A Ramón

La suerte estaba echada, pronto saldrían los adultos y nos dejarían solos, no sin recomendar a mi primo, todos los cuidados pertinentes para con la casa y en especial para conmigo. Él cuidaría de manera especial de mí. Subieron al vehículo y marcharon...

A Ramón.

Él, único hombre capaz

de penetrar en mí,

todo el tiempo...

Los inicios...

Nuestra infancia era tierna, jugueteando en la finca de mis padres, ubicada en el perímetro rural de la ciudad, a escasos 8 años y 12 mi primo, no nos importaba mas que jugar, dormir y comer. Él, mucho mas aventajado que yo, había venido un fin de semana a ayudarme con las lecciones del colegio y a enseñarme otras cosas más.

Después de un día de estudio las tardes eran concedidas para jugar y en esa vez crepuscular, estando en mi alcoba, mi primito decidió enseñarme un nuevo juego – "el perro y la perra". Dijo – Mientras se situaba detrás mío y abrazándome, pegó su pecho a mis espaldas iniciando un suave bamboleo con sus caderas pegadas a mi trasero, con la espontaneidad propia de los niños y la precocidad de la adolescencia. Mientras, acariciaba mi pecho, mi espalda, mi abdomen y mis piernas, por todas partes.

Como no encontrara resistencia procedió a desabrochar mis pantalones y mi camisa, de los cuales me despojó sin dificultades; después quitó mis interiores, siempre detrás de mí y acariciándome suavemente. Me llevó a la cama y me indicó adoptara la posición de la "perra" ya que él sería el "perro".

Las caricias me habían gustado, por lo que el jueguito me pareció delicioso, así que me dejé hacer. Él estaba ahora masajeando mis nalgas y acariciando mi espalda, despertando unos deliciosos escalofríos en todo mi cuerpo. Manteniendo mi posición separó mis rodillas y dijo que no me preocupara, que apenas el juego estaba comenzando – ¿Te gusta? Preguntó – A lo que yo asentí con varios movimientos de cabeza.

Entonces escupió en su mano y sobó por entre la raja de mis nalgas deteniéndose en mi lampiño culito; luego se quitó toda la ropa y escupió en su pene, se situó detrás mío nuevamente y colocó la caliente cabeza de su pene en el ya lubricado orificio. Lo hundió sin problemas, sus caderas recostaron contra mis nalgas y yo sentí escalofríos más intensos aún – ¿que tal? Inquirió – manteniéndose pegado a mí. – delicioso... asentí –

Empezó a moverse, a entrar y salir, ajustado, su pene era largo y moderado, caliente, sus bolas lampiñas llegaban a hundirse entre mis nalguitas suaves y tersas, mientras él me sujetaba por las caderas. La luces del crepúsculo entraban por la ventana y él se oscilaba dentro de mí a su antojo, sin que yo opusiese resistencia alguna, por el contrario, estaba quieto, relajado y disfrutando aquel grato juego que mi primito me estaba enseñando. De pronto él suspiró, retiró su pene tirando unas gotas de una baba blanca y caliente, lo volvió a hundir entre gemidos y lo dejó ahí quitecito, palpitando – ya se acabó el juego. Dijo –

En ese momento llegaron sus padres a llevárselo a su residencia, lo llamaron y él se puso rápidamente su ropa y se fue sin decir nada más. Después se mudaron a la capital y por un largo tiempo no supe más de mi primo.

El retorno...

Contaba yo con 14 años cuando me enteré de la buena nueva, él regresaría después de 6 años de larga ausencia, a pasar las vacaciones de verano a nuestra finca. Llegó en compañía de sus padres, mi primo estaba ahora alto y fornido, a sus 18 años, mientras que yo, aunque había crecido, mantenía mi esbelto e impúber cuerpo; después de los abrazos, saludos de bienvenida y el descanso requerido después del viaje, él, nuestros padres y yo, salimos al patio a jugar baloncesto y por la noche las dos parejas adultas saldrían a la ciudad a divertirse.

El juego fue calenturiento, en distintos equipos cada que podía mi primo frotaba sus caderas contra mi trasero, cuestión que en otras circunstancias habría sido normal, pero sólo él y yo lo sabíamos en que consistía el juego; Cuando lo hacía sentía el crecido bulto restregarse contra mí, como recordándome cosas e invitándome. Después del deporte, durante la cena no fue menos insinuante, el manjar era pollo guisado y él discretamente pasó a mi plato la presa que yo mas apetecía, el pescuezo, que saboreé ante sus ojos con gusto.

La suerte estaba echada, pronto saldrían los adultos y nos dejarían solos, no sin recomendar a mi primo, todos los cuidados pertinentes para con la casa y en especial para conmigo. Él cuidaría de manera especial de mí. Subieron al vehículo y marcharon...

El ambiente quedó en suspenso y decidimos mirar la televisión en coloquial conversación, queriendo disimular la ansiedad que nos perturbaba. Rato mas tarde ordenó, a eso de las 8:00 p.m. según las indicaciones que le habían sido impartidas – Ya es la hora de "dormir". Insinuando con una sonrisa pícara –

Subimos a la recamara mía, la que con el tiempo no había cambiado mucho, sólo que ahora por la ventana entraban los rayos de la luna llena, a diferencia de la tarde aquella en que invadían el cuarto las luces crepusculares; Yo marchaba adelante, sintiendo atrás la presencia imponente de mi primito. Cuando entramos encendí las luces y me apoyé en la ventana para "observar la noche", él en cambio cuando entró apagó las luces que yo había encendido y se dirigió a mí, recostándose todo contra mi espalda, abrazándome por la cintura y acariciándome todo, susurró a mi oído con voz entrecortada – Quieres ser la "perra" otra vez – La respuesta no se hizo esperar y fue suficiente un – uujuumh... sí –

La ropa voló no se sabe dónde, él se mantenía pegado a mi espalda y ahora acariciaba mis costados y mis nalgas, mientras que yo tocaba sus caderas y sentía una barra desconocida recostada a mi trasero; la tomé entre mis manos y me sorprendió como se había transformado en un grueso y largo cilindro al que mis dedos no alcanzaban a rodear, con una espesa pelambre en su base y en los testículos; Mi corazón empezó a latir apresuradamente. Me llevó a la cama a la posición de la "perra", la cual adopté con las piernas bien abiertas, recordando aquella primera vez.

La saliva sirvió otra vez como lubricante, ahora específicamente en el orificio que a él le interesaba, pronto sentí la porra tremenda posarse ahí, húmeda, palpitante y caliente, ahora más que aquella tarde. Él empezó a sobarla y presionarla contra mi esfínter, también acariciaba mis nalgas y mi espalda, pero pese a la posición aquello no entraba, sin embargo, el masaje me relajaba y el susto al agarrarla fue pasando. Mi primo se impacientaba, entonces decidí ayudarlo, tomé esa verga y la coloqué cuidadosamente en el orificio, la presioné hacía dentro mío y dilaté mi ano, para que entrara justo la cabeza, aquello me gustó y seguí aflojando.

Entonces mi primote agarró mis caderas fuertemente y las jaló hacia sí, a la vez que empujaba con fuerza las suyas contra mí; El émbolo se hundió de golpe y a su paso mi esfínter se agrietó y se desgarró, dejándome escapar lagrimas y gritos de dolor. Traté de liberarme pero no fue posible, él me tenía bien asegurado por la cintura con ambos brazos, como un verdadero "perro". En medio de mi desespero lo único que logré fue caer boca abajo en la cama, con la barra candente dentro, rompiéndome, con mi primote aplastándome e inmovilizándome más con su peso, agarrándome ahora por las muñecas a fin de imposibilitar mi liberación.

Me tuvo así, un largo rato con el trozo adentro, yo sollozando y gimiendo... entonces empezó a moverse circularmente, en un sentido primero y en sentido contrario después, como para dilatar más el ya ancho hueco, sin sacar un solo centímetro; pude ver de reojo una sonrisa de deleite y una expresión casi sádica en su rostro. No obstante, su peso sobre mí, su agitada respiración en mi cuello, mis nalgas masajeadas por la firme presión de sus caderas y sus manos maniatándome, despertaban una indescriptible sensación de bienestar y el grueso taladro que me penetraba, además del dolor, también me producía deliciosísimos escalofrío y temblores incontrolables en todo en cuerpo. No logré controlarme y me corrí en chorros largos, fluidos, calientes y supe lo que era la máxima expresión del gozo.

Me aflojé todo, totalmente enajenado, dejé de ofrecer resistencia mientras el se meneaba circularmente, de un lado a otro dentro de mí; Al fin y al cabo ya le pertenecía y con esto había ratificado su potestad sobre mi persona. Él lo intuyó de inmediato y suavemente susurró a mi oído – Si te la saco...¿Me la chupas? – La respuesta fue rotunda:

– ...Haré lo que tu quieras... –

El émbolo subió dentro de mi ano, lijando gustosamente sus paredes al abandonarlo. Mi primo, rápidamente se puso de pie y yo lo seguí hasta la mitad de la habitación, donde me arrodillé enfrente suyo – Abre la boca. Indicó – Al acatarlo, penetró hasta el fondo de mi garganta con su grueso y largo instrumento, me sostuvo por el cabello y empezó a menearse linealmente, entrando y saliendo de mi boca, largo rato estuvo haciéndolo, produciéndome un placer nuevo y desconocido hasta ahora, mi cuerpo temblaba y los escalofríos se escurrían por mi columna vertebral, desde mi trasero hasta mi cara, al sentir aquello masajear mi paladar y mi garganta. En cierto momento se quedó quieto con su tranca dentro de lo más profundo de mi faringe, mi nariz aplastada contra la espesa y enmarañada pelambre de sus genitales y al mirarlo pude ver de nuevo esa blanca sonrisa y sus ojos brillantes de sadismo, que paradójicamente me complacían en extremo.

Me tuvo así varios minutos y cuando ya el aire me faltaba me soltó, devolviéndose su falo al medio ambiente con un sonoro chasquido y en medio de una convulsiva tos mía que a él le produjo risas más sonoras. Luego empezó a darme órdenes puesto que yo no tenía pericia en las lides que pretendía – Chúpale la cabeza, suave y después fuerte... – Obedecí por espacio de 5 minutos – Lámelo de arriba abajo, por encima, por debajo y por los lados... – Acaté la indicación por un periodo similar – Ahora lame y chupa las bolas... – Procedí a hacerlo con vehemencia – ¡Trágatelo todo! – Lo hice tal como lo pidió y no medió más indicación por un periodo cercano a los 30 minutos – ¡Ahora hazlo todo de nuevo! – entonces tomé la iniciativa, lo sujeté por las caderas y repetí todo el ciclo, tal como él me lo había ordenado, alternando vehemencia con suavidad, el pene producía chasquidos sonoros con mis chupeteos, mientras él se retorcía, gemía y reía placenteramente.

Pronto llegó al límite, descargando un largo chorro de una baba dulzona y manchosa, en mi paladar y lengua, al sacarlo para ver que era, varios chorros amarillentos cayeron en mi rostro, entonces el ordenó – ¡Trágatela! – y sujetándome de nuevo por el cabello, introdujo la enorme y caliente verga, que había alcanzado un tamaño descomunal, hasta el fondo de mi garganta donde continuó escupiendo su contenido y palpitando, mientras él jadeaba, mugía, pujaba y se contorsionaba.

Lo sacó y bruscamente me agarró del brazo, levantándome con desespero –¡Vuelve a ser la "perra! Ordenó – Me le ofrecí en el borde de la cama, en cuatro "patas", las rodillas bien separadas y con la cola bien levantada exponiendo todo mi desflorado culito a la acción vandálica de mi primo. Hacía pocos momentos la introducción de la verga, gruesa, rugosa y caliente, había provocado en mi el dolor más desesperante, entremezclado con la máxima sensación de placer que hubiera podido conocer, ahora tendría que soportar otra vez ese dolor, pero, por el gusto que me provocaba bien valía la pena.

La barra se introdujo en mi ano ajustadamente, estaba un poco flácida lo cual facilitó la acción al principio, pero al instante recuperó su potencia y volvió a ser rígida como un riel, entonces empezó mi sacrificio; Él se meneaba apresuradamente entrando y saliendo en todas las direcciones, casi que con violencia, lo sacaba completamente y lo blandía en el aire cual una espada que se iba a clavar con suma precisión en mi dolorido hueco, una y otra vez, al entrar el primer cuarto de la exagerada longitud de su miembro, la sensación era de felicidad pero al adentrarse hasta la base del mismo, su grosor se ensanchaba rasgando mi pequeño esfínter. Tomé la leche que aún escurría en mi cara y de mi boca y con mi mano agarré el aparato y se la unté a lo largo de él, por un momento lo masturbe atónito por la dimensión desproporcionada que había alcanzado, aquello tenía cerca de 25 centímetros de largo por dos pulgadas de grueso; sin embargo, la coloqué en posición de ataque nuevamente y mi primo arremetió con intensidad, entrando y saliendo de mí culito, en todas direcciones.

La lubricación surtió un benefactor efecto y pese a que mi primo golpeaba sin compasión, hasta el punto de dolerme también las nalgas, la sensación de placer se incrementó y sólo dolía al llegar a la base del pene. Yo alucinaba con el desmesurado ritmo, a veces caía boca abajo a la cama y mi primote continuaba con su faena impetuosa, hasta que sin suspender las embestidas, yo me acomodaba como una "perra" nuevamente para facilitar e incrementar el exagerado placer. El chapoteo era sonoro e inundaba los rincones de la habitación, "chasss" al entrar, "plop" al salir, indefinidamente chorreado, chasss, plop, chasss, plop, chasss, plop, chasss, plop, la leche de mi primito se desbordaba y corria por la parte interna de mis piernas. Recosté mi pecho a la cama, con las rodillas en el borde y la cola en lo más alto, como la gata cuando va a ser servida por el macho, mi primo siguió dándome fuerte, chasss, plop, chasss, plop, chasss, plop, chasss, plop, desgarrándome, rompiéndome, estropeándome, rasgándome, desgajándome, desbaratándome, hendiéndome, trastornándome, pero de un placer infinito... chasss, plop, chasss, plop, chasss, plop, chasss, plop, entonces perdí la noción del tiempo... chasss, plop, chasss, plop, chasss, plop, chasss, plop.

Una inundación de leche súper caliente, arrojada en chorros largos y espesos, dentro de mí, me volvió a la realidad, mi primo estaba corriéndose en medio de alaridos desesperados, gesticulaciones, gritos, gemidos y mugidos de un placer nunca antes visto. Me taladraba con violencia, mientras su semen borboteaba generosamente de su pesada barra y desbordándome escurría, por mi raja y por mis piernas. No lo pude evitar y también me corrí en chorros prolongados y fluidos que encharcaron las sábanas, yo continuaba fascinado con aquella descarga increíble de gozo, pero el miembro se estaba poniendo flácido rápidamente y yo no me llenaba, quería aún mucho más, –¡Más, Más, Dame Más! Le grité – pero él ya estaba derrotado y sacándolo de mí en un sonoro ¡plop! me abandonó, tendiéndose boca arriba en la cama sudoroso y con agitada respiración.

Entonces me abalancé sobre su pene y se lo empecé a chupar con desespero, con vehemencia, con frenesí, se lo chupé como nunca antes lo volví a hacer, largos y sonoros chapoteos en mi boca y en mi garganta caracterizaron la acometida oral, pero parecía que ya era irremediable la perdida erección; Entonces, de un sorbo, lo introduje lo más profundo que pude, mi labio inferior tocaba sus testículos y mi nariz se aplastó contra la espesa e hirsuta maraña de pelos de la base de su pene, teniéndolo así por varios minutos. El aparato empezó a recobrar su rigidez y a engrosar su tamaño nuevamente. Seguí con la "técnica" sacándolo de lo profundo de mi garganta sólo cuando el aire me faltaba, puesto que empezaba a dar resultados y la tranca se volvía otra vez enorme, que más parecía otra pierna, seguí atacándolo con desespero, "chappp" al entrar, "ploppp" al salir, chappp, ploppp, chappp, ploppp, mojada de semen y saliva, el garrote energúmeno estaba otra vez en su punto, mientras mi primito se retorcía con complacencia y yo me deleitaba en mi encargo.

Cuando lo tuvo rígido como una viga me subí encima suyo, acaballado, dándole la espalda, agarré el grueso garrote y coloqué la cabeza en la boca de mi chorreado y resquebrajado culito, buscando más placer. Me senté y de golpe se introdujo en mí, escapándoseme un gemido largo y placentero, aún cuando al llegar a la base seguía produciéndome dolor. Lo cabalgué voluptuosamente, introduciendo el émbolo hasta lo más profundo y subiendo hasta la punta para después clavarlo de nuevo gustosamente, al subir tenia que ponerme de pie al borde de la cama para que el largo aparato saliera en toda su extensión y luego introducirlo de nuevo sentándome sobre él; largo rató me deleité en mi comisión, sintiendo el garrote raspar las paredes de mi recto, entre los gemidos mios y de mi primo, que se entrelazaban en un solo sonido.

Las primeras luces del alba empezaron a penetrar en la alcoba y yo seguía penetrándome, cabalgando, en el tieso y espumoso pene de mi gozoso primo, me quedé sentado sobre él, restregando mis nalgas contra sus caderas, machacando el sudor que era lo único que nos separaba en esos instantes. Entonces una violenta palmada en mi nalga izquierda me obligó a subir intempestivamente, para volver a caer sentado, penetrado, de nuevo por el garrote que me estaba deleitando; otra no menos violenta palmada, esta vez en mi nalga derecha, me forzó a subir hasta la punta del émbolo, para caer de nuevo con él muy dentro mío. Las furiosas palmadas se sucedieron una tras otra, mi primo estaba castigándome con un nuevo deleite y las "indicaciones" implícitas fueron seguidas al pie de la letra, al compás de la tremenda reprimenda que me proporcionaba ahora un nuevo y ameno goce.

Se alternaron palmada, sacada, penetración, palmada, sacada, penetración, palmada, sacada, penetración, y el concierto se prolongó hasta que la luz del día inundó la habitación húmeda de semen, saliva y sudor, rumorosa de lamentos, ayes, quejidos, mugidos y gritos de embriaguez de los cuerpos. Las nalgas hinchadas, enrojecidas y ardidas, hormigueaban deliciosamente y dentro mío un hormigueo inenarrable, acompañado por temblores y escalofríos en todo mi cuerpo me elevaban a la altitud más magnifica del placer. Cuando ya no pude más, grite y me sacudí convulsivamente al sentir que él descargaba nuevamente su caliente contenido muy dentro; yo también me corrí en largos chorros, me enarqué sobre él acostándome en su pecho, penetrado hasta la magnitud más grandísima del embelesamiento.

En adelante se consolidó toda una historia de abusos de los cuales me volví adicto. A la mañana siguiente desperté alrededor de las 11:00 a.m. y me dirigí al baño a tomar una ducha; el agua caía placenteramente y resarcía mi dolorido cuerpo, cuando lo sentí detrás, mojándose conmigo y con la verga nuevamente tiesa como una viga. Separó mis piernas y allí contra la pared del baño y el agua cayéndonos encima, me lo hizo nuevamente descargando en mi recto el renovado contenido de su garrote. Posteriormente me hizo arrodillar y cuando me disponía a chuparselo, él se empezó a orinar encima de mí, bañándome con su caliente micción, que por cierto me encantó.

Luego bajamos al comedor y preparado por él, un frugal almuerzo nos esperaba, mas sin embargo, me ordenó que me metiera debajo de la mesa y se lo chupara mientras él comía, descargando en mi boca una nueva eyaculación. Nuestros padres habían llamado y anunciado que no volverían durante el fin de semana y rogaron encarecidamente a mi primo que cuidara de mí. Él lo hizo con especial cuidado. Me profanó en cada rincón de la casa, baños, cocina, alcobas, sala, comedor, azotea, balcones, patio y bodegas, varias veces por día, en todas las formas, maneras, accesorios y posiciones imaginables y yo consentí gozoso ese privilegio.

Nuestros padres volvieron y las cosas menguaron un poco. Ahora, en la casa sólo podíamos coger en las noches pues dormíamos en la misma habitación, donde yo lo esperaba ansioso, desnudo entre las sábanas; no obstante mi primito se las ingeniaba para arrastrarme al campo y tomarme a su antojo en medio de los matorrales, en el platanal, en el bosque o en la cañada, a plena luz del día. Siempre debía mamarle su gruesa, larga y pesada garrocha, y recibir la primera eyaculación en la boca, luego me penetraba sin compasión y me machacaba con ansias y con deleite.

Las vacaciones acabaron y él marchó. Después volvía mensualmente a quedarse un fin de semana, para prolongar el acceso carnal que tenía en mi un seguro servidor; descargaba en mí todos sus ímpetus y se largaba. Todas las vacaciones él volvía a darme lo mío y durante todo un mes yo satisfacía sus arrebatos, sus ansias, sus ímpetus, sus depravaciones y sus técnicas nuevas y alojaba su pene energúmeno en todos los orificios de mi extático cuerpo.

Todo acabó cuando terminó sus estudios de secundaria y marchó a la capital, terminando una historia que no he podido vivir con nadie más, porque sólo él ha sido el único que gozó de mí y al único que consentiría de nuevo ese privilegio.