A solas con Alejandro.

Una guapa mujer de treinta y cinco. Un joven de dieciocho. Los dos solos entre los cerezos. ¿Algo malo puede pasar?

Sentada frente al televisor como todas las tardes, sin prestar mucha atención de lo que esa pantalla me dice, veo como pasan las horas y se me hace la vida cada día un poco más y más pesada.

A mis setenta y cinco años, esa caja tonta y las esporádicas llamadas que recibo alguna vez de mis dos hijas, son el único pasatiempo que consiguen distraerme desde que Juan, mi marido, falleció hace ya más de dos años.

No os engaño si os digo lo sola que me siento en muchas ocasiones.

Mis niñas, ya están casadas, y tienen sus propias vidas. Una de ellas, pronto me hará abuela, y espero con impaciencia el día que nazca mi nieto. No las culpo por no venir a verme con regularidad; lo entiendo. Por eso comprenderéis lo que deseo oír que suene mi teléfono de vez en cuando, y poder hablar un rato con ellas.

Pero mientras tanto, me entretengo viendo programas en los que los concursantes caen a un pozo mientras el presentador les despide desde arriba. ¿Se puede ser más patética?. Es posible, aunque yo no lo creo.

Desvío de vez en cuando la mirada hacia mi gato, que ahora es mi fiel compañero desde que soy viuda. Y puedo ver que la mano que la acaricia, ahora se encuentra envuelta en una piel arrugada y llena de manchas marrones, propias de la edad.

Recuerdo cuando era joven y guapa, y notaba como los hombres de mi pueblo miraban mi cuerpo con deseo, cada vez que me ponía ese vestido verde y salía a bailar con mi esposo a la única discoteca que por aquel entonces había aquí.

No os miento si digo que me encantaba que me mirasen de esa forma.

Un metro sesenta y cinco de morenaza y atractiva extremeña, enseñando algo más de la cuenta, que intentaba reproducir los gestos que hacían las actrices italianas que veía por televisión, no era muy correcto por aquel entonces; pero yo disfrutaba sobremanera contoneando mi precioso cuerpo, mientras volvía loco a más de uno.

Cierto es que mis continuos viajes a Madrid con la excusa de poder ver a mis tías desde que tenía veinticinco años, me enseñaron muchas cosas de la vida que hasta entonces desconocía. Las temporadas que pasaba con ellas en verano, hicieron que antes de casarme, viviera la mejor y más excitante época de mi vida.

La muerte de nuestro particular dictador, la transición de nuestro país, esas noches locas junto a mis primas en lo que empezaba a ser el despertar de las noches de diversión y desenfreno de la gran ciudad, el sexo esporádico con algún joven al salir de la discoteca…

Las que tenéis mi edad, y vivisteis esa época en la Capital, o en cualquier otra gran urbe, sabéis a lo que me refiero.

Pero la vida en mi pequeño pueblecito, iba mucho más despacio. Por eso podía entender el enfado de Juan y sus reprimendas al ver el "inmoral" (a su punto de ver) comportamiento, que su mujer demostraba de vez en cuando, intentando rememorar lo vivido años antes.

Pero nunca he sido una fresca. Siempre quise a mi marido; desde que empezamos a salir, hasta que murió. Aunque siempre eche en falta la fogosidad sexual que tenían esos jóvenes madrileños, que hacían que mis piernas temblasen, cada vez que follábamos como locos en algún descampado, al amparo de la oscuridad.

No, mi esposo no era de esos. Ni se parecía lo más mínimo a ellos.

Jamás comprendí como teniendo la despampanante mujer por esposa que era yo por aquel entonces, no desatase el instinto más animal que había en su interior, y profanase bestialmente todos mis agujeros, como tiempo atrás habían hecho otros.

La idea que siempre tuvo del coito, como él lo llamaba, era estrujar a su esposa durante cinco minutos con la luz apagada, para después caer rendido a un lado de la cama, y a dormir se ha dicho. Y os juro que intenté despertar su lado más perverso con todas mis armas de hembra, pero no había forma. ¿Podéis creer que nunca dejó que le practicase una felación?. Decía que eso sólo lo hacían en las películas de "Dos Rombos" que se negaba a ver conmigo, los sábados por la noche.

Pues ese era mi Juan… Fuerte y atento; noble y trabajador; buen hombre  y mejor persona; fiel marido y gran padre. Pero una autentica ameba en la cama.

Ni me acuerdo de las veces que me he masturbaba bajo la ducha, consolando mi sexo con mis dedos, mientras ahogaba entre el agua, el placer que tanto necesitaba.

Pero ya sabéis; al final las chicas casi siempre decidimos pasar nuestra vida con alguien que verdaderamente nos quiera y nos respete. Supongo que siempre fuimos felices a nuestra manera. Y aunque nuestras hijas llegaron bastante tarde, fueron el empujón definitivo para no abandonar nunca a mi buen esposo. Por más que todo mi sensual y desatendido cuerpo, lo desease en muchas ocasiones.

Sólo una vez en la vida le fui infiel. Cosa de la que me arrepentiré mientras viva. Pero prefiero pasar el resto de mis días con mi particular pecado, que borrar de mis pensamientos el húmedo recuerdo que tengo de lo que pasó esa tarde de Julio antes de caer el sol, en un precioso paraje cacereño del Gran Valle del Jerte.

Cuarenta años antes…

Podía  notar como el sudor salía por cada poro de mi piel, mientras resbalaba por todo mi cuerpo; empapando mis viejos y recortados vaqueros, y la corta camiseta negra que llevaba anudada a un lado, para intentar aliviar un poco el calor que hacía esa tarde.

Me afanaba recogiendo entre los árboles, junto a una pequeña cuadrilla que mi marido había contratado para ese día, el resto de los frutos que nos habían dado las dos hectáreas de cerezos que mi marido y yo teníamos, antes de que se perdiese el último rayo de sol.

Hoy iba a ser el último día de recolección, antes de que Juan y tres hombres más, llevasen la última tanda de cerezas a la cooperativa, y diésemos por terminada  al fin esa cosecha, para descansar el mes de agosto entero, antes de que empezase la temporada de la ciruela.

Pare un momento y bebí un buen trago de agua, mientras me secaba la frente con el antebrazo, y es cuando me fijé por primera vez en él.

Subido en una escalera, enfrascado en su trabajo en la copa del cerezo más alto, había un joven que no conocía de nada.

"Ese debía de ser Alejandro; el chico que Juan me había comentado que vendría a suplir a un vecino que no se encontraba bien, y lo había contratado como jornalero eventual para ese último día" -pensé.

No sé si sería el calor del ambiente, o la calentura que tenía desde hace mucho tiempo por la falta de sexo a la que Juan me tenía acostumbrada, pero no podía dejar de mirar el sudoroso y fuerte pecho desnudo de ese chico de dieciocho años. Observar con deseo, mientras me mordía el labio inferior, el firme abdomen y los musculosos brazos que poseía, no fueron nada hasta que bajé ligeramente la mirada,  y me detuve  en el enorme bulto que se apreciaba tras ese pantalón azul de trabajo.

Mirando como una niña a ese muchacho, volviendo a recordar esos veranos de fiesta con mis primas en Madrid, en los que muchos fines de semana dejaba que mi joven coño fuese bien penetrado por algún chico espabilado,  pude notar como mi sexo se volvía a humedecer después de tanto tiempo, imaginando lo que escondería tras los calzoncillos.

-¡Guadalupe!, ¡ya hemos cargado el tractor entero!

Una voz se dirigía mí, pero tan absorta estaba en ese joven, que ni siquiera le presté atención.

-¡Guadalupe!, ¡Atiende mujer!, ¡Chiiiiica! -repitió voceando mi marido,  justo a mi lado.

-Perdona cariño, estaba en la nubes… ¿Decías? -pregunté mientras salía de mi particular pensamiento.

-Ya me he dado cuenta… ¡La virgen!. Te decía que ya hemos terminado de cargar el tractor, y que vamos a descargar a la cooperativa todas las cajas, a ver si con un poco de suerte nos valoran el género por lo alto, y cerramos bien la temporada.

"Yo sí que iba a valorar bien otro género si pudiese"

-Muy bien Juan, espera que me lavo un poco y os acompaño. No tardo nada -dije volviendo a la realidad.

-No, no. Tu quédate aquí y termina de recoger las cerezas que quedan. Así las repartiremos entre los vecinos. ¡Mujeres, ya hemos terminado por hoy, podéis volver al pueblo. Luego os pago! -gritó hacia las chicas de la cuadrilla-. No creo que tardemos más de dos horas. Luego vuelvo a recogerte, y nos vamos a casa. Además, poco puede hacer una mujer tan delgaducha descargando -dijo, mientras soltaba una risotada que era acompañada por la de los tres "borregos" que ya estaban sentados en el remolque.

"Qué bueno sueles ser, y que gilipollas eres a veces"

-Tienes razón cariño. Lo que tu digas. Pero es que no me gusta quedarme aquí sola. Ya sabes los problemas que tenemos con los ladrones por las noches -respondí pensando en las mañanas que nos habíamos encontrado algunos cerezos completamente vacios.

-No te preocupes… ¡Alejandro, tú te quedas aquí con mi mujer!, ¡Si ves algo raro, coge la escopeta, y pega dos tiros al aire!, ¡Esos mierdas suelen cagarse encima cuando ven un arma! -gritó al joven aunque estaba a diez metros de nosotros.

-Claro Juan, no te preocupes. Que sacaré la escopeta si hace falta -respondió  Alejandro, mientras notaba como su mirada me atravesaba por primera vez.

Volví a notar como mi coño volvía a rezumar por dentro, mientras bajaba la mirada avergonzada. Todo mi cuerpo estaba deseando que cogiese su "Escopeta" conmigo.  Iba a quedarme sola con ese joven y llevaba más de un mes sin follar. Si es que a lo que hacía con mi esposo se le pudiese llamar así.

-Ya me quedo más tranquila, cielo. El chico y yo ya habremos terminado de recoger todo para cuando volváis. Espero que os compren todo al mejor precio. Aquí os esperamos -dije mientas me intentaba darle un "piquito", que el rechazaba.

-¡Para mujer, que nos va a ver todo el mundo! -dijo apartando la cara y se fue hacia el tractor.

"No sé cómo me pude casar con este zopenco"

-Perdona cariño -susurré mientras volvía a mirar al joven y me volvía a morder el labio.

-¡Cuida de mi mujer mientras volvemos, chaval! -gritó el Hombre de Cromañon, mientas se alejaba con su rebaño de Neandertales en ese trasto.

-¡Ve tranquilo, Juan. Yo me encargo de ella! -respondió Alejandro mientras sonreía con malicia.

"No te preocupes Juan, que ya me encargaré yo de que me cuide bien"

El joven bajó de las escaleras y se dirigió a la acequia que había al lado de la arboleda.

Me quité la goma de la coleta, y deje mi largo pelo negro suelto por primera vez ese día. Desaté el nudo de mi camiseta y me dirigí hacía donde él estaba.

La situación, la necesidad de sexo y los últimos rayos de luz de esa tarde, que iluminaban mi bronceado cuerpo, hicieron que ya no hubiese vuelta atrás.

-Has trabajado bien, Alejandro -dije mientras apoyaba mi estomago en el muro de la acequia, y metía mis manos en el agua. Sacando hacia atrás mi culo todo lo que pude para que él lo viese.

-Gracias señora -respondió mientras se refrescaba la nuca y su mi rada se posaba en mi cortito pantalón.

-¿Señora?,  sólo tengo treinta y cinco años, ¿tan mayor me ves? -pregunté mientras me incorporaba y daba una vuelta sobre mi misma dando pequeños saltitos.

-No señora…, perdón Guadalupe.

-Eso está mejor. Llámame Lupe -dije mientras atusaba mi pelo hacia atrás con las dos manos, y sacaba mis pechos hacia adelante.

-Estás estupenda, Lupe. Ya quisieran las chicas de mi pueblo tener el mismo cuerpo que tu.

"Directo, el jodido. Este niño va a saber lo que es una mujer hoy"

-Gracias Alex -dije con voz de niña-. Pero no me mientas, seguro que un chico tan guapo como tú,  tiene a todas las jovencitas locas -afirmé mientras me acercaba a él, y pasaba un dedo por la piel que cubría su esternón.

-Si, Lupe, las tengo a todas locas. Pero yo prefiero joder con las treintañeras mal folladas como tú, zorra -dijo mientras me quitaba sin permiso  la camiseta y arrancaba mi sujetador, para después agarrarme del pelo y meterme su lengua hasta la garganta.

Nuestros  labios no daban abasto a chuparse entre ellos. Nos morreábamos como adolescentes; nuestras lenguas luchaban entre ellas, mientras las babas no paraban de salir por la comisura de nuestros labios.

Tiró de mi melena hacia atrás, dejando un arco de saliva a su paso que cayó sobre mi pezón. Escupió en mi cara y después se lanzó a lamer mi mejilla como si de un perro se tratase, mientras yo alargaba mi mano hasta su bragueta y agarraba su polla sobre la tela del pantalón.

-¿Juan no te folla como debe, no?, ¿pensabas que ibas a jugar conmigo como un niño?. Ahora vas a saber de lo que es capaz un chaval de dieciocho años, guarra -grito, mientras volvía a escupirme (esta vez en la boca).

Tragué toda su saliva, mientras él me quitaba el vaquero a tirones y me arrancaba las bragas para llevárselas a la nariz.

-Que bien huelen, Lupe. Y están empapadas de ti -dijo mientras las olía y chupaba como un poseso todo el líquido que de mi sexo había salido esa tarde.

Cuando terminó de degustar mi ropa interior, se metió mis braguitas en un bolsillo y se lanzó a comerme los pechos. Los estrujaba con sus manazas. Los lamía como un loco. Chupaba mis duros pezones y los mordía hasta hacerme sentir dolor. Volvía a devorar mis tetas ensalivando bien cada parte, haciéndome otra camiseta nueva. Esta vez con sus babas.

-Despacio Alex, me haces daño -mentí para ponerlo más caliente.

-Me gusta hacer daño, puta -dijo mientras metía un par de dedos hasta el fondo de mi vagina.

-Uff, así joder. Qué bueno. ¡Haz lo que quieras conmigo, hijo de puta! -gritaba mientras mordía su hombro hasta dejar mis dientes marcados en su piel.

-Eso haré, señora Guadalupe.

Sacó sus zarpas de mi coño y se llevó los dedos a su boca, relamiendo todo los jugos que estos llevaban consigo. Me dio la vuelta y empezó a azotar mis nalgas con toda la fuerza que pudo.

-¿Te gusta, puerca?, ¿te gusta que te marquen el culo? -bufaba mientras cada una de sus nalgadas, eran acompañadas por mis gritos y lágrimas de dolor; y placer al mismo tiempo.

Cuando se cansó, volvió a darme la vuelta y me levantó por las axilas, para dejarme sentada en el borde de la acequia. Separó mis muslos con sus manos y empezó a chuparme el coño como un animal.

Lamía cada pliegue de mi sexo. Cada pasada de su lengua por mis hinchados labios, hacían que todo mi ser fuese atravesado por una corriente eléctrica que conseguía tensar todo mi cuerpo. Metió otra vez sus dedos en mi interior, y empezó a follar mi coñito con ellos con toda la saña que pudo, mientras chupaba, succionaba y mordía mi clítoris a la vez.

-¡Me voy a correr!, ¡Me voy a correr! -gritaba enloquecida.

-¡Hazlo, puta!, ¡Dame todo lo que llevas aguantando tanto tiempo! -dijo mientras sacaba los dedos encharcados de mi interior; volvía a pellizcarme con fuerza el pezón; y se disponía a recibir en la boca todo lo que yo soltase por ese agujero.

-¡Me cooorro! -chillé como una puta, mientras descargaba sobre la cara de ese joven, todos los jugos que llevaba acumulando desde que me follaron bien por última vez.

Alejandro no desperdició ni una gota de mi corrida. Cerré mis piernas sobre él para asegurarme de ello. Tragó con avidez todos mis líquidos. Yo sujetaba su cabeza con mis manos y la apretaba contra mi palpitante coño, mientras mi espalda se retorcía en esa acequia, por el tremendo orgasmo que su lengua y sus labios me habían provocado.

Mientras recobraba el pulso, el chico lamía los restos que habían quedado en el interior de mis muslos, y después volvió a morder mi sensible clítoris para terminar besándolo tiernamente.

"Madre mía lo que se ha bebido este, Juan. Y tu deseando de llegar a casa para hincharte a cerveza"

-Joder como me has puesto, Lupe. Verdaderamente estabas necesitada, zorrita -dijo mientras se limpiaba la boca y volvía a cogerme sin esfuerzo para volver a dejarme en el suelo.

"Ni te lo imaginas, ni te lo imaginas"

Me abracé a su cuello y volví a meter mi lengua en su boca, para saborear con lascivia esa mezcla de saliva y espesos flujos que habían quedado entre sus encías.

Me puse de rodillas y bajé sus pantalones y calzoncillos a la vez, viendo como saltaba ante mí su gran y venosa polla. Poco me importó el fuerte olor que desprendía aquel sudado rabo. Solo quería devolver a aquel muchacho el orgasmo que me había regalado, y de paso volver a saborear en mi boca un buena tranca.

Lamí despacio varias veces toda su extensión, desde la base hasta el glande, notando sus venas con cada pasada de mi lengua, mientras le miraba a los ojos con cara de niña buena. Cuando ya la tenía bien ensalivada, empecé a chupetear su balano como si de un helado se tratase, para después meter todo su rabo en mi boca hasta que mi nariz se topó con su vello.

-Uff, así, así. Como la chupas, joder. Seguro que tu maridito no te deja, ni probar la suya -Dijo mientras me sujetaba la cabeza y acompañaba mis movimientos con sus manos.

"No me deja ni arrimarme a ella. Cuando un tonto sigue una linde, la linde se acaba, pero el tonto sigue"

-No le gusta que se la chupe, pero hoy me voy a saciar con la tuya -susurré mientras dejaba un hilo de saliva que conectaba mi labio con su miembro.

-Pues es toda tuya, Guadalupe. Te puedes hinchar hasta que te canses -dijo mientras ponía la misma sonrisa maliciosa de antes.

Y eso hice. Hincharme de lo que mi maridito no me dejaba. Besé la punta de su capullo, y volví a engullir su polla para empezar a mamársela con toda la intensidad que pude. De vez en cuando la sacaba, y atendía otra vez a sus testículos, recogiendo la saliva que había dejado antes, para volver a introducirme su rabo otra vez hasta el fondo de la garganta. Así estuve un buen rato, mientras escuchaba los gemidos de ese joven macho, y mis babas salían por mi boca, hasta terminar cayendo sobre mis grandes pechos.

¡Para, para, joder!, o me voy a correr como sigas así -dijo mientras tiraba de mi melena hacia atrás.

"¿Que te pensabas, que no sabía cómo comerme un rabo?"

-Pero la niña quiere más, ¡Jopeee! -dije mientras me metía el pulgar en la boca y le miraba como a la chiquilla a la que han quitado su piruleta.

-Pero mira que eres guarra, joder. Y el cornudo de tu marido entre cajas de cereza -dijo mientras se agachaba y escupía otra vez en mi boca.

"Lo que te estás perdiendo, Juanito. Y se lo va a llevar el niño este"

Me tumbó en la arena, y volvió a comerme la boca con todas las ganas que pudo. Había puesto a ese chico a mil con mis gestos de niñita asustada. Separó mis piernas con una mano, y con la otra agarro su pene y lo puso a la entrada de mi vagina.

-¿Lo quieres, Lupe?, ¿quieres que te lo meta, pequeña? -susurró a mi oído.

"Hay que reconocer que el cabrón sabía calentar a una mujer. A saber las casadas que se habría tirado en su pueblo el muy rufián"

-Si, la quiero, métemela ya… -supliqué mientras introducía su glande dentro de mí y se detenía.

-No te oigo, pequeña zorrita, ¿Qué has dicho? -preguntaba con sorna.

-¡Que me la metas ya!, ¡Fóllame, jo…! -fue lo que pude chillar, hasta que con toda la intensidad que pudo metió el resto de su polla en el fondo de mis entrañas.

Pegué un grito que se tuvo que oír a kilómetros, al notar como ese pedazo de carne se abría paso a lo bestia, entre las cerradas paredes de mi dolorido sexo.

Poco le importó que me hubiese dolido. Empezó a bombear su miembro contra mi sexo con toda la fuerza que pudo. Cada embestida de sus caderas hacían que de mi boca saliesen gemidos y chillidos a la misma vez.

-¿Te gusta, putita?, ¿te gusta cómo te está follando el niñito? -preguntaba mientas volvía a chupar mis pezones.

-¡Me gusta, joder!, ¡Dame más fuerte, cabrón!, ¡Reviéntame lo que quieras, hijo de puta! -gritaba babeando, mientras clavaba mis uñas en sus glúteos, y veía como se aproximaba mi segundo orgasmo-

Siguió jodiéndome con toda la rabia y la velocidad que su pelvis le permitían. Sacaba su polla del todo y volvía a introducírmela con violencia, mientras escuchaba el chapoteo de los líquidos  que salían de mi interior.

-¡Me corro, me corro, me corro! -jadeaba mientras, Alex me desgarraba por dentro

-¡Hazlo, hazlo!, ¡Córrete otra vez para mí! -gritaba mientras me penetraba y me volvía a lamer la cara como un perro.

-¡Me coorroooo, cabrón! -aullé como una loba, mientras aquel semental metía su lengua hasta mi campanilla, y dejaba clavada su estaca en el fondo de coño.

Ni el tapón que hacía ese rabo en mi cavidad , consiguió que un geiser de flujos y orín salieran de ese agujero encharcando el interior de mis muslos, su pubis y la tierra que hacía de colchón.

-Joder, pequeña. Te has meado y todo -dijo mientras todo mi cuerpo seguía temblando de placer-. Pero esto no ha acabado. Ni siquiera he empezado contigo. Te vas a ir de aquí follada para el resto de tu vida, Guadalupe.  Agárrate a mi cuello -ordenó.

Me rodeó por la espalda y me levantó en vilo sin inmutarse y sin sacar su rabo de mi interior.

-¿Estás lista, putilla calenturienta? -preguntó mirándome serio mientras yo asentía sin poder hablar de lo destrozada que me había dejado el anterior orgasmo.

Me agarró de las nalgas con fuera y levantó mi cuerpo como si de una pluma se tratase. Mientras subía podía notar como esa venosa polla acariciaba todo mi sexo en su salida. Dejó su glande dentro, y me soltó de golpe, empalándome con esa barra de chorizo extremeño.

"Es un puto diablo del sexo, el cabrón. No me han jodido así en mi vida. Jódete Bram Stoker, que yo me he quedado con tu Vlad El Empalador"

-¡Siiii, joder! -grité mientras marcaba con mis dientes su otro hombro, y atenazaba la parte baja de su espalda con mis piernas.

No sé el tiempo que estuvo penetrándome en esa posición, pero no me había sentido tan "llena" en mi vida. Apretujando mis glúteos con sus manos, subía y bajaba mi cuerpo a su antojo. De vez en cuando me sujetaba para que no me moviese, y empezaba a follarme con sus caderas sin descanso; sin parar. No imaginaba cómo podía aguantar mi peso y seguir taladrándome el chocho sin descanso.

Yo hacía tiempo que no paraba de babear en sus hombros, gimiendo como una desesperada, mientras ese animal se ensañaba con mi chorreante vagina. Pero todavía era consciente de que otra corriente eléctrica se avecinaba.

-Me vengo otra vez, Alex. Me corro otra vez, hijo de puta -susurré a sus oídos, sin fuerza para dar el grito que tanto demandaba mi garganta.

Soltó una de sus manos y me agarró por la espalda aprisionándome del todo. Volvió a besarme con lujuria llegando con su lengua hasta el último rincón de mi boca, y continuó follándome a lo bestia.

-¡Si, si, si!, ¡Dame más, dame más!, ¡Jódeme cuanto quieras! -babeaba.

-¡Toma, puta!, ¡Toma, puta! -gritaba, a la vez que se vengaba y me mordía él ahora.

Cuando sentí esos colmillos de lobo clavándose en mi hombro, no pude aguantar más, y volví a correrme por tercera vez ese día; y volví a mearme encima por segunda vez. Empecé a llorar como una cría, y a reír nerviosamente. Nunca había sentido algo así, y nunca lo sentiría.

-¿Te ha gustado, pequeña guarra? -preguntaba mientras yo no paraba de besar su cuello, y lamer el sudor que de él se desprendía- Supongo que eso es un sí. Me alegro; porque ahora me toca descargar a mí.

No podía comprender el aguante que ese chaval tenía. Cualquier chico de su edad se había corrido a los cinco minutos con una mujer como yo. Pero Alex no era normal. Ese hombre había nacido para follar.

Sacó su polla y me dejó en el suelo. No tuve fuerzas para mantenerme en pié y caí rendida al suelo. Con delicadeza me cogió de las caderas y me arrodilló. Dejando mi culo en pompa y mis pechos, brazos y cabeza derrumbados contra el suelo.

Me dio otro azote en las nalgas y con sus manos separo mis glúteos y empezó a lamer mi ano. Pasaba su lengua desde mi escroto hasta el principio del pliegue de mis cachas. Chupaba y chupaba mi culo haciéndome unas cosquillas que me llevaban al cielo. Volvió a agarrar su polla, y la puso en la entrada de mi ano. Sabía lo que iba a hacer a continuación.

-No lo hagas, por favor. Me vas a matar -suplique, sacando fuerzas de donde pude, incorporé mi torso y miré hacia atrás con lágrimas en los ojos- No lo hagas. Nunca me la han metido por ahí -mentí, pero la estaca que tenía ese chico no era normal, y tenía miedo.

-¡Pues te jodes!. Ya te has corrido tres veces. Seguro que mucho más de lo que llevas casada con tu querido esposo - dijo.

"Cornuto e contento, en italiano. O cabrón feliz, como decimos aquí"

-Vale, como tú quieras. Dame por detrás si quieres -suspiré mimosa-. Pero ve despacio, no me hagas daño -supliqué.

-Tranquila, voy a ser de lo más sutil -dijo y volvió a rebozar un par de veces su glande por mi sexo, para lubricarlo bien, y de un fuerte empujón metió su rabo en mi culo hasta llegar al fondo de mis tripas.

-¡Cabrón, Hijo de Puta!, ¡Sácalo, sácalo! -gritaba mientras todo mi cuerpo se tensaba por el dolor.

-¡Y una puta mierda lo voy a sacar!. Te dije que me gusta hacer daño. Pero tranquila, que de aquí a un rato vas a desear que no te la saque en todo el día, zorra. -Exclamó, sacando de golpe su rabo, y volvió a introducirlo con la misma intensidad que antes.

Empezó a follar mi culo sin control. Mis gritos de dolor, volvieron a darle igual. Su pelvis se había convertido en un taladro, que destrozaba mi ano a cada embestida que daba.

-¡Para, para, para!, por favor -le pedía chillando.

-¡Toma, cacho puta!, ¡Toma polla!, te voy a poner el ojete que no vas a poder sentarte en un mes.

-¡Nooooo, nooooo!, ¡Para, para! -gritaba.

Siguió destrozándome el culo durante no se cuanto tiempo. Me agarraba del pelo, y con la mano libre azotaba mis coloradas nalgas como si de una yegua se tratase. Pero el cabrón sabía cómo tratar a una mal follada (como él decía). Mis alaridos se fueron convirtiendo en fuertes gemidos de placer. Volví a dejarme caer y le dejé que me poseyera a su antojo. Con toda la violencia que necesitaba. Las lágrimas que resbalaban por mis mejillas, y la saliva que salía de mi boca a cada brutal penetración, se mezclaban con la arena del suelo, formando un pequeño charco de barro bajo mi cara.

-¡Sigue,  sigue, sigue!, ¡Dame polla, hijo de puta! -gritaba como una perra en celo, mientras imploraba que ese castigo no terminase nunca.

-¡Hostia puta, tu marido!, ¡Me cago en Dios! -gritó mientras veía unas luces acercarse a un kilómetro, y sacaba su polla de mi desgarrado ano.

-Métemela otra vez, da igual. Métemela, por favor -suplicaba sin importarme las consecuencias, sólo quería esa polla dentro de mí para siempre.

-No me jodas. Puta zorra. Ven aquí y saca la lengua -ordenó mientras me daba la vuelta y abría la boca todo lo que podía.

Me volvió a coger del pelo, que ahora estaba empapado por el sudor, y empezó a pajearse como un loco delante de mi cara.

-Dame la leche, dame la leche -pedía como una gatita en celo.

Siguió masturbándose frenéticamente, mientras no paraba de sudar, y las luces seguían acercándose sin remedio.

Hasta que no pudo aguantar más y soltó todo el semen que tenía acumulado en sus testículos.

-¡Toma leche, hija de puta! -gritaba mientras descargaba sus huevos sobre mi rostro.

El primer lechazo fue a parar a mi ojo y a parte de mi mejilla, pero reaccioné como una loba, y metí su polla en mi boca para recibir las siguientes descargas dentro de ella.

Mientras con una mano masajeaba sus huevos, con la otra mamaba su pene como un corderito. Tragando hasta la última gota de lefa que salía de él.

-Para, Guadalupe, para por favor -decía entre gemidos- Tu marido me pega dos cartuchazos si nos ve así -suplicaba mientras intentaba apartarme de él.

"Pues te jodes si nos pilla. No haber jodido con su mujer. No voy a parar hasta que no te saque la última gota de los huevos"

Y seguí chupando su preciosa polla hasta que terminé de exprimir todo el caliente y viscoso jugo que salía de ella. Cuando quedé saciada, la saqué de mi boca, y la di un besito en la punta como despedida. Cogí mi ropa y salí corriendo hacia el cerezo más lejano, mientras Alejandro conseguía ponerse los pantalones con más miedo que vergüenza.

Las luces se apagaron, y el coche se detuvo al lado de la acequia que había sido testigo de la mejor follada que me dieron jamás.

-¿Dónde está mi mujer, claval? -preguntó Juan.

-Ehh, pues no sé. Ha salido corriendo tras un árbol, imagino que… -respondió tartamudeando.

-¡Estoy aquí mi vida, estaba orinando detrás del cerezo! -Gritaba mientras llegaba a su lado y le besaba en la mejilla- No pensabas que me iba a bajar los vaquero e iba a mear delante del muchacho -reí descarada.

-Esa boca, mujer. Mira como se ha puesto de colorado el chaval sólo con escucharte.

"Pobre Juanito, el chaval no está colorado por lo que ha salido de mi boca, más bien por lo que lleva entrando en ella desde hace dos horas"

-Oye, ¿y el tractor? -pregunté.

-Lo he dejado en la cooperativa. Me he traído el coche de Mariano, mañana se lo devuelvo. Bueno déjate de tanta charla y vamos a cargar las cajas, que ya es muy tarde.

Metimos en el maletero el resto de lo que habíamos recogido y nos montamos en el viejo Seat Panda del vecino.

-¿Te llevamos a tu pueblo Alejandro? -le preguntó mi marido al joven.

-No te preocupes. Ya sabes que está muy cerca del vuestro. Me voy andando, así me despejo un poco del bochorno que ha hecho hoy.

-Como quieras, adiós chaval. Y Gracias por cuidad de mi mujer -habló el "cornuto", y arrancó el vehículo.

-Ha sido un placer -sonrió mirándome-. Y adiós, señora Lupe -dijo sacando un pelín mis braguitas de su bolsillo.

-Adiós Alex -dije recogiendo con el dedo una gotita de semen que había quedado cerca de mi ojo, para llevarla a mi boca y tragarla, mientras le miraba por última vez en la vida.

Vuelta a la triste realidad…

Y esa fue la última vez que vi a mi semental. Seguimos trabajando en el campo, pero nunca volvió a formar parte de nuestras cuadrillas. Año y medio después nació nuestra primera hija, y al poco tiempo la segunda. Y fuimos bastante felices, supongo. Yo seguí "mal follada", como decía Alejandro,  pero el bueno de mi Juan supo compensar mi apetito sexual, con el cariño que me dio hasta el último día de su vida.

Veo que son ya las diez de la noche, y ni me enterado. Acaricio a mi gato y cojo el mando del televisor. Empiezo a pasar los canales, y leo el título de la película que está a punto de comenzar, en uno de ellos.

"Los Puentes de Madison"

-Vaya por Dios, al fin ponen algo decente en esta maldita caja tonta.

FIN

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Espero que os haya gustado el relato, y recordad. En casita hasta que todo vuelva a la normalidad. Que volverá. Un abrazo a todos.