A mi madre la violaron por la noche en la playa
Volvemos de visitar a una conocida cuando un grupo de personas que está en una zona de copas arranca a mi madre toda su ropa, y la viola en la playa
Nunca olvidaré aquel mes de agosto que me dejó marcado toda mi vida, en el que yo tendría unos 7 años y mi madre tal vez 29.
Como todos los veranos mis padres habían alquilado un apartamento próximo a la playa. Ese año habían elegido uno con gran afluencia de turistas, cuyo nombre no daré.
Esa tarde mi padre se había quedado en casa viendo alguna competición deportiva que retransmitían en el televisor, por lo que mi madre aprovechó para ir a visitar a una vecina de donde vivíamos que tenía una vivienda en el mismo pueblo que veraneábamos.
Con el fin de dejar que mi padre viera tranquilamente la televisión, mi madre me llevó con ella.
La vivienda de la vecina no estaba muy lejos, por lo que fuimos caminando.
Aquella tarde la pasamos en su casa. Mientras ellas dos no paraban de hablar, a mí, entre jugar, leer cuentos y merendar, se me pasó el tiempo entretenido.
Tan entretenidos estábamos que, cuando se dieron cuenta, ya eran casi las doce de la noche y teníamos que regresar a casa.
Así que caminando otra vez emprendimos nuestro regreso.
Para llegar antes a casa, no volvimos por donde habíamos venido sino que tomamos un camino alternativo, que pasaba por una zona de copas próxima a la playa.
Del silencio y tranquilidad de una calle pasamos a otra ruidosa, repleta de las luces de bares, pubs y discotecas con un montón de jóvenes que bebían, reían y hablaban abarrotando las calles.
Me sentía confundido y asustado pero mi madre, sin soltarme la mano, intentó que me tranquilizara, que no pasaba nada.
Saliendo del mogollón nos metimos por una estrecha callejuela, en la que jóvenes, apoyados en las paredes, bebían de grandes botellas que compartían.
Era tanta la gente que había que tuvo que soltarme la mano para que pudiéramos pasar, pero la seguía muy de cerca para no perderla.
Empujando, pudo mi madre hacerse hueco y meterse entre la gente, que no se apartaba y más de uno, mirándola con descaro, la dijo y propuso algo, e incluso la sobó el culo y las tetas, pero mi madre, sin dejar de avanzar, les regateaba como podía, pegando pequeños saltitos ante las manos insistentes que buscaban sus carnes y yo, detrás, asistía angustiado al acoso.
Pero el paso poco a poco se fue cerrando y mi madre tuvo mayores dificultades para seguir avanzando, por lo que no se contentaron en tocarla el culo, sino que la levantaron por detrás la falda, mostrando sus nalgas prietas, apenas cubiertas por unas bragas.
Mi madre, con su brazo, intentó bajarse la falda, pero enseguida se la volvían a levantar, y más de una mano la sobó el culo, incluso entre las piernas.
Uno, más lanzado, no se limitó a subirla la falda, sino que la subió el vestido, atrapándola la cabeza y los brazos.
Ahí estaban sus bragas y su sostén, cubriéndola culo, tetas y entrepierna, pero enseguida le bajaron las primeras hasta los tobillos y le soltaron el segundo para quitárselos en un momento, dejando al descubierto zonas pálidas de su cuerpo que no habían recibido la caricia del sol.
Forcejeando y agitándose, sin poder bajarse el vestido, fue sobada con ansiedad por múltiples manos que recorrían insistentemente su cuerpo.
Viendo que no podía huir, intentó ponerse en cuclillas, sin conseguirlo, ya que tiraban de su vestido hacia arriba, pero, al poner el culo en pompa, los sobes se convirtieron en algunos casos en azotes.
La sacaron el vestido por arriba, dejándola desnuda, pero antes de que pudiera reaccionar, muchas manos la levantaron del suelo, haciendo que perdiera sus sandalias, y un hombre se la puso sentada a horcajadas sobre sus hombros.
Allí estaba ella, totalmente desnuda, subida sobre unos hombros, en lo alto, expuesta a las miradas y sobes de todos los asistentes, que no paraban de reír y de gritar comentarios obscenos.
Entre tanta algarabía, alguien propuso follársela, muchos lo aplaudieron entusiasmados. En la playa, propusieron, y hacia allí una nutrida tropa se encaminó, llevándola obscenamente desnuda en mitad del grupo, como si de un estandarte se tratara.
A pocos metros la playa nos esperaba, apenas iluminada por unos focos de luz amarilla, la suficiente para ver con detalle lo que estaba sucediendo.
Se adentraron en la playa, caminando por su arena todavía cálida, y, haciendo entre todos un círculo, la bajaron al suelo.
Desapareció de mi vista, pero logré meterme entre la muchedumbre, y allí estaba, tumbada bocarriba sobre la arena, forcejeando aterrada, sujeta de pies y manos, expuesta a los ojos y manos de todos sus tetas y su vulva, apenas cubierta por una fina franja de vello púbico.
Más de uno estaba ya desnudo, mostrando impúdicamente sus vergas enormes, tiesas y encumbradas, dispuestos para entrar en acción.
Compitieron a empujones para ver quién era el primero que se la follaba, colocándose entre sus piernas no el más fuerte ni el más agresivo, sino el más avispado, que antes de que lo pudieran quitar, ya estaba cabalgando a mi madre, que, al notar como se la metían, infructuosamente forcejeo más si cabe.
La cabalgaron a buen ritmo, ante la mirada expectante de todos, que vitorearon y aplaudieron.
Los húmedos y aterrados ojos de mi madre me buscaron entre la multitud, y, al encontrarme, un chillido de desesperación salió de sus entrañas, apremiándome a que me fuera, a que huyera de allí ahora mismo, pero los empujones de la multitud me lo impidieron, y ella, viendo la situación, cerró consternada sus ojos y se encerró en si misma.
Las tetas de mi madre se bamboleaban descontroladamente ante las embestidas cada vez más rápidas, y más de uno se las sobó a conciencia, hasta que el chaval paró, descargando todo su esperma dentro de ella.
Antes de que pudiera disfrutar plenamente de su orgasmo, le apartaron bruscamente y otro ocupo su lugar, montándola y cabalgando nuevamente hasta la eyaculación final.
La historia se repitió varias veces y la gente se iba yendo cada vez más, unos satisfechos del polvo que la habían echado pero los más, buscando nuevos alicientes con los que divertirse.
Quedaban pocos cuando la pusieron bocabajo sobre la arena, y la limpiaron a manotazos la arena que se había pegado a sus nalgas.
Estaba inerte, como muerta, hasta que el primero la penetró por detrás, por el culo.
Se la metió de golpe, hasta el fondo, y un chillido desgarrador salió de la boca de mi madre, que se agitó desesperadamente, pero la sujetaron para que no se moviera y dificultara el folleteo.
Sus glúteos se movían por las violentas arremetidas a las que eran sometidos, mientras que el que se la follaba la sujetaba por las caderas.
Unas pocas embestidas fueron suficientes para que el primero descargara.
Un segundo ocupó su lugar, y ya mi madre casi ni se inmutó, quizá desmayada.
Fueron varios los que probaron su culo, y el que no lo hizo fue porque era mujer y no tenía el instrumento adecuado para penetrarla.
Allí la dejaron, tirada bocabajo en la playa, humillada, desnuda, violada, follada y sodomizada.
Sin saber qué hacer me senté en la playa a su lado, sin atreverme ni a tocarla, esperando que despertara de su inmovilidad, se levantara y nos marcháramos, como si no hubiera ocurrido nada, a casa donde nos esperaba mi padre para cenar.
Paso un tiempo hasta que vino una pareja de policías nacionales, y al ver el estado en el que se encontraba mi madre, la taparon con una manta y llamaron a una ambulancia.
Pasó más de un mes internada en un hospital y, dicen, que estuvo sometida a tratamiento psiquiátrico durante varios meses, por no decir años.
Dicen que cogieron a dos o tres que la habían violado, seguramente los más tontos que quizá ni estuvieron allí, pero, juro por Dios que hubo bastantes más que disfrutaron de mi madre, pero, con estas detenciones simbólicas, los políticos se cubrieron el culo, ya que el de mi madre bien que se lo abrieron.