A por ella (III)
Un hombre posee por entero a sus esclavas. Es su Amo y ellas lo saben y lo aceptan, intentando satisfacer todos sus deseos. Los más refinados castigos son su placer. Y en la obediencia y la sumisión encuentran su delirio...
Había quedado con Vero pronto, ya que mi mujer había tenido que irse de la ciudad por un par de días, y tenía la casa sólo para mí. Llegó puntual a las ocho de la mañana, como se esperaría de una buena esclava.
-Hola Verónica. ¿Cómo va todo? -Hola Xavi. Bien. Tengo muchas ganas de empezar- me respondió después de pasar y cerrar la puerta - Eso de tener todo el día para nosotros solos me pone de los nervios. -Bueno tranquila que te cansaras de día.
Me dio un efusivo beso que casi predecía lo emocionante que iba a ser el día. Venía muy atractiva como le ordené que viniera, llevaba una minifalda negra y una camiseta de tirantes también negra que se le ajustaba al cuerpo como una segunda piel. Debajo debía de llevar unas medias rojas con ligero, tanga y sostenes a juego, las medias las veía y lo otro me lo imaginé. Estaba que quitaba el hipo. La llevé a la habitación ya preparada de antemano. Cogí la bolsa con las compras que le había mandado y las saqué situándolas encima de la mesita, dispuestas para ser utilizadas.
-¿Quieres empezar ya o deseas aguardar un poco más? -Me muero por empezar. Amo.
Lo primero que le ordené fue que se abriera de piernas todo lo que podía. Cogí una barra de madera que tenía y se la puse a la altura de los tobillos. Le até un extremo al pie derecho. Como aún sobraba un poco de barra en el otro extremo, le empujé el pie abriéndoselo más para que no sobresaliera la madera, y le até el otro pie. La hice estirar en el suelo boca abajo. Agarrándole una mano la tiré hacia atrás, acerqué el pie obligándola a flexionar un poco las rodillas, y le até la muñeca a la madera. Con el otro brazo hice lo mismo en el otro extremo. Cogí un pañuelo y le tapé los ojos y la enmudecí con una mordaza. Le puse unos tapones en las orejas para que no escuchara nada de la sorpresa que le esperaba. Até los extremos de la barra de madera, a una cuerda que colgaba de una polea del techo, y sin avisar tiré fuertemente. La cuerda la hizo subir y sus miembros tiraron de su cuerpo obligándola a soltar su primer quejido de dolor del día, al tener que soportar todo el peso del cuerpo. Estaba con la espalda arqueada soportando el peso de su cuerpo sólo por pies y los brazos, dejándome sitio para maniobrar con tranquilidad. Cogí un vibrador bastante gordo. Al abrirse de piernas la minifalda muy ajustada se le había subido enseñándome el tanga rojo. Saqué la tira del tanga que tenia metida entre los labios y me ocultaba su agujerito, apunté el vibrador, y se lo metí de un tirón sin preocuparme por si entraría o no. Un sollozo me aviso del dolor que sentía por la brusquedad y por el tamaño de aquel artilugio. Lo metí bien adentro mientras Vero se movía compulsivamente. Cuando ya se detuvo conecté el vibrador que comenzó a moverse y a hacer de las suyas. Cerré la puerta de la habitación y la dejé allí colgada, pasando al comedor.
Espere poco rato antes de oír el timbre otra vez. Esta vez, Cristina se había adelantado, y le haría pagar muy caro la osadía de tal atrevimiento. Abrí la puerta, allí estaba tan atractiva y apetitosa como siempre. Había escogido un conjunto que le favorecía mucho las curvas que tenía, y marcándole muy bien esos alucinantes pechos. La hice pasar y la llevé al comedor. Me senté en el sofá mirándola de arriba a bajo, con una cara de asco. Para que no se acostumbrara a tenerme contento (que lo estaba), y a que no se relajara en la búsqueda de modelitos para los encuentros que teníamos, opté por humillarla quejándome del vestido que había traído.
-Te creerás que vienes guapa, ¿no? -¿Que no te gusta cómo vengo? Lo he comprado especialmente para ti. -Quítate esos harapos asquerosos. Si no sabes vestirte para la ocasión irás sin ropa, zorra.
Con una cara de lastima y muy angustiada se quitó la ropa lentamente esperando una contra orden. Me levanté y miré la ropa interior que traía puesta. Unas medias transparentes negras con ligero, tanga y un sujetador con blondas que me hacían levantar el miembro. La rodeé mirándomela con cara de descontento.
-¿Y esto también lo has comprado para mi? Esto... -Sí. ¿Que no te gusta, tampoco? -me dijo casi con lagrimas en los ojos.
Negando la pregunta cogí por detrás el ligero con las dos manos y lo rompí, después tire de él arrancándoselo del cuerpo. Cogí el sujetador y tiré fuertemente rompiéndo los cierres. Me sitúe delante de ella cogiéndolo y rompiendo los tirantes para arrancárselo también. Dirigí mis manos a su tanga y éste se lo arranqué de un fuerte y seco tirón. Con las medias, más difíciles de romper, opté por rasgárselas, quedando carreras y roturas por todos lados, pero no se las quité. Me daba mucho morbo verla desnuda con las medias puestas, hechas trizas.
Le advertí que llegaba con antelación, le regañé y le obligué a sentarse sobre mis rodillas, enseñándome los glúteos del culo. Cogí el látigo que ya había preparado, y comencé a azotarla fuertemente sin compasión. Como una esclava veterana, aguantó todo el castigo sin quejarse por ninguno de los azotes. Con el culo rojizo por los azotes, se cayó al suelo de cuatro patas cuando me levanté sin avisar. Al intentarse levantar me senté encima de su espalda, impidiéndoselo. Le recriminé que si vestía como una perra, andaría como una perra.
La dejé para recoger unas cuantas cosas de la habitación. Al entrar me encontré a Verónica sin vibrador. Se le había salido del coño, y estaba en el suelo. Cerré la puerta, lo cogí y lo apunté a su ojete. Movimientos espasmódicos y gemidos de dolor, siguieron a la penetración. El aparato comenzó a entrar difícilmente por el agujero trasero, que aun no tenía dilatado. El grosor del mismo y los movimientos, dificultaron que se lo metiera del todo, pero entrando más de la mitad me di por satisfecho. Lo conecté de nuevo y esta vez lo sujeté con la tira del tanga, para que no saliera.
Regresando al comedor, observé que Cristina aún estaba a cuatro patas. Le tapé los ojos con un pañuelo y dándole un azote con el látigo, le ordené que fuera gateando por el comedor. Mientras circulaba intentándose no darse con ningún mueble, me desnudé del todo para estar más cómodo. La detuve y me monté en su espalda. La hice gatear conmigo encima durante un buen rato, mientras le recriminaba la poca velocidad que alcanzaba. Cada vez que aumentaba el paso, más torpe gateaba. Comencé a azotarla para que pusiera todas las ganas en ello. Pronto comenzó a tropezar y a entravancarse, mientras la fuerza de los azotes aumentaban en dureza. Con un duro último latigazo que le hizo soltar el primer grito de dolor, la detuve.
La llevé a la mesa de centro, la hice estirar boca abajo encima de ella, dejándole los muslos bien pegados a las patas, los brazos colgando por el otro extremo y las tetas saliendo un poco por cada lado. Le até los muslos y los brazos a las patas para que no se pudiera mover. Le acerqué mi miembro a la boca y le ordené que lo chupara. Comenzó a buscarlo a tientas, cuando lo encontró lo succionó metiéndoselo en la boca. Con la lengua empezó a juguetear y lamérmela intentando tirar la piel para atrás. Luego utilizó los dientes, dando mordisquitos cariñosos, intentando que poco a poco se me hinchara para tener la faena más cómoda. Al ver que no podía, la saqué y tiré la piel que tanto le molestaba, para atrás. La recibió con alegría y comenzó a chupar como nunca. Le cogí los pelos con la mano, y mientras se me ponía a tono, la fui metiendo y sacando rítmicamente mientras su lengua recorría todos los rincones de mi polla. Una vez ya empinada del todo y agarrándole bien los pelos, se la introduje toda dentro. Intentó mover un poco la cabeza para retirarla un poco sin lograrlo, y cuando la detuvo saqué mi polla bien mojadita de saliva.
Me dirigí a su culo, poniendo la punta en la entrada de su cueva comencé a meterla suavemente sin recibir oposición. Entró poco a poco hasta el final. Me agarré a sus hombros para no caerme y comencé los movimientos rítmicos de penetración. Fui metiéndola y sacándola lentamente, mientras unos leves quejidos acompañaban mi cintura, cuando empujaba mi polla dentro de su calentito culito. Los casi silenciosos quejidos, se transformaron en silenciosos jadeos con el transcurrir de las penetraciones, que poco a poco fui aumentando de intensidad y furia, tal que no pudiendo reprimirse más sus jadeos se hicieron evidentes y muy ruidosos. A cada embestida le acompañaba un jadeo que me ponía cada vez más excitado, y excitado dirigí mis manos en busca de sus pechos, separados del cuerpo y aplastados contra la mesita. Hallé los pezones, y comencé a acariciarlos dulcemente mientras los jadeos aumentaban por la excitación. Pronto me vinieron las ganas de correrme, y sin aguantar más escupí todo mi semen dentro de su culo que lo recibió con un largo jadeo final. Saqué la polla y le retiré el pañuelo que le tapaba los ojos. Le ordené que me la limpiara de restos de mi leche. Cris abrió los ojos todo lo que pudo sin creerse la orden que estaba dándole en aquel momento. Cogí el látigo y le azoté en la espalda. Le volví a repetir la orden, y poniendo cara de asco abrió la boca recibiendo mi sucia polla. Comenzó con la lengua mientras escondía unas cuantas arcadas, moviendo lentamente la lengua, recorrió toda mi polla limpiando los restos de mi semen y las impurezas de su culo, indignas de mí. Al acabar y retirar mi polla, vi que aún tenía los restos mezclados con saliva en su boca. Le agarré de los pelos levantándole la cabeza, y le ordené que lo tragara todo y no quería que ensuciara nada. Después de ver cómo se lo tragaba y dos intentos de vomitar, se quedó paciente con cara de asco.
Agarré una mordaza y le tapé la boca por lo que se le venía encima. Cogí un pepino de unos doce centímetros de diámetro y apunté a su culo. Separé las nalgas con la punta del pepino y al notar el tamaño de aquello y hacia donde iba, Cris comenzó a gritar saliendo de su boca ruidillos asfixiados por la mordaza. Su culo no lo podía mover, aunque el resto del cuerpo que sí podía, se agitaba como posesa. No me costó mucho meter la punta que era un poco más grande que mi polla, pero cuando el pepino comenzaba a ensancharse, sus movimientos se detuvieron para solo oírse un continuo e interminable quejido, que acompañó al pepino abriéndose paso por su maltrecho agujero, hasta que después de unos 23 centímetros de pepino me detuve. El quejido fue disminuyendo lentamente hasta fundirse con el silencio. Cogí un vibrador normalito y se lo metí por el coño. Lo conecté y me aseguré que no se le saliera fácilmente.
Puse unos tapones en las orejas a Cristina para que no escuchase nada, tapé de nuevo sus ojos y dejándola atada me dirigí a la habitación donde estaba Verónica. La encontré en la misma posición, no era de extrañar, pero su chochete derramaba cantidad de jugos vaginales. En el suelo había una gran mancha que de alguna forma tenía que recoger. Saqué el vibrador y la desaté dejándole brazos y piernas libres, también le quité la mordaza los tapones y el pañuelo de los ojos.
-Eres una guarra, has ensuciado el suelo y ahora mismo lo vas a limpiar con la lengua y a cuatro patas.
Poniéndose a cuatro patas, comenzó a lamer toda la mancha que su chochete había dejado caer, y sin más le puse mis pies delante para que me los lamiera. Mientras seguía con mis pies, me senté al borde de la cama buscando la careta que su novio había comprado. Cuando ya tuve bastante, le agarré de los pelos levantándole la cabeza y dejándola arrodillada delante mío. Le puse la carreta de cuero negro. Era una careta que le cubría toda la cabeza, con una abertura en la boca en forma de argolla que le impedía cerrar la boca. Le ordené que se girara, le até las manos entre sí y alrededor de la cintura. Sólo tuve que señalarle mi verga, para que entendiera lo que deseaba. Acercó su cabeza a mi entrepierna, y fue metiendo mi polla por el agujero que daba a su boca. Cogí el látigo mientras ella comenzaba la tarea de mamármela. Notaba como movía la cabeza rítmicamente utilizando lengua y dientes, para acariciarme y chuparme toda la polla tiesa, que otra vez estaba a punto de correrse. Comencé a azotarle la espalda, mientras los azotes le hacían avanzar la cabeza engullendo mi miembro sin compasión. Su lengua recorría todos los rincones entre mordisquito y mordisquito, que hacían aumentar mi placer rápidamente, estaba seguro que había estado practicando y había aprendido muy bien la lección, de cómo ponerme a cien en pocos minutos. No por ello era mi esclava preferida. Pronto comenzó a gemir entre azote y azote, que cada vez aumentaba de intensidad y ella acompañaba con gemidos de placer, que junto a la mamada aumentaban mi placer. Su lengua buscaba mis más sensitivos rincones, sacándome todo el placer que podían sacar, y cuando ya lo habían exprimido bien, seguían por otro rincón para prolongar y aumentar el placer que me estaba sacando de mis casillas. Casi no coordinaba con los azotes en su espalda, cuando sus dientes mordisquearon suavemente mi verga, recorriéndola de principio a fin, haciéndome estremecer y agitando todo mi cuerpo en una tremenda eyaculación, que expulsó toda la leche que tenía reservada para Verónica. Me corrí mientras cerraba las piernas en torno a su cabeza aprisionándola, moviéndola al ritmo de mis espasmos, mientras iba escupiendo chorros de semen dentro de su boca, y ella seguía lamiendo y chupando como pudo hasta que dejé de eyacular. Sacando la verga de su boca, le ordené que se tragara todo mi esperma que con tanto gusto le había dado. Sin esperar un segundo, pasó garganta abajo, y muy sumisa sitúo la cabeza entre mis piernas esperando otra orden mía. Busqué su entrepierna, notando como los pelillos estaban empapados. Era hora de que mis dos esclavas se conocieran.
Le saqué la careta y le até los pies de forma que pudiera caminar con pasos muy cortos.
-Ven que vas a seguir lamiendo y chupando.- le dije con una sonrisa en la boca.
Me siguió hasta el comedor muy lentamente, más que con pasitos, arrastrando los pies de lo corto que había dejado la cuerda. Al entrar por la puerta y ver a Cristina que estaba con el pepino en el culo atada en la mesilla, sus ojos se abrieron llenos de asombro e incredulidad. No pudo articular palabra. Me miraba y volvía a mirar a Cristina para volver a mirarme.
-Ya te dije que había tenido alguna experiencia, ¿no? -le susurré.
Afirmó con la cabeza y con la boca abierta. Le dije que se quedara quieta y que no hiciera ruido. Saqué cuidadosamente el pepino, el vibrador y la mordaza. La desaté sin quitarle los tapones de las orejas. La giré y le até los pies y las manos de la misma forma. Los pechos se me insinuaban junto con el coño, que aún tenía rasurado y con un poquito de liquidillo , mostrándome toda la hermosura que Cristina podía darme, pero que esta vez no gozaría yo.
Obligué a Vero a arrodillarse delante de las piernas abiertas de par en par de Cristina y le desaté las manos. Vero la miraba con cara aturdida. Le señalé la raja de su compañera. Me miró sorprendida. Había entendido lo que quería, pero no se lo podía creer. Miró la depilada raja durante un momento y me miró de nuevo negando con la cabeza. Le enseñé el látigo que sujetaba mi mano, y con cara de pocos amigos le volví a señalar la raja. Acercó la cara a la entrepierna y se detuvo, colocó las manos, una a cada lado, como si no se atreviera. Me miró y sin esperar contestación comenzó a lamer la vulva de Cristina. Aprendiendo poco a poco, separó suavemente los carnosos labios vaginales, y aguantándolos con dos dedillos cada uno metió la lengua entre ellos lamiendo el suquillo que salía del coñito. Poco a poco Cristina comenzó a resoplar rítmicamente en un intento de apaciguar y acallar los jadeos. Los soplidos asustaron a Vero que se detuvo un momento mirándome, y continuó a una señal mía. Buscando lamía y chupaba los labios de los dos lados, para luego meterle la lengua por la raja, bien a fondo, continuando con el clítoris que comenzaba a moverse levemente, junto con su cadera que buscaba más y más placer, de aquella lengua inexperta que no era la mía. Los jadeos no tardaron en aparecer, y poco a poco aumentaron el volumen acompañando los lametazos mi esclava favorita. Aprendió pronto, dónde daba más placer su lengua, y se centró básicamente en esos puntos, sin olvidar de vez en cuando los demás rincones, que también entraban en el juego. Susurré al oído de Vero que le diera algunos mordisquitos. Sin más, comenzó entre mordisquito y mordisquito a lamer. Un tremendo jadeo al morderle el clítoris, hizo que las lamidas y mordiscos se centraran más por esa zona, que cada vez estaba dando más placer a aquella perra en celo, que estaba llegando al orgasmo. Pronto su cintura comenzó a tremolar, y los jadeos se hicieron casi continuos, en señal que se iba a correr. Me acerqué a Vero y le dije que gozara con ella y que recibiera y se tragara todo el liquido de su orgasmo. Un chorro de flujo salió inesperadamente hacia la cara de Vero, que asustada apartó un poco la cara sin tener la suerte de librarse del chorro. Volviendo a su trabajo continuo chupando y lamiendo los jugos que había escupido Cristina, que aún seguía jadeando por las continuas atenciones de Vero.
Me dirigí hacia Cristina y le quité los tapones de los oídos.
-¿Te gusta zorra? -Siii... ...mi amo. Me gusta mucho amo.- me contestó entre gemidos.
Sin comprender que no era yo quien la había hecho correrse, le quité el pañuelo de los ojos. Me miró y levantó la cabeza para ver quién le estaba dando tanto placer. Al ver a Vero, que mientras seguía lamiendo la miraba, dejó de jadear poniendo una cara de aturdida y de circunstancia. Sin creérselo aún, su cara iba cambiando y sin poder aguantar más, dejó caer la cabeza y estalló en una serie de jadeos continuos, que me mostraban que Vero estaba haciendo su trabajo a la perfección. Antes de que se volviera a correr cogí dos pinzas con unas pesas y se las coloqué en los pezones que se estiraron dos centímetros cuando las dejé caer acompañado de un grito de dolor que apagó furtivamente. Ordené que Vero se quitara, y con mi polla bien tiesa por el espectáculo que acababa de ver, la introduje dentro del coño de Cristina que no dejó ni un solo momento de jadear. Metiendo y sacando mi verga los temblores retornaron a la cintura de Cristina, que me acompañaba con tremendos suspiros y jadeos, que indicaban una próxima corrida. No tardó en llenarme la polla de aquellos líquidos que expulsaba otra vez su chocho, corriéndose por segunda vez. Levantando la cabeza, me miró cómo continuaba arremetiendo sin dejar de mover mi cintura de un lado para otro, sumido en los olores que desprendían los jugos que se deslizaban por su entrepierna, mezclándose con los sudores de su cuerpo que no dejaba de jadear por el placer que estaba sintiendo. El placer que estaba sintiendo era sobrecogedor y mi verga, moviéndose sin tregua entre los fluidos de aquel apetitoso coño. Ordené a Vero que le chupara el culo y colocándose debajo de mí comenzó separando las nalgas a chuparle el culito sin dejar ningún rincón. Entre los dos, los jadeos de Cris pronto se volvieron rítmicos y casi continuos, después de un rato de estar follándomela y de que Vero le chupara el culo. Comencé a estallar escupiendo semen en cada penetración, mientras que Cris al notar cómo mi caliente semen se deslizaba entre las paredes de su cueva, estalló en otro tremendo orgasmo, esta vez más largo acompañado de un alarido que acompañó el semen de mis últimas embestidas, que la dejaron exhausta.
Me retiré y le dije a Vero que le ofreciera su conejito. Vero colocó una pierna a cada lado de la cabeza de Cristina, de cara a mí, que aún estaba arrodillado a sus piernas. Cris me miraba levantando la cabeza con unos ojos de incredulidad. Ordené a Cris que le hiciera correrse como ella había hecho. Vero se agachó acercando su húmedo regalito a la cara de Cris, y ésta girando y poniendo mala cara se negó. Vero me miró confundida mientras cogía el látigo. El primer azote hizo que Cristina levantara la cabeza acompañada de un grito de dolor, seguí azotándola mientras sus labios proferían gritos. Intentó acercar la cabeza a la entrepierna, pero la retiraba acompañada de un alarido de dolor a cada azote que le daba en sus pechos. Al final consiguió llegar a la entrepierna de Verónica, sacando la lengua y aguantando todo lo que podía los quejidos de los azotes, comenzó a chupar la vulva de su compañera, con cara de asco. Proseguí un rato para quitarle la idea de retirar otra vez la cabeza, y cuando vi que todo iba bien y que Verónica había cerrado los ojos y movía la cabeza satisfactoriamente, dejé de azotarla. La cara de Cristina no mostraba mucha ilusión y entendí que ésta era su primera vivencia lesbiana, a lo cual no le di más importancia. Vero comenzaba a mover la cabeza y unos susurros me confirmaron que comenzaba a sentir la lengua cómo recorría toda su entrepierna. Cris se detuvo inesperadamente apartando la cara, intentando asqueada escupir algún pelillo del coño de Vero, que se le había metido en la boca. Con dureza le apliqué un duro castigo por cortar el placer de su compañera. El fuerte latigazo fue seguido de un terrible alarido que inundo todo el comedor, marcándosele las puntas de látigo en los pechos y parte del estomago. Mientras seguía quejándose seguí dándole azotes, no tan fuertes como el primero, pero que siguieron arrancando gritos de dolor, hasta que continuó con la tarea de satisfacer a su compañera. Estuve quieto esperando que Vero entrara otra vez en el juego y comenzara a mover la cabeza mientras sentía el placer de su rebelde compañera. Regañé a Cristina por su comportamiento y le comenté lo excelente esclava que era Vero. La humillé con insultos y le azoté los pechos que aún estaban rojos. Cris seguía lamiendo la entrepierna de Vero y ésta cada vez bajaba más la cintura, acercándole su precioso tesoro, que lamía esta vez con ganas. Pronto comenzó a gemir pausadamente, mientras de vez en cuando las piernas le flaqueaban por el placer y le tremolaban. Me sitúe detrás de Vero y comencé a azotarle el culo rítmicamente acompañando los gemidos que esta vez se mezclaban entre placer y dolor. Vero se torció ligeramente, sus manos en su entrepierna le abrieron los labios vaginales, ofreciéndole todo un mundo y una invitación para que además del exterior, le metiera la lengua dentro ofreciéndole todo el placer que pudiera. Los gemidos aumentaron el ritmo cuando Cris comenzó a chuparle y meterle la lengua dentro de su coño, que ya humedecido no se separaba de la cara de su compañera. Comencé a azotarle los pechos mientras tiraba la cabeza para atrás, sin poder reprimir el gozo que surgía de sus labios en forma de gemidos, que mezclaban el placer y el dolor de los latigazos que cada vez aumentaban más su frecuencia y se mezclaban con el sonido de los azotes. Los gemidos se transformaron en gritos, mientras que cada vez aumentaba más la fuerza de los latigazos contra sus pechos, que cada vez estaban más rojos. Un alarido continuo acompañó la corrida que dejó ir todos los jugos sobre la cara de Cristina que intentó apartarla antes de recibir un azote y una orden de que siguiera chupándole y lamiéndole todo el coño hasta que se hubiera tragado todos los líquidos que amablemente le había ofrecido. Vero sin recibir descanso siguió gimiendo, mientras situándome detrás suyo y con la polla tiesa de nuevo, se la metía por detrás, haciéndole soltar un gemido de satisfacción al recibir mi verga calentita en su culo. Ordené a Cristina que no parara, y comencé a meterla y sacarla lentamente, mientras el cuerpo de Vero se iba tumbando poco a poco sobre el cuerpo de Cris. Con Vero sobre Cris, y yo sobre Vero, seguí acelerando paulatinamente mis embestidas que movían ligeramente su cuerpo, que a la vez hacían frotar el clítoris de ésta sobre la boca de Cristina, que seguía lamiéndole todo el coño arrancándole gemidos de placer. Los gemidos casi continuos de Verónica me estaban poniendo a cien, y esta comenzó a contorsionarse mientras mis embestidas no paraban de follarse su dulce y suave culito que tanto placer me estaba dando. Sin poder aguantar más, noté un chorro que salpicaba mis testículos y la cara de Cristina, acompañado de un tremendo grito nos hizo saber que Vero se había corrido por segunda vez. Sin parar de soltar gemidos casi exhaustos, mi polla explotó, soltando todo mi esperma en las paredes de aquel cálido culo, que recibía mi regalo tan preciado. Sin esperar más hice que Vero se retirara colocándome en su lugar. Aun con gotillas de semen cayéndome por el capullo ordené a Cristina que me limpiara la polla de restos de semen y los restos del culo de Vero. Con cara de asco abrió la boca sacando la lengua, metiéndosela poco a poco busqué el principio de su garganta. Una brutal arcada hizo que la retirara de golpe. Cris giró la cabeza, un poco de vomito salió de su boca resbalando por su mejilla y cayendo al suelo.
La desaté mientras le daba tiempo a recuperarse. Una vez desatada la cogí de los pelos y la arrastré hasta la mancha que había soltado. Increpándola, le azoté fuertemente en el trasero con el látigo, mientras le recriminaba su rebeldía. Le ordené que lo recogiera con la lengua y que limpiara todo el suelo dejándolo reluciente como estaba antes. Cris humillada como nunca la había humillado antes, se quedó agazapada en el suelo sin moverse con la cabeza gacha. Viendo que no tenia intención de limpiarlo la levanté cogiéndola de los pelos.
Como casi era la hora de comer les enseñé la cocina y lo que había para comer. Casi todo eran fritos congelados y la sartén estaba apunto. Desnudas como estaban intentaron esquivar las gotas de aceite hirviendo que saltaba de vez en cuando. Sirvieron la comida y tranquilamente comimos.
Una vez acabados todos los platos. Me acerqué a la mancha que había soltado Cristina y le ordené que se acercara de rodillas. A cuatro patas, fue gateando temblorosa hacia la potada que estaba delante mío. Le dije que ese era su postre que si antes no había querido limpiarlo, lo limpiaría ahora con la lengua y que tenía que estar contenta por mi benevolencia. Cris me miró a los ojos con una suplica en ellos.
-Por favor amo. Acabo de comer. - me dijo con un tono de súplica.
Vero nos miraba como si la cosa no fuera con ella y al darme cuenta le ordené que se sentara en el frío suelo, con la cabeza agachada en son de obediencia. Y así lo hizo en un rincón de la habitación. Mirándome fijamente, le señalé la mancha y se lo volví a ordenar. Siguió con la cabeza gacha mirándoselo sin ganas de limpiarlo. Cogí el látigo y cuatro pinzas que llevaban una cuerda cada una. Le puse una en cada pezón y las otras dos, una en cada labio vaginal asegurándome de que no se soltaran. Con las cuerdas de las pinzas bien tensadas en una mano y el látigo en la otra, le ordené por ultima vez que lo limpiara, y como castigo por sus negativas tiré fuertemente de las cuerdas. Sus pezones y sus labios vaginales se estiraron bruscamente haciéndole soltar un alarido de dolor, y le siguió un fuerte latigazo en el trasero que le dejó marcado todas las puntas en su tersa piel. Sollozando por el dolor, me dirigió otra suplica que no deje que acabara por el tremendo alarido de dolor que soltó cuando tiré de nuevo de las pinzas. Sus pezones amoratados y sus rojos labios retornaron a su sitio, para que su culo recibiera otro duro latigazo que le hizo gritar otra vez. Convencido de su flaqueza por los dubitativos gestos de su cabeza, que se acercaba y se alejaba de la mancha del suelo, opté por darle un ultimo empujoncito. Tiré de las pinzas, pero esta vez no las solté. Sus pezones se estiraban rojizos por la presión de las pinzas al igual que sus labios, y su culo comenzó a recibir latigazos sin parar, mientras iba tirando más o menos las pinzas, para que el dolor no fuera siempre constante. Entre gritos y alaridos de dolor, dirigió su cabeza hacia la potada y sacando la lengua, dio un primer lametazo que le hizo venir una arcada. Advirtiéndole que si vomitaba más lo tendría que recoger todo, siguió con mucha fuerza de voluntad con un segundo lametazo que de nuevo le hizo venir una arcada. Siguió poco a poco mientras el dolor de los latigazos y el de las pinzas tivadas al máximo le hacia soltar algún que otro grito de dolor. Viendo que cumplía bien la orden, solté las pinzas y dejé el látigo.
Me dirigí a Vero mientras poco a poco, Cris limpiaba lo que había vomitado. Con cuatro pinzas más, se las coloqué a Vero en sus pezones y en sus labios vaginales de forma que al tirar de las cuerdas los labios se estiraran abriéndose opuestamente, dejándome libre la entrada de su coño. Era hora de tomar mi postre y ordenándole que se pusiera a cuatro patas, tiré de las pinzas que tiraron de los pezones y de sus labios abriéndome el camino para metérsela tranquilamente. Suavemente metí mi verga dentro de su coñito que aún no estaba mojadito del todo. Bien acoplado, solté las pinzas. Comencé a tirar poco a poco de las pinzas intentando medir su resistencia, que fenomenalmente no le había hecho gritar la primera vez. Cuando escuché el primer susurro de dolor, solté las pinzas para volver a tirar de ellas bruscamente. Un grito murió en su boca cerrada en el intento de aguantar el dolor y contentarme. Seguí tirando y soltando sin un ritmo establecido minando su resistencia. No duró mucho y el primer quejido y su coño ya humedecido me indicaron que ya estaba a punto para ser follada. Comencé a meterla y sacarla mientras tiraba de las pinzas, que ya hacían gritar de dolor a mi esclava y poco a poco comenzaba a mover la cadera buscando más placer. El movimiento se volvió rítmico y un poco brusco mientras yo iba tirando cada vez más fuerte de las cuerdas que tensaban sus pezones y sus labios vaginales, que me ofrecían un placer adicional cuando tocaban mi polla en alguna embestida. Sus gritos fueron aumentando a medida que los tirones de las pinzas se hacían más violentos y bruscos, tensando de sobremanera esos pezones entre rojos y amoratados y esos labios que suponía debían de estar del mismo color. Mi polla se deslizaba humedecida entre las paredes de aquel coño que tanto placer me había dado en la ultima reunión, mientras los tirones que le propinaba la hacían gritar de dolor, me excité tanto que llegando al orgasmo tiré fuertemente y un alarido hizo que Vero se corriera chorreando todo su liquido en mi polla y mojándome los testículos que casi estaban apunto de estallar. Y así ocurrió. Con el frenesí y la corrida mi verga estalló soltando todo mi liquido en varias sacudidas dentro de su dulce conejito.
Me separé de ella y le ordené que se fuera masturbando ella sola sin parar hasta que se corriera otra vez. Se estiró en el suelo mirando hacia arriba, mientras se metía los dedos dentro de su agujerito y con la otra mano iba tirando de las cuerdas que tiraban de las pinzas cogidas a sus pezones. Cris ya había acabado de limpiar el suelo y seguía lamiéndolo temerosa de mi castigo. Fui a coger a la habitación un encargo que le hice a Verónica y que seguro que no comprendió hasta que no vio a Cristina. Un cinturón con una polla de plastico para que las mujeres se follen las unas a las otras. Se lo di a Cristina que mirándoselo extrañada se lo puso rápidamente y sin rechistar. Vero seguía gimiendo y contorsionándose en el suelo, mientras sus dedos se acariciaban el clítoris y entraban dentro de la cueva, proporcionándose placer. Le ordené que se pusiera a cuatro patas sin dejarse de masturbar. Colocada Verónica ordené a Cristina que se la metiera por donde quisiera y le diera placer a su compañera. Como si tuviera odio hacia mi esclava preferida, apuntó aquel miembro, un poco más grande de la cuenta, a su ojete, sin avisar y de una fuerte estocada se lo metió hasta el fondo mientras Vero gritaba por el dolor que había recibido por detrás. Sin tiempo a nada, Cris comenzó a sacudirle el culo torpemente, mientras que cada empujón arrastraba todo el cuerpo de Vero hacia delante, mientras ésta se mantenía a cuatro patas como podía por culpa de las sacudidas. Estuve mirando un buen rato cómo Vero no dejaba de gritar, unos gritos mezcla de dolor y placer que Cris le inculcaba dentro de ella a golpe de cintura. Los gritos de Vero se hicieron tan continuos como cuando antes se había corrido, en señal de otro próximo orgasmo. Orgasmo que fue más tremendo que el anterior, soltando todo su liquido. Cris no paró de meterla mientras Vero apenas se sostenía y Cristina tenía que sujetarle de la cintura para que no se derrumbara sobre el suelo. Me sitúe detrás de Cristina y parándole un momento el trasero se la metí a fondo tal y como ella había hecho con Vero. Cris aguantó estoicamente el dolor y cuando la notó toda dentro de ella comenzó el mete saca que hizo que Vero no parara de gemir y gritar. Mis sacudidas, junto los vaivenes de Cristina y las sacudidas de la cintura de Vero se fueron acoplando poco a poco hasta llevar un ritmo más o menos parecido. Vero sin parar de gritar, excitaba de sobremanera mis ganas. Busqué como pude las cuerdas de las pinzas de mis dos esclavas, pero sólo encontré los del clítoris de Cris y uno de cada de Vero. Con los primeros jadeos de Cristina que se acoplaban a los de Vero comencé a tirar de las pinzas que había conseguido, aumentando los gemidos de las dos putas que se iban a correr. Vero estalló con un terrible aullido. Cris, sin fuerzas comenzaba a gritar casi sin tiempo a respirar entre grito y grito. Mientras las pinzas tiraban cada vez más haciendo aumentar el dolor que las dos sentían en sus partes, y excitándome de tal forma, que estallando en un tremendo orgasmo escupía todo el semen que me quedaba, dentro del culo de Cristina. Seguí metiéndola un rato más hasta que un temblor espasmódico zarandeó la cintura de Cristina, escupiendo jugos que se precipitaron por sus piernas hacia abajo.
Nos separamos y las llevé a la habitación donde coloqué una sabana vieja a modo de quita polvo. Vero se estiró a una orden mía mirando boca abajo. Cogí un palo de madera y le até una punta a la parte de atrás de la rodilla y el otro extremo por detrás de la otra rodilla sin que tuviera forma de juntar las piernas. Le até los antebrazos por detrás de la espalda y estos a los pies tirándoselos para atrás. La giré con cuidado, quedando con el culo separado de la cama por las piernas y la entrepierna abierta de par en par. Fui a buscar la depiladora de mi mujer y se la di a Cristina. Le ordené que le depilara toda la entrepierna a su compañera, al igual que yo lo hice con ella. Cris enchufó y conectó la depiladora, la dirigió hacia el pubis y comenzó a depilar a Vero que aguantaba el dolor de los pelos que la maquina arrancaba de raíz. A medio pubis depilado no pudo aguantar más, comenzando a gimotear y quebrase suavemente. Cristina a cuatro patas sobre la cama para poder trabajar mejor, continuaba mientras me colocaba detrás de ella con la polla tiesa por el placer de los gritos, que ya salían de la boca de Vero. Mi polla fue directa a su coño, mientras un leve gemido surgía de la garganta de Cris. Comencé a arremeter contra sus posaderas, mientras mi polla entraba y salía de aquel coñito suave y húmedo. El calor del coño y los jugos que mojaban toda mi polla me hacían excitar junto a los gritos de dolor que soltaba Vero, que sin poderse mover sólo podía gritar. Las sacudidas pronto arrancaron los gemidos de Cristina, que por los vaivenes de las embestidas la movían sin poder depilar bien el pubis de su compañera. Agarré cada pezón de Cris con una mano, y tirando fuertemente conseguí que los gemidos se aceleraran en busca de un orgasmo. Un tremendo gemido, que acompañé tirando de sus pezones durante todo el tiempo que duró el orgasmo, lo alargó mientras me chorreaban los jugos por la entrepierna y los testículos, un placer que hizo que me corriera soltando mi cálida leche dentro de su conejo. La saqué rápidamente y apreté la verga para dejar algo para Vero. Me coloqué sobre su pecho y solté la polla, saliendo aún un poco de esperma que fue a parar a su cara. Aliviado por la corrida fui esparciendo el semen que había caído sobre su cara, mientras no paraba de gritar y quejarse por el dolor. Con la boca abierta, le metí mi verga dentro acallando uno de sus gritos, mientras Cris, comenzaba con la parte más dolorosa y delicada, la parte que rodea a los labios vaginales. Le ordené que chupara y con una complicación entre grito y grito que mi polla acallaba, fue chupándome y lamiendo mi miembro que rápidamente se había puesto en guardia otra vez por los gritos que Vero soltaba y mi polla acallaba taponándole la boca. Tarde todo el tiempo que Cris empleó en depilarle cuidadosamente su entrepierna, y cuando el orgasmo me sobrevino, saqué mi polla escupiendo todo el semen sobre la cara de Vero que ya sin gritar buscaba con la lengua algún chorrillo de leche que pudiera capturar. Con mi polla restregué todo el semen manchándole toda la cara, dándole a lamer las ultimas gotas que salían de la puntita.
Agarré a Cristina atándola de manos y pies y colgándola boca abajo del techo. Su cuerpo arqueado me dejaba entrever un poco su rajita, un poco humedecida. Pero lo que más me importaba ahora era su culo. Cogí el gordo vibrador que Vero había probado nada más llegar, y se lo fui metiendo poco a poco por el ojete que al principio no se resistió. Cuando el vibrador llegó a su anchura total, Cris comenzó a gemir y moverse ligeramente como haciendo sitio al tremendo aparato. Ya dentro de ella lo conecté y se puso a vibrar solo, haciendo las mil y una en el culito de Cristina. Para garantizar que no se fuera saliendo, lo aseguré. Cogí seis pinzas con unas pesas cada una. Le puse una en cada pezón y las dejé caer de golpe, haciéndole soltar un suave quejido. Y las otras cuatro a los labios vaginales, dos en uno y dos en otro, e hice lo mismo. Estas ultimas pesas, eran más pesadas que las de los pezones y al soltarlas por turnos, surgió un grito que forzada apagó enseguida, aguantando las dos ultimas sin gritar pero con cara de mucho dolor.
Desaté a Vero que aun se quejaba un poco por la depilación. Le ordené que se tendiera en la cama boca arriba y até sus pies y sus brazos bien tensos para que no pudiera moverse ni lo más mínimo. Para asegurar que su cuerpo tampoco se moviera, até sus pezones con fino hilo de pescar, en sus labios sitúe pinzas con cuerdas que tensé bastante, como para que no le hicieran daño si no se movía. Quedó bien amarrada sin que pudiera mover un solo músculo sin recibir su castigo. Cogí una vela grande y cuadrada, la encendí y esperé que fuera haciendo un buen agujero, vaciándola cuando la cera se derretía. Así me quedó la vela con un hilo bastante largo, dentro de un agujero donde cabía bastante cera. Encendí la vela y esperé que el agujero estuviera todo lleno de cera bien caliente. Le susurre al oído que no quería oír nada. Acerqué la vela a su pecho y con el látigo en la otra mano por si acaso, le lancé toda la cera en un pezón. La cera cayó salpicando por todo su pecho, mientras un grito de dolor salía de su boca y su cintura se arqueaba tensando las cuerdas que le tiraban de los pezones y de los labios vaginales, creándole más dolor todavía. Un azote fue directo como castigo a sus pechos que recibían más dolor, meneándose más su cintura. Rápidamente y sin que hubiera dejado de quejarse de dolor, le lance la cera de la vela, que otra vez estaba llena y bien caliente. Esta vez se la lancé en el otro pezón que ya castigado y un poco rojo recibió la caliente cera salpicando y derramándose por su pecho, que otra vez recibía los tirones en el pezón, al contorsionarse espasmódicamente frente al dolor que estaban recibiendo sus pezones y acompañados de quejidos y gritos de dolor. Rojos los dos pezones volvieron a recibir dos azotes, estos más fuertes que los anteriores, que aumentaron aun más sus gritos de angustia y dolor. No se había parado de quejar y moverse cuando lancé cera sobre su ombligo esparciéndose por toda su barriga. Esta vez los movimientos y gritos de dolor fueron menos duros, pero no sin que sus pezones y labios sufrieran los tremendos tirones que se infringía al mover todo su cuerpo, y me di cuenta de lo mal que la había atado. Esperé que parara de moverse y se relajara un poco si podía, mientras el profundo agujero que se había formado en la vela se llenaba de cera caliente del todo. Mirándome con la cabeza tendida sobre la cama como si estuviera cansada , me observó cómo le indicaba con el dedo su recién depilado y aún dolorido chochete. Sus ojos se abrieron como platos mostrando su rostro el pánico que sentía, levantando como pudo la cabeza me suplicó que no se lo tirara ahí. Y sin apartar la mirada observó como caía toda la cera de golpe sobre su rojizo pubis que no tenía ya ni un pelo. Esta vez el dolor se podía fundir con sus gritos que silencié poniéndole la mordaza por encima. La cera había caído y se había deslizado entre sus piernas sin tocarle los labios. La cintura se movía de un lado para otro, recibiendo un dolor extra en sus partes más intimas, un dolor que no cesó antes de que le lanzara por última vez la cera, esta vez sobre sus labios que aún se movían y que aún se movieron más brutalmente, que en ninguna de las veces anteriores. Sollozando y quejándose del dolor, su cuerpo fue deteniéndose poco a poco hasta quedarse inmóvil, escuchándose un murmuro que salía de su boca amordazada.
Solté a Cris que durante todo el rato se había corrido dos veces con el vibrador en su culo. Sin hablar le enseñé la mancha que sus jugos habían dejado en el suelo. Sin decir nada mas, se lanzó a cuatro patas lamiendo toda la mancha sin dejar rastro alguno. Siguió por mis pies sin dejarse ningún rincón y comenzó a subir por mis piernas hacia mi verga. Cuando se la había metido en la boca, le agarré de los pelos obligándole a que me mirara. Le ordené que le quitara la cera a Vero y le lamiera para suavizarle un poco el dolor.
Soltó mi verga y se sitúo encima de Vero después de que le desatase del todo. Comenzó a quitarle la cera con cuidado, intentando no dejarse ninguna gota seca de cera. Una vez libre de residuos comenzó a lamerle un pezón con suavidad y soltando bastante saliva. Prosiguió con el otro pezón de la misma forma. Con los dos pezones brillantes por la saliva, bajó poco a poco arrastrando la lengua por su tripa, sin dejarse el ombligo en dirección a esa entrepierna que ya depilada me excitaba brutalmente. Acumuló bastante saliva en su boca y apuntando la dejo caer sobre el apurado pubis, resbalando por las comisuras en dirección a su clítoris. Sacó la lengua y se lanzó para que no se derramara ni una sola gota, extendiéndoselo por toda la raja. Vero sin aguantar más comenzó a jadear suavemente, atrayendo la mirada de Cris. Ésta se colocó perpendicularmente a Vero, de cara a mí, para poder meterle los deditos por su coño mientras lamía y chupaba sin parar sus pezones, buscando el placer de su compañera. Ya caliente me agarré la polla excitado por el numerito y comencé a meneármela suavemente, mientras una mano de Vero encontraba la raja de Cris. Sin parar de lamerle los pezones me miró como si pidiera permiso para que las dos se dieran amor mutuamente. Entendiendo a la primera, le hice un gesto con la cabeza afirmando la petición. Cris se fue colocando lentamente encima de Vero y comenzó a besarla apasionadamente, mientras las manos de las dos jugaban y buscaban el placer en la rajita de la otra. Parecía que Cris había aprendido bien cómo ganar puntos ante su amo, puesto que estaba a cien ante aquel numero lésbico. Seguí masturbándome tendido en la cama, mientras las dos sin descanso se besaban y se metían la lengua hasta la garganta mientras soltaban gemidos de placer. Estuvieron un buen rato, mientras los besos se convertían en fugaces entre la cantidad de gemidos. Acariciándole los pechos, sus manos recorrían el cuerpo desnudo de su compañera que no tardo en correrse, acompañándolo de un terrible grito de placer. Cris cambiando de mano, dio a probar a Vero sus propios jugos que mojaban su mano, mientras Cris no dejaba de jadear cerca del orgasmo. Aún tardó un poco más, y Vero le acompañó con los gemidos mientras notaba cómo su mano recibía todos los jugos, que le llevó a los labios. Chupó primero un dedo metiéndoselo poco a poco hasta dentro y luego dejó que Cristina acabara de limpiar sus líquidos de su mano.
Sin poder aguantar por la excitación y sin haberla dejado de menear me coloqué entre los dos y gritando de placer me corrí. Las dos juntaron las bocas intentando recoger mi semen que salía con fuerza hacia sus caras. Con un poco de cuidado tragaron lo que pudieron y me limpiaron entre las dos.
Ya tarde y como recompensa, dejé que durmieran conmigo en mi cama hasta el día siguiente que seguiría la cosa un poco más...
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