A solas con La Loba

"Le llevaba un mínimo de veinte años, estaba chupándose el dedo cuando terminé la carrera. Podría ser su padre,y pese a todo, estaba aterrorizado de ella..." Conversaciones privadas entre una asesina y su abogado. ( Se agradecerán los CONSEJOS y COMENTARIOS para mejorar)

EL TERTULIANO: A SOLAS CON LA LOBA

PRIMERA PARTE:http://www.todorelatos.com/relato/124041

Clara marca estilo.

Ha inspirado ya a varios diseñadores, con al menos un par de colecciones basadas en la ropa con la que acude a declarar en el juzgado. Una tendencia paramilitar chic, mitad Audrey Hepburn, mitad  princesa guerrera, (o eso dicen la web de Vogue y mi hija, yo no entiendo de esas mierdas) que han copiado multitud de bloggers. Esta temporada se llevan labios " rojo España" y manchas de sangre falsa en las camisetas.

Feminista terrorista, boho-francotirador... Hasta las modelos aparecen empuñando kalashnikovs en las revistas, enseñando los dientes al mundo en muecas fieras, plantando cara a cualquier follacabras que  amenace a su país o a su familia. La nueva mujer europea está lista para abrirse camino, a sangre y fuego, en el mercado.

Por siete euros con noventa y cinco, también tus crías pueden ser genocidas low-cost.

Puede que ella sea hermosa como un pecado pero, modestia aparte, yo soy un artista. No voy a decir que un genio, aunque... tienes que reconocerlo, haber convertido su defensa en una campaña de marketing,  vía agencia, ha sido un éxito. Lo mejor que se me podía haber ocurrido.

Ahora que ya no se lleva tanto el perdón y el olvido, el miedo y el diálogo, las viudas, hijos y nietos de los asesinados en casi cuarenta años de bajarnos los pantalones están empezando a perder los complejos. Dejando de tratarnos como al enemigo frente a las cámaras: por primera vez en mucho tiempo alguien les ha dicho a viva voz que la unidad de España es también una cosa de izquierdas.

Las encuestas señalan que estamos haciéndonos con el votante medio ¿Quién nos lo iba a contar a ti y a mí..?

Edu y Collado han contraatacado, por supuesto. Llevan semanas hablando abiertamente de una invasión, aunque a esa afirmación comprenderás que no pueda sumarme. No es una cuestión de ideología, pero tras todos estos años de nacionalizaciones masivas, el "voto marrón" tiene un peso importante. De aquellos barros estos lodos. O polvos. O como sea.

Ya me entiendes, campeón.

Todo se reduce a una cuestión de números: no hay todavía gente suficiente a favor de la deportación. Alguien tiene que cuidar al abuelo y limpiarles la casa. Ni Cristo quiere dar de alta en la seguridad social a un español.

Mejor ni nos metemos ya con lo del sueldo digno.

Perdona que te suelte el mitin, pero lo tengo memorizado y casi me lo creo ya de tanto repetirlo. Es un automatismo:  casos como el de la señora Gómez -Clara, Clarita, it-girl patriótica, icono lésbico de supervivencia sin un hombre (que no sea yo)- sólo confirman el abandono del Estado hacia las mujeres y los inmigrantes.

La solución no pasa por meter una religión más en las escuelas, sino en sacarlas todas. Así mantenemos el apoyo de la "perroflautada": ni Dios, ni ... bueno, un poquito de patria. Nada que no se pase con unos porros, si se les indigesta. No me mires así, o empezaré a creer que la educación pública te importa una mierda, como si no tuvieras metidas a tus gemelas en el colegio alemán.

Y bien que están. Este país ya tiene excedente de comerciales y peluqueras.

Las chicas como Clara, en cambio, son producto de la Universidad privada. Esta clase de flores  no se crían entre rastas. Puedes verlo en sus ojos: es de las que no tragan con la trampa de la igualdad. Una mujer real, una talla 36 (¿38?) llena de ira, dispuesta a acabar por las bravas con la discriminación positiva, sin esperar ningún regalo de la sociedad...

Una de esas niñas que ya no quieren ser princesas, pero con unos pies de Cenicienta que lo desdicen. Unos deditos pequeños, acostumbrados al calzado caro, que se enredan, dando vueltas, en los cordones de tus zapatos y se te cuelan de pronto por la pernera del pantalón. Que insisten en tocarte bajo la mesa, suaves pese a la sangre seca y los agujeros enormes de sus medias, arrugando juguetones tu calcetín. Las uñas pintadas, la laca descascarillada frotándose, helada, contra tus tobillos, tus talones, con la intimidad que da la desnudez.

  • Gracias por venir, señor Pereda...

  • Ma- Marcelo, por favor. Vamos a pasar juntos mucho tiempo, me temo.

Imagíname allí, a mis cincuenta y cuatro, en ese agujero de mierda, temblando de pánico ante el tacto de una mujer. Rígido y empalmado como un muerto, casi meándome en el asiento, peor que si me estuvieran electrocutando: sabiendo con absoluta certeza que Clara se había estado depilando y haciendo la pedicura antes de la masacre. Mientras la estaba preparando, alternando sus atenciones entre el fusil y la "depilady". En qué cabeza cabe un comportamiento tan anómalo... Qué clase de pija malévola puede tomarse tantas molestias entre el funeral de su marido y un crimen de odio.

Podía imaginarmela pintándose en un semáforo el perfilador de ojos, aplicándose la máscara de pestañas en el retrovisor de su coche, guardándolos después junto a los cargadores llenos de balas, en el bolso. Sonriendo por la ventanilla a algún otro conductor. Era casi como si hubiese pretendido morir y seducir al forense desde la mesa, en plan Blancanieves en su ataúd de cristal, el sueño de cualquier necrófilo. Montar una capilla ardiente para sus piernas frías, cada vez más enredadas con las mías, separadas apenas por el pantalón del traje. Cinco minutos juntos, y ya tocándome como una amante, con la sonrisa condescendiente de quien trata con un niño algo tonto. Burlándose de mis respingos, de mi cara de circunstancias, mientras buscaba a mi alrededor a los guardias, sin encontrarlos. En este país aún se concede a cliente y abogado algo de intimidad. A saber por cuánto tiempo.

  • Que sea Marcelo, entonces. No estaba segura de que fuese a aceptar mi caso...

  • A puntito he estado, para qué engañarnos, pero supongo que no puedo resistirme a un desafío.

  • Me alegro de que finalmente haya sido así. Es usted el único que puede ayudarme... Ya ve en qué lío me he metido.

Oyéndola hablar, viéndole poner esos morritos, uno diría que había robado un poco de comida en unos grandes almacenes, en lugar de llevar cuarenta muertos a sus espaldas. Una cosa banal, casi necesaria, perfectamente razonable. No mucho peor que colarse sin pagar en el metro, una ilegalidad que todo el mundo cometiese un par de veces en la vida, en las circunstancias apropiadas. Las cejas arqueadas, los labios arrogantes, curvados en un mohín próximo al "puchero"; había visto muchas veces ya esa cara. Cada verano, al final del curso en El Pilar, en mis chicos al llegar las notas: la de quien se sabe pillado en falta, pero espera lo que cree un castigo desproporcionado e injusto, y se prepara para encajarlo con gracia. Una cristiana próxima al martirio, tratando de recordar si le corresponden o no setenta y dos muchachitos. Comenzando a cuestionarse si escogió la religión equivocada.

Su gesto infantil era uno de tantos recordatorios de que, a pesar de lo cálido de su voz, del empeine que acariciaba el mío a contrapelo, buscando contacto humano, le llevaba un mínimo de veinte años. Que estaba chupándose el dedo cuando terminé la carrera. Y a pesar de todo, lo único que podía pensar era si tendría el coño también rasurado.

Qué clase de bragas llevaría, si estarían manchadas de sangre, como su falda de niña bien. Hay algo muy morboso en una viuda con los labios pintados y lencería indecente bajo la ropa de luto.

Estoy enfermo, lo sé.

  • Ya lo veo, sí... Es un asunto delicado. Debería haber dejado que las autoridades se hicieran cargo de... bueno... del incidente. Confiado en la actuación de la justicia.

  • No sé si lo he entendido.- Contestó, socarrona, apoyándose contra el borde de la mesa; lo más cerca que podía venir. Los vasos de plástico que había sobre la tabla se tambalearon- ¿Me está diciendo que tendría que haberme quedado en casa, esperando a que el asesinato de mi marido se resolviese tan estupendamente como los del once de marzo?

  • Eso es.

  • Hace falta tener poca vergüenza...

  • El caso de los trenes está cerrado. Cerradísimo, aunque alguna gente y... algunas emisoras, sobre todo, no lo quieran ver.

  • Puede que otras mujeres, madres incluso, hayan preferido dejar estar el asunto y hacer borrón y cuenta nueva, pero es que yo ni quiero otro pisito ni ponerme un par de implantes en las tetas, con perdón...

  • Sin perdón. Pero eso es un tanto injus...

  • Así que se pueden meter donde les quepa ese soborno al que llaman indemnización.-Me interrumpió- Si no llego a haber hecho esto, me hubieran dado una mierda de pensión, y seguido trayendo más moritos a los que educar con nuestro dinero, para que compitiesen con nuestros hijos... y eso hasta el día en que se cansasen de joderlos y decidiesen matarlos.

  • Señora Gómez...

  • Clara.

  • Clara, honestamente -acerqué mi mano hacia ella estúpida, conciliadoramente, sin acordarme de que aún tenía las suyas a la espalda- lo van a seguir haciendo. Asúmalo. Las vallas de Melilla no sirven, las patrullas marítimas no funcionan, y los métodos más agresivos sólo obtienen el rechazo internacional... Recuerde las concertinas.

  • No me está entendiendo. Se trata de que ellos mismos se den cuenta de que no les sale rentable venir, y que los que ya están se vigilen unos a otros. Que sepan que en el momento en que muera un español, un... blanco- alzó la mirada, deseosa de saber qué efecto causaban en mí sus palabras- van a morder el polvo unas cuantas docenas de ellos.

  • Ninguno de esos chavales era un yihaidista.

  • No lo sabe...

  • Sí lo sé. Estaban en la edad de emborracharse y pelársela con internet. No necesitaban vírgenes, teniendo a sus compañeras de clase. Las nuevas generaciones vienen cada vez más guarras.

  • Es lo mismo. Exactamente igual que sus bombas: muertes aleatorias, para que nadie se sienta seguro. Que los asesinos, allá donde estén... No, allá donde la policía les haya permitido marcharse-se corrigió- teman por sus hijos, por sus madres, sus abuelas y sus mujeres...

Qué bonita estaba, con las pupilas brillantes de rabia. Su carita iluminada por algo muy parecido a la ilusión, de esperanza visionaria. Ni la Pasionaria en sus mejores tiempos había tenido tanta fe en su mensaje. Lástima que fuera un evangelio fascistoide.

No es que haya muchas tías sanas, pero entre las locas, las guapas son las peores. Tampoco es que te esté descubriendo nada nuevo, imagino.

  • Como sea, pero es mejor que no se lo diga así al juez. Vamos a preparar la declaración despacio y con cuidadito, pensándonos adecuadamente lo que tiene que decir, porque... ¿No les habrá contado aún ni una palabra, verdad?

Negó inmediatamente con la cabeza.

  • Bien. Lo que explique en comisaría importa, y mucho, no nos vamos a engañar, pero sobre todo hay que cuidar las entrevistas con los periodistas. No sería la primera vez que se indulta o se condena a alguien dependiendo de la opinión pública.

  • ¿Me corresponde ser juzgada por un tribunal popular...?

  • No, eso no es... Bueno- zanjé el asunto, sin ganas de ofrecer una clase magistral- es un asunto de presión social. No hay que olvidar que estamos en año de elecciones.

  • Antes de seguir, ¿podría limpiarme un poco la cara, por favor? No me agrada la sensación de estar pegajosa y sucia, mientras discutimos un asunto tan serio. Es casi una falta de respeto hacia usted. Y además, huele fatal.

  • No se preocupe, Clara, de verdad. Yo he venido literalmente con lo puesto.

  • Es sobre todo una cuestión de dignidad, ¿Sabe? Quiero volver a sentirme persona. Mientras siga teniendo... esto encima, nadie va a tomar en consideración lo que tenga que decir.

Al tercer intento, logré extraer un pañuelo del paquete que llevaba en el bolsillo, e introduje una de las puntas en mi vaso de agua. La mano me temblaba tanto que acabé derramándolo.

  • Usted, por ejemplo -continuó, mirando indolente la pequeña cascada que se despeñaba hacia el suelo- me tiene miedo... Y así no se puede hablar.

Intenté armarme de valor y me levanté, caminando hacia su extremo de la mesa, pisando fuerte para disimular que me flaqueaban las piernas, que tenía las rodillas hechas gelatina, dándome calambres a pura fuerza de reprimir el impulso -casi perentorio- de huir. Ella misma pareció sorprendida cuando por fin deslicé el papel húmedo por sus pómulos de gata, apartando la suciedad como si la desmaquillara, difuminando ese colorete de un rojo feroz. Pasando el kleenex alrededor del óvalo áspero de su cara, sosteniendo su mentón, para poder limpiarla.  Dejándola justo a la altura precisa de mi cinturón, a una distancia prudencial, las mejores vistas.

  • ¿Ha visto como no muerdo, uhm?

No respondí. A pesar de mis esfuerzos por imponerme, proyectando mi sombra sobre ella, mi estatura no l intimidaba. Podía girarle la cabeza sin ninguna resistencia, pero sus ojos seguían clavados en mí. Saqué un segundo pañuelo y lo mojé en su vaso, pasándolo por su frente, para obligarla a cerrar los párpados. También por mi espalda corrían gotas de sudor frío, al descender con los dedos por el puente de su nariz. Despacio, muy despacio, me dispuse a perfilar con el extremo la curva de sus labios, siempre por fuera, dejándole ese color mate, como pintado, impregnado aún en su boca de vampira. De mujer fatal, de pesadilla, no del todo real. A excepción de las ojeras y pequeñas arruguitas alrededor del entrecejo, Clara no tenía demasiados rasgos humanos.

Con la temeridad de un domador que mete la cabeza por primera vez en la boca de un león domesticado, empujé  mi pulgar en la suya entreabierta,  pasando la yema por la línea de sus dientes. Varios incisivos aún tenían picos de sierra, como los de una cría. Su lengua acompañaba todo el tiempo el recorrido de mi uña, guiándola con la punta. Bañándola en su aliento febril...

Y entonces cerró de la mandíbula de golpe.

Casi me da un infarto. No tengo ya edad para sobresaltos, te lo aseguro. Me atrapó hasta la articulación de la primera falange, con una presión suave pero firme, levemente dolorosa, provocándome escalofríos.

No supe reaccionar, y me quedé paralizado allí,  hasta que abrió de nuevo los ojos y aflojó la presa. Tan pronto como se deslizó fuera de la suya, me llevé el dedo a la boca de un modo instintivo.

  • Bueno, -admitió con una sonrisa- supongo que mentí.

CONTINUARÁ...

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Muchas gracias por haber leído. Espero que la tardanza no os haya desanimado. Estoy empezando varias series al mismo tiempo, porque tengo una atención digamos... difusa. De esta manera no me fuerzo a escribir una sola historia y puedo avanzar unas u otras según me venga la inspiracion.

Como la vez anterior, me gustaría contar con vuestros COMENTARIOS para mejorar si es posible. Se agradece, y mucho, el feedback. Las valoraciones anónimas sin  explicación no me sirven de nada, así que, con todo el respeto, os los podéis guardar.