A quién la suerte se la dé... (5 - Final)

El rito de iniciación de Rosanne, y otras cosas… que terminan con Marina entre mis brazos.

Esta es la quinta parte de un relato que no nació como serie, pero que se hizo muy largo para publicarlo completo. (Os advierto que si no leéis antes las cuatro primeras entregas, seguramente no os enteraréis de casi nada).

Todos los ojos estaban ahora sobre el cuerpo de Rosanne, tendida sobre la mesa con las piernas muy abiertas.

Conservaba los ojos cerrados, pero había dejado de fingir resistencia; sus breves senos subían y bajaban aceleradamente, al ritmo de su respiración agitada. Y su sexo relucía, húmedo por la excitación de saberse el centro de todas las miradas, de todos los deseos.

Yo me había colocado tras la espalda de Marina, y tenia uno de sus pezones entre mis dedos. Mi otra mano acariciaba lentamente su vientre, llegando hasta su pubis, pero sin pasar más allá. Y estaba de nuevo muy excitado. A estas alturas mi pene, alojado en el canal entre las nalgas de la chica, necesitaba ya desesperadamente descargar la tensión acumulada por tantas horas de estímulos.

Tenía una sensación extraña. Antes había prodigado a Marina toda clase de caricias íntimas, pero mientras le daba placer, la relativa lejanía de los demás invitados me había permitido aislarme, como si ambos hubiéramos estado solos en una habitación.

Pero ahora la estaba acariciando a la vista de todos, y la cercanía de los cuerpos desnudos era increíblemente morbosa, un estímulo más, que incrementaba mi excitación de forma casi insoportable.

El anfitrión se acercó a Rosanne con una botella de cava en la mano. La chica no pudo advertir sus intenciones hasta que el primer chorro de espumoso frío cayó sobre uno de sus pezones inflamados. Abrió los ojos, asustada, para unos instantes después relajarse de nuevo.

Nuevos chorritos de líquido mojaron todo su pecho, formaron un charquito en su ombligo, y se deslizaron, cosquilleando su vulva. Juan se inclinó muy despacio sobre ella, y comenzó a sorber el líquido, primero en la copa de su vientre, para después ir descendiendo, apurando con la lengua las gotas de su pubis y sus ingles, evitando a propósito su sexo.

Como obedeciendo una señal, Toño y Pepe se dedicaron a lamer los pechos de la chica, atrapando sus pezones increíblemente enhiestos en sus bocas.

Para entonces, Rosanne estaba completamente entregada. Sus pequeñas nalgas se contraían espasmódicamente, y gemía bajito, con la boca fruncida en un gesto inconfundible de placer.

Me había olvidado de las otras dos chicas, pendiente como estaba de la escena que se desarrollaba sobre la mesa. Unos gemidos ahogados a mi izquierda me hicieron volver la vista.

Andrea estaba tendida boca abajo en una de las olvidadas colchonetas del juego. Tenía las piernas muy separadas y el trasero ligeramente elevado para facilitar el trabajo a Helena, que tenía aferrada a la chica por los glúteos, y su cabeza introducida entre los muslos de la otra, moviéndose arriba y abajo.

Llamé la atención de Marina hacia la escena:

  • ¿No decías que sólo sexo heterosexual?.

Ella abrió mucho los ojos, sorprendida:

  • Palabra que es la primera vez que sucede algo así.

Volvimos de nuevo la atención a la escena principal. Los dos chicos seguían entregados a sus besos y lamidas en cada centímetro de piel de Rosanne por encima de la cintura. Juan se aproximaba a ella con su pene completamente erecto en la mano, con la inconfundible intención de

Pero no. Estuvo restregando el glande unos segundos por las ingles de la chica, que ahora elevaba la pelvis, anhelando recibirle en su interior. Después fue su ano el objetivo de las caricias. Durante un instante, pareció que la iba a penetrar por el orificio posterior, porque mantuvo la punta sobre él, presionando ligeramente, pero luego se retiró.

Jugueteó largamente con el indudable deseo de ella, acariciando la herida rosada entre sus piernas con la punta de su verga. Rosanne ahora se quejaba muy bajito, y elevaba de tanto en tanto la pelvis, invitadora.

En algún momento (no sé si por iniciativa propia, o con la contribución de ellos) Rosanne había agarrado los penes de Pepe y Toño con las manos, y las movía abajo y arriba, despacito, pajeándoles suavemente.

Aquello se prolongó algún tiempo más. Luego, Juan aprovechó una de las contracciones de la mujer, en la que sus piernas envaradas mantuvieron alto su pubis durante unos segundos, para penetrarla sin contemplaciones. La oscilación de las caderas de ella se hizo casi violenta. Su boca entreabierta dejaba escapar continuos quejidos de placer, y oscilaba la cabeza como un péndulo.

Este fue el momento elegido por Pepe para subirse a su vez sobre la mesa. Se arrodilló a un costado de la chica, y elevó su cabeza ligeramente, mientras que con la otra mano asiendo su pene, golpeaba suavemente con el glande los labios de ella. Ella abrió mucho sus ojos asustados. Luego pareció decidirse, aferró la herramienta del hombre y se la introdujo en la boca.

Toño se había quedado sólo. Ví su mirada especulativa clavada en el cuerpo de Marina. Luego parece que llamó su atención el revuelo sobre el césped, se encogió de hombros, y se dirigió decidido hacia las dos mujeres. Volví la vista hacia ellas.

Ahora era Helena la que estaba tumbada boca arriba en la colchoneta, muy abierta de piernas. Andrea estaba tendida sobre ella con el culito elevado, en la clásica postura del "69". Aunque no podía ver su cabeza enterrada entre los muslos de Helena, era evidente por los gestos de ésta que la estaba sometiendo a un "tratamiento" de lo más placentero.

Toño no se lo pensó dos veces. Se arrodilló tras Andrea, y le introdujo el pene de un solo envite, comenzando a moverse adelante y atrás. Los gemidos ahora salían de las tres gargantas.

Yo nunca había presenciado algo parecido, salvo en alguna película. No podía apartar la vista de los tres cuerpos. Mi excitación estaba llegando a límites insoportables. De repente, tomé conciencia de nuevo de mi mano entre los muslos de Marina, de su sexo empapado de excitación, de la piel suave de sus nalgas sobre mi pene. Y la deseé desesperadamente, con un ansia desconocida para mí hasta entonces.

Como si hubiera habido transmisión de pensamiento, ella maniobró para ponerse de frente a mí, y me abrazó estrechamente. Su lengua lamió delicadamente mi oído unos instantes, antes de susurrar:

  • ¿Qué te parecería acompañarme a un lugar algo más íntimo?.

Me condujo hasta la casa, enlazados por la cintura. Yo pensé fugazmente que a lo mejor a los anfitriones no les agradaba que utilizáramos alguna de sus camas

«¡Bah!, al demonio -concluí-. Si no les gusta, ¡que se jodan!».

Los dormitorios estaban en la planta superior. Según íbamos subiendo por una escalera de madera encerada en la que podías mirarte como en un espejo, se fueron haciendo audibles gemidos y susurros sobre nosotros. Marina arrimó sus labios a mi oreja:

  • Son Piluca y Paul, seguro.

Al final de la escalera, un largo pasillo de parquet cubierto por una alfombra. Cerca de donde nos encontrábamos había una puerta entreabierta, de la que parecían proceder los sonidos. Marina, con un dedo sobre los labios, me hizo señas para que me acercara.

Nos asomamos por la rendija. Efectivamente, Paul estaba tendido boca arriba sobre la cama. Sobre él, Piluca en la misma postura, mostrándonos la totalidad de su sexo, del que entraba y salía, al ritmo de las contracciones de la pelvis del chico, un pene muy largo y delgado.

El no se dio cuenta, pero Piluca sí advirtió nuestra presencia. Nos guiñó un ojo, y luego comenzó a hacer oscilar sus caderas, mientras sus dedos atendían su clítoris, que incluso a aquella distancia, podíamos apreciar que sobresalía, inflamado, de entre los pliegues superiores de su gran abertura.

No tenía tiempo para seguir contemplando aquel espectáculo. Mis testículos, dolorosamente inflamados, pedían urgentemente una satisfacción. Acerqué mi boca al oído de la muchacha:

  • ¿Tienes un gran interés en seguir de "voyeur"?. Yo estoy deseando encontrarme a solas contigo, estoy muy excitado, y loco por hacerte el amor

  • Mmmmmmm -suspiró ella-. Pensé que no me lo pedirías nunca. Yo también estoy muy, muy caliente.

Me mordió ligeramente una mejilla. Luego me tomó de una mano, y me arrastró de allí. Un poco más adelante, accionó el picaporte de otro dormitorio. Retiró la colcha de una enorme cama, y luego entró en el baño privado de la habitación, del que salió con una gran toalla, que extendió sobre las sábanas. Luego se tendió boca arriba, con las rodillas elevadas y las piernas muy abiertas, y me tendió los brazos, en una clara invitación.

Me tumbé sobre ella y pasé los brazos en torno a su espalda, mientras me comía literalmente sus labios llenos. Ella cruzó sus piernas inmediatamente en torno a mi cintura, en un doble abrazo que estrechó aún más el contacto entre nuestros cuerpos. Mi instinto me pedía satisfacer cuanto antes mis ansias, pero aún conservaba algo de mi control, y pensé que debía intentar excitarla y satisfacerla primero.

  • ¿Qué te gustaría? -pregunté-.

Ella susurró, con los ojos muy brillantes:

  • Primero, que repitieras lo de antes. Me encanta sentir el soplo de tu aliento en mi sexo, tu lengua en mi clítoris… Mmmmmmmm. Si te quedan fuerzas, después me podrías introducir la lengua, sólo un poquito, si no te importa que esté muy, muy mojada. Y también

Me dirigió una mirada pícara:

  • Quizá podrías meterme el dedito… "detrás", como antes.

Me besó intensamente. Luego, con los labios muy cerca de mi boca, musitó:

  • ¡Soy una egoísta!. Estoy pensando solo en mí, pero tú ya me has dado placer, y yo no te he correspondido

  • Quizá -continuó-, si te colocaras al revés, ambos podríamos tener a mano nuestra "golosina".

Descruzó las piernas de mi espalda, para facilitarme el movimiento. Yo hice lo que me había pedido, y mis rodillas quedaron en torno a sus costados, en posición invertida. Antes de que pudiera iniciar mis caricias en su sexo, efectivamente húmedo e inflamado, sentí como mi pene era aferrado por las manos de la chica, e inmediatamente después, sus labios que lo oprimían suavemente, y su lengua lamiendo delicadamente el glande.

Enterré mi boca en su vulva, mordiendo ligeramente sus turgentes labios mayores. Noté perfectamente el estremecimiento de la chica, y pude observar que en sus muslos se formó la llamada "piel de gallina", con su suave vello, invisible anteriormente, absolutamente vertical.

Mi atención oscilaba entre las sensaciones de mi pene, sobre el que se deslizaban los labios y la lengua de Marina, mi vista, que se regalaba con la visión de su sexo entreabierto, de sus delicados pliegues brillantes por sus secreciones, y mi boca en contacto con la piel suavísima de su vulva.

De repente, recordé que no estaba satisfaciendo uno de sus pedidos. En lugar de ensalivarme el dedo, lo introduje en su vagina, empapándolo con la humedad de su interior. Luego, separé sus nalgas con las dos manos, exponiendo su apretado orificio, y comencé a acariciarlo con la yema del dedo.

Esta vez ella no podía hablar. Pero los estremecimientos que recorrían todo su cuerpo, eran la mejor prueba de que mis caricias la estaban llevando al clímax.

Poco a poco, muy suavemente, fui introduciendo el dedo en su ano, mientras mi lengua recorría toda la extensión de su abertura. El ritmo de sus caricias se incrementó, hasta llevarme muy cerca de la eyaculación. Cesé un instante en mis caricias bucales:

  • Mi amor, estoy a punto de terminar en tu boca -advertí-.

Ella también cesó en sus caricias, con un gran suspiro:

  • Mmmmmmm, no me importa, si a ti te satisface

  • Casi prefiero que no sigas -respondí-. Déjame descansar, que prefiero reservarme para después.

Me incorporé, colocándome entre sus piernas abiertas. La tomé por las nalgas, elevando un poco su pelvis, y ella colaboró, apoyando los talones en la cama. Mientras sostenía gran parte de su peso con una mano, volví a introducir mi dedo índice en su apretado ano. El pulgar, casi de forma natural, penetró en el interior de su vagina, y dediqué mi lengua en exclusiva a lamer circularmente su clítoris, que sobresalía de su alojamiento como una pequeña perla. Moví mis dedos, haciendo que alternativamente entraran y salieran simultáneamente de sus dos orificios.

Sus gemidos se incrementaron de inmediato. Contraía y relajaba la pelvis, y hacía oscilar sus caderas a los lados. Sus manos se aferraron a mis cabellos:

  • ¡¡¡Ahhhhhhhh!!!. ¡¡Sigue, mi amor, sigue!!.

Advertí que sus palabras me excitaban aún más que su boca en mi pene. Incrementé la velocidad de los movimientos de mi mano, y también la profundidad de la introducción de ambos en su interior.

  • ¡¡¡Mmmmmmmm!!!, me gusta, ¡Dios, como me gusta!.

Su voz subió varias octavas, convirtiéndose casi en un chillido:

  • ¡¡¡¡Siiiiiiiiiiiiiiii!!!. ¡¡No pares, cariño!!, ¡¡¡¡Me vieneeeeeeee!!!!. .¡¡¡Por favooooooooor!!!. ¡¡Dioooooooos, me corrooooo!!. ¡¡¡Ahhhhh!!!, ¡¡¡Ahhhhh!!!, ¡¡¡Ahhhhhhh!!!. ¡¡¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyy!!!.

Sus nalgas se derrumbaron sobre la cama, a pesar de lo cual, su cuerpo era recorrido por pequeños espasmos, en las últimas contracciones de su orgasmo.

Volví a tenderme sobre ella, apoyando la cabeza sobre su seno izquierdo. Noté perfectamente en mi oído el retumbar de los alborotados latidos de su corazón. Ella seguía con las manos enredadas en mi pelo, y acariciaba mi cuero cabelludo. Ahora fui yo el que sintió ponerse de punta todos los pelos de mi vello corporal.

Alcé la cabeza. Me estaba mirando con una cara… No, no podía ser. Apenas hacía unas horas que nos conocíamos. Me tomó por las axilas, tirando de mí hasta que nuestros rostros quedaron en contacto.

  • ¿Te ha gustado? -pregunté, innecesariamente, porque aquello no había sido fingido-.

  • Mmmmmmm, sí cariño, me ha encantado.

Su voz se tornó casi en un susurro:

  • Pero estoy desesperada por sentirte dentro. Quiero que me penetres, estoy ansiosa por sentir tu pene, muy, muy profundo en mi interior.

De nuevo, la chica tomaba la iniciativa, aunque demandando algo que yo también necesitaba casi dolorosamente. ¡Ninguna mujer antes había sido tan franca y directa en la cama!. Y, no sólo no me importaba, sino que la claridad de sus peticiones elevaba mi excitación hasta extremos insoportables.

Me deslicé un poco más arriba. Mi pene quedó apoyado en su entrepierna, y advertí una franca resistencia. Ella rió bajito

  • Por ahí soy virgen -susurró-, aunque si es tu deseo… Ahora mismo te concedería todo lo que me pidas, amor.

No, el objeto de mi deseo estaba un poco más arriba. Conduje mi verga, que sentí latir entre mis dedos, hasta que noté la suavidad de sus pliegues en mi glande. Y, casi sin esfuerzo, fue resbalando lentamente hacia el interior de su vagina, que lo rodeó, abrazándolo cálidamente.

  • Ahhhhhh, que gusto… Espera, no te muevas -exigió-. Quiero sentirte así, dentro de mí, quiero sentirme llena de tu carne.

Aguanté unos segundos, pero el instinto hizo que mi pelvis iniciara muy pronto los movimientos del coito. Ella volvió a estrechar mi cintura entre sus piernas, y sus dedos se engarfiaron en la piel de mi espalda, en algo que era caricia y dolor al mismo tiempo. Enseguida, comenzó de nuevo a gemir

  • Mmmmmm, querido. Sigue así. No pares, por favor, ¡sigue!, ¡sigue!, ¡sigue!.

A pesar de sus peticiones, me detuve unos momentos después. Estaba de nuevo a punto de soltar mi carga en su interior, y no me resignaba a que aquel acto de amor durara tan poco. Ella aprovechó la pausa para susurrar en mi oído:

  • ¿Crees que podrías llegar otra vez con tu dedito… hasta donde tú sabes?.

Probé con una mano. Mis dedos rozaron el arranque de mi verga, profundamente insertada en su vagina, el sexo caliente de Marina… Y finalmente encontraron la pequeña abertura apenas dilatada, y oprimí suavemente en el centro, hasta volver a introducírselo todo lo que me permitía la forzada postura de mi brazo apresado entre los dos cuerpos. Marina recibió la caricia con otro profundo suspiro:

  • ¡¡¡Ahhhhhhhhhhh!!!. Creo que podría aficionarme a ti. Me gusta sentirte dentro, me das mucho placer… Mmmmmmmm.

Yo no podía esperar ya ni un segundo más. Pero, antes de que reiniciara mis contracciones sobre ella, fue la chica la que comenzó a hacer oscilar su pelvis arriba y abajo, y ya no pude contenerme

Mis arremetidas se hicieron más violentas y rápidas. Sentía el instinto atávico de penetrar hasta lo más profundo, de fundirme con ella… Pero al mismo tiempo, era consciente con todos mis sentidos del delicado roce de las paredes de su conducto, de las contracciones que lo abrazaban estrechamente un instante, para después relajarse ligeramente, y luego apretarlo de nuevo en su inflamado interior

Mi eyaculación brotó, imparable. Enormes espasmos de placer recorrieron mis testículos, mi verga, irradiando desde allí por todo mi cuerpo. Sentí perfectamente, aún embargado como estaba por el goce increíble que me proporcionaba el sexo de Marina, los movimientos descontrolados de sus caderas y pelvis debajo de mí. Y no tardó en expresar de nuevo el placer que ella también estaba experimentando:

  • ¡¡¡¡Arggggggggggggg!!!. ¡¡¡Cariñoooooooo!!!, ¡¡¡No, no, no, no pares ahoraaaaaaaa!!!. ¡¡¡Ya!!!. ¡¡¡Me estoy viniendo!!!, ¡¡¡¡¡Siiiiiiigue!!!!. ¡¡¡Ayyyyy!!!, ¡¡¡ayyyyy!!!, ¡¡mmmmmmmmm!! ¡¡¡Ya, yaaaaa, yaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh!!!.

Su último grito coincidió con una contracción aún más profunda de su vagina sobre mi miembro. Sentí correr su licor, que empapó la mano que aún mantenía bajo sus nalgas. Luego se desmadejó, con su cuerpo recorrido por sollozos.

  • ¿Qué tienes mi amor? -pregunté dulcemente-. ¿Te he dañado?.

  • Nooooo, mi bien. Lloro porque soy inmensamente feliz… Porque me has dado mucho placer. Porque me encanta sentir el peso de tu cuerpo de hombre sobre el mío. Lloro, porque no sé expresar de otro modo lo que siento en esos instantes.

Sus lágrimas mojaron mi mejilla, que tenía apretada contra la suya. No supe como corresponder a aquello. De modo que me limité a besarla con toda la dulzura de que fui capaz.

Estábamos los dos tendidos sobre la cama, frente a frente. Marina, aunque saciada al parecer, manoseaba distraídamente mi pene fláccido. Yo tenía la cabeza erguida sobre un codo, y estaba acariciando las suaves mejillas de la chica. Deslicé un dedo por el contorno de sus labios, mientras pensaba que la suerte me había deparado la dicha de poseer a una mujer preciosa, dulce y cariñosa, y para colmo, increíblemente activa en el sexo, y en que tenía que conservarla a toda costa.

Ella se estiró como una gata satisfecha:

  • Mmmmmm, estoy en la gloria ahora mismo. Podría seguir así mucho, mucho tiempo.

De repente, se puso seria.

  • Oye, igual te apetece más volver al jardín. Seguro que Helena o Andrea te recibirían alborozadas. O, ¿preferirías el coñito rubio?. Igual Juan ya ha terminado con ella

No me apetecía. Me encontraba tan a gusto como ella, los dos solos en la inmensa cama, en absoluto silencio, tan profundo que podía incluso oír la leve respiración de Marina.

Mientras miraba sus preciosas facciones, su naricilla descarada, sus labios llenos, queriendo absorber en mi interior tanta belleza, paso rápido un pensamiento por mi mente. Casi sin pensar, lo expresé en voz alta:

  • Sigo sin poder imaginar… No casas en este ambiente, no eres en absoluto como las otras tres mujeres, a las que se nota ávidas de sexo

Me miró largamente a los ojos. Luego apoyó su cabeza en mi pecho, jugueteando con una de mis tetillas:

  • Tienes razón. Yo misma no puedo comprender cómo he consentido en llegar hasta aquí.

Hizo una nueva pausa.

  • No sé siquiera por qué accedí a venir hoy, aunque… bueno, si no lo hubiera hecho, me habría perdido la oportunidad de conocerte.

(De nuevo franca y directa, sin pelos en la lengua. Decididamente, me encantaba su carácter).

Irguió la cabeza, y clavó sus ojos claros en los míos:

  • Últimamente, me he sentido a veces sucia y utilizada, pero Arturo insistía, y al final

  • ¿Sabes? -continuó-. Creo que ahora me vendría bien una larga, laaaaaaarga temporada de monogamia.

  • Por cierto, ¿tienes algún plan para el resto del fin de semana? -preguntó-.

Tarde bastante en contestarle. No porque tuviera que pensarlo ni una décima de segundo, que a mí también me encantaba la idea. Es que me era imposible hablar, con la lengua de Marina cosquilleándome las amígdalas

F I N

A.V. 23-08-2003.

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