A toro pasado

Tres eran tres las hijas de...

Ahora es fácil decirlo, a toro pasado siempre se da uno cuenta de todo. La cuestión es detectarlo en el momento preciso, darse cuenta de las señales, ver anticipadamente lo que se te viene encima.

Yo no fui de esos, de los que se percatan. Es más, interiormente soy de los que cree ser el último en enterarse de cualquier cosa, me ataña o no. En esta historia en particular, tampoco tuve las luces suficientes y así acabé. Pero, mejor que por el final, empecemos como todos, por el principio.

Tengo fama de buen amante, esto quiere decir que soy un follador nato. Me he pasado por la piedra a todas las chavalas del instituto que he querido, a muchas que no he querido, había una reputación que mantener y a cuanta madre de amigos o enemigos que ha querido un buen desahogo. La inmensa mayoría ha repetido o han querido repetir.

Pero esto era en mi pueblo. Al ir a Madrid a estudiar en la universidad, fui a una casa que mis padres tienen en la capital y donde ya vivían mis tres hermanas. Soy el pequeño de todos, el más mimado, el único varón… O sea, el que tiene derecho a todo.

Mis hermanas, Amalia, Almudena y Ana (si, todas con A), están muy bien, cada una en su estilo. Amalia es rubita, muy pija, muy mona, todo en su justa medida, con un aire tímido y algo sofisticado. Almudena está de impresión, es morena de ojos negros, tiene un cuerpazo perfecto (aunque es parecida a Amalia, parece más explosiva) de hecho, llama la atención por donde va. Ana no le va a la zaga ni a Amalia ni a Almudena. También morenaza, se distingue de su hermana en el color de los ojos, verdes como los míos. Bueno, las tres llaman la atención. La genética se ha portado muy bien con ellas.

Conmigo tampoco se ha portado nada mal. Más de185 centímetrosen canal, castaño claro tirando a rubio, ojos verdes, cuerpo bien trabajado… Y una soberbia capacidad para el sexo. No quiero pecar de falta de modestia, solo intento constatar un hecho incuestionable. Incluso, por casualidad, he participado en un par de pelis porno, no de actor principal naturalmente, soy demasiado joven e inexperto para eso, pero sí he hecho mis pinitos y salgo en dos o tres “encuentros”, con unas actrices de una experiencia increíble que me han enseñado muchísimo.

Pero esto del cine porno, de momento, lo he dejado. Una cosa es hacer el amor disfrutando y otra estar delante de la cámara: “Así sí, así no, repite esa postura, aparta esa pierna…” A pesar de ser capaz de mantener la erección en todo momento, me mosquea que la actriz de turno esté más pendiente de la cámara que de lo que le estoy haciendo (aquí se ve mi inexperiencia ¡Con lo que les habrán metido!)

Incluso se me ocurrió decirle a una que no mirara directamente a la cámara ni pusiera cara de zorra, que a los tíos nos gusta más algo de inocencia, que parezca más natural. Me mandó a tomar por saco, naturalmente. Pero bueno, como experiencia, ahí está.

Bien, al instalarme en casa con mis hermanas, hice de mi habitación mi feudo. Ahora solo faltaba coger fama aquí, donde suponía no sería tan fácil como en el pueblo.

Todo es cuestión de moverse por los sitios adecuados, dependiendo de lo que se busque. Las chicas de la uni, no estaban nada mal, podría empezar por ahí, sin embargo, me estrené en un instituto, con las amigas de la novia de un compañero. La niña estaba en 1º de bachiller, 16 añitos, sus amigas hicieron una medio fiesta (en realidad un botellón) donde necesitaban chicos. Mi amigo me llevó un poco a rastras, pero… ¡Joder! ¡Como estaban las niñas de la capital!

Eran bastante más lanzadas que las del instituto del pueblo, más liberales. Si aquellas tenían conmigo una facilidad pasmosa para bajarse las bragas, aquí la tenían para bajarte los calzoncillos. No tenía claro si follaba yo o me follaban ellas.

Tras las dos primeras, el resto fue coser y cantar, 1º y 2º de bachiller de ese instituto, apenas tardaron un par de meses en pasar por mi campeón. La fama que buscaba se corrió como la pólvora y no sólo por mi herramienta, porque para esto se necesita algo más. La técnica es fundamental, así como el aguante. Yo no es que domine, es que voy camino de convertirme en un maestro. Enseguida me doy cuenta de si necesitan palo o zanahoria. Y soy capaz de dar lo preciso, en el momento justo, el tiempo necesario.

Tras este par de meses, la voz se corrió del instituto a la facultad. Esto fueron palabras mayores. Casi ninguna quería compromiso, por lo menos a priori; a posteriori todas me querían para toda la vida, suspiraban por un hijo mío o burradas peores.

Mi casa se convirtió, casi todos los días, en un continuo ir y venir de chicas, a cual más maciza, aunque no siempre. Toda chavala tiene su lado bueno, algunas el físico, otras el intelecto. A veces, se combinan ambos, tanto en el buen como en el mal sentido, pero excepto las lesbianas declaradas, si las demás suspiran por alguien como yo, nunca rechazo a nadie.

No porque una chica sea fea, o gorda o tímida debe de renunciar a un buen polvo. Incluso, son muchísimo más agradecidas. Las tías buenas creen que te están haciendo un favor, a algunos se lo harán, en mi caso soy yo el que lo hace y me encargo de hacérselo ver. Cuando salen de mi cama, suelen tener un concepto completamente diferente del sexo.

Pero tanta fama, tanto polvo me estaba cansando un poco. Yo había venido a estudiar, no a follar todo el santo día. Hubo un momento en que no se me acercaba una chica si no era para darse un buen revolcón. También me apetecía tener alguna amiga a la que no tuviera que follar. Si había alguna era porque ya había pasado por mi cama, porque ya le había dejado claro que no habría rollo posterior y, curiosamente, había aceptado (aunque fuera de boquilla). Muy, muy pocas.

En esta tesitura, solo me quedaban mis hermanas, pero con ellas no me apetecía hablar de nada serio. Sobre todo, porque todas se encargaban de echarme en cara mi actitud, el que aparecieran chicas en ropa interior por el cuarto de estar, mi machismo (¿?) y de que para mí, todas las mujeres eran objetos sexuales.

¡Qué poco me conocían! Todas las mujeres se pueden follar, vale, pero no son objetos, todo lo contrario; para mí son las personas más adorables, no hay nada más bonito que satisfacer a una chica, la cara de un orgasmo, el gemido, la satisfacción del clímax. Una charla en que ya ninguno de los dos esperamos nada por estar saciados… Eso es lo mejor para mí. Tenía que hacer ver a estas arpías lo equivocadas que estaban.

Pero no vayamos a creer que fuera algo que me quitara el sueño, ni por el forro. Pero Amalia, la mayor, se encargó de dejar claro que no quería que trajera chicas a casa. ¡No te jode!

Evidentemente, no hice ni puto caso. Seguí, siempre que podía, con la misma rutina, sin pasarme, que al cuerpo hay que machacarle lo justo.

Al ver cómo me seguía portando, intentó buscar alianzas, las de mis otras hermanas evidentemente. No sé si le costó mucho o poco, Almudena, bastante pasota, no estaba por la labor y a Ana, más cercana a mí, le importaba un pimiento lo que hiciera.

Pero la constancia y fuerza de carácter de la mayor tuvo sus frutos. Era lista la cabrona. Como no pudo conseguir aliadas por mi comportamiento, lo hizo por mi fama. En los círculos en los que me movía, abarcaba ámbitos de ellas y dicha fama iba traspasando barreras como en una red social. Incluso consiguió las dos pelis porno en las que había salido y se las hizo tragar a las otras dos.

Seguro que no les hizo mucha gracia verme en pelotas, exhibiendo rabo, cepillándome a dos tías de bandera. Pero Amalia, más allá de ser su hermano, incidió en cómo me exhibía, lo creído que me lo tenía, lo chulo que era (cosas de las pelis, no de mi forma real de ser)

Y cuando consiguió su objetivo, el llevar chicas a casa se convirtió en algo difícil. Siempre había alguna hermana por allí, parecían estar de guardia las 24 horas. Entonces, con cualquier pretexto no me dejaban ni cerrar la puerta de mi habitación y si lo conseguía, la aporreaban hasta que lograban que la chica de turno se fuera.

Era la guerra.

Pero no habían contado con que muchas chicas tenían casa propia o compartida, o coche. No me iba a parar porque les sentara mal que follara mucho. Me parece que lo que de verdad les empezó a fastidiar fue ser conocidas como las hermanas de Alberto (también con A) en vez de Amalia, Almudena o Ana. Se encontraron con un montón de chicas que les pedían que me presentaran. Pudo más que ellas.

Y al poder más que ellas, se les metió la mala sangre en el cuerpo con el afán de fraguar algún plan para desacreditarme.

No sé exactamente qué intentaron, qué clase de bulos hicieron correr sobre mí pero, al parecer, les salió el tiro por la culata. No les funcionó nada, es más, las chicas que querían conocerme entraban a cualquiera de las tres, lo que les empezó a resultar agobiante. Incluso amigas íntimas de ellas, al cabo de un tiempo y a pesar de lo que contaban malo de mí, o quizás por eso, también quisieron saber de primera mano si era cierto lo que se decía. Cuando me cepillé a éstas, sin importarme si eran amigas de mis hermanas o no, la relación con ellas fue a peor.

El hecho de ser amigas de mis hermanas suponía para mí, darles un tratamiento especial, no se quedaba en una buena relación (para mí nunca son simples polvos) ellas se llevaban noches enteras de auténtica pasión y no paraba hasta que pedían piedad y se rendían incondicionalmente al albur de sus orgasmos.

Entonces mis hermanas tuvieron confesiones de primera mano sobre mis condiciones como amante, algunas lo calificaban de hazañas, de si mi fama era o no merecida… Y esto supuso una especie de agresión premeditada hacia ellas.

Lo de las tres llegó a convertirse, primero en desprecio (Amalia), luego en mosqueo (Almudena), para terminar en auténtica obsesión por de comprobar la realidad que muchas les referían (Ana).

A mí, me daba lo mismo lo que pensaran mientras siguiera con mi vida, pero Ana, la pequeña, morenaza como Almudena, fue la primera en decidirse. Con ella tenía bastante confianza, apenas nos llevábamos un año, me había follado a todas sus amigas del pueblo y, ahora, de la facultad, cosa que naturalmente ella sabía.

Ana no tiene prejuicios de nada, no llega al nivel de Almudena en que todo le trae sin cuidado, pero le anda cerquita. No lo vi venir, como dije, siempre soy el último en enterarme de lo que se cuece a mi alrededor.

Sin rodeos, un martes, curiosamente día de descanso, apareció por mi habitación con el ánimo revuelto. Le echó mucho valor para tener sólo 20 años.

-Alberto, he estado hablando con un montón de amigas, todas dicen que eres un fenómeno en la cama. No sé si es verdad o no, pero me lo tienes que demostrar.

Ni siquiera levanté la vista del los apuntes que estaba repasando.

-Anda, vete a hacerte un dedillo o a que te follen por ahí. Estoy estudiando.

-¡Alberto! – Gritó.

No me quedó más remedio que mirarla.

-¿Qué coño quieres? – Le dije con voz de hastío.

-¡Que me demuestres lo que dicen de ti! – Me dijo, muy decidida ella.

-Si hombre, sí. En eso estaba yo pensando, en follarme a mi hermana. ¡Como si no tuviera con quién! – Solté con desprecio –Anda, anda, vete, no vaya a ser que te lleves una sorpresa

Pero nada, que estaba decidida. A mí me traía sin cuidado, incluso llegué a pensar que estaba bien buena. ¡Pobre Ana! No veía que no tenía ninguna intención de echarle un polvo. O pobre yo que no calculé su determinación.

-Joder Alberto, te lo estoy pidiendo. Al fin y al cabo, soy tu hermana, deberías ser más cariñoso conmigo.

A esta se le había ido la olla. ¡Joder, era martes!  Mi día de descanso.

-Mira tú, los martes siempre estudio. Si estás tan desesperada, mañana pásate por aquí. – Le dije para quitármela de encima. Suponía que al día siguiente ya habría entrado en razón o habría olvidado el tema. Como lo olvidé yo.

Se fue refunfuñando. Pero al día siguiente, miércoles, volvió a la carga, justo cuando llegué de la facultad; no me dio tiempo ni a dejar los apuntes.

-Alberto, hoy es miércoles. – Y lo soltó como si yo hubiera estado de acuerdo en algo. Recordé que le había dicho que se pasara, pero no esperaba que lo hiciera. Otra cosa que tengo, es que no falto nunca a mi palabra, hay que ser consecuente con las decisiones que se toman.

En ese momento me arrepentí de no haber sido más directo con mi hermana y haberle mandado a la mierda el día anterior. Ahora, a lo hecho, pecho.

No me había dado tiempo ni a sentarme. La metí dentro de mi habitación cogiéndola de la mano, iba vestida con una camiseta de tirantes que enseñaba los hombros y los tirantes del sujetador, una minifalda y zapatillas de estar en casa.

Según le quité la prenda por la cabeza, acercándola a la cama, me fijé en su sujetador negro, muy mono. La levanté la barbilla, vi su cara de susto. Creo que realmente no esperaba que hiciera nada, que fuera a follármela de verdad

No me conocía. A mí no se me toma el pelo en estos temas, se iba a enterar de quién era su hermano, de si la fama era justificada o no. Me importaba un carajo que fuera mi hermana o la vecina de al lado.

Con mucha delicadeza eché su melena morena hacia atrás, la pasé detrás de sus orejas. Me incliné y mordisqueé un poco los lóbulos, soplé sus oídos con suavidad, chupé un poquito el pabellón auditivo

Se le puso la piel de los brazos de gallina, ni se movió, sus ojos asustados se abrieron de par en par.

Fui besando, con habilidad, su cuello, viendo donde le gustaba y con qué intensidad, sus clavículas, el nacimiento de su pecho… Mis manos, las yemas de mis dedos, con mucha habilidad, fueron dibujando líneas y arabescos en su espalda, rozaba el lateral de sus pechos por encima de la ropa interior

No se dio ni cuenta cuando desabroché la prenda, cuando sus senos quedaron libres para mí, cundo circundé sus areolas, cuando pellizqué sus pezoncillos color café. Con movimientos pausados y felinos, la fui trasladando a mi cama, me daba cuenta de que estaba en otro mundo, en uno de asombro y estupor. La pobre no reaccionaba

Tú te lo has buscado, bonita. Pensé.

La cremallera de su minifalda no fue ningún problema, estaba en braguitas encima de mi cama conmigo a su lado sin haberse apenas enterado. Mientras mis dedos acariciaban todo su cuerpo, empecé a besarla por los pies, sus dedos, plantas

Tras recorrer sus piernas a todo lo largo, la di media vuelta colocándola boca abajo. Ana se dejaba todavía; creo que no había asumido que su hermano se la iba a tirar de verdad.

Cogí un aceite corporal perfumado, un recurso que utilizo mucho, me lo eché en las manos y comencé un masaje relajante sobre su espalda. Estaba un poco tensa. Yo, de masajes, sé un montón. Palpando, encontré los nudos de sus músculos. Con más cuidado del que solía utilizar, fui, poco a poco, deshaciéndolos. Sé que es un poco doloroso pero, si se hace bien, produce una relajación que solo puede describir quien haya tenido un tratamiento semejante.

Al cabo de media hora, tenía la espalda totalmente relajada, ella ronroneaba, estaba tan a gusto que había olvidado el motivo de su visita.

Continué el masaje por las piernas. Lo primero, quitarle las bragas mientras acariciaba, apretaba, estimulaba y relajaba los músculos de sus muslos a sus pies. El masaje en ellos es fundamental si se quiere una relajación y posterior cooperación total. Estuve un buen rato con esos piececillos delicados. Luego pantorrillas, corvas y rodillas, muslos

Entonces, al haberle dejado las piernas abiertas para poder masajearlas de una en una, al pasar por la cara interna del muslo con una mano y la otra por la externa, llegaba hasta la cadera por un lado y la entrepierna por el otro. Se acarician ambas partes de igual forma, todo formaba parte del masaje

Al notar humedad a base de acariciar y masajear la parte externa de su intimidad, al conseguir la mayor relajación, también se abrieron, como esperaba, los labios… Vaginales.

Fue entonces cuando introduje el primer dedo en su interior, cuando froté, con mucha delicadeza, las paredes vaginales. Esto no significaba parar el masaje para dedicarme a masturbarla, la masturbación sólo era un estimulante.

Los muslos bien aceitados, mis manos bien lubricadas… Iba de abajo a arriba y allí, al llegar, introducía un dedo o dos sin solución de continuidad en el interior de su gruta. Vuelta a bajar a lo largo del muslo.

Al cabo de un rato, la vagina totalmente dilatada, solo una mano masajeaba las piernas, las nalgas, la parte baja de la espalda poniendo especial énfasis en cinco puntos situados entre las vértebras lumbares y sacras que se supone son erógenos, la otra mano seguía frotando el interior del coño en una búsqueda concienzuda de su punto G. Una vez encontrado, en la parte superior de la pared vaginal, todo fue cuestión de darle el tratamiento correcto con delicadeza pero decisión, durante

Ahí va: una, dos, tres

Ana se corrió mordiendo la almohada. No sé si había tenido alguna vez un orgasmo vaginal, pero si no era así, ahí iba el primero, largo, intenso, diferente

Al relajarse, sin darle la vuelta, sólo tiré de sus caderas un poco hacia arriba, haciéndola recoger las piernas, levantándole el culo de la cama.

Mordiendo las sábanas, aguantó mi primer envite por la delicadeza que tuve. Estaba todavía con los coletazos de su orgasmo anterior cuando una polla de película, nunca mejor dicho, estaba horadando sus entrañas. Mis dedos llenos de aceite frotaban su clítoris inflamado… No tuvo tiempo de recuperarse, otro orgasmo la avasalló como una tromba; ola tras ola, las contracciones iniciadas en su interior la recorrían entera.

No sabía que sólo acababa de empezar. Cuando conseguí su tercer orgasmo, se la saqué, pero no dejé en ningún momento que su excitación bajara.

La di media vuelta, me centré un ratito en sus pechos, no muy grandes pero sí muy tiesos, estuve agasajándolos mientras vi que lo disfrutaba. Mis manos no permanecían ociosas y recorrían su cuerpo con suavidad y firmeza.

Cuando enterré la cabeza en su tesoro, ella no sabía ya ni donde estaba. Estuve recorriendo sus ingles, labios, hoyito y nódulo durante un tiempo que, para ella, fue eterno. Empezó a encadenar orgasmos al succionarle con cierta presión el clítoris sin llegar a hacerle daño y, cuando estaba a punto de rendirse, de decir que no podía más, vino la parte difícil para ella.

Tenía que lograr que yo me corriera, y sólo lo hacía cuando me daba la gana.

Me puse debajo, la monté de espaldas a mí haciendo de colchón para ella, estaba derrengada, la introduje mi herramienta y empecé a bombear y rozar su clítoris con los dedos. Sabía cómo moverme para que notara bien mi virilidad en su interior, en su punto G, y cómo rozar su clítoris continuamente sin llegar a irritarlo.

Totalmente deshecha encima de mí, corriéndose por enésima vez, pidió clemencia. Me lo pensé un ratito, vi el tiempo que llevábamos, más de dos horas, así que decidí ser bueno, hice que se volviera a correr, esta vez más fuerte que ninguna otra y yo lo hice en su interior.

Cuando pudo hablar solo dijo

-Me muero

Eso te pasa por cotilla. Si no hubieras venido, estarías tan ricamente. Ahora bien, no te hubieras llevado el polvo de tu vida… Naturalmente, no lo llegué a decir, sólo lo pensé.

Al sacarle el pene de su interior, absolutamente pringado, estuve a punto de hacer que lo chupara, que lo dejara como una patena. No quise estirar demasiado la cuerda, tampoco me encanta que me la chupen; para gustos… Prefiero ser yo el que haga, proporcione placer

La pobre Ana no podía ni moverse, la había dejado en la cama mientras me fui a dar una ducha encontrándola en la misma postura al volver. Estaba casi dormida, totalmente agotada por lo vivido. Seguro que no había esperado nada parecido

Me vestí tranquilamente, me senté a estudiar y no la hice ni caso en toda la tarde mientras dormía satisfecha en mi cama. Cerca de la hora de cenar, tuve que llamar a la chica con la que había quedado para anular la cita. Tampoco hay que abusar, una al día es más que suficiente.

Mi hermana despertó entonces, parecía volver del limbo de los justos. Desorientada al principio, tardó un poco en llamar mi atención.

-¿Alberto?

-¿Mmmm?

Me miró con arrobo, con cara de felicidad y sonrisa tonta.

-¿Ha sido todo verdad? Me lo has hecho ¿verdad?

Era más una afirmación que una pregunta.

-Claro. ¿No es lo que querías? – Otra afirmación.

-¡Joder! ¡Ha sido la leche! Todas las que hablan de ti se quedan cortas.

-No sé lo que dicen de mí, pero el que hayas querido averiguarlo, me parece una pasada. A ti no te corta que sea tu hermano ni nada. – Le dije con indiferencia.

-Por lo que parece, a ti tampoco

-Hombre, Ana. Hay que reconocer que estás bien buena. Yo nunca hago ascos a una chavala así, deberías suponerlo. – La estaba vacilando.

-¿Ni aun siendo una de tus hermanas? Eres un depravado. – Pero su voz decía lo contrario.

-No es exactamente depravado. Simplemente me gusta follar, se me da bien y hago felices a las chicas. – Más cínico y no nazco.

-¿Felices? ¡Joder, tío! ¡Las dejas hechas puré! Pero, sí, lo reconozco, también satisfechas. No había tenido una experiencia así en mi vida…- Dijo con voz soñadora.

-Ni la tendrás… - ¡Vaya morro tenía yo!

-Desde luego, no tienes abuela

-A las pruebas me remito.

-Tienes razón. No creo que vuelva a encontrar algo así hasta que repitamos… - Dijo como quien no quiere la cosa.

-Eh, eh, eh. Eso de repetir, nanai. Querías saber cómo era yo en la cama y ya lo sabes. Yo no me voy follando a mis hermanas porque sí. Esto ha sido… Un regalo, y porque eres tú, si no, ni de casualidad. Con una vez, es más que suficiente.

Se quedó un poco contrita, creo que se había hecho ilusiones de algo más que una sola vez. Se había incorporado sentándose en la cama y seguía desnuda. Tenía los pechos desafiantes, el coño prácticamente depilado, muy buen tipo

¡Buf! Si seguía mirándola así, volvía a la carga y no era cuestión. Di media vuelta sobre mis apuntes mientras oía cómo se vestía. Se acercó a mí, me plantó sus tetas en el hombro, me dio un beso en la mejilla y se fue. Menos mal

Pero mis hermanas debían de estar decididas a amargarme la vida.

Según aparecí el jueves a mediodía, a la hora de comer y con un hambre de lobo, me encontré a mi hermana Almudena sola, dando cuenta de un soberbio filete con huevos fritos y patatas. ¡Mi plato preferido!

-Oye Almu ¿Has hecho más filetes? – Le pregunté con ansia.

-¿Qué te crees, que soy tu criada? ¡Si quieres algo, te lo haces tú, rico! – Me contestó con mala leche.

¿Y yo que le había hecho a esta tía?

Abrí la nevera para encontrarla prácticamente vacía. Ni filetes, ni huevos, ni fiambres… Sólo algún yogur y un par de cervezas

-¿No hay nada de comer? – Pregunté con cierto pasmo. La compra la hacían mis hermanas que me avisaban para cargar con lo más pesado.

-Mira niño, si quieres algo, te lo compras tú ¡Que ya está bien de hacer el vago en esta casa!

Estaba alucinando, yo hacía todo lo que me mandaban, aparte de tener mi habitación como los chorros del oro, por las posibles visitas

-Oye Almudena ¿Te he hecho algo? Hago de todo en casa, no creo que tengáis ninguna queja

-¡Tú eres un salido que solo piensa en follar! Ya estoy harta de ver niñas en esta casa. A partir de ahora, no pienso hacer nada por ti, si quieres algo, te buscas la vida. – Me contestó con muy malos modos.

-¿Y a ti qué te importa si follo o no? ¿Te he preguntado con quién te acuestas tú? Eso es privado y no creo que influya a nadie dentro de esta casa. – Respondí cabreado.

Almudena se levantó más cabreada aún, empezó a llorar, corrió a su habitación y se encerró.

Ya me estaban hinchando las narices (y otra cosa) las mujeres de esta casa. Fui a su cuarto, no podía dejarla llorando. Siendo como soy, cogí previamente el aceite corporal perfumado del mío.

No había cerrado la puerta, sin llamar, viendo que el picaporte cedía, entré hasta sentarme a su lado. Lloraba tumbada boca abajo, empapando la almohada con sus lágrimas

¡Que esta pedazo de hembra, tímida como ella sola, llorara por lo que yo hiciera…! Pensé que mi hermana Amalia había sembrado la discordia entre nosotros.

Me incliné sobre ella, aparté su cabello y besé su nuca. Enredé mis dedos en el pelo, masajeaba su cuero cabelludo… Dejó de llorar

-No llores, Almu. No soporto ver a una de mis hermanas llorar. Sois lo más precioso para mí… - Y volví a besarle la nuca.

Acaricié su espalda, con ternura, no pretendía hacer nada, sólo calmarla

Dio media vuelta rápidamente, me agarró del cuello y me dio un beso con tanta pasión que casi me coge desprevenido.

¿Así que era esto?

Su lengua buscó la mía, sus labios mordían los míos, sus manos se agarraron a mi pelo

-Por favor Alberto, no me dejes así

Otra al coleto. Mis hermanas se habían vuelto locas. En fin, lo pedía por favor, se me entregaba totalmente, no la iba a dejar a medias… Que fuera otra hermana era un tema secundario.

Almudena tenía una forma de vestir curiosa, era un poco hippie, llevaba un vestido largo hasta los pies, con una camiseta debajo. Tendría que andar con mucho cuidado con ella, no sabía hasta dónde quería llegar.

Estuvimos un rato besándonos, mis labios recorrieron, con una delicadeza especial, sus ojos, bebieron sus lágrimas, sus mejillas, su boca… No dejé nada sin saborear.

Ahora venía la parte difícil, de un beso a un polvo va un abismo ¿Qué querría Almudena? ¿Consuelo con unos besos o recorrer el camino entero?

Reclinándola hasta tumbarla de lado en la cama, me puse a su lado sin despegar mis labios de su cuello, de sus orejas… Acaricié su espalda de la nuca a las nalgas. Cuando amasé sus glúteos noté una pequeña resistencia, vencida a la tercera caricia. Mi mano subía y bajaba a lo largo de su cuerpo, la empujé hacia mí, quiso restregar su pubis contra una de mis piernas. Hice fuerza con el muslo para que lo notara mejor

Me fui soltando, la puse boca arriba, ese vestido me iba a costar… Acaricié sus pies mientras quitaba sus calcetines de estar en casa, chupé y mordí sus dedos, masajeé por turnos sus plantas, sus pantorrillas… Mientras, fui subiendo poco a poco, llevando al vestido conmigo.

Sus muslos suaves se rindieron al paso de mis manos. Al acariciar su monte de Venus por encima de la ropa interior, noté su ansia, su humedad… y supe que estaría dispuesta.

Bajarle las bragas formó parte del ritual de caricias, apenas se dio cuenta o no quiso darse… Seguí acariciando y besando aquellas columnas dignas de estatua griega… Como Ana, apenas tenía un mechoncito de vello, muy oscuro, en la parte superior de su intimidad. Cuando me perdí allí, Almudena gemía, me atraía, me quería sólo para sí.

Tengo capacidad, sé cuando estar un ratito, estar más tiempo o pasar una eternidad entre los muslos femeninos.

Almudena estaba menos dispuesta de lo que parecía, tenía humedad en su intimidad, pero creo que su miedo era mayor. Tuve que relajarla, tuve que estar mucho tiempo jugando con sus labios, con su hoyito, con su nódulo

No importaba, aguantaría lo que hiciera falta. En un rato, vi vencido sus primeros temores, no todos… Estando jugando con su clítoris, llegó el momento de ir un poco más allá.

Metí un dedo, con cuidado, con mucho cuidado… Lo retiré, volví a meter… Me faltaba algún tipo de lubricante para que no sufriera… Había un botecito de vaselina, no quise cogerlo, la vaselina, luego, reseca. Utilicé mi aceite, estaba acostumbrado y es un lubricante fabuloso.

Lo esparcí por su coñito, mucho más prieto de lo que pensaba. Era mayor que Ana, ya tenía 22 años

Bien lubricada con el aceite, me dediqué a masajear el interior de su vagina… Estuve un buen rato, parecía que le costaba excitarse lo suficiente

Hubo un momento, mientras yo descansaba un poco dejando libre su intimidad para besar y acariciar esos muslos de ensueño, en que intentó bajarse el vestido otra vez.

No lo permití, pero tuve que ser suave, tierno… Almudena no daba esa imagen, mas yo sabía lo que tenía que hacer. Volví a su nódulo de placer que abarqué con mis labios mientras mis manos volvían a subir el vestido hasta su pecho. Lubriqué bien con el aceite

Le introduje un dedo, lo moví en círculos alrededor del cuello de su matriz, sin apretar, sólo acariciando… Cuando empecé a notar que la parte superior se excitaba, adquiría otra textura al tacto, succioné un poco más fuerte el clítoris sin llegar a hacer daño, froté esa parte superior de la vagina y

El orgasmo vaginal y el clitoriano parecieron coincidir en uno solo que hizo chillar a mi hermana, levantar el culo de la cama, arquear la espalda… Y, reconozco que no hubiera debido hacerlo, pero pensé que se lo había buscado

Un dedo bien lubricado de aceite horadó su esfínter trasero mientras su orgasmo la dejaba medio desmadejada. No fui brusco, lo hice con suavidad. Al llegar al fondo, hice un garfio con él y froté su pared intestinal. Coincidí con el otro dedo metido en su vagina y conseguí que, sin haber terminado uno de los mayores orgasmos de su vida, volviera a tener otro que la hizo, al cabo de unos cuantos segundos, caer derrotada en su cama.

Lo que venía ahora, no sé si lo sabía o lo intuía. Si no era así, la sorpresa sería mayúscula y si lo supuso, también se sorprendió. Mi herramienta, también bien aceitada, entró en su coño como un cuchillo caliente en mantequilla.

-No, no, no, Alberto, no

¿Qué no? Iba lista

Boqueó notando el tamaño de lo que le vino encima, cuando intentó decir algo o protestar, mis labios sellaron los suyos

Cambiando de postura, sin salir de ella en ningún momento, la puse encima de mí, que notara bien hasta donde entraba mi virilidad

Aproveché para sacarle el vestido por la cabeza, junto con la camiseta que llevaba. Se quedó en sujetador, le marcaban unas tetas de lujo, del tamaño justo, totalmente tiesas

Con la habilidad derivada de la práctica, solté el cierre sin que pudiera hacer nada por evitarlo, le quité la prenda… Me hizo gracia que se ruborizara ante mi escrutinio… Amasé, pellizqué, estimulé aquellos soberbios pechos hasta que Almudena, vergonzosa, se tumbó sobre mí.

La pobre no se movía, debía de sentirse empalada, esto no podía seguir así… Con movimientos pausados de cadera, empecé a meter y sacar la polla de su interior mientras con un dedo pulgar estimulaba su clítoris

Al cabo de unos cinco minutos, suspiraba y gemía, restregaba sus pechos y pubis contra mí, vi que estaba a punto de correrse y quise que no lo olvidara. Agarrándola de las nalgas con una mano, hice un movimiento de mete saca rapidísimo, con la otra le frotaba su nódulo… Sus gemidos se convirtieron en grititos, otro dedo se enterró en su culo, como antes

Y como antes, con un dedo en su esfínter, otro en su clítoris y mi más que respetable herramienta en su coño, se corrió como una burra, sin parar de chillar, gritando mi nombre.

Pero Almudena había sido dura de pelar, en el sentido de que no se excitó fácilmente, supongo que estuvo manteniendo una lucha entre lo que estaba bien y lo que no… Esto merecía un tratamiento especial

Metí, saqué, cambié, chupé… Hice de todo con ella hasta que en uno de sus orgasmos, se los estaba provocando continuamente venciendo la crispación que le producía que yo siguiera tras alcanzar un clímax, pidió clemencia

-Ya, Alber, ya, no puedo más. Me muero

Je, je. Ya lo sabía yo. Y van dos. Hasta entonces no me lo había planteado, no lo había visto venir, pero, en ese momento me di cuenta de que, para obtener una victoria completa, Amalia debía de recibir el mismo tratamiento, y también tenía que ser ella la que lo pidiera

Amalia… La mayor, la más mona, la más recatada, la que había iniciado esta guerra sin sentido… ¿Por qué le fastidiaba tanto mi vida sexual? ¿Se habría enterado de lo sucedido con Almudena y Ana? Si lo sabía, podía ser terrible.

Salí del cuarto de Almudena en el peor momento. Amalia llegaba a casa entonces y me vio. En principio, solo me saludó con cierta frialdad, pero al darse cuenta de donde salía, fue a ver qué estaba haciendo allí. Yo, discretamente, me retiré a mi propio cuarto.

-¡No me lo puedo creer! ¿Estáis locas? ¡Es vuestro hermano, joder! ¡Sois peores que él! ¡Y ya es decir! ¡Sólo pensáis en lo mismo! ¡Sois todos unos guarros y no me pienso callar! ¡Ya veréis cuando se enteren los papás!

Los gritos de Amalia resonaban por toda la casa, estaba hecha una furia. Conociéndola, era capaz de cualquier cosa; tenía que, de alguna manera, calmar esta situación. ¿Pero cómo?

Oí un portazo, seguro que de la habitación de mi hermana mayor. Me decidí, si le daba mucho tiempo para pensar, iba a ser nuestra perdición. Salí de mi cuarto en el momento en que llegaba Ana a casa y Almudena salía del suyo. Nos reunimos en el cuarto de estar, en plan conciliábulo.

-Joder, Ana – empezó Almudena –Amalia ha visto salir a Alberto de mi cuarto, me ha visto desnuda… Imagínate. Ha montado un pollo de espanto, dice que va a hablar con los papás. Se nos va a caer el pelo.

-Ah ¿Pero vosotros también? Ya os vale. Y tú, Alberto ¿No te cortas nunca? – contestó Ana.

-Oye, que tú fuiste la primera. Yo no quería, me ha pillado con la guardia baja, estaba un poco mosqueada con él porque parece que se tiene que tirar a todo lo que se mueve. En el fondo, era pura envidia, más después de saber que tú habías estado con él. No te imaginas la cara que tenías… - Dijo Almudena

-¿Qué cara? – volvió a preguntar a su hermana.

-Pues una de tonta… No se te iba la sonrisa de la boca.

-Bueno, vale – Intervine yo –La cuestión ahora es qué va a pasar con Amalia. Es capaz de liarla parda.

Nos quedamos los tres pensando sin hallar ninguna solución. Ninguno nos atrevíamos a enfrentarnos a ella, nos podía echar en cara de todo a cualquiera.

Aun siendo el pequeño, creí que debía de ser yo el que arreglara el asunto. A fin de cuentas, era el causante de todo.

Encomendándome a todos los santos conocidos, me dirigí a la habitación de mi hermana mayor.

Me quedé delante de la puerta con la mano levantada, a punto de llamar. Las otras dos me miraban desde el cuarto de estar esperando acontecimientos. No me decidía, de las tres, Amalia era para mí, la más desconocida. Pensé en si tenía novio, a mí no me contaba esas cosas

Aunque alguna vez le había oído algo al respecto, hace tiempo. En fin, el mundo no es de los cobardes… ¿O sí? Los héroes, normalmente, están en fosas a tres metros bajo tierra… ¡Dios, qué manera de comerme el tarro! Y allí seguía con la mano levantada ante la mirada ansiosa de Ana y Almudena.

Una, dos y… dos y cuarto… dos y media… ¡Mierda, qué cague!

Sin darme tiempo a reaccionar, Ana, la más lanzada, corrió descalza sin hacer ruido hasta donde yo estaba y golpeó la puerta ante mi cara de susto.

-¡Vete a la mierda, quien quiera que seas! – Sonó al otro lado.

¡Joder! ¿Cómo iba a conseguir nada así?

Valor, Alberto, valor. No me iba a dejar achantar ni aunque fuera la mayor. Con decisión abrí la puerta y entré en su cuarto. Todavía me resulta chocante que no hubiera puesto el cerrojo. Debía de suponer que, siendo ella, nadie se atrevería a entrar sin permiso. En otras circunstancias, quizás hubiera tenido razón.

-¡Vete de aquí! ¡Déjame sola! ¡No quiero volver a ver a ninguno de vosotros! – Gritó desde la cama –Me habéis destrozado la vida.

Y rompió a llorar con la cara entre las manos.

-¡Vete! ¡Vete! ¡Vete te he dicho! – Siguió gritando con los ojos hinchados y la voz quebrada.

¡Me cago en todo lo que se menea! Esto iba a ser difícil de cojones. ¿Cómo convencía yo de nada a una fiera de 23 tacos con mis 19 primaveras contemplándome? Ella me debía de ver como un crío caprichoso, sólo obsesionado por llevarse a la cama a cualquier chica que se pusiera a tiro. Cierta razón no le faltaba.

Puedo presumir de tener bastante labia, es lo primero que utilizas para llevarte a una mujer al huerto, pero no creía que en este momento fuera a funcionar nada de lo que dijera. Aun así, lo intenté.

-Amalia, mírame. ¿Por qué te pones así sólo por una tontería? (eso de llamar tontería a acostarte con tus hermanas…) No tienes que culpar a nadie más que a mí. Reconozco que quizás he ido un poco lejos, pero no deja de ser una locura de juventud… - Le dije con voz suave y profunda.

-¿Pero tú eres gilipollas? ¿Locura de juventud? ¿Una tontería? ¡Te has acostado con tus propias hermanas, la mayor aberración posible! ¡Esto no va a quedar así! ¡Te pienso hundir en la más negra miseria! ¡Hijo de puta!

¡Mamma mía, cómo estaba!

Yo… lo siento, no vi otro remedio, fue lo único que se me ocurrió en ese momento.

Me acerqué rápidamente a ella, la abracé y le di el beso más apasionado que supe dar. Metió los codos entre ambos y se quiso separar retirando a la vez la cara de mis labios.

No cejé en mi empeño, si esto salía mal ya podía darme por perdido.

Apreté más mi abrazo, contando la diferencia de tamaño y fuerza, no se podía ni mover. Como me retiraba la cara, besé su cuello, sus orejas… La tenía prácticamente levantada del suelo.

-Déjame, déjame, yo no soy como ellas, de mí no conseguirás nada. – Me dijo con voz ahogada por la presión de mis brazos.

Ahora lo veremos, pensé. Si no caes es que no me llamo Alberto.

Seguí a lo mío como si no la oyera, vencer su resistencia me iba a costar un triunfo. Besé tanto como pude por donde pude. Su resistencia no menguaba… Acaricié uno de sus pechos mientras la sujetaba contra mí con el otro brazo. Amalia me golpeaba la espalda, incluso llegó a escupirme

Para mí fue demasiado, nadie me había escupido en mi vida

Empujándola, me tumbé en la cama con ella, sin soltarla en ningún momento. Dejé los besos, dejé de tocarle el pecho, directamente, metí una mano bajo su falda (menos mal que no llevaba pantalones)

Mis dedos, con la habilidad de la práctica, invadieron su intimidad a pesar de las bragas. No fui brusco, todo lo contrario, estuve acariciando con suavidad hasta que noté que sus labios, supongo que a su pesar, se dilataban.

Me centré en su clítoris, tenía que ser más práctico y rápido de lo habitual… Ella intentaba cerrar las piernas, esconder ese tesoro… Pero no podía, yo tenía una de las mías entre ellas.

-Por favor, déjame, soy tu hermana, no puedes hacerme esto… – Me dijo suplicante.

-Si puedo. – Fue lo único que contesté.

-No, no, por favor, Alberto, no lo hagas, por favor te lo pido… – La súplica llegaba a las lágrimas.

Pero pensé que si no seguía estaba perdido, más ahora después de haber empezado.

No me amilané, dentro del fuerte abrazo con que la sujetaba, fui lo suficientemente consciente para no dejarme llevar por la excitación, para ser lo más suave que hubiera sido en la vida.

Seguí frotando con delicadeza su nódulo de placer, de vez en cuando subía hasta uno u otro de sus senos tratándolos con ternura para volver a la zona genital. Poco a poco, Amalia iba cediendo en su resistencia, pero no dejaba de pedirme que la dejara

Ni caso. Acariciando sus piernas, tan perfectas o más que las de sus hermanas, fui soltando el abrazo mientras ella, llorando, se dejaba hacer sin participar.

Algo había conseguido, todo era cuestión de perseverar en la dirección adecuada, demostrarle a mi hermana que todos la queríamos, que yo no era un monstruo… ¡Qué difícil!

Bajé sus bragas sin contar para nada con su colaboración, abrí sus piernas y con cierto temor por tratarse de ella, hundí mi cara en su intimidad. Al primer beso, al primer lametón, intentó otra vez cerrar aquellas columnas, volver a esconder su tesoro

No tuve la más mínima intención de permitirlo, ataqué con dulzura, mi lengua recorría sus labios jugando, entrando y saliendo de ese hoyito divino, circundando su nódulo con una suavidad que hasta a mí me sorprendía… Amalia, a veces, me tiraba del pelo, a veces, se incorporaba y me golpeaba la espalda… Sólo a veces

Al igual que los gemidos empezaron a escapar de su garganta, enredados entre quejidos por lo que le hacía

-Déjame, por favor… aaahhh. Déjame, Alberto, déjame… ahhhh

Siguiendo y siguiendo con aquella faena de ternura y suavidad, fui consiguiendo mas “aaahhh” y menos “déjame”.

Tardé una eternidad, ninguna mujer me había costado tanto llevarla a un orgasmo, quizás porque no quería, quizás porque era yo el que lo hacía… Pero claudicó, a pesar suyo tuvo un orgasmo largo y suave, nada violento, ella no se lo merecía.

Mientras sentía los últimos estertores, le quité la falda sin que opusiera resistencia. Ahora estaba desnuda de cintura para abajo. Mientras recuperaba el aliento entre hipos y lágrimas, también le quité la camiseta que llevaba. Su ropa interior de encaje no tenía nada que ver con las prendas de algodón de sus hermanas. Me chocó un poco.

Me incorporé sentándome en el borde de la cama, levanté a Amalia como si fuera una pluma sentándola a horcajadas sobre mí. Con una mano guié mi miembro hasta encajarlo en su entrada y empujando de sus caderas hacia abajo, la ensarté la mitad en el primer envite. Aún estaba lubricada de mi encuentro con Almudena, no me había dado tiempo a ducharme.

Del segundo, con la cara de mi hermana llena de espanto, se la metí hasta el fondo de su intimidad. Con los ojos como platos, la boca abierta como si quisiera gritar, había aguantado como una campeona.

¡Qué equivocado estaba!

-¡Cabrón! ¡Hijo de puta! ¡Me has violado! – Gritó como una loca, golpeándome con los puños.

-¡Me has desvirgado, hijo de puta! ¡Cabrón, yo era virgen! ¡Tenía que llegar virgen al matrimonio, lo prometí! ¡Cabrón! – Volvió a gritar sin dejar de pegarme en el pecho.

Ahora sí que me había dejado de piedra. ¿Promesa de virginidad? ¿Todavía había gente que hacía eso? ¡Aiba la hostia! ¡La que acababa de liar!

Sujetando a mi hermana de las nalgas, empecé a sacarle mi miembro despacito, que no sufriera

-¡Ni te muevas cabrón! ¡Ni se te ocurra moverte!

¡Mierda, mierda, mierda! ¿Ahora qué hago?

Amalia lloraba encerrada la cara contra mi cuello, golpeaba con los puños mi espalda. De vez en cuando volvía a insultarme… ¡Joder, qué mal rollo! ¡Cómo había metido la pata!

Me entró una congoja impresionante, nunca había hecho a nadie nada que no quisiera, sólo a veces, había forzado un poquito las situaciones, como con Almudena. ¿Pero violar? ¡Dios, qué había hecho!

Amalia lloraba, no me dejaba mover… La ansiedad anidó en mi pecho, mi virilidad perdía su fuerza

Y aunque no lo había hecho nunca, que recordara, empecé a llorar yo también. Enterré la cabeza en su cuello, mis lágrimas fluían como un manantial, todo lo que hubiera podido aguantar a lo largo de mi vida se desbordó en ese momento.

Mi hermana debió de notar cómo la humedad mojaba su cuello y resbalaba por su pecho, debió de notar mis temblores, también cómo mi herramienta apretaba menos su intimidad.

Levantó la cabeza, eso sí lo noté, me cogió de la barbilla, izó mi cara, mirándome muy seria a los ojos.

-Perdóname Amalia. Jamás hubiera supuesto… Nunca habría querido… - Se me quebró la voz y no pude continuar, decirle cómo me sentía, ruin y miserable.

Fui consciente, en ese momento, de que mi vida se me iba entre los dedos, como la arena de la playa, y no por lo que fuera a hacer ella, me lo merecía, sino por lo que había hecho yo.

Me di cuenta de lo lejos que había llegado, cómo me había saltado cualquier tipo de norma con tal de seguir haciendo lo que me diera la gana. No había contado con hacer daño a nadie, menos a Amalia o a cualquiera de mis hermanas. Me había pasado cinco pueblos.

Ella no se movió, pero tenía que seguir notando cómo mi erección iba perdiendo fuerza.

Quizás le di pena, quizás se sintió responsable por ser la hermana mayor… La cuestión es que, cuando me dirigió la palabra, no había rencor

-No debería perdonarte, o debería buscar algo que te sirva de lección. No sé si te das cuenta hasta dónde has llegado. Sin importarte nada, te has llevado mi virginidad por delante. Y no me vale con que no sabías nada, el mero hecho de intentar hacerlo conmigo ya te condena. No tienes excusa. – Me dijo seria pero sin acritud.

Yo no podía parar de llorar, me sentía el ser más miserable dela Tierra, mi hermana tenía toda la razón.

-Perdóname, no sé en que estaba pensando, sólo que no lo contaras… Hazme lo que quieras, me lo merezco. – Contesté con voz anegada en llanto.

Quise levantarme, quitarme a mi hermana de encima. Ante mi sorpresa, no me dejó.

-No debería decirte esto, no te lo mereces. Pero yo tampoco creo merecer quedarme así, con esta experiencia que me has hecho pasar. Pórtate como el hombre que dices que eres y no como una nenaza llorona. Ten el valor de hacerme sentir algo que no sea dolor y rencor. Luego, ya veremos.

¿Y cómo se suponía que podía cumplir ahora? No tenía el cuerpo para muchas alegrías, sólo me apetecía meterme en mi cuarto y llorar.

-Oye Alberto, lo que te estoy ofreciendo es mucho más de lo que mereces. Pero no es una oferta eterna, estoy esperando

Tragándome los mocos, con mi miembro totalmente kaput, solo le dije a Amalia que me dejara ir al baño a lavarme la cara. Haciendo de tripas corazón, muy a regañadientes me dejó marchar.

En el baño me lavé rápidamente la cara, mis hermanas me habían visto pasar interrogándome con la mirada. Fui rápidamente a por mi aceite y volví con Amalia. Me esperaba en la cama, sentada contra el cabecero y metida entre las sábanas, no tenía muy claro cómo comportarme con ella.

Me abrió la cama para mí y con un reparo que no había tenido jamás, o sólo en mis primeras veces con apenas catorce años, me acerqué a ella. Tenía la sensación de ser ella la profesora y yo el alumno… Sólo hasta que, sentado a su lado la besé y noté su inexperiencia, su anhelo, su deseo y su lucha interior.

En un par de minutos, ya me encontraba en mi salsa, besaba a mi hermana con dulzura en su cara, en su cuello, en sus pechos… Ver cómo reaccionaban a mis caricias me enervaba, notar cómo sus pezones se endurecían me proporcionaba el mayor de los placeres.

Amalia necesitaba delicadeza, acababa de pasar por un trance amargo, amargo en varios sentidos… Su promesa, su hermano, el dolor… Había que hacerle cambiar dolor por placer, amargura por felicidad, miedo por deseo

Y como yo siempre me creí el amo en esto, puse mis cinco sentidos en hacerle sentir algo que no hubiera imaginado jamás.

Mis caricias, mis besos… volví a hundirme entre sus piernas buscando su tesoro, volví a lamer con cuidado, a jugar con mi lengua en un mete saca delicado, a tatar su botón de placer con el máximo cuidado.

Sin que ella se percatara utilicé mi aceite en su entrada vaginal, la suponía irritada del tratamiento tan desconsiderado que tuve. Mientras seguía haciendo diabluras con mi lengua, mientras Amalia movía un poco las caderas en claro símbolo de excitación, introduje uno de mis dedos en el interior de su gruta. Nunca lo hice con más cuidado.

Respingó al notarlo, no dijo nada, solo esperó… Frotaba con suavidad, las paredes, el cuello matricial… Introduje el segundo dedo, superponiendo uno a otro, para frotar su parte superior al notarla más rugosilla

Cuando se corrió entre suspiros y gemidos, supe que iba por el buen camino. Me incorporé encima de ella, besé sus labios, busqué su lengua, bajé a sus senos inflamados… Bien lubricado comencé una lenta entrada a su interior, con toda suavidad, en pequeños vaivenes que la hicieran acostumbrarse a tener semejante herramienta en su interior. Vi la crispación de su cara, cerró fuerte los ojos y frunció los labios. Estuve a punto de dejarlo, lo última que quería era volver a hacerle cualquier tipo de daño.

Pero aguantó sin decir esta boca es mía. Estando entero dentro. La dejé descansar, acostumbrarse, sus músculos se tenían que dilatar poco a poco, con el menor dolor posible.

Mientras besaba, acariciaba sus senos, sus orejas, su cuello de cisne… Haciendo gala de toda mi paciencia en estos menesteres, esperé hasta que ella misma inició un ligero movimiento de caderas. Seguí quieto sabiendo que en poco tiempo sería ella la que acelerara las acometidas, si se le podían llamar así.

Sí es verdad que se movió algo más rápido, que buscaba mis labios con cierta ansia mientras la miraba a la cara, me emborrachaba de sus rasgos, del azul claro de sus ojos… Me agarró de mis nalgas para buscar un mejor apoyo para sus movimientos de caderas; iba, como podía, acelerando un poco más. Vi llegado el momento, eché mis caderas hacia atrás para volver hacia ella muy despacio.

Boqueó con esta primera acometida, debía de ir con un cuidado exquisito. Lo tuve, delicadeza, cuidado, paciencia… volvió a ser ella misma la que incitara a aumentar la velocidad cuando estuvo preparada, cuando su excitación lo requirió. Entonces me solté un poco, no mucho. Hice movimientos cortos y pausados, alargándolos y acelerando conforme veía que ella lo necesitaba.

Hasta que no tuviera su primer orgasmo no la iba a cambiar de postura, si erra virgen, tampoco iba a tener mucha experiencia en ir cambiando de una a otra. Aceleré un poco más, y más, y más… Hasta que empezó a gemir. No había dicho nada durante este tiempo, solo boqueaba de vez en cuando y ponía los ojos como platos con cara de susto o los cerraba con cara de placer.

¿Qué estaría pensando? ¿Estaría simplemente disfrutando o pensaba en el incesto que estaba cometiendo? De Amalia se podía esperar cualquier cosa.

Cuando sus gemidos pasaron a pequeños grititos y sus caderas se movían al encuentro de las mía, supe llegado el momento de que se corriera por fin. Solo fueron cuatro o cinco acometidas cuando me agarró muy fuerte de la espalda clavándome las uñas, cuando al cabo de un segundo levantó el culo de la cama, cuando yo rocé su clítoris con fuerza con mi pubis.

Un gemido largo seguidos de unos chilliditos que me resultaron hasta graciosos, anunciaron el intenso orgasmo de mi hermana. No por ello dejé de bombear aquel coñito divino. Seguí y seguí, a pesar de ella, hasta que volvió a gemir y gritar.

Bueno, ya van dos, y otros dos orales. Cuatro orgasmos podían parecer suficientes para su primera vez, pero entonces no sería yo.

Dejándola descansar un poquito, sólo de la penetración, saqué mi miembro de su interior. Despacio, sin pausa, acaricié su cuerpo entero mientras ella temblaba de placer. Sin que supiera evitarlo, volví a meter mi cabeza entre sus piernas, entrando desde arriba. Podía haber pasado una pierna por encima de su cabeza y pretender hacer un sesenta y nueve. Ya he dicho que no es lo que más me gusta, dejo de controlar la situación.

Acariciando sus labios con los dedos, el clítoris en mi boca, otro dedo masajeando suavemente su esfínter trasero, volvió a mover las caderas, volvió a gemir y gritar y, como era de esperar, volvió a correrse entre espasmos. Íbamos por el buen camino.

Para resarcirla, me senté en el borde de la cama, la cogí como a una pluma y sentándola a horcajadas encima de mí, se la volví a meter empujando sus caderas hacia abajo. Ahora fue distinto. Mientras me movía con cuidado, dando pequeños golpes de cadera hacia arriba, botando ella sobre mi herramienta, me miraba a los ojos, me besaba lo labios y me volvía a mirar.

En un rato era ella la que saltaba, literalmente, con mi herramienta entrando hasta el fondo, empujando sus caderas hacia delante para frotar su intimidad contra mí. Totalmente desmadrada, se corrió gritando agotada. El sexto orgasmo estaba pasando factura.

Volví a tumbarla boca arriba, volví a aceitarle toda su zona genital para evitar irritaciones, volví a chupar su nódulo, a meterle dos dedos superpuestos frotando la pared superior de su vagina y se volvió a ir patas abajo en el séptimo de la tarde. Yo estaba en mi salsa y Amalia al borde del colapso.

Pero aun no habíamos acabado, no había claudicado, no había dicho que no podía más

La tumbé boca abajo, unas almohadas bajo sus caderas y una polla incestuosa de un tamaño considerable, volvió a horadar sus entrañas en una acometida ya no tan suave.

La recibió con la crispación de todo el cuerpo. Bombeé rápidamente con cierta fuerza, sin llegar a hacer el bestia, con Amalia no. Pero tampoco tuve que esforzarme demasiado, mi hermana prácticamente ni se movía, yo metía mis manos bajo su cuerpo para acariciar su clítoris, para excitar sus pezones. Agarrado a sus soberbios pechos, volvió a correrse chillando cada vez más

-Ya, ya, por favor, no puedo… No puedo más… Me muero

No me quedó mas remedio que dejarme ir en su interior alargando su orgasmo más de lo que ella hubiera creído posible. Me quedé tumbado encima de su espalda, besaba su nuca y mordía suavemente intentando que se relajara. Acariciaba un poco sus pechos.

Al perder la erección, pasado un rato, me bajé de encima. La pobre no había podido decirme ni que se asfixiaba. Me tumbé en la cama, puse a  Amalia sobre mi pecho dejándola recostada sobre mí.

Miré hacia la puerta, no la había cerrado. Allí estaban las otras dos mirándonos alucinadas, las hice gestos para que desaparecieran. Tuvieron la decencia de cerrar. Había ya anochecido y gracias a la persiana abierta, la luz de las farolas entraba por la ventana.

Mucho tiempo después, habían pasado horas, Amalia levantó la cabeza de mi pecho y me miró, seria, muy seria. Mi cara debía de ser inescrutable porque, repentinamente, sonrió. Una sonrisa tímida en principio que, al encontrar respuesta en la mía, se hizo enorme, expresando una satisfacción y felicidad que yo ya había visto muchas veces pero que nunca me había emocionado así.

Aupándose un poco, me besó suavemente los labios volviendo a recostarse sobre mi pecho.

-Si lo llego a saber… - Dijo suavemente – Si llego a imaginar siquiera que esto era posible… No sé en que estaba pensando para hacer una promesa de castidad.

Por si acaso, permanecí callado. Sólo besé su pelo.

-Fue en un grupo de la parroquia del pueblo, todos hicimos la promesa. No creo que la mantenga nadie, pero yo sí, si lo prometo… Ya me conoces

Sí, sí la conocía. A pesar de su aspecto delicado, tenía un carácter de narices.

-Pero romper el voto contigo

-Realmente no lo has roto – Le dije –He sido yo el que se ha pasado contigo.

-Ya, con todas las mujeres con las que has estado y sigues sin aprender. ¿Tú te crees que si yo no quiero hubieras podido llegar hasta ahí? En tu vida.

Ahora sí que me había dejado alelado.

-Lo que pasa es que fuiste un poco bestia. Si después de que hicieras que me corriera con la lengua hubieras metido un dedito o hubieras observado mejor, te hubieras dado cuenta. O en el momento de meterla, si no hubieras hecho nada y me hubieras dejado hacerlo a mí, a lo mejor no te hubiera gritado. Porque no creo que me hubieras podido montar encima de ti si me propongo lo contrario. O sí, pero te hubiera costado.

-Ya. Ahora que lo dices

-Sin embargo, eres muy mono. Nunca te había visto llorar. Ahí has hecho que me enternezca de verdad.

Estuvo otro rato en silencio mientras le acariciaba el pelo. Me miró otra vez.

-¿Y esas dos? Supongo que habrán disfrutado con el espectáculo.

Así que se había dado cuenta

-ANAAA, ALMUUUU – Gritó llamándolas. Me dejó helado (aparte de sordo).

No tardaron ni dos segundos en aparecer en la habitación. Pusieron cara de asombro y escándalo.

-No seáis cínicas, chicas, ya está. Tenemos un hambre que me comería una vaca, así que mientras este cretino y yo nos duchamos, podíais preparar algo de cenar. ¿Qué hora es?

-Las doce de la noche – Contestaron ambas -¿Es un poquito tarde no? – Dijo Ana.

-Pues no – Mandó Amalia –Ahora mismo hacéis lo que sea u os monto la marimorena.

Salieron disparadas a la cocina mientras nosotros íbamos a la ducha de mi hermana. Prácticamente la llevé en brazos, no se podía ni mover

-¿Y a todas les haces esto? – me preguntó –Porque si es así, no me extraña que hable de ti todo el mundo. Esto tuyo es un don, es de otro nivel. Ha sido como una peli porno con un solo polvo todo el rato. Creo que ni esas actrices con las que lo hacías hubieran aguantado esto

-De ellas no digas nada, no te puedes imaginar lo que aguantan. Pero no quiero hablar de eso. Y si te refieres a que a todas las chicas les hago lo mismo, depende. Creo que hoy ha sido lo más especial. Lo que has aguantado para ser la primera vez ha sido increíble.

-¡Pero si no podía más! Casi me muero, no podía más desde la tercera o cuarta vez que he llegado. No sé luego muy bien lo que ha pasado, solo que me corría y me corría sin parar. Como experiencia, lo más alucinante que haya podido vivir nunca.

No quise decir nada, dejé a mi hermana en el suelo y di al grifo del agua buscando una temperatura agradable para ambos. La enjaboné y me enjaboné, la pobre apenas se movía. De lo guapa que era y de cómo me ponía estuve a punto de repetir en la ducha. Una simple caricia en sus pechos pellizcando los pezones hizo que Amalia me dijera que ni de casualidad.

Por primera vez en bastante tiempo nos sentamos los cuatro hermanos a cenar juntos. Hubo risas, buen humor, complicidad, bromas sobre mí… No recordaba haber estado tan a gusto en mi vida.

Al final, como no, Amalia tuvo que poner las cosas claras.

-Bueno niño. Hasta aquí has llegado. Se te acabaron tus días de orgía y desenfreno. – Soltó bastante seria.

Yo, callado.

-Como comprenderás, después de estas demostraciones, para ti no hay otras mujeres. Y porque somos buenas, podrás compartir a las tres, no te vamos a hacer elegir a una de nosotras

-Ya – Mi única contestación.

-Así ahora, tendrás más tiempo para estudiar. Sólo somos tres, te quedan cuatro días para los libros, que seguro que vas de pena.

-Pues no, llevo las asignaturas al día. ¿Y si alguna quiere repetir otro día? – Pregunté

Se miraron las tres y parece que, solo con la mirada se entendían perfectamente. ¿O ya lo tenían pensado?

-Pues cumples como un campeón. Porque, como comprenderás, por lo menos yo, después de probarte, todo lo que venga después no me va a saber a nada.

-Ni a mi – Dijo Ana

-Y a mi menos – Soltó Almudena.

Pues ya ves – Continuó Amalia –Tienes a tres mujeres solo para ti. Hemos llegado a un acuerdo y no va a haber ningún problema, nos repartiremos equitativamente y procuraremos no pasarnos. Bueno – Siguió riendo – Yo por lo menos, no creo que pudiera aguantar más de una sesión de éstas a la semana… O al día

O sea, que lo tenían todo pensado, hablado y requeterepasado. ¡Pringao, que eres un pringao! Pero, pensándolo bien, me iba a dejar querer. Estas tres tías no discutirán entre ellas y me iban a tener mas controlado que un sargento de varas. Como ya estaba un poco cansado de tanta chica, no me vendría mal el cambio.

Dicho y hecho, empezaron a ocuparse de mí como si fuera de su propiedad. Les contaban a mis padres por teléfono quién me hacía la comida, quién me lavaba la ropa, quién arreglaba mi cuarto… Porque para mis viejos, el hecho de que mis hermanas hicieran esto por mí entraba dentro de sus obligaciones, prácticamente.

Lo que no solían contar era con quién había dormido aquella noche. La capacidad organizativa de Amalia no tenía parangón, estaba todo estudiado y perfectamente estructurado.

Por si no me había fijado, aunque lo había oído, las mujeres, cuando se reúnen o viven juntas, tienden a sincronizar sus reglas. Si encima toman la píldora, ya es de cajón. Así que tengo una semanita al mes de tranquilidad absoluta. Porque me controlan hasta esos días. Que no salga por ahí, o si salgo, que no vaya con chicas.

Por si acaso, alguna de ellas duerme conmigo, para que no me escape por la noche. Lo que no saben, porque no se lo voy a contar, es que no les hace falta tanto control. Llega un momento en que la gente busca pareja y, en general, con una basta.

Yo tengo a tres, que me quieren, me miman, me cuidan y cumplen mis caprichos. No se puede ser más feliz. Incluso, a veces, compiten entre ellas para ver quien se lleva una alabanza, un cariño especial o cualquier cosa por el estilo. Pero sin malos rollos, que son hermanas, muy bien avenidas y se quieren mucho.

No pueden imaginar lo que las quiero yo.