A quién la suerte se la dé... (4)

Terminada la cena, llega el momento esperado por todos...

Decía que con el cava aumentó el tono de las voces. Pero también produjo como efecto una paralela disminución de las pocas inhibiciones que quedaban a esas alturas de la fiesta.

Dije antes que, sin ningún acuerdo previo, todas las parejas se habían sentado juntas. Pero eso no quita para que hubiera pequeños "movimientos estratégicos" en otras direcciones. Las cinco parejas ocupábamos dos mesas redondas. En una de ellas, más grande, los anfitriones junto con Helena, Pepe, Andrea y Toño. La otra, más pequeña, la ocupábamos Rosanne, Paul, Marina y yo.

En un momento determinado de la cena, pudimos ver a Juan que se inclinaba a morder un pezón de Andrea, que estaba a su izquierda, entre las risas de todos. Eso hizo reaccionar a Piluca que dijo en voz alta que iba a vengarse, y agachó la cabeza entre las piernas de Toño, donde la mantuvo unos segundos, para luego emerger relamiéndose exageradamente.

Antes de servir el café, Paul estaba muy cerca de Marina, hablándole al oído en tono confidencial; en un momento determinado, acarició un pezón de la chica, mientras Rosanne les miraba un poco seria. Decidí, como en la piscina, aprovecharme de la ocasión.

  • ¿Te gustan las uvas? -pregunté a la chica-.

Ella asintió. Entonces tomé un grano con los dientes, dejando más de la mitad fuera de mi boca, y lo acerqué a la suya. Ella rió nerviosamente, luego dirigió una mirada a su pareja que seguía muy entretenido con Marina, y finalmente lo mordió con sus labios pegados a los míos, con lo que el jugo se repartió por igual entre los dos. Cuando me separé ligeramente, pude ver que sus pezones -un momento antes apenas protuberantes en sus aréolas de color claro- habían crecido visiblemente.

Ahora fue ella la que repitió el gesto, ofreciéndome otra uva entre sus perfectos dientes, que me apresuré a degustar, pero ahora dentro de su boca. Se me ocurrió una idea malvada, y pegué mis labios a su oído:

  • Me gustaría que me ofrecieras otra uva, pero ahora en distinto orificio.

Y miré claramente a su entrepierna.

Ella no se ofendió, pero hizo un gesto de negación con la cabeza, mientras reía tapándose la boca con una mano. Eso hizo que nuestras respectivas parejas abandonaran extrañados su charla.

  • ¿Qué le has dicho para que se excite tanto? -me preguntó Marina-.

  • Nada, -respondí con cara de no haber roto un plato-. Sólo quería que me diera una uva, nada más.

  • Pero, ¡si ya os habéis pasado varias uvas con la boca, que os he visto!. ¿Qué tiene de malo que te dé otra?.

Dudé un instante. No sabía como se lo iba a tomar el chico. Pero éste parecía divertido, así que me decidí:

  • Es que esta vez quería tomarla de su vagina

Marina prorrumpió en una carcajada, que logró que todas las miradas se volvieran hacia nosotros. El chico se puso un momento serio, pero luego se echó también a reír. Rosanne estaba encarnada como la grana, pero logro componer una sonrisa nerviosa.

  • Si te has negado, es que has bebido poco -dijo Marina, sirviéndole una copa, que la chica apuró de un trago-.

Poco a poco, todos se habían ido acercando a nosotros, atraídos por las risas. Juan se apoyó en el respaldo de la silla de Rosanne, y preguntó el motivo de la hilaridad. Rosanne estaba cada vez más "cortada". Fue Marina la que lo explicó.

  • ¡Pues no sé qué tiene eso de malo! -intervino Helena-.

Miró en torno:

  • ¿Algún varón quiere una uva?.

Todos asintieron alborozadamente. Helena tomó el racimo de nuestra mesa, y se dirigió a una tumbona cercana. Se tendió, con las piernas encogidas y los muslos muy separados. Separó una uva y la depositó delicadamente en la entrada de su vagina. Luego hizo señas invitadoras con la mano. No tuvo que esperar mucho. Pepe puso la cabeza entre sus piernas, y tomó la uva, que mostró triunfalmente.

Helena puso otro grano en el mismo lugar, y ahora fue Juan el que se dirigió a ella, y atrapó el fruto entre los labios, mostrándolo a todos.

  • ¡Bueno, ya está bien! -dijo Helena levantándose-. Ahora un caballero, que se preste a darnos de comer a las damas

Arrastró a Toño hasta la tumbona, y le empujó hasta que quedo tendido en ella. Luego, se dirigió a la mesa de los postres, y se embadurnó un dedo de nata. Para entonces, todos nos habíamos dado cuenta de sus intenciones. Efectivamente, un instante después, el pene de Toño tenía una pequeña montañita de nata sobre el glande. Helena se inclinó sin decir palabra, y se introdujo la verga del chico en la boca, lamiéndola golosamente.

Detrás de ella, Piluca se acerco también con una porción de nata, repitiendo el numerito. Pero ella se mantuvo subiendo y bajando la boca sobre la herramienta de mi amigo, hasta que esta consiguió su máximo tamaño.

La acción se había desplazado a unos metros de nosotros, que seguíamos sentados. La excitación se palpaba en el ambiente. A veces era una de las chicas la que ofrecía un grano de uva en su sexo, y otras un chico era embadurnado de nata, que las muchachas limpiaban con la boca. Tanto Paul como Marina y Rosanne estaban de espaldas a nosotros, pendientes de lo que sucedía en la tumbona, en la que ahora estaba Andrea abierta de piernas. Me decidí a dar el paso, y me incliné sobre Rosanne:

  • No me has respondido

Ella me miró nerviosamente, pero no dijo nada, en vista de lo cual tomé una uva que había quedado suelta en la bandeja, y me puse ante ella. Le separé ligeramente los muslos, sin demasiada resistencia de su parte, por cierto. Luego conduje sus piernas hasta que quedó despatarrada, mostrando su sexo ligeramente húmedo. Poco a poco, para darle tiempo a que me detuviera, acerqué mis manos a la entrada de su vagina. Separé los labios mayores con dos dedos, e introduje ligeramente la fruta en su cerrado conducto. Luego me incliné, me tragué el grano, y lamí arriba y abajo la rosada hendidura abierta por mis dedos durante unos segundos. La chica tenía los ojos cerrados, y respiraba agitadamente para entonces.

Me volví. Marina y Paul, todavía vueltos de espaldas a nosotros, no parecían haberse percatado de nada. Rosanne seguía en la misma postura, pero ahora mirando sin pestañear como la boca de Andrea subía y bajaba sobre el pene de Pepe, ayudada por una mano de la chica aferrada al tronco, cerca de los testículos.

Me incliné de nuevo sobre ella:

  • ¿Te apetece un poco de nata?.

Ella se tapó la boca con las manos, en un gesto avergonzado muy característico, que ya le había visto varias veces.

No hubo tiempo para más. Noté una mano que se posaba en mi hombro, acompañada de la voz grave de Juan:

  • ¿Me permites que nos llevemos a nuestros invitados unos minutos?. Pilu y yo tenemos que mostrarles una cosa

Me sentí fastidiado. Era la enésima vez que me interrumpía cuando estaba con Rosanne. Ella se levantó sin decir palabra, y los cuatro se dirigieron hacia la casa. Con aire propietario, Juan llevaba una mano puesta sobre las pequeñas nalgas de la francesita.

Marina se acercó a mí. Puso una mano en mi hombro, moviendo la cabeza a un lado y otro, con gesto de conmiseración. Luego alzó una pierna y la pasó sobre las mías, sentándose a horcajadas en mis muslos, frente a frente. Me revolvió el pelo, y me besó suavemente en los labios:

  • ¡Pobre!. ¿Te han quitado tu juguetito rubio?. Quizá tenía que haberte puesto en antecedentes

  • ¿De qué?.

  • Mira, -explicó la chica- Juan y Piluca tienen mucha "pasta". Ellos pagan todos estos festejos, pero a cambio se reservan ciertos privilegios, que nadie discute. Y uno de ellos es precisamente el de disfrutar los primeros de la "carne fresca", porque a los demás ya los tienen archiconocidos.

Me besó suavemente de nuevo.

  • De hecho, -prosiguió-, si no fuera por los franceses, tú de seguro habrías acabado entre las piernas de Piluca esta noche. Pero parece que le atrae más el "género" exótico

El contacto y la cercanía de la chica me estaban enervando, junto con la consciencia de su sexo abierto sobre mis piernas, que no podía ver por la sombra de su propio cuerpo, pero que imaginaba. Besé su cuello, embriagándome con el aroma de su pelo, y luego de nuevo sus labios, jugando unos momentos con su lengua.

Junto a la piscina, dos de los chicos estaban tendiendo unas colchonetas sobre la hierba. Extrañado, le pregunté a Marina:

  • ¿Qué hacen?.

Ella miró perezosamente hacia atrás.

  • Se trata del "juego de la oca".

Vio mi cara de extrañeza, y continuó:

  • Ahora cada una de las chicas se tumbará en una colchoneta, abierta de piernas. Cada chico elegirá su compañera, y se la meterá, follándola durante unos segundos. Luego, todos cambiarán de pareja. Los chicos pasarán a montar a la mujer que tienen al lado, y así, hasta que todos se hayan corrido.

Me miró profundamente:

  • ¿Quieres participar?.

Sinceramente, me apetecía mucho más la intimidad con Marina, apartados del revuelo de cuerpos sobre el césped, y se lo dije. Marina se dio la vuelta, adoptando la misma postura de antes, pero de espaldas a mí para poder también ella contemplar el espectáculo. Casi sin haberlo premeditado, mis manos fueron hacia sus pechos, y los acaricié largamente, notando como los pezones crecían bajo mis dedos.

Ella me apretó un muslo con la mano:

  • El verdadero espectáculo no está en el juego. ¡Observa de cerca de los anfitriones, no te lo pierdas!.

Estaban un poco alejados de los demás. Juan estaba sentado, con Rosanne sobre las rodillas, y la mano enterrada entre los muslos de la chica. Como antes, su pareja no parecía advertir nada, ocupado como estaba con su propio placer. Piluca, en cuclillas ante él, tenía el pene del chico introducido en la boca, deslizándolo dentro y fuera, dentro y fuera, aferrado con una mano.

Centré mi atención de nuevo en los otros. En aquel momento se estaba produciendo un cambio de parejas, que Andrea aprovechó para ponerse sobre las rodillas y las manos, mostrando entre las piernas abiertas la totalidad de sus encantos. Esto pareció estimular a Pepe, que se aferró a sus caderas, penetrándola de un solo envite.

Cerca de ellos, sobre la otra colchoneta, Helena se contorsionaba bajo Toño como una serpiente. Marina rió bajito:

  • Hoy el juego no está demasiado interesante, sólo hay dos parejas.

Se volvió ligeramente hacia mí, insinuante:

  • Dejaste antes, en la piscina, algo a medias

Supe inmediatamente a qué se refería. Deslicé una mano entre sus piernas abiertas, y acaricié la totalidad de su sexo, llegando con mi dedo índice hasta su ano. Ella echó la cabeza hacia atrás, como había hecho la otra vez:

  • Mmmmmmmm, ¡riquísimo!. Me encanta sentir tu mano sobre mi sexo… Mmmmmm, si sigues acariciándome el clítoris me voy a venir

Era la primera vez en mi vida que una chica me solicitaba, y que acompañaba su placer con palabras ardientes. Y su voz cálida, describiendo sus sensaciones, me estaba encendiendo aún más de lo que me encontraba.

  • Mmmmmm, querido, sigue, sigue así. Ahhhhhh, me encanta que acaricies mi ano, me pone a mil.

Mi mano estaba cada vez más húmeda por la lubricación de la chica, que se acariciaba circularmente uno de los dos pechos.

De repente dio un gran suspiro, y se levantó lentamente. Pensé… (pero no, que si se hubiera corrido me habría dado cuenta).

  • ¿Te has venido? -pregunté, poniéndome a mi vez en pie-.

Ella sonrió dulcemente, se abrazó a mí, y mordió ligeramente el lóbulo de mi oído.

  • No, veras, -susurró-. Es que me ha dado mucha envidia que tomaras las uvas del cuerpo de Rosanne, y he pensado que a lo mejor aún tienes algo de apetito

Se sentó en la silla que yo ocupaba unos instantes antes, y elevó las piernas muy separadas, pasándolas sobre los brazos del asiento. Y por primera vez (advertí con cierta sorpresa) contemplé su delicada abertura, sus labios mayores tapizados de un vello finísimo, el clítoris que sobresalía, abultado por mis caricias anteriores, y los pliegues ligeramente entreabiertos de la entrada de su vagina.

Como ya tenía una indicación de sus gustos, me ensalivé el dedo índice, y acaricié circularmente las arruguitas en torno de su ano, que se contraía bajo mis caricias.

  • Mmmmmm, mi amor, ¡que gusto!. Sigue, por favor, me encanta lo que me haces

Yo estaba deseando probar la miel entre sus muslos, pero continué con mis suaves roces. Una contracción de las caderas de la chica hizo que el dedo se introdujera ligeramente.

  • Ayyyyyyyyyyy, -suspiró-. ¡Me gusta, me gusta mucho!. Muévelo un poquito, por favor.

Introduje algo más el dedo, hasta un poco después de la primera falange, y le di gusto, moviéndolo circularmente en su interior, lo que incrementó las contracciones de sus caderas. Luego incliné la cabeza, rodeé con mis labios la parte superior de su hendidura, y succioné ligeramente su clítoris inflamado.

  • ¡Ahhhhhhh!, sigue, sigue, por favor.

Su voz era un murmullo apenas audible, más excitante que si hubiera gritado. Tenía los ojos cerrados, la lengua asomaba entre sus labios entreabiertos, y amasaba suavemente sus preciosos senos con las dos manos. Sin dejar de mover mi dedo, apretado en su estrecho culito, separé sus labios mayores, facilitando así la entrada de mi lengua en el conducto de la vagina, y la movií circularmente en la misma entrada.

Marina oscilaba las caderas acompasadamente, en un movimiento cada vez más rápido, que dificultaba mis caricias. Unos segundos después, sus suaves gemidos subieron ligeramente de tono, y finalmente explotó:

  • ¡¡¡Yaaaaaaa!!!. ¡Siento que me viene!. ¡Ahhhhh, ahhhh, ahhhh!.

Luego, con una sonrisa satisfecha, se relajó. Pero antes, probó el sabor de su sexo en mis labios; luego me tomó por la nuca con las dos manos, apretando mi cabeza contra su terso vientre.

Nos mantuvimos así unos instantes, mientras notaba como poco a poco la respiración de la chica se iba normalizando. Poco después me obligó a elevar la cabeza, y me besó de nuevo.

Un pequeño revuelo a mi espalda llamó nuestra atención. Me volví, colocándome a un costado de Marina, y miré: varias manos aferraban el delgado cuerpo desnudo de Rosanne, conduciéndola encima de una mesa, que estaba colocada bajo una farola, quizá en el lugar más iluminado del jardín. La chica hacía tímidos intentos de resistencia, pero sin demasiado convencimiento, porque no pataleaba ni intentaba desasirse. Parecía sólo simular oposición a algo que, sin duda (y yo tenía pruebas de ello) probablemente estaba deseando.

Busqué con la vista a Piluca y Paul, pero no se les veía por ningún lado. Me volví hacia Marina, con un gesto interrogante, que ella interpretó de inmediato:

  • Se trata del "rito de iniciación". Desde hace poco tiempo, Juan gusta de follar a las chicas nuevas tendidas sobre la mesa, a la vista de todos. ¿Quieres que nos acerquemos?.

Eso precisamente me apetecía, porque desde donde estábamos no se apreciaban los detalles.

Cuando llegamos hasta el grupo, Juan besaba el interior de los muslos de la francesita, que aún los mantenía apretados, con la boca tapada en un gesto avergonzado que yo ya conocía. Poco a poco, el hombre fue venciendo suavemente la ligera resistencia de la chica, que finalmente quedó abierta de piernas, con el sexo expuesto a la vista de todos

(Creo que me he pasado de nuevo. Pensé que esta vez pondría la palabra "fin", pero otra vez me ha salido más largo de lo que pensaba inicialmente. ¡Paciencia!. En unos pocos días tendréis el final, si sois tan amables de leer el último capítulo).

A.V. 22-08-2003.

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