A todos los heteros con los que me topé (Israel)

Sin ponerlo en duda, lo que se robó mi atención en aquel momento fue la gruesa y larga polla de cabeza sonrosada que despuntaba en la parte más baja de su tonificado abdomen. Estaba hinchada a más no poder y de su punta pendía una suculenta gota brillante de líquido preseminal.

A TODOS LOS HETERO CON LOS QUE ME TOPÉ

Israel

En definitiva, follar con heteros no era lo mío. Eso me había tocado descubrirlo a los porrazos.

Venga ya, que a algunos os encantará de seguro, pero en lo que a mi respecta, el hecho de tener que prestarle el culo a un tío, para que me tire del pelo, me muerda una oreja o me pregunte si soy su putita, dejándole saciar de este modo su morbosa curiosidad -además de un poco la mía, para qué os miento-, y luego tener que lidiar con aquella mirada de cachorro arrepentido -o confundido- que sigue inexorablemente al sexo con un heterocurioso, era algo que, a mi madura edad de veinticuatro años, no me motivaba nada a la hora de conseguir algún ligue. Simplemente ya no me ponía, lo juro.

Pero cuando mi buen colega del instituto, Isra, decidió un día colarse en mi vida de adulto liándose a mi jefa... Bueno, ahí supe que más tarde o más temprano aquel precepto mío -retrógrado y discriminatorio, lo admito- iba a cambiar. Aunque en principio no pudiese tener una idea de cuánto.

Bueno. Os pongo rápidamente en contexto.

Siete años antes Israel había sido todo lo que el chico guay del instituto debía ser según estándares de Hollywood: alto, guapo, masculino y atlético, con piernas fuertes bien trabajadas a punta de fútbol y con un culazo para morirse; de piel canela y cabello castaño; poseedor, además, de unas facciones tan jodidamente perfectas como las de cualquier aspirante a modelo de marca; con cuerpo musculado y paquete notoriamente mayúsculo. Y muy heterosexual, claro. Bastante. O al menos lo suficiente para follarse a la mitad de las tías de nuestro curso antes de llegar a la mayoría de edad.

Vale, la verdad es que Isra y yo nunca fuimos colegas en el sentido estricto de la palabra, pero nos llevábamos aceptablemente bien; esto, dejando en claro, que yo vivía fuera del armario desde la primaria y sin ningún complejo. Pero, si acaso el tío tenía problemas con aquello, nunca pareció demostrarmelo.

De hecho, recuerdo aún la curiosa ocasión en que durante una de las famosas reuniones de viernes por la noche que solían darse en casa de Isra (a la cual asistí como acompañante de Ana, una amiga), el anfitrión -majo hasta los cojones- se ofreció a destaparme la última cerveza de la velada, luego de ver que yo, como un completo idiota, me había cortado un dedo intentándolo. Pero, al no conseguirlo él tampoco, avergonzado, terminó dándome el trago que se había preparado para si mismo. Venga, que puede que el chaval solo era muy majo, pero mi subconsciente daba alaridos de que en aquel gesto había algo más. Claro que eso también me lo decían las miradas furtivas que me estuvo dando buena parte de la noche y el roce de su mano al pasarme el trago.

Sin embargo, ese día yo no estaba de ánimos para intentar nada en algo que con cierta seguridad creía que terminaría justamente en eso. Además, acababa de pelearme con mi novio de la época y buscaba maneras de solucionar aquello. Sin mencionar que Isra era la pareja de una de mis amigas, así que tampoco es que podía hacerme el desleal. Ya después nuestra época en el instituto acabó demasiado pronto y aquella tensión semi oculta que había entre ambos se diluyó con el final de nuestra segunda década de vida. No volvimos a vernos las caras más que por instagram o facebook. Y estoy seguro de que habríamos permanecido de esa forma por el resto de nuestras vidas de no haber sido por la manía de mi jefa de buscar parejas en línea.

Fue gracias a esto que Isra reapareció en mi vida un día lluvioso de marzo, justo cuando ya me disponía a dejar la oficina tras un largo día de trabajo en marketing y él pasaba a recoger a Mónica (mi jefa).

  • Álvaro -me reconoció tan solo al verme, mientras me detenía a su lado para resguardarme de la lluvia en el vestíbulo del edificio. Tantos años sin ver a este tío más que en fotos y ahora, allí en persona, estaba más bueno que antes. Sonreí.

  • Isra -fue lo que alcancé a balbucear, casi entre dientes.

Debo mencionar que para nada suelo ser tímido bajo circunstancias como ésta, pero no os mentiré: flipé al ver a Isra. Primero, porque no esperaba para nada que fuese él  precisamente la personificación de aquel chaval del que tantas maravillas me había hablado mi jefa durante el mes que llevaban saliendo y que justo me acababa de informar que la esperaba en el vestíbulo. Segundo, porque de chaval no le quedaba ni un ápice (en el mejor de los sentidos, desde luego). Y tercero, porque si antes era guapo, joder, ahora con ese aspecto tan masculino que le proporcionaban la barba y el corte de pelo a lo Beckham, es que estaba para llevárselo a la cama ahí mismo y sin miramientos.

  • Vaya, tío, que sorpresa. -me apresuré a añadir, tratando de parecer lo más calmado que podía-. Creo que no hablábamos desde... La verdad, ya ni lo recuerdo -admití entre risas-... Oye, pero te ves súper bien. ¿Un poco más crecido, quizás?

  • ¿Más crecido? -sonrió Isra, con una sonrisa de labios rosados y carnosos y dientes muy blancos.

  • Más fuerte, quiero decir.

  • Ah, vale, pues siempre se me dieron los deportes, ya sabes; así que me dediqué a hacer algunos estudios. Ahora hasta planeo una especialización en nutrición. -hizo una pausa y sus ojos verdes se posaron en mi con toda la intensidad natural en ellos-. Pero tu si estás igual a como te recordaba, Álvaro.

  • No sé como tomarme eso -sin planteármelo, mi mandíbula se puso rígida y mis cejas se tensaron. Él respondió con un espasmo de risa. La misma risa de chaval alegre y despreocupado que tanto lo había definido.

  • Pues tómalo como cumplido, tío. Siempre fuiste bastante guapete. Aunque uno muy serio, claro.

-Ja. Vale... Supongo que te doy las gracias en ese caso -respondí, ajustándome las gafas y peinándome nerviosamente con la mano el flequillo ondulado de mi cabello que empezaba a ceder ante la humedad.

  • Desde luego. No es algo que yo ande por ahí diciéndole  a cualquier tío.

De nuevo sentí su mirada clavada en mi como una brasa recién encendida. ¿Eran solo cosas mías o de verdad me lanzaba indirectas? ¿Qué me pasaba con este tío? Siete años y ahí estábamos otra vez. En aquel punto raro entre el flirteo y la confusión. Ahora me lamentaba de no haber conocido antes a Isra lo suficiente, por lo menos como para saber si aquella era su forma habitual de tratar con todos o, como él mismo me acababa de contar, era un trato especial que tenía conmigo solamente. Por mi propio bien decidí afianzarme a ciegas a la primera opción y por lo demás fingir demencia.

-Y ¿vives o trabajas en este edificio? -pregunté para variar la plática, aunque ya sospechaba la respuesta-. No te había visto por aquí.

  • Salgo con una tía del piso tres. Mónica. Vine por ella para salir a cenar.

  • Es mi jefa -le solté sin más.

  • ¿Qué me dices, tío? ¿En serio?

  • Sí, claro.

  • Joder. Pero qué pequeño es el mundo.

  • Más bien Madrid.

Escuché los tacones de mi jefa acercarse por las escaleras y supe instantáneamente que la conversación entre ambos se terminaba. Saqué el paraguas de mi mochila y me dispuse a despedirme. Pero antes tuve tiempo para presenciar el beso de ley y las tiernas miradas de deseo entre aquellos dos. Debo confesar que ambos eran muy guapos y, además, hacían bonita pareja. Se miraron, se besaron, se apretujaron, rieron y se separaron. Luego mi jefa quiso presentarnos y cuando explicamos que ya nos conocíamos hubo risas y alguna que otra mirada nerviosa por parte de Mónica.

Yo me despedí finalmente, me puse música en los oídos y les dejé marchar por su lado. Decidí olvidarme de todo el asunto sumergiéndome en mi playlist, como hacía casi cada tarde -cuando el Grindr no reclamaba mi atención, eso sí-. Unos minutos después al llegar a casa, un mensaje de mi jefa prorrumpía con urgencia en mi WhatsApp, escrito solo en mayúsculas: «POR FAVOR DIME QUE NO ES GAY!!!»

Desde luego, al leer aquello, mi risa pegó del techo. Luego tuve que tomar algo de aire para tranquilizar el mundo de aquella pobre mujer. Mi respuesta fue sencilla y alentadora: «No lo es. Disfruta».

Imaginar que aquellas simples palabras iban a contribuir a que ambos tuvieran una buena velada -con follada incluida, seguramente- me hizo sentir un poco descolocado.

Eso sin mencionar que, tras pulsar el botón de enviar y hasta irme más tarde a dormir, la voz maricona en mi interior no pararía de increparme sobre la posibilidad de que yo pudiese estar equivocado en mi afirmación y de que tal vez la línea del espectro de la sexualidad que hacía años había dibujado un tal Kinsey -según wikipedia- podía estar hoy en el mundo más difusa que nunca.

Os hago espoiler, chavales: sí que estaba difusa. Pero me tomaría siete meses más descubrirlo del todo, hasta octubre.

Ese mes Mónica se había sometido a una cirugía correctiva de la vista y me pidió como favor que pasase por la oficina durante el fin de semana para buscar un contrato que necesitábamos revisar. Sin ningún problema dije que sí. Jorge, un inconstante tatuador bisexual que había conocido recientemente, me acababa de cancelar, por lo que, de todos modos, no tenía nada más especial qué hacer ese día.

Treinta minutos después, Israel estacionaba su coche fuera de mi edificio.

-Le dije a Mónica que no era bueno ponerte a trabajar en domingo -se excusó apenas puse pie en la acera. Después, cuando se acercó para estrecharme la mano, pude percibir cómo el olor suave y limpio de su cuerpo me invadía como un torrente. Llevaba puesto un suéter azul marino y pantalones que demarcaban muy bien su polla y su culo, por lo cual sobra decir que estaba como un dios-. Ante tal injusticia -me continuó explicando-, me ofrecí a ser tu chófer, ya sabes, para compensar un poco esto de la explotación laboral. Ida y vuelta, chaval.

-Como un uber -bromeé mientras me acomodaba en el asiento. Israel sonrió.

Veinte minutos más tarde, cuando llegamos a la oficina, me acompañó escaleras arriba. El edificio estaba vacío y él tenia las llaves, por lo que tampoco es que hubiera de otra. Subimos escalón tras escalón hasta el tercer piso, conmigo adelante y él detrás. Los pasos de ambos colmaron de inmediato el silencio absoluto de aquellos solitarios pasillos, primero con sonidos distantes unos de otros y luego con una proximidad que aumentaba vertiginosamente, como los latidos en mi pecho. Al llegar a la oficina me detuve un instante junto a la puerta, en espera de que Isra la abriera, pero al echar la vista atrás, me encontré con que, desde la distancia, el tío se había quedado rezagado, moviendo las llaves en una mano, mientras me miraba el culo.

Una acotación: nunca he sufrido de baja autoestima, pero tampoco me gusta alardear. Pienso que si me ves por la calle os pareceré alguien bastante común, un chico de veinticuatro con cabello castaño y piel clara. No muy alto, no muy bajo. Asiduo al gimnasio, pero sin obsesionarme. De cara y cuerpo simétricos -eso según mi ex-. Con rasgos suaves, gafas cuadradas y carácter tranquilo. Ah, y con un generoso culo -esto gracias a mi genética paterna-. Aunque llamativo, nada exagerado, al menos para mi... Ese soy yo.

Miré a Isra a los ojos fijamente, esperando un gesto o reacción de alguna clase, y, al notar que seguía sin desviar la mirada, no supe qué más decir o hacer.

Al cabo de un segundo que pareció durar una eternidad, él volvió a esbozar una sonrisa juguetona, de esas que solían darle pinta de delincuente juvenil. Luego, vi cómo lentamente se acercaba hasta donde yo estaba, introducía la llave en el cerrojo de la oficina y me decía algo en el oído:

-Tenemos treinta minutos, Álvaro.

Con solo sentir el aliento tibio de Israel cerca de mi cuello recitando aquella estimulante proposición, no pude evitar que mi polla se pusiera dura dentro de mis pantalones. Él, por supuesto, se dio cuenta de inmediato y colocó su mano encima, lo que generó en mi un leve sobresalto. Isra me acarició por sobre la tela durante un momento, con movimientos gentiles y apretones bruscos que se turnaban una y otra vez, hasta que empezó a trazar un lento sendero lateral que llevó sus dedos directo sobre mi culo. Dos de ellos consiguieron escurrirse con presteza en el slip que yo llevaba y fueron a parar justo entre mis carnosas nalgas. Estaban fríos en principio, por lo cual no quise ser descortés y negarles un poco de mi calor. Isra me estrujó con fuerza ahí detrás y, cuando tuve voluntad para levantar la vista hacia su cara, noté que retiraba suavemente la mano para llevársela a la boca.

  • Qué bien hueles, tío -dijo, con un tono cargado de morbo-. Y qué rico sabes.

Lo siguiente que noté fue un gesto de su barbilla que me invitaba a pasar a la oficina de Mónica. Yo estaba mudo -sin poder creerme aún todo aquello-, pero tampoco iba a hacer mucha falta que hablase; los dos sabíamos lo que venía a continuación.

Con una excitación más que evidente, Isra fue quien actuó primero. Sin dejar de tocarme un instante, me guió dentro, hasta el escritorio de su novia, e hizo que me apoyase en el borde de madera pulida, de espaldas a él. Yo casi temblaba, con las venas hasta el tope de adrenalina y la mente un poco nublada por la rapidez con que había aflorado todo el asunto, pese a esto, decidí dejarme sumergir en las circunstancias y -acudiendo de nuevo a mi mantra de salvación:- por lo demás fingiría demencia.

En un dos por tres, Isra me liberó de la camisa y el pantalón que llevaba puestos, para deshacerse después, con igual facilidad, de su propio suéter. Así y de pronto pude sentir su pecho lampiño estampado contra mi espalda; amplio, de piel sumamente suave, tacto caliente, tetillas erectas y músculos firmes. Un hombre en toda regla, como se dice por ahí.

Entonces, empezó a morderme, a lamerme, a besarme. Sus labios carnosos no paraban de tocarme a lo largo de la mandíbula, en el cuello, en la oreja y, finalmente, en la boca. Mientras que su polla me apuntaba en el culo con fuerte insistencia. Para ese momento, se imaginarán, mis latidos eran ya como sacudidas internas de una fuerza descomunal y mi polla parecía que iba a ser expulsada del resto de mi cuerpo. Trataba de respirar, pero era tan difícil, y, sin embargo, estaba seguro de que no había nada mejor en el mundo en aquellos momentos.

-Qué culo tienes. -susurró Isra, sacándome de mi ensimismamiento, al tiempo que se agachaba a mi espalda y me apretaba la carne por encima del slip azul, justo antes de arrebatármelo.

Cuando finalmente mis nalgas quedaron a entera disposición de aquel monumento de hombre, no pude contener un minuto más el ligero gemido que me congestionaba la garganta desde hacía rato. Y una vez que su cara y lengua estuvieron directamente en mi agujero, ya os imaginarais cómo continué gimiendo, con más y más fuerza.

-Joder -balbuceó Isra, entre jadeos, mientras sacaba su cara de mi culo por un segundo para tomar aire.

-¿Te gusta? -pregunté con voz temblorosa, ya más desinhibido por la excitación que nos envolvía.

-Me encanta. Pero me gustará más, Álvaro, cuando tengas toda mi polla adentro.

Un instante después, Israel se desprendía del resto de su ropa: zapatos, calcetines, pantalones y ropa interior, permitiéndome la visión entera y magnífica de su cuerpo desnudo. Era perfecto, claro, cada parte de él, desde los músculos bien definidos, la piel bronceada y el tatuaje negro en forma de estrella que tenía cerca de la entrepierna, hasta las grandes pantorrillas y los muslos cincelados cubiertos por una pelusilla tenue y rubia que lo hacía más que irresistible. Pero, sin ponerlo en duda, lo que se robaba por completo mi atención, era la gruesa y larga polla de cabeza sonrosada que despuntaba en la parte más baja de su tonificado abdomen. Estaba hinchada a más no poder y de su punta pendía una suculenta gota brillante de líquido preseminal, próxima a caer al suelo. Por lo cual me acerqué velozmente, me agaché, le lamí con gentileza para evitar que se desperdiciara -introduciendo la puntilla de la lengua en el orificio de su pene- y me encontré con un regusto dulzón y amargo que impregnó toda mi boca. Luego, la engullí. Primero lentamente y sólo a la mitad, dando tiempo para amoldarme al grosor y largo de su miembro supurante, y ya después con un poco más de desenfado y energía. Mis labios subían y bajaban de su glande hasta lo más cerca de la base que podía permitirme sin quedar atragantado, alcanzando con mi nariz la mata castaña de pelo púbico de Isra, impregnada de olor a jabón. Él gemía con voz ronca y respiración entrecortada, mientras se llevaba ambas manos a la cabeza. Yo hacía lo posible por no parar.

De pronto, sus manos se posaron en mis hombros con la firmeza natural de un hetero, haciéndome sentir como alguien pequeño, menudo. Eran manos varoniles que me indicaban lo que debía hacer ahora. Así que me puse en pie, con la cabeza a la altura de su cuello y mis manos puestas encima de sus caderas. A la vez que la cara de Isra descendía unos centímetros para toparse con la mía y su lengua volvía a someterme con un arrebato sexual que llenaba de asombro, dos de sus dedos se introducían en mi culo y empezaban a dilatarme.

Basta decir que, en cuestión de dos minutos, yo ya estaba a cuatro patas sobre el suelo de la oficina, mientras el cuerpo musculado y fibroso de Isra se me iba encima, haciendo presión con su polla para empezar a follarme sin contemplación.

Desde luego, un poco de dolor se hizo presente. Pero tan rápido como apareció, así mismo empezó a disiparse. Israel permaneció inmóvil detrás mío, dándome tiempo suficiente para acostumbrarme al pedazo de carne que acababa de meter en mi y preocupándose en todo momento de mi estado, a lo cual yo solo respondía asintiendo. Luego, la sacó y la volvió a meter. Una vez, y otra, una más, y una cuarta. A la quinta, mi esfínter ya no ponía casi resistencia. El mete y saca de Isra se volvió entonces constante y rítmico, y yo lo empezaba a recibir como un campeón. Sus manos firmes en mi cadera no me dejaban escapatoria, obligándome a servir como una especie de tiro al blanco para su polla. Mientras que sus dientes mordisqueaban mis orejas y sus labios succionaban la piel de mi cuello.

Estaba flipando, chavales. No me podía creer que la fantasía sexual de mi adolescencia, el chico popular que todos deseaban, estuviera taladrando mi culo como si nada. Follándome como si nada. Y a mitad de la oficina de su novia, quien, para colmo, resulta ser mi jefa. ¿Era posible que mi mente inventara todo aquello por alguna sádica razón? ¿Podía ser todo un absurdo delirio? No lo creía probable, pero aún así...

Como percibiendo lo que estaba pensando, Israel me tomó con fuerza por la cadera y me penetró a profundidad, dando corte a mis teorías tontas.

-Quiero que me cabalgues -dijo jadeante, pero con tono autoritario, después de infundirme una severa sensación de calor anal con sus movimientos.

Entonces, se recostó sobre el escritorio y me hizo una seña con la mano para que yo fuera hasta él. Como el pasivo obediente que soy, lo hice sin titubear. Subí al escritorio, maniobré mi postura y descendí plácidamente sobre la gruesa, venosa y maravillosa polla de Israel. Así lo volví a tener dentro, entre sensaciones placenteras de calidez y humedad que se mezclaban con los sonidos de piel contra piel. Su miembro era de los más largos que había probado nunca; grande, duro y con el alcance perfecto hasta mi próstata. ¡Y vaya que me gustaba cómo lo ponía en mi interior! El entrechocar de mis nalgas empezó a subir en intensidad a medida que Israel volvía a darme caña, con mis manos trepadas a sus hombros, al tiempo que sus dedos rebuscaban aquel lugarcillo cálido en mi culo. Tres palabras para describirlo: la puta gloria.

Mientras seguía follándome sin dar descanso, Isra me mordía las tetillas y me pedía que abriera la boca para escupirme dentro. Yo, convertido en toda una guarra para ese punto de la historia, decidí acceder a lo que fuera que él me pidiera sin ni siquiera pensármelo.

-Qué puta eres, ¿lo sabías? -dijo viéndome a los ojos, con una mirada que me hacía sentir entre excitado y avergonzado a partes iguales.

-¡Ah! Sí. Ah. Contigo.

-¿Solo conmigo? Venga, ¿lo juras?

-Aaah. ¡Ay!. Sí, tío, lo juro.

Afuera se veía caer la lluvia con fuerza, como pude descubrir a través del ventanal de la oficina entre una embestida y la siguiente. Aunque eso importaba bastante poco ahora, casi nada realmente. Mi mente no tenía capacidad en aquel momento para pensar con claridad sobre cualquier otra cosa que no fuese en Israel, en su polla y en mi culo horadado.Yo solamente quería continuar, que me follara más y más, y disfrutar de ser su juguete sexual de turno, hasta que no me quedaran fuerzas y mi culo perdiera aguante. O hasta que el mundo entero se ahogase en un diluvio -con Mónica incluida- y solo quedáramos él y yo.

Y justo cuando me entristecía pensar que se acercaba el momento final, el clímax de todo el asunto, entonces fue cuando Israel me dio la vuelta, puso su pecho sudoroso contra mi espalda y -sujetando mis piernas abiertas en el aire con sus brazos fuertes- me penetró en un solo movimiento de sus caderas hasta lo más profundo. Casi fue doloroso, pero el tío se merecía que le erigieran una estatua por saberse manejar tan bien entre la fina línea del tormento y el placer.

De improvisto, entre penetraciones profundas y con el culo en flor, finalmente mis huevos reclamaron la autonomía sobre mi orgasmo y, sin que yo tuviera siquiera que tocarme o poner objeción ninguna, expulsaron toda la lefa que había en mi con una fuerza tan abrumadora que me arrancó el gemido más largo y escandaloso que hubiese dado en mi vida.

Mientras tanto, y en un acto de sincronía absoluta, Israel hizo lo mismo, reponiendo dentro mío todo el semen perdido con un buen torrente caliente y espeso que terminó generandome varios espasmos en todo el cuerpo. Luego, el tío me abrazó fuertemente y, para gran sorpresa,  me besó, además.

-Me ha encantado tu culo -confesó, conmigo encima todavía.

-Y a mi tu polla.

-Nos la hemos pasado en grande, chaval. Solo espero que Mónica no haya agotado su paciencia todavía. Podemos hacerlo de nuevo antes de irnos.

Fue en ese momento cuando el peso entero de la situación cayó sobre mi como tres ladrillos y un yunque. «Mónica»

Hostia puta, ¿qué coño habíamos hecho? Era tan tarde. Y Mónica nos esperaba a ambos.

Empecé a vestirme a toda prisa mientras sentimientos de culpa y remordimiento empezaban a llenarme la cabeza como si se tratasen de gusanos en una fruta. Y de verdad no entendía claramente el porqué. Sólo había sido sexo, uno de los mejores de mi vida, claro, pero sexo al fin. Yo no tenía pareja, Mónica no era algo así como mi amiga y este tío solo era un tío, un conocido. Además, no lo repetiríamos nunca ¿Porqué me ponía loco por aquello? ¿Era yo ahora el homocurioso con cara de perrito arrepentido?

Cuando me giré para ver lo que estaba haciendo Israel no me podía creer que él estuviese tan tranquilo, sentado aún en el escritorio, y tocando su abdomen con una arrogante actitud de suficiencia en la cara.

Me apresuré a buscar el contrato que debía revisar con Mónica y le pedí a él que se diera prisa en vestirse, que yo lo estaría esperando abajo. No se podía perder más tiempo.

Israel se me quedó mirando mientras sonreía, con aquella sonrisa suya tan jodidamente sexy y juguetona de siempre.

-¿Qué pasa? -pregunté.

-Nada. Bajaré enseguida -respondió en tono pausado- Pero antes quiero que me contestes algo, Álvaro. ¿Cuando lo repetiremos?