A piñón fijo (8)

“Sólo existen dos cosas importantes en la vida. La primera es el sexo, y la segunda, no me acuerdo.” Woody Allen. Relato en 25 trozos.

A PIÑÓN FIJO

(8-25)

ESCRITA POR:  SALVADOR MORALES

© Todos los derechos reservados

Las cabezas bajas me dieron el visto bueno. Unos renqueando más que otros, nos marchamos hacia la cueva. Pepe fue informado de lo que habíamos decidido.

. - dejádmelo a mí, lo ensartaré como una sardina-.

. - lo harás, pero el resto también debe participar, pero antes debe saber que, donde las dan, las toman.

. - ¿qué quieres decir? –dijo Pepe-.

. - que sufrirá lo que no está escrito –confirmé-.

Pepe tragó saliva, pues solo quería matarlo y seguir, pero hacerlo sufrir…

Entramos todos y nos pusimos alrededor del negro. A Jorge alguien lo había ocultado con muchas hojas de palmera. Mejor así, sin duda. La cabeza aún seguía fuera, luego la traería y la pondría con su cuerpo, pero ahora tocaba ser el malo de la película.

El tío feo aquel estaba amarrado con las manos a la espalda, además de en los pies. Tirado a un lado, Silvia le soltó una patada en toda la boca, cosa que hizo que el caníbal despertara de un mal sueño. Sus sonidos guturales volvieron a aterrarnos, pero menos. Una nueva patada, ahora en los huevos, hizo que se callara y gritara de otra manera más placentera para el resto, menos para el negro, claro.

Había cinco palos apuntándole. Tres con puntas metálicas, dos palos afilados por nosotros y uno de nosotros, yo, con el cuchillo que uno de ellos llevaba encima y con el que sin duda le habían quitado la cabeza al pobre Jorge con el que tanto disfruté e hice disfrutar. Las patadas se sucedían al infortunado caníbal por todo el grupo, yo mismo participaba.

Cuando lo teníamos todo ensangrentado, pues le dábamos en la boca y en las heridas, consiguiendo que sangrara más todavía, di una orden que nadie me objetó nada.

. - ponerlo con el culo en alto entre todos y que no se mueva.

Costó la de Dios, pues era fornido el negro, pero cuando lo consiguieron inmovilizar, le cogí la lanza con punta metálica a uno de mis colegas de armas y se la enterré hasta donde pude. El tío gritó que era un gusto oírlo. Y más gritó cuando Rubén le dio una patada al mango del palo y se la enterró un palmo más. Luego hubo más patadas hasta meterle media lanza por el ojete, del cual sangraba que era una barbaridad.

Los gritos del tío aquel no hacían mella en ninguno de nosotros. Lo soltamos y se dio la vuelta medio muerto, pero antes de que ello sucediera, me acerqué con el cuchillo y de un tajo le corté la polla, para luego cogerla del suelo y como pude, metérsela en la boca. Ahora sí, poco a poco, se iba apagando el muy cabrito.

Una última patada a la lanza confirmó lo que todos sabíamos, había palmado cómo vivió, tragando por su culo y comiendo carne fresca, pero esta vez no era carne ajena.

Aquello era como una catarsis colectiva, pues todos respiramos hondo mirando aquel cuerpo inerte, donde nadie decía nada, ni falta que hacía. Un rato después, todos fueron saliendo hasta que nadie quedó en la cueva.

. - lo dicho, nos vamos de la isla –dije-.

. - ¿qué hacemos con los cuerpos de los caníbales y con el de Jorge?

. - los quemaremos en la misma cueva para que no tengamos que moverlos mucho. También el de Jorge.

. - ¿qué historia contaremos cuando nos rescaten?, porque nos rescatarán, ¿verdad? –preguntó Silvia-.

. - sí, saldremos de ésta, por la cuenta que nos trae. Os diré la historia como ha de ser contada y que nadie se salga del guion o nos la cargamos, pues, aunque sean caníbales los que nos hemos cargado, no creo que les guste lo que acabamos de hacer. Me refiero a lo del palo en el culo y la polla en la boca.

. - confiamos en ti, dinos qué debemos decir y todos lo diremos, ¿verdad chicos? –dijo una Filipa convencida-.

Todos asintieron.

. - pues bien, ahí va. A todo aquel que nos pregunte, diremos que hemos estado todo el rato en la barcaza del barco hundido. De Jorge no sabemos nada, no estaba cuando escapamos del barco. En cuanto a cómo sobrevivimos, lo hicimos gracias a Filipa y Silvia con sus pechos mamarios y a los chuches que todos llevamos siempre encima. Aparte de mi mochila llena de latas. Esa es la historia y que nadie os saque de ahí. De sexo, nadie hablará porque no hubo tal sexo. Silvia y Filipa fueron las encargadas de gobernar la barcaza y a todos sus náufragos y nada más. Si no os salís de ahí, todo saldrá bien y Silvia y Filipa serán héroes, que de verdad lo son, pues han tenido al grupo unido.

. - me parece sencillo y fiable.

. - de acuerdo entonces. Ahora metamos cuanta paja y troncos secos podamos en la cueva y pongamos los cuerpos bajo y sobre la leña. Esperaremos hasta que se desintegren prácticamente, luego nos vamos, llevándonos la barca de los caníbales. Mar adentro, la hundimos, pues entre menos evidencias de que estuvieron por la isla, mejor para todos.

Nos pusimos a la obra. La cabeza de Jorge tuve que buscarla más adentro, en el bosque, pues algún bicho cabrón se la había llevado y ya la tenía media comida. La cogí con una hoja de palmera y la llevé a la cueva, depositándola junto a su cuerpo.

La hoguera estuvo ardiendo más de seis horas, tiempo en que no nos movimos de la entrada. Cuando nos cercioramos de que hasta los huesos se habían reducido a cenizas o poco más o menos, dimos por terminada la quema de los cuerpos. El problema era que ya era casi de noche y no tenía ganas de meterme en el agua en la oscuridad. Así que se decidió salir al día siguiente con el alba.

Amanecimos bajo una palmera. El grupo estaba todo allí. Nadie decía nada, solo comimos una última comida en la isla y una vez saciados, subimos cuantos alimentos frescos pudimos recoger y nos metimos en el agua, que estaba tranquila como una balsa de aceite. Nos alejamos de la isla con los remos de los caníbales y arrastramos su canoa. Cuatro horas después, dimos cuenta de parte de los cocos. Su agua nos sentó de maravilla.

. - Salvador, ¿para qué queremos estas lianas y las piedras que hay en el fondo de la barcaza? –preguntó Mabel-.

. - por fin alguien me lo pregunta. Os lo diré a todos. En caso de avistar un barco de salvamento, tenemos que tirar todo lo que recogimos de la isla, la comida y los remos de los salvajes. Éstos últimos los hundiremos atándoles las piedras. No podemos decir que hemos estado todo el tiempo en este bote cuando tenemos a bordo frutos frescos que solo podríamos tener si hubiéramos encontrado una isla. Los remos, más de lo mismo, pues son algo toscos para ser de un barco decente.

. - ah, ahora lo cojo. Piensas en todo. Eso se merece un revolcón como Dios manda.

. - ¿ya no te duelen tus agujeros después de lo de la cueva?

. - sí que me duelen, pero yo sé, como los demás, que serás muy cuidadoso cuando la tengas dentro de nosotros.

. - vaya, pues has acertado.

. - lo sabía –dijo la gordita de Mabel-.

. - se agradece el detalle, querida Mabel. Por favor, mientras estoy con ella, que alguien le haga varios agujeros a la balsa de los caníbales, hay que hundirla aquí mismo.

Mientras algunos de los chicos hacían lo que les pedí, Mabel se vino hacia mí con cuidado y se puso a bajarme los pantalones. Yo me dejé, claro. Con una mamada rápida, me la puso dura y mirando al cielo.

Se sentó sobre mi pene despacio y luego se abrió la camisa, ofreciéndose para que me comiera sus grandes pechos, cosa que hice. Mientras tanto, mi polla le entraba y salía con una suavidad placentera que hasta a ella le resultó deliciosa.

Pepe se nos acercó y le habló al oído a Mabel. Ella asintió, para luego Pepe sacársela y ponérsela en la boca a la gordita, hasta que se la dejó bien dura, seguidamente se puso detrás de ella y se la benefició con su beneplácito.

Se la clavó suavemente y suavemente se la folló también. Ahora los tres disfrutábamos como enanos. Cuando la lechada se me venía encima, informé a Mabel y a Pepe. Ambos se levantaron al mismo tiempo y pude desparramar mi corrida en una boca que ya estaba abierta y que no era otra que la de Mabel, mientras Pepe se corría en las nalgas de la oronda chica.

El calor de la corrida de sus glúteos le pareció estupenda y más cuando Pepe usó su lengua para tomarse toda la corrida con un par de lengüetazos. La polla de los dos nos la dejó Mabel como nuevas y bien escurridas.

. - gracias, chicos. Habéis sido unos caballeros –dijo la chica y se volvió a su sitio, donde la esperaba Roseta, la otra gordita, que, abriéndose de piernas, permitió meter la cabeza a Mabel para disfrute de las dos-.

Con solo nuestra barcaza, pues la de los salvajes ya estaba en el fondo del mar, ya estábamos a medio camino entre la isla que abandonamos y el continente que se nos acercaba a marchas forzadas. Entonces, una avioneta nos sobrevoló. Ocultamos los remos y los cocos y le hicimos señas de que nos socorrieran. Por cómo el avión movió las alas, supusimos que nos habían entendido.

Cuando el avión volvió a pasar encima de nosotros, algo tiraron del navío. Era una balsa que se abrió en el aire, cayendo en el mar a unos 20 o 30 metros de nosotros.

Mientras la nave se perdía con dirección al continente, ordené remar hacia ella. Una vez llegamos hasta la balsa vimos qué había dentro. Era un saco con comidas variadas de socorro. También había una nota.

. - ¿qué dice, Salvador? –preguntó Silvia-.

. - toma, léela tú –dije dándole la nota-.

Silvia la leyó y sonrió, luego dio un grito de júbilo.

. - van a mandar un barco a socorrernos en cuanto puedan.

El griterío fue mayúsculo en la barcaza.

. - ¿cuándo?, ¿cuándo vendrán a salvarnos? –inquirió Sebas ansioso-.

. - solo ponen eso. En cuanto puedan. Seguro que no tardarán mucho –respondió ella-.

. - ha llegado el momento de atar las piedras a los remos, chicos. En cuanto veamos el barco de salvamento, lo dejamos caer por la borda. Ahora es mejor que nos comamos todo lo que recogimos de la isla, no debemos desperdiciar nada.

Nos zampamos los cocos y los plátanos que nos quedaban, echando por la borda todos sus restos. Por si acaso, eché una visual de lo que habíamos traído con nosotros, por si se nos pasaba algo por alto. No vi nada, hasta que fue Rubén quien me hizo notar algo.

. - el cuchillo de los caníbales. Aun lo tienes encima.

. - es verdad. Gracias por decírmelo. Lo ataremos a los remos también.

Una vez los remos atados con las lianas y añadido el cuchillo, pusimos los remos por la parte exterior solo enganchados en un par de amarres que solo tendríamos que soltar para que se fueran al fondo.

Antes de que viniera el barco Salvador, el equipo decidió, unánimemente, darse gusto, pues después, quizás, los caminos no se nos volverían a cruzar, al menos con algunos de los náufragos, como eran Filipa y Sebas, entre otros.

Con cuidado de no hacer girar la barcaza, los conejos y los culos, así como las pollas, volvieron a disfrutar como en los mejores tiempos. Pepe y yo, después de habernos corrido con Mabel, solo pusimos la boca y el culo al servicio del resto.

Nos dio tiempo de sobra de satisfacernos todos y cada uno. A las mujeres las dejamos secas de leche tetuda, así añadirían más certeza al cuento que habíamos pergeñado juntos.

Las ropas hubieron de arreglarse un poco, para no parecer unas putas sedientas de polla. No sé cómo, los traseros femeninos volvieron a aparecer con bragas. Donde las tenían guardadas, era un misterio que no quiero ni saber.

El navío que nos rescató era un barco militar de Senegal. Eran negros como los caníbales aquellos, pero sin taparrabos y no enseñaban las pollas. Se comportaron como verdaderos anfitriones, dejándonos darnos una ducha y nos entregaron ropa que había donado la Cruz Roja o la Media Luna roja local al enterarse de que unos náufragos iban a ser rescatados.

Al llegar a puerto, nos esperaba el embajador, que nos llevó a su residencia. Allí acabamos de adecentarnos y comer cuanto quisimos, para después llamar a nuestras casas, que ya habían perdido toda esperanza por encontrarnos con vida.

La prensa se hizo eco de nuestra peripecia, pero antes de que se imprimieran los periódicos, ya estábamos en un avión de Air France, con destino a casa, a Gran Canaria, donde había cocoteros también, pero de adorno y nada más.

La historia de nuestro naufragio y la muerte de varios componentes de la expedición fue noticia durante bastante tiempo a nivel internacional. No solo por los periodistas que la difundían, sino también por los mismos compañeros de instituto, que no paraban de preguntar. Poco a poco, la cosa se fue calmando. Hasta la policía dio por cerrado aquel capítulo tan negro, pues contamos todos, el mismo cuento.

Hasta el sexo desenfrenado lo paré en seco. Solo lo continuaba teniendo con mamá y mi hermanita del alma. A ellas no les podía negar tenerla dentro de sus agujeros siempre que podía.

Y no es que me volviera casto de repente, sino que decidí frenar un poco y hacer nuevas amistades. De hecho, los que nos habíamos salvado, ahora éramos unos héroes y las chicas nos rifaban, así como los tíos, maricones o no, que querían ser nuestros amigos del alma.

Aparte de Jorge y varios otros compañeros, tampoco regresó el director Simón y claro, nombraron a otro. Un tal sr. Gilberto, de casi 70 años y cojo de una pierna. El tío era muy chistoso, pero a nadie le hacían gracias sus chistes malos, aun así, le reían la gracia, por ser quien era ahora.

Pasaron los meses y la tónica era la misma. Algún que otro polvo esporádico fuera de casa, pero nada serio, ni continuado. Era como si el haber follado tanto en el pasado me estuviera pasando factura. Hasta mamá se dio cuenta de que me pasaba algo y me envió al loquero de la esquina.

No sacó nada en claro el psicólogo de turno y le recomendó a mamá que cambiara de aires. Que, si el naufragio me había afectado a posteriori, que, si necesitaba cambiar de caras que me recordaban lo sucedido, así hasta que la convenció de que debía cambiar de instituto para así no recordarme lo vivido.

La verdad es que lo que pasé en la isla o más bien, lo que pasaron mis compañeros de fatigas a manos de aquellos salvajes y de las muertes del mismo naufragio, la verdad, no era como para volverme loco. Sí, era lastimoso lo que había pasado, pero yo no tenía la culpa de nada, no me sentía culpable de lo que pasó. ¿Pero quién convence a un psicólogo y a una madre de que estaba tan cuerdo como siempre?, al final cedí y cambiamos de aire las chicas y yo.

Nueva ciudad, nueva casa, nuevo instituto. Y nuevos retos también.

Ahora vivíamos en un edificio de ocho viviendas. Al instalarnos, ese día, se estropeó el ascensor de los cojones y claro, no tenía la vivienda en el bajo, no señor. Tenía que ser el último a la izquierda. El Tercero B.

El primero no era Primero A o B, sino el Bajo A o B, vaya idiotez. Qué manera de complicarle la vida a la gente sin necesidad. Si eran cuatro pisos, pues eso, 1º, 2º, 3º y 4º y para de contar, joder.

Los sudores me llegaban a la raja del culo de tanto subir y bajar las condenadas escaleras. Suerte que no era de diez pisos el edificio, porque seguro se hubiese estropeado también el ascensor y yo viviría en el último, solo para joder, seguro.

En una de las subidas de material, tuve que sentarme en la misma escalera a coger resuello, pues no podía más. Ya estaba hasta los mismísimos cojones de aquella escalera que la parió su puta madre.

La puerta de enfrente de donde estaba sentado se abrió y salió una chica gordita en silla de rueda. Llevaba un vaso de lo que parecía una limonada. Algo nerviosa, me lo ofreció.

. - se te nota muy cansado, tómate este vaso de refresco de limón.

No tenía ganas ni de levantarme a cogerlo, de lo cansado que estaba. Aun así, hice un esfuerzo.

. - gracias, guapa –le dije cogiéndoselo y volviéndome a sentar en la escalera mientras me lo bebía de un solo trago-.

. - cómo sudas.

. - el jodido ascensor, que no funciona.

. - sí, suele pasar de vez en cuando. Cuando pasa, no puedo salir de casa, pues papá está impedido, más que yo.

. - ¿impedido?

. - no puede hacer esfuerzos, enseguida se cansa.

. - ¿y tu madre?, ¿no tienes hermanos?

. - ni madre, ni hermanos. Papá cuida de mí y hace lo que puede.

. - vaya. ¿Qué edad tienes?

. - para que quieres saberlo.

. - por saberlo.

. - pues tengo 21, ¿muchos para ti? -me soltó la chica-.

. – no, mujer –le sonreí- ¿qué te pasó para estar en esa silla? -.

. - tengo una enfermedad de las llamadas raras. Un día estaba bien y al día siguiente, no podía caminar.

. - vaya, qué putada. Perdona, no debí decirlo.

. - sí que es una putada y de las grandes y más que me pase a mí.

. - dices que tu padre está impedido y no puede hacer esfuerzos. Como…

. - ¿cómo puede cuidar de mí?

. - sí, más o menos.

. - con dificultad. Apenas cobra una pensión de miseria, pero en fin…

. - sí necesitas ayuda que pueda darte, me lo dices. Ya sabes, para bajarte o subir las escaleras cuando el ascensor no funcione o lo que sea, cuando tu padre no pueda, avísame.

. - gracias, le diré a papá sobre tú ofrecimiento a ayudarnos. Me alegra que vengas a vivir a este edificio.

. - no sé yo, chica. ¿Y dices que no pasa siempre lo del ascensor?

. - no, hombre. Solo de vez en cuando.

. - bueno, tendré que creerte, porque lo que es hoy, me ha matado. Encima aún no han conectado el agua los de la empresa de aguas del ayuntamiento.

. - si quieres puedes usar nuestro baño.

. - no, se. ¿Qué dirá tu padre si ve a un chico bañándose en su ducha así por la cara?

. - no será por la cara. Se lo diré antes. Le diré que eres un nuevo vecino y nos hemos hecho amigos y que necesita bañarse. No dirá que no. Dame el vaso, voy y se lo pregunto.

. - no te molestes.

. - no es ninguna molestia. Me interesa tenerte contento. Ya sabes, si luego necesito tu ayuda… -dijo la chica riendo mientras entraba en su casa-.

Me levanté y continué hasta casa con lo que transportaba. Al bajar, me encontré a la chica y a un señor mayor con cara enfermiza, su padre, supuse.

. - mira papá, es el nuevo inquilino.

. - hola hijo, ¿has llegado hoy?

. - sí, señor. Estoy de mudanza.

. - ya se te nota. Estás todo sudado. Me ha dicho mi hija que no tienes agua aún en tu apartamento.

. - así es, pero no se preocupe, ya me buscaré la vida.

. - no, por favor. Ya sabes, hoy por ti, mañana por mí. Cuando termines, te vienes y te duchas sin problema en nuestro baño.

. - se lo agradezco. Pero no puedo, pues también están mi madre y mi hermana y no…

. - que se vengan ellas también. Un día es un día y por eso, no voy a empobrecerme más de lo que ya lo soy. Diles a tu madre y a tu hermana que se pueden bañar sin problemas hasta que les conecten el agua la municipalidad.

. - gracias, señor. Se lo diré. Me llamo Salvador, mi madre Rita y mi hermana, Lisa.

. - yo me llamo Gilberto y este ángel, Marisa.

. - me alegro. Pues lo que le dije a su hija, si necesitan de mi ayuda, pídanla sin problema. Voy a seguir, aún me queda bastante que subir.

. - lo comprendo. Te dejo entonces. Yo estoy con la comida también.

Mientras ellos entraban en su casa, yo bajaba a por más cosas. Encima, el puto transportista no se bajaba del camión.

Preguntaran donde están las chicas que no echan una mano. Pues de compras, sí. A comprar trapos que ponerse, joder, ni que fuera un esclavo en pleno siglo XXI. Cierto es que no sabían que venía el del camión, pues no lo esperábamos hasta mañana. Se habían dejado el móvil atrás y me tenía que tragar toda la papeleta del material.

Por supuesto, las cosas se colocarían en otro momento, no tenía fuerzas ni para cagarme un “peo” (pedo), así que en cuanto terminé con el puto camión, le pagué al transportista y después de descansar un poco, no más de cinco minutos, cogí una toalla y la ropa limpia que encontré y bajé hasta el Primero A, la casa de Marisa y su padre Gilberto. Ya que se habían ofrecido, no iba yo a lavarme con una palangana y agua de garrafa.

Marisa me abrió sonriendo.

. - ya has llegado. Bienvenido a mi humilde morada. Pasa, pasa.

Entré y llegué al salón. Allí estaba el padre almorzando. El plato de la chica estaba también en la mesa.

. - ¿molesto?, será mejor que vuelva más tarde.

. - no, por Dios. Pasa y dúchate. Luego te vienes a la mesa y comes algo. Marisa, llévalo al baño y mira si hay lo que necesita.

. - sí, papá. Ven, guapo mozo –dijo la jodida riendo. Su padre también. Yo no tanto. No sé si de lo cansado que estaba o de que no me hacía gracia, la verdad. Aun no sabía dónde me estaba metiendo…-

Todos los apartamentos eran iguales y sabía perfectamente donde estaba el baño. Aun así, seguí a Marisa. Ella entró y abrió la mampara.

. - ahí tienes de todo. No tenías que haber traído la toalla.

. - mejor así, gracias.

. - de nada.

Marisa no se movía de donde estaba y yo estaba esperando a que saliera. Al mirarla fijamente y levantando ambas pestañas, recordó que allí sobraba.

. - perdona, te dejo solo. A no ser que necesites ayuda…

. - se te agradece el detalle, pero no.

. - sí, ya me parecía a mí –dijo sonriendo, toda roja. Salió de allí y cerré tras de ella-.

Marisa regresó a la mesa y continuó comiendo.

. - ¿a qué es guapo, papá?

. - hija, qué cosas dices –sonrió el padre-.

. - sí, es bien guapo el mozo -se quedó mirando el plato de comida-.

. - bueno, dejemos eso. No quiero que se me atragante la comida. Come y calla.

Mientras comían ambos, oían el agua de la ducha. A la chica le venían ideas locas por la cabeza. Ideas que, si las conociera su padre, pondría el grito en el cielo. Diez minutos después, salí del baño vestido con la ropa limpia y la sucia bajo el brazo.

. - pasa hijo y siéntate. Come algo.

. - no debería, señor.

. - claro que sí, hombre. Marisa, ponle un plato mientras me doy una ducha yo también.

. - no se moleste.

. - anda, siéntate, pesado. Papá es el mejor cocinero del barrio. Hoy tenemos caldo de cilantro con pescado. Te chuparás los dedos.

. - bueno, si insisten…

Mientras el padre se iba a duchar, yo me senté a la mesa. Marisa se defendía bastante bien con su silla de ruedas y me puso un plato y luego me echó la comida. No era por nada, pero olía que alimentaba aquel caldo de cilantro con pescado. De inmediato le metí la cuchara.

Por lo visto, mamá y Lisa se habían olvidado de mí y mi comida con sus trapos. Cuando regresaran y les dijera que ya había comido, se imaginarían que había abierto una lata de atún, pero no, era comida de la buena.

. - ¿tienes novia, Salvador?

Casi me atraganto y de hecho así fue. Tosí y todo.

. - ¿cómo?

. - no te hagas el tonto. Ya lo has oído.

. - sí, te oí. ¿Para qué quieres saberlo?

. - cosas mías.

. - ya.

En eso se oyó un golpe seco y después una palabrota.

. - papá, ¿qué te ha pasado? –gritó la chica corriendo con su silla hacia el baño-.

Yo le caí detrás. La puerta del baño no estaba cerrada con llave, solo fechada. Ella abrió y vio a su padre todo espatarrado en el suelo.

. - Dios mío, papá, ¿te has hecho daño?

El hombre, todo desnudo y recién salido de la ducha, solo había podido decir la palabrota anterior, pues apenas tenía resuello y le dolía todo el cuerpo, sobre todo el nalgar, que fue el que hizo contacto con el suelo mojado. Allí estaba el hombre todavía. No era por nada, pero cuando yo salí, no había agua en el suelo. A ver si me echaban a mí la culpa ahora…

. - ¿Salvador, dejaste el piso mojado? –dijo la chica, cómo no-.

. - no le eches la culpa al chico. Aaahhh... Fue culpa mía. Se me quedó la puerta de la mampara un poco abierta y se mojó todo. Ayudadme a llegar a mi habitación, por favor.

Me acerqué y cogiéndolo por un brazo, lo conseguí levantar. Era delgado, pero pesaba la de Dios. Su hija intentó ayudar por el otro lado, pero estando en una silla de ruedas, poco pudo ayudarme. Cuando conseguí tenerlo bien derecho, respiré hondo. Si no tenía cuidado, me deslomaría.

Renqueando, llegamos a la habitación, dejando un reguero de agua por el camino. Su desnudez no parecía importarle a ninguno de los dos. Con cuidad, lo tendí en la cama con el nalgar hacia el techo. Se le notaba enrojecido en el hueso de la alegría. Lo malo era que uno no se ponía muy alegre cuando se daba allí, precisamente.

. - hija, alcánzame una crema que tengo en la mesa de noche, es amarillo el bote, por favor.

Su hija, rápidamente y con los nervios a flor de piel, le llevó la crema.

. - ¿te la pongo, papá?

. - te lo agradezco, hija, pero preferiría que me la pusiera el chico. ¿Puedes hacerlo, por favor? –me dijo mirándome-.

. - no tengo inconveniente.

. - hija, ¿puedes salir un momento, por favor?

. - pero papá…

. - por favor, hija, no me lo pongas más difícil. Me duele cantidad.

. - vale, papá. Como quieras…

Ella salió, más enfadada que otra cosa. El viejo me alcanzó la crema.

. - Extiéndemela por todo el trasero, hijo.

. - será mejor que se ponga en cuclillas, así abarcaré más espacio. ¿Hasta dónde puedo llegar, sr. Gilberto?

. - a todo lo que puedas, hijo. No te preocupes por llegar a donde no debieras. Me duele sobre todo el año. Ahí, sobre todo.

. - entiendo.

Le saqué el tapón al tubo de crema y le eché varios chorros sobre el nalgar del hombre. Luego volví a taparlo y mientras con una mano le sujetaba el trasero, con la otra, la derecha, extendía la crema anti-dolores.

Mi mano resbalaba como si su culo fuera una balsa de aceite. El hombre se dolía, así que lo hice más suavemente, extendiendo la crema a todo el nalgar, para luego llegarme hasta el hueso de la alegría. Allí le sobé haciendo círculos concéntricos hasta llegar al ojo del culo.

Volví a echar más crema en aquella zona y con un dedo, le introduje crema en el interior del ojete. El hombre se tensó y su respiración se hizo más entrecortada, pero no dijo esta boca es mía. Añadí un dedo más al interior del ojete y haciendo entradas y salidas con ambos dedos, la respiración del viejo ya estaba desbocada.

. - ¿voy demasiado lejos? –pregunté, para curarme en salud, no fuera a darme de ostias-.

. - no, hijo. Vas muy bien. No te olvides también un poco más abajo.

Más abajo como decía, eran sus huevos. Sí, aquello marchaba. Le di más servicio al ojete, donde el hombre ya no intentaba ocultar que le gustaba, pese al dolor culero por el golpe y es que uno tapaba al otro y estaba ganando el que lo hacía disfrutar.

Saqué mis dos dedos folladores de su ojete y me eché más crema. Esta vez en la mano, para bajarla hasta sus huevos que tenía a la vista. Le sobé con ella los huevos, añadiendo la mitad de su pene, sin tocar la punta, por si acaso saltaba la liebre.

Pajeándolo ya descaradamente desde atrás, su respiración era como un libro abierto para mí, así que me lancé de cabeza y cogiendo el pene, lo giré y lo puse con la punta hacia mí. Suerte que aún estaba a medio empalmar, porque si no, se la parto en dos, pero no.

Allí tenía una polla de lo más sabrosa. Solo con vérsela, ya sabía que estaba de muerte en mi boca y no digamos en mi culo. Así que me incliné y me tragué la mitad de la polla que no tenía crema encima.

El dueño del rabo gimió de placer nada más metérmela en la boca. En vez de abroncarme, lo que hizo fue coger su mano derecha e introducirse un par de dedos en su aceitado ojete para aumentar el disfrute de la mamada que le estaba haciendo, mientras aumentada sus gemidos de placer.

. - papá, aun no has termina…, papá… -era el grito de la hija que nos había cogido in fraganti en plena mamada-.

. - hija, por favor. Sal de aquí. Aaahhh…

La chica, como pudo, dio la vuelta a la silla y volvió a cerrar la puerta. Yo me detuve, claro.

. - no pares ahora, por favor. Continúa…

. - será mejor que se dé la vuelta entonces –le dije-.

Así lo hizo y con su polla toda empalmada y su respiración desbocada, le volví a coger la polla y continúe mamándolo, todo ello mientras le miraba a los ojos y él a los míos, para después desviarlos a un lado, mientras yo seguía dale que te dale.

Mientras lo mamaba, le metía hasta tres dedos en el culo pajeándolo doblemente, así hasta que se corrió en mi boca. Fue una lechada larga, muy larga y abundante. Sin duda, tenía aquella leche desde hacía bastante tiempo y fui yo el receptor de tan sabrosa descarga. Y no estaba caducada, no señor. Era bien sabrosa.

Continué mamándolo, donde sus jadeos tampoco dejaron de oírse, hasta que no pude sacarle ni una gota más de su corrida.

. - ¿se siente mejor, sr. Gilberto?

. - ya lo creo, hijo. Mucho mejor. Muchas gracias.

. - a mandar. Será mejor que se acueste un rato y descanse.

. - sí, será lo mejor. ¿Qué le voy a decir ahora a mi hija? –se preguntó a sí mismo, más que a mí-.

. - no se preocupe por eso, yo hablaré con ella. Eso, si me lo permite usted.

. - gracias, te lo agradecería, pues no sabría cómo decirle que me ha gustado algo que no se debería haber producido –dijo mirándome-.

. - no lo lamente. Me ha gustado a mí también y no estoy arrepentido de haberla disfrutado en mi boca. Descanse usted.

. - gracias, ¿pero no debería…?, tú aun no… -dijo mirándome el paquete, que, por cierto, estaba de lo más empalmado-.

. - no es necesario, ya me desahogaré en casa.

. - no puedo permitirlo, sácatela por favor.

No dije esta boca es mía y me la saqué. La llevé bien cerca de sus labios y cogiendo aire el hombre, se la metió en la boca para hacerme una paja como Dios manda. Aunque la verdad, por cómo me la mamaba, no era muy experto o más bien, nada experto. Mejor que mejor, así le enseñaría los pormenores de una buena mamada. Aaaaaaahhhhhhh…, joder, ya me venía…, ya me venía…

Exploté como explota un globo. De repente, me vacié en su garganta.

. - papá, tengo que…, pero papá, también tú… -era de nuevo la hija a importunar a su padre en un momento tan delicado-.

Con la polla aun de un servidor en su boca, miró a su hija y entre sonidos inteligibles, le dijo algo que no entendí, claro, pero la chica sí debió entenderlo, pues volvió a salir como una exhalación de la habitación, mientras yo sonreía.

Saqué la polla de su boca y me pasé un dedo por la punta. Cogí una gota de semen y me la llevé a la boca. Sí señor, era la mejor leche del mercado mundial. Luego me la guardé y arreglé mis pantalones.

Miré detrás de mí y vi una sábana. La cogí y tapé al hombre, para luego ponerle otra manta encima.

. - le dejo, tengo que irme. Ya habrán llegado mi madre y mi hermana.

. - entonces, gracias por todo. ¿Vas a hablar con mi niña como dijiste?

. - por supuesto, yo siempre cumplo mi palabra. Bueno, aquí lo dejo –dije agachándome y besándole los labios. El hombre no sabía qué hacer, pero como me quedé en aquella posición, sin despegar mis labios de los suyos, al final me besó también él a mí. Sonreí y lo dejé allí con una sonrisa en los labios y otra en los míos-.

Cerré tras de mí y me llegué hasta la chica que tenía cruzados los brazos como si estuviera enfadada con el mundo.

. - ¿puedo hablar contigo de lo que ha pasado?

. - eres… eres… un cabrón, sí, eso, eres un cabrón. Lo que has hecho, no tiene nombre.

. - Marisa, son cosas que pasan, no me eches la culpa, ni siquiera a tu padre.

. - pero… pero…

. - tu padre está muy solo y se ha dado el caso que a mí también me gustan los tíos y una cosa llevó a la otra. Tu padre lo necesitaba, no debes culparlo. Los dos os queréis con locura, no hace falta más que veros cuando habláis. No lo estropees, déjale que sea feliz a su manera.

. - pero yo había pensado que tú y yo…

. - ¿que tú y yo podíamos ser amigos?, pues claro, quiero ser tu amigo y también de tu padre.

. - pero con papá de una manera y conmigo de otra. Yo había pensado que a lo mejor te gustaba un poco, ahora sé que es imposible.

. - Marisa –le dije acercándome a ella y levantándole la cara- Marisa, no hay nada imposible en esta vida –le dije acercando mis labios a los suyos. Le di un suave beso en la boca y me separé, pero no mucho. La miré a los ojos y ella a los míos. De repente se le humedecieron-.

. - ¿es posible que entre tú y yo…?

. - eso depende de ti, cariño –le dije volviendo a besarle los labios. Primero suavemente, pero después, con más ardor. Ella también empezaba a estar con diferente humor para conmigo. Se me abrazó cuanto pudo, hasta que me la quité de encima con delicadeza-.

. - vale, vale ya Marisa.

Ambos sonreímos, intentó acercarse a mí para besarme de nuevo, pero se lo impedí.

. - Marisa, cariño. ¿Podrás compartirme con tu padre?, si él lo desea, volveré a estar con él, pero esta vez…, ya me entiendes.

. - sí, sí, te compartiré con papá.

. - de acuerdo, pero recuerda, solo somos buenos amigos, no te encariñes mucho de mí –le dije aflojándole uno tras otro los botones hasta separar la camisa y tener delante su sostén-.

Marisa estaba bastante desarrollada de pechos. Metí ambas manos bajo el sostén y le cogí ambas mamas. Ella cerró los ojos respirando fuertemente. Luego hice a un lado el sostén y acercando mi boca, me hice cargo de aquellas dos preciosidades que tenía.

No lo sabía, pero tenía un testigo de excepción. El sr. Gilberto nos estaba mirando desde la puerta de su habitación. Al contrario de enfadarse conmigo, sonrió y respiró hondo. Solo quería la felicidad suya y también la de su hija y por lo visto, el nuevo vecino había hecho el milagro. En silencio, volvió a entrar en la habitación para acostarse y cerrar los ojos, soñando, que, por fin, las cosas iban a cambiar en aquella casa y no para mal, precisamente.

Después de haber disfrutado de aquellos primorosos pechos juveniles, volví a colocarle el sostén y abotonarle de nuevo la camisa. Ella no me dejó marchar, me cogió mi mano derecha y se la llevó bajo su falda, apretándola contra su vagina, por encima de sus bragas. Sonreímos.

Bueno, me dije. Habría que dar un paso más, pero solo uno. Los siguientes, más adelante, pues no quería estropear lo que había empezado tan bien. Así que le levanté la falda y le hice las braguitas a un lado mientras metía mi cabeza entre sus muslos. Mi boca hizo el resto.

Con mi lengua por delante, disfruté por primera vez de su chichi. Sus gemidos, que intentaban ser apagados, no pudo reprimirlos como quería y llegaron a oídos de su padre. Cogió aire en cantidad y lo expulsó satisfecho, aunque algo nervioso, pues aún era, pese a su edad, su niña, su niña paralítica.

No pudo evitar volver a asomar la nariz por la puerta, pues lo primero era la seguridad de su hija y al verme comiéndole el chichi, hasta respiró, pues creía que la estaba penetrando. Cuando vio que dejaba de disfrutarla bucalmente y después de un beso en los labios, me levantaba y me marchaba, dio gracias a Dios por haber encontrado un chico que pensaba con la cabeza y no con la polla, como el 90 por ciento de los chicos de mi edad. De nuevo regresó a la cama, para esta vez, quedarse dormido felizmente, pues el futuro era de lo más halagüeño que se podía esperar.

Mientras, Marisa se llevó un dedo a su clítoris y continuó disfrutando allí donde yo me entretuve más tiempo. Sí, había encontrado alguien con quien pasarlo muy bien, pero que muy bien, se dijo, para irse luego al baño y darse una larga ducha pensando y pensando, tanto que se quedó dormida allí mismo.

. - vaya, ya estáis aquí.

. - hola hijo, sentimos no haber llegado antes para ayudarte a subir las cosas y hacerte la comida. No esperaba el camión hasta mañana.

. - lo sé, he terminado molido, créeme.

. - Suerte que tenías atún del que te gusta. –Dijo mamá besándome los labios-.

. - pues te equivocas. He comido en casa de uno de los vecinos. El 1º A. Es un padre enfermo y su hija en silla de ruedas. Hablamos y nos hemos hecho amigos. Allí comí caldo de cilantro con pescado. Estaba bien rico.

. - me alegro, hijo. Me quitas un peso de encima. Tu hermana esta tendida, tiene unas décimas de fiebre.

. - vaya, voy a verla.

Me acerqué por la habitación de Lisa. La muy jodida nos oyó hablar y ya estaba desnuda, de espalda y con el trasero en alto para ser enculada.

. - pero bueno, ¿qué es esto?

. - ¿tú que crees?, anda, dame polla de la buena.

. - que te crees tú eso. Acaso quieres pegarme lo que diablos tengas. Ni lo sueñes. Cuanto estés bien, continuaré disfrutando de ese sabroso culo tuyo, de momento, te aguantas.

. - pero bueno, mira que se lo digo a mamá.

. - me da lo mismo.

. - mamá, mamá, ven un momento –gritó la Lisa-.

Mamá llegó enseguida.

. - ¿qué te ocurre, hija?

. - Salvador, que no quiere darme por culo. Dice que hasta que no me cure, no me toca. No hay derecho, mamá. Lo necesito dentro de mí.

. - hija, tengo que estar con tu hermano. Esa fiebre es porque estás incubando algo. No querrás pegárselo a tu hermano, ¿verdad?

. - no, pero…

. - hija, aguanta unos días hasta que estés bien. Es lo mejor para todos. Si cayera tu hermano enfermo por tu culpa, yo tampoco podría disfrutarlo –dijo sonriendo y tocándole un pecho, para luego apretarle el pezón. Después separó la mano, pues se tenía que atener al cuento también-.

Gracias, mamá por seguirme el juego, me dije. Tú sí que me entiendes. Si tuviera unas ganas locas, ni la viruela hubiese evitado follarme a una hembra como Lisa, pero ahora que tengo plan o mejor dichos, planes, abajo con los del 1º A, debía dosificarme un poco. Pero qué coñito más sabroso que tenía esta hermana mía. Lo bueno era que seguiría allí mañana y pasado también para servirme de él y ella servirse de mí, pues la operación era reflexiva a más no poder.

. - Pero hija, ¿qué haces aún ahí desnuda?, vas a coger un resfriado –dijo su padre, que después de despertarse y no ver a su hija en su cama, se la encontró en el plato de ducha, dormida-.

La chica estaba inmóvil de ambos pies, pero no era manca y se podía mover perfectamente para bañarse o subir a su cama desde su silla. Así había sido educada y así era nuestra Marisa.

. - lo siento, papá. Me quedé dormida. Debo hablar contigo de algo importante.

. - sí, yo también, hija.

El padre ayudó a salir a su hija del baño y la ayudó a vestirse, pues siempre fue el padre quien estuvo allí para bañarla y vestirla y aún sigue haciéndolo en contadas ocasiones sin importar la desnudez de ninguno de los dos. Es a lo que se acostumbre uno, ni más ni menos.

Una vez vestida y sentada en su silla, salieron al salón. El padre, cabizbajo, se sentó en su sofá favorito, su hija, a su lado.

(Parte 8 de 25)

FIN