A y B, desdecenso conjunto a sus pervisiones
Hay pasos en la vida que damos solos. Para otros necesitamos que nos empujen o que nos aúpen, para sobrepasar ciertos muros. Y al otro lado, en ocasiones, nace una persona nueva. Libre de sus ataduras, las perversiones se convierten en fuente de placer y vida.
Mi interés por añadir juegos de poder al guiso entre sábanas nació por casualidad. Por cruzarme con una persona muy sumergida en ellos, con la que simplemente intercambié impresiones. Impresiones que más tarde me llevaron a pensar que podrían ayudar a otra a sobrepasar ciertos miedos. Así empecé a dar pasos por unas veredas que, en realidad, nunca me habían llamado la atención. Y gracias a ello, oh casualidades, he vivido algunas experiencias realmente gratificantes.
Con el tiempo consolidé “reglas” o directrices que, al menos a mí, servían para contribuir a una experiencia gratificante. La primera el respeto y mutuo acuerdo, por supuesto. La segunda, la no interferencia con la vida cotidiana y la privacidad de cada cual. Y la tercera y la más difícil, el reto de impedir que las experiencias en este camino se tornasen igual de rutinarias que las derroteros más “convencionales”, terminando por volverme un cautivo de clichés y cayendo en la falta de vida de algunos encuentros tópicos. Así he procurado que siempre mis encuentros “en la vereda más verde” ocurriesen sólo cuando una nueva idea, un nuevo paso sacudiese mi cabeza, mi corazón, mi sexo o cualquier combinación de ellos.
Y sucedió una de estas ideas, que sembró de conflicto hasta mi propio librillo de directrices. Leyendo entre líneas, intuí que dos personas habían llegado a un mismo muro desde distintos sitios. Y sentí que ayudando a una…podría llevar a la otra a unos parajes llenos de posibilidades.
Comenté los mínimos detalles necesarios con ambas, ni siquiera la existencia de otra persona. Sólo las insinuaciones justas para estar seguro de que se ponían en mis manos y que querían descender por el tobogán de mi desvarío, fuese cual fuese. Así que a partir de aquí, hablaremos de A (de quien podéis saber algo más en mi relato Domin-Arte) y B (sobre quien podéis saber cómo empezó todo en mi relato “Cazador de detalles”). A es una persona risueña, libre, creativa. Sólo necesita que le señalen una dirección para volar sobre ella. B en cambio es una persona más aferrada a la tierra, que disfruta de todo un nuevo contexto cuando le arrancas de ella. Con estas ideas en mente, elaboré el plan de aquella increíble jornada.
La localización, fuera de todo entorno que pudiese dar pistas a ninguna de ellas. Primero nos encontramos B y yo. Para B tenía que encontrar un contexto seguro, darle tierra desde la que saltar hacia el cielo. Llegó a la habitación a la hora convenida.
-Ho-hola-casi tartamudeó al entrar en la habitación, como pidiendo perdón por estar ahí, pero anticipando en su sonrisa que, una vez más, quería intentar aletear un poco.
-Hola preciosa, me alegra verte. De rodillas perrita-el espacio de duda le cuesta más que delegar, así que sin preámbulos asumí su capacidad de decisión.
La contemplé paladeando cada detalle. Ajustada al milímetro a las instrucciones. Lentillas de un verde delicioso, mirada realzada por el tipo de maquillaje que le sugerí al verlo en una revista. Fuera de esta habitación B casi nunca se maquilla, dentro, es una criatura nueva. El atuendo perfecto: un blanco integral e inmaculado, que insinúa sin mostrar el body de tirantes de cuero que lleva debajo y culminado en un collar a la vista. Una falda larga, lo justo para también apuntar las botas altas que lleva. Ha debido morirse de vergüenza y placer en el corto trayecto que seguro habrá pensado hasta aquí. Paseo en torno suyo, dejando escapar expresiones positivas que abran su disposición. Aferro su maravillosa melena rizada, y la uso para ir tomando posesión de su cuerpo. Rara vez llevará también un rizado tan seductor fuera de aquí. Sé que lleva los pezones al aire, así que desde detrás de ella los aferro, disfruto su gemido de sorpresa y la susurro:
-Estás deliciosa. Eres un millón de veces más deliciosa de lo que puedes imaginar. Y poco a poco te irás convenciendo-Cambio la presión en los pezones por un mensaje (si, mensaje) más suave que le arranca un primer gemido de libertad.-“Desnúdate y a cuatro patas en la cama”
Cumple con auténtica devoción la orden, buscando continuamente con miradas relámpago signos de aprobación. Yo se los restrinjo, intento parecer imperturbable. Disfruto con locura la escena, el privilegio del espectáculo erótico y emocional que se desarrolla ante mis ojos, pero no permito que se dé demasiada cuenta. Necesita sentir presión. Sus muy abundantes pechos están exageradamente realzados por el body, pese a estar suspendidos en el aire sin cobertura alguna. Adopta la postura de ofrenda. Y no entiendo muy bien qué motivaciones me ayudan a no aceptarla en ese preciso momento. Poso una mano tenue en sus nalgas desnudas y percibo su sobresalto. La recorro. Tiro del body en los sitios estratégicos para asegurar que está bien fijo. Sé que espera, que ansía algún tipo de conexión física; administrarla es siempre la clave de las experiencias con B.
-Date la vuelta y túmbate boca arriba abierta de piernas y brazos-Recibe el susurro y se mueve al instante. Casi mecánica, noto el pequeño aumento en la intensidad de sus respiraciones. Siente que se acerca el momento en que pueden empezar a pasar cosas, aunque esta vez se equivoca.
Saco las extremidades del correaje bajo la cama y comienzo el ritual de fijarla. De alguna extraña forma, creo que estar atada le da seguridad, percibo que su calma aumenta al delegar más libertad. Qué extraños somos…Al fijar la mano derecha, succiono su pulgar…y deja escapar un gemido de satisfacción. Está en el punto perfecto…ojala se mantenga como he planeado. Me dirijo hacia la mochila con los instrumentos y disfruto de ver cómo intenta seguirme con la mirada, sin atreverse a mover un milímetro su cabeza, para no delatar su “osadía”. Saco el consolador y las pinzas. Lubrico adecuadamente el primero por si aún no está preparada, aunque mira que lo dudo.
Aunque las correas han hecho casi todo el trabajo, ella se esfuerza por, disimuladamente facilitarme la postura. Le inserto lentamente el glande del consolador, frenándolo para evitar que lo engulla como desea. Jadea… ¿contrariada?
-Muy bien pequeña, por ahora es suficiente-. Me incorporo y voy hacia el cabecero de la cama. Sabe que no debe mirarme, que si anticipa lo que viene puede perdérselo. Así que fija fanáticamente la mirada en el techo de la habitación. La orden sólo tiene el sentido de mantener su tensión, se deseo de complacencia permanentemente vivo, así que le disculpo los incumplimientos más discretos. Cuando estoy cerca de su oído le digo: “Justo a eso vamos a jugar hoy. A la relatividad del tiempo y del espacio. De todo. Te voy a dejar un tiempo sola, aislada, inexistente. Si tu deseo sigue vivo cuando vuelva, sabrás qué había pensado para después.”
Sus pupilas se dilatan, lo he visto. Supongo que realmente desea algo ahora. Perfecto, de eso se trata, de desear. Saco la máscara de debajo de la cama y se la muestro.
-Mira. Es una máscara de muñeca hinchable. Con ella puesta no podrás ver nada, y oír muy poco. Céntrate en ti y en tus sensaciones. Y en mantenerlas vivas. Descuida, que podrás respirar de sobra.- Le acerco la máscara y entre los dos conseguimos cerrarla pese a su espesa melena, que cuesta confinar sin producir ningún tirón. “A partir de ahora, te llamas B. No vuelvas a hablar hasta que te lo diga, de verdad. Si no lo cumples, no puedo responder sobre lo que ocurra”. Asiente, y disfruto de imaginar las vueltas que va a dar su cabeza ahora. Prendo las pinzas de doble extremo de sus pezones, y dejo colgando los extremos libres a ambos lados de su cuerpo. Me pregunto si le servirán de pista…
Me retiro a contemplar la escena. ¡No me lo puedo creer! Sonrío y disfruto una carcajada silenciosa, creo que está haciendo movimientos imperceptibles para disfrutar más el glande en su interior. Le aviso al tiempo que le regalo una sensación. Aferro el consolador y le doy una vuelta de 360º sin variar su penetración. “Eso es todo por ahora perrita”. Me acerco al cabecero “hasta pronto…o no. Disfruta tu relatividad”. Asiente y yo, mirando la escena, confieso que no puedo evitar aferrar mi miembro y librar una lucha interior para mantener mi propio deseo vivo y no darle la primera estocada ahí mismo.
Cierro la puerta de la habitación y voy en busca de A. Debe estar ya en el lugar convenido.
Uuuuuffff…ciertamente se hace difícil en ocasiones pensar cuando mucha sangre se concentra en un punto. Igual le toca a “A” pagar los “platos rotos” de mi contención. Empiezo a no sentir todo bajo control…Cuando llego al salón del hotel convenido ahí está. Leyendo su Vogue o loqueseaderevistademoda que tanto le gusta. La estoy viendo de espaldas, veo como mece las piernas divertida, como mueve los tacones infinitos de sus (mis) sandalias en un lenguaje que trasluce que se sabe sexo y vida, y que espera disfrutar una buena dosis en breve. Lo del amarillo limón de su vestido es de su cosecha, si la dejas suelta, vuela. Me sonrío.
-¡Muy buenas!- Me lanzo frente al sillón delante suyo y me dejo caer de golpe. La sobresalta y, como quería, rompe su cuidado gesto preparo para recibirme altiva.
-¡Tío! ¡Qué susto! – Se lleva una mano al escote, con un movimiento milimétricamente estudiado de pobre mujercita desvalida y de pobre del hombre que caiga en sus redes.
-Ni susto ni leches golfita. Hoy te llamas A. ¿Entendido? Sobre todo, ni una palabra si no te la pido, porque podrías dar al traste con todo lo que tengo preparado. ¿Entendido?- Me muestro especialmente serio dentro de nuestro código habitual. Es esencial que hoy ella lleve bien el collar, y a veces le cuesta, las cosas como son.
-C-claro. Como digas mi Señor.- Rompe totalmente su postura altiva y triunfal de hace unos segundos. De repente debe sentir el vacío de la ropa interior y no sabe cómo llevarlo, porque entrecierra las piernas. Perfecto, abandona su papel de ganadora habitual y se abre al que le gusta llevar conmigo.
-Si lo que estabas tomando está pagado, levántate y sígueme. Se incorpora, por lo que abandonamos el bar y nos dirigimos a la habitación…contigua a la que confina a B en su experiencia de relativización del deseo. Antes de abandonar claramente el bar engancho la cadena a la argolla de A. Se mueve el labio inferior y evita poner cara de triunfo porque sabe que le costaría alguna compensación, pero le encanta saberse objeto de deseo de cualquier mirada que se haya escapado desde dentro del local. Caminando por los pasillos disfruto la ligera tensión de la cadena con la que la llevo, además del compás de “tocs” que marcan sus tacones. Mi propia tensión interior empieza a ser excesiva…
Entramos en la habitación, las luces tenues y nuestras velas de inicio de viaje. Los elementos rituales facilitan la trascendencia y el disfrute a nuevos niveles. Ella desde el umbral intenta identificar elementos nuevos para desvelar la sorpresa. Hoy no va a ser capaz. De un tirón firme en la cadena consigo que trastabille sobre sus deliciosas sandalias y caiga sobre la cama. Antes de que pueda reaccionar cierro de un portazo, el levanto el escueto vestido descubriendo su trasera y le regalo el primer azote firme ¡Zassss! Reacciona con un respingo pero contiene sus reflejos y se queda quieta, expectante, tumbada boca abajo.
-Deliciosa como siempre, ésta es mi perrita. – Le regalo los oídos antes de deslizar mi lengua por su cachete enrojecido. –En posición, mi puta.
Reacciona al instante, se libera del vestido fosforito (su única prenda), se encarama a cuatro patas en la cama y se separa habilidosa los labios en ofrenda total. Dios, no puedo más. No lo tenía pensado pero separo sus cachas y sin aviso ni contemplaciones la sodomizo firmemente con la mitad de mi miembro. La inesperada invasión le arranca un gemido, casi grito de sorpresa y placer. Se contrae ligeramente pero rápidamente hace esfuerzos por relajarse y rendirse a la situación. Le sostengo firme la cadena, que acorto para forzarle la postura. Se rinde.
Y yo dudo. Por un momento mis instintos parecen ganar la batalla y aferro sus caderas dispuesto a descargar toda la tensión acumulada…pero me contengo. Sé que necesito mis instintos vivos. Si los dejo relajarse no seré tan creativo, no estaré tan presente. Resoplo para liberarme y me retiro de su interior, lo que parece sorprenderla, aunque no se vuelve a preguntar. Buena chica.
Me voy hacia el armario y extraigo la bolsa seleccionada. Se la lanzo junto con la orden de ponerse lo que hay dentro. Es delicioso verla incorporarse con la cadena colgando. Moverse felina a curiosear el contenido: medias con costura, un cinturón de ligeros de látex con anilla estratégica en el sexo y nada más. Miro reclinado en el arcón la escena, que ella sabe hacer imposiblemente cautivadora. Recuerdo que cuando nos conocimos me pareció modosita, y sonrío. Concluye recuperando las sandalias, que sabe que debe llevar salvo indicación en contra. Asiento cuando termina y con el dedo dibujo un círculo que le indica que se exhiba adecuadamente. Pienso que debo ser el hombre con más autocontrol del planeta…
Me aparto del mueble, tomo su cadena y le indico “vamos, súbete”. Se encarama como puede al mostrador. Quedando en cuclillas frente a mí. Tomo sus rodillas, disfruto la suavidad de sus medias y el deseo en su mirada. Y percibo intranquilidad. Creo que hoy he conseguido inquietarla con las condiciones “nuevas”. Separo las rodillas hasta que la postura de ofrecimiento de su sexo es casi obscena. “Quieta” le indico con firmeza. Mantiene la postura como puede, en equilibrio entre las delgadas agujas de los tacones y las manos que usa para no caer de la cómoda. Voy a por las pinturas e inicio nuestro ritual.
Delineo con la témpera corporal sus párpados inferiores, descendiendo con el pincel hasta encontrarme con su collar. Enmarco también la silueta inferior de sus pechos, con una línea que se dirige hacia el ombligo, y que un quiebro de muñeca convierte en interrogación justo antes de llegar a su sexo. Acomoda su postura, creo que en busca de una estimulación que aún no va a llegar. Me mira extrañada y divertida. Doy la vuelta al pincel, y mientras inserto parte en su sexo tiro de la cadena para acercarme sus labios y degustarlos. Invado con mi lengua toda la intimidad de su boca. Sabe a café. Siempre cafetera mi perrita…
Me separo y disfruto su mirada ardiendo por más. Nunca será una sumisa totalmente entregada. Solo cede para conseguir lo que quiere. Cede por placer, no por naturaleza. Es una suerte increíble haber amaestrado lo suficiente una criatura así. “Baja de ahí” le ordeno con un pequeño tirón de la cadena. Reacciona programada y se dirige a la posición de rodillas en el suelo. Vuelvo al armario y saco la penúltima pieza del puzle, que le muestro: máscara de “Cat-Woman”, aunque arreglada para la ocasión con tapas en los ojos, para mantenerla ciega. Sonríe, cómo no. Le coloco la máscara y vuelvo a pensar en elefantes azules con alitas de algodón, lo que sea…o me pierdo. “Bien “A”, empieza la fiesta. Ahora sí que es esencial que no hables salvo que te lo indique, por tu propia seguridad”
Voy hacia la puerta que comunica las habitaciones y la abro, tiro de la cadena de A. Y percibo tensión. Sonrío. Igual ha confundido la puerta entre habitaciones con la que da al pasillo. Perfecto. “Vamos o tendremos un problema”-le miento para añadir tensión. Se rinde y comienza a andar. Traspasamos el umbral.
Traspasamos el umbral y percibo a B retorciéndose cautelosamente. Se petrifica cuando de alguna forma percibe una presencia. La moqueta de la habitación ayuda para que los tacones de A no den pistas antes de tiempo. Con presión sobre los hombros le transmito que se quede en posición de rodillas esperando.
Me acerco a contemplar la situación de B en la cama. El brillo que rodea al consolador me indica que posiblemente ha conseguido mantenerse encendida. Le premio introduciendo lo que quedaba fuera de ella con un empujón seco. Su cuerpo se electriza dentro de lo que le permiten las correas de la cama y el pequeño jadeo levanta las orejas a A. Ella ya sabe que hay otra persona. Me acerco a B y mi lengua recorre sus orejas. Sus gemidos se aceleran. Tomo el extremo de una de las cadenas de pezones y le regalo un estirón, al tiempo que un lametazo. Ya sabe que va a empezar lo bueno. Se revuelve inquieta. Extraigo el chorreante objeto que alojaba. Y me encamino a por A. Esta es la primera parte clave. Confío en que A vencerá la resistencia con la agilidad habitual.
Le emplazo en arrodillada a los pies de la cama, para inquietud de B. Le tomo de las orejas de la máscara y con cuidado le coloco con la nariz muy próxima al sexo chorreante de B. Tomo sus manos, que guio a su espalda, donde las esposo. Ha llegado el momento, la tomo del collar y a unos centímetros del sexo de la inquieta B, le susurro “Lame bien perrita”, y me retiro a disfrutar el resultado.
A es increíble. Tarda dos segundos en sacar la lengua para tantear lo que sabe y huele que tiene delante. Lo ubica, con el correspondiente respingo de B. Pausa. Uno, dos…y se pone a la tarea. B lo agradece con un sordo gemido, a través de la máscara. Ignoro si A había probado un coño antes, pero para una posible primera vez, es encomiable cómo se dedica a la tarea.
Disfruto la estampa de A en cuclillas al pie de la cama, enmascarada y afanándose en recorrer los pliegues del sexo de mi inquieta B. Me tengo que acariciar un poco para liberar algo de tensión. A ya ha saltado la primera verja. Toca darle el empujón a B. Cerca del oído le pregunto “¿te gusta que te lama una mujer?” Yo siempre he sospechado que le encantaría, pero los primeros brincos a pesar de las ataduras me llevan a dudar. A se lleva un golpe de pelvis en la cara, pero se recompone rápido.
Me inquieto. Si no cede y disfruta, alterará todos mis planes. Espero tenso, poniendo toda la atención en el milimétrico lenguaje de su cuerpo, sus movimientos, sus quejidos y sus tensiones. Y al poco, cede, deja de moverse. Se entrega y empieza a comunicarse con la lengua de A a través de sus restringidos movimientos de pelvis. Fantástico. “Bravo pequeña, sabía que podrías”- pienso para mis adentros. Y disfruto, disfruto durante largos instantes ver a estas dos criaturas volar, jadear y crecer juntas. Donde antes había miedo, ahora hay placer, una nueva experiencia, un nuevo matiz. Posiblemente luego llegarán los remordimientos, para ya hemos abierto una vía más a la vida. Pasa poco tiempo, mucho menos del que yo creía que necesitarían, hasta que A y B se sincronizan, demasiado. Los movimientos de B se acompasan con A, que ya casi ni se retira a respirar, desbocada. B empieza a gemir y, antes de que se lleve su premio demasiado pronto, tiro del collar de A hacia atrás. Se queda arrodillada, expectante. Deseando ir hacia adelante. Qué criatura.
Quietas fieras, no derraméis más deseo de la cuenta-Les digo más que ordenar. Tiro de la cadena de A, que se incorpora junto a la cama. Aferro su media melena y pruebo el sabor de B en sus labios. A ella le enloce. Si no estuviese esposada y entregada, habría trepado a mi pelvis y tomado lo que desea. La aparto antes de yo pueda dejar caer mi batuta y voy a por el penúltimo ingrediente de esta noche.
Manipulo su lencería y encajo el dildo en el arnés previsto para ello. Ella sospecha, pero aún no sabe. Le libero de las esposas, cojo sus manos y las deposito sobre el dildo, para que comprenda lo que viene. Sonríe cuando lo rodea con ambas manos. Aún ciega y parcialmente sorda por la máscara, su sonrisa es toda perversión. Está imparable. Justo como la necesito. La arrodillo con firmeza en posición de nuevo frente a B y le doy carta blanca al oído “ya sabes qué tienes que hacer”. Ella palpa las piernas abiertas de B, con una mano experta encuentra su objetivo y con otra se sujeta el arma que va a utilizar. Se mueve como si lo hubiese hecho toda la vida. No encuentra resistencia alguna o no la hay. B parece estar inundada de disposición. Palpa la cama, se asegura en la postura y comienza a poseer a B como si lo hubiese hecho así toda la vida. B se descontrola y empieza a proferir gruñidos de placer a través de su máscara ciega. A, inquieta y dominadora en demasía, se encuentra con los restos de las pinzas de doble extremo que penden de los pezones de B. Aprovechando el suceso, detengo un poco su ritmo y conecto los extremos libres a los pezones de la amazona que monta a la entregada. Los recibe con un pequeño jadeo. En cuanto entiende las nuevas posibilidades vuelve a moverse con el ansia que alguien tendría con un miembro de carne. Se incorpora para comprobar la longitud de las cadenas y cuando la descubre, añade pequeños mutuos tirones a los escalofríos de placer que debe estar desencadenando en B. Está plenamente integrada en su papel, y disfrutando de la experiencia de tener falo. Tanto que hasta se lanza a buscar los labios de B, topándose con su hermética máscara de látex. B parece totalmente entregada, libre, loca. Me encanta.
La veo tan rendida, que me decido a la segunda fase del plan. “Quietas las dos”- irrumpo en el momento con toda la firmeza de la que soy capaz. Se paralizan manteniéndose unidas. “No os mováis, no habléis”. Me posiciono tras A, y abro lo necesario la cremallera trasera de su máscara. Intento hacer lo propio con B, que se inquieta cuando no termino de liberarla. Me sitúo entre las dos. Aferro cada máscara de su punto superior y de un tirón sincronizado devuelvo a ambas ninfas a la luz de su perversión. “Bienvenidas a vuestro próximo paso en el placer: el conocimiento”
A y B tardan poco en enfocar sus miradas. Ambas abren los ojos como platos. Saltando mi segunda directriz de proteger la privacidad para respetar esta vez la de mantener con vida la creatividad y responder a las señales que me han ido dejando ambas, A y B se (re)conocen. A ambas las conocí por el mismo grupo de amigos y con ambas recorrí caminos muy distintos hasta este punto de cruce. El aire está absolutamente electrizado.
El miedo se apodera de B, que cierra los ojos y empieza a gritar “¡Dejadme! ¡Dejadme!” y forcejea violentamente con sus ataduras. Joder, no me esperaba una reacción tan negativa. Propino a A un cachete que le traiga de vuelta y le grito “¡Dale placer!” y, menos mal, responde al instante recuperando la tarea que tenía entre manos y entre las piernas. B está hundida en negaciones “¡No! ¡No, parad!”. Tanto que me hace dudar y empiezo a pensar que igual he ido demasiado lejos. Me juego la última carta en el asunto. Repoker o fin de la fiesta. Tomo su ondulada melena y le propino un beso que le corte el aire.
El movimiento la desconecta de su miedo por unos segundos. Duda, sigue dudando, inerte. Estoy a punto de realmente rendirme y…y empieza a corresponderme. Su lengua recobra vida en busca de la mía. Deja de revolverse de sus ataduras. ¡Menos mal! Se rinde, acepta su nueva condición, asume que podrá con las nuevas condiciones de su vida e intuyo que empieza a vislumbrar las nuevas posibilidades. En cualquier caso, vuelve.
Para celebrarlo, ceso el beso, me desabrocho el pantalón y por fin, pienso en mi propio placer al penetrar su boca. Con el margen que le permiten las ataduras, se entrega a la tarea, mientras deja escapar gemidos por el buen trabajo que está haciendo A. Me vuelvo a mirarla y sonríe entre pervertida y aún sorprendida, diciéndome con los ojos “Menuda has liado”. Perfecto, ha llegado el momento del número final.
Detengo la acción. B sonríe. Con lágrimas en los ojos, pero sonríe. Ha renacido. La libero de sus ataduras y ordeno a A tenderse en la cama. “B, monta a A”- espeto firme. B ya ha pasado su barrera. Tranquila y mirando a A a los ojos aferra su “miembro” y se deja penetrar. Siguen unidas por los pezones y es ahora B quien juega con esa unión para incrementar el placer del momento. La escena es la apoteosis que ha motivado todo este plan. Están felices, pervertidas, libres de etiquetas y además, ahora saben que no están solas.
Por fin es mi turno. Me posiciono en las caderas de B, coloco mi miembro en su puerta trasera y dejo que su movimiento sobre el falo de A me vaya ayudando a horadarla. Al principio le cuesta ceder a la doble invasión, y yo recibo alguna punzada de dolor por la entrada demasiado tensa. Pero finalmente cede ¡flop! Su esfínter se rinde al invasor y quedamos los tres acoplados. Desde la espalda de B y viendo a A desde arriba tomo el poder de las cadenas que les unen y empezamos a buscar un movimiento posible para los tres. Lo conseguimos por momentos. Estando en el ano de B siento cómo entra el miembro de A y recibo el masaje a través de sus paredes. Es enloquecedor…
B vuela, y se abalanza a los labios de A, que se entrega a su recién estrenada complicidad. Por su respiración, sé que está próxima a la explosión, así que aprovecho para acelerar yo también el ritmo. B se inmoviliza, vibra como electrificada, y su vibración me lleva a mí al final soñado. Inundo sus entrañas con mi placer.
Caemos ambos exhaustos, maniobrando para no aplastar a la pobre A, que tan buen trabajo ha hecho. Yo abandono el refugio de B, retirándome a un lateral. Y B sale de A, retirándose al otro.
-No seas desconsiderada con A y no le dejes así, agradécele el placer que te ha dado – Me dirijo a B con una sonrisa en la mirada. Por un momento veo una nube en sus iris tintados, pero se despeja tras una sonrisa franca y libre. Se arrodilla frente al sexo de A y apartando el falo que le penetraba hace unos momentos lleva a A a un intenso orgasmo oral. Delicioso.
Luego vendrán los momentos de yacer juntos. De recuperar el sentido de la realidad. De las primeras explicaciones, miradas y esfuerzos por la normalidad. De tomar unos cafés empezando a disfrutar de su nueva condición de cómplices a la fuerza, y al placer. Pero eso…son otras muchas historias. En esta ya hemos vivido un nuevo paso de libertad y vida.