A solas con Ana en la playa (capítulo 1)
"¿Quién se viene conmigo a la playa el finde que viene?" Tenía unos días libres, aún hace buen tiempo, y planeaba una pequeña escapada a mi casa playera. Pero ninguno podía... salvo Ana.
— ¿Quién se viene conmigo a la playa el finde que viene?
Dije eso a mis amigos sin meditarlo mucho. Tenía unos días libres, aún hace buen tiempo, y planeaba una pequeña escapada a mi casa playera, allá por el Mediterráneo. Lo que no me pude imaginar fue la reacción de mis amigos al decirlo. Ninguno podía ir. Ninguno… Salvo Ana.
Ana es la típica amiga que está en el grupo porque es “la novia de”. No es que me llevara mal con ella, ni mucho menos, pero somos personas bastante diferentes, y la verdad, dudo que nos lleváramos bien si no fuera porque es la pareja de uno de mis amigos de toda la vida. Según avance el relato entenderéis mejor por qué.
— ¡Yo me apunto! – recalcó mi amiga con gran algarabía, contrastando con el resto de mis amigos, que ponían escusas o miraban para otro lado – Si mi chico me lo permite, claro.
Ana y su chico llevaban juntos unos 10 años, más o menos los mismos desde que nos juntábamos todos como amigos desde que éramos unos yoguros adolescentes. Y aunque no era nada habitual que Ana y yo quedáramos a solas, había confianza de sobra como para que su novio no pensara nada raro, con lo cual no había problema por su parte si la daba el punto de irse a la playa unos días conmigo.
Pero por mi parte sí había problemas. ¿Y qué hago yo codo con codo con esta chica tres días, con lo poco que tenemos en común? Y no sólo eso, conociéndola, sé que no hará ni el huevo en la casa, y me tocará a mí hacer todas las tareas domésticas. O eso, o echarla la bronca, liarla parda y estar 3 días incómodos. No, no me gustaba la idea.
Pero ya había soltado la frase de invitación, y ahora ¿qué coño digo? «No, Ana, si hubiera sido con otra persona, o al menos tú con tu novio sí, pero tú sola no». Ya no podía hacer eso. Me tocará estar en mi casa en la playa Ana y yo solos durante 3 días.
De todas formas tengo que confesar una cosa. Pese a nuestro carácter incompatible, Ana me pone. Sin ser un pivón de revista, es una chica con buen cuerpo y generosas curvas. Pelo moreno y blanquita de piel. Lo único que sacaba en positivo del asunto es poder verla en bikini luciendo cuerpo todo lo que yo quiera y más. ¿El problema? Obviamente, que es la novia de uno de mis amigos de toda la vida, y por lo tanto, intocable.
El viaje y la instalación en la casa por suerte no se nos dieron demasiado mal. Ana y yo tuvimos más conversación de lo que me esperaba. Entre otras cosas, hablando del tema playa, me estuvo contando cómo eran los bikinis que llevaba en la maleta. 5 bikinis llevaba la muy pija, para 3 cochinos días que vamos a estar allí. ¿Querría hacerme allí un pase de modelos o qué? Pues mira, la idea tampoco es que me disgustase…
— Tengo uno rosa de tiro bajo y que no es que tape mucho que digamos… Pero mira, cuanta menos tela, mejor, ¿no? – Ana se rio.
¿Es que buscaba provocarme la muy guarra? ¿O es que es de las que cuentan esas cosas alegremente a todo el mundo?
Con la tontería salió el tema del topless, aunque en este caso, me gustó menos su respuesta:
— La verdad es que nunca lo he hecho, yo paso.
Ya veremos. ¿No te gusta cuanta menos tela mejor, guarrilla? Pues podría dedicarme estos 3 días a tratar de convencerla para hacer topless. Al menos ya tendría entretenimiento.
Aunque más tarde descubriría que el finde fue muchísimo más entretenido de lo que jamás pudiera imaginar…
Nada más llegar, y con la típica euforia que entra al oler a mar por primera vez en mucho tiempo, nos dimos un bañito rápido antes de comer. Ana se puso uno de sus 5 bikinis, aunque lamentablemente no era el famoso rosita de tiro bajo, sino uno azul. Aun así, me permitió ver parte de sus encantos mientras hacíamos el gamba en el mar, y eso siempre es de agradecer. Parecía que todo marchaba mejor de lo esperado, pero como yo ya preveía, no tardaron mucho en surgir conflictos...
Volvimos a casa a la hora de comer, hicimos algo rápido, y tras terminar, Ana se tiró alegremente en una tumbona en la terraza. Pues no tiene morro la tía ni nada. No me apetecía ser indulgente, así que la eché la bronca.
— ¿Qué, vas a dejar los platos ahí sin recoger?
— Ah, yo es que iba a reposar un rato aquí la comida al solecito, tío…
Acojonante. Ni corta ni perezosa lo dijo así la tía. Ya iba a responder algo no demasiado amable cuando acto seguido Ana coge y se quita la camiseta sin más. Era lo único que llevaba puesto, con lo cual se quedó de nuevo en bikini. No sólo eso, también se aflojó la parte de arriba dejándome ver parte de sus tetas, aunque el bikini lamentablemente aún cubría los pezones. Era la primera vez que veía tanta chicha a Ana. Me quedé tan estupefacto que permanecí clavado en el sitio con la vista fija en sus tetas y se hizo el silencio durante unos segundos. Punto, set y partido para Ana, me temo. Con esa jugada maestra (probablemente ya meditada) aprovechándose de las debilidades masculinas, consiguió que tras disfrutar un momento de las vistas que me dejó, al final me retirase y recogiera yo la mesa. Por una parte, lo que había visto bien merecía recoger 5 mesas, pero por otra parte, la muy guarra de Ana me estaba manipulando, y eso no me terminaba de hacer gracia.
Me limité a dejar los cacharros en la pila. No fregué. Es lo más sensato que pude hacer por el momento.