A sus filas, Soldados!
En la Roma del 30 a.C. la perversión y el acoso entre hombres era tan normal como comer pan. Así este joven soldado se ve iniciado en la homosexualidad por obligación, aunque pronto descubre que será su vocación.
A sus filas, soldados!
Era un día soleado, hacía buen tiempo, para disfrutar de familia y amigos, por desgracia, no sería así para mí. Habían venido a casa a recogerme, los soldados imperiales me buscaban, eran tiempos de guerra y necesitaban todos los guerreros posibles para vencer. El César no quería perder aquella batalla. Por ello llamó a sus civiles más jóvenes, con más constitución y más fuertes a sus filas. Yo me llamo Santiago, a mis 16 años estaba muy bien formado, ayudaba a mis padres en las pocas tierras que poseíamos y nos permitían vivir. Tenía un cuerpo bastante fibrado y algo tostado al sol, el mediterráneo se notaba en nuestra piel, éramos gente sencilla con poco que ofrecer.
- Santiago Agostipulus, hijo de Dámaso Agostipulus, ¿Está aquí?
- Sí – Respondí.
Sin más dilación me cogieron y me llevaron a una carroza, que era tirada por 3 bestias. Dentro de la carroza, había más jóvenes como yo, unos 5 o 6, algunos tristes, otros con mirada triunfadora, se veía que querían estar ahí.
- Hola, ¿Cómo te llamas? – Dijo uno de los más corpulentos.
- Soy Santiago, ¿A dónde nos llevan? – Respondí, mientras todos me observaban.
- Vamos a la base militar, aunque creo que aún nos quedan por ir a un par de casas – Respondió el joven con amabilidad.
- ¿Y cómo os llamáis vosotros? – Pregunté intrigado.
Todos me respondieron, el que me habló en vez primera se llama Fernando, luego estaban Mateo, Juan, Gregorio, Constantino. Hablamos de los temores que teníamos y lo que anhelábamos encontrar en batalla. Subieron a la carroza 2 jóvenes más, Nerón e Ismael.
Todos rondábamos la edad de 16 a 18 años como máximo. Al fin llegamos al campamento, y nos enseñaron nuestras barricadas, donde descansaríamos cuando no estuviéramos entrenando. En las barricadas dormíamos de cuatro en cuatro, en la mía estaba Fernando, el más hablador y carismático, era de los reclutados más mayores, unos 19 años. También dormían Gregorio y Mateo, eran más callados, no querían estar ahí, se lamentaban día tras día, sólo buscaban la comodidad del hogar, querían aprender a luchar para salir con vida de las batallas y volver a casa. Fueron semanas de duro trabajo, pero siendo jóvenes, adolescentes, con muchas hormonas, sin mujeres, nuestras sexualidad se despertaba cada día más. Mateo y Gregorio fueron castigados por no llegar a tiempo al entrenamiento, el castigo era pasar la noche en el calabozo con el guarda. Decían que el guarda sodomizaba a los castigados, nunca tuve curiosidad por saberlo. Al fin llegó la noche y Fernando volvió conmigo, noté que me miraba más… no sé cómo decirlo, era más seductor.
Al entrar a la barricada me empujó y caí al suelo. Se tiró encima de mí, me cogió las muñecas impidiendo cualquier movimiento que pudiera hacer y me besó.
- No te imaginas las ganas que tenía de quedarme a solas, al fin me podré desahogar, y vas a tener la suerte de disfrutarlo – Dijo mientras sonreía pícaramente.
- ¿Qué? ¿Quítate de encima? – Espeté, aún no sabía bien que estaba pasando, todo había ocurrido muy rápido y me dolía la cabeza del golpe contra el suelo
- Calla y disfruta – Sacó su miembro y me lo puso en la cara – ¡Ahora chupa!
Así me mantuvo en el suelo, saboreando su polla, que crecía poco a poco. Noté que yo también me excitaba, se me estaba poniendo muy dura, sorprendentemente me estaba gustando. Así que quise hacer mejor mi trabajo y me esperé lamiendo toda la polla, dedicando un segundo a cada centímetro. Me la saqué y poco a poco, desde la base hasta la punta la saboreé enterita. Fernando se retorcía del placer que le provocaba, lo que hacía que mi bulto fuera cada vez más grande. Me metí de nuevo el glande en la boca lo succioné como pude.
- Siéntate en la cama, desde ahí me puedo agachar y chuparte mejor – Le dije.
Sin más contestación que gemidos, se levantó, se tumbó y me puse encima suya a chupar, ahora me la podía meter entera en la boca, era algo gruesa y de unos 17 centímetros, me costó meterla entera, pero al final lo conseguí, le llevé al más exquisito placer y entonces me paró.
- Espera, aún no me quiero correr, pareces un profesional, me extraña que no hubieras estado con ningún varón antes
- No, tú eres el primero. ¿Qué quieres hacer ahora? – Pregunté pícaramente.
Sin más, me volteó y bajó los pantalones, abrió mis glúteos y metió su lengua en mi ano, empezó a lamerme toda la zona, noté que iba a explotar de placer. Gemí mucho, pero por el miedo a que me escucharan, me reprimí un poco.
Entonces me metió toda su polla, algo que me dolió, me dolió mucho. Le pedí por favor que la sacara, pero que la volviera a meter, lentamente. Así hizo.
- Sigue así, lentamente – Le dije
- Tranquilo, si tu culo la va a querer entera – Me dijo, mientras me empezó a pajear. Mi polla llevaba dura desde que me tiró al suelo, la mía es normalita, unos 16 centímetros y de un grueso normal.
Siguió hasta que me la metió entera, dejó de dolerme, lo único que me hacía era darme más placer, un placer que jamás sospeché que llegaría a sentir. Él continuó pajeándome, mientras sentía sus jadeos en mi nuca.
Cada vez me bombeaba más fuerte, pensé que quizás querría correrse. Me lamió la oreja y me susurró:
- Ahora sí que te voy a preñar
- Venga, hazlo, quiero sentir tu lechecita en mí – Le contesté
No pudo reprimir sus gemidos, o no quiso, y se corrió dentro de mí. Mientras que yo a su vez, me corrí en su mano, con la que me estaba haciendo una de las mejores pajas. Acabé gimiendo junto a él. Vimos como la cortina de la entrada se movía, y entró un general, sólo con una túnica y su polla erecta en la mano. Una polla mucho más grande que la de Fernando.
- ¿Qué está pasando aquí? – Dijo el general – Aquí sólo follan los generales y tú no eres general – Dijo apuntando a Fernando – Voy a tener que castigarte, y este va a ser mi arma .
Y cogió su polla con la mano y se la metió en la boca. Yo observaba la situación y noté como mi polla, goteante de lefa, volvía a crecer poco a poco. Sin que nadie me lo pidiera me uní a Fernando a chupar la polla de este general, que se había quitado todo y lucía una lúcida musculatura.
Después de un rato lamiendo entre los dos la polla del general, decidió este voltearme, y rellenarme el culo de carne. Obligó a Fernando a lamerme el ano mientras que él se empezó a tocar observando el espectáculo. Por mi parte yo ya estaba de nuevo con las pilas cargadas, y mi polla a reventar. Notaba cada chupetón de Fernando lo cual hacía que yo gimiera más. Hasta que el general se hartó y decidió que era hora de penetrarme. Así este metió su polla, mucho mayor que la de Fernando de un golpe, lo cual me dolió tanto que grité. Al general pareció no importarle, pues siguió bombeándome fuerte. Aunque pronto se fue el dolor, ya fuera por la follada de antes, por la lubricación extra que me ofrecía el semen de Fernando ya dentro o el calentón que tenía. Pero apenas notaba el dolor, casi todo era placer. El general ordenó a Fernando que me follara la boca. Así hizo este, mientras que los dos me follaban por los dos agujeros, el general tomó mi polla y me pajeó hasta que me corrí, y me llené el pecho de leche, acto seguido, Fernando me llenó la boca de lefa, que el general me obligó a tragar, asimismo, él se corrió en mi culo, llenándome de nuevo.
Así caí rendido en la cama, con mi culo enrojecido y abierto, exhausto y con una amplísima sonrisa. Lo mejor que esto sólo acababa de empezar, y aún quedaba un mes y medio de entrenamiento antes de salir al campo de batalla. Las noches a partir de este día se preveían más bonitas… y quizás fuera yo la puta del barracón.
Continuará.
CerealGuy