Aayla Secura. Orden 69 (Star Wars)
Una equivocación del canciller Palpatine hace que, en Felucia, las tropas clones "castiguen" a la maestra Secura de un modo inesperado...
La Maestra Jedi Aayla Secura avanzaba con decisión por el irregular terreno de Felucia, entre las gigantescas flores de todos los colores y las descomunales plantas de aspecto extraño. Inmediatamente detrás de ella caminaban ocho de sus mejores soldados clon, y, más allá, un caminador AT-OT transportaba al resto de las tropas. A su izquierda, un soldado a lomos de una gran babosa azul vigilaba otra zona de la espesura.
De pronto, Aayla llegó a un claro y se detuvo en seco para mirar más allá de ella: el ejército droide de los separatistas estaba abriéndose camino entre la vegetación, allá delante. En concreto, logró distinguir varios droides arañas y un tanque AAT gris.
Entornando los ojos, la General Jedi apretó el puño en torno a la espada de luz, aún apagada, que llevaba en la mano derecha.
—Están muy cerca —anunció a sus tropas, y dedicó los segundos siguientes a tratar de calcular cuántas unidades droides componían las tropas enemigas.
En este momento, apenas fue consciente del pitido que escuchó a sus espaldas. Sin embargo, el comandante CC-5052, más conocido como Bly, no tardó demasiado en bajar su bláster y alcanzar su holoproyector personal. Pulsó un botón y dio paso a la transmisión entrante.
—Comandante Bly —dijo una figura encapuchada, con la característica coloración azul de los hologramas.
A Bly le costó un poco reconocerla, pero comprendió que no podía tratarse de nadie más que el Canciller Palpatine. El código cifrado que empleaba la transmisión, desde luego, procedía de su oficina del Senado.
—Es el momento que esperábamos —continuó Palpatine, con voz ronca—. Ejecute la Orden 69.
Bly asintió con la cabeza, sin quitarse el casco, y respondió brevemente al canciller antes de poner fin a la comunicación:
—Así se hará, milord.
Pulsó un nuevo botón y volvió a guardarse el holoproyector. Entonces, miró a Aayla, que parecía estar llegando al final de su recuento. Bly lanzó un vistazo rápido a los otros siete soldados que se encontraban más cerca de él, y ellos, poco a poco, comenzaron a formar un círculo alrededor de la General Jedi.
Cuando esta apartó la vista del ejército enemigo, se sorprendió de ver que sus hombres la habían rodeado sin que se percatara de ello.
—¿Comandante Bly? —preguntó, mirando a este soldado en concreto.
El comandante se limitó a asentir otra vez con la cabeza, y, al momento, Aayla pudo ver cómo todos y cada uno de los clones se retiraban hábilmente la placa de sus armaduras que cubría sus genitales y sacaban sus grandes pollas venosas.
Ella volvió a mirar a su alrededor, intrigada.
—¿Qué significa esto, comandante? —preguntó. Pero antes de que pudiera añadir nada más, dos de los soldados se acercaron a ella desde direcciones distintas y le arrebataron el sable láser de las manos, desarmándola.
Aayla los vio retroceder, consciente de que podía usar la Fuerza para salir de aquella situación. Pero… ¿qué clase de situación era aquella? Notó un hormigueo en el estómago, sintiendo curiosidad por lo que podrían estar planeando hacerle aquellos soldados. Sus propios soldados. El verse rodeada de clones fornidos y con pollas enormes había logrado encender su llama interior.
—¡Cascos fuera! —gritó en ese momento Bly. Al instante, los otros siete soldados y él se quitaron los cascos y los lanzaron al suelo, con movimientos casi sincronizados.
Aayla permaneció expectante, mirando algunos de los rostros de los soldados: todos eran, por supuesto, idénticos, pero algunos rasgos (como el corte de pelo o las cicatrices de guerra) le ayudaban a identificarlos sin mucha dificultad.
Como estaba distraída mirando a su izquierda, Bly aprovechó la ocasión para avanzar rápidamente hacia ella y empujarla por los hombros para ponerla de rodillas en el suelo. Él también se había sacado su polla, dura y alerta, y, sin decir una palabra más, la acercó a sus labios.
La General Jedi abrió la boca al instante para chuparla, a medida que él la agarraba de la cabeza allí donde comenzaban sus lekku. Mientras sus labios, de color rojo intenso, se fruncían en torno a la dura polla del comandante, la Jedi vio por el rabillo del ojo cómo los demás clones comenzaban a cerrar el círculo poco a poco y se acercaban más a ella.
En cuanto estuvieron a su alcance, Aayla estiró los brazos y agarró otras dos pollas para masturbarlas. Sus manos azules comenzaron a moverse, primero lenta y luego más rápidamente, de arriba hacia abajo.
Cerró los ojos cuando la polla de Bly tocó su campanilla y la saliva comenzó a gotear desde sus labios. Entonces, el comandante la sacó tan rápidamente como la había metido, siseando entre dientes, y se agachó para besarla apasionadamente en la boca.
Cuando el beso terminó, Aayla se dio cuenta por vez primera de que los motores de los AT-OT se habían detenido. Ahora que nadie le agarraba la cabeza, levantó la vista hacia ellos y vio que todos y cada uno de los miembros de la tropa habían sacado sus pollas al aire y estaban masturbándose, allá arriba, admirando el espectáculo del que ella era protagonista. Incluso el soldado de la babosa había comenzado a acariciar su pene.
La General Jedi rió para sus adentros, excitada por ser el centro de atención de tantos clones a la vez. Sin embargo, antes de que pudiera pensar mucho en ello, Bly la tumbó en el musgoso suelo, le rasgó su apretado pantalón a la altura del pubis y comenzó a lamer su coñito azul. Los siete clones participantes se acercaron aún más, masturbándose con una mano, a la vez que extendían la otra para bajarle la parte de arriba y poder tocar sus tetas y sus pezones de color añil.
Aayla, encendida al sentirse manoseada por tantos hombres, entornó los ojos y lanzó un gemido. Mientras Bly seguía lamiéndole y chupándole el coño, ella pudo sentir los labios de otros dos clones contra su piel: unos, deslizándose por su plano vientre hacia su ombligo; otros, succionando su pezón izquierdo y mordisqueándolo suavemente con los dientes. Un cuarto clon se acercó a ella y le agarró de los lekku, para meterle la lengua hasta la campanilla y moverla con pasión dentro de su paladar.
A continuación, un clon con el pelo rapado acercó su polla a su boca y se la dio a probar, mientras su coño azul palpitaba y se empapaba. Aayla empezó a lamerle la puntita, agarrándola después con una mano y mamándola lentamente. Todos alrededor de ella se masturbaban con fruición, pero la Jedi vio de reojo cómo uno de ellos daba un paso adelante y decidía pasar a la acción. Con el consentimiento de Bly, puso a la Jedi a cuatro patas en el suelo y le rasgó un poco más los pantalones para disfrutar de su culito azul. Aayla se aferró al musgo con las manos y comenzó a sacudir el culo como una puta del Club Outlander; el clon se arrodilló para lamerle el agujero del ano, que era de color azul oscuro.
Bly, de pie cerca de ella, se chupó un dedo para humedecerlo y se lo metió despacio por el culo, abriéndolo bien para la lengua de su subordinado clon.
—Ahhh… —gimió al instante la General Jedi, mientras miraba cómo otros tres soldados rompían filas y se acercaban por delante de ella. Ella agarró dos de las pollas y empezó a chuparlas, girando la cabeza a un lado y al otro: ora una, ora otra.
—Eso es, zorrita twi’lek —gruñó uno de los dos clones, con voz rasposa.
Entonces, el clon que había estado lamiéndole el ano se incorporó, encaminó su polla hacia ahí con una mano y… se la metió de un golpe. Aayla gritó como una loca, lanzando un chillido que quedó ahogado por la otra polla que en ese momento tenía en su paladar.
Con un gemido, se la sacó de la boca solo el tiempo suficiente para decir:
—Quiero otra en mi coño…
En este momento, un clon con una cicatriz atravesándole el ojo derecho se acostó sobre el musgoso suelo del bosque, a un lado de la fogosa Maestra Jedi. Aayla corrió a sentarse sobre su pollón, duro como una roca, y comenzó a saltar frenéticamente, mientras el otro clon seguía su movimiento con su pene y volvía a metérselo por el culo.
—¡Aaah, sí! ¡Eso es, bien hasta el fondo, chicos! —exclamó ella, mientras los otros tres se movían también hacia la derecha y volvían a colocarse frente a su cara.
Esta vez, se metió a la boca la polla del medio, y agarró las otras dos con las manos para masturbarlas fuerte. Los otros dos clones seguían moviéndose dentro de su coño y de su culo, y los tres restantes no despegaban la vista de ella ni la mano de sus penes.
La General Jedi sintió cómo el clon que tenía detrás agarraba fuerte sus nalgas azules y se las separaba para ver cómo salía su polla. Entonces, Bly les dio una orden rápida y los cinco soldados se alejaron de ella. Volvía a ser el turno del comandante.
Bly sentó a Aayla sobre su enorme polla y comenzó a mover sus caderas arriba y abajo, haciendo que ella pusiera los ojos en blanco y gritara como una poseída.
—Soy una puta Jedi, soy una puta Jedi, soy una puta Jedi… —repetía, entre dientes, como un mantra.
Uno de los que habían estado masturbándose se acercó a ella, encendido por estas palabras, y se la metió por el culo. El placer que estaba sintiendo Aayla hizo que comenzara a gritar como una furcia:
—¡Quiero leche! ¡Quiero leche!
Después de unos segundos, Bly no pudo aguantar más la actitud de zorreo de la Jedi y se corrió abundantemente en su coño, llenándoselo de semen. Aayla, sintiendo el magma caliente dentro de ella, agarró otras dos pollas con la mano y siguió chupando con ansia. Gimió cuando el semen de Bly comenzó a escurrirse fuera de su coño.
Luego, tan pronto como Bly la sacó, otro ocupó su lugar, mientras ella seguía haciendo turnos para meterse hasta la garganta las dos pollas que tenía cerca de la cara.
El clon que había ocupado ahora su coño comenzó a moverse rítmicamente, con su polla sonando húmedamente al deslizarse por entre el semen de Bly. Al ver lo abierta que tenía la vagina, otro de los clones no pudo evitar romper filas y se acercó para hacerle una doble penetración por el coño. Ella gritó de placer al sentir cómo las dos pollas peleaban por llegar a lo más hondo de su ser, mientras una tercera polla se movía adelante y atrás en su apretado culo.
Uno de los dos clones que estaban cerca de su cabeza la agarró con fuerza de los lekku y se dispuso a follarle la garganta, haciendo que ella cerrara sus párpados azules al atragantarse.
Aquella sensación le resultaba indescriptible: tenía cuatro pollas moviéndose en su interior. Y eran todas para ella. Dos de ellas luchaban por abrirse camino en su coño, mientras otra entraba y salía limpiamente de su ano, y la cuarta le aplastaba hacia arriba la campanilla.
Y en ese momento, sintió cómo, una por una, todas las pollas comenzaban a llenarla de leche. Un orgasmo brutal recorrió todo su cuerpo, dejándola paralizada, con los ojos en blanco y el rostro lleno de placer. Su coño comenzó a salpicarlo todo, como si fuera una fuente monumental de Theed, mientras por su mente cruzaba el satisfactorio pensamiento de que aún quedaban otras tres pollas por descargar.
Sin darle un segundo más de descanso, la tendieron en el suelo, le abrieron las piernas y uno de ellos avanzó hacia su coño para darle bien duro. Tan rápido que Aayla ni siquiera había terminado de tragarse todavía el semen que tenía en la boca. Lo hizo, y mientras el clon le follaba el coño, ella estiró un brazo para acariciarse su azul clítoris, moviendo los dedos rápidamente.
Se acercaron los últimos dos soldados. Ella se metió sus dos pollas a la boca para chuparlas al mismo tiempo, moviendo su lengua alrededor de ambas y entre ellas.
La polla que tenía en el coño siguió entrando y saliendo con facilidad, hasta que el clon no pudo más y se corrió dentro de ella. De su vagina no paraba de brotar semen, ríos de leche de tres soldados clon, ahora mezclada. Aayla comprendió que aquel era su sitio: rodeada de hombres musculosos y sudados, con el fuerte olor del semen penetrando en sus fosas nasales.
Continuó masturbando a los dos que estaban en su boca. Estaba decidida a seguir así hasta que se corrieran en su rostro.
—Mmm, vamos, cubridme la cara de leche, chicos.
Y en cuanto los dos chorros se derramaron, casi a la vez, sobre su cara azul, ella abrió la boca tanto como pudo y sacó la lengua para aprovechar todo lo que cayera en ella. Unas cuantas gotas rociaron sus ojos, y ella se las limpió con un dedo para aprovecharlas también.
En ese momento, volvió a pitar el holoproyector del comandate Bly, y este se alejó unos metros, todavía con la polla fuera y goteando semen, para contestar. De nuevo apareció ante él la imagen del encapuchado Canciller Palpatine.
—Comandante Bly —dijo—. Me temo que en mi anterior transmisión he cometido un pequeño error. Naturalmente, no me refería a la Orden 69, sino a la 66.
—Oh —tartamudeó Bly—. Sí, naturalmente.
Palpatine permaneció unos segundos en silencio.
—¿Ocurre algo, comandante? —preguntó finalmente—. Confío en que mi error no le haya causado ningún inconveniente.
Bly volvió la cabeza hacia sus hombres, que habían comenzado a guardar sus pollas y a ponerse de nuevo sus cascos. La Maestra Jedi había vuelto a subirse el escote para cubrir sus tetas, y ahora intentaba limpiarse los restos de semen con el dorso de la mano, asegurándose también de que los desgarrones de sus pantalones no se notaran demasiado.
—No, no, ningún inconveniente —respondió Bly con más seguridad—. En absoluto.
—Bien —replicó el holograma de Palpatine—. En ese caso, proceda, comandante.
—Sí, milord —asintió Bly, cortando la transmisión y estirando un brazo hacia su cinturón para alcanzar su bláster.
Después se giró hacia sus hombres y les hizo un gesto, asintiendo con la cabeza en dirección a la putilla Jedi, que estaba de espaldas a ellos, algo desorientada por el reciente orgasmo. Moviéndose casi al mismo tiempo, los ocho soldados levantaron sus blásteres hacia la Jedi y apretaron el gatillo.