A veces el cartero no sólo trae un único paquete.
Cuando tu amigo te puede hacer la mayor o peor putada del mundo.
La semana pasada por fin terminé los exámenes de final de curso, las notas han sido mejor de lo que esperaba, hasta en casa están sorprendidos. Pero teniendo en cuenta que me tiré estudiando doce horas diarias, es normal que lo haya aprobado todo, aunque debo de reconocer que la mayoría han sido con un cinco. Desde bien pequeño supe que no era una lumbrera, por lo que no me iba a pillar por sorpresa a estas alturas.
Miguel y Carol dijeron de salir de fiesta para celebrar que ya habían empezado las vacaciones, pero sinceramente a mí no me hacía mucha gracia salir. Últimamente Carol y Miguel se pasaban todo el rato tonteando y lanzándose indirectas el uno al otro, por lo que no me apetecía pasarme así una noche entera y además de fiesta.
Muchas veces he pensado si realmente eran celos lo que sentía por ellos, desde pequeños habíamos estado muy unidos. Éramos los únicos amigos que habían durado después del colegio, la mayoría hizo nuevos en el instituto y las amistades de la niñez pasaron a un segundo plano.
A veces me da por recordar cuando me enrabietaba con mi padre, él siempre me decía que la gente va y viene, y que los amigos de verdad se pueden contar con una mano, sin embargo, mi parte infantil e ingenua le contestaba que no, que yo siempre iba a tener a todos mis amigos de clase hasta que fuéramos lo suficientemente mayores y muriésemos de viejitos. Es curioso ver como a día de hoy soy yo los que no les saluda a ellos o viceversa.
Aquella tarde Miguel, Carol y yo nos la pasamos hablando por Whatsapp o mejor dicho batallando para ver si conseguían convencerme para salir de fiesta. Seguía sin entender por qué les costaba tanto aceptar que estaban loquitos el uno por el otro y se dedicasen a follar en vez de organizar fiestas para utilizarme a mí como un sujeta velas de mierda.
Ahora sí que empiezo a pensar que estoy un poco celoso. Carol me ha parecido la chica perfecta desde el día que la conocí en parvulitos, todavía recuerdo las trenzas que llevaba con su lazo rojo y su mochila de cuadros. Miguel y yo siempre hemos batallado en silencio por ella, sabíamos y éramos conscientes de que tanto él como yo sentíamos algo por Carol, pero la madurez o la poca que tenía nuestra mente nos hacía anteponer la amistad al amor, o eso pensaba yo.
Como era obvio, la última respuesta la tenía Carol, así que con el paso del tiempo y una tableta de abdomen marcada gracias al gimnasio y un poco de barba dada por la genética hizo que Carol se decantase por Miguel.
Lo que sí me llegó a sorprender, no era que Carol me hubiera rechazado si no la respuesta de Miguel. Parece que desde que supo que ella sentía algo por él intentó separarnos como grupo. Muchas veces me daba por pensar que era él el que estaba celoso de mí, pero nunca llegaba a entenderlo, era él el que la tenía a ella, no yo.
Miguel intentando que saliera el plan hacia delante, dijo que se vendría una amiga suya con nosotros, pero eso hizo que aun tuviera menos ganas de salir, se trataría de alguna encerrona o vete tú a saber cómo sería esa chica.
Mis excusas siguieron llenando la pantalla de aquel chat hasta que Carol me habló por privado y me insistió en que saliera, hacía tiempo que no nos veíamos y echaba de menos ver al grupo junto. Fui tonto, pero la parte de mi cuerpo que todavía sentía algo por ella…aceptó.
El plan consistía en cenar en uno de los bares del centro, tomar unas copas en los pubs que quedaban cerca y luego ir a la discoteca. Los primeros en llegar a la puerta del restaurante fuimos Carol y yo, hasta que pasados un par de minutos Carol dijo:
-Mira, por ahí vienen.
Mi vista que no permitía ver bien a largas distancias, vislumbraba un par de formas que se iban acercando hacia nosotros al mismo tiempo que me temía lo peor, sin embargo, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, me di cuenta de que si la chica que iba tras Miguel era su amiga, iba escoltado por un mismísimo ángel.
-Buenas, lleváis mucho tiempo esperando dijo Miguel.
-Qué va, acabamos de llegar respondió Carol con un tono dulce, bueno, el que ella siempre usaba, incluso cuando llevas veinte minutos esperando como llevábamos nosotros.
-Os presento, ella se llama Ángela, es una amiga que tenía antes de mudarme a Madrid y ha venido de visita. Ella se llama Carol y él Alberto.
Hechas las presentaciones la noche transcurrió mejor de lo que todos y cada uno de nosotros esperábamos. Durante la cena o mejor dicho durante la noche entera, intenté que no se me notase mi atracción por aquella mujer, pero ya os digo yo que me resultó casi imposible.
Ángela era una mujer con una melena larga de color oscuro, se notaba que le gustaba verse guapa y sobre todo que la gente pensase lo miso. Se había alisado el pelo para la ocasión, se había pintado los labios de color rojo y hasta se había puesto un poco de color en las mejillas que le realzaban aún más su belleza. Sus ojos verdosos hacían que te perdieras en lo más profundo de su ser, hasta tal punto de que cuando te pillaba mirándola, te sonreía y eso hacía que aún cayeras más en su embrujo. Un vestido del mismo color que el de sus labios adornaban su preciado cuerpo, aquella tela parecía recorrer los dos amplios mundos que componían sus pechos y terminaban por juntarse a la altura de su cintura, dibujando una perfecta silueta que hasta al mismísimo Picasso le hubiera costado pintar.
La noche transcurrió de una manera fluida y apacible, hasta tal punto de no darme ni si quiera cuenta de lo que estaban haciendo Miguel y Carol, obviamente todos hablábamos con todos, pero a diferencia de otras ocasiones, su tonteo me importó bien poco. Ángela y yo parecíamos haber conectado, teníamos gran cantidad de cosas en común; éramos del mismo equipo de fútbol, no gustaba salir a correr (sobre todo los días de lluvia) y por si no fuera poco a los dos nos encantaba Estopa.
Una vez que pagamos la cuenta, uno de los relaciones públicas de los pubs que se encontraba en el restaurante nos pilló por sorpresa y nos invitó a un par de chupitos, así que como ya teníamos la intención de tomar algo antes de ir a la discoteca, la idea nos pareció genial a todos.
El problema como todos sabemos es que cuando sales de fiesta, el primer chupito siempre termina en un segundo, seguido de en un tercero y así sucesivamente hasta que el camarero es quien pone el límite.
Paseamos durante minutos por las calles de la ciudad, riéndonos, cantando, haciendo todo cuanto se nos ocurriese sin que nos importase nada ni nadie, hasta que por fin conseguimos llegar a la discoteca. Cuando entramos, la música pareció apoderarse de nosotros, bailábamos como si la vida nos fuese en ello.
Ángela y yo empezamos a buscarnos con la mirada, convirtiendo en cómplice de nuestra atracción la letra de todas y cada una de las canciones que sonaban en el momento. Lentamente nos fuimos acercando el uno al otra hasta que clavando mi mirada en sus labios, y la suya en los míos, nos besamos sin dudarlo un instante. Nuestros cuerpos se detuvieron, ahora eran nuestras lenguas y manos la que bailaban por nosotros, al mismo tiempo que nuestros brazos se convertían en una especie de enredaderas que envolvía el cuerpo del otro.
El tiempo fue pasando para todos, excepto para nosotros, Ángela ahora estaba de espaldas a mí y…su espalda-mi pecho, su culo-mi sexo, su melena echada a un lado junto con su cuello desnudo-mis dientes clavándose en él, todas estas combinaciones hacían de nosotros una bomba de relojería que estaba a punto de ser detonada.
-Sígueme, dijo Ángela mientras acercaba su boca a mi cuello sin dejar de bailarme.
-Me parece genial dije con una sonrisa de perversión pero espera que avisemos a Carol y a Miguel.
-Dudo que les importemos mucho, Miguel me trajo con la intención de que te tuviera entretenido mientras estaba con Carol, así que yo creo que nos podemos ir sin decirles nada.
En otra ocasión me hubiese puesto hecho una furia, pero después de haber conocido a Ángela todo me daba igual. Sin pensármelo dos veces dejé mi cuerpo a su voluntad y cuando esta agarró mi mano me guió hasta la salida de la discoteca, fue entonces cuando empezamos a correr sin un rumbo fijo
-A dónde vamos le gritaba a ella mientras esta reía y volvía a bailar en medio de la calle al mismo tiempo que parecía huir de mí.
-Tú sígueme, es una sorpresa dijo tras girar la esquina.
Cuando llegué al punto en el que le había perdido la pista a Ángela, giré la calle y para mi sorpresa había desaparecido. Por un segundo llegué a pensar que todo había sido fruto de la mi imaginación y ahora era cuando me despertaba en un portal después de que la verdadera Ángela me hubiese asestado una bofetada en la cara por lo baboso que le había parecido en la discoteca. Pero cuando menos me lo esperaba, la puerta de un edificio se abrió y con ella una mano que alargándose y agarrándome por el cuello de mi camisa me arrastró hasta la oscuridad que aguardaba en ese portal.
Nuestros cuerpos activaron los sensores haciendo que las luces nos dejasen de nuevo al descubierto uno frente al otro. Ángela y yo comenzamos a besarnos desenfrenadamente en aquel portal, íbamos rodando por las paredes, uno sometía al otro convirtiéndolo en su esclavo apoyándolo contra la pared; pero cuando el dueño bajaba la guardia, era el esclavo el que se revelaba y sometía a su amo.
Terminamos encontrando el ascensor, Ángela abrió la puerta y me empujó dentro de aquella caja metálica como si de un perro me tratase.
-A qué número le doy, pregunté.
-Cállate contestó, al mismo tiempo que se iba poniendo de rodillas y desabrochando todos y cada uno de los botones de la cremallera de mi pantalón.
Cuando Ángela tenía mi pene frente a su cara, se giró y una vez que había pulsado todos y cada uno de los botones del ascensor, volvió a prestarle atención a mi sexo y con aprovechando el sonido que hacían las puertas del ascensor al cerrarse, se metió por mi polla por completo en su boca. Mis ojos se clavaron en sus labios y sobre todo en la forma en la que entraba y salía mi polla de aquel agujero.
Cada vez que el ascensor se paraba y anunciaba una nueva planta, mis ojos consumidos y confundidos por el éxtasis del momento rezaban por que apareciese y no apareciese nadie en ese momento. Ángela parecía no importarle nada de aquello, es como si estuviera acostumbrada a que la viesen felando un miembro en el ascensor un sábado a las seis de la madrugada. Incluso me atrevería a decir que le ponía, una sonrisa se apoderaba de ella cada vez que yo pensaba que alguien iba a entrar y nos iba a pillar ahí metidos. Me jugaría el tipo a que si nos pillasen, ella sería la primera en sacarse mi polla de la boca y hacer dos cosas, una; pedir que vuelvan a cerrar la puerta y nos dejen terminar o dos; chupársela a quien haya abierto la puerta en caso de ser un tío.
Los números iban pasando cada vez más y más lento en la pantalla del ascensor hasta que sin darnos cuenta llegamos a la última planta.
-Oh vaya, parece que nos hemos equivocado, si yo vivía en la primera planta, ¿No te lo he dicho? Dijo ella con tono sarcástico mientras volvía a levantarse y tocaba todos los números de nuevo.
Ángela se volvió a arrodillar y mientras unas lágrimas empezaban a brotar de mis ojos a causa del placer, mi mano derecha se agarraba a la barandilla del ascensor al mismo tiempo que la mano izquierda presionaba insistentemente el botón del primer piso rezando porque el ascensor hiciera caso a mi plegaria y no fuese parándose de nuevo en cada uno de los pisos.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron y la voz de este anunció que habíamos llegado al primer piso, sin decir ni hacer nada Ángela me cogió de la mano como en la discoteca y me guió hasta su puerta. Mi pene que aún seguía erecto y asomándose por la cremallera de mi pantalón, iba dando bandazos de lado a lado conforme andábamos, hasta que llegamos a su habitación.
Tumbados una vez sobre la cama comenzamos a desvestirnos, nos arrancamos las telas que cubrían nuestros cuerpos. Ángela se puso encima de mí, comenzó a quitarse el sujetador mientras yo permanecía absorto por aquellas tremendas tetas, con la que había fantaseado con meter mi cabeza entre ellas toda la noche. En ese momento Ángela dirigió una de sus manos a sus bragas con intención de quitárselas, era la primera vez que veía una lencería con botones pero en ese momento me daba todo igual, solo quería metérsela lo más profundo posible. Cuando desabrochó el último de los botones y Ángela se deshizo de aquella prenda, mis ojos no dieron crédito a lo que estaban viendo…un pene.
Ángela cambió su expresión;
-¿Es que no lo sabías? Miguel me dijo que sí, que te encantaban los transexuales.
En ese momento mi mente permaneció en shock, no sabía qué hacer ni qué decir, aunque ella o él, lo tenía claro. Ángela aprovechó mi momento de parálisis para empezar a escalar lentamente mi cuerpo al mismo tiempo que iba restregando aquella cosa por mi abdomen y mi pecho hasta llegar a mi cara.
Parecía que el relieve de mis abdominales le producía cierto placer a su sexo. Cuando Ángela se encontró lo suficientemente cerca de mi cara, empezó a masturbarse. Yo no supe hacer otra cosa que no fuese abrir mi boca como signo de sorpresa ante todo lo que estaba sucediendo, signo el cual fue malinterpretado por ella. Ángela siguió masturbando su pene frente a mi cara, era enorme, nunca había visto nada así ni en las películas porno; no puedo entender cómo no me he di cuenta antes.
Así que una vez que Ángela notó su polla lo suficientemente dura, empezó a seguir con la punta de su capullo la circunferencia que aún creaban mis labios por la sorpresa del momento, y comenzó a introducirme su miembro lentamente hasta que llegó a rozar mi campanilla. La sensación de aquel trozo de carne dura impactando con mi garganta me hizo salir del estado catatónico en el que me encontraba. Quise sacarme aquello de la boca, pero al levantar la mirada y ver la cara de satisfacción que Ángela estaba poniendo a causa no solo de mi felación sino porque también estaba pellizcándose los pezones, me detuve.
-Qué estás haciendo Alberto, sácate eso de la boca enseguida pensé. Pero nuevamente la cara de Ángela y sus tetas me hicieron reflexionar. Parecía una mujer de verdad, cualquiera que la viese por la calle pensaría lo mismo que yo, era imposible pensar que se podía tratar de un hombre. Ese culo, esa forma de chuparla, era increíble, es gracioso y preocupante al mismo tiempo que la mejor felación que me han hecho en mi vida me la haya hecho un hombre; pero como Ángela dice, ella es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre, así que…quién soy yo para juzgarla.
Sin entender cómo, cerré los ojos, y acordándome de cómo me lo había hecho antes Ángela en el ascensor comencé a felarle el miembro de la misma manera. Al mismo tiempo que levantaba las manos y apartando las de ella era yo ahora el que le tocaba las tetas.
Su escroto permanecía en mi cuello, estaba ardiendo al igual que sus testículos, los cuales se movían por mi garganta con cada una de las embestidas que mi boca hacía sobre su polla; causándome una sensación extraña pero placentera. Quise probar a que sabía el vicio más puro y el hecho de convertirme en un objeto sexual, así que dejando de chupar aquel pollón, cogí uno de sus huevos y tras lamerlo varios segundos me lo metí a la boca de un solo golpe.
Su sabor era extraño pero lo suficientemente adictivo como para que mis glándulas salivales segregasen cada vez más saliva, muestra de que no querían que parase, y así fue, seguí lamiendo y saboreando aquel placer hasta sentirme como una auténtica mierda sexual. Logré introducirme los dos testículos de Ángela en la boca mientras ella se volvía a masturbar fuertemente, las venas de su escroto que rozaban con alguno de mis dientes me avisaban que su semen se iba moviendo poco a poco buscando una salida posible.
Al igual que en el ascensor, Ángela me demostró en la cama lo puta que era, quería correrse y no lo quería hacer con una simple paja, sino con una buena polla entrando y saliendo por su recto, así que volviendo sobre sus pasos, se sentó encima de mi polla, haciendo que la mía se fuese empalmando poco a poco, no la tocaba ni la chupaba, solo se limitaba a restregar su miembro con el mío, parece que aquellas dos pollas se entendían sin decir palabra alguna, al igual que Ángela y yo, que nos íbamos excitando cada vez más conforme contemplábamos la escena.
Cansada ya de esperar a que mi polla se empalmase del todo, decidió usar el sudor que tenía entre sus muslos y su culo para calentarme, así que una vez sentada sobre mi persona, comenzó a deslizar la raja de su culo por mi sexo. Mis gemidos entrecortados le avisaban de que no quería que parase, pero tanto él como yo necesitábamos corrernos o uno de los dos iba a terminar muy mal; así que tras abrirse de piernas frente a mí, se escupió en un su dedo pulgar, el cual se fue introduciéndolo poco a poco en su ano hasta dilatarlo lo suficiente como para que mi polla entrase por ese agujero.
La cara que puso aquella zorra mientras mi pene atravesaba las paredes de su recto no se me olvidará en la vida, al igual que a ella no se le olvidará jamás la cara que yo puse al metérsela por primera vez a una mujer con pene. Jadeábamos como perros, nos pegábamos nos arañábamos, nos deseábamos, nos follábamos y lo mejor de todo es que íbamos a corrernos y a repetir después. Cuando adiviné que a Ángela le quedaban apenas unos segundos para correrse, abalancé una mano sobre su polla la cual colgaba medio flácida y golpeaba en mi abdomen con cada movimiento, y comencé a masturbarla; mientras usaba la mano restante para azotarla.
Ángela no dudó ni un segundo en seguirme el juego y con tan solo un único gesto, remató la faena. Ella no quería gritos, ni jadeos, ella solo quería que nuestros cuerpos se fundiesen con el del otro independientemente del sexo, así que levantando su dedo pulgar que previamente lo había usado como dilatador anal, me lo introdujo en la boca a modo de chupete. Haciendo que mi presencia pasase a un segundo plano y solo se escuchase sus gemidos y el caer de su semen sobre mi pecho a consecuencia de su orgasmo.