Abandonada 01: de cine

¿Hasta donde pueden conducirnos la pena y la soledad?

Cuando Carlos me dejó, me quedé muy descolocada. Se fue con Lala, mi hermana, y se instaló en el apartamento de al lado. Papá tuvo la idea de regalarnos dos pisos contiguos. Los escuchaba follar, y cuando se reían, me parecía que era de mí. Estuve meses obsesionada.

Una tarde, salí de casa sin saber a donde ir. No soportaba saberlos al lado jodiendo como conejos. Sin pensar, entré en el primer cine que encontré. No quería hablar con nadie ni que nadie me viera. Me sentía fea, como si cualquiera pudiera ver en mi rostro lo que me pasaba. Saqué un billete sin ver ni qué película ponían y me senté en la oscuridad reconfortante de la sala a dejar pasar las horas.

Volví al día siguiente, y al siguiente… Me acostumbré a esconderme allí, en la penumbra, sin interesarme por las historias que se desenvolvían ante mis ojos, tan sólo viendo pasar las imágenes en color. Después, cuando acababan, regresaba dando un largo paseo con la esperanza, no siempre cumplida, de que se hubieran dormido.

A menudo resultaba insuficiente. Volvía a casa, me duchaba, y, al acostarme, oía a través del tabique de mi dormitorio los gemidos de Lala y el crujido de la cama, sus risas…

Odiaba excitarme. Los odiaba. Me negaba a acariciarme. Bajo el chorro frío de la ducha, sofocaba aquella calentura intolerable. Pasaba el resto de la noche tensa, sin dormir, imaginándolos abrazados dormidos, cansados de follar. La hija de puta de Sandra tendría el coño relleno de leche y el cabrón de Carlos apretaría en su culo la polla floja mientras roncaba aquel ronquido suave, como una respiración o un rugido. Quizás se agarrara a su teta. Lo hacía conmigo y me gustaba.

Una de aquellas noches siguientes a una noche de desvelo, volví a encerrarme en la sala con intención de dormitar sin pensar en nada. A menudo, pasaba el tiempo en un duermevela agradable, como metida en la peli, dejándome llevar por la proyección de una historia que se volvía absurda al sustituir medio en sueños las escenas que pasaba dormitando para, sin pausas, retomar el argumento real, que se confundía intermitentemente con mi sueño.

Desperté confusa a media película. Debía haber dormido más profundamente que de costumbre. Notaba un temblor en la rodilla. Miré a mi derecha. Lo provocaba un muchacho que, repantingado en el asiento, se masturbaba sin ningún disimulo.

-          ¡Joder!

Traté de levantarme. Quería irme de allí. Una chiquilla delgada de pelo corto sentada a mi izquierda me lo impidió. Quizás debiera decirse que trató de disuadirme, o de que lo consiguió.

-          ¡Bah, tonta, no te vayas!

-          ¡Quita!

-          Si estás cachonda perdida…

-          ¡Será posible!

-          Mira…

En la pantalla de su móvil se me veía dormida con la mano en el coño. El chiquillo de mi derecha y la muchacha se burlaban de mí, me manoseaban las tetas y levantaban mi falda. Otros dos muchachos, desde la fila de detrás, me sobaban también y se reían

-          ¿Lo ves?

-          …

Me dejé caer en la butaca paralizada. De repente, tomé conciencia de todo: de mis bragas húmedas, de que tenía la falda subida hasta la mitad de los muslos, de aquella sensación de ahogo, como de angustia, y del modo en que el corazón me latía y la sangre parecía palpitarme en las sienes.

-          Vamos, tonta, agárrasela. Lo estás deseando.

Lo susurró junto a mi oído rozándolo con los labios y me causó un estremecimiento. El chaval había dejado de meneársela y parecía ofrecérmela: grande, dura, brillante, moviéndose a golpes secos arriba y abajo, como llamándome. Extendí el brazo hasta tocársela. Apenas apoyé la mano temblorosa sobre ella.

-          Agárrasela, y yo te lo hago a ti…

Mordió el lóbulo de mi oreja. Noté su mano deslizándose bajo mi falda. No sabía qué hacer. Gemí cuando se coló debajo de la braga y su dedo resbaló entre mis labios. Gemí al tiempo que agarraba aquella tranca dura y palpitante. Ni siquiera me aparté cuando la chiquilla comenzó a besarme la boca. Sólo abrí las piernas, me recosté, y comencé a meneársela sintiendo bajo la piel delgada el tacto duro de la carne congestionada.

-          ¿Lo ves? ¿Te gusta la polla de mi chico?

-          ¿Es… tu… chico…?

-          Todos son mis chicos…

Dos manos desde la fila de atrás desabrochaban mi blusa. Me estrujaban las tetas como con prisa sin siquiera terminar de sacármelas. Me dejé llevar. Los dedos de la muchacha se deslizaban en mi coño. Me follaba con dos de ellos mientras presionaba mi pubis con la palma de la mano. Comencé a gemir. Me pellizcaban los pezones. Culeaba. Pensé que podrían vernos sin ser capaz de detenerme. Era como un sueño más en la película.

-          No te pares, puta. Haz que se corra.

Noté que se tensaba, que latía con fuerza en mi mano. Le oí gemir. Empecé a correrme al sentir el primer latigazo de leche tibia que lo salpicaba todo. La muchacha frotaba mi coño de una manera frenética haciéndome culear y gemir con los ojos en blanco sin soltar aquella tranca que seguía arrojando su carga sobre el vientre desnudo del muchacho descamisado que clavaba sus dedos en mi muslo. Me recorrían oleadas de placer como calambres. Me pellizcaban los pezones con fuerza y hasta aquel dolor me provocaba espasmos. Me ahogaba temblando y se me saltaban las lágrimas.

-          ¿Dónde vas, puta?

Había empezado a vestirme. Todavía estremecida, había tomado conciencia de la situación absurda en que me encontraba y trataba de abrocharme los botones de la blusa con las manos temblorosas sin siquiera haberme metido las tetas en las copas del sostén. Tenía las bragas en los tobillos. Quería salir de allí.

-          Todavía tengo más chicos. No pensarás dejarlos así…

Me mostró nuevamente la pantalla del móvil. Se me veía con claridad agarrada a la polla del chaval, meneándosela mientras culeaba con el rostro descompuesto. Se lo quité violentamente y lo rompí contra el respaldo de la butaca de delante. Se reía.

-          Está en mi Drive, idiota. Me voy a quedar con el tuyo.

Me sentí hundida. Los tres muchachos me mostraban el mismo vídeo en las pantallas de sus teléfonos. Comencé a llorar. De pie, a mis espaldas, me frotaban sus pollas en la cara. Resbalaban en mis lágrimas.

-          Anda, puta, límpiasela.

Abrí mi bolso como pude para buscar un pañuelo de papel. Me temblaban las manos. Noté que me agarraba el pelo y me empujaba hacia él.

-          Con la lengua.

Mientras lamía su vientre y su pecho buscando con la lengua cada chorro de esperma frío que había vertido, noté sus manos en el culo, sus dedos en el coño. Me habían subido la falda dejándolo expuesto. No podía parar de llorar y, pese a ello, sentía la excitación que volvía a invadirme, o quizás sólo rebrotaba sin haberse llegado a extinguir.

-          Muy bien, zorra… Quietecita así…

De rodillas sobre la butaca, con los brazos apoyados en el respaldo, Sentí que me la clavaba. Los muchachos de detrás me ofrecían sus pollas duras. Gemí antes de abrir la boca y comenzar a mamársela a uno de ellos. Todo era tan absurdo…

-          ¡Trágatela, puta!

La muchacha me insultaba mientras sentía el cacheteo del chaval en el culo y su polla taladrándome. Se peleaban por que se las chupara. Me agarraban del pelo y llevaban mi cara de una a otra, y se las comía como una perra loca. Me corría sin parar. Sentada a mi lado, con la bragueta del vaquero abierta, se masturbaba. Jadeábamos. Me estrujaba las tetas. Se corrían en mi boca. Salpicaban mi cara. Me tragaba su leche mientras notaba mi coño chorrear esperma.

-          ¡No! ¡Por ahí noooooo…!

Llegaba a cada lance sin comprender cómo. A horcajadas sobre uno de los muchachos, cabalgándolo, sentí la de otra clavándose en mi culo. El tercero me follaba la boca literalmente. Me la clavaba hasta la garganta haciendo que se me saltaran las lágrimas. La chiquilla, a mi lado, se masturbaba de una manera frenética. A veces, me agarraba del pelo y me obligaba a mirarla. Me mordía los labios y me insultaba. Se corría a mi lado, y yo también, pese al dolor ardiente de aquel rabo que me partía el culo.

Dejé que me follaran mientras quisieron. Me dejé sodomizar, llenar de leche, salpicar de leche. Me follaron zarandeándome inane, como una muñeca rota. Me azotaron el culo, me magrearon con fuerza las tetas. Me hacían daño y, pese a ello, me corría como una loca, sin fuerzas, y me bebía su leche como con ansia.

En todo momento, aquella chiquilla delgada de pelo corto me insultaba, los animaba, y yo me dejaba hacer viendo a veces cómo se masturbaba sin intervenir en la orgía más que para morderme a veces, para insultarme, para pellizcar mis pezones hasta obligarme a chillar.

POST SCRIPTUM

Aquella noche me tocó cerrar la sala. Mientras recorría las hileras de butacas repasándolas por si alguien se había dejado algo olvidado que pudiera pasar al día siguiente a reclamar, me la encontré tirada en el suelo, medio desnuda. Parecía muerta.

-          ¿Señora? ¿Pero que le ha pasado?

Fue una pregunta idiota. Tenía marcas rojas de azotes en el culo y en las tetas, y su coño y su culo rezumaban leche. También tenía chorretones en la cara y en el pelo. Se quejó cuando la sacudí para despertarla.

La verdad es que se me puso dura. Incluso en aquel estado, la mujer era guapa, un poco rellenita y culona, aunque de tetas medianas y picudas. Debía tener treinta y cinco, quizás cuarenta. Sentí lástima por ella

-          Puedo llevarla a casa… Tengo el coche cerca... A estas horas ya no hay gente por la calle… Venga, no se preocupe…

La ayudé a recomponerse la ropa. Tenía los botones de la blusa estallados. Abroché los de la chaqueta encima como pude y la ayudé a quitarse las medias hechas girones. Pude aparcar frente a la puerta de su casa y tuve que ayudarla a subir. Parecía exánime. Caminaba apoyada en mi hombro con dificultad. Busqué las llaves en su bolso y entré en su casa con ella para asegurarme de que llegara a la cama. A través de la pared, se oía follar a una pareja. Ella chillaba y se reía como una loca.

Permanecí quieto quizás más tiempo del conveniente. Realmente era una mujer hermosa. Traté de imaginar lo sucedido.

-          ¿Quieres…?

Parecía despertar de un sueño. Sentada en el borde del colchón, descalza, con la pintura de los ojos corrida, me miraba con agradecimiento. Asentí con la cabeza. Mientras me la mamaba, la pareja de al lado parecía haberse vuelto loca. Ella chillaba, y se escuchaba el crujido rítmico de su cama. Me corrí en su boca oyéndola pedir a gritos que se la diera toda.

Fue como correrme con pena. No sé…

-          Son mi hermana y mi marido…