A solas con Ana en la playa (capítulo 3)

"Pues ya que lo que estás haciendo aquí básicamente es tocarte el coño… Al menos podrías enseñarme en detalle cómo lo haces" Ana se empezó a poner nerviosa, y un poco roja. "¿Qué se supone que tengo que hacer?" "Desnúdate"

Durante lo que quedó del viernes y la mañana del sábado, las cosas transcurrieron con normalidad. Quizás sea simple, pero Ana literalmente compró mi perdón enseñándome las tetas, así que seguimos tan amigos. Por la noche durmiendo cada uno en su habitación (no sin antes aliviarme un par de veces en privado…) y a la mañana siguiente, playa de nuevo.

Tercer bikini de Ana. Esta vez sí, el famoso rosita. Tampoco es que fuera un microbikini, pero joder, casi. Pude intuir que iba depiladísima porque eso tapaba más bien poco.

Quizás penséis que viendo la situación debería aprovechar para hacer acercamientos físicos con Ana, pero no me gustaba la idea. Por una parte su novio es mi amigo de toda la vida y por otra, su carácter de niña pija me echa para atrás una barbaridad. Aun así lógicamente no soy de piedra, como bien quedó demostrado ayer, y si se pone esos bikinis tan ínfimos pues me provoca. Pero la verdad es que no hubo problemas ese día de momento y tuvimos una mañana de playa de lo más normal.

Hasta, por supuesto, el previsible conflicto a la hora de comer.

— Hay que hacer la comida – dije un tanto nervioso, esperando vete a saber qué reacción por parte de Ana. Estábamos ambos sentados en el sofá del salón.

— ¿Vas a hacer algo rico? – Me preguntó, en su línea.

— Ya sabes que eso depende de ti.

—Bueno, pues te motivo un poco…

Dicho esto, hizo lo mismo que ayer: levantarse la camiseta, apartarse la parte de arriba del bikini y dejar al aire de nuevo sus preciosas tetas durante unos escasos segundos. Lo hizo bastante vagamente, la verdad. Viendo su desgana, decidí subir mis precios.

—No sé yo si estoy muy motivado, eh…

—Pues deberías – dijo Ana con cierta chulería, y la camiseta ya bajada.

—Estoy seguro de que te lo puedes currar más

Igual que ayer, Ana torció el morro en cuanto la rebatí. Se nota que las niñas pijas no están acostumbradas a que las lleven la contraria.

— ¿Te parece poco lo que me lo estoy currando ya? ¿No te gusta lo que ves? – Contestó haciendo ademán de subirse de nuevo la camiseta, dejando ver su ombligo.

— Mira Ana, vamos a dejar las cosas claras. Esta es mi casa, y voy a poner unas normas.

Ana puso gesto mitad de sorpresa, mitad de mosqueo. Se cruzó de brazos.

— Voy a dejar que te salgas con la tuya. – Continué- Pero yo decidiré si estoy lo suficientemente motivado o no.

— No vas a hacer lo que te dé la gana conmigo.

— ¡Ni tú conmigo! Por eso vamos a poner ya mismo unas reglas.

Hubo unos segundos de silencio, pero después Ana se relajó un poco y dijo:

— ¡Vale! Primera regla, no me puedes tocar

Parece ser que eso era lo que la preocupaba… Pues ya ves tú qué problema, se creerá que me muero por sus huesitos la muy creída.

— De acuerdo. Segunda regla, mientras no te toque, yo decido si estoy motivado o no.

Ana desvió la mirada un momento, como procesando lo que acababa de decir.

— ….vale. Tercera regla, ¡sólo en privado!

Je. La verdad es que estaría gracioso humillarla en la playa delante de todo el mundo, pero no me supone ningún problema esa regla, tampoco pensaba decirla de hacer nada en público salvo que me hiciera alguna putada gorda.

— Muy bien. Cuarta regla: sólo tareas domésticas normales.

Esto era una forma de protegerme ante posibles abusos de Ana, para que no se piense que puede ponerme a cuatro patas y hacerme ladrar como un perro por mucha carne que me enseñe.

— Por mi parte nada más – concluí.

Ana pensó durante unos segundos, de seguro procesando si quería añadir alguna norma más. Pero finalmente asintió. La extendí la mano y cerramos el trato.

— Bueno – retomé la conversación -, querías que te hiciera la comida, ¿No?

Ana puso un gesto un poco a la defensiva, pero asintió.

— ¿Qué te motiva para que la hagas…? – dijo no muy convencida.

— Pues mira… Ya que lo que estás haciendo aquí básicamente es tocarte el coño… Al menos podrías enseñarme en detalle cómo lo haces.

Ana se empezó a poner nerviosa, y un poco roja.

— ¿Qué se supone que tengo que hacer?

— Desnúdate.

— ¿Del todo?

— Qué pregunta más tonta. Pues claro… Igual que hiciste ayer, sólo que ahora de frente a mí.

— Con que ayer me viste entrar en la ducha, eh…

— Anda, pues claro. Si sólo te faltó colgarte un cartel que dijera “por favor, espíame”…

Conseguí hacer que Ana sonriera, y yo me reí con ella. Al menos serviría para relajar un poco la tensión que había.

Sin más, Ana se puso en pie a apenas medio metro de mí, y mirándome con gesto serio, se quitó la camiseta muy despacio, la tiró al sofá, y se quedó únicamente con el bikini rosa. Antes de seguir, se quedó así unos cinco segundos con gesto bastante rígido. Después, con la misma poca prisa, se echó las manos a la espalda para deshacer el nudo de la pieza de arriba del bikini. Cuando al fin lo deshizo, con sus manos ahora por delante, lo fue retirando muy poco a poco hasta que por fin quedaron sus pechos totalmente al descubierto. Yo permanecí sentado en el sofá disfrutando del espectáculo, y no me corté en mantener la vista fija en esas preciosas tetas que, por fin, pude admirar durante más de 2 segundos seguidos. Ana tiró la pieza del bikini encima de su camiseta.

— Sigue…

La costó despegar y seguía de pie en su pose rígida, pero finalmente Ana, en tetas frente a mí, movió las manos a sus caderas y se dispuso a bajarse la única prenda que aún llevaba puesta. Con una mano en cada tira de la braguita, me miró con cara de cordero, quizás esperando en mí un perdón de última hora, pero hice un gesto implacable para que continuara. Con lo cual, Ana, desviando la mirada y con gesto de resignación se fue bajando muy despacio la braga rosita del bikini, despegándosela del culo, pasando por los muslos, las rodillas y finalmente hasta los tobillos. Levantó una pierna, luego la otra, y se quedó completamente en pelotas. Lanzó con algo de mala leche la última prenda  con el resto de sus cosas. Yo, ensimismado, no quitaba ojo de encima al cuerpo desnudo de mi amiga que se me mostraba por primera vez.

— ¿Contento?

Pude confirmar mis sospechas: Ana lo llevaba totalmente rasurado. Un precioso coño blanquito y joven. No me molesté lo más mínimo en disimular la erección que tenía en esos momentos y que estando en bañador era especialmente notoria.

— Enséñamelo bien. Siéntate en el sofá y ábrete de piernas.

— ¿No crees que te estás flipando un poco?

— Pensaba comprar de postre el helado este que tanto te gusta…

Y sin mediar palabra, Ana me obedeció. Qué fácil de comprar es esta chica. Aunque yo mejor me callo…

Ana, obediente, posó su culo desnudo en el lado opuesto del sofá con un pie encima, y con el otro pie en el suelo, fue separando lentamente las rodillas hasta abrirse, quedando ella totalmente expuesta en una postura muy explícita y pornográfica. Menudo coño tiene la muchacha. Depiladito, rosadito, tenía pinta de estrecho. Menudo morbazo ver tan de cerca ese cuerpo de niña pija por fin tras tantos años de verla vestida, fantaseando cómo podría ser en bolas. Qué ganas de abalanzarme sobre ella, joder.

Duró no más de cinco segundos en esa postura soportando mi mirada lasciva fija en su entrepierna, cuando de repente se incorporó y dijo, con la cara roja:

— Yo creo que ya estás bastante motivado, ¿no crees?

Estoy de acuerdo. De hecho, tras esa frase me hizo sentir algo de sentimiento de culpa, y pensé que incluso puede que hubiera ido un pelín lejos con la que, pese a todo, consideraba mi amiga.

Ana se puso de nuevo el bikini y yo me calcé.

— Voy abajo a por helado –dije.