A Primera Vista
¿Crees en el amor a primera vista. Lucas, el protagonista de esta historia, sí cree que existe cuando, en su juventud, cayó rendido ante la virginal dulzura de Evelyn. Pequeño relato no erótico.
Este es un relato no erótico. No esperes sexo ni contenido explícito porque no lo encontrarás. Es un relato que escribí hace un tiempo y que decido publicarlo para disfrute de aquell@s que les guste leer historias de romance. ¡Disfrútalo! Y si te ha gustado, puntúa y comenta. Será de agradecer.
— ¿Existe el amor a primera vista?
Sentado frente a la ventana, en el viejo sillón del salón, no podía pensar en otra cosa. Lucas estaba absorto en un pensamiento pasado que el presente se encargaba de recordarle una y otra vez. Fuera, en el jardín, el sol resplandecía, las ramas de los árboles bailaban al son del suave viento, se respiraba un primoroso olor a primavera; de no ser por una pareja de gorriones que reposaban sobre el alféizar, el único compañero de su reflexión sería un tumultuoso y arrollador silencio que envolvía el ambiente.
Lucas tiene cuarenta años. Tiempo atrás, en su alocada juventud, ni hubiese imaginado enamorarse a primera vista, en un instante en el que la pasión llega sin apenas avisar, tan veloz como cuán ciclón; no se daría cuenta entonces pero el amor llegaría a su vida para quedarse. En su juventud eso hubiera creído. Se levantó y se acercó cauto a la ventana, los gorriones emprendieron su juguetón vuelo; ahora sí estaba a solas con sus osados pensamientos, con el único abrazo de un silencio calmado y respetuoso que ni hasta el grito más audaz rompería la paz y el sosiego que había a su alrededor.
En el sofá dormía Evelyn, consumida por una dulce y halagadora felicidad en su joven rostro. Verla dormir, tan soñadora y hermosa, enamoraba aún más a Lucas, le recordaba qué fue lo que le unió para siempre a una mujer de sedosos rizos rubios y tez clara, angelical y tímida. Cuando tenía veintiún años, nunca creyó que su mirada quedaría clavada muy hondo en la de una muchacha de dieciocho, cambiando para siempre su vida, mientras tomaba un café con pastas de avena tostada en la barra del bar, donde ella trabajaba cada fin de semana. El fortuito encuentro de los amantes ocurrió un domingo de principios de junio de hace diecinueve años. Hoy ese día reposa marcado en el calendario con un corazón rojo rodeándolo.
Evelyn estaba de rodillas en el suelo, sosteniendo la bandeja con una mano y recogiendo con la otra los vasos y platos rotos de un pedido que no pudo entregar. Sus manos, delicadas y temblorosas, por el tropiezo y por la dulces caricias de las de Lucas, no supieron asir los despojos esparcidos que yacían delante suya. Lloraba desconsoladamente, en un ahogado silencio; sus lágrimas caían por sus rosadas mejillas y morían en su boca, tan pequeña e inocente como la de una niña indefensa, que solo sabía decir "lo siento", sumergida en un halo de voz apenas audible. Luego su respiración se agitó y se desmoronó, con la cabeza gacha y llevándose las manos al rostro, triste y avergonzado. Dejó caer la bandeja y sus manos reposaban ahora más tranquilas y serenas, dejándose acariciar por las que le protegían. La joven había sido rescatada de las crueles garras de la tristeza, la agonía y la amargura. El café se había enfriado y las pastas reposaban estropeadas en el plato, olvidadas en un rincón del bar. Su salvador seguía a su lado.
El llanto infantil de Evelyn no cesaba, pero sí su nerviosismo. Aquellas misteriosas manos fuertes, varoniles, suaves y consoladoras permanecían apretadas junto a las suyas. Sus lágrimas se secaron y sus ojos le brillaron, y al fin alzó la mirada, muy despacio, cruzándose en el camino con la de Lucas. Fue un instante en el que el tiempo se detuvo por un segundo, envuelto por la magia, nada de lo que ocurriera importaba, y deseaban que siempre fuera así. Los jóvenes clavaron sus tiernas miradas en lo más profundo de sus almas. Lucas alzó a la delicada muchacha, sin soltar sus manos ni dejar de mirarla, y se abrazaron fogosamente, respirando mutuamente el maravilloso perfume de sus cabellos. La apretó con fuerza contra su pecho y la consoló, como una madre serena a un hijo asustadizo y le estrecha contra su seno, en donde un día estuvo protegido y a salvo. Y entonces su llanto se apagó. La delicadeza de Evelyn sumergió a Lucas en un sentimiento apasionado. Se estaba enamorando a primera vista, eso creía.
Verla dormir le recordó qué le enamoró de ella. Dormía con la misma delicadeza de aquella veraniega tarde de domingo de hace diecinueve años, como la de ahora, en la que sus miradas se cruzaron por primera vez y llegaron para quedarse eternamente en sus vidas. Evelyn no había perdido su dulzura y Lucas no ha dejado de ser su salvador en todo ese tiempo. Sin dejar de mirar a la soñadora durmiente, se acercó despacio, posó sus labios sobre los de aquella y la besó. Fue un beso tan delicado como su virginal apariencia, tan hermoso y embriagador como el pensamiento que se paseaba por su mente. La amaba profundamente, y lo daba a conocer.
Volvió a sentarse en el sillón, los gorriones regresaron al alféizar, el sol crepuscular vagaba por el horizonte, los árboles descansaban tras su baile —dejando escapar de las ramas una música de arpa eólica— y el aire primaveral se preparaba para la brisa del atardecer.
Embriagado por la belleza del momento, Lucas cerró los ojos, respiró hondo y exclamó:
— Existe.