A01 - Una razón de salud me transformó

Esta es la primera parte de mi historia, en que una emergencia de salud internacional desencadenó una nueva personalidad en mí. Una nueva y excitante personalidad.

Y PASÓ...

Si alguien me hubiera dado un resumen de lo que sucedería este año, lo habría tildado de loco. Y es que, vale decirlo, a todos nos agarró en curva la emergencia sanitaria por el coronavirus. En mi país, México, llegó relativamente tarde a diferencia de otros países; y sin embargo, ya es uno de los lugares a los que más les ha pegado, en todo sentido.

Al inicio, nos dijeron que esto duraría poco. Nos dijeron también que siguiéramos las recomendaciones básicas de prevención, como el lavado frecuente de manos, la distancia social o evitar llevarnos las manos a los ojos, la naríz y la boca, entre otras medidas. Algunos de los más simplemente se las pasaron por el arco del triunfo; otros, más paranoicos como yo, adoptamos las medidas más estrictas en todo sentido, incluyendo los químicos más severos y los hábitos más arriesgados. Con todo esto, y como remate de este interminable “chiste”, terminé contagiándome.

Pero, ¿quién soy yo y por qué me apropio de una delicada situación para contarles mi experiencia... excitante experiencia? Me llamo Alex, vivo en la Ciudad de México, trabajo en una empresa de corsetería y estoy en mi último año de universidad. Mis últimos semestres los estoy llevando a cabo este año. El penúltimo de ellos, quiero decir, se vio interrumpido una mañana cuando en los noticieros, periódicos y demás medios del país se emitieron alertas por la epidemia de coronavirus que se estaba desarrollando en China y en Europa, con peligro de que llegara pronto a nuestro país. Unos meses atrás, ya teníamos alguna idea de lo que sucedía, mas no creíamos que nos iba a alcanzar. No pronto, por lo menos. Después de todo, teníamos la experiencia de la epidemia de influenza h1n1, del 2009. Incluso, desarrollamos ese viejo hábito de reírnos de las desgracias venideras y de las actuales. Confieso que yo mismo me desenvolví en un mar de memes e imágenes graciosas, alusivas a la enfermedad y sus consecuencias. Vaya ironía.

En fin. Días antes de que saliéramos de vacaciones de Semana Santa, las autoridades pidieron a la población que nos quedáramos en casa. Por suerte, se venían las vacaciones y eso podría disminuir la concentración de gente en lugares concurridos. Lamentablemente, la empresa en la que trabajo decidió seguir en operaciones hasta, por lo menos, “ver qué pasaba”, prácticamente arriesgándonos a todos. Bueno, así no pensábamos en ese momento, sino que creíamos que esto iba a durar poco. Eso nos dijeron.

Y un día, semanas después del primer llamado general a la contingencia a voluntad, sucedió lo inesperado: una ejecutiva de la empresa presentó los síntomas más comunes de la enfermedad; recientemente, había hecho un viaje a Italia para un desfile de modas. Ese fue el informe dado a todos los miembros de la empresa, por lo que fue necesario, ahora sí, que todos nos apartáramos físicamente de las instalaciones. Se hizo una investigación exhaustiva de las personas que estuvieron en contacto con la ejecutivo contagiada, quedando yo entre la lista “negra”, pues era la jefa de mi jefa. Nos mandaron a hacer análisis médicos de todo tipo para descartar contagios; sin embargo, yo di positivo a las pruebas de coronavirus. No presenté síntomas, inicialmente, pero tanto los médicos como mis jefes me ordenaron que entrara en confinamiento: por el contagio, se establecieron dos semanas de constante revisión de síntomas, más una para descartar alguna recaída; y, como protocolo, me pidieron que mi familia también se hiciera las pruebas debidas (los gastos corrieron por parte de la empresa), y si sucedía que alguno de mis familiares también resultaba contagiado, se ampliaría mi confinamiento al doble (mes y medio), cosa que así sucedió. Eran (son) tiempos de incertidumbre, de miedo, y nadie quería dejar nada a la deriva y, mucho menos, a la improvisación, por lo que fue entendible el tiempo en reclusión. Las dos primeras semanas las pasé sin hacer nada relacionado con mi trabajo, pero a partir de las siguientes hice todo de manera remota, a través de mi computadora. Uno de los beneficios de tener empleo de escritorio.

Pero, me estoy adelantando un poco a los hechos. Como en mi familia fuimos dos (mi mamá y yo) los que obtuvimos resultados positivos en las pruebas de coronavirus, hubo que hacer una separación escrupulosa de los miembros contagiados, además de implementar las medidas precisas, como que cada uno de los contagiados estuviera en un cuarto separado y, de preferencia, con baño. Las medidas de higiene y abastecimiento, debo decirlo, se las dejamos a la extrema precaución de mi hermana, Vera. Mi mamá se quedó en la recámara principal, pues esta tenía baño individual; mi hermana y mi papá, por su parte, tuvieron que dormirse en mi cuarto y en la sala, respectivamente, ocupando el baño común; y yo, como no tenía baño en mi habitación, tuve que quedarme en la habitación de Vera, la cual sí tenía baño. A regañadientes, pero consiente de que era lo mejor, me mudé a su cuarto.

CAMBIO DE HÁBITOS

La mudanza consistió en una mochila con pocas mudas de ropa, mis enseres de higiene personal, mi laptop, unos cuantos libros y mi celular. Este último me sirvió de mucho pues fue, esencialmente, el único medio con el que me comunicaba, no solo con mis amigos y personal del trabajo, sino con mi familia completa, sobre todo, con Vera. Ella nos monitoreaba a mi mamá y a mí con respecto a síntomas y necesidades que tuviéramos, en tanto que mi papá se encargaba de hacer las compras y de ser el único contacto de nuestra familia con el exterior.

En todo momento, optamos por mantener la calma. Por suerte, yo siempre he sido un chico deportista, apegado al alto rendimiento físico en atletismo, natación y squash: más por mantenerme delgado que por mera preocupación de salud. Esta era una característica que heredamos mi hermana y yo de mi madre, la cual también siempre se mantenía en constante actividad física. A razón de todo esto, no formábamos parte de la población de riesgo por complicaciones de COVID, aunque no por eso nos confiamos.

Y las precauciones en casa no se hicieron menos: por fuera, mi hermana implementó un dispositivo de reclusión basado en cinta adhesiva y telas que rodeaban la puerta de su cuarto, la cuales se cambiaban cada día; por dentro, yo hice lo mismo, además de que me mantenía limpio en todo momento, duchándome desde temprano y lavándome manos y rostro todo el tiempo. Vera y papá preparaban nuestras comidas, las servían en una charola y las dejaban fuera del cuarto; al terminar de comer, teníamos que lavar medianamente los trastes en el baño y limpiarlos, además, con toallitas desinfectantes para, otra vez, dejarlos fuera del cuarto. Estoy casi seguro que Vera los lavaba de nuevo con absoluta pulcritud. Claro que esos mismos trastes eran los mismos en que nos servían las siguientes comidas.

Ya sé qué estás pensando, querido lector: exageramos mucho con la situación; pero, te digo, realmente siempre estuvimos (todavía estamos) navegando en un mar de miedo e incertidumbre. ¿Eran exageradas nuestras medidas? Tal vez, pero eran la única manera conocida por nosotros para mantenernos seguros (tanto física como mentalmente).

EL CUARTO DE VERA

Pasé de estar en un cuarto de hombre, pintado de gris, con carteles de equipos de futbol y bandas de grunge, a estar en un cuarto completamente rosa, con aroma a perfume (uno que ya conocía por una de mis ex) y con carteles de grupos de K-pop; de tener una cama individual destendida y pálida a estar en una cama matrimonial (capricho de Vera) con multitud de colores pastel, colmada de peluches y almohadas que, quiero pensar, no ocupaba ella para dormir. En fin, estaba en un sitio completamente distinto. Y el baño no fue de menor consideración: si bien yo solo ocupo un jabón para todo (cuerpo y rostro), un shampoo, un cepillo de dientes y un peine, Vera estaba en otro nivel, pues tenía en su baño más de un jabón, más de un shampoo, más de un artículo de belleza, además de otros elementos de su uso diario y una cesta de ropa sucia.

-Pensé que te llevarías todo tu cuarto -le escribí más tarde a Vera por WhatsApp.

-¿A qué te refieres? -me contestó.

-Pues, que está como si no te hubieras llevado nada. ¿Estás segura de que no te hace falta nada?

-Jajajajaja, no te diste cuenta, pero antes de que te mudaras, me llevé dos maletas llenas con todo lo necesario. Lo que ves ahí, de hecho, es poco.

-¿En serio? -le contesté sorprendido.

-Sí, hermanito. Por cierto, tu cuarto es un desastre. Más te vale que no dejes así el mío.

-Jajaja, no prometo nada.

Mientras me escribía con mi hermana, estaba buscando dónde dejar mis cosas. Hice un pequeño sitio en el baño para dejar mis enseres, y mi computadora y mis libros los dejé en el escritorio de Vera. Pero, mi ropa no sabía dónde iba a guardarla.

-Espero que me hayas dejado un cajón libre para mis cosas.

-Oh, sí es cierto, lo olvidé, Alex. Discúlpame, por favor. Puedes hacer espacio a tu gusto, no te preocupes. Los próximos días será tu cuarto. Yo creo que sí cabe toda tu mochila en uno de mis cajones.

-Vale. Gracias, sis.

Pero, a pesar del desfalco de Vera, su closet seguía rebosante. No encontraba lugar para mi ropa en su closet. ¿De verdad mi hermana se había llevado dos maletas? Conociéndola bien, por supuesto que sí. Y eso que todavía su cesta de ropa sucia estaba lleno. “Vaya hermanita tengo”, pensé. Eso sí, tengo que admitirlo, Vera siempre se ha caracterizado por ser ordenada. Lo sabía por sus hábitos mesurados y por la pulcritud de su persona; aunque, no conocía cómo era ella en su espacio personal. Quiero decir, cuando entré a su cuarto, no había ningún calcetín botado o algún libro fuera de su lugar. Todo estaba en su sitio y acomodado al más puro estilo de una persona compulsiva. Si bien somos hermanos y nos llevamos a toda madre, me dio gusto conocer esta parte de Vera. A razón de esto, y en completa consideración, pero también como agradecimiento por haberme permitido hacer mi confinamiento en su cuarto, decidí mantenerme igual de ordenado en su habitación. Era lo menos que podía hacer. Lo menos y lo que más estaba a mi alcance.

ALGO NUEVO

Aunque, seguía con el asunto de mi ropa. Tal vez podría aguantar toda mi cuarentena guardando mi ropa en mi mochila. Sin embargo, recordé que eso nunca me había funcionado en ninguno de mis viajes, aún en los de estancia corta. De verdad, necesitaba un cajón del closet de Vera. Así que me aventuré a ver si podía hacer algo al respecto. A primera vista, su closet era grande. Este se dividía en tres partes: una para su calzado; otra para sus prendas comunes; y la otra, para su ropa interior. En esta última parte, pude bien acoplar todo para que cupieran mis pocas prendas que traje conmigo.

Un solo cajón, como dije. Misión cumplida.

Quise escribirle a mi hermana para anunciarle mi éxito, pero desistí pues escuché silencio total afuera. Y con razón, pues con la agitación de todo este día y el apuro por acomodarme en el cuarto de Vera, no me había dado cuenta que ya se había hecho de noche. Muy noche.

Busqué en mi nuevo cajón, pero no encontré entre mis prendas nada qué usar para dormir. A pesar de ser abril, las noches siempre han sido frías para mí, por lo que suelo vestir por lo menos un short y una playera fresca. “¡Cómo eres imbécil!”, me dije entre mí. “¿Y si le escribo a Vera para que me traiga algo”. No, no quise molestarla. Pasó entre mi mente la idea de irme a la cama semidesnudo, pero mi viejo hábito de dormirme cubierto fue más fuerte. “¿Qué hago? ¿Qué hago?”...

Después de largo pensar, decidí hacerle caso a una idea que abandoné al principio, pero que hizo mucho ruido después: “¿Y si revisas qué tiene Vera para dormir?”.