A Través del Espejo. (2-4): MIRAR
Primera incursión de la joven Paula en La Pensión de la Viuda. Como a toda primeriza sólo se le está permitido... mirar.
Los días siguientes a la primera intentona Paula parecía como ausente. Incluso su papá bromeó con ella preguntándole que si estaba enamorada. La joven se limitaba a hacer una mueca de desaprobación pero seguía dándole vueltas a lo sucedido. No podía dejar de pensar en aquel hombre mirándole y eso que a duras penas recordaba su rostro. Lo que no olvidaría jamás es su mano acariciándose el paquete mientras le miraba las tetas a escasos centímetros de su cara. Se le humedecía la entrepierna con sólo recordarlo.
Lo cierto es que no podía asegurar que aquel señor se dirigiese a la “Pensión de la Viuda”. Cabía la posibilidad de que se tratase simplemente de un vecino del edificio o un mero visitante a las otras viviendas pero eso a Paula no le importaba. Estaba decidida a dar un pasito más allá.
La segunda vez planificó mejor la escapada. Gabi le proporcionó una coartada sólida. No hizo las típicas preguntas inquisitorias, al fin y al cabo Paula hacía lo mismo cuando a su amiga apetecía estar a solas con sus efímeros novios. Paula le dijo a sus papás que cenaría con ella, que irían al cine y que llegaría algo tarde. El barrio era tranquilo y era un plan para nada descabellado. Paula era una buena chica, estudiosa y responsable; sus papás confiaban en ella.
A media tarde volvió a encontrarse frente a frente con el timbre de marras y su cartelito decrépito al lado. Contó hasta diez intentando dominar sus nervios y no echar a correr. Le dio fuerzas verse reflejada en el cristal de la puerta. Se gustó, se gustó mucho. Solía renegar de su pelo rojizo, sus innumerables pecas, sus tetas algo voluminosas, su ligera delgadez y su piel demasiado pálida. Pero aquella tarde se veía realmente hermosa, la minifaldita de vuelo combinaba de muerte tanto con su camisa color canela como con el resto anatomía. Le daban un aspecto juvenil y desenfadado, casi infantil, que estaba segura agradaría a los hombres que iba a encontrarse. Había leído en algún sitio que a los hombres puteros les gustaban las chicas así; cuanto más jóvenes, mejor. Si algo no le faltaba a la chica era juventud y sobre todo ganas de experimentar.
Paula optó por repetir vestimenta en la parte correspondiente a su busto ya que le había dado suerte aunque con un levísimo toque de maquillaje. Por supuesto ni rastro de sujetador, sus pezones se intuían sin dificultad tras la tela, el volumen de sus tetas lo hacía posible. Volvía a sentir ese calorcito en su cuerpo que se tiene cuando uno está a punto de hacer algo que no debe, era como una droga de la que no quería desengancharse.
Tras frotarse varias veces las manos repitió mentalmente lo que había pensado hacer y decir. Después pulsó el timbre. Esperó unos segundos, muy pocos; estaba impaciente. Lo cierto es que no le apetecía nada encontrarse con alguna persona conocida, no hubiera sabido cómo justificar su presencia allí. Ya se encaminaba a repetir cuando sonó un zumbido y la puerta se abrió.
- Mejor. – Murmuró al verse dentro del edificio sin tener que dar explicaciones a nadie.
En el interior olía a lejía y a madera vieja. Le costó acostumbrarse a la penumbra pero distinguió la escalera y un elevador que le pareció poco fiable así que no lo utilizó. Además la puerta que buscaba estaba en el entresuelo y por ello optó por la primera opción para subir.
Lo hacía todo rápido conscientemente de que esa era la mejor forma para que no le asaltasen las dudas. Sabía que si se paraba a pensar abortaría la misión que tenía decidida. En el primer rellano, en uno de los extremos encontró lo que buscaba.
- ¡Ahí es!
Cuando se plantó frente a la puerta respiró profundamente. Todo era silencio, tanto que llegó a pensar que su viaje a los infiernos había terminado incluso antes de comenzar.
- “Aquí no hay nadie” – Dijo para sí.
Y pegó una de sus orejas a la madera con la esperanza de escuchar algo tras ella. Le daba igual qué fuese: gemidos, gritos, golpes… cualquier cosa.
Le pareció oír algo al fondo pero no estaba segura. No sabía si era su deseo de que lo que contaban aquellos hombres del bar fuese cierto o simplemente el sonido del viento. Cerró los párpados intentando de esta forma agudizar sus sentidos.
De repente la puerta se abrió. A punto estuvo la chica de caer de bruces en el interior de la pensión. Le fue difícil mantener el equilibrio, las sandalias tenían un ligero tacón que ayudaron a desestabilizarla. Si no dio con sus huesos en el suelo fue porque una mano le agarró del antebrazo y lo evitó. Era una mano huesuda pero fuerte, de aspecto cuidado, con una delicada manicura francesa, que sin brusquedad pero con firmeza la introdujo en el interior del establecimiento. Tras Paula la puerta se cerró con el mismo sigilo con que se había abierto. Un enorme foco la cegó.
- Yo…
- ¡Silencio! – le dijo la sombra de rasgos femeninos con un timbre de voz ronco y difuso.
Paula obedeció. Si tenía un guión preestablecido acerca de lo que iba a hacer o decir una vez dentro de aquellas paredes este se hizo añicos a las primeras de cambio.
- No digas tu nombre, no necesito saber quién eres. Sólo sé lo que eres, una auténtica zorra.
La adolescente abrió la boca pero la volvió a cerrar. Jamás nadie le había insultado de aquella forma. Estaba confundida, no se sentía ofendida… sino otra cosa a la que no supo poner nombre.
- Es la primera vez que vienes por aquí, ¿no?
- Sí.
- A partir de ahora te llamaré Roja. A las primerizas sólo les está permitido mirar hasta que demuestren que son dignas de merecer a mis huéspedes.
- Yo…
- ¡Que te calles, puta!
Paula recibió el primer tortazo en la cara de su corta vida. Sus papás jamás le habían puesto la mano encima. Estuvo a punto de correrse, si no se tocó la entrepierna para aliviarse fue por puro miedo a ser de nuevo corregida, no por vergüenza.
- Puedes ver o largarte, ¿es eso lo que quieres, zorrita?
La adolescente no abrió la boca, temía que volviese a pegarla.
- ¿Sí o no? ¡Contesta cuando se te pregunta, perra! ¿Quieres ver cómo se folla de verdad? ¿Sí o no? Quién sabe, incluso puede ser que aprendas algo.
Paula volvió a recibir otro cachete que a punto estuvo de hacerla eyacular.
- ¡Sí!
- Lo suponía. Tienes aspecto de ser una mirona reprimida… de esas que no tienen el valor de dar el siguiente paso. ¿Hasta qué hora?
- ¿Qué?
Un nuevo tortazo resonó en el pasillo en penumbras. La chica mojó sus braguitas.
- ¡No me gusta repetir las cosas! Aquí se hace lo que yo digo. ¿A qué hora tiene que volver a casa la princesita de papá?
- A… a las diez.
- ¡Uhmmm! Cuatro horas, mucho me parece. Me sorprenderá si resistes más de quince minutos ahí dentro. No creo que tengas estómago para aguantar.
Tras un compás de espera la Señora prosiguió:
- Deja que te vea bien. No me digas tu edad, a nadie le interesa. Aquí sólo eres un coño más al que follar, un culo más al que romper y una boca más en la que correrse. Aquí eres un pedazo de carne, nada más.
Paula agachó la cabeza, se sentía perdida.
- Apostaría a que eres virgen, ¿no es cierto? – Le dijo con severidad la otra - No me mientas, soy capaz de arrancarte la verdad a golpes.
- S… sí – contestó Paula algo avergonzada de su condición de doncella -. No he hecho nada. Soy… virgen…
- ¿Por ahí también? - apuntó la adulta dándole un cachete en el trasero.
- Sí, sí… también… también por ahí… soy… virgen.
- Perfecto. Si de verdad tienes madera para merecer estar aquí regalaré tu himen al inquilino con la verga más larga y tu trasero al que la tenga más gruesa. No quiero engañarte, no te será fácil. Al principio desearas no haber venido. Es más, vas a desear no haber nacido… pero una vez que lo pruebes y te entregues como es debido… ¡no querrás salir de aquí!
Tras una pausa la Señora continuó:
- Pero eso no va a pasar hoy, putita. A la vista está que tienes un cuerpo hecho para pecar, pero eso no es suficiente. Todavía no has demostrado nada. ¡Quítate la ropa, ya!
Pero nada ocurrió. La chica estaba bloqueada.
- ¡Desnúdate o lárgate y no vuelvas! Este no es sitio para monjitas…
Paula peleó con los primeros botones de su camisa y perdió. Con el primero no hubo problemas pero le temblaban tanto las manos que le resultaba imposible acertar con el ojal. Cuando estaba a punto de utilizar la fuerza bruta para quedarse en cueros la mujer la detuvo:
- Quieta Rojita... necesitarás tu ropa para volver a casa con tus papás – Le dijo en un tono mucho más conciliador la Señora, casi amable -. Creo que esto te viene grande. No sabías dónde te has metido, ¿verdad? Supongo que han sido unas amigas las que te han tomado el pelo y han querido gastarte una broma obligándote a venir. Suele suceder de vez en cuando, no pasa nada. Si no quieres salir demasiado pronto para que no se rían de ti esas estúpidas puedes esperar en la cocina tomándote un refresco e irte cuando quieras…
- ¡No, quiero hacerlo! – Gritó Paula un tanto molesta por el tono condescendiente de la otra y por haber dado la impresión de ser una chica tonta y asustada.
Tras un tenso momento de incertidumbre la mujer respiró muy adentro, soltó el aire con fuerza y prosiguió:
- Muy bien…
La joven no podía distinguir muy bien el rostro de la mujer pero su cambio de tono le hizo saber que la tregua había cesado.
- ¡Pues a qué esperas para quedarte en pelotas, puta! – Le dijo la Señora propinándole un sonoro cachete en el trasero.
Bastante más segura y decidida, esta vez la pelirroja no tuvo dificultad para liberar su busto. Instantes después la falda cayó al piso, rápidamente acompañada por las braguitas. Hizo un amago por agacharse pero la otra la detuvo:
- ¡Déjate las sandalias! Te hacen el culito más redondito. Date la vuelta, quiero vértelo… eso es. Sencillamente precioso, tan tiernecito y frágil. En cuanto caiga en mano de esos pervertidos no sé qué va a ser de él…
Paula, roja como las llamas, completó la vuelta quedando de nuevo frente a la luz que le impedía ver el resto de la vivienda. La Señora se acercó, acariciándole el costado en primer lugar. A Paula se le erizó el vello de la nuca cuando sintió su piel rozada.
- Tienes unas tetas deliciosas, firmes y turgentes – Fue el comentario que escuchó cuando esa turbadora parte de su cuerpo fue objeto del tocamiento oportuno- . Mis huéspedes se pegarán por tocarte… zorrita…
Tras aclararse la garganta prosiguió:
- Gírate. Qué traserito tan duro… ¡Uhmmm!
El corazón de Paula latía con fuerza mientras su anatomía era examinada. Jamás nadie le había tocado hasta aquel momento.
- Creo que este te servirá.
Sorprendió a la muchacha que la mujer le colocase una especie de arnés al cuello y un antifaz bermellón.
- La obediencia y la discreción son cosas primordiales aquí. Ya lo irás aprendiendo a base de golpes, esclava. Te dirigirás a mí como “Ama” o “Señora” y harás siempre todo lo que yo te diga. Jamás cuestiones mis órdenes y serás recompensada como mereces. ¿Entendido, Roja?
- Sí… Señora.
Y como si de un cánido se tratase tiró de la correa obligándola a andar a lo largo del pasillo, hasta plantarse tal como su mamá la trajo al mundo frente a una puerta cerrada. En ella rezaba un cartel tan escueto como claro:
“MIRAR”
Pero la chica, algo sobrepasada por los acontecimientos, no comprendía nada.
- La casa tiene habitaciones de varios tipos. En esta, como su nombre indica, sólo se puede mirar y nada más. No puedes tocar ni ser tocada por nadie, aunque con la cara de puta que tienes seguro que enseguida suplicarás que te metan mano. El más ligero roce es castigado con la expulsión inmediata, la prohibición de volver a aparecer en el local para siempre y alguna que otra consecuencia más desagradable que no te interesa saber. ¿Comprendes lo que te acabo de decir? Es muy importante que te quede claro. Sólo… mirar…
- S… sí, Ama.
- Está permitido que te masturbes, es más, me da la impresión de que te será imposible no hacerlo. Llevas el vicio en el cuerpo, se te nota; el rojo es el color del diablo.
- Vale – de nuevo la joven habló antes de tiempo y esta vez fue su trasero el objeto de la palmada -. ¡Au!
- Te enseñaré modales aunque tenga que molerte a palos, pedazo de carne. Habla sólo cuando se te pregunte y dirígete a mí con el respeto debido.
- Sí, Ama.
Paula estuvo a punto de repetir el error y lo evitó a última hora.
- Se me olvidaba comentarte. La restricción del contacto no afecta a los fluidos…
Paula levantó la mano, como si estuviera en el colegio. El gesto pueril le hizo gracia a la regenta del establecimiento.
- ¿Qué?
- No… no lo entiendo, Ama, ¿qué significa…? ¿fluidos?
- Adelante… pronto lo sabrás…
Y la Señora abrió la puerta de la citada habitación y un mundo nuevo se mostró ante Paula.
Se quedó muda, sin palabras ante lo que allí pasaba.
De manera casi inmediata los ojos de Paula se centraron no en lo que sucedía en su entorno inmediato, envuelto en una ligera penumbra, sino al otro lado de un cristal. Había escuchado a sus papás hacer el amor habitualmente por las noches pero aquello… aquello era otra cosa. Había una cama enorme, sobre ella una única mujer desnuda y un montón de hombres. A su alrededor, sobre y en su interior, ya que la hembra era penetrada de manera inmisericorde por su vulva por un tipo enorme y peludo que sudaba como un cerdo.
La escena era incluso más impactante que como la había imaginado: la mujer yacía boca arriba, con las manos esposadas al cabecero de la cama y tenía los ojos cegados gracias a una máscara de cuero que sólo disponía de dos pequeñas aperturas para respirar. En la boca, una especie de anillo metálico le impedía resistirse a ser penetrada oralmente aunque pronto Paula se percató de que nada se alejaba más de los deseos de la hembra. En cuanto la mujer notó una verga al alcance de su boca, se la jaló ella misma todo lo adentro que pudo y le regaló el mejor tratamiento que le pudo dar dadas las circunstancias.
Paula dirigió la mirada hacia los hombres. Los que esperaban turno eran hombres normales: altos, bajos, gordos, flacos, viejos y no tan viejos… , gente de la calle, nada de sementales con grandes vergas y mucho músculo como los que había visto por internet con su amiga Gabi. Personas que, al fin y al cabo, perfectamente podrían cruzarse en el camino de la chica de forma habitual y en los que jamás repararía en ellos.
- Este es tu sitio. Siéntate, perra. – Le dijo la mujer a Paula, pero la chica no podía desviar la mirada de lo que sucedía en la habitación de al lado -. Estos señores cuidarán de ti. No sean malos con la pequeña Roja, es su primer día…
Fue entonces y sólo entonces cuando Paula fue consciente de que no se encontraba sola en la habitación de MIRAR. La acompañaban varios hombres desnudos enmascarados que ya no observaban a través del espejo sino a ella solamente. Se alarmó mucho, sobre todo cuando el que estaba más cerca de ella se le acercó y comenzó a masturbarse a escasos centímetros de su cara. Le costó poco comprender lo que significaba eso de que la restricción del contacto no afectaba a los fluidos, unos treinta segundos aproximadamente: el tiempo que invirtió el pervertido aquel en frotarse la verga a una velocidad endiablada y descargarle después una soberbia andanada que impactó en su rostro para caer después lentamente sobre su generoso pecho.
Paula se quedó en estado de shock, no reaccionó ante tal afrenta.
- ¿Todo bien? – le susurró la Señora al oído.
La chica sólo pudo asentir, con parte del esperma todavía descendiendo por el antifaz y por su pecosa cara. La cara le ardía pero su entrepierna todavía más al verse tratada de ese modo tan sucio.
- Puedes estar tranquila – continuó la señora -. Son clientes habituales, de toda confianza. No van a tocarte. Ese que se ha corrido en tu cara es el marido de la mujer de al lado. Le encanta ver cómo se la tiran otros… y más en su estado.
Como si hubiese podido escucharla, el hombre que se follaba a la hembra al otro lado del cristal se desacopló de ella, arrancándose el condón del cipote y lanzándolo hacia un montoncito de preservativos ya usados. Fue entonces cuando Paula comprendió aquellas palabras. La mujer tenía el vientre hinchado; estaba preñada. La joven se quedó estupefacta, su ignorancia en lo relativo al sexo era tal que creía que no se podían tener relaciones sexuales durante el embarazo, al menos de aquella manera tan salvaje y violenta.
- Son tal para cual. A ella le gustan las pollas y a él ver cómo entran en su mujer.
Paula volvió a mover la cabeza en signo afirmativo de forma automática, no era consciente de lo que aquello suponía.
- Confía en mí, nadie va a tocarte – le dijo la señora de nuevo en voz baja.- Vendré a buscarte a las nueve y media para que te des una ducha y te vistas, ¿de acuerdo?
- Sí… - Susurró la chica.
- … Señoooraaa o amaaaa – Dijo la mujer esbozando una sonrisa cómplice.
- ¡Sí Señora!
- Ya te irás acostumbrando. Ahora disfruta y pásalo bien.
- Gracias, Ama. – Contestó Paula.
- De nada…
- Perdone, Señora, ¿me permite? – Dijo un hombre con voz entrecortada.
- Por supuesto.
La mujer se incorporó y adoptó de nuevo su papel de ama dominante.
- Puta, abre tu boca. - Le dijo con voz autoritaria la dueña de la casa.
Pero casi de inmediato volvió a decirle entre dientes de forma condescendiente:
- Pero por Dios, cierra los ojos, hija de mi vida…
Paula paladeó el primer chorro de esperma de su existencia y jamás supo de quién fue. Se trató del primero de decenas… de centenas tal vez de los que cató en los poco más de dos meses que transcurrieron entre que entró en la casa hasta la tarde en la que perdió el virgo.
- Enséñanos tu cuerpo, princesa. – Dijo uno de aquellos desconocidos.
- Abre las piernas y ponlas en los apoyabrazos. Queremos vértelo todo… nena….
- ¿A… así?
- Eso es. Ábrete el coñito… con los deditos….
- ¡Qué puta eres!
- Parece de porcelana…
- ¿De verdad eres virgen?
- S… sí… - Acertó a decir ella.
- Menuda delantera…
- ¡Aggggr! – Gritó otro y una nueva pincelada de esperma aterrizó en el lienzo de Paula.
La joven no podía creer lo que estaba haciendo. Le parecía algo irreal, como cuando se está en un sueño, sólo que mientras se duerme no te caen borbotones de lefa de todos los lados.
- Extiéndete la corrida por las tetas. Joder, tengo una hija que debe ser de tu edad pero ni en diez vidas estará tan buena como tú…
Paula obedeció, de hecho no se negó a nada durante el tiempo que estuvo allí. Puso su boca a disposición de todo aquel que quiso eyacular en ella, también sus senos e incluso su trasero. A instancias de uno de aquellos hombres, que no dejaba de insistir, se quitó las sandalias y dejó que un pervertido desparramase su esperma por sus pies. Por lo visto era todo un fetichista de aquellas prácticas y obtenía placer de aquel extraño modo. A la joven le hizo mucha gracia ya que desconocía que alguien pudiese obsesionarse con unos pies de aquella forma.
Como el paso entre las habitaciones de la casa era libre para los hombres, pronto se corrió la voz de la presencia de la virgen pelirroja en la habitación de MIRAR. Las dos chicas formaron un tándem perfecto, sin llegar a conocerse, ni entrar en contacto la una con la otra. El que se follaba a la futura mamá, corría a eyacular sobre la joven ninfa cuando llegaba en momento. El que se calentaba viendo a Paula hacer gárgaras con el esperma, se aliviaba utilizando el culo de la preñada de manera intensiva.
Los sementales suplicaban a Paula para que atravesase no sólo de forma metafórica sino física el espejo, que ocupase un lugar en la cama junto a la otra hembra pero ella no se atrevió a desobedecer las órdenes de la dueña del local. Y no porque no le apeteciese hacerlo, sino por miedo, no a lo que podía pasarle sino a la peor de las represalias: no poder volver a aquel turbio lugar.
- Entra ahí y verás lo que es bueno, Roja…
- Sabemos que lo estás deseando…
- He de romperte el culo aunque sea lo último que haga en esta vida. No seas tonta y hazlo… joder…
- No… no. Hoy no… no puedo. – Acertó a decir justo antes de que una nueva ráfaga de líquido grumoso estallase en su cara.
Estaba abrumada ante tal cantidad de hombres que se frotaban el pene a su salud y se aliviaban sobre ella, casi no le dejaban ver a su anónima compañera follando. Accedió de nuevo a abrirse de piernas completamente y a separar los labios de su coñito para que un tipo eyaculase sobre ellos copiosamente. Hubo un momento de tensión en la parroquia ya que un movimiento en falso de la chica podía suponer contacto físico y el consiguiente fin de la fiesta. El tío se portó como un campeón, se lo dejó rebozado de su esencia íntima entre la algarabía general.
Las corridas llegaban al cuerpo de Paula por todos los lados, confiriéndole un aspecto brillante pero de olor nauseabundo. A ella no le desagradaron ninguna de las dos cosas, es más, se extendía el semen por los centímetros de su piel que no habían sido regados directamente. El sobrante caía hasta el suelo, formando pequeños charquitos .En una de estas idas y venidas sus dedos tropezaron con su entrepierna… y ya no se separaron de ella.
- Eso es. Tócate pequeña…
- Hazte una paja en nuestro honor, zorra.
- Sí, eso, mastúrbate… como cuando estás solita en casa…
- Métete el dedito por el culete… ese no, el más largo… y bien adentro…
Paula intentaba complacerlos a todos pero era materialmente imposible. Cada uno le solicitaba algo distinto. Llegó un momento en el que se olvidó de ellos y simplemente gozó de su cuerpo. El esperma le facilitaba la tarea y el verse observada por decenas de ojos incentivó su deseo. Lo dio todo, se masturbó como lo hacía en su cama por las noches pero con mucha más intensidad y furia. Un tío se le acercó tanto a la entrepierna que inclusive fue salpicado con la simiente de otro pero ni se inmutó. No quería perderse el espectáculo de los dedos de la jovencita entrando y saliendo de su coño pringados de esperma.
Cuando Paula terminó lanzó un alarido de placer, hubo incluso alguno que aplaudió por el espectáculo que les proporcionó.
No eran pocos los que, de manera discreta, insistían en preguntarle datos personales, pero ella era lo suficientemente lista como para mantener su identidad a salvo. Al oído, le hacían ofertas por su himen que llegaban a cifras realmente desorbitadas. Algunos intentaban concertar una cita con ella fuera de la casa para poder disfrutarla en exclusiva a cambio de dinero. La chica se sorprendió ante eso. Intuyó que tales prácticas estarían prohibidas pero no dijo nada por temor a montar un escándalo, se limitó a no hacerles caso y a seguir tragando semen a diestro y siniestro.
El ambiente se iba caldeando más y más. Tanto, que el futuro papá cornudo no pudo resistirse y cuando supuestamente iba a correrse por enésima vez sobre la intimidad de la joven hembra rompió las reglas y utilizó su mano para abrirle todavía más el conejito. Sus intenciones eran muy claras, blandía su verga con la otra mano con destino al virgo de Paula pero no lo logró. Se lo impidieron en un primer instante sus otros compañeros y después la media docena de enormes tipos vestidos de negro que entraron en la habitación con muy malos humos. El tumulto que se formó fue de dimensiones considerables. Hubo golpes por todos los lados.
Paula se asustó mucho, intentó cubrirse en un primer momento y después levantarse y correr, pero no podía pasar por el enjambre de hombres, manos y pollas que la rodeaba. Más de uno aprovechó la situación y le tocó las tetas con rudeza o echó mano a su coño o a su culo. Ella se sintió perdida hasta que unas manos afeminadas y una voz ronca la protegieron:
- ¡Ven conmigo! Todo está bien…
Paula se cobijó entre los brazos de la mujer, enterrando la cabeza entre sus pechos y comenzó a llorar de forma histérica en un rincón de la sala.
- No pasa nada, no pasa nada. Ese cabrón tendrá su merecido.
Y vaya si lo tuvo. Aquellos gigantones no tuvieron piedad con aquel desgraciado. Le dieron una buena paliza delante del resto de los “huéspedes” de la Pensión de la Viuda. No tuvieron ningún tipo de miramiento con él, ni siquiera la presencia de su mujer embarazada en la habitación de al lado, que seguía follando como una loca totalmente ajena a lo que le estaba pasando al descerebrado de su marido. Aun caído en el suelo y casi inconsciente recibió el señor unas cuantas patadas más de propina. Aquello era más que una medida correctiva, era un aviso a navegantes, una muestra al resto de los que allí estaban que allí no se bromeaba. Las normas estaban para cumplirse y quien se las saltaba era castigado de manera ejemplar.
- ¿Alguien más te ha tocado, mi pequeña?
Paula asintió sin apenas despegarse de la mujer.
- ¿Quién?
- No… no lo sé…
- ¿Quién ha sido? – gritó la Señora muy enfadada a toda la parroquia - ¿Quién?
Pero obtuvo la callada por respuesta cosa que le enfureció todavía más.
- ¡Cobardes! ¡Todos fuera! Se acabó la función por hoy.
Furiosa se llevó a Paula de allí. La chica seguía en estado de shock. La acompañó hasta una habitación situada al otro extremo de la pensión. Era muy amplia y decorada con un estilo moderno, en contraste con el ambiente retro y decadente del resto de la casa. La joven pudo ver su ropa plegada cuidadosamente sobre la cama. Poco a poco sus nervios iban templándose y comenzaba a sentirse mejor.
- Ven, pasa por aquí. – Le dijo indicándole la dirección hacia el cuarto de baño.
La Señora trató a Paula como a una muñeca. En su enorme bañera, entre sales y aromas, la bañó con dulzura, eliminando de su piel y cabello los restos de esperma con la ayuda de una esponja natural tremendamente suave.
Paula cerró los ojos y se dejó agasajar. Cuando la esponja llegó a su vulva los abrió de par en par a la vez que, de manera, instintiva cerró los muslos. La Señora sonrió:
- Eres muy sensible…
- Pe… perdón.
- No tienes por qué avergonzarte de tu cuerpo, pequeña.
La adolescente relajó los músculos para permitir que la otra prosiguiese con su tarea tanto en esa zona como en el resto de la anatomía..
- Eres muy hermosa… me encantan tus senos…
- Gracias.
Paula no encontró una explicación racional para actuar como lo hizo en aquel momento. Fue ella misma la que atrapó la mano de la Señora con las suyas llevándosela hacia su ingle.
Ninguna de las dos dijo nada. No fue necesario. Paula volaba, volaba muy alto gracias a las caricias de la Señora. El tándem entre sus dedos expertos y la esponja resultó demoledor. Sólo los gemidos de la chica y el chapoteo del agua rompían el silencio. La jovencita explotó con furia, no le costó demasiado llegar al clímax. Las experiencias durante la tarde habían calentado su libido de tal forma que era cuestión de tiempo alcanzar el cielo una vez más.
- Lo… lo siento. – Dijo azorada por su actitud, como si lo que acababa de suceder fuese mucho más indecente que el resto de lo acaecido esa tarde.
- No te avergüences por ser como eres…
- Paula, me llamo Paula. Pero todo el mundo me llama Pau.
- Está bien… Pau, aunque aquí todo el mundo te conocerá por Roja. Es más seguro. Cuando estés lista uno de mis chicos te acompañará a afuera. Te esperará un taxi que te llevará donde quieras…
- No hacer falta, yo…
- Es por precaución. Siempre hay algún estúpido que quiere montárselo con las chicas fuera de aquí o que pretende acosarlas en su vida normal. No entienden que todo esto no es más que un divertimento.
Paula asintió y le contó a la Señora lo que algunos de los hombres le habían dicho.
- Vaya. Eso no está bien.
La chica dudó pero se armó de valor y por fin soltó lo que llevaba dentro-
- ¿Qué tal he estado? ¿Podré… volver algún día?
La mujer no pudo evitar la risa.
- ¿Eso es lo que te preocupa? ¡Por supuesto, puedes volver cuando quieras, querida! ¡Has estado… genial! Pero todavía te falta un poco de experiencia para poder aguantarles toda una sesión de sexo a mis huéspedes. Son unos auténticos pervertidos. Ya he visto que no tienes problemas tragando el semen pero, ¿qué tal se te da utilizar la boca?
- ¿La boca? ¿Te refieres a…?
- Sí, a chupar pollas. Por la cara que has puesto me da que no lo has hecho hasta ahora, ¿verdad?
Paula agachó la cabeza.
- No te preocupes. Eso tiene arreglo, pero no hoy. Ahora debes irte, ya casi es la hora. Sécate el pelo y vístete rápido
- Vale.
- Y por cierto, las chicas jamás vienen andando como tú lo has hecho. Es poco prudente.
- ¿Y… cómo lo hacen?
- En taxi. Llamas a Radiotaxi y pregunta por el 222 y al que te recoja le dices que te lleve a la Pensión de la Viuda. No te preocupes por nada más.
La chica hizo lo indicado y en una hora estaba ya acostada en su cama. Agotada, entre sus peluches y posters se quedó dormida… de nuevo, con una de sus manos en la entrepierna y las braguitas a la altura de los tobillos.
No había tenido fuerzas ni para acabar de masturbarse.