A solas y con mucho tiempo (relato de Tauro)

Relato que no es de mi autoría, firmado por Tauro, que hace años encontré en la web y quería compartir.

Este relato no es de mi autoría. Está firmado por Tauro y lo encontré hace algunos años en la web. Espero que lo disfruten tanto como yo.


Capítulo I

Me llamo Cynthia González, 29 años. Peluquera, soltera, morena, más o menos católica y argentina, Si me preguntarán porque me gusta luchar contra una mujer, contestaría que lo que más me gusta de eso es el "despojamiento". Cuando se lucha sexualmente, una no lo hace contra Fulana de tal, de tal edad, trabajo, etc. Ahí somos dos hembras jóvenes y desnudas que pelean para ver quien es la mejor. Absoluta igualdad. No hay privilegios ni diferencias sociales. Nada más que dos mujeres solas, frente a frente, cuerpo a cuerpo, piel a piel. No se pelea por dinero, por prestigio o por un hombre. Sólo por el dominio femenino y el goce. Yo llevo varios combates en mi haber. He perdido y he ganado, por ello sé que es difícil conseguir una buena contrincante. Cuando vi a Erika me di cuenta que era justa para mí. La conocí en una fiesta organizada por un amigo común. Erika es alta, 1,75 más o menos, de piel blanca y suave, rasgos delicados pero firmes. Su edad y nuestros pesos eran similares. Lucía hermosos pechos, cola y piernas. Su pelo es rubio, largo y rizado. Tiene ojos grises y su mirada puede ser muy dura. Llevaba un vestido azul semi transparente y accesorios del mismo color. Yo soy tan alta como ella. Mi pelo es castaño oscuro, un poco más corto que el de ella. Mi piel es más oscura y tengo tan buen físico como el de ella. Mis ojos son azules. Yo llevaba un muy ajustado vestido amarillo brillante con franjas negras a los costados. Nuestras piernas lucían maravillosamente desnudas, bien visibles debido a nuestros cortos vestidos. Nos odiamos y excitamos instantáneamente. Tal vez no entiendan que significa esto. Es simple. Una odia a la otra porque es hermosa y la desea por eso. La odia, porque siente que su belleza la convierte en una competidora, en una rival. La desea porque la ve tan exquisita, tan femenina, que dan ganas de besarla, chuparla y abrazarla. Es una sensación extraña que sentimos las mujeres y que recorre todo el cuerpo. Te excita la idea de pelear por ver quien es la mejor, quien es más hembra y después humillarla toda. Es un fenómeno que suele ocurrir con demasiada frecuencia aunque algunos hombres lo ignoran. Estuvimos provocándonos, primero con miradas y luego con disimulados gestos obscenos por más de dos horas. Sin cruzar una palabra, por supuesto. Todo con la máxima discreción. Yo estaba hirviendo y la transpiración me bajaba por las piernas. Ni prestaba atención a lo que me decía el idiota que tenía al lado. Finalmente, me acerqué al grupo en el que estaba Erika. Mientras iba caminando la desafié con la mirada, como diciéndole "a ver si te animas a quedarte". Y se quedó. Mientras hacíamos como que escuchábamos a los demás, nos mirábamos de reojo con desprecio. Finalmente, le hice un gesto para que me siguiera y me encaminé al baño, rogando por que lo hiciera. El baño de damas es el lugar ideal para una pelea porque ahí nadie interviene para separarte. Segundos después ella entró. A solas, me miró fijamente y me dijo:

  • ¿Qué te pasa a vos conmigo?

  • ¿Y a vos que te pasa?. Le contesté, haciendo esfuerzos por no gritar.

Se puso colorada como un tomate de la furia. Creí que se me tiraba encima. Hubiera sido un papelón con tanta gente cerca. A mí se me había erizado la piel.

  • ¿Quieres pelear, no..? Yo también tengo ganas de pegarte. Le susurré rápidamente.

  • ¿Por qué..?

Su replica fue pura formula y no parecía sorprendida.

  • ¡Porque sí...! Para ver quien es la mejor.

Por instinto nos empujamos con los pechos y faltó poco para que nos agarráramos de los cabellos.

  • ¿Cuándo y donde..?

  • ¡Ahora...! En un lugar que yo conozco.

  • ¡Vamos..!

  • ¡Espera..! Para evitar sospechas, dentro de un rato salgo yo sola y después vos. Yo te voy a estar esperando.

  • Está bien.

Debo aclarar que ambas ya habíamos tomado unas cuantas copas y que en el lugar hacía calor. Eso contribuyó para que estuviésemos muy calientes. Antes de irme, tomé dos copas más y Erika también. Salí a la calle con esa rara sensación de bienestar que a veces da el alcohol. Al rato salió. Erika. Sin decir palabra paré un taxi, subimos y nos dirigimos al lugar del combate. En el auto ni nos miramos. Llegamos y la hice entrar en la casa. Una vez dentro, Erika hizo un gesto de querer abalanzarse sobre mí, pero la atajé diciéndole: - ¡Espera...! Hay un lugar donde hacerlo.

Tal vez ustedes no lo sepan, pero una pelea entre hembras es un asunto que hay que preparar con gran cuidado, paso a paso. Yo vivo en un pequeño departamento. Luchar ahí con libertad es imposible. A una le gusta gritar y putear y los revolcones y golpes hacen de por sí bastante ruido. Los vecinos oirían todo. Estar cuidándose para no hacer ruido no tiene gracia, porque justamente se pierde el "despojamiento", el mandar todas las convenciones a la mierda y gozar y luchar como animales. Así que, para eso uso la casa de mi finada abuela, que esta desocupada por la sucesión legal. Yo tengo las llaves con la excusa de hacer de tanto en tanto la limpieza. Es una casona de nueve habitaciones, rodeada de jardín. Ahí nos podemos matar sin que nadie se entere. Todos los cuartos de la casa están vacíos, excepto uno. Se trata de una habitación sin ventanas cuyo piso cubrí con colchonetas. No hay electricidad, así que hay que manejarse con linternas y un potente farol que uso para iluminar "el recinto de combate". Otro tema que hay que tener en cuenta es el de la ropa. La primera vez que peleé con otra mujer, ambas estabamos vestidas. Yo terminé con la blusa desgarrada y la falda descosida, entre otras cosas. La otra quedó peor, casi desnuda. Pero como la cosa fue en la casa de ella, di gracias a Dios de haber llevado un tapado, porque si no, mi regreso hubiera sido lamentable. Otra vez me pasó algo más complicado, pero también muy excitante. Trabajaba en un negocio de lencería y una vez nos quedamos solas con otra empleada, haciendo inventario de la ropa. Esa mujer era una morocha muy sensual, de ojos negrísimos. Al rato de trabajar, se nos dio por probarnos algo de ropa. Varias veces nos pusimos y sacamos bombachitas (bragas) y sostenes cada vez más eróticos. Desfilábamos ante un espejo y competíamos para ver a quien le quedaba mejor la ropita. Al final, terminamos discutiendo por si un conjunto rojo de tanga, corpiño (sostén) y medias que yo me había puesto era más lindo que el mismo conjunto, pero blanco, que ella vestía. De la discusión pasamos a los insultos, nos revoleamos unas cachetadas y después nos arrancamos mutuamente la ropa a manotazo limpio. La seguimos en el piso, desnudas y calientes, peleando como gatas. Tuve suerte, le di una buena paliza y tuvo que rendirse. Al otro día hubo que responder por el desastre y nos echaron a las dos. Así que desde ese día me contengo y me desvisto antes de pelear. Es hermoso estar frente a frente exhibiendo nuestros cuerpos desnudos. De hembra contra hembra. Si el duelo es por un hombre y él está presente, mejor aún. Será emocionante también que vea a la vencedora luciendo la exuberancia de su sexo triunfante. Erika pareció entenderme y me siguió por el interior de la casa. Caminábamos a la luz de una linterna.

  • Anda a la habitación de al lado. Ahí te podes sacar todo. Cuando termines, entra al cuarto. Ponte linda.

Erika me sacó la linterna que le mostraba de un manotazo y se fue. Yo fui a otra habitación y ahí me desnudé y me maquillé. Siempre me maquillo y me perfumo el cuello, las tetas y la concha (sexo) antes de pelear. Una tiene que mostrar que es la mejor en todo. Entré al cuarto de combate. Erika ya estaba allí. También se había perfumado y maquillado. Su físico era aún más espectacular de lo que había imaginado. Sus pechos estaban parados por la excitación. Sentí la suavidad de la colchoneta bajo mis pies. El farol iluminaba bastante bien, ahí colgado del techo, pero también mandaba mucho calor. Sería por eso, que las dos brillábamos de transpiración. El olor de nuestros cuerpos se mezclaba con nuestros perfumes y el sahumerio de jazmín que había encendido. El aire era espeso. Nos fuimos acercando lentamente una a la otra. Nos mirábamos fijamente.

  • Te voy a hacer mierda, puta. Me dijo Erika.

  • ¿Vos...? puta... Te voy a romperte la cara y luego te cogeré. Le respondí.

Era un momento muy especial. Ahí estamos nosotras, dos mujeres, desnudas, hermosas, solas, sin que nadie pueda molestarnos, con todo el tiempo del mundo y la posibilidad de hacer lo que queramos. Podemos pegarnos, gritar, mordernos, besarnos, todo, absolutamente todo. Nadie lo sabría. Nadie interferiría. No había convenciones ni reglas. No había que disimular ni que dar cuenta a nadie. Se podía ser todo lo animal que se quisiera. Decir lo que se nos antojara. Erika y yo teníamos posibilidades enormes. Eso es lo fantástico de este tipo de lucha sexual. La completa libertad. La posibilidad de disfrutar de los instintos, de dominar, de sufrir y humillar a la rival. Todo se reduce a términos muy simples: ¿Quien es la mejor...? ¿Quien manda...? Por ejemplo, yo quería morderle las tetas hasta que me cansara y luego chupárselas hasta atragantarme. Me fascinaba la idea de refregarle mi espeso monte en su cara para humedecerle el rostro y avergonzarla. Es lo que se estila entre mujeres para demostrar superioridad. Pues bien, no tengo que pedirle permiso a nadie ni cuidarme de lo que diga alguien. Simplemente, peleo hasta conseguirlo.

Capítulo II

Una vez, luché contra una pelirroja rival y terminamos bastante lastimadas, pero son riesgos que hay que correr. Nos curamos, lamiéndonos las heridas una a otra como gatas. Fue la primera vez que probé sangre. Pero, repito, son riesgos que hacen la cosa más excitante. Se había hecho tarde y habíamos quedado tan agotadas, que nos quedamos dormidas, ahí mismo sobre la colchoneta, abrazadas y con las piernas entrelazadas. Perecíamos estar fundidas la una en la otra. Cuando nos despertamos, estabamos tan bien en esa posición que no queríamos separarnos. Me acuerdo que como teníamos ganas de orinar, lo hicimos ahí mismo, en esa posición para humillarnos mutuamente. El orín caliente nos chorreaba las piernas mientras nos restregábamos entrelazadas. Pareció como si hubiésemos orinado mucho tiempo. Nos quedamos así un tiempo, tibiamente humedecidas, erotizadas por el olor a orina, mezclado con transpiración y algo de flujo. Nunca olvidare el increíble placer que sentí, especialmente desde el ombligo hasta la punta de los pies. Nunca lavé las colchonetas. Cuando tuvimos que separarnos, lloramos como locas. Pensar que la había odiado tanto... Eso es lo que tiene la lucha sexual: Una odia, ama, llora, grita, ríe, sufre, goza, todo al máximo, sin ninguna represión, con absoluta libertad. Como animales que hacen lo que quieren. Aunque parezca mentira, pensaba en todo esto en los breves momentos que hacía que estaba parada frente al hermoso cuerpo de Erika. Creo que ella esta pensando algo parecido. Nos estabamos poniendo en clima. Sabíamos que era una pelea de sexo contra sexo y la derrotada sería obligada a darle placer a la vencedora. Entonces le miré la concha cubierta por una espesa manta de vellos rubios y ensortijados de más de dos centímetros de espesor. Luego las tetas, suaves y desafiantes. Por último, la cara, dulce y feroz. Yo había abierto mis muslos para hacerle ver que mi vulva no tenía nada que envidiarle a la de ella y que le daría un buen uso en la pelea. La rubia contestó mi mirada concentrando sus ojos en mis entrepiernas y aceptó el mudo desafío. Aunque no lo dijimos, quedó claro que la derrotada lo pasaría muy mal. Mientras contemplaba su cuerpo perfecto nos acercamos lentamente, una a otra con los brazos levantados. Quería hacerle daño, hacerla gritar y no descartaba herirle su sexo para derrotarla rápidamente. Recuerdo una vez tuve una pelea con una soberbia rubia platinada, estabamos arrodilladas una frente a otra sobre la colchoneta. Nos agarrábamos el pelo con una mano y nos retorcíamos una teta con la otra. El tirón mutuo de pelo hacía que tuviéramos nuestras cabezas echadas para atrás. Ambas teníamos los ojos muy abiertos y nos mirábamos fijamente. En esa posición estuvimos bastante tiempo, no sé cuanto, sin gritar, aunque el dolor era insoportable. Pero estabamos como hipnotizadas. Hasta que, con un alarido final, nos soltamos. No nos hicimos nada por un buen rato. Pero después nos dimos golpes hasta sacarnos las ganas y todo terminó en un empate.

Capítulo III

Es difícil empezar una pelea. Hay siempre una tendencia a postergar el momento. Por eso nos insultábamos para darnos valor. Erika y yo jadeábamos de ansiedad.

  • Te haré tragar los dientes maldita. Me dijo la rubia.

  • Y tu me chuparás toda la concha. Le respondí.

Ella no resistió el insulto y al final, llegó el primer contacto. Una serie de manotazos culminaron en un abrazo que nos llevó al suelo. Era el lugar de batalla ideal para dos gatas excitadas. Ahí nos batimos como fieras, rodando una sobre otra. Eramos fuertes y no teníamos escrúpulos. Pude morderle las tetas y hacerla gritar, pero ella hizo lo mismo conmigo. Nos sacudimos las caras a cachetazos, nos escupimos, nos puteamos y nos arañamos. En un momento yo estaba encima de ella, sentía su esbelto y adorable cuerpo debatirse debajo de mí y la dominaba. Rato después, yo estaba abajo. En otro momento, quedamos enganchadas de una manera que no podíamos separarnos. Estábamos agotadas, pero no dejábamos de golpearnos. Al mismo tiempo que nos mordíamos, a los gritos intercambiábamos dolorosos ataques al sexo y a los pezones. El salvajismo era bienvenido y se nos soltaron las lagrimas. Miré a Erika. Tenía una expresión de furia. Estabamos absolutamente bañadas en transpiración y olíamos a hembra salvaje. Respondió a mi mirada con un feroz cachetazo y yo le contesté con otro. Costaba dominarla y no se rendía. Nos agarramos del pelo y nos revolcamos a los gritos. Esa perra me iba a pedir piedad, sea como sea. Le iba a quitar esa mirada arrogante. Terminamos poniéndonos en pie, abrazadas, golpeando tetas contra tetas. Al final, le di un golpe en el estómago y perdió pie. La sostuve para que no cayera y la besé en la boca con pasión, llenándola con mi lengua. Respondió con la suya y cruzó sus piernas sobre mis caderas. Nos chupamos como locas. Pero enseguida volvimos a tomarnos de los pelos y nos llevamos al suelo para revolcarnos con violencia. A pesar de los daños, todavía no había podido domar a esa yegua. En realidad era una buena pelea; un castigo mutuo de mujer a mujer, para ver quien domaba a quien. A cachetazos, escupidas, mordiscos y tirones de pelo, nos fuimos curando los vicios una a la otra. Pienso que una real contrincante te tiene que golpear y vos a ella. Cuando termina la pelea, una tiene que haber dado y recibido lo suyo. Por supuesto, lo mejor es ganar o si no empatar; después de haberse dado con todo y quedar agotadas, vacías. Por eso, no tiene gracia buscar una rival débil o una masoquista que no te opone ninguna resistencia. En lucha sexual una quiere ganar, ser la mejor, pero también quiere "dársela" a la otra hembra para que quede bien claro quien es la que manda. No es fácil conseguir una buena rival. Pero a veces se consigue un gran contrincante cuando menos se lo espera.

Capítulo IV

Una vez se me dio por ir a consultar a una adivina que me habían recomendado. La tipa tenía una santería y vivía y atendía en la planta alta del local. Era una mujer como de cuarenta y cinco años, con una cara de atorranta chupapijas tremenda. La boca era grande y de labios gruesos, pintados de rojo furioso. La nariz, ancha y ligeramente chata, le daba aspecto de animal salvaje. Me miró con unos ojazos negros hermosos y muy penetrantes. Tenía el pelo largo y negro, teñido, con una permanente que le daba multitud de rulitos. Estaba muy maquillada y llevaba las uñas largas, puntiagudas y pintadas de negro. Cargaba pulseras, collares y anillos chillones, y el enorme escote de la blusa le dejaba al aire una gran porción de un par de tetas que parecían querer explotar. Tenía un físico de veterana en gran estado, con piernas fuertes, apenas tapadas por una minifalda negra con un amplio tajo al costado. Llevaba zapatos negros, de taco altísimo, bien de prostituta vieja. Me dio risa que se quisiera hacer la adivina con ese aspecto de puta barata y entonces empece a burlarme de sus "predicciones" cuando me tiraba las cartas. La mujer era de pocas pulgas porque enseguida se calentó y me mandó a la reputa madre que me parió. Enseguida nos insultamos, porque ninguna de las dos era de dejar pasar una oportunidad como esa. Nos desafiamos a los gritos, mientras nos sacábamos las ropas. La traté de vieja puta degenerada y ella me aulló que yo era una pendeja puta y roñosa. Ya desnudas, observé que las tetas de esa perra seguían bien paradas y amenazadoras. Los pezones eran enormes botones rosados. También vi que tenía la concha completamente afeitada. Lo que se venía era una autentica riña de gatas, porque las dos desbordábamos sensualidad y fiereza. Nos tiramos una contra otra como dos bestias y nos dimos la gran paliza. A tetazos nos conocimos la piel. La hembra peleaba muy bien. Después de revolcarnos por el suelo alfombrado y probarnos bien probadas, terminamos en la gran cama de esa bruja, chupándonos las conchas con fervor y adoración. Sus formidables y dulces tetas fueron mi postre y las mías, el de ella. Nunca hubiera imaginado que la iba a pasar tan bien con el esoterismo.

Capítulo V

Como sea, volviendo a mi nueva rival, en medio de la lucha empecé a besar a Erika en la boca. Mejor dicho, eran mitad besos, mitad mordiscos y uno que otro cabezazo, mientras nos retorcíamos las tetas. Un momento yo estaba encima. Otro momento, estaba abajo. Erika respondía beso con beso, mordisco con mordisco. Estabamos pegadas una a la otra, cara a cara, en permanente contacto, refregándonos y oliéndonos. Era extremadamente sensual. Nos soltamos las tetas, nos abrazamos y cara a cara rodamos una sobre otra, mordisqueándonos. Buscábamos dominarnos física y psicológicamente. Ahora nos frotábamos las tetas con fuerza, a ver quien gritaba. Eramos dos cuerpos hermosos abrazados. Eramos la culminación de la perfección. Es una combinación única de fuerza muscular y suavidad de la piel en busca de la supremacía femenina.

  • Déjate hacer. Le dije.

  • No..

  • ¿Ya no quieres más, no?

Estabamos inundadas por la mezcla de nuestros perfumes con nuestro sudor. Era algo muy espeso y se olía un penetrante aroma a sexo que hubiera excitado a cualquier hombre. Nos besábamos largamente. Las lenguas trabajaban a placer. Después nos chupamos todo el cuerpo, nos probamos cada centímetro de piel y nos penetramos. Acabamos en un furioso 69, hundidas una en la otra. Nos separamos y de rodillas, quedamos mirándonos. Yo había dominado, pero la cosa no estaba terminada.

  • Vos no ganaste. Me dijo Erika. Su expresión era obstinada.

Me puse furiosa. Le iba a quitar todos los humos a esa puta y lamenté que no hubiera testigos para que vieran mi triunfo. Lo que siguió, duró unos diez minutos, pero nos castigamos más que en todo lo anterior. Rodamos por todo el cuarto. Nos golpeamos con furia contra las paredes. Ambas teníamos una abundante y espesa selva entre las piernas y terminamos llorando a los gritos, después de arrancarnos gruesos mechones de pelos de nuestras conchas. Era ya el colmo del salvajismo y estuvimos un rato separadas, llorando doloridas. Yo estaba agotada, pero a Erika se la veía en mal estado y muy dolorida. Nos miramos con ansiedad y gateamos una contra otra. Mi intención era acabarla con mis puños. Entonces ella me susurró al oído: ¡Tu ganas..! Seguidamente me tumbó, abrió mis piernas y comenzó a lamerme el sexo. Fue el reconocimiento de su derrota. Yo había vencido a una hembra en una pelea y mi adversaria estaba pagando por ello. Pero Erika también lo disfrutaba. Su lengua había apartado mis vellos y con delicadeza estaba acariciando el clítoris. Mis jugos comenzaron a fluir libremente y fueron lamidos con deleite. Veía su rubia cabeza hundida entre mis muslos y no lo podía creer. Una inmensa felicidad me inundó y durante minutos me hizo gritar de placer. Luego estuvimos rodando por la habitación fuertemente apretadas, sin golpearnos, ni besarnos, sólo entrelazadas y gimiendo suavemente. Sus mejillas estaban humedecidas y olían a mi sexo, pero a ninguna le importó. Es una sensación muy rara: No quieres separarte de la otra, no quieres soltarla. Te parece que te falta algo sin ella. Tratábamos de tener contacto a lo largo de nuestros cuerpos y mojarnos con los jugos de nuestros sexos. Yo sentía el soplo de su aliento contra mi cara. Era algo muy cálido y sensual. Queríamos "comernos" con las conchas y acunarnos allí hasta morir. Era algo de extraña plenitud que sólo entendemos las mujeres.

Capítulo VI

Recuerdo una de mis primeras peleas. Fue con una alemana que estaba acá por una beca de estudios. Una rubia de ojos celestes. Yo trabajaba de vendedora en un negocio de ropa y ella vino a comprar. Nos tratamos mal de entrada y nos calentamos tanto que nos desafiamos. Entonces quedé en ir a su casa ese mismo día, a la salida del trabajo para pelear. Ella vivía en un departamento de un ambiente y me esperaba completamente desnuda, no había necesitado ninguna explicación. Mi adversaria tenía un cuerpo tan fuerte como esbelto y mostraba su exuberante sexo en forma amenazante. Yo sabía que si perdía la pelea se sentaría en mi cara para humillarme, pero no me intimidó. Me sentía más hembra que ella y me saqué la ropa a manotazos. Le mostré mi cuerpo y mi sexo como ella había hecho. Una verdadera ofensa para cualquier mujer. Se me vino encima y de inmediato nos agarramos a cachetadas. Después, aferradas de los pelos, nuestras rodillas buscaron la zona baja de la otra para un golpe definitivo en la concha. Ninguna lo logró y fuimos de un lado a otro del pequeño cuarto chocando contra muebles y rompiendo adornos. Un verdadero desastre. La alemana tenía un físico imponente. Justo cuando estabamos tiradas en la cama y yo llevaba la peor parte, sonaron los golpes de los vecinos. Ella se distrajo y aproveché para morderle una teta y tirarle de los labios de la concha. Mi enemiga comenzó a aullar de dolor, pero no por eso dejaba de tirarme los cabellos con las dos manos. Seguían los golpes desde afuera y las voces de los vecinos, preguntando que pasaba. No nos habíamos dado cuenta del escándalo que hacíamos. Tuvimos que parar. Nos vestimos rápidamente, mirándonos con odio. El cuarto era un quilombo: Objetos rotos, sillas tiradas, sabanas revueltas y desgarradas. Hasta un cuadro hecho pedazos. Son cosas de la calentura. Cuando se pasaron los gritos de afuera, me fui. Me había quedado con unas ganas terribles. A la semana volví, pero la alemana no estaba. Le dejé un mensaje para concluir el pleito en una nueva pelea, pero no contestó. No habíamos estado ni un cuarto de hora peleando y estaba segura que podía haberla vencido. Quedé muy frustrada y mal casi un mes. Desde ese día, uso la casa de mi finada abuela para mis peleas.

Capítulo VII

Ahora era distinto. Sentía los pezones de Erika bien clavados a mis pechos. Era la mejor postura para dos soberbios pares de tetas como las nuestras. Sus vellos íntimos y los míos se mezclaban enredados. Nuestros clítoris se rozaban con gran sensibilidad. Frotábamos desde nuestros pies hasta nuestras caras. De las bocas escapaban gemidos deliciosos, como suaves ronquidos. Las manos recorrían espaldas y nalgas con lentitud, delicadeza y persistencia. Seguíamos rodando muy lentamente y ella no dejaba de decir con suavidad: ¡Me ganaste...! Todos nuestros movimientos parecían previamente coordinados. Habíamos entrado en un ritmo propio, absolutamente natural. No éramos Cynthia y Erika. Eramos dos cuerpos unidos en total armonía, más allá del tiempo y del espacio, más allá del placer, del dolor, del poder y de todo. Estabamos domadas, rendidas una a la otra. Mejor dicho, estabamos sometidas a algo más grande que nosotras dos. Sé que suena estúpido, pero es así. Hay que vivirlo para comprenderlo. Repito que no es fácil tener una buena pelea. Hace falta una buena rival, un lugar y un tiempo adecuados y buena suerte. La lucha sexual es una purificación intensa, en la que conoces todo tu cuerpo y tus sentidos y tus sentimientos y tus emociones. Experimentas el dolor y el placer, el poder y la humillación, lo más bajo y lo más alto. Es la forma más extraordinaria de conocer tu cuerpo y tu alma, porque conoces lo bueno y lo malo de tus instintos, sin vueltas, sin disimulos. Es una purificación, porque en la lucha tu sangre "hierve". Estás caliente por el deseo, por el olor ácido a sexo de hembra, por el odio, por el placer, por la excitación, por el esfuerzo, por el dolor y por todo lo que te pasa. Sentís que tu cuerpo arde y en ese ardor se van quemando todas las impurezas, todas las tensiones internas. Hasta que al final, si tienes suerte, derrotas a tu adversaria. Todo después de haber sufrido y gozado lo indecible, después de haber dado rienda suelta a tus instintos más contradictorios, te sentís plena, fundida con tu oponente como si fueras parte de algo más grande. Pero donde todo este placer se duplica, es cuando el duelo es por un hombre. Una vagina debe prevalecer y si ganas el semen será todo tuyo. Entonces el sabor de la victoria se convertirá en euforia cuando goces ese trofeo de amor.

Cuando por fin nos soltamos, nos vestimos lentamente sin decir una palabra y nos despedimos. No habría segunda vez. No puede haberla, después de lo que pasó. Ahora volvimos a ser Cynthia y Erika. Pero por un momento, totalmente despojadas, habíamos estado en el cielo. Sólo una mujer que pueda llegar a intuir la increíble maravilla de la lucha sexual, comprende que a pesar de todos sus riesgos, vale la pena.

FIN