A quién la suerte se la dé... (2)

Los anfitriones me presentan a los invitados a la fiesta. Falta una pareja, pero la espera se hace corta. Helena tiene calor, y decide darse un baño en la piscina.

Esta es la segunda parte de un relato que no nació como serie, pero que se hizo muy largo como para publicarlo completo. (Os advierto que si no leéis antes la primera entrega, seguramente no os enteraréis de nada).

Piluca advirtió nuestra llegada, e hizo un gesto de saludo con la mano. Ella y Juan, su marido, se separaron de otra pareja con la que estaban charlando, y se dirigieron a nosotros, sonrientes. El me dio un apretón de manos fuerte y decidido. Luego, besó a Marina en la boca, sin complejo alguno. Yo ya debería haber estado preparado, después de lo que me había contado la chica durante el trayecto, pero una cosa es que te lo digan y otra ver la familiaridad con que se trataban.

La mujer tomó mis manos, y me recorrió de arriba abajo con la vista. Luego silbó apreciativamente.

  • Perdona la comparación, querida -se dirigía a Marina- pero creo que no vamos a echar nada de menos a Arturo. Tu amigo está muy, pero que muy bien.

Y sin más, se abrazó a mí y me metió la lengua hasta la campanilla, porque aquello no fue un beso amistoso, en absoluto. Mi pene, que se conservaba "a medio gas", adquirió de nuevo su máximo tamaño apretado contra el vientre de la mujer. Puedo jurar que sentí los pezones erectos de la anfitriona a través de la camisa, cuando aplastó sus pechos contra el mío sin ningún rubor. Luego se apartó, pero uno de sus brazos quedó en torno a mi cintura. Miró a Marina:

  • Me parece por tu ropa que no sabías nada… Pero eso tiene arreglo. Somos más o menos de la misma talla, y seguramente habrá algo sexy en mi guardarropa que te guste.

Rodeó con un brazo la cintura de Marina, y ambas se dirigieron al interior de la casa, charlando animadamente. Cuando Piluca se volvió, me quedé sin aliento. La falda larga hasta los pies, vista desde delante, no tenía nada del otro mundo. Pero por detrás, era otra cosa: la blusita era más corta en la parte posterior, y no llegaba a la cintura. Y la falda tenía una abertura redondeada que, desde las caderas, se iba cerrando, pero terminaba en la mitad de las nalgas, lo que permitía advertir que tampoco había nada en la parte inferior, porque dejaba al descubierto más de la mitad de la separación entre sus glúteos. Creo que debí quedarme mirando con la boca abierta, hasta que Juan, sonriendo socarronamente, me tomó de un brazo y me llevó hasta la piscina.

Mientras nos acercábamos al resto de invitados para hacer las presentaciones, Juan me explicó a mí lo que había querido decir su mujer:

  • Supongo que Toño y Marina ya te habrán puesto al corriente. Contra nuestra costumbre, estamos todos más o menos vestidos porque esperamos a otra pareja que conocimos en París en nuestro último viaje, en una playa nudista. Se trata de Rosanne y Paul, ambos modelos profesionales, y no saben nada.

Sonrió malicioso.

  • De vez en cuando nos gusta traer a una pareja que "no está en el ajo". Es delicioso ver como poco a poco ellos se van desinhibiendo, los gestos de pudor de la chica… Aunque hoy, tú vas a ser también una novedad para las damas.

  • ¡Me encanta! -concluyó-.

Efectivamente, era el centro de atención de todas las mujeres. Juan me fue presentando a todo el mundo. Primero fueron mi amigo Toño (que me dirigió un guiño) y Helena, que me besó en la boca más tiempo de lo que la cortesía aconsejaba. Juro que no fue a propósito, sólo tenía intención de ponerle una mano en la cadera, pero elegí la de la abertura, con lo que mi mano se introdujo bajo la falda, para posarse sobre su piel. Ella me miró con malicia, cogió mi brazo y lo atrajo contra su cuerpo, con lo que mis dedos recorrieron una nalga desnuda.

Cuando al fin me separé (más bien se separó ella) el bulto de mi erección resaltaba claramente en la delantera de mi pantalón. Como antes Mariana, Helena miró descaradamente mi entrepierna, e hizo el gesto silencioso de silbar.

Después le tocó el turno de las presentaciones a Pepe -nuevo apretón de manos- y Andrea, que me obsequió con otro beso en la boca que parecía ser el saludo universal allí entre los sexos opuestos.

Entonces vimos a Piluca y Marina que salían de la casa, y las conversaciones cesaron. Mi pareja había elegido un vestido blanco, que resaltaba su piel tostada por el sol. Por arriba no tenía mucho interés, aunque su ceñido escote llegaba hasta poco más arriba de sus pezones, cuyos bultitos resaltaban sólo un par de centímetros por debajo de donde acababa la tela.

Por debajo sin embargo, había una gran abertura en "V" invertida, que comenzaba no mucho más abajo de sus ingles, y que dejaba ver permanentemente la casi totalidad de sus largas piernas. Ahora fui yo el que silbó apreciativamente. Y no era yo sólo el impresionado: la totalidad de los varones se la estaba comiendo con los ojos.

Alguien me puso una copa en la mano. Tomé a Marina por la cintura, y nos mezclamos en los grupos que cambiaban a cada momento, al parecer de forma impremeditada. En un momento estábamos Marina y yo con Andrea. Al momento siguiente, se nos había unido Pepe, y Andrea estaba algo más allá charlando con no sé quién. Y así.

Los "invitados de honor" se retrasaban. Tuve la fortuna de estar mirando hacia Helena y Andrea cuando decidieron sentarse en dos grandes sillas de mimbre: Andrea se subió impúdicamente su estrecha minifalda, quedando con la prenda arremangada a la cintura, y la práctica totalidad de su mínimo tanga rojo al aire. Lo de Helena era aún más erótico, porque no llevaba tampoco nada debajo de la falda.

Aunque inicialmente se sentó con los muslos apretados, bastó que advirtiera mi insistente mirada para que, con una sonrisa irónica, se deslizara un poco hacia delante, y luego cruzara las piernas y se destapara lo poco que la abertura de la falda mantenía oculto, lo que permitía ver claramente su sexo completamente depilado.

Llevaba unos segundos sólo, sin poder apartar la vista del espectáculo que brindaba Helena. Un brazo me rodeó la cintura desde atrás, y sentí la cálida voz de Marina a mi espalda:

  • Le gusta provocar. Es la más desinhibida de todas, y hoy tiene un nuevo espectador

Me volví:

  • Estás en deuda conmigo.

Marina me miró extrañada, todavía con su brazo en torno a mi cintura.

  • Sí -continué- porque soy el único a quien no has besado aún.

Ella me miró pensativamente unos instantes. Luego pasó el otro brazo en torno a mi cuello, y posó sus labios entreabiertos a los míos, en un beso que duró muchos segundos. No se había pegado demasiado a mi cuerpo, pero notaba claramente sus pechos como un roce liviano. Alguien aplaudió, no sé quién, porque cuando levanté la vista todos los ojos estaban fijos en nosotros.

  • Eres el único que conserva la camisa puesta -susurró Marina en mi oído-.

Cierto. En algún momento, todos los hombres que aún mantenían alguna prenda sobre su torso se la habían quitado. Marina extrajo los faldones del "polo", a mi espalda, y luego tiró de él hacia arriba, sacándomelo por la cabeza. Hubo un "¡ohhhhhh!" de varias voces femeninas, y luego más aplausos. Marina les miró un momento, luego les sacó la lengua, y volvió a abrazarse a mí, besándome de nuevo con la boca entreabierta.

Cuando nos separamos (demasiado pronto para mi gusto) pude oír claramente la voz de Helena:

  • Hace mucho calor. ¿Nadie tiene ganas de bañarse?.

Se levantó decidida, dirigiéndose a la piscina. Por el camino, soltó el broche sobre la abertura, y dejó caer la falda, quedando desnuda de cintura abajo. Se inclinó sobre el agua, con lo que sus dos pechos asomaron sobre el escote, y luego se puso en cuclillas con las piernas abiertas, ofreciéndonos a todos el erótico espectáculo de su sexo imberbe. Metió una mano tentativamente en el agua, y exclamó:

  • ¡Está buenísima!. No sé vosotros, pero yo

Se puso en pié, desprendiéndose rápidamente de su blusa, con lo que quedó esplendorosamente desnuda a la vista de todos. Se exhibió unos momentos, desafiante, y luego con un grácil movimiento, se lanzó de cabeza al agua.

Mi amigo Toño fue el primero en decidirse. Se quitó rápidamente los pantalones, quedando sólo vestido con un mínimo "slip", y se sumergió en el agua azul. Unos segundos después, Helena advirtió que no se había desnudado completamente. Nadó hacia él, se sumergió, y apareció con la única prenda de mi amigo en la mano. A modo de advertencia, gritó:

  • Aquí no se mete nadie vestido estando yo desnuda. El que quiera bañarse, ya sabe

Ese fue el inoportuno momento elegido para la llegada de Rosanne y Paul. Hubo un zumbido, y Juan accionó un botón de una cajita que había sobre una mesa. El y su mujer se dirigieron a la parte delantera, y tras unos minutos, aparecieron acompañados de sus invitados "especiales".

No desmerecían nada del resto. Ella, delgada pero no esquelética como el común de las modelos, con unos pechos no muy grandes, pero tiesos sin ayuda artificial alguna. Rubia platino natural, con rasgos algo angulosos, pero muy atractivos. Llevaba un vaporoso vestido estampado, cuya falda terminaba casi un palmo sobre sus torneadas rodillas. El, musculoso sin exageraciones, llevaba puesta una camiseta de tirantes, muy ajustada.

Piluca fue haciendo las presentaciones. Observé claramente que los besos de los varones a la chica eran en las mejillas esta vez, por lo que les imité cuando me tocó el turno. Hablaban algo de español los dos, aunque mezclado con palabras en francés, por lo que no había problemas de idioma -siempre que les hablaras despacio, y te esforzaras un poco en entenderles-.

Hubo un chapoteo en la piscina, con lo que los recién llegados advirtieron por primera vez que había alguien en ella. Vi claramente que Rosanne se ruborizaba ligeramente unos instantes, al observar que los dos bañistas estaban desnudos, pero no dijo nada.

Juan intervino para explicarlo:

  • Perdonad, no les dije nada porque suponía que a vosotros, que practicáis el nudismo, no os importaría que estos dos se bañaran sin ropa

  • A nosotros no nos importa -dijo la chica en su medio español-.

  • Igual más tarde os apetece a vosotros también daros un baño… -insinuó Piluca-.

  • Quizá después… -respondió Paul, mirando a su acompañante-.

En ese momento, Helena surgió chorreante de la piscina, seguida de Toño, que mostraba una semierección claramente visible. Ella tomó una toalla de la pila que había sobre una mesita auxiliar, se secó ligeramente la cara, y luego la depositó sobre una silla. Se acercaron a los recién llegados, completamente desnudos.

  • ¿No nos presentas? -preguntó la chica a Juan-.

Este hizo las presentaciones. Vi claramente la turbación del chico cuando Helena dejó dos grandes señales húmedas de sus pechos sobre la camiseta después de besarle en las mejillas. Y el rubor de Rosanne cuando Toño despreocupadamente le arrimó su pene, aunque no llegó a tocarla, mientras la besaba ligeramente, casi en la comisura de los labios.

  • ¡Huy! -exclamó Helena con gesto de fingida consternación-. Te he mojado la camiseta, perdona. Igual tendrás que ponerla a secar

El chico se sacó la camiseta, después de una mirada a Rosanne. Luego, nos acercamos al mostrador donde estaban las bebidas, y ambos eligieron coca-colas "light".

Otra vez se establecieron varios grupos informales. Toño y Helena seguían indiferentemente desnudos entre los demás invitados vestidos.

Fue Andrea la siguiente en decidirse:

  • A mí no me apetece el agua, pero tengo algo de calor. Me parece que me voy a poner algo más fresquita

Soltó el nudo de su blusa, detrás de su cuello, y la sacó muy despacio por la cabeza, mostrando sus pechos erguidos. Luego, pareció forcejear con los corchetes de su minifalda, y finalmente con un gesto de fastidio, se volvió a Pepe, que era el varón más cercano:

  • Anda, amor, ayúdame a desabrocharme

Pepe no se hizo rogar. El cierre no parecía ser tan difícil, porque un momento después, la microfaldita estaba arrugada en el suelo, con lo que la muchacha quedó vestida sólo con su mínima prenda roja. Tal y como yo había entrevisto un rato antes, se trataba de un triangulito escueto que apenas le tapaba el pubis, sujeto flojamente por dos cintitas en sus caderas. Por detrás, otra cintita se introducía entre sus nalgas, y sólo se ensanchaba un poco debajo de su ano, que era completamente visible aunque lo laxo de la atadura no hubiera sido causa de que la tal cintita estuviera permanentemente descolocada.

Se dirigió melosa a su "ayudante":

  • ¿Tú no tienes calor, cariño?.

Pero no esperó su respuesta. Desabrochó lentamente el cinturón, ante la mirada expectante de los demás, liberó un botón, y descorrió la cremallera de la bragueta. Luego, metió las dos manos por debajo del calzoncillo, y ambas prendas a la vez quedaron arrugadas en los tobillos del chico, que se encogió de hombros y se desprendió de ellas con un par de puntapiés.

Miré hacia los recién llegados. El tenía una clara cara de excitación, y ella, aunque algo ruborizada, miraba fijamente la escena y se humedecía los labios con la punta de su lengüecita rosada.

Juan se dirigió a los franceses:

  • ¿Os importa?. No quiero que los nudistas se sientan violentos

No esperó su asentimiento, sino que se dirigió a su mujer, desabrochando la mínima cinturilla de la falda, mientras ella comenzaba a desabotonarse lentamente la blusa. Luego, el hombre la hizo deslizar por las generosas caderas de Piluca, que quedó completamente desnuda por abajo; mantenía la camisa puesta, pero totalmente abierta, con lo que era como si no llevara nada tampoco por la parte superior.

Luego se bajó sus pantalones cortos, sujetos sólo con un elástico, de los que brotó su verga en estado de erección incompleta.

Ahora todas las miradas eran para Marina y para mí. Yo tenía la boca completamente seca, y mi erección no era incompleta ¡que va!. Me acerqué a ella, y le susurré al oído:

  • Creo que nos ha tocado a nosotros. ¿Te desnudo yo, o prefieres hacerlo tú misma?.

Marina estaba algo "cortada", con los ojos bajos. Quedó en silencio unos segundos, y luego se decidió:

  • Luego. Primero, déjame a mí.

Casi juntos como estábamos, metió su mano entre nuestros cuerpos, y bajó la cremallera, rozando al paso mi pene erecto. Me miró un momento con los ojos abiertos. Luego, soltó el botón, y se acuclilló, bajando el pantalón hasta el suelo. Sin levantarse, tomó el elástico de mi "slip" con las dos manos, y me dejó como había venido al mundo. Era mi turno, y ¡voto a tal! que no le iba a pedir permiso de nuevo.

Me puse a su espalda, y solté dos corchetes que mantenían cerrada una abertura como de quince centímetros, sin cremallera, en la parte superior. Luego deslicé uno de los tirantes por el hombro, hasta que el pezón del seno del mismo lado quedó a la vista. Repetí la operación con el otro tirante, y sus dos pechos erguidos quedaron completamente a la vista. Bajé entonces el vestido muy poco a poco, hasta debajo de sus rodillas. Ella levantó alternativamente las piernas, para facilitarme la labor.

La rodeé, poniéndome frente a ella en cuclillas, tal y como había hecho conmigo. Llevaba unas braguitas negras de encaje, muy sexys, prácticamente translúcidas salvo en la entrepierna. Cuando comencé a deslizarlas por sus caderas hizo ademán de detenerme, pero finalmente me permitió que se las bajara completamente. Su pubis, con el vello recortadito, quedó a menos de diez centímetros de mi cara. Después de pensarlo sólo unos segundos, me decidí, y deposité un beso en el lugar en que se veía el inicio de su rajita, entre sus muslos juntos. Ella dio un respingo, entre nuevos aplausos a nuestra espalda, pero no dijo nada.

La atención se centró ahora en los dos franceses, únicos que quedaban vestidos. Se consultaron visiblemente con la vista. Luego, él se encogió de hombros, y se desnudó rápidamente. Después se dirigió a su pareja, y le dijo algo al oído. Ella se ruborizó intensamente, y asintió. El se agachó, y metió ambas manos bajo la falda de la chica. Unos instantes después, aparecieron asidas a un tanga blanco, que quedó en los tobillos de Rosanne. Hubo más aplausos. Luego, ella misma hizo descender las hombreras de su vestido, pero manteniendo el escote sujeto con una mano. Se decidió, e hizo deslizar lentamente la prenda hacia abajo, de la que surgieron dos pequeños pechos puntiagudos, con los pezones increíblemente crecidos, luego por sus caderas… mantuvo la prenda unos instantes un poco más abajo de donde comenzaba una matita recortada de vello púbico rubio. Entonces él puso sus manos sobre las de ella, y la prenda fue a parar al suelo.

El silencio se podía cortar. Todos debíamos estar con la boca seca, como yo, admirando el esbelto cuerpo de la muchacha, de piel suave, sólo muy ligeramente tostada, sin señal alguna de braguita ni sujetador, producto sin duda de tomar el sol desnuda.

Con ese pensamiento, me volví a ver qué hacían los demás. El único movimiento era el de una de las manos de Andrea, introducida bajo el mínimo triangulito de tela que era la única prenda de toda la concurrencia que no había acabado en el suelo, con las piernas muy abiertas y los talones en el asiento, masturbándose abiertamente a la vista de todos

(Otra vez, pensé que terminaría en éste capítulo, pero el relato parece tener vida propia, y se alarga sin sentir. Así que continuaré en otro momento contando lo que sucedió después).

A.V. 19-08-2003.

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