A mi madre la ponen cachonda los juegos de cartas
Aquella noche me di cuenta que a mi madre la ponían cachonda los juegos de cartas, a mi mejor amigo mi madre y a mí verlos follando.
Aquel verano mi madre descubrió los juegos de cartas. No sé ni quien la enseñó ni cómo ni con quien jugó pero la obsesión de jugar a las cartas la penetró fuerte y profundamente.
La pregunté quien la había enseñado y, después de unos segundos de vacilación en los que sorprendentemente se puso muy colorada, me dijo que Encarni, la vecina, la había enseñado.
- ¿Encarni, la vecina cincuentona que tiene pinta de puta, que siempre nos mira y habla mal de nosotros? ¿Nuestra enemiga jurada? ¿Es en serio? ¿Te has vuelto loca?
Exclamé sin poder cortarme lo más mínimo, mirándola como si hubiera pedido totalmente la cabeza.
Balbuceando me respondió.
- ¡Bueno … yo … quería … digamos … hacer las paces … y como sabía que ella … bueno … la gusta jugar a las cartas … bueno … que me invitó a jugar con ella … y con sus amigos!
- Pero ¿estás loca? Esa mujer nos odia. Te podía haber sucedido … cualquier cosa.
Y, al mirar a mi madre tan avergonzada y con el rostro de color granate, me di cuenta que la había sucedido … algo. No quise indagar el qué y la pregunté lo más delicadamente que pude.
- ¿Fuiste?
Bajando la vista me respondió moviendo la cabeza afirmativamente.
- ¿Hicisteis las paces?
Ahora movió la cabeza indicando que no y me respondió también de palabra.
- No vuelvo a jugar con ellos.
Mirándola pensé:
- Pero ¿qué coño la harían? ¿La habrían humillado … incluso follado?
Pero la dije:
- Bueno, al menos aprendiste a jugar a las cartas, ¿no? Y además te encanta.
- Sí, eso sí.
Me respondió otra vez contenta, sonriendo.
- No le digas nada a papá de esto. Ya sabes cómo se pone.
La advertí en voz conciliadora, como si me dirigiera a una niña pequeña.
- Ya lo sé, hijo, no le diré nada. Será un secreto entre nosotros dos.
Y me alejé sin decirla nada más, pensando en lo que la había sucedido. Lo pensé durante varios días, obsecionado con lo que me había contado, sin comentar nada a nadie. La rabia me inundaba pero poco o nada podía hacer. Poco a poco la rabia fue dando paso al morbo y me acabé masturbando varias veces imaginando lo que la había sucedido.
A pesar de su insistencia con mi padre y conmigo, como ni a él ni a mí nos gustaban los juegos de cartas, mi madre se dedicó al solitario en sus múltiples variantes. Como mi padre, tan concentrado siempre en su trabajo, tampoco la satisfacía sexualmente, seguramente también ella practicara frecuentemente sexo en solitario.
Pero muy pronto dejó de jugar sola ya que no pasaron muchos días cuando una víspera de festivo, aprovechando que mi padre estaba fuera trabajando, quedé en casa con mi amigo Chicho para echar unas partidas con la PSP.
En aquella época Chicho frecuentaba mi casa y ya era casi de la familia. Aunque era más alto y recio que yo, tenía mi misma edad, dieciocho años, y llevábamos años codo con codo en el mismo instituto.
Pues bien, entre juego y juego, mi amigo se fue al baño y, al volver, observó a mi madre en el salón, jugando a las cartas sobre la mesa, y ella, al verle, aprovechó para preguntarle si le gustaba jugar y si quería echar una partida.
- Por supuesto, me encanta jugar a las cartas y la echaré más de una.
Fue su respuesta entusiasta y la réplica de mi madre no lo fue menos y, más que invitarle, le obligó a que se sentara con ella para jugar a las cartas.
Como tardaba mi amigo en volver fui a buscarle, encontrándole jugando a las cartas con mi madre. Entre ella y Chicho me presionaron para que yo, a regañadientes, me incorporara al juego.
Ella me dejó su silla y se fue a por una botella de anís dulce y tres copas. Dijo que era para entornarnos con las partiditas. Me pregunté si también en aquella reunión que tuvo con la Encarni y sus amigos también utilizaron el alcohol para follársela.
Se sentó en el sofá, acercando la mesa, y, después de llenar nuestras copas, nos pusimos a jugar.
Ni recuerdo cual era el juego ni si jugamos a más de uno, pero lo que si recuerdo era el entusiasmo con el que jugaba mi madre, un entusiasmo pegadizo, especialmente a mi amigo aunque yo no era ni mucho menos inmune.
Pero más que el juego, la culpable de ese digamos frenesí no era solo el anís que nos bebimos en su totalidad, sino que era mi madre, que con casi cuarenta años pero que muy bien llevados, disfrutaba entusiasmada como una chiquilla, y, por supuesto, también por los juguetones botones de la pechera de su ligero vestido que, entre brinco y brinco, se soltaban uno tras otro, sin que mi madre se diera aparentemente cuenta, enseñándonos a Chicho y a mí que no llevaba sostén que contuvieran sus enormes y erguidas tetas.
Ni mi amigo ni yo la avisamos de su más que excitante exhibición, solo gozábamos viéndola las tetas botando y a sus empitonados pezones subiendo y bajando en cada bote. Alguna que otra miradita cómplice nos echábamos Chicho y yo sin dejar de reír con mi madre.
Otro en mi lugar la hubiera avisado que nos estaba enseñando las tetas, que las estaba enseñando a mi mejor amigo, pero, una mezcla de morbo y venganza contra ella por no dejarnos seguir jugando a la PSP y por ser tan tonta al jugar con la vecina, lo impidió. También influyó en mi silencio cómplice el estado de mi verga, que había crecido hasta límites insospechados y se había congestionado brutalmente observando así a mi madre.
Viendo cómo Chicho se agachaba frecuentemente y miraba bajo la mesa, con la excusa de recoger alguna carta que se le caía al suelo, yo le imité y pude observar como mi madre se había descalzado, sus torneadas piernas inquietas no dejaban de moverse excitadas por el juego y su falda se había subido, mostrando la totalidad de sus hermosos muslos y las pequeñas bragas blancas que llevaba cubriéndola el sexo.
No me mantuve más tiempo bajo la mesa para que ella no se diera cuenta, pero, concentrada solo en el juego, no deparó en lo frecuente que mi amigo y yo mirábamos bajo la mesa.
Finalizada una partida, mi madre se fue al baño. Según sus palabras, se estaba meando y no aguantaba más.
Mirándome sonriente mi amigo me dijo en voz baja:
- ¡Cómo se pone!
Y bajando su mirada al enorme bulto que levantaba su bragueta, exclamó en voz todavía más baja:
- ¡Y como me pone!
- ¿Quieres que te deje a solas con ella?
Exclamé a bocajarro en voz también baja.
Sin mirarme, Chicho me respondió como si mi pregunta fuera lo más natural del mundo:
- Sí, por favor.
Y mirándome ahora continuó:
- Espera que juguemos tres o cuatro partidas más antes de irte.
Yo, mirándole, asentí con la cabeza.
Pensándolo ahora fríamente acababa de entregar a mi madre a la lujuria de un joven con las hormonas a mil revoluciones. Y el motivo ya no era solo la venganza, sino que yo también estaba cachondo y deseaba ver cómo se la follaban.
Volvió mi madre tan caliente como cuando se marchó, aunque esta vez se había abrochado todos los botones del vestido, cubriéndose los pechos.
Esperé a que jugáramos cuatro partidas más, cuando, según lo convenido, me levanté y anuncié que estaba cansado y que me iba a la cama.
Mi madre intentó convencerme con argumentos como:
- Pero si es muy pronto y mañana no madrugas. No te vayas ahora que es cuando se pone mejor el juego. No sabes lo que te vas a perder.
Mi amigo secundaba hipócritamente a mi madre, pero no cedí, y me marché del salón, cerrando la puerta a mis espaldas con la excusa de no escuchar sus voces y poder dormir mejor, a pesar de la fama que tenía de dormir muy profundamente. Por supuesto, no me fui a mi dormitorio, sino que, sin hacer ruido, me encaminé a la terraza, y, oculto en la oscuridad de la noche, me dispuse a mirar por la ventana que daba al salón. No quería perderme ni un solo detalle. Deseaba disfrutar del espectáculo de ver a mi madre siendo acosada sexualmente por mi mejor amigo y, si se la follaba desnuda, mucho mejor.
Escuché decir a mi madre, dirigiéndose a Chicho.
- Tendremos que dejarlo.
- ¿Por qué? Yo quiero seguir jugando. ¿Tú no quieres?
- ¿No estás cansado?
- No, no, que va, aguanto toda la noche jugando contigo.
- Pero ¿no te esperan tus padres en casa? ¿No se preocuparan?
- Mis viejos no están, se han ido unos días fuera y me han dejado solo en casa.
Siguieron jugando, mientras los botones del vestido de mi madre se iban soltando uno a uno, mostrando nuevamente los redondos senos de ella en todo su esplendor.
Pocas partidas después Chicho propuso un nuevo aliciente: apostar algo.
Si él perdía la daba diez euros a mi madre pero si ganaba la daría un beso a ella.
- ¿Solo un beso? ¡Ay, qué soso y aburrido eres! Creía que ibas a proponerme jugar al strip poker.
Exclamó mi madre, riéndose de la ocurrencia, pero a mi amigo le pareció una excelente idea.
- ¡Eso, al strip poker! Si ganas tú te quitas toda la ropa y, si ganó yo, te la quitó yo.
- ¡Si, hombre, yo siempre me quedó desnuda!
Y se reían los dos, mirándose, hasta que mi madre se calló y dijo muy sonriente:
- Si podría ser tu madre.
- Pero no lo eres. Además tú eres más joven que ella, estás mucho más buena y me la pones muy dura.
Mi madre se calló avergonzada, mirándole con la boca abierta, y un intenso carmesí inundó su rostro, lo que aprovechó Chicho para repartir las cartas.
Como un autómata mi madre cogió, sin rechistar, las cartas y se puso a jugar, pero estaba tan desconcentrada que jugó muy mal y perdió rápidamente la partida.
Chicho enseguida se levantó y se sentó en el sofá al lado de ella.
Mi madre giró la cabeza, ofreciéndole la mejilla para que la besara, pero mi amigo, agarrándola por la cintura, la atrajo hacia él. Sorprendida volteó el rostro hacia el joven que aprovechó para besarla apasionadamente en los labios. Ella, sorprendida, no opuso al principio resistencia, pero enseguida, dándose cuenta de la situación, de que la estaba morreando el amigo de su hijo, intentó apartar el rostro y separarse, pero Chicho la tenía fuertemente cogida y continuaba besándola. De pronto, ella se entregó y no solo dejó que la besara sino que tomó la iniciativa y era ella la que ahora le comía la boca a él, entrelazando apasionada las lenguas.
Agazapado en la oscuridad de la noche, yo presenciaba por la ventana que daba a la terraza, todo desde el principio y ahora muy sorprendido por la reacción de mi madre. ¡No me lo imaginaba, no me imaginaba que mi madre fuera tan puta y morreara sin vergüenza con mi mejor amigo!
Pero todavía no había visto hasta qué punto llegaba su desvergüenza.
Uno de los brazos de mi amigo se enlazaba en la cintura de ella mientras su mano la sobaba, por encima del vestido, una nalga. La otra mano de Chicho se metió por el escote del vestido de ella, y empezó a sobarla los pechos.
Al sentir cómo la magreaban las tetas, mi madre abrió mucho los ojos pero enseguida continuó besándole, dejándose meter mano.
Se besaban apasionadamente mientras el joven la sujetaba por las nalgas y la sobaba las tetas desnudas. ¡No me lo podía creer, ni que mi madre fuera una adolescente salida dejándose meter mano por su novio!
Con el peso de su cuerpo, mi amigo, sin dejar de meterla mano y de morrearla, fue poco a poco recostándola en el sofá. Una vez la tuvo tumbada bocarriba, se tumbó sobre ella, metiendo su rodilla entre los muslos de mi madre, separándola las piernas y colocándose entre ellas.
¡Quería follársela ahí mismo, sobre el sofá! Y yo, su hijo, iba a presenciarlo sin hacer nada. ¡Bueno, sin hacer nada no, me estaba pajeando como un mono en celo!
Dándose cuenta de las intenciones del joven, mi madre abrió mucho los ojos y logró apartar la boca de la de mi amigo, exclamando en voz baja:
- ¡No, no, eso no!
Su voz denotaba un incontenible deseo, deseo que se la follara, que se la metiera hasta el fondo y la hiciera gozar como nadie lo había hecho antes, pero era todavía tan casta que no quería ser infiel a su marido y a su hijo dejándose follar por el mejor amigo de éste, por un adolescente con las hormonas sobreexcitadas.
Pero Chicho que no quería perder la oportunidad de follársela, agarró con sus manos la pechera del vestido de mi madre, abriéndoselo, y dejándola las tetas totalmente al descubierto.
- ¡Aaaahhh!
Exclamó ella, presa de deseo, y volvió a repetirlo cuando mi amigo, después de echar un largo vistazo a tan hermosos pechos, hundió su rostro entre ellos y empezó a besarla, mordisquearla y lamerla las tetas.
Las manos de ella fueron a la cabeza y al rostro de él como queriendo apartarlo, pero en la pugna interna entre la castidad y el deseo, iba ganando este último y mi madre, disfrutando, se dejó hacer, gimiendo y chillando, le dejó que disfrutara de sus tetas. Y sus manos le agarraron por el cabello, tirando un poco de él cuando los lametones eran tan intensos que la producían daño.
Como no quería despertar a su hijo, los gemidos y chillidos eran en voz baja, contenidos, aunque alguno que otro subió de volumen en contra de los deseos de ella.
¡No sabía que mi madre tuviera las tetas tan sensibles, tan sensibles como para alcanzar el orgasmo solo con manipularlas!
Una de las manos de mi amigo fue a la entrepierna de mi madre y, metiéndose entre sus muslos, comenzó a acariciarla la vulva por encima de sus bragas, se las acariciaba insistentemente, incrementando el placer de ella.
Entre caricia y caricia, la retiró las bragas de su entrepierna, dejando al descubierto su jugoso coño, apenas cubierto por una fina línea de vello púbico, y lubricado y abierto de tan excitado como estaba.
Sin dejar de lamerla los senos, se fue Chicho soltándose el pantalón y bajándoselos junto con su bóxer, descubriendo su enorme cipote erecto y duro.
¡Iba a follársela ahí mismo!
Dejó de lamerla por un momento los pechos para acercar su verga erecta al coño lubricado de mi madre, pero ésta, al darse cuenta de que quería penetrarla allí mismo y follársela, le empujó, haciendo que perdiera el equilibrio y, resbalando, cayera al suelo.
Mientras mi madre se levantaba rauda del sofá, colocándose el vestido y las bragas, mi amigo se levantó del suelo, subiéndose el pantalón apresuradamente.
¡Era como si todo hubiera sido un desliz, una jugada del destino!
Mirando al joven, mi madre, avergonzada, le dijo en voz baja:
- Creo que es mejor que lo dejemos.
Pero Chicho, viendo que no se la follaba, la propuso:
- Echemos una última partida.
Y, sentándose en la silla que estaba antes, empezó a repartir las cartas sobre la mesa.
Increíblemente, mi madre le miró ahora con ternura y, abotonándose el vestido, se sentó en la silla donde yo, su hijo, estaba antes sentado, recogiendo las cartas, dispuesta a seguir jugando.
No se atrevía a sentarse de nuevo en el sofá no fuera a ser que mi amigo volviera a intentar follársela y esta vez lo consiguiera.
- La última. Esta es la última.
Dijo mi madre, sin atreverse a levantar la vista de las cartas y mirarle a la cara.
- De acuerdo, pero si gano me acuesto contigo.
La dijo Chicho, mirándola fijamente, y ella, levantando la vista de las cartas, le respondió escandalizada, aunque en voz baja para no despertarme de mi supuesto sueño.
- ¿Es una broma, verdad?
- No, no lo es. Si gano me acuesto contigo.
- ¿Estás loco? Mi hijo está aquí al lado, durmiendo, y nos puede pillar. ¿Qué voy a decirle cuando nos vea juntos en la cama?
- No nos verá. Cuando él se despierte yo ya no estaré en tu cama.
- ¿Estás loco, rematadamente loco?
Repitió ella en un tono más tranquilo, y, moviendo la cabeza de un lado a otro, como negando, se colocó las cartas en las manos para jugar.
Mientras jugaba le dijo a Chicho:
- Pero solo para dormir.
- Por supuesto, pero los dos desnudos en la cama.
- Pero ¿qué dices? Yo no me desnudo.
- Te desnudaré yo.
- No, no.
Mirando las cartas, repitió mi madre, moviendo la cabeza de un lado a otro, enfatizando su negativa.
- Está bien, yo desnudo pero tú sin bragas.
- ¿Qué dices? ¿Estás loco?
Pero siguió jugando, aunque, tan mal lo hizo, que perdió enseguida.
Y cuanto más iba perdiendo su desazón iba en aumento, cayéndose de sus temblorosas manos más de una vez las cartas.
Cuando al fin perdió, levantó despacio la mirada de las cartas y la fijó, entre asustada y desesperada, a Chicho y éste, sonriendo, la dijo triunfante:
- Has perdido.
- ¿Era la apuesta una broma, verdad?
Susurró avergonzada mi madre.
- No, no lo era, y has perdido.
Continuó con el mismo tono y volumen.
- ¿Me perdonas?
- No. Las apuestas hay que pagarlas y tú has perdido.
Levantándose de la silla, se acercó a mi madre que todavía estaba sentada sin moverse, y la ordenó con voz firme:
- Vamos a tu cama.
Levantándose despacio de la silla, miró asustada al joven, esperando que él la perdonara, pero, como no observó ningún rasgo de ese perdón en él, se dio la vuelta y caminó despacio hacia la puerta que permanecía cerrada del salón.
Seguida muy de cerca por Chicho, se detuvo antes de salir del salón, y le susurró, al tiempo que se quitaba las zapatillas:
- Por favor, no hagamos ruido para no despertarle. Descálzate y apago la luz.
Al ver que el joven se quitaba los zapatos, apagó la luz y, abriendo la puerta, se sumergió en la oscuridad del pasillo, seguida a muy corta distancia por Chicho que la cogió de la mano para no perderla.
No habían caminado ni tres pasos cuando el joven, sujetándola por las caderas para que no avanzara, la susurró al oído:
- Espera.
Y, agachándose, metió sus brazos bajo la falda de ella, y la bajó las bragas, sin que ella pudiera evitarlo hasta los tobillos.
- Pero ¿qué haces?
Preguntó sorprendida mi madre en un volumen más alto de lo que la prudencia aconsejaba y se agachó rápida para subirse las bragas, pero mi amigo ya se las había quitado, dejándolas en el suelo lejos del alcance de ella.
- Perdiste la partida, perdiste las bragas. Recuérdalo.
Respondió en voz baja Chicho y, antes de que mi madre, reaccionara, metió la mano entre las piernas, entre los labios vaginales, dándola un breve pero intenso sobe en su sexo.
Mi madre que no se lo esperaba, se quedó inmóvil sin decir ni hacer nada, con los ojos y la boca bien abiertos, al sentir cómo la metían mano directamente en el coño, y a punto estuvo de correrse allí mismo.
Como ella no reaccionaba, el joven la levantó la falda por detrás y, dándola un azotito en las nalgas desnudas, la susurró al oído.
- Venga. Vamos a la cama
Y mi madre ahora si reaccionó, caminando hacia delante, mientras Chicho, que no la había bajado la falda, la sujetaba con sus manos en las caderas desnudas.
Al llegar a la puerta cerrada de mi dormitorio, mi madre se detuvo antes de continuar hacia el suyo y mi amigo aprovechó por detrás para pegarse a ella y apoyar su verga erecta y dura directamente en el macizo culo de mi madre.
Las manos de él volaron a la pechera del vestido de mi madre, abriéndoselo y cogiéndola las erguidas y grandes tetas, amasándolas a placer.
Pero mi madre, preocupada por no despertar a su hijo y que la pillara así con su mejor amigo, ni se resistió ni hizo el menor ruido, notando sorprendida que era la verga desnuda del joven la que se apoyaba en sus propias nalgas. Tanteando con sus manos hacia atrás, tocó el culo de Chicho, dándose cuenta que él estaba ahora desnudo de cintura para abajo.
Ahogó un chillido de sorpresa y excitación sexual.
- Pero … ¿cómo lo había hecho?
Cruzó esa pregunta su mente durante un instante.
El joven, observando que ella no reaccionaba, sin dejar ni por un momento de manosearla las tetas, intentó penetrarla por detrás, no importando cual fuera el agujero donde metiera su cipote, para lo que restregó con fuerza su miembro erecto por todo el culo macizo de ella, buscando un hueco donde entrar.
Mi madre, percatándose de las intenciones de Chicho, intentó alejarse pero las manos del joven, cogiéndola las tetas, se lo impedían. Agitando y moviendo el culo para que no encontrara mi amigo un orificio a penetrar, forcejeó en silencio con él, logrando quitarle una mano de una de sus tetas, pero esa mano descendió a la entrepierna de ella y se metió entre sus labios vaginales, frotándolos insistentemente, al tiempo que detenía el desordenado balanceo de ella para poder penetrarla.
Inclinándose hacia delante, logró mi madre quitar la otra mano del joven de uno de sus senos, pero dejó expuesta su vulva lo que aprovechó Chicho para, sujetándola por las caderas, penetrarla con su miembro duro y congestionado. Y la penetró de golpe, hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con la entrepierna de ella.
Sorprendida al ser penetrada, abrió mucho los ojos y la boca, pero no emitió ningún sonido para no despertar a su hijo, aunque un leve resoplido salió de su boca.
Pensó Chicho que ahora se la podría follar sin problemas y relajó sin desearlo su abrazo, circunstancia que aprovechó ella para soltarse y, moviéndose rauda hacia delante, el pene salió de dentro de su vagina y echó ella a correr hacia la puerta de su dormitorio, dejando atrás también su vestido que cayó al suelo.
Completamente desnuda echó a correr hacia su dormitorio, entrando dentro, pero, antes de que pudiera cerrar la puerta, la empujó el joven, que venía detrás también corriendo.
Cayeron sobre la cama de matrimonio, luchando en silencio, hasta que Chicho, más fuerte, la inmovilizó bocarriba y, colocado entre sus piernas, la volvió a penetrar.
Ahora si emitió ella un agudo chillido al sentirse nuevamente penetrada, sabiendo que ahora la resultaría más difícil, casi imposible, liberarse e impedir que el amigo de su hijo se la follara.
Y eso hizo el joven, sujetándola con fuerza los brazos sobre la cama, se balanceo adelante y atrás, adelante y atrás, arriba y abajo, arriba y abajo, follándosela sin descanso, frotando una y otra vez su enorme y duro cipote por el interior de la más que lubricada empapada vagina.
Aun así, mientras se la follaba, intentó mi madre, soltarse, pero no tenía tanta fuerza como para conseguirlo, así que los gruñidos provocados por el esfuerzo dieron paso, en contra de su voluntad, a gemidos, suspiros y chillidos de placer.
Se corrió él antes, deteniéndose para gozar de su polvazo, pero ella, que todavía no había alcanzado el orgasmo, le dio un beso apasionado en la boca que se convirtió en un fuerte mordisco, provocando que Chicho gritara de dolor y la soltara.
Empujándole con fuerza, le echó a un lado e, incorporándose en la cama, más que marcharse y huir, lo que hizo fue montarse a horcajadas sobre él y, cogiendo con una de sus manos la verga morcillona de él, y se la metió nuevamente en el coño. ¡Quería ahora ella follárselo a él, tener ella también el premio de un rico e intenso orgasmo!
Pero el pene de él no reaccionaba, se acababa de correr y no tenía fuerzas para volver a follar, así que mi madre, disgustada, se la sacó de su coño, y, tumbándose bocabajo sobre Chicho, empezó a comerle la polla. ¡Quería ella su orgasmo e iba a tener, costara lo que costara!
Sus labios y su lengua recorrían despacio arriba y abajo, arriba y abajo, cada milímetro del pene del joven. Se lo metía dentro de la boca y lo mamaba con deleite, intentando que reaccionara.
Chicho, bocarriba sobre la cama, después de la sorpresa inicial al ver la entusiasta iniciativa de la mujer para estimularlo, se dejaba hacer sin oponer ahora él ninguna oposición, observándola con creciente satisfacción el culo macizo y respingón, el empapado y abierto coño, y las hermosas y torneadas piernas desde atrás. Incluso encendió la luz de la mesilla de noche para disfrutar mejor de tan excitante espectáculo.
Aún con luz, ella no se distrajo y continuó comiéndola la polla como si fuera lo más importante del mundo.
Era evidente que mi madre tenía experiencia comiendo pollas y poco a poco el cipote de Chicho se fue entonando y, cobrando nueva vida, se irguió soberbio hacia el techo.
Observándolo mi madre, dejó de mamársela e, incorporándose con el rostro arrebatado por la más poderosa de las lujurias, se volvió a poner a horcajadas sobre el joven, y, mirándole muy serio a la cara, empezó a cabalgarlo.
Ahora era ella la que galopaba, la que se follaba a mi amigo. Despacio al principio fue poco a poco aumentando el ritmo, tanto del galope como de sus suspiros, gemidos y chillidos, sin acordarse ni por un momento de que no debía despertar a su hijo, hasta casi reventar la cama entre bote y bote, y en ese momento … ¡se corrió! ¡uno de los mayores orgasmos que había tenido en su vida, acompañado por un agudo chillido de placer!
Durante más de un minuto se quedó quieta, sin moverse, disfrutando del éxtasis que acababa de alcanzar, jadeando por el esfuerzo realizado, con los ojos cerrados y con la polla de Chicho todavía dentro de ella.
Sacándose la polla se dejó caer exhausta, bocabajo sobre la cama, al lado de mi mejor amigo, y permaneció sin moverse hasta que su respiración se hizo más pesada y se quedó profundamente dormida.
Yo había presenciado todo, a mi madre completamente desnuda, follando y siendo follada. Lo había contemplado primero desde la terraza, mirando por la ventana que daba al salón cómo mi amigo la magreaba y casi se la follaba. Luego agazapado en la oscuridad del pasillo como la bajaban y quitaban las bragas, la metían mano e incluso cómo la metían la polla por su coño. Mis ojos acostumbrados a la oscuridad se adaptaron mejor que los de mi madre y pude verlo todo casi como si fuera de día. Finalmente a través de la puerta abierta del dormitorio de mis padres, contemplé el escultural cuerpo desnudo de mi madre y cómo follaba. Observando los glúteos de mi madre y cómo los movía mientras follaba, situada de rodillas a horcajadas sobre el cuerpo de Chicho, no pude aguantar más y me corrí también yo.
Ahora que mi madre se había dormido, era hora también que yo y mi amigo también nos durmiéramos. Yo regresé a mi habitación, dejando que Chicho durmiera con mi madre.
En mitad de la noche me despertaron unos gritos, eran de una mujer, eran de mi madre. ¡Estaban nuevamente follando!
No fue la única vez que me desperté ya que, al menos dos veces más me despertó mi madre con sus gritos mientras se la follaban. Posiblemente hubo muchas más veces pero no soy consciente ya que, cuando no me despertaban, estaba durmiendo profundamente.
A la mañana siguiente fui yo el primero que se levantó y, sin pisar las ropas que todavía permanecían tiradas en el suelo del pasillo, me acerqué al dormitorio de mis padres. Allí les vi, tumbados completamente desnudos uno al lado del otro, durmiendo profundamente encima de una cama totalmente desordenada, con sus sábanas y almohadas arrugadas y tiradas por los suelos, manchadas de diversos fluidos, especialmente de esperma, incluso diría yo que hasta rajadas.
Volví a la cama, esperando que mi madre se despertara y pusiera orden. No quería que se enterara que yo sabía lo que había sucedido.
No tardó mucho tiempo mi madre en despertarse y, al ser consciente de lo sucedido y observar el estado de la habitación, pensó ansiosa y avergonzada en ocultar lo antes posible las pruebas de su desenfrenada lujuria.
Levantándose desnuda de la cama, recogió las sábanas y almohadas del suelo pero, al ver la puerta abierta y la cantidad de ropas que había tiradas en el pasillo, dejó caer las sábanas y almohadas al suelo, y echó a correr por el pasillo, recogiendo toda la ropa, tanto de ella como de Chicho.
Mi amigo, que ya se había despertado, la miraba, desnudo y con la polla morcillona, desde el umbral de la puerta del dormitorio, sonriendo burlonamente al ver cómo, completamente desnuda, recogía apresuradamente la ropa del suelo.
Una vez recogida toda, corriendo con ella en los brazos, volvió mi madre sofocada al dormitorio y Chicho la dejó pasar, propinándola un fuerte y sonoro azote en sus nalgas, que provocó que chillara sorprendida.
Agarrándola por detrás por las caderas, la dijo que se tranquilizara, al tiempo que la arrastraba hacia la cama.
- No, no, déjame, que se va a levantar y nos va a pillar.
- ¡Que me dejes, por favor, vístete y vete, por favor, que nos va a pillar mi hijo!
Dejando caer la ropa que llevaba al suelo, se quejaba ella en voz baja, oponiendo alguna resistencia.
La dejó a cuatro patas sobre la cama y, sujetándola por las caderas, la volvió a penetrar por detrás con su congestionado cipote por el coño, provocando que por un momento ella se callara, y, cuando comenzó a cabalgarla, ella volvió a quejarse en voz todavía más baja.
- ¡Por favor, por favor, para, para, que nos va a pillar!
Pero un buen azote en una de las nalgas la hizo callarse y, cada vez que ella intentaba hablar, recibía un nuevo azote, hasta que mi madre no volvió a hablar, y, doblando sus brazos, colocó su cabeza entre ellos sobre el colchón, y disfrutó del nuevo polvo que la estaban echando.
Fue él el que tuvo el orgasmo y, cuando la desmontó, ella se levantó de la cama, como si no se la hubieran follado, y, recogiendo la ropa del suelo, la fue llevando en dos veces a uno de los baños, donde estaba la lavadora.
Algo más de una hora después mientras la lavadora trabajaba a toda máquina lavando la ropa de la cama, mi amigo, mi madre y yo, ya duchados, estábamos sentados otra vez en el salón pero esta vez desayunando. Mientras Chicho iba vestido la ropa que trajo el día anterior, yo llevaba una ropa más informal para estar en casa y mi madre solamente un albornoz blanco encima.
Intentando ocultar lo que había sucedido y que todos sabíamos, mi madre me contaba su casta y pura versión de los hechos, con un rostro sonriente y angelical como si nunca hubiera follado:
- Cuando tú te fuiste a dormir jugamos un par de partidas más y nos fuimos a la cama. Ya estábamos muy cansados. Como era muy tarde y no le esperaban en casa, Chicho durmió en el sofá del salón. Y bueno ya ves, aquí estamos desayunando tan tranquilos.
Yo que había presenciado prácticamente todo y escuchado lo que no vi, también di mi particular versión de los hechos, también sonriendo como el niño bueno que aparentaba ser:
- Nada más dejaros me fui a la cama y me quedé profundamente dormido. Creo que no había dormido tan bien en la vida. Quizá fue también el anís que tomamos. Y ya ves, he dormido de un tirón, sin enterarme de nada y me he despertado hace un momento.
Mi amigo, también sonriendo inocentemente, aportó su granito de arena:
- Yo he dormido estupendamente en el sofá. No me he despertado para nada. Por cierto, anoche me lo pasé increíblemente bien, me divertí mucho jugando a las cartas y, cuando queráis repetimos.
- Sí, claro, quedamos más días y jugamos muchas partidas. Bueno, ya quedaremos. ¿verdad, mamá, que te has divertido mucho y que quedaremos más días a jugar con Chicho?
- Bueno, sí, pero ya veremos qué día. Hoy, por supuesto, no, que tu padre vendrá hoy a comer.
Y marchándose Chicho muy sonriente de la vivienda, me dejó a mí también sonriendo y a mi madre más seria y callada.
Nunca hablé con mi madre de esa velada aunque si quedamos más días para jugar con mi mejor amigo, pero esas son ya otras historias.