A solas con Ana en la playa (capítulo 4)

"¿Te gusta lo que ves?" "Me encanta. Tiene que ser un coño muy suave" "Lo es. Pero tú no lo podrás comprobar" "Puede que eso no, pero estoy comprobando lo guarra que eres"

La verdad, Ana comió como una cochina, se duchó veintipico minutos como de costumbre y no hizo más que tirarse a la bartola mientras yo limpiaba y fregaba, pero no me importó. No soy el padre ni el novio de Ana, y no puedo ni quiero cambiarla, me ha proporcionado  unas escenas con las que fantasearé el resto de mi vida y creo que lo ha pagado con creces. O eso creía. Tras entrar al cuarto de baño a ducharme yo y ver que estaba todo hecho literalmente una mierda: el suelo empapado, el bidé lleno de arena, su ropa por el suelo y sus pelos en el lavabo… Volví a pensar que mis precios eran demasiado bajos. Esto no podía ser.

Fui a buscarla. Estaba como de costumbre tirada haciendo el vago.

— Ana, ven un momento.

Me miró un pelín extrañada y me siguió. La llevé hasta el baño.

— ¿Se puede saber qué significa esto?

Ana no mostró ningún signo de culpa, ni de miedo, ni nada de nada.

— Bueno, se me salió un poco de agua de la ducha. Un fallo lo tiene cualquiera, ¿no?

— Una cosa es que tardes en ducharte y otra ser una puta cerda –dije con vehemencia.- ¿Y tú crees que yo iba a ponerme ahora a limpiar esto sin decirte nada?

Ana guardó silencio. Pero seguía sin mostrar nada de preocupación. Al contrario. Casi parecía estar esbozando una sonrisa.

— Recoger todo esto me va a llevar un huevo de tiempo. ¿No crees que esto es una auténtica guarrada? Di. – me vine arriba. Me sorprendí a mí mismo.

— Supongo…

— Pues si esto es una guarrada y lo has hecho tú, eso te convierte en una guarra. ¿O no?

— Bueno…-Ana estaba algo roja, pero parecía incluso disfrutar de la situación. Cada vez estaba más convencido de que había dejado el cuarto de baño así aposta.

— Dilo claramente, que es lo que eres.

— Una guarra.

— Exacto. Y como eres una guarra, no te importará hacer algunas guarradas más para mí.

Estaba on fire. Probablemente tendría tensión sexual acumulada y mi pene estuviera hablando por mí. Curiosamente, Ana mostró mucho menos rubor y resistencia que al mediodía. Probablemente a ella le ocurriera lo mismo que a mí.

— Mira, tu bikini rosa tirado por el suelo. No sé qué te costaba recogerlo. –Lo cogí y se lo mostré. – Pero ¿sabes una cosa? Me ponías bastante con él puesto.

— Lo sé, ¿qué te crees, que no me fijo?

— ¿En qué te fijas?

— En tu polla. Es divertido provocarte y ver cómo te empalmas.

A Ana se le escapó una mirada furtiva a mi entrepierna, que de hecho, estaba empalmada. Se sonreía.

— Sí, ¿eh?  -Cogí la braga rosita del bikini, me lo metí por debajo de la ropa interior que llevaba puesta, y me lo restregué con mi polla un rato – Pues quiero que te lo vuelvas a poner.

Ana me obedeció al momento. Delante de mí se quitó el pantaloncito de pijama, después el tanga rojo que llevaba, quedándose un momento desnuda de cintura para abajo, y se puso obedientemente de nuevo la braga del bikini rosa. Ya se le estaba poniendo a Ana gesto goloso. Me gustaba.

— La parte de arriba también.

No llevaba sujetador, así que sólo tuvo que quitarse la camiseta de pijama que llevaba y ponerse la parte de arriba del bikini.

— Cómo me pones, Ana.

— Lo sé.

— Mira como me pones. No lo puedo evitar.

Me bajé yo también el pantalón corto y la ropa interior, dejando mi polla erecta al aire. No concretamos el que yo pudiera o no enseñar a Ana, con lo cual no estaba rompiendo ninguna regla. De todas formas a Ana no pareció importarle mucho lo que hacía. Puso gesto de satisfacción. Mi mano empezó a actuar por propia voluntad y empecé a tocarme mirando a Ana.

— Ahora quiero que me motives haciendo guarradas de las que tanto me gustan…

A pesar de que la orden era poco concreta, Ana movió ficha. Corrió la parte de arriba de su bikini sin quitárselo, dejando visibles, una vez más, sus tetas. Por mi mirada ella entendió que yo quería más, con lo que empezó a sobárselas, apretándolas y trazando pequeños círculos. Tras un rato, también se relamió un dedo para después jugar con su pezón, humedeciéndolo.

— Joder, qué bueno, sigue…

Tras un par de minutos de explayarse con sus pechos, parecía habérsele acabado el repertorio, con lo que la metí un poco de caña:

— No creerás que me voy a conformar sólo con ver tus tetas… - dije sin dejar de tocarme.

Ana lo entendió. Ipso facto empezó a bajarse, muy lentamente, la parte de abajo del bikini, para finalmente dejárselo por los muslos.

— ¿Te gusta lo que ves? –me dijo.

— Me encanta. Tiene que ser un coño muy suave.

— Lo es. Pero tú no lo podrás comprobar.

— Puede que eso no, pero estoy comprobando lo guarra que eres.

Ana se sonrió.

— ¿Desea el señor alguna guarrada más?

— Quiero que me enseñes bien tu culo.

Ana, de nuevo dócil como un perrillo, se dio la vuelta y apoyó los brazos en alto contra la pared, poniéndome el culo ligeramente en pompa.

— ¿Te gusta?

— Como sigas así vas a hacer que me corra…

— No es por nada, pero tú también eres bastante guarro, eh…

— Pero sé que eso te gusta

— Aprovéchate que ahora me siento muy muy guarra…

— Pues ábrete ese culo que te lo vea bien…

El momento en el que Ana se cogió el cachete del culo con una mano y me dejó ver su culito abierto y su coño (visiblemente húmedo) fue el pistoletazo que hizo que me corriera. No me dio tiempo a avisar, y los primeros disparos fueron a parar encima del culo y la espalda de Ana. Eso tampoco quebrantaba ninguna norma. En realidad, no la estaba tocando. De igual forma, a Ana tampoco pareció molestarle. Es más, poco después de notar mi corrida y mis gemidos, se dio la vuelta y me miró con los dientes apretados y cara de salida desesperada. Chorreaba sudor por su frente.

Se quedó así un rato, para luego decir “me voy a dar una ducha”. La pobre se había quedado cachonda perdida.