¿A qué no te atreves a…?

Has posado tus ojos sobre este texto y tengo que ser claro contigo. No quiero engañarte. Lo que a continuación vas a leer no ha sucedido nunca. Aunque, dependiendo cómo se mire esta afirmación no es del todo cierta.

¿A qué no te atreves a…?

Has posado tus ojos sobre este texto y tengo que ser claro contigo. No quiero engañarte. Lo que a continuación vas a leer no ha sucedido nunca. Aunque, dependiendo cómo se mire esta afirmación no es del todo cierta. ¿Tú consideras que lo que se sueña sucede, si bien, de una manera especial? Pues si lo crees así, entonces todo esto se acaba de convertir, para ti, en hechos reales. Imágenes que no se han originado en mi mente, sino en la del novio de una amiga: una mujer especial que ya ha sido protagonista de otro de mis relatos anteriores publicado en estas páginas ( Dulce encerrona ) y de la que, al final en un vínculo, os doy una pista para asomaros a su cuerpo y al de su pareja.

Al despertar de la mañana siguiente, él no recordaba el color de su sueño: blanco y negro o multitud de tonalidades reales, pero de lo que estaba seguro es que tenía banda sonora. Me gustaría que mientras lees, escuches el tema que sonaba (y él soñaba) en su cabeza, una vez tras otra, reiterativamente durante todo el viaje:

Wonderland Avenue

Las contundentes pero a la vez exquisitas y envolventes notas de Wonderland Avenue conseguían que todo lo que sucedía esa mañana a mi alrededor no me interesase en lo más mínimo. Mis sentidos sólo eran receptivos a esos sonidos y a la línea discontinua de esa dilatada y mortalmente aburrida autovía. Disfrutaba de esa sensación deliciosa mientras los kilómetros iban rindiéndose a mi paso, al ritmo de aquel tema que afirmaba de forma contundente y reiterativa que “ Si quieres ser rica tienes que ser una puta ”, ya ves.

No me gusta apartar la vista de la carretera, lo que no significa que no fuese consciente de mi compañía. Ésta se materializaba en una persona, fémina en este caso, en el asiento de al lado y otras dos, en el trasero. El volumen disco que me daba el equipo era tal que no distinguía ningún sonido de los que mis tres acompañantes pudieran estar haciendo; no era capaz de adivinar sus actividades ajenas a mi conducción. Mi única realidad era que Yara, mi actual novia, no era la que estaba sentada a mi lado. Lo demás era un enigma, aunque, en cierta manera, la verdad, tampoco me preocupaba demasiado. Ese día no sentía ni la curiosidad ni el morbo que en otras ocasiones me atropella cuando otra persona, hombre, mujer o mix-person se acerca a menos de un palmo de ella. No sé lo que me pasaba, pero ese día me sentía diferente, muy distinto pero, a la vez, perfectamente bien. Algo no me cuadraba, ¿sería yo el que conducía? ¿O es que me veía a mí mismo como si fuese una persona ajena?

Todo era bastante raro y brumoso a pesar del Sol que empezaba a entrar por mi ventana, la del conductor, y de vez en cuando se posaba en mi entrepierna regalándome una sensación cálida que temía pudiera adormilarme al volante. Por ello hacía ejercicios mentales, entre frase y frase de uno de mis grupos preferidos.

-¿No crees que ese perfil está saliendo demasiado en el video, Tigre?- retumbó a mi derecha la voz de la citada fémina, totalmente desconocida para mí –¿Qué tal si echas una miradita a la cámara, eh guapo? ¿Aunque sea por una sola vez?

No entendí bien la pregunta: ¿perfil? ¿Cámara? ¿Video? Nada sonaba a real, y menos el consejo de una aprendiz de Amenábar. La línea de la carretera me tenía totalmente absorbido. Era como si tuviese que cumplir una misión: todo recto hasta el final del camino.

Con la vista al frente sentí una mano que acariciaba, sin ninguna timidez, mi pierna, la del acelerador, mientras el estribillo de aquellos White Horse no cesaba de repetir:

“If you wanna be rich

You've got to be a bitch

If you wanna be rich

You've got to be a bitch”

El contacto de esa mano en mi muslo sí era una realidad, y su avance hacia el vértice de mis piernas, una incursión que entraba totalmente en su guión. No tuve más remedio que mirar, ya no había excusa y allí estaba, a mi lado, una desconocida y tremendamente atractiva mujer. Sensual y exquisitamente morbosa, a pesar de que a mí me lo parecen más cuando cae la tarde y la oscuridad incipiente me anticipa éxitos venideros. Sus cabellos cobrizos, de henna , caían sobre su cara pero no la ocultaban; permitían que pudiese vislumbrar unos ojos grandes, oscuros y, sobre todo, muy expresivos a pesar de que ella no paraba de grabar fijándolos en la pantalla extraíble de su videocámara.

Ufff, dudé durante unos segundos sobre qué hacer, pero la presión que sobre mí ejercía el estar conduciendo ese vehículo por encima de los límites no me permitía abandonarme demasiado. Era cierto y punto: una preciosa mujer estaba grabándome mientras yo conducía deprisa por una autopista que no me era familiar y su mano, en esos momentos, describía círculos sobre la incipiente elevación que describía mi pantalón. La única parte de mi cuerpo que desde el primer momento sí había asumido la situación. Ella estaba interesada en demostrarme, por la manera en la que se mordía el labio inferior, que hacer eso con sus dedos le encantaba y excitaba.

Tuve que sonreír a la cámara.

Tuve que mirar entre sus desnudos muslos.

Tuve que volver rápidamente a la carretera para no salirme del carril.

Tuve que hacer tantas cosas a la vez que no me percaté de la frenética actividad trasera hasta que una presión fuerte, sobre mi asiento, me hizo mirar por el espejo retrovisor y quedarme obnubilado por lo que la superficie del mismo me reflejó. Bajé el volumen del RadioCD y distinguí con claridad, entre el rugir del motor, el inconfundible sonido de unos verdaderos jadeos. Enseguida comprendí. La pareja que iba atrás, mi novia y alguien, supongo que el acompañante de la cineasta, estaban teniendo una verdadera y rica sesión mañanera de sexo a más de 150 km/hr, y en mis propias narices. Me llegaban sus jadeos, sus respiraciones entrecortadas y los dulces y morbosos insultos que se regalaban recíprocamente. Joder, que atrevimiento; yo era el chofer que facilitaba que mi novia se desahogase con otro en mi propio coche. Follaban. Y lo hacían fuerte, sin reparos ni tapujos por nuestra presencia, la de sus respectivas parejas.

Ella, mi copiloto, en la que sería su caliente opera prima, empezó a recoger, sin dejar de acariciar mi creciente inquilino, las escenas de la lucha que atrás se estaba llevando a cabo. Joderrr, por los gritos de mi chica sería fácil adivinar que estaba siendo bien follada, profundamente jodida por el dueño del ariete trasero. Por mi parte, sólo me quedaba intentar que la velocidad fuese constante, para no importunarles con imbéciles frenazos o acelerones que rompiesen su ritmo. Como si fuese Morgan Freeman, el chofer de Miss Daisy, les llevaba sin contratiempos, profesionalmente. Sólo me quedaba mirar hacia atrás por el espejo, donde, de vez en cuando, se adivinaba la postura en la que ambos estaban disfrutando. Sólo se me permitía ser testigo de un ardiente reflejo.

¿Qué sentimientos tenía, os preguntaréis? Pues, lo recuerdo claramente: de verdadera excitación. Y no sólo porque la segunda mujer en cuestión ya hubiese bajado mi cremallera y estuviese dando unas caricias a, mi cada vez más, exaltado miembro, no; sobre todo por atisbar a mi hembra en esa situación, cosa que había sido algo que poblaba mis fantasías, casi obsesivamente, desde hacía mucho tiempo, y ahora, sin haberlo preparado ni forzado, se daba de forma natural y espontánea a mis espaldas. La emoción era muy fuerte, mucho más de lo que yo nunca hubiese creído, os lo aseguro. Y se veía potenciada hasta el infinito por la sensación que tenía de no querer (o no poder) parar el auto. El morbo de esos momentos es lo que más me cuesta describir, pero me atenazaba el estómago de manera vertiginosa. En ese momento, las palabras de mi vecina truncaron el disfrute solitario de la escena:

-Bueno, ¿has visto cómo se están poniendo estos dos? Ufff, vaya tomas que estoy pillando, Tigre.

-¿Y por qué no me las cuentas, que yo ando algo ocupado con esto entre las manos?

-Si es por eso, te diré que yo también tengo las manos ocupadas, ¿no?

-Ya, pero tú les ves y yo no. Es más, tú hasta les puedes grabar.

-Pues te diré que tu linda muchachita es un verdadero volcán que en vez de escupir lava, se la traga. Nunca había visto desaparecer la polla de mi chico así, entre mis piernas o las de otra mujer, de verdad. Y eso que ya hemos grabado unas cuantas escenitas antes que esta. Es increíble, tío. Cabalga como nadie, en serio. Como se te ocurra frenar, se la vas a partir. Y la cara… su carita de zorra es una delicia… A ver Yara, mira un momento a la cámara… sí, bien, así, hay que ver chica, que cara de perrita en celo se te pone cuando estás disfrutando. Tendrías que verla, Tigre. Lo que te estás perdiendo, en serio

No es que sus descripciones fuesen muy buenas, pero eran lo suficientemente gráficas como para una vez unidas en mi imaginación resultasen un cocktail que me tenía tan embriagado como excitado. Cosa que mi acompañante notaba cada vez que se acordaba que me tenía en sus manos.

-Pues creo que aquí al chaval no le importa mucho lo que le están haciendo a su novia, bueno, yo diría que todo lo contrario, ¿eh? Ahora va a resultar ser uno de esos chicos que disfruta viendo como se tiran a su chica, ¿no?

-Bueno, siempre y cuando yo también tenga mi ración de novedad, ¿no crees?- y sujetando firmemente el volante con la mano izquierda, llevé la otra a su pronunciado y atrayente escote para sopesar la dureza de una de sus tetas, la que me quedaba más cerca. Indudablemente, era más grande que la de mi chica, cosa que me satisfizo en principio, aunque habría que ver cómo respondía a mis caricias.

-Uhmmm, vaya, si nuestro piloto es capaz de atender a todo, que tío. Conducir, mirar a los de atrás, tocarme y enderezar esta polla que cada vez me gusta más- y me pajeo con un poquito más de interés de lo que lo venía haciendo hasta ese momento.

Pude, durante un segundo, ver la cara del tío que se estaba tirando a mi novia en mis propias narices. Y me sonaba, me sonaba tanto que enseguida encontré en mi fichero mental su cara, su cuerpo, su nombre: Nío. El escritor que ya había hecho de ella su musa sexual en un relato que Yara fue construyendo con él, párrafo a párrafo y que habíamos ido leyendo con verdadero morbo y ardor. Al que le debíamos el haber follado más de una vez al imaginar las escenas más fuertes de Dulce encerrona, el relato. ¡Que cabrón! Lo había imaginado tan bien en su escrito y ahora lo estaba haciendo realidad allí mismo, en mi coche. Sin pararme a pensar cómo habían quedado hasta llegar al asiento trasero, empecé a disfrutar intensamente de que ellos estuviesen allí y mi polla recibiese su regalo de manos de la chica de Nío, la cineasta.

Atrás todo fue in crescendo hasta alcanzar un orgasmo pasional que los gritos de mi Yara rubricaron al correrse a 150 kilómetros por hora. Tuve la sensación de que ella había llegado a la cima de nuestros mejores polvos. Percibí por ello un cosquilleo que identifiqué con un conato de celos pero que al apretar uno de los pezones de mi acompañante se desvaneció fulminantemente para dejar paso a un estallido en mi polla que me anunciaba que mi corrida no tardaría demasiado en llegar. Giré la cabeza hacia atrás, y vi la espalda desnuda de mi novia, echada sobre el pecho de Nío, con su precioso culito, prieto y levantado de tal forma que podía ver cómo la polla, todavía dentro del húmedo coño de ella, tenía una parte ya fuera de éste. Él había llevado uno de sus dedos entre las nalgas de mi novia y lo tenía dentro de su culo. Ese culo que solía alojar mi polla o algún rico masturbador que ella usaba para calentarme mientras se autopenetraba a si misma. Volví la cabeza con esa imagen en mi retina y me recreé en ella mientras dejaba que mi vista se perdiese en la línea del horizonte, al final de la recta por la que circulábamos los cuatro. Entonces, furiosamente, arremetí con mi mano entre sus piernas, golpeando sin querer la cámara, que cayó a sus pies.

-Abre las piernas, zorra, que quiero tocarte entre ellas. ¡Te vas a enterar tú…! Ufff, y sin bragas que vienes, ¿te las has quitado para mí?

-Pues sí- y abrió sus piernas tanto que la escueta falda que llevaba se le subió casi a la cadera, como si fuera en una moto y pude ver, directamente, su coño; sus labios, sobre los que había una hilera de vello bien cuidado. Mostrándome su tesoro me dijo: ¿Así, cabrón? ¿Así te vale?

-Joderrr, esos dos de atrás me han puesto a mil y tu coño va a ser la víctima de mi calentura.

-¿Y a qué esperas? Pero no dejes de conducir, no nos vayamos a ostiar.

Con la mano en los pliegues de sus labios, los de abajo, me pregunté: ¿Y por qué tengo que conducir el coche mientras los demás están al temita? Yo tengo que evitar un accidente, lo que no es nada fácil, pero, a la vez, siento una especie de impulso interior que me impide parar y follarme a la que ahora deja que bucee entre sus piernas. E hice un esfuerzo mental por intentar comprender lo que allí pasaba. Un esfuerzo infinito.

En ese preciso instante, como si la humedad en la que chapoteaban mis yemas fuese el vehículo del mensaje y yo fuese un ciego que sólo sabe leer con los dedos, me acordé de una especie de apuesta que había hecho. Ostias, la apuesta, claro, eso es

Aunque no pude recordar cuándo, ni dónde, sí recuerdo qué y entre quién: “Ser capaz de conducir, sin parar, hasta entrar en la reserva, mientras Nío y Yara van atrás, en el asiento de mi coche, y con permiso para todo lo que ellos quisiesen hacer. Si paraba perdía la apuesta, que no recuerdo en qué consistía pero intuyo que algo importante. Si aguantaba hasta entrar en la reserva, la primera gasolinera que viésemos sería el punto medio del viaje. Allí, llenaríamos de caldo el depósito, su chica y yo iríamos al asiento de atrás, Yara se sentaría en el asiento del copiloto y él tendría que conducir de vuelta, bajo las mismas condiciones”. Esas eran las premisas de la apuesta, por lo menos las que recordaba perfectamente.

Y ahí seguía, con las notas de Wonderland Avenue martilleando en mi cabeza, impulsándome a esperar a que la jodida bombilla del indicador de la gasolina apareciese ante mis ojos y después, el maldito surtidor. Pero no penséis que quería que esto sucediese para que el cabrón de Nío dejase de hacer con mi novia todo lo que le apeteciese, no…, vamos, todo lo contrario, sus aventuras traseras me habían puesto de tal manera que deseaba ver esa luz roja para reventar, en la vuelta, a su zorrita, tal y como lo había hecho él con la mía. Además, enterrar mis dedos en su empapado coño me estaba llevando a una situación sin retorno y no quería correrme allí mismo, en los pantalones.

Sé que es una locura, pero le dije a mi acompañante que me ayudase a quitarme los pantalones. Ella entendió perfectamente lo que yo le iba a proponer y antes de que ninguna palabra saliese de mi boca:

-Vaya, a Tigre le gustan las emociones al volante, ¿eh? Pues te diré que me pone a tope comerme una polla mientras su dueño conduce.

Estaba claro que no iba a tener que decirle nada más. Tiró de los pantalones con gran maestría para la situación y postura, aunque la verdad, como sólo tenía que usar el acelerador, pude cambiar de pie mientras ella sacaba la fina tela de mis pantalones y me dejaba en slip frente a ella. Tuve que aguantar que mientras manoseaba mi polla por encima de la tela, siguiese grabando todo con su cámara, pero tras esa pequeña toma, echó hacia abajo mi slip, me pajeó un par de veces e hizo desaparecer mi rabo en su boca a pesar de la estrechez que había entre el volante y yo. Se las apañaba bien la putita; sabía moverse en esos espacios. Mientras, los de atrás, por lo que atisbaba por el espejo, habían vuelto a iniciar de nuevo, una buena follada, y ahora mi novia se sentaba, de culo, sobre la polla de Nío, que la recibía con verdadero placer. Parecía que no habían tenido bastante con lo que ya llevaban en los kilómetros anteriores o cómo si ésta fuese la última oportunidad que tuviesen para hacerlo en sus vidas. Los suspiros de mi chica volvían a incendiar la sensación suprema que tenía al verla en manos de otro hombre, pero esta vez, al tener mi polla dentro de la boca de la novia de ese mismo hombre, el efecto era el más morboso que me hubiese podido imaginar, os lo aseguro. En la postura en la que ellos estaban, sentía el aliento de Yara en mi cabeza, porque ella se había echado hacia delante para facilitar la penetración. De esta forma, sus labios llevaron hasta mí sus sensaciones más profundas:

-Joderrr, Tigre... estoy echa una verdadera puta, por ti y para ti... aghhh... Nío está haciendo lo que le da la gana conmigo, me tiene como una esclava y no puedo... aghhh... negarme a nada... aghhh... que cabronazo es... espero que te vengues en su chica, ¿lo harás? No te enfades, pero el demonio este me la está metiendo por el culo.... aghhh... me rompe, me rompe el culo que tanto te gusta a ti... uffff...

Por fin, la señal de reserva. Y no mucho después, la estación de servicio: perfecto y sin haberme corrido en la boca de la directora amateur del cine porno español, la putita de la cámara que me ayuda a adecentarme para salir a llenar el depósito (recuerdo que me tocaba a mí, porque ha sido él el que antes lo ha llenado). Cuando vuelvo, sólo queda un hueco en la parte de atrás, donde ya me esperan ansiosamente para iniciar un viaje, esta vez, el de vuelta. Antes de entrar dirijo mi mirada hacia el asiento delantero y allí están los preciosos ojos de mi chica que me indican que todo va bien, a pesar de mostrar en su rostro la calentura que le ha invadido por todo su cuerpo.

Cuando él vuelve a girar la llave del contacto, el CD se inicia de nuevo y Wonderland Avenue me reiteran la bienvenida a mis aposentos mientras que las piernas de mi deseada amante se abren para recibir y abrazar mi cuerpo:

“If you wanna be rich

You've got to be a bitch

If you wanna be rich

You've got to be a bitch”

Dedicado con mucho cariño y morbo a Yara y Tigre , el soñador.

También a mi chica, por recorrer con nosotros esa carretera.

Nío, a caballo (blanco) entre 2006 y 2007

joleters@hotmail.com