandeaban. Me corría esperma por los muslos y la cara. Estaba en el pasillo, entre las butacas, rodeada de hombres a quienes apenas veía. Se reían de mí.
- ¡Quieta, puta!
Me colocaron en volandas sobre un tipo tumbado en el suelo boca arriba. Culeaba barrenándome el coño como un animal. Noté unas manos agarrando mis caderas y la presión seca de un rabo en el culo que parecía que iba a partirme en dos. Chillaba cuando podía, cuando no tenía una polla en la garganta. Meneaba otras. Me dejaba zarandear y llevar de unas a otras, y recibía en la cara sus chorros de leche. Me azotaban, me abofeteaban, se me corrían dentro, encima…
- ¡Vamos, puta, despierta, joder, que ya está cerrado!
- …
Recuperé la conciencia tirada en la sala en penumbra. Se había acabado la película y sólo quedábamos el acomodador y yo, tirada en el suelo, casi desnuda, con la ropa hecha jirones, pringosa y terriblemente dolorida.
- Toma, esto para ti… Y esto para mí.
Me tiró encima un fajo de billetes enrollados y me metió la polla en la boca. Me dejé hacer. No tenía fuerzas para nada. Me zarandeaba como a un pelele. Me dolía todo. Tenía los ojos inflamados.
- ¿Qué…?
Oí una carrera de muchos pasos por el pasillo, a mi espalda, un golpe sordo y un grito. El acomodador, en el suelo, se sujetaba la rodilla maldiciendo.
- No se te puede dejar sola…
Laura me ayudaba a levantarme. Había encontrado mi abrigo y me lo abrochaba para cubrirme. Me limpió la cara con un pañuelo de papel. Tres muchachos encapuchados apaleaban con bates de beisbol a aquel hijo de puta. Chillaba, sangraba como un cerdo y trataba de cubrirse con las manos.
- A ver si le vais a matar…
Me sacó de allí por una de las salidas de emergencia junto a la pantalla. El aire frío de la noche me hizo bien. Laura me sujetaba y yo me apoyaba en ella. Iba descalza y molida, como si me hubieran dado una paliza.
- Venga, estate quieta, boba… Anda, sujétatela tú.
Había llenado el jakuzzi y me tenía dentro, todavía en shock, llorando. Trataba de colocarme sobre la cara una bolsa de hielo. La vi desnudarse por el rabillo del ojo. Llevaba una falda vaquera muy cortita y muy vieja, un jersey de lana de rayas blancas y rosas y unas medias a juego hasta la mitad del muslo.
- Cuando he visto que salían todos esos cabrones y tú no me he preocupado. Por eso he llamado a las putitas…
- ¿Me has seguido?
- Claro. Te sigo muchas veces.
- …
- Joder, estás hecha un asco… Bueno, nada que no se te vaya a pasar en unos días.
Me lavaba cuidadosamente con mi esponja grande y suave, arrancándome quejidos cuando me obligaba a abrir las piernas para enjabonarme el coño o frotaba alguna zona especialmente dolorida. Me sentí reconfortada. El cuidado con que vertía el gel de aceite sobre mi piel para extenderlo, como si sintiera que debía cuidarme me proporcionaba una extraña sensación de paz.
- ¿Y por qué me sigues?
- Para verte.
- ¿Y por qué no me dices nada?
- Para que puedas encontrarme.
- Llevo más de dos semanas esperando que vuelvas…
- Estás más tonta…
Me secó, y me ayudó a llegar hasta la cama. Dejó encendida la luz tenue sobre mi retrato en la pared, y volvió a acurrucarse en mi regazo. A veces, se volvía como para asegurarse de que estaba bien y me besaba los labios. Me hacía un poquito de daño dulce.
- ¿Cuántos eran?
- No sé… muchísimos…
- Te han follado bien ¿Eh?
- Me han dado por todos lados.
Sentí que su culito menudo comenzaba a moverse rítmica y suavemente rozando mi pubis.
- ¿Te estás tocando?
- ¡Shhhhhh! Venga, cuéntamelo…
A medida que mi relato confuso y desordenado iba desgranándose, sus movimientos se hacían más rápidos. Deslicé mi mano entre nosotras hasta colarme bajo su culito. Estaba empapada y se acariciaba el clítoris.
- Pero… ¿Sin lubricar…?
- A la brava…
- ¿Y te dolía?
- Muchísimo
- ¡Ahhhh…! ¿Y te has…?
- Me he corrido mil veces.
- ¡Uffff…! ¿Mientras te pegaban?
Mis dedos se deslizaban entre los labios suaves de su coñito. Visualice su pubis limpio, sus pliegues sonrosados. Mordí su cuello delgado haciéndola gemir.
- Se me corrían en la boca… en el culo… en el coño…
- ¡Ahhhhhhh…!
- Y se me corrían encima. Me salía leche por la nariz, y me chorreaba por los muslos.
- ¡No pares…!
- Y me daban azotes… muy fuerte… y bofetadas…
- ¡Asíiiiiii…!
La sentía temblar en mi regazo, y me provocaba una sensación extraña, entre la ternura y un deseo materialmente imposible. Me dolía y, pese a ello, la sensación de mis dedos entrando en su coñito, el roce de su culito en mi pubis… Toda ella despertaba en mí un placer extrañamente sereno.
- Y luego ya no recuerdo nada… Sólo despertarme con la polla de ese cabrón en la boca y aparecer vosotros…
Se corrió casi con delicadeza. Se tensó sobre mi brazo, se apretó contra mí temblando, gimió muy bajito un gemido muy largo, y se quedó muy quieta, acurrucada en mi regazo como una niña. Hablábamos en susurros. La zorra de mi hermana debía haberse cansado ya de follar con mi marido. No se oía un solo ruido en la calle.
- Oye… y tú… ¿vives sola?
- Con las zorras.
- Oye, Laura…
- ¿Sí?
Sentí que se me hacía un nudo en la garganta, que me temblaba la voz. Me detuve un instante, me armé de valor…
- ¿Sí?
- No te vayas mañana.
- Ya creía que no me lo ibas a decir.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Apreté contra mí su cuerpecillo delgado y menudo, besé su cuello largo y me dejé arrastrar al sueño extrañamente feliz, como si no me doliera todo.