A través del espejo
La observación de la razón de nuestros deseos, sin llegar a ella, el tormento de Tántalo, pero alcanzando el placer.
A TRAVÉS DEL ESPEJO
Todos los días, como hoy, me encuentro ante el cristal de mi oficina, un cristal que del lado de afuera es un espejo y en el interior es perfectamente transparente, que me da la oportunidad de admirarte sin que tú te des cuenta.
Todos los días, como hoy, te acercas al espejo y me regalas tu imagen, la imagen de una mujer joven, con un cuerpo lleno de ondulaciones, de magníficas curvas y de carnes perfectamente repartidas, tu cuerpo sano, resistente, duro, sin excedentes de grasa, tan sólo la necesaria para hacerte ver más sensual.
Yo contemplo extasiado la exhibición que haces ante mí, dándome la espalda e inclinándote hacia delante, dejando que tu corta falda se deslice, para enseñarme la blancura de tus muslos y la redondez de tus nalgas.
Después te vuelves y mirándote al espejo, dejas ante mi vista un par de perfectos globos de carne, de tus senos hermosamente formados, tomando uno en una de tus manos, para acomodarlo en el sostén y después el otro en un movimiento similar.
Te sientas en un murete y al hacerlo, me dejas contemplar tus torneadas piernas, haciendo que mi mirada se prolongue hasta el triángulo oscuro de tu sexo, que puedo ver sin ningún obstáculo, pues no tienes puestas las pantaletas.
Esta exhibición tan sensual de tu cuerpo me ha puesto caliente. Mi verga completamente tiesa me pide que la libere de la prisión de los pantalones y compadeciéndome de ella la saco fuera, para después acariciarla en toda su longitud, descubriendo el glande, estirando el prepucio, empezando a menearla, de arriba abajo, siguiendo un acompasado vaivén, que poco a poco me va llenando de infinitas ansias de venirme, de derramar mi esperma, de disfrutar de un relajador orgasmo, todo esto, mientras sigo contemplando tu regia imagen que sigue mostrándose ante mí, cambiando de posición a cada momento, cada vez más sensual, cada vez más cachonda. Casi puedo adivinar que intuyes que te observo, pues me sonríes y me obsequias con tu boca roja, un beso que vuela por el aire y se posa en la mía.
Ahora llevas tu mano derecha a tu entrepierna y acaricias lentamente tu piel hasta llegar a la confluencia, hacia tu sexo, que imagino anhelante, cálido, rezumante de líquidos, de los cuales casi siento el olor, su fragancia, su perfume, y una vez alcanzada la meta, procedes a introducir tus dedos en la vagina, para luego sacarlos y llevarlos donde se encuentra el clítoris, como un pequeño pene que se endereza de gusto al ser acariciado, hasta ponerse duro, como la roca.
Continúo sobando mi verga, con un placer que se va acrecentando, respirando en forma entrecortada, apresurando mis movimientos, al sentir que el deleite supremo de la venida llega por fin cubriendo mis manos con la esperma que fluye y fluye, hasta que la fuente de mis testículos se agota, al mismo tiempo en que tú te estremeces violentamente ante la llegada del orgasmo, respirando con desesperación, como si te faltara el aire, liberando tus energías y dejándote invadir por esa paz, por esa laxitud que penetra en tu cuerpo.
Todo ha concluido, yo he logrado mi placer y tú, después de satisfacer tu necesidad de exhibirte y tu calentura, te arreglas la ropa y te retiras sonriéndome a través del espejo.
Yo te despido, pronunciando las palabras que salen de mis labios todos los días: "Hasta mañana, amor, hasta mañana. Te esperaré. A la misma hora, en el mismo lugar, como lo hemos convenido".