A mi novia le gusta que -se la pongan- (01)

(con fotos) Según dice ella, "es una adicción" a que se la pongan. Aunque tardé un poco en entender el concepto, igual éramos muy felices.

A mi novia le gustaba que "se la pongan" 01

Por Juan Macho Bravío.

machobravío@yahoo.com.ar

Ayer mi esposa entró en nuestro departamento con un amigo que siempre la saca a pasear, lo llevó a nuestro dormitorio y antes de cerrar la puerta, dejándome afuera, me dijo "¡no me rompas las pelotas, cornudo!" y cerró con un golpe.

Me pregunto si estará enojada. Antes me dejaba estar cuando venían visitas. "¡Cacho no es una visita, pelotudo, Cacho es el que me la pone!"

"Esta bien, está bien, ya entendí la indirecta..." le contesté, conciliador.

"¡¡Uno más de los tantos que me la ponen, cornudo!!"

Ya de novio me costó algún tiempo entender que me quería decir Laura cuando me presentaba alguno de sus amigos, diciéndome "él me la pone, y ¡cómo me la pone!" Generalmente, el grandote que me presentaba, la tenía tomada de la cintura, y se daban algún que otro beso de lengua. Porque, eso sí, Laura no me escondía nada.

Después me dejaban y se iban, enlazados por la cintura. "Carlitos, ahora tengo que dejarte, porque Bochi me la quiere poner, y esa no me la pierdo..."

Yo no tenía una idea muy clara del significado de ese "poner", pero gradualmente me fui haciendo una imagen, a través de los distintos amigos de Laura. Al principio creí que el término significaba "tocar la cola", ya que algunos de sus amigos acostumbraban a tocarle la cola muy seguido a mi novia. Y como ella paraba la cola cuando le metían mano, me pareció que eso era lo que le gustaba. Además que todos sus amigos acostumbraban "ponérsela", así que confirmé mi idea de que la cosa tenía que ver con la cola.

Pero un día, cuando llegaba a la esquina donde estaba mi novia, la encontré con uno de sus amigos. Ella estaba llevando jeans y él la estaba tocando, pero no en la cola, sino en la entrepierna. Y por las caras que ella ponía, pude ver que también le estaba gustando. Más, creo, porque ponía caras de éxtasis y se abrazaba a él mientras el muchacho la acariciaba por adelante. Así que ahí se derrumbó mi teoría. Máxime porque también esta vez se fue a la casa del muchacho, porque estaba "loca de ganas de que me la ponga". Me quedé en la esquina viéndolos irse, mientras me preguntaba dónde estaba mi error. "Las mujeres son incomprensibles", me dije.

Por supuesto que mi novia también jugaba conmigo. Con sus caricias audaces ponía mi polla a mil, y mediante sus apretones apasionados, lograba hacerme correr como un burro. "¡Ay, mi amor, qué ganas de que me la pongas...!" Y acariciándome la polla con cariño, me dijo "¡esta, quiero sentírtela en el culo!" ¡Ahí se me hizo la luz! ¡¡Laura quería que yo pusiera mi polla en su culo!! "¡De ahí el uso de la palabra "poner"!

Y mientras se sacaba la pollerita –braguitas no usaba nunca- y enfilaba mi polla en su culo, me iba explicando: "prefiero que me la pongas por el culo, amor mío, porque por adelante me ha entrado tanta cosa gorda, que el coñito lo tengo bastante agrandado, y me costaría sentirte".

No entendí muy bien a qué se refería, pero su culito estaba muy caliente y apretado y yo no estaba en condiciones de pensar muy claramente. "¡Ay, que bien que te siento, Carlitos!" dijo mientras ella se iba moviendo hacia atrás y adelante con mi nabo como eje.

Como mi nabo recién acababa de verter su donación, la siguiente llegó recién después de veinte o veinticinco minutos, en los cuales mi novia, habiéndoselo enterrado hasta el fondo, comenzó con rotaciones de su culo, mientras jadeaba locamente. En dos ocasiones se detuvo dando alaridos, para luego seguir haciéndose los honores con mi polla. Hasta que me corrí nuevamente, haciéndole otra donación bastante abundante en sus entrañas. Yo no entendí muy bien el asunto, pero me gustó.

Después me quedé recordando todas las veces que mi novia me había dicho que tal o tal otro amigo "se la ponía", y comencé a imaginarme de que se trataba.

Laurita tenía recién dieciséis años, y le gustaba mucho que "se la pusieran", cosa que venía ocurriendo desde sus trece.

A veces no quería que yo se la pusiera en la cola, porque había estado con un amigo "que la cargaba muy gorda" y que le "había hecho" el culo, así que prefería que lo dejáramos pasar porque por ahí tampoco iba a poder sentirme.

Ahí fue cuando me enseñó a mamársela.

La primera vez se me subió a babucha por delante, sujetándome por la cabeza, para ponerme su concha en la boca. Yo me sentí un poco desconcertado por la situación, pero por el modo en que Laurita se movía contra mi cara, no tuve más remedio que aguantarla.

Pero después me fui acostumbrando. "Vení, mi amor, chupame el chochito". Me lo hizo hacer de todas las formas posibles. Levantando una pierna y apretándome la cabeza contra su coño, tirándose panza arriba y atrapándome la cabeza cruzando las piernas, poniéndome a mí boca arriba, y ella arriba de mi boca, frotándome con la vagina, abriendo las piernas al máximo y mientras sujetaba mi cabeza, levantaba las caderas con movimientos rotativos, restregándome la cara con la concha. Y de todas las maneras que se le ocurrían, que eran muchas. Así que me volví adicto.

Y los modos con que me apretaba su muy abierto coño contra la cara, mientras se corría, me dejaron huellas imborrables.

Y ella también se había hecho adicta a mis mamadas. "Total, todo lo demás me lo hacen mis amigos, cariñito..."

Cuando nos casamos yo estaba muy enamorado. Y todos los días salía a trabajar para traer el pan.

Pero estaba muy orgulloso. Sus amigos sabían trabajarle muy bien sus agujeros, así que andaba siempre muy contenta, pero ninguno sabía trabajarla con la boca como yo que, de paso sea dicho, andaba flotando entre las nubes.

La noche de bodas fue memorable. Fueron todos sus amigos y algunos conocidos. Y para "el beso a la novia" se los iba llevando uno a uno para el dormitorio. Y tardaba diez o veinte minutos con cada uno, y luego hacía pasar al siguiente. Fueron como tres horas, pero es que hubieron algunos "colados". Cuando terminó tenía unas tremendas ojeras y la cara un poco ajada, pero le había cumplido a todos sus amigos. A algunos más de una vez.

Y después se despidió: "Chicos, me tengo que ir con mi marido. Yo seguiría y seguiría, pero tengo un deber conyugal" dijo abriendo los brazos con aire resignado. "Pero, no se preocupen, nos seguiremos viendo".

Y volviéndose hacia mí, acercó su cara a la mía: "vení, tenés que hacerme unas cuantas chupadas de concha". Y nos fuimos muy felices. Yo sabía que me esperaba una nueva vida.

En mi próxima entrega te contaré como fueron las primeras y más felices etapas de mi vida matrimonial.

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