A solas con Sandra
Tras la despedida de Jorge, Sandra y yo decidimos conocernos un poco mejor.
Para despejar algunas dudas, se recomienda leer:
Noche de fiesta con Sandra y Jorge
La despedida de Jorge (opcional)
Jorge se fue y yo me quedé en la cama con Sandra, descansando un rato más y disfrutando del espectáculo tan tierno de verla dormir…
Sobre las 11 de la mañana, ella despertó y una vez pasados los efectos del alcohol, ya no era tan lanzada. La vergüenza se apoderó de su ser y cubrió su desnudez con sus manos, como si se sintiera culpable de lo que habíamos hecho; yo, que seguía desnudo y tumbado a su lado, no quise incomodarla y le di una de mis batas, usando yo un albornoz.
Preguntó por Jorge y le conté que se había marchado; me dijo que podíamos haberla despertado y yo le dije que no había ninguna prisa por hacerlo, él ya me había dicho que le tocaba libranza y, por tanto, podía dormir sin problemas.
Mientras desayunábamos, se avergonzó un poco por su comportamiento de la noche anterior y pidió disculpas, seguido del típico no suelo ser así, las copas sacaron una faceta de mí que no es la habitual. En vez de aceptar esas disculpas, le pregunté si lo había disfrutado y tímidamente me dijo que sí, le dije que, en ese caso, nada había que perdonar… éramos tres personas adultas y lo que habíamos hecho fue de mutuo acuerdo, nadie tuvo obligación de hacer absolutamente nada que no quisiera. Estaba visiblemente nerviosa, se notaba que creía que me había hecho una mala imagen de ella.
Nos tomamos el desayuno con mucha calma, mientras le preguntaba acerca de Jorge, para que se relajara y olvidase la timidez; poco a poco fue volviendo a ser la Sandra que me habían presentado el día anterior, con la chispa y el buen rollo que había visto durante la cena y las copas. Me contó cosas de Jorge que no sabía, muchas anécdotas de lo que suponía salir con él, ya fuera para tomar algo o para irse de vacaciones.
Sandra era una chica interesante, más allá del sexo y las copas. Me contó muchas experiencias de su juventud, sus planes de futuro… poco a poco, se fue abriendo y el desayuno dio paso a una invitación para tomar el aperitivo y comer algo ligero, ya que el desayuno casi se había alargado hasta la 1. Ella aceptó pasar un rato más conmigo.
Por un momento me olvidé de la situación vivida al despertarnos y me desprendí del albornoz para estar más cómodo; ella se me quedó mirando y al darme cuenta, le pedí disculpas y le dije que me lo volvía a poner, para evitar incomodidades. Ella me dijo que no me preocupara porque tanto ella como Jorge eran naturistas, confesión de la que dudé abiertamente, acompañando mi respuesta con una mirada a la bata que cubría su cuerpo. Nos reímos y decidimos vestirnos para salir a por esas cervezas pactadas.
La tarde pasó, entre cañas, raciones, cafés y paseos por el centro de la ciudad, acompañados de charlas de todo tipo, averiguando sus gustos e inquietudes, disfrutando de la buena compañía.
La acompañé a su casa (compartía piso con Jorge) y me despedí de ella como un caballero, no sin antes preguntarle si podríamos tener otro día así. Ella se sonrojó y me dijo que ya me llamaría…
… y llamó, a los 3 días de aquello, para decirme que lo prometido era deuda y que ahí estaba la llamada. Le propuse cena y cine en casa, invitando a Jorge si con eso estaba más cómoda, pero me dijo que él ya tendría sus planes y que se fiaba de mí, pues había dormido desnuda a mi lado y vivía para contarlo. Buen comentario, me dejó sin palabras.
Me había pasado toda la semana hablando con Ana (su historia está en anteriores relatos) vía Skype, contándole las noticias nuevas y la cita que iba a tener el fin de semana; ella se alegró mucho por mí y me dio algunos consejos, cosas que, si habían funcionado con ella, funcionarían con cualquier mujer. Me decía que se alegraba de verme tan animado y que pasara lo que pasara con Sandra, nuestro buen rollo debía verse intacto. Yo le contestaba que, al tratarse de una amiga de Jorge y saber éste lo nuestro, no había ningún problema.
Llegó el viernes y con él, la cita en mi casa.
Al salir del trabajo, pasé por su local a tomar un café y saludar a Jorge, el cual me dijo que Sandra no había parado de darle el coñazo con el plan que teníamos y que no podía estar más contento por ella, teniendo en cuenta la cantidad de imbéciles con los que se liaba. Me dijo también que había recibido mensajes de Ana para preguntarle por la chica y que esperaba que no me hicieran daño.
Una vez finalizado el turno, nos despedimos de Jorge y pasamos a comprar un par de cosas para la cena, yo iba a ser el cocinero; llegamos a mi casa y le dije que me iba a poner cómodo, cambié mi uniforme de trabajo por unos vaqueros y una camiseta de uno de mis grupos musicales favoritos, y salí a cocinar para empezar lo que prometía ser una noche perfecta.
La cena resultó ser un éxito (cabe decir que me había informado de sus platos favoritos y por ello pude sorprenderla), con platos bien cocinados y una tarta riquísima, todo acompañado de un buen vino que había escogido especialmente para la ocasión.
Una vez terminamos, invité a Sandra a ponerse cómoda en el sofá mientras yo recogía la mesa, pero se empeñó en ayudarme. Como ya pasara con Jorge la semana anterior, una cocina pequeña hace que los cuerpos se rocen para entrar y salir, algo que a veces es un problema y otras, una bendición.
Nuestros cuerpos se rozaban al entrar y salir con los platos, el mantel, etc.; normalmente habría recogido la mesa en un par de viajes, pero para forzar esos roces, recogí en varios de ellos.
Después de la cena saqué otra botella de vino y de di al play para empezar una lista de películas seleccionadas para esa cita, como ya había hecho en la cena con el menú. Todo estaba perfectamente preparado para que Sandra disfrutara al máximo de la noche.
Pronto descubriría en Sandra algo que encuentro en poquísima gente y que en mí es una manía incontrolable: la afición por criticar los fallos de las películas.
Encontramos muchos fallos porque eran películas de bajo presupuesto que con el tiempo se habían convertido en obras de culto, pero eso no les eximía de tener una buena cantidad de errores garrafales, tanto de guion como de ejecución de la escena.
Entre cortos y vinos, se fue caldeando el ambiente y mi acompañante empezó a sentir los calores y la desinhibición que provoca el alcohol, así que se fue acomodando para apoyarse en mí.
Como digo, la noche estaba preparada y los cortos de culto dieron paso a las películas con mayor carga erótica; el momento en que empezó a reproducirse la película Habitación en Roma fue momento clave por el erotismo de la cinta, algo que ayudó a subir la temperatura de la habitación y cuya ocasión aproveché para ir ganando terreno con el brazo con el que ya acariciaba su cuerpo.
Guiándome por la frecuencia de su respiración, adapté mis movimientos para tener una referencia de que estaba disfrutando de mis caricias hasta que, en un momento concreto de la película, se incorporó indignada, diciendo que estaban sobreactuando.
Empezamos un animado debate en el que me dio una clase magistral sobre sexo lésbico y cuando le dije que no entendía algunos de sus argumentos, me hizo levantarme para poner un ejemplo sobre el terreno.
No sé si por el alcohol o porque realmente estaba buscando excusa para hacerlo, me plantó un beso en los morros que provocó una descarga eléctrica en todo mi ser; le seguí la broma con un intento de dar mi punto de opinión, hasta que nos dimos cuenta de lo que estábamos haciendo y se hizo el silencio. Nos miramos, nos sonreímos y volvimos a besarnos.
Pasamos así unos minutos, con la escena de la ducha de fondo (los que hayan visto esa película, sabrán de qué momento hablo), escuchando la canción que se marcan en la bañera. Sus manos encontraron mi camiseta y me la quitaron lentamente, separándose de mi boca el tiempo indispensable para quitarla de mi cuerpo.
Mientras tanto, las mías acariciaban sus glúteos por encima de la falda, agarrándolos firmemente y atrayéndola hacia mí para que sintiera el calor que estaba desprendiendo en ese momento.
Cuando quise quitarle la camiseta, se separó de mí y me pidió que me sentara en el sofá; ella apagó la tv y se sentó sobre mis piernas, besando mis labios, lamiendo mi cuello, acariciando mi pecho… mi excitación iba en aumento, empezaba a tener tentaciones de arrancarle (literalmente) la ropa. Fue entonces cuando se incorporó y se sacó la camiseta ella misma, dejando al descubierto sus hermosos pechos, solamente cubiertos por un sujetador de encaje con aros y tiras elásticas cruzadas que no tardaría en quitarle, al tiempo que mi lengua subía desde su canalillo hasta su barbilla, buscando todos los puntos que me había descrito minutos atrás.
En el momento en que mis manos empezaron a buscar el calor de su sexo, ella se puso de pie y me animó a ir a la cama; una vez allí, su falda cayó al suelo y pude darme cuenta de que no llevaba bragas, gesto que desató a la fiera que hay en mí. Como ella iba delante, la empujé contra la cama y cayó justo a los pies, una posición perfecta para hundir mi cabeza entre sus piernas.
Pasé largo rato degustando aquel manjar que sus labios vaginales me brindaban, arrancándole algún que otro orgasmo, mientras el bulto de mi entrepierna sufría al tener el límite que le daba mi ropa, aún puesta.
Después de un rato de lenguas atrevidas y dedos indiscretos, Sandra se puso de pie y prácticamente me ordenó desnudarme, aunque al final lo acabó haciendo ella. Con mucha destreza me quitó el pantalón y pudo ver el bulto en mi ropa interior, llevándose un pequeño golpe de mi pene en su barbilla al agacharse para terminar de desnudarme.
Fue un momento cómico, pero una vez desnudos los dos, ya no había ninguna barrera que nos impidiera fundirnos en un solo ser.
Nuestros cuerpos no eran nuevos para el otro, ya habían sido explorados en nuestro anterior encuentro, pero aún teníamos mucho que descubrir. De pie los dos, frente a frente, no dejábamos de mirarnos, en silencio, de arriba abajo; opté por sentarme en el borde de la cama y aproveché para centrarme en sus ojos, descubriendo una mirada dulce e inocente que distaba mucho de la mirada lasciva que tenía el fin de semana anterior. Sandra se sonrojó y me preguntó el motivo por el cual la miraba fijamente, pregunta a la que respondí diciendo que, aun estando desnuda frente a mí, era su mirada lo que más me cautivaba. Ella sonrió, yo le tendí las manos y las agarró, la atraje hacia mí y la abracé, besando su ombligo y pegando mi cabeza a su cuerpo para sentir sus latidos y el calor de su cuerpo.
No era la primera vez que nos acostábamos, no era la primera vez que teníamos sexo, pero parecíamos novatos en ese arte, debido a los nervios que nos invadían.
Después de unos segundos en esa posición, Sandra me separó las piernas y me pidió que me tumbara, cosa que hice sin dudar; sentir su cuerpo contra el mío me provocó una ola de placer que me recorrió de pies a cabeza, encajábamos a la perfección. Sentir su respiración mientras me besaba, mientras mordía mis labios, mientras la punta de su lengua se paseaba por mi cuello… me hacía sentir cosas que hacía mucho tiempo que no sentía.
Después de explorar mi cuello con su boca, se tumbó a mi lado y su mano buscó mi pecho; sus labios volvieron a la carga para besarlo entero, mientras esa mano seguía bajando lentamente hacia mi ya erecto y húmedo pene. Yo me dejaba hacer, pues aunque me gusta llevar la iniciativa, siempre me han gustado las mujeres que la tienen.
El tacto de su mano sobre mi pene fue una sensación indescriptible; la última noche que pasamos juntos, el sexo fue salvaje y sin control, era puro instinto animal lo que nos movía y, sin embargo, esa ocasión estaba siendo radicalmente diferente, dos cuerpos, dos personas que se exploran la una a la otra. Su mano se movió lentamente para cubrir con sus dedos el grosor de mi miembro, al mismo tiempo que me daba un mordisquito en uno de mis pezones; la mía buscaba su cuerpo y al encontrar su otra mano como barrera, decidí incorporarme para acabar tumbado sobre ella y tener la iniciativa durante un rato.
Sandra separó sus piernas para que pudiera acomodarme mejor y explorar su cuerpo con el mío. Mis labios buscaron los suyos y nos fundimos en otro beso, mientras una de mis manos me servía de apoyo y la otra agarraba con firmeza uno de sus pechos. Entre besos y mordisquitos, fui bajando con mi boca para llegar hasta sus pechos, parada obligatoria, en la que aproveché para pellizcar sus pezones hasta ponerlos duros y luego lamer y succionar cada uno, provocando pequeños espasmos a su dueña.
Mientras mis manos se centraban en aquellos senos, mi boca siguió su viaje por el vientre de aquella mujer, hasta la cintura, para terminar el viaje en su depilado Monte de Venus. Sandra dejaba escapar leves gemidos y su respiración se aceleraba con cada caricia, con cada beso.
Abandoné su pecho y me centré en sus cuidados pies, besando sus empeines y continuando mi exploración por sus piernas, las cuales cubrí de besos, llegando hasta el muslo y separando la pierna, para luego hacer lo mismo con la otra y dejar así el camino libre hasta su sexo.
Cuando me encontré frente a frente con aquella vulva húmeda y depilada, mis dedos separaron los labios mayores y tanto mi lengua como su piercing hicieron el resto, buscando cada pliegue, cada terminación nerviosa, provocando gemidos. Me centré en esa masturbación manual y oral, olvidando que Sandra tenía una curiosa habilidad…
De repente se contrajeron sus músculos, se puso rígida como un tronco de madera y sentí que le estaba llegando un enorme orgasmo; olvidé que aquella mujer era capaz de eyacular fluidos y aquel orgasmo iba acompañado de una buena descarga, la cual fue directa a mi boca, con fuerza. No me esperaba aquella reacción, pero tragué gustoso la pequeña cantidad de flujos y sentí que era el momento de continuar la exploración.
Con cierta habilidad la giré y volví al juego de caricias y besos en sus pies, subiendo por sus gemelos hasta los glúteos; mis manos siguieron su camino por la espalda, buscando la sensibilidad extrema que alguien experto puede encontrar si sabe dónde tocar.
A horcajadas sobre ella, comencé un sensual masaje en el que, de vez en cuando, me inclinaba para besar y lamer su espalda o su nuca; ella se dejaba hacer y los pequeños gemidos que emitía indicaban que estaba disfrutando.
Solía acompañar mi masaje con el movimiento de mi cadera, para ajustar la presión en los puntos necesarios y hacer así más placentero el momento; fui bajando cada vez más, hasta acabar masajeando también sus glúteos, que eran firmes y me encantaban.
Al volver a su espalda y recolocarme sobre sus piernas, ella las abrió un poco y sin darme cuenta, mis movimientos de cadera hicieron que la penetrara poco a poco… sin dejar de darle el masaje, seguí moviéndome y acabé regalándole un masaje erótico y estimulante.
Como veía próxima mi corrida, saqué mi miembro de su vagina y me tumbé junto a ella, para volver a admirar aquellos ojos. Sandra se colocó sobre mí y cabalgó lenta y sensualmente, aumentando el ritmo y profundidad de la penetración a su antojo, dándome mucho placer.
Al cabo de un rato, se levantó y se separó de mí, momento que aprovechó para masturbarse mientras me clavaba la mirada. Yo me incorporé y quise ir a por ella, pero se colocó a 4 patas y me ofreció sus 2 agujeros para que me deleitara con ellos; ensalivé uno de mis dedos y lo metí por su ano, al mismo tiempo que la penetraba por su otro agujero. Ella soltó un pequeño gemido y me dediqué a la doble penetración, dilatando aquel agujerito rosado que pedía a gritos su turno.
Cambiamos varias veces de postura y descubrí algunas nuevas, hasta que Sandra no pudo más y me dijo que quería sexo anal, sin usar lubricante. Yo no me lo pensé dos veces y me tumbé bocarriba para que se sentara sobre mí, cosa que hizo y se insertó mi herramienta hasta los huevos. Empezó a botar como loca, poco a poco volvíamos a ser dos animales en celo, hasta que no pude más y eyaculé sobre su cuerpo… ella pasó un dedo por las manchas de mi semen y se lo llevó a la boca, era una imagen muy erótica.
Cogí papel para limpiarla y ella me dijo que se iba a dar una ducha para quitarse el sudor… me invitó a acompañarla, pero eso ya es otra historia…