A quién la suerte se la dé... (3)
La situación se calienta tanto, que acabamos todos desnudos en la piscina para refrescarnos. Luego, la cena, pero nadie hace la más mínima intención de volver a vestirse.
Esta es la tercera parte de un relato que no nació como serie, pero que se hizo muy largo para publicarlo completo. (Os advierto que si no leéis antes las dos primeras entregas, seguramente no os enteraréis de nada).
Andrea pareció advertir de repente que era el blanco de todas las miradas. Con un gesto desafiante, alzó el culito de la silla y se quitó el mínimo tanga, dejando impúdicamente expuesto su sexo rasurado, que sólo conservaba un triangulito de vello recortado en la parte superior. Luego se lamió voluptuosamente la mano, y la dirigió de nuevo a su vulva, enterrando dos dedos en su vagina. Después de unos cuantos movimientos arriba y abajo con la palma abierta sobre su clítoris, y los dedos entrando y saliendo de su dilatada abertura, empezó a gemir audiblemente. La otra mano fue a parar a sus pechos, pellizcando con dos dedos alternativamente los pezones. Luego, empezó a oscilar la pelvis adelante y atrás, con la mano moviéndose cada vez más deprisa. Luego estalló:
- ¡¡¡Ahhhhhhhh!!!, ¡¡¡ohhhhhhhhhh!!, ¡¡¡me corro, me estoy corriendo!!!. ¡¡¡Mmmmmmm!!!. ¡¡Dios, que gustoooooo!!. ¡¡¡Ayyyyyyyyyyyyy!!!.
Se quedó como paralizada sobre la silla, con la mano aún moviéndose lentamente sobre su coño visiblemente empapado, los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Tardó unos segundos en salir de la especie de trance en que había quedado después de su intenso orgasmo.
Nos miró con los ojos chispeantes:
- Qué, ¿os ha gustado el espectáculo?.
Deslizó la vista entre los varones.
- Seguro que sí, porque estáis todos empalmados.
(Era verdad, al menos en mi caso. Pero las mujeres no se habían quedado indiferentes tampoco: todas tenían los ojos abiertos y brillantes, y Helena tenía la mano entre sus piernas, aunque inmóvil. Pensé que igual los invitados saldrían huyendo, y me volví a mirarlos. El estaba con el pene totalmente horizontal, y tenía un brazo sobre el cuello de Rosanne, con la mano posada en uno de sus pechos. La chica mostraba la misma expresión de excitación contenida de las demás, aunque estaba muy ruborizada).
Juan se acercó a ellos por detrás, y susurró algo entre las cabezas muy juntas de los franceses. Ellos parecieron consultarse de nuevo mudamente, y él movió la cabeza en gesto negativo.
Piluca dio unas palmadas que nos sacaron a todos del trance:
- ¡Eh!, ¡a ver!. Necesito ayuda para sacar las bandejas de la cena.
Toño y su pareja, Andrea, entraron en la casa tras ella. Los demás nos tiramos como lobos sobre las bebidas. No sé los otros, pero yo al menos tenía la boca seca
Después de media cerveza helada, miré a la piscina solitaria. Me pegué a la espalda de Marina, que volvió ligeramente la cabeza con una media sonrisa, sin importarle al parecer el roce de mi pene en sus nalgas. Luego puse las manos sobre su vientre, masajeándolo ligeramente:
- ¿Qué te parece si nos bañamos?.
Ella asintió, dejó su copa de vino blanco sobre la mesa, y me tomó de la mano. Un instante después estábamos en el agua fresquita, jugando a derribarnos (pretexto para rozar nuestros cuerpos y poner la mano en lugares que en otra ocasión habrían hecho sonrojar al objeto de la caricia).
Fue como una señal. Varios cuerpos desnudos más se introdujeron en el agua, y los "juegos" se generalizaron. En un momento determinado, me encontré abrazado a Helena, que no trataba de aparentar que jugaba. Lo digo, porque estuvo acariciándome el pene sin disimulo durante unos instantes.
De nuevo me encontré con Marina entre mis brazos. Probé tentativamente a acariciar su sexo, y a ella no pareció desagradarle. Hizo un ademán juguetón de golpearme, pero después pasó la mano entre nuestros cuerpos y tomó mis testículos, masajeándolos ligeramente.
Vi que Piluca y sus ayudantes salían cargados de bandejas, que depositaron sobre las mesas. Luego, la anfitriona se acuclilló en el borde de la piscina, dejando ver descaradamente una gran abertura de la que sobresalían sus carnosos labios menores. Sin abandonar la postura, hizo señas a Rosanne y Paul, que permanecían al borde sin decidirse, de que se introdujeran en el agua, lo que hicieron, algo renuentemente en el caso de la chica, aunque al hacerlo mostró durante unos instantes su coñito rubio, sin demasiado reparo, al parecer.
Unos segundos después, estábamos todos en el agua. Paul fue abordado inmediatamente por Piluca, que se pegó a él como una lapa, y Rosanne quedó sóla en una esquina, muy cerca de donde yo me encontraba. Quise probar suerte, y me acerqué a ella. Me miró con ojos asustados, pero no se apartó cuando pasé las manos en torno a su estrecha cintura, y comencé a acariciar sus suaves nalgas.
¿No te parece excitante? -susurré a su oído-.
Bien, sí, pero es un poco -buscó la palabra en español- "vergonzoso", porque no conozco a nadie.
Pero vosotros estáis acostumbrados a mostraros desnudos en público, ¿no?.
Es que esto es diferente -respondió-. En los lugares nudistas no nos fijamos unos en los otros, y desde luego, no "hacemos" atrevimientos como vosotros.
Bueno, la cuestión es si no os resulta desagradable. Yo te diría que estáis siempre a tiempo para marcharos. Pero, si os quedáis, mejor será que disfrutéis sin complejos.
Por ejemplo -concluí-. Ahora mismo yo te estoy acariciando el culito, pero tú estás pasiva
Ella volvió la vista a nuestro costado. Paul estaba comiéndose los pechos de Piluca, que tenía una mano entre ambos, claramente en la verga del chico. Tomé una de las manos de la chica, y la puse sobre mi pene. Ella mantuvo los dedos quietos en torno a él, pero no los apartó, lo que interpreté como señal de aceptación. Entonces la tomé por la barbilla con una mano, y la besé con la boca entreabierta, lamiendo suavemente sus labios, hasta que los entreabrió, permitiendo que mi lengua se pusiera en contacto con la suya. Hubo un pequeño respingo de sorpresa cuando notó mi otra mano moviéndose arriba y abajo sobre su vulva, pero no apartó el cuerpo, ni dejó de besarme, ni su mano abandonó mi erección. Unos segundos más y noté como ella me estaba pajeando suavemente a su vez.
No sé hasta dónde habríamos llegado, sin la inoportuna intervención de Juan:
- ¡Eh!, déjame un momento, que tengo que charlar con mi invitada
Me aparté frustrado. Juan tomó a la chica por las axilas, y la elevó. Ella, instintivamente, pasó los brazos en torno a su cuello, momento que fue aprovechado por él para conducir las piernas de la chica en torno a su cintura. Pensé que, si no la había penetrado, al menos había quedado muy cerquita de hacerlo.
Miré en torno. Paul seguía aferrado a la anfitriona; Helena había salido de la piscina, y estaba sentada despatarrada en el borde, mostrando su sexo sin tapujos, contemplando el espectáculo. En ese momento Marina, que estaba empujando a Toño tratando de derribarlo, mientras él intentaba sin éxito aferrar los pechos de la chica, se apartó, dirigiéndose a donde yo estaba. Y Pepe, finalmente, masajeaba aplicadamente las tetas de Andrea, que tenía las manos perdidas bajo el agua. Toño se encogió de hombros, miró alrededor y reparó en el sexo invitante de Helena. Se dirigió a ella y, sin decir palabra, hundió la cabeza entre los muslos de la chica.
Marina me abrazó, y me besó suavemente los labios.
¿Lo estás pasando bien?.
Ahora que te tengo a ti, mejor que bien -repliqué-.
Pues parecía hace un momento que habías preferido los encantos de Rosanne -me dijo en tono regañón, desmentido por su sonrisa-.
Yo hice lo que me aconsejó mi calentura: metí una mano en el canal entre las nalgas de la chica, y me dediqué a acariciar su ano, y la parte inferior de su vulva, hasta donde llegaba en esa postura. Ella cerró los ojos, con cara de satisfacción:
- ¡Mmmmmmm!, ¡qué rico!. Sigue, por favor
Yo no tenía ninguna intención de dejarlo. La besé de nuevo, enredando mi lengua con la suya; noté una mano que parecía sopesar mis bolas, mientras la otra había aferrado mi pene por la mitad, y se deslizaba arriba y abajo, muy despacio. Me encontraba en la gloria; los pezones enhiestos de la chica parecían agujas que se clavaban en mi pecho, y era consciente de la sensación de cada centímetro de su piel en contacto con la mía. Otra vez me interrumpieron en lo más interesante, pero el espectáculo mereció la pena.
La boca de Toño parecía haber puesto a Helena fuera de sí, porque chillaba espasmódicamente.
- ¡¡¡Arggggggggg!!!, sigue amor, sigue, que me viene ¡¡¡Más, más, méteme la lengua bien dentroooooo!!!.
Unos segundos más, y sus gritos se hicieron rítmicos:
- ¡¡¡¡Mmmmm!!!!, ¡¡¡ahhhhhhhhhhhh!!!, ¡¡¡ahhhhhhhhhhhh!!!, ¡¡¡ahhhhhhhhhhhh!!!, ¡¡¡¡no te detengaaaaaaaaaaas!!!. Ya, ya, ya, ¡¡¡¡yaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!.
Todos estábamos pendientes de la escena. Hubo aplausos cuando la chica dejó de oscilar las caderas, desmadejándose sobre el borde de la piscina, a lo que siguió un gran silencio.
Luego, Piluca se elevó a pulso sobre el borde, y dijo en voz alta:
- Creo que debemos hacer una pausa para relajarnos. Además, los entremeses calientes estarán templados, y si tardamos más se enfriarán.
Dio dos palmadas, como antes.
- ¡Venga, todos a cenar!.
Unos minutos después, estábamos todos sentados en torno a las pequeñas mesitas redondas, picoteando de las bandejas. El sol se había ocultado hacía rato, pero varias farolas situadas estratégicamente iluminaban suficientemente la zona, aunque dejaban en sombra algunos rincones.
Fui repasando con la vista, una a una, a las chicas que, por cierto, no sé si por casualidad, se habían sentado sin excepciones junto a sus parejas respectivas.
Piluca, con las piernas ligeramente entreabiertas, mordiendo delicadamente un canapé. Era un esplendoroso cuerpo de mujer rondando la madurez, segura de sí misma, que se mostraba desnuda de forma completamente natural.
Helena, siempre provocativa, muy abierta de piernas, permitiendo contemplar su sexo a cualquiera que lo deseara.
Andrea, con los muslos cruzados ocultando su coñito, que había sido la primera en mostrar desvergonzadamente, pasándole un bocado a mi amigo Toño.
Rosanne, con los muslos muy juntos, hablando al oído de su pareja, con sus descarados pechitos en contacto con el brazo del chico.
Y finalmente, Marina, que como la anfitriona, se mostraba completamente desnuda en la misma despreocupada actitud que si hubiera estado vestida.
Bueno, todo siguió así, entre bromas y charla animada, hasta que los anfitriones sirvieron el café, y descorcharon unas botellas de cava. Poco a poco, las voces fueron subiendo de tono, y las risas se hicieron algo más estridentes
(¡Qué barbaridad!. Había pensado en un relato de seis páginas como mucho, pero ya van casi veinte, y aún queda materia al menos para otro capítulo, no sé si dos, incluso. Bueno, dentro de unos días tendréis ocasión de saber como continuó la velada, si tenéis la curiosidad de leerme).
A.V. 21-08-2003.
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