A nadie le amarga un... Beto
Dulce no podía ni verle, era un lento, un tontarra, ni siquiera se daba cuenta de cuándo ella le estaba insultando porque no sabía ni coger una sencilla ironía.
Nadie se lo explicaba. Esa era la verdad, nadie podía explicárselo, por Dios, Beto era el tonto institucional de la casa, ¿qué podía ver nadie en él? Todos los compañeros le tenían mucho cariño, era como… como la mascota del ministerio, alguien con quien todos se reían sanamente, pero de ahí a comprender que alguien, y menos alguien como ella… Pero si además no podían ni verse, o bueno, por lo menos, ella no podía ni verle a él, él, el pobrecito Beto era igual con todo el mundo, nunca se enfadaba con nadie, no sentía antipatía por nadie, quería a todo el mundo. En fin, él… no era enteramente normal. No es que fuese retrasado ni nada así, sólo era un poco… lento, nada más, pero caray, hay que ser claros, no era ninguna lumbrera. Quizá por eso le querían tanto, era como un cachorrito grande, hacerle daño o meterse con él, sería como patear a un perrito de esos que ni han abierto aún los ojos. No tendría gracia. Y además, si él no estuviese, ¿quién sería el tonto de la oficina en su lugar….? Nadie querría ocupar el puesto… y nadie podría hacerlo tan bien como él. Puede que tratar con él fuese algo frustrante al principio, porque todo se lo tomaba al pie de la letra y a veces no entendía las cosas a la primera, pero una vez te acostumbrabas a tratarle, era muy fácil… todos le querían allí. Bueno, todos menos ella, claro.
A ella le desesperaba su lentitud. Era la única que no había querido llamarle Beto, sino Humberto, su nombre digamos "real", el que aparecía en su carné. Con más pena que gloria había tenido que desistir, porque cuando le llamaba así, él no se daba por aludido. No lo hacía aposta, es que llevaban desde niño llamándole Beto porque así era como él pronunciaba su nombre de pequeño, y no se hacía a la idea de que se llamaba de otro modo.
-¡Por Dios, ¿cómo aprobó usted las oposiciones?! – le gritó una vez.
-Ah, Fue fácil, sólo había que aprender de memoria. – había sonreído él. Beto no se daba cuenta de cuando una pregunta era retórica, igual que no distinguía las ironías, por eso tampoco se enfadó cuando ella le contestó de mal talante:
-Claro, ¿y quién le leyó el temario para que se lo aprendiera?
-Nadie, yo solo… - incluso parecía orgulloso por eso de habérselo leído él mismo, pensó ella – Eso sí, admito que usé un grabador para ayudarme a memorizar. Es un buen método, ya lo había usado en el instituto, ¿usted lo ha probado? – Dulce negó con la cabeza, resoplando. Era inútil intentar discutir con semejante memo, no se enteraba de nada.
Dulce era muy bonita, y por regla general era amable… pero se había ganado la antipatía de todos con la poca paciencia demostrada al tratar al pobrecito Beto. Ella había llegado al ministerio pocos meses atrás, y la práctica totalidad de los hombres la habían mirado con buenos ojos entonces. Era joven, mientras que la mayoría de los de allí se acercaban a los cincuenta y las mujeres andaban por la misma franja de edad y estaban casadas. Y lo cierto es que la mayoría de los hombres también, pero en fin… tener cerca una chica bonita para mirar, no es cometer adulterio. Dulce tenía el pelo por los hombros, de un cálido color castaño rojizo, unos grandes ojos de color verde amarillento, a veces parecían amarillos del todo, y a más de uno no le gustaban nada; parecían ojos de pájaro, de ave de presa. Tenía una bonita figura y le gustaba arreglarse. Era consciente de su belleza y sus curvas, y no parecía incomodarle en absoluto que la mirasen fijamente cuando pasaba por entre las mesas. O al menos, no le incomodaba en la mayoría de los hombres, pero en Beto sí.
Beto puede que no fuese muy listo, pero para memorizar, no le hubiera ganado ni el ordenador, tenía una memoria fotográfica, era un archivo de datos en sí mismo, por eso se encargaba de la sección de documentación. Cuando alguien quería saber qué papelotes necesitaba una solicitud, cualquiera, no era preciso mirarlo en el ordenador, bastaba con preguntarle a Beto, siempre lo sabía. Sabía los nombres exactos de los formularios, las enmiendas, los decreto-ley, y todo lo imaginable; sabía todos los procedimientos, los números de teléfono, los archivos web… absolutamente todo. Todo lo que pasaba por sus manos, estaba de inmediato en su cabeza. Si él no lo sabía, es que aún no existía. Para retener datos, era una enciclopedia… pero para maniobrar con ellos, ya no era tan ágil, sobre todo si se trataba de números. Calcular, era su punto débil, se hacía un lío tremendo sólo para sumar cinco y siete, y no digamos cuando se trataba de raíces cuadradas o de decimales… por eso, habían traído a Dulce, si él era la memoria, ella era la calculadora. Experta contable, hubiera sido capaz de dejar a una calculadora atómica a la altura de un modesto ábaco, y eso, en un ministerio fiscal, siempre era de agradecer.
El día en que llegó, uno de los inspectores, Carvallo, estaba gastando una broma a Beto. Aquello era normal, nadie se enfadaba por ello… Beto era el primero que se reía detrás de sus enormes gafotas, no se enfadaba nunca, aquello hacía amena la jornada… En concreto, le ofrecía dos monedas, una grande muy gastada y otra pequeñita muy brillante, y Beto cogía la de menor valor sólo porque estaba limpia y brillaba. Carvallo y los demás compañeros se partían de risa. Dulce estaba mirando y se enfadó.
-¿Es usted idiota? ¿No se da cuenta que le están estafando, que se ríen de usted…? – dijo indignada. Beto puso cara de sorpresa.
-¡No…! – contestó enseguida – Carvallo es mi amigo, él no haría eso.
El inspector censuró a Dulce con la mirada y se marchó, molesto porque ella hubiera pensado mal de él. A partir de ese momento, las bromas a Beto había que hacerlas cuando Dulce no estaba, porque enseguida saltaba y atacaba al pobre funcionario, acusándole de ser tonto perdido. Los primeros días, Beto la miraba incluso con aprensión, temeroso de que ella le regañase, pero poco a poco, fue retomando su ritmo normal, hasta un día, como una semana después de aquello, en que la joven llegó con un bonito traje de chaqueta con minifalda, cuya blusa dejaba a la vista casi la mitad de unos pechos muy centrados y subidos, y un canalillo juguetón. Beto, que se sentaba frente a ella, no dejaba de mirarla. Por regla general, cuando estaba en el trabajo era ajeno a todo, pero incluso él era humano y se le escapaban las sonrisas cuando miraba. En una ocasión, al hacer una pausa, olvidó cualquier posible disimulo, apoyó la cara en los nudillos y se quedó colgado mirando aquél escote. Dulce intentó mantener la calma, pero no aguantó más.
-¿Está mirándome los pechos? – dijo molesta.
-…No. – Beto ni siquiera había movido los ojos y Dulce carraspeó ruidosamente. Él entonces, viéndose descubierto, cambió de foco y la miró a los ojos… durante dos segundos, porque éstos se le volvieron a bajar sin que pudiera evitarlo, sonrió e incluso inclinó la cabeza con aire soñador – No se enfade, es que… son bonitos. Más que los de mi mujer. Probablemente, los más bonitos que he visto nunca, y eso que no los veo del todo.
-¡Ese es un puerco comentario machista….! – Dulce se levantó tan bruscamente que tiró la silla, estaba sonrojada y furiosa, y Beto respingó del susto. - ¿Qué se ha figurado? ¡¿Qué soy dos pechos con patas?! – los compañeros empezaron a hacer coro, las mujeres se mostraban de acuerdo, los hombres murmuraban que ella iba provocando. Uno de los inspectores se levantó y puso paz, y Dulce le pidió que la cambiara de puesto, pero desgraciadamente no pudo ser, su trabajo era conjunto. Tal vez hubiera podido comunicarse por correo web interno, pero se perdería mucho tiempo haciéndolo así, era más rápido que estuvieran juntos. "Sólo ha sido una mirada, señorita De Vallejo…" le disculpó el inspector, sabiendo que Beto quizá hubiera podido incomodar a la joven, pero era la última persona que se atrevería a acosar a nadie "Seguro que no volverá a repetirse, ¿verdad que no?". Beto, con la cabeza gacha, asintió, incapaz de hablar. Él no había pretendido molestarla, sólo… sólo decirle que estaba guapa. Desgraciadamente, no era el hombre más diestro del mundo en echar piropos o simplemente en saber cómo tratar a una chica.
"Y encima está casado, el tío cerdo…" pensó Dulce volviendo a sus números, todavía agitada. Miró de reojo a Beto y vio que éste sudaba y manejaba el ordenador con una sola mano, la derecha la tenía puesta junto a la cara, para evitar mirar donde no debía. En medio de su indignación, Dulce sintió un poco de alivio. Al menos, era disciplinado. Conforme pasaban las horas de la jornada, conforme los comentarios que le iban llegando eran todos del tipo "¿has visto cómo ha tratado al pobrecito Beto…? ¡Ni que fuera un violador! Si no quiere que la miren, que no vaya con ese escotazo, que así no se viene a currar…" e iban minando su confianza, y conforme él seguía con la mano en un lado de la cara para no mirar, Dulce empezó a sentirse un poco culpable.
-Humber… Beto. –se corrigió. El citado hizo sólo un "¿Uhum….?", sin retirarse la mano. Dulce suspiró y se colocó las manos en el escote para taparse. – Míreme. – Beto obedeció y al ver que ella se había tapado, sonrió con alivio. Dios, qué cara de tonto podía tener con esas enormes gafotas, esa ridícula corbata y esa sonrisa llena de dientes – Es posible que haya exagerado un poco la nota…. Tal vez no debí gritarle, ni exaltarme de ese modo… - la joven luchó consigo misma, y por fin, lo dijo – Lo siento.
Beto soltó una risita apurada.
-Yo… yo aún no sé bien qué le molestó tanto, pero si quiere, no volveré a mirarla, por mucho que me gusten sus… - se le murió la voz en los labios al ver la cara de asesina de Dulce – He vuelto a hacerlo, ¿verdad? Sea lo que sea, lo he hecho otra vez. Perdón…
Dulce resopló, se colocó una carpeta delante del pecho para tener las manos libres, e intentó explicarse:
-Señor Humberto – pese a usar su nombre completo, el tono y el mirarle a los ojos hacían inequívoco que se refería a él – Me… "halaga" que piense que tengo unos pechos bonitos…
-Oh, sí, son preciosos, tan redonditos, y muy bien situados…
-¡Peronoespreciso… que me lo esté recordando constantemente! Por favor… absténgase de hacer comentarios sobre ellos y no se pase las horas muertas mirándolos. Es muy incómodo para mí que lo haga, ¿cree que será capaz de contenerse?
-No debo decir lo bonitos que me parecen, y no debo mirarlos constantemente. – dijo él, inexpresivamente.
-Eso es.
-Y…. ¿De vez en cuando, sí puedo mirarlos? – preguntó, con la misma inexpresividad. No pretendía molestar, sólo quería dejar las cosas claras, pero Dulce cerró los ojos con fuerza, llamando en su auxilio a toda su paciencia.
-¿Y por qué no mira los de su señora, que seguro que le hará más ilusión que a mí? – preguntó con una sonrisa forzada.
-…Ya no puedo. No vive conmigo. – Había un deje de tristeza en su voz y Dulce sintió que había metido la pata.
-Eh… ¿están divorciados?
-Aún no… hace como dos años que se marchó de casa. Con Serrano, uno de Educación que se fue a trabajar en un banco. Me mandó los papeles del divorcio, pero me hice el remolón para firmarlos. Aún no lo he hecho, y ella no me los ha reclamado tampoco. Yo-yo creo que en el fondo, quiere volver, por eso no corta del todo… - La joven se sintió un poco mal, y no quiso decirle que quizá no es que quisiera volver, sino que le daba tan absolutamente igual todo, que ni se molestaba en pedirle el divorcio, pese a lo que pudiera sacar de ello. Desde entonces, no es que empezase a tratar mejor a Beto, pero se cortaba un poco más en atacarle. Así pasaron tres meses y desde luego, Beto no le caía bien, seguía desesperándose por sus estupideces. No era ni medio normal que un hombre de su edad, a punto de cumplir los cuarenta, insistiese en hacer siempre las fotocopias porque le gustaban las lucecitas y porque le gustaba arrimarse a la máquina "porque estaba calentita y vibraba"… pero era menos normal todavía que lo soltara así, con toda la naturalidad del mundo. Tampoco era ni medio normal que hubiese puesto una alarma en su reloj que le avisaba cada dos horas e hiciese una pausa en el trabajo para mirarle los pechos con muy poco disimulo (ella finalmente no le había prohibido mirarlos de vez en cuando, y Beto había concluido por su cuenta que una miradita cada dos horas, no era demasiado), ni eran normales tantas cosas… entre ellas, que se le hubiera antojado invitarla a lo que fuese.
Todos los días le ofrecía buscarle un café. Ella se negaba. Todas las tardes se ofrecía a acompañarla a casa, a tomar algo, a almorzar juntos… ella se negaba. Por regla general, se negaba con educación porque Beto daba más pena que otra cosa, pero había días que le contestaba con bastante mal talante, sin embargo, él no se rendía. Al día siguiente, allí estaba otra vez con su sonrisa de bobo perdido preguntando exactamente lo mismo que el día anterior y hasta con las mismas palabras.
-Señor Beto, ¿su mujer le abandonó, o huyó por su vida? – le preguntó una tarde, bastante harta. Beto, claro está, no entendió a qué se refería.
-Me abandonó, claro… ¿por qué iba a huir? Yo no sería capaz de hacerle nada malo…
-¿Matarla de aburrimiento le parece poco? ¿Cómo la conquistó, le pidió salir amenazándola de muerte, o después de cuatro meses de darle la brasa la pobre chica tuvo que escoger entre salir con usted o emigrar a Alemania para que la dejara en paz? – Dulce odiaba tener que admitir que estaba intentando hacer daño a Beto, herirle en sus sentimientos lo bastante para que dejara de molestarla, por eso se sintió desarmada cuando él empezó a reírse con su risita de ratón.
-¡Qué bueno….! ¡Emigrar a Alemania…! – "No puede ser…. ¡¿éste hombre no reconocería la ironía ni aunque bailase desnuda delante de él?!" - ¡Es usted la monda, señorita Dulce… mi esposa estaría ridícula vestida de nazi, ridícula, pero muy propia, jijijijiji….! – La joven suspiró, desalentada, pero sin poder evitarlo, una imagen se incrustó en su cabeza, la imagen de Beto teniendo sexo con su esposa, y aunque era una imagen de decidido mal gusto, se le escapó la risa sin poderse contener. Beto la vio reír, y pensando que se reía de lo mismo que él, se rió con más ganas todavía, y Dulce empezó a darle vueltas a la imagen "éste hombre no sería capaz de entender una insinuación…. Su esposa le diría "ven a la cama", y él iría para quedarse dormido… "móntame, Beto", Dios, sería imposible, ¡no creo ni que sepa cómo se hace!", y empezó a reírse sin disimulo, y cuando quisieron darse cuenta, los dos estaban riendo a carcajadas. - ¿Quiere tomar un helado?
-¡Jajajaja, bueno…! – al instante, a Dulce se le cortó la risa. Con la tontería de reírse, la había pescado con la guardia baja.
-¡BIEN! – No te creas que Beto se contuvo, incluso apretó los puños en expresión de triunfo. "Será…." Pensó Dulce, pero él empezó a hablar – Verá, me encanta probar todo tipo de helados. Soy miembro de un club de probadores de helados, y además de que nos hacen descuentos cuando los compramos, de vez en cuando nos seleccionan para probar sabores nuevos que sacan las marcas… Vea.
Se sacó la cartera de la chaqueta, y de ésta, una tarjeta con su foto digitalizada (no debería sonreír en las fotos, qué cara de tonto…), el logo de un helado y el nombre: "Club R.I.C.O. Reuniones de Idolatradores de los Congelados Orgiásticos".
-Dígame que no le puso usted el nombre…
-Oh, no, este club lleva existiendo más de veinte años, y yo lo conozco hace sólo diez. – "Que no te esfuerces, Dulce, que no las pesca, que es incapaz…" pensó la joven al oír su respuesta. – Es un club selecto, no crea… para entrar, tiene que recomendarte alguien de dentro, y tienes que pasar una prueba de cata, reconocer al menos diez sabores de veinte, con los ojos vendados. Dicho así, parece fácil, pero la mayor parte de la gente, se queda en siete… yo saqué diecinueve… Y no era fácil, no crea, porque no se trata de sabores como fresa, o vainilla… se trata de sabores compuestos y poco habituales… Bergamota con menta, fue uno, por ejemplo. O lima con dátil… Es preciso tener un poco de paladar. – Beto empezó a ponerse rojo – Si usted quiere… si esta tarde, le gusta el helado… bueno, yo podría recomendarla para entrar en el club… si le interesa…
"Ay, Dios mío… le gusto" pensó Dulce. Una parte de ella estaba descorazonada. De todos los hombres del mundo que podían tirarle los trastos, tenía que ser precisamente ÉL. Pero por otra, Dulce siempre había valorado la valentía en un hombre, y si entendemos que la valentía es la fuerza con que uno se enfrenta a sus propios miedos, Beto estaba siendo realmente arrojado.
-Señor Beto, ¿yo le gusto? Quiero decir, ¿está usted intentando ligar conmigo? – el tono, no era amenazador ni descortés, Dulce quería poner las cosas en claro como en su día él había querido hacerlo con respecto al tiempo que podía dedicar a mirarle los pechos.
-Eeeeh… ¿es una de esas preguntas-trampa a las que tengo que contestar que no, aunque sea que sí?
-Déjelo, ya está claro. ¿A qué hora quiere que me pase? – Beto no entendía qué era lo que estaba claro, pero que ella había aceptado, sí que estaba claro para él, de modo que fijaron como hora las siete de la tarde y Beto no fue capaz de dejar de sonreír en todo lo que quedaba de día.
Aventurar lo que Beto pensaba no era tarea fácil, en primera porque había que presumir que PENSABA, lo cual quizá fuera mucho presumir, pero podemos estar seguros que estaba hecho un flan, eso saltaba a la vista. Cuando llegó a su pequeño pero coqueto piso, se aseguró de que todo estaba ordenado, quería causarle buena impresión… se quitó el traje marrón que llevaba, se dio una duchita rápida y se puso los pantalones negros y la camisa de manga corta negra también, que usaba para estar en casa. Le habían dicho que esos pantalones le hacían parecer más alto, y eso buena falta le hacía… si no tuviera los brazos tan peludos, quizá el efecto fuese mejor. Aprovechando que era casi invierno, cambió la camiseta por un jersey de tejido fino y suave, pero de manga larga y cuello vuelto. Se perfumó con la colonia que usaba, una que olía a limón y recordaba a las colonias de bebé, pero la prefería a la mayoría de las colonias de tío que olían a barbería de jubilados. Poco antes de las seis y media, sonó el timbre, Beto corrió a abrir con una gran sonrisa y las piernas le temblaron. Dulce también se había cambiado, ella llevaba el bonito traje de chaqueta que tanto le gustaba… pero en lugar de la blusita escotada, llevaba sencillamente un corsé negro. El funcionario se hizo a un lado, incapaz de decir palabra, y la joven entró, contoneándose graciosamente sobre sus botines.
-Tiene una casa muy mona, Beto… da sensación de calidez, es muy acogedora. – dijo suavemente Dulce, colgando su abrigo de la percha que había a la entrada. Beto pensaba que nunca iba a ser capaz de volver a hablar, parecía todavía más guapa aquí que en el ministerio, ¿de verdad la falda era tan cortita…? – Bueno… ¿y ese helado?
-Oh, sí… - Beto volvió a la realidad y se dirigió a la cocina, con Dulce tras él. De pronto, se sentía muy nervioso, pero pensar en el helado le hacía estar ocupado. Sacó las dos tarrinas de medio litro que le habían enviado. Todavía no estaban estampadas con nombre ni marca alguna, eran simples recipientes blancos. – Son de mermelada de tomate y cereza. Yo mismo no lo he probado aún, espero que le guste… Hace un ratito que las saqué del congelador, así que ya estarán en su punto para poder comerlas. – Beto intentaba mirarla a los ojos, lo intentaba una y otra vez, pero no es que bajase la mirada, es que toda su cabeza se inclinaba para mirar el escote al que se asomaban aquellos preciosos pechos abultados. "Parece que el corsé los apriete…" se dijo confusamente, y le vino a la mente la idea de si no estaría ella más cómoda sin la prenda, pero intentó contenerse, abrió las tarrinas y pasaron al salón. Beto tenía un tresillo muy ancho con una gruesa manta de lana doblada sobre el cabecero, y en él se sentaron los dos.
-¿Le importa si subo los pies al sofá…? – preguntó ella – Antes me descalzo, claro.
-No, adelante… quítese lo que quiera… - Hasta el mismo Beto se dio cuenta de lo que acababa de soltar y puso cara de apuro, pero Dulce sonrió, y cuando se agachó para desatarse los botines, fingió no darse cuenta de que él estiró el cuello ligeramente para atisbar una vez más por el balcón del corsé. Su anfitrión también se quitó las zapatillas y se trepó en el sofá, las rodillas de ambos casi se juntaban, pero Dulce miraba otra cosa mucho más alarmante. "Lleva calcetines blancos… con pantalones negros. Y encima son calcetines de tenis, con franjas verdes en la pantorrilla…. ¿Es daltónico o qué? Ánimo, Dulce, piensa que después… se habrá calmado y no le verás más". Lo cierto es que Dulce no había querido llegar a ese extremo, pero su propósito era precisamente ese: si Beto tenía ganas de acostarse con ella, le daba el capricho y él no insistiría más. Era una solución que detestaba, pero que ya había usado con otro par de pesados y siempre había dado buenos resultados; era cuestión de hacerles creer que una había cedido a su magnetismo animal, que lo habían logrado… así la dejaban en paz. Beto, fijándose constantemente en sus pechos, ya había dejado patente que sus intenciones eran puramente carnales, si dándole lo que quería la iba a dejar tranquila, que lo tomara y punto… a fin de cuentas, era lo mejor para trabajar en paz, ¿verdad? No es que ese tonto del higo le diera morbo en absoluto, ni menos aún que le gustase… por favor, claro que no, ella tenía mucho mejor gusto… El que de puro cándido y tontorrón resultase bueno e inocente, no le hacía atrayente en absoluto…
-Bueno… ¡buen provecho! – dijo Beto con su enorme sonrisa bobalicona y hundió la cuchara en la crema rojiza del helado. Dulce hizo lo propio y tuvo que reconocer que aunque en un principio eso de "helado de mermelada de tomate y cereza" no le había dado muy buena espina, la verdad es que era delicioso, refrescante por el sabor a tomate, pero dulce, y cremoso por el sabor a cereza sin resultar empalagoso, y soltó un "mmmmmmmh…", mientras sonreía relamiéndose… el helado estaba parcialmente derretido y tuvo que dar un rápido lametón a la cuchara para evitar que una gota le cayera en la ropa y acabó lamiendo la cuchara como un gatito. Estaba tan extasiada con el riquísimo sabor, que tardó un par de segundos de más en darse cuenta de que la temperatura ambiente había aumentado considerablemente. Beto la miraba fijamente, sin parpadear siquiera, mientras hacía un sonido lastimero con la garganta, como "hummmh…. Hummmh…", como un cachorro que llorase… y tenía una erección como un burro.
El primer pensamiento de Dulce fue no mirar, hacerse la distraída, pero… ¿no había venido acaso para librarse de él precisamente con eso? De modo que sonrió y, cogiendo una nueva cucharada de helado, le miró a los ojos, luego al bulto, y de nuevo a los ojos, intentando que él se diera cuenta de lo que le ocurría. Beto, al ver que ella le sonreía, le devolvió la sonrisa, con aire soñador, pero no pareció darse cuenta. Dulce repitió la mirada un par de veces, y finalmente, clavó la mirada en su entrepierna, intentando que no se le escapase la risa. Sólo cuando vio que ella no levantaba la vista, Beto bajó la suya y ahogó un grito al ver qué le pasaba.
-Oh, madre mía… Lo siento… - El funcionario pareció encogerse sobre sí mismo, tomó un cojín e hizo ademán de ponérselo sobre el bulto para ocultárselo, pero Dulce se lo impidió.
-Ah, no. Usted me miraba los pechos, ¿verdad? Y no ha dejado de hacerlo desde que estoy aquí… pues entonces, yo tengo derecho a mirar eso. – dijo, traviesa, tomando una nueva cucharada de helado y lamiéndola hasta dejarla limpia.
-Pero… pero eso, no es lo mismo… Usted tiene pechos todo el rato, y yo…
-¿Usted no tiene miembro todo el rato…?
-Eeeeh, sí, pero no erecto… - Beto estaba del mismo color que el helado – Mi tita no está así todo el rato…
"Voy a hacer como que no he oído a un tío de casi cuarenta tacos referirse a su miembro como "su tita"" pensó Dulce, y se le ocurrió una idea muy traviesa.
-Bueno, si se va a sentir mejor… cierre los ojos y prométame no mirar hasta que yo le diga, ¿de acuerdo?
Beto sonrió y cerró los ojos.
-¿Abro la boca también? ¿Me va a meter una cucharada en la boca…? – "Una cucharada de FOSTIAS debía meterte, si es que no te las metieron de niño y por eso te has quedado así…" pensó Dulce mientras se quitaba la chaqueta, el corsé, y volvía a ponerse la chaqueta. El simple roce con la ropa había puesto erectos sus pezones y, al igual que en el caso de Beto, a través de la ropa ahora se notaba perfectamente.
-Ya puede abrirlos. – Beto obedeció y la sonrisa se le esfumó de la cara. La chaqueta de Dulce sólo tenía un botón, y éste parecía a punto de reventar por la presión de los pechos de la joven, que se adivinaban graciosamente por arriba y por debajo del botón. Los pezones hacían sendos bultitos en la tela color canela de la chaqueta. - ¿Qué le parece? Mis pechos están ahí todo el rato, pero no tengo los pezones duros todo el rato, exactamente igual que… su tita. ¿Está más cómodo?
-….No lo sé. – admitió sinceramente. Movió lentamente la cabeza la cabeza hacia arriba, hacia uno y otro lado, pero su mirada seguía fija en los pezones de Dulce – No puedo mover los ojos. Lo siento, lo intento pero no puedo…
-Bueno, no se preocupe… ahora, no estamos en el trabajo, nadie nos oye ni nos ve, no tiene que preocuparse por la corrección política estando en la intimidad. – Beto pareció algo aliviado, pero volvió a su helado y no dijo nada, limitándose a mirar. "Este paradito es capaz de no saber ni arrancarse… y yo no estoy dispuesta a seguirle aguantando, ni a volver aquí otro día, veamos… Le gusta el helado, ¿verdad?". Dulce sonrió y se inclinó, para meter la cuchara en la tarrina de su compañero. A éste le tembló un músculo de la cara cuando vio que el canalillo se acercaba más a él, inclinó sin querer la tarrina, y parte del helado fundido, se derramó… - ¡Iiiiiiiiiiiiih, estáfríoestáfrío! – justito por el escote de Dulce.
-¡Ay, madre mía, lo siento, lo siento…! – Beto se maldijo por su torpeza, pero hacía tanto que no veía nada tan bonito tan de cerca… en su azoramiento, agarró una servilleta para limpiar a la joven el escote, sin pensar qué iba a tocar; Dulce viéndole las intenciones, se echó hacia atrás, pero él ya tenía la mano puesta, y al tirar, el único botón de la chaqueta saltó limpiamente y los pechos de la joven botaron fuera de la chaqueta. Beto ahogó un grito y se quedó literalmente helado.
-¡No mire! – chilló Dulce, cerrándose la chaqueta. "¿Será posible el tonto este…? ¡A lo tonto, a lo tonto, mírale! ¿Por qué estoy jadeando? Estoy… estoy colorada".
-Sss…Se le va a manchar la chaqueta por dentro con el helado… tendrá que quitársela…. – Murmuró Beto. Tenía la cabeza agachada, estaba aún más rojo que antes… y sonreía. No podía dejar de sonreír, aunque lo intentaba. "Le he visto… le he visto los… sólo ha sido un segundo, pero… sus pezones son rosados, ¡qué lindos…!"
A Dulce las piernas le temblaban y sentía escalofríos, y no hubiera podido asegurar que no fuera sólo por el helado que se le escurría por el vientre. "Ahora o nunca. Dulce: al ataque".
-Tiene razón… será mejor que me la quite – "¿qué me pasa…? Me tiemblan las manos, me noto caliente y avergonzada, me gira el estómago... cuando me he deshecho de otros pesados, ¡nunca me había sentido así!". Beto cerró educadamente los ojos, y oyó a Dulce decir – Lo que siento… e-es todo este helado que se va a perder… ¿No querría usted… aprovecharlo?
A Beto le dolía el pecho por el modo en que le palpitaba el corazón, y tenía verdadero miedo de abrir los ojos, pero lo hizo y se mordió los labios. Dulce estaba de rodillas en el sofá, frente a él, con los pechos descubiertos, rojos de helado hasta el ombligo. La joven estaba ruborizada y no era capaz de mirarle a los ojos. Beto, con mano temblorosa, dirigió su cuchara a la piel de la joven y empezó a recoger en ella parte del helado. Ella le cogió dulcemente de las manos y se las retiró, le agarró de la nuca y tiró suavemente de él, para llevarle hasta su piel.
-Con… con la lengua… lámalo. – Beto sacó la lengua torpemente y empezó a lamer. Dulce se estremeció y se mordió el puño, sus hombros temblaron y dejó escapar un pequeño gemido, "¿Qué me sucede? ¿Qué le pasa a mi cuerpo…? No… no me controlo… Esto no es lo que debería pasar… yo debería tener las riendas, y… y no soy capaz de ello. ¡Ahora no podría parar ni aunque quisiera! ¿Qué me pasa?". La joven se torturaba intentando saber qué le había sucedido, pero Beto no perdía el tiempo en cuestionarse una de las mejores cosas que le habían pasado en su vida, abrazó a Dulce por el talle y lamió hacia arriba, buscando los regueros que manchaban sus pechos, subiendo por el entreseno, acercándose a sus pezones, lamiendo hasta dejarle limpia la piel, ¡qué rico…! El helado sabía mejor sobre el cuerpo de Dulce que en la cuchara, mmmh…
Dulce quería aguantar, sobreponerse y recobrar el control, pero sus manos crispadas se dirigieron a Beto y le abrazaron por la espalda. La lengua del funcionario la electrizaba a cada suave roce húmedo, la excitación subía a cada centímetro que se acercaba más a sus pezones. El frío del helado desaparecía ante el ataque de la lengua cálida de Beto, sus pezones estaban cada vez más cerca, de uno de ellos colgaba una gota rojiza, y él la recogió en su lengua antes de que cayera. Acarició levemente el pezón con la punta de la lengua, y finalmente, pegó su boca a él y succionó con fuerza.
-¡Mmmmmmmmmmmmmmmmmh……! – Dulce se estremeció de arriba abajo y sintió que su humedad desbordaba su ropa interior. Beto sonrió con un ingenuo estupor, como si no estuviese seguro de qué estaba pasando, y la joven le agarró de la cara y le besó casi con ferocidad, metiéndole la lengua en la boca. El funcionario abrió desmesuradamente los ojos y dejó escapar un gemido, a mitad de sorpresa y gusto. Su lengua se movió sin que él fuera enteramente consciente y acarició la de Dulce… aquello era una delicia superior a la del helado, superior a todos los helados… incluso mejor que aquél de arroz con leche y cacao.
Dulce dirigió sus manos a la cremallera lateral de su falda y la bajó, dejando ver unas bonitas bragas negras a juego con el corsé que se había quitado, bajó del sofá para quitarse la falda mientras Beto la observaba boquiabierto, ¿era cierto que existían mujeres así en la realidad, no sólo en las revistas de venta de lencería por catálogo…? La joven le miró, irguiéndose y jadeando de nervios, llevó los brazos a la nuca para que sus pechos se elevaran y él los observara plenamente. Se contoneó suavemente frente a él, ruborizada y con los labios entreabiertos de deseo y él… La miró, sí, la miró de arriba abajo, sonriente, se le escapó la risa floja… pero no hizo nada más.
-¡Por amor del Cielo, Beto, quítese la ropa o se la arranco! – gritó y su compañero se sobresaltó ligeramente, era cierto, que Dulce no era la tele, tenía que participar más activamente… Precipitadamente, se llevó las manos al jersey mientras ella le echó mano directamente al pantalón para dejar al descubierto la feroz erección… pero cuando vio el pecho peludo de su compañero se lanzó a besarlo, casi llorando de felicidad "tenías que ser peludo, maldito bobo… ¡me encanta!". Beto suspiró, nervioso, todavía con el jersey colgando de los brazos y la apretó contra él. "Perdóname, Cristina"- pensó, refiriéndose a su mujer "sé que aún estamos casados y eso... no es excusa que tú te hayas ido con otro, yo juré que siempre te sería fiel… pero no podía dejar que me arrancase la ropa y la rompiera, ¿lo comprendes, verdad…? Te-tengo mucho cariño a este jersey, y sé que debería tenerte más cariño a ti… pero tú te has ido con Serrano y el jersey ha seguido conmigo….". Dulce humedecía el vello del pecho de su amante con sus besos a lengüetazos, qué áspero era, cómo le gustaba… el muy puerco olía a limón, a colonia de bebé, pero ese aroma, mezclado con el sudor, daba un punto ácido tan atrayente… el limón suavizaba el olor del sudor, el sudor quitaba inocencia al limón, ¡era asquerosamente perfecto, maldita sea, no había derecho…! Mmmmh… ¿Olería así por… por todas partes?
Tiró del pantalón de Beto y de los calzoncillos "no quiero verlo, no estoy viendo nada, sólo me interesa lo que hay debajo" pensó rápidamente Dulce al ver un estampado de cierto ratón de calzones rojos excesivamente familiar… pero como ella decía, lo que había debajo, era lo interesante. Dulce ahogó un grito y miró a Beto con sorpresa. Éste se encogió de hombros con una sonrisita inocente. En fin, no… no es que fuese nada monstruoso, pero… "Supongo que la Naturaleza intentó compensar unas cosas con otras… Está bien, lo admito, éste tonto del culo me ha conquistado… ¡y "esto", no lo voy a dejar escapar!"
-¡Aaaaaaaaaaaaaaaah… ay… uuuh… mmmmh…! – Beto tembló de pies a cabeza cuando sintió su glande dentro de la boquita pequeña y ardiente de Dulce. La joven tenía que hacer esfuerzos para que entrara y no podía bajar hasta el fondo, pero eso a él le daba igual, ¡le encantaba! Dulce tenía que contener la risa porque su amante, sin duda por la de tiempo que llevaba sin sexo, hacía unos ruidos ridículos, mezclando las risitas flojas con los gemidos, con grititos como "¡huyhuyhuy!" – Me… me gusta, señorita Dulce… meee… me gusta mucho… ¿por… por qué es usted tan buena… tan buena conmigo? – preguntó Beto retorciéndose tiernamente de gusto.
-Porque… porque me gusta, Beto. Me gustas – se corrigió, dando largos lametones por toda la superficie del grueso miembro – Llámame de tú, Beto… Betito…
-Lo que usted diga, señorita Detú, la llamo como usted quiera… - el funcionario parecía a punto de llorar de placer, y Dulce, por primera vez, no se enfadó ante una de sus torpezas, sino que se rió tiernamente.
-Quiero decir que me tutees… Beto, necesito tenerte dentro… no puedo aguantar más, te… - pensó un momento y dijo – quiero tu gran tita dentro de mí. – "Si con esto no me entiende, vamos a tener un grave problema… pero es igual, yo le enseño aunque tenga que hacerle un plano, ¡vaya que sí!" Pero Beto sonrió lleno de felicidad y rojo como un tomate, lo había entendido a la perfección. Dulce se sentó en el sofá y se despojó de las bragas. A su amante las manos le temblaban y parecía tener miedo de tocar pese a lo que iba a suceder, pero aún así las iba acercando lentamente al cuerpo de la joven, sin decidirse entre ir a por los pechos o a los muslos, o a lo que había entre ambos destinos. Dulce se tumbó en el sofá y llamó a Beto con las manos. Éste se tumbó con mucho cuidado sobre ella, que conservaba una mano entre los cuerpos de ambos para guiarle a su interior. Sabía que había estado casado, caray, alguna idea debería tener… pero, por si acaso. La precaución se mostró útil, Beto no era de gran pericia como amante, él mismo lo sabía dentro de lo poco que entendía, y la poca experiencia que había tenido con su mujer, en dos años de separación se le había olvidado de sobra.
"Ay, Dios, no me pongas esa carita… mírale que expresión de sorpresa, de inocencia, de… me rompe el corazón" pensó Dulce, y era cierto. Apenas había notado el calor que desprendía su entrada, Beto había puesto una expresión de sonriente impresión colmada de alegría, que hubiera arrancado lágrimas a las piedras. Se sentía en la gloria, era tan suave y calentito, tan húmedo… tan apretado… Dulce retiró la mano y le rodeó con las piernas para que entrara del todo. Beto se vació de aire y se estremeció entre sus brazos, gimiendo y convulsionándose "Es muy capaz de correrse nada más entrar" pensó su amante, pero no. Era sólo el enorme placer que sentía después de tanto tiempo.
-Dulce… - "¿está llorando…? Mierda, sí… está llorando." – Creo que te quiero…. Te quiero mucho… - A Beto le temblaba la mandíbula y las lágrimas le mojaron las gafas. Dulce, con expresión conmovida, quiso quitárselas para que no le molestaran, pero él se agarró una de las patillas para impedírselo – No, sin gafas, no… -sorbió por la nariz – veo muy borroso sin ellas y me siento inseguro… Dulce… ¿crees que podrás enamorarte de un adúltero? Por favor, no me tomes por un crápula… te aseguro que soy un hombre fiel, esto ha sido sin planearlo, pero es que eres tan guapa, y besas tan bien, y hace tanto tiempo que no lo hacía…
"Maldita sea mi suerte perra… de todos los hombres del mundo, tiene que decirme esto un medio retrasao ¡que folla con los calcetines puestos! ¡Y… y lo peor es que estoy a la recíproca!"
-Beto…. Yo a ti también. Y eres tú quien debe decidir si puede enamorarse de mí, porque te he tratado tan mal todo este tiempo, y encima reconozco que te he seducido… tampoco yo voy por ahí poniéndome delante de los tíos, pero… me parecías tan inocente que quise tentarte, tu bondad me daba tanto morbo, que no pude resistir… pero te quiero. – "lo he dicho… lo he reconocido… y me gusta". Beto dejó escapar un suspiro cariñoso y se tumbó por completo sobre ella, abrazándola y bombeando, cubriéndola de besos. Dulce le acariciaba la espalda y le espoleaba con los pies, gimiendo cada vez con mayor pasión, dentro de ella parecía inmenso, incluso le había dolido un poquitín al entrar, pero ahora era sencillamente maravilloso, qué placer, qué felicidad sentirse tan llena, el calor aumentaba a cada embestida de su compañero, el placer la recorría, sus pechos se electrizaban al rozar con el suyo a cada movimiento. Dulce estaba poniendo los ojos en blanco, era demasiado placer, demasiada alegría…
La deliciosa electricidad que anunciaba su orgasmo atacaba su cuerpo en una pícara tortura "sí llega-no llega". Un subidón de placer la hizo estremecerse entre los brazos de Beto y temblar frenéticamente, entre risas; sus nalgas le picaban y cosquilleaban por efecto del placer, las corvas se le tensaban y su coñito parecía querer explotar; pequeños estallidos, chispas de gozo empezaron a cebarse en su cuerpo, en la nuca, en los riñones, y finalmente dentro de ella misma, en la pared vaginal que el miembro de Beto estimulaba sin cesar, y lanzó un poderoso grito de alegría mientras el placer dulcísimo se extendía por su cuerpo, haciendo vibrar su sexo cálidamente, haciendo temblar su clítoris y contraerse su ano, haciendo que toda ella se convulsionase de placer y felicidad y apretase a su amante contra su cuerpo y dentro de él mismo… jadeó, cubierta en sudor y miró a Beto, que la observaba sonriente, con expresión de tierna incredulidad.
-Dulce… ¿qué ha sido eso? – preguntó con curiosidad genuina – Repítelo, por favor… ha-ha sido muy bonito…
La joven tuvo que tomar aire antes de contestar.
-Betito, cielo… esto… esto es que me he corrido… que he tenido un orgasmo… es lo mismo que sientes tú cuando te corres… cuando eyaculas.
-¿Eso que pasa cuando tienes sueños guarros y te despiertas con el pijama mojado? Pero… pero eso a mí sólo me pasa dormido…
Dulce se medio incorporó, sin dejar que Beto saliera de ella.
-¿Qué? ¿Me estás diciendo que has estado casado y NUNCA has tenido un orgasmo estando despierto? ¿Es que no… no te masturbas?
-Pues… pues, sí, claro, lo hago, pero… pero mi mujer decía que eyacular debilitaba a los hombres, y que sólo debía hacerse cuando fuéramos a tener niños, así que cuando estaba con ella así como ahora contigo, cuando ella decía que ya estaba, me hacía parar y quitarme, y cuando me… me toco, lo hago hasta que estoy a punto de no poder parar, ahí paro y espero que baje sola. Esas noches, me pongo dos calzoncillos para no ensuciar las sábanas, porque al dormirme lo suelto sin poder hacer nada…
Dulce creía alucinar en colores… de acuerdo, Beto era un poco imbécil, pero, ¿con qué clase de arpía se había casado el pobrecito para colocarle esas milongas y negarle hasta un poquitín de satisfacción y de cariño…? ¡Le había usado poco menos que como a un dildo, y después le había abandonado, sin preocuparse de sus sentimientos, de su… de su salud! ¿no sabía que reteniendo la eyaculación podía hacerse daño…? Angelito mío…
-Betito… Eso no te va a volver a pasar nunca. A partir de ahora, los orgasmos, los vas a tener estando despierto. Eyacular, no debilita en absoluto. Dulce se va a ocupar de ti, y de que estés contento. Anda, enderézate… con cuidado.
A Beto le daba pena salir, estaba tan a gustito dentro… pero si Dulce decía que iba a ocuparse de él, él no tenía ninguna objeción. Con cuidado, se incorporó en el sofá, sudoroso y con el pene empapado, y su amante se levantó con él.
-Ahora, voy a darte gustito sin que tú tengas que hacer esfuerzo, vidita, ya verás… - Dulce sonrió pícaramente y se sentó sobre él, entró a la primera y Beto dejó escapar un gemidito acompañado de sonrisa que la hizo enternecerse hasta los huesos "¿cómo es posible que sea tan mono…? Es un delicioso peluche, ahora lo veo…" Pensó Dulce mientras empezaba a moverse. Una parte de ella quería gritarse a sí misma "¡¿Pero qué te ha pasado, estúpida?! ¿Peluche? ¡No es que sea mono, es que es un maldito antropoide, un lento que no es que sea lento, es que está más parado que un tren sin ruedas! ¡Despierta!", pero no hizo caso. No quería hacer caso… era demasiado bueno para hacer caso, y siguió botando sobre el miembro… sobre la tita de Beto. - ¿Así te gusta, mi amor…. Mmmh… a que es bueno…?
-Sí…. ¡sí, sí….! – Beto apenas podía hablar, le parecía que se iba a desmayar de gusto, sus caderas querían moverse también al ritmo de la doma impuesta por Dulce. La joven le llevó las manos a sus pechos y él la miró como si quisiera morir de felicidad ahí mismo, y empezó a apretarlos. Es cierto, lo hacía con bastante torpeza, como si estuviese manipulando dos pelotas anti-stress, pero ella se rió, ¡ya aprendería! Ella estaba dispuesta a enseñarle. Beto sudaba y la miraba con una gran sonrisa de agradecimiento, se moría de amor por ella… y entonces, la cara le cambió, abrió la boca en gesto de sorpresa y la miró casi con temor, ¡no sabía qué le pasaba! Dulce le abrazó por la nuca y le sonrió, estuvo tentada de apretarle contra sus pechos, pero se detuvo, quería ver bien de cerca la carita que iba a poner al correrse… Beto se estremeció, gimió, se convulsionó y por fin elevó la cara, una sonrisa cada vez mayor se dibujó en su rostro y tiritó violentamente sobre el sofá, estremeciéndose varias veces, con su gran sonrisa. Cerró los ojos y suspiró. Dulce pudo notar la descarga escurriéndose dentro de ella… un poquito se salió. La joven le miró con ternura y ahora sí, le llevó la cara a sus pechos. Beto tenía expresión de intensa felicidad y la apretó contra él.
Lo único malo de todo el asunto, es que el helado se había hecho batido, pero aún así, estaba riquísimo.