A mi tía mamé su orinada pucha

Sécame con tu lengua los meados de la pucha, me dijo mi tía.

A mi tía mamé su orinada pucha.

Siempre quise contar esto, porque chuparle la pucha a mi tía, después que ella orinó, ha sido de lo más caliente que me ha pasado. Mi tía y yo somos mexicanos y todo lo que voy a contarles sucedió realmente. Ella tenía entonces treinta años y yo doce. Como se había divorciado hacía cuatro años, llevaba mucho tiempo sin coger y una vez que la acompañé a su trabajo en sábado (en la oficina sólo estábamos nosotros dos) la sorprendí masturbándose mirando una revista porno, aprovechándose de que yo había salido un rato. Para mi sorpresa y al contrario de lo que se hubiera esperado de una mujer a la que yo pensaba muy recatada, ella llevó mi cara hasta en medio de sus piernas y me dijo que le comiera el coño. Yo no tenía experiencia, pero chupaba como un loco, sediento de toda la baba que en escurría de la pucha de mi tía Leonor. Sentí cómo se vino. Me inundó la boca. La sentí correrse y la oí gritar diciéndome que era mi puta.

Cuándo terminó me preguntó si me había gustado comerle la concha y me dijo que sentía que iba a estallar porque con la mamada que le di, le habían dado muchas ganas de orinar. Yo seguía en completa sorpresa por todo lo que estaba haciendo con la hermana de mi padre y la excitación que esto me provocaba me tenía mudo. Yo no sabía ni qué decir.

-Mira amor -me dijo mi tía y se puso en cuclillas frente a mí, con la falda totalmente alzada y las pantaletas en los tobillos, dejándome ver su raja que estaba al rojo vivo.

-Voy a hacer pipí- dijo.

Yo entonces vi brotar ese gran chorro de orina de la pepa de mi tía y ella me sonreía, mientras se mordía los labios y sacaba una de sus enormes tetas del brasier y se tocaba lujuriosamente el pezón. Sus meados estaban empapando la alfombra de su oficina y yo estaba extasiado mirando ese gran chorro que, para mi gran suerte, parecía no acabarse.

-¿Te gusta verme orinar verdad cochino?- Decía mientras meaba.

-Veo que tienes el pito muy duro, porque estás viendo a la puerca de tu tía orinar frente a ti.

Yo sólo miraba.

-Dime – preguntaba ella- ¿Me habías visto orinar antes? ¿Me has espiado verdad?

-Sí tía, sí lo he hecho.

-¿Y te gusta? ¿Te gusta cómo huelen los meados de tu tía?

-Si tía, me vuelvo loco oliendo tus meados.

La primera ocasión que me masturbé con el olor tan rico de los meados de mi tía Leonor, fue una vez que entré a bañarme. En la cesta de la ropa sucia encontré una pantaleta de mi tía, quien recién se había duchado antes que yo; fue una suerte bañarme después que ella, pues la pantaleta que había acabado de quitarse, aún estaba húmeda y llena del delicioso aroma de su coño.

Tomé esa prenda con algo de culpa y la estuve observando, pero al sentirla y darme cuenta que estaba mojadita por mi tía, no pude más y como un acto reflejo la llevé hacia mi nariz y aspiré profundamente. Ese olor hizo que mi verga se pusiera a mil y yo descargué un gran chorro de leche, pensando que era a mi tía a quien yo me tiraba. Desde ese día, hacía todo lo posible por bañarme después de ella e incluso, como mi tía Leonor me preguntaba, yo la había espiado para verla orinar.

-He olido tus pantaletas tía y me he chorreado oliéndolas.

-Eres un cabrón pervertido- decía ella.

El chorro de meados de mi tía disminuía, pero no dejaba de ser muy lujurioso, pues ahora lo último de su lluvia dorada se escurría por sus muslos, empapándoselos y mojándole las medias que llevaba puestas.

-Ahora mi amor – me dijo-, le vas a secar con la lengua el coñito meado a tu tía. Ven mi niño.

Se levantó y me tomó de la mano; se sentó en el gran sofá de su oficina y sentada puso las plantas de sus pies también arriba del sillón, dejándome ver toda su pucha abierta.

-Límpiale las piernas y la concha a tu tía. Tómate mis meados niñito cabrón.

Yo me acerqué y comencé por chupar sus medias, exactamente ahí donde terminaban y daban paso a la piel blanca de sus muslos. Chupaba golosamente y ese aroma de mi tía me tenía a punto de estallar. Ella, mientras yo le lamía los muslos, se tocaba las tetas y se movía, ofreciéndome su concha. Yo seguía lamiendo y al llegar a su raja, antes que la lengua, metí la nariz, quería llenarme primero con todo ese aroma que tanto me excitaba, moví mi nariz dentro de su raja y ella se movía hacía mi cara.

-Huy que rico es esto mi niño. Dame así amorcito; haz que esta putona se corra en tu cara.

Luego con mi lengua comencé a recoger los chorritos de meados que habían quedado en la pepa de mi tía. Los sonidos que yo hacía eran los de alguien que chupa algo muy fuerte. A cada chupada la panocha de mi tía iba hacia mi boca y yo seguía entregado bebiéndome todos sus jugos.

-Soy una puerca en celo. Cómete mi coño. Ay así mi amor. Dale la lengua a tu pervertida tía. Chupa así mi vida, como cuando chupas y hueles mi pantaleta húmeda.

Seguí lamiendo hasta que su cuerpo se crispó cuando terminó por correrse. Otra vez recibí sus jugos; mi boca, mi nariz, y toda mi cara se llenaron con esos jugos y para mí, un niño de doce años, no había nada mejor que haber descubierto que la recatada hermana de mi padre era, en realidad, como ella dice, la más puta entre todas las putas.

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