A veces pienso
El calor de la mirada ajena en las posaderas propias enciende la sangre e intuyo la tea de su cuerpo.
A veces pienso que el tiempo es un cubo de hielo que se deslíe y se nos escurre entre los dedos.
Sin que sepamos el destino de nuestros senderos, emprendemos el camino. Los unos disfrazados de varones, las otras de mujeres.
Allí donde se juntan los muslos, los túmulos de las carnes encerrados entre las piernas, el calor se contagia al compás de cada paso. En el preciso instante en que el pasado y el presente se fusionan, surge la simbiosis de la llama. El leño en uno, la fogata en otra.
En el lugar en que mi pollera se comba entre mis muslos, en ese mismo punto que en otros amanece la estaca, mis carnes encienden una hoguera interior de oníricas luminarias.
Sutil tela cóncava sobre la ingle acaricia el monte de venus, contagiando un leve y erótico movimiento a los hirsutos vellos del pudor, mientras el estirado tejido se ciñe sobre las carnes, envolviendo muslos y tensándose en el abullonado trasero.
La envejecida tela de innúmeras caricias, acomodada al cuerpo, marca tenue la pronunciada quebrada en la que las nalgas se ennoblecen.
El calor de la mirada ajena en las posaderas propias enciende la sangre e intuyo la tea de su cuerpo.
Hoy es un día en que el tiempo se deslíe y su estampa es tu sombra.
Decidida, doy el paso rutinario y este cuerpo, filtrándose entre los agujeros del tiempo, ingresa al metro hacia su próximo destino.