A mi madre la crecen las tetas cuando bebe

Del culo a las tetas, pasando por su coño, todo es aprovechable en mi madre, y, más aún, si se riega con un buen vino.

(CONTINUACIÓN DE “EL CULO DE MI MADRE”)

Había pasado más de un mes desde que aquella tarde mi amigo Manuel y yo nos folláramos a mi madre y a su hermoso culo. Todo ocurrió en casa y aprovechamos que nos quedamos a solas con ella, sin nadie que nos molestara ni nos lo impidiera.

El extraño vino que nos proporcionó Pepe, el del bar, ayudó mucho a conseguirlo o, al menos, eso suponíamos nosotros ya que, una vez nos hartamos de beberlo, todas nuestras limitaciones morales cayeron y, ante la extraña pasividad de mi madre, la desnudamos totalmente y nos la follamos.

Una vez mi amigo se hubo marchado, como todavía quedaba mucho tiempo para que llegara mi padre, mi madre se mantenía como en estado de hibernación y yo seguía más salido que la pipa de un indio, aproveché para tirármela tres veces más en su propia cama.

Cuando llegó mi padre a casa, no encontró nada sospechoso, ya que antes yo había colocado y limpiado todo, así como vestido a mi madre con un camisón y unas bragas.

Lo único extraño era que mi madre durmiera profundamente y así estuviera toda la noche y parte del día siguiente, pero mi padre, siempre tan ocupado y tan ajeno a los problemas de su familia, ni se enteró.

Cuando ella despertó nada recordaba. Solamente tenía un fuerte dolor de cabeza y de ano, que achacaba al alcohol que se había tomado y que siempre, según sus propias palabras, la producía unos efectos indeseables, como jaquecas y quizá estreñimiento. Me hubiera gustado conocer la realidad de las otras veces que mi madre había tomado alcohol, pero, más adelante, mis sospechas no solo fueron confirmadas, sino que superaron mis más desmedidas espectativas.

Una vez que me tranquilicé al conocer que mi madre nada recordaba de aquella tarde, no tenía en mi mente otra cosa que volver a tirármela, pero no era yo el único, ya que mi amigo Manuel no paraba de hablar emocionado y completamente excitado de cómo nos la habíamos follado, y, por supuesto, de sus maravillosas nalgas, cómo se agitaban voluptuosas en cada una de mis embestidas y cómo mi gigantesco cipote penetraba una y otra vez en su, hasta entonces, inmaculado culo.

Seguramente podría habérmela tirado antes, pero nuevamente aproveché la oportunidad, como he comentado al principio del relato, cuando había transcurrido más de un mes de la primera vez.

Era un día muy caluroso de finales de julio, cuando caminaba por la calle, bastante achispado después de tomar unas cañas con mis amigos.

Iba con los ojos llenos de las tetas y culos de las mujeres semidesnudas con las que me cruzaba. Iba tan salido que todas me parecía que estaban muy buenas, totalmente aprovechables para follármelas, fueran ancianas o niñas, en ese mismo momento y lugar.

Totalmente empalmado, estaba ya llegando al edificio donde vivía con mis padres, cuando al llegar a la esquina, frente al bar de Pepe, vi a mi madre, ¡a la superbuenorra de mi madre!

No sé cuál de mis sentidos la detectó antes, si fue mi vista al percibir sus hermosas tetazas y sus amplias caderas o mi olfato al oler a hembra en celo lista para ser montada.

Tampoco sé si fue mi brazo o mi congestionado cipote el que se levantó ansioso para saludarla, para avisarla quién iba a tirársela esa tarde.

Venía sudando a chorros y con el rostro colorado, como si ahora mismo se la acabaran de follar una manada furiosa de indios apaches borrachos como cubas. Su fino vestido se la pegaba al cuerpo como una segunda piel, transparentándose sus diminutas tanto braguitas como sujetador.

Mis ojos se fijaron al instante en sus enormes tetazas que amenazaban con reventar el vestido, marcando sus pezones, ¡prácticamente fuera del minúsculo sostén! No recordaba que las tuviera tan gordas y apetecibles, pero, en ese momento, desee meterme dentro de ellas, tumbarme y restregarme como si fueran las lomas de una montaña.

Sonriéndome me devolvió el saludo y me di cuenta que no era yo el único achispado. También ella había bebido y no precisamente un refresco, aunque, al no estar acostumbrada, se la notaba exageradamente. Seguro que por eso le habían crecido tanto las tetas.

Al acercarnos, la planté un beso en la mejilla como era nuestra costumbre, aunque estuve a punto de darla un buen beso con lengua entre sus voluptuosos y sonrosados labios, ganas no me faltaban, pero, eso sí, una de mis manos fue a su cadera y la otra a uno de sus prietos glúteos, que sobé, mientras la besuqueaba.

Mi verga dura y erecta levantaba aparatosamente la bragueta del pantalón y, al restregarse sobre el vientre de mi madre, la hizo reaccionar, y, abriendo mucho los ojos, exclamó, ruborizándose:

  • ¡Hey! ¡Qué fuerte vienes!

Me dijo al tiempo que se apartaba un poco, tambaleándose mareada, y retirando mi mano de su nalga.

  • ¿De dónde vienes?

La pregunté sin apartar mis ojos lujuriosos de sus voluptuosos pechos.

  • Tú, ¿qué crees?

Me dijo, haciendo caso omiso a mis penetrantes miradas, y enseñándome una de las bolsas que llevaba. Era del supermercado, pero me importaba poco el contenido, solo tenía ojos para las tetas de mi madre.

  • Son para ti, para que comas. Un dulce.

Me dijo sonriendo, y me reprimí de no decirla lo que pensaba.

  • ¡Para dulce lo que tienes como ubres! ¡Me las comería ahora mismo! ¡Vamos desenvolviéndolas que me las jalo en un momento!

Me enseñó también la otra bolsa y me dijo, soltando una risita que me puso la polla en ebullición:

  • Y éste es para mí. Un vestido.
  • ¿Un vestido? ¿Para que te lo compras si lo que queremos todos es dejarte sin vestido y sin nada? Solo tetas y culo para ser disfrutado sin descanso.

Pensé, sin apartar mis ojos de sus senos, y la volví a escuchar, esta vez riéndose como una chica mala:

  • He ido de compras con mi amiga María y, ya de paso, me he tomado un par de vermuts. ¡Estoy más mareada!

No hacía falta que lo dijera, se la notaba distancia, y lo cachonda que se ponía al beber y, por supuesto, lo cachondo que ponía a todos los de alrededor. Lo extraño es que no la hubieran echado varios polvos, porque motivaba mogollón, sobre todo por sus esplendorosos pechos que la habían crecido por el alcohol que había ingerido. Empezaba a dudar si no se la habían follado ya.

  • ¿Y tú? ¿A dónde vas?

Me interrogo, con la sonrisa en los labios.

  • A tomar unos vinitos contigo.

Se me ocurrió, deseando que sus tetas crecieran todavía más, y la tomé del brazo, llevándola hacia el bar de Pepe.

Reaccionó cuando ya estaba en la puerta, deteniéndose, y se quejó:

  • ¡Ay, no, que estoy bastante mareada!
  • No lo suficiente mareada ni cachonda para que pueda echarte un polvazo estratosférico, mientras te magreo ese pedazo de melones que tienes.

Reflexioné, sin soltarla el brazo, pero ahí estaba Pepe, el dueño del bar, para ayudarme.

  • ¡Doña Rosa! ¡Cuánto tiempo sin vernos y sin pasar por aquí! ¿Qué tal se encuentra?

La dijo, desde la barra del bar a mi madre, que, por educación, se vio obligada a responderle, mientras yo, sin apartar mis ansiosos ojos de sus ubres, lograba introducirla en el local, empujándola por las nalgas.

  • Bien, bien, muchas gracias. Y usted, ¿qué tal se encuentra?
  • Desde luego no tan bien como vos.

La respondió, mirándola también las tetas que se transparentaban en la pechera del vestido.

  • Les pongo un par de vinitos, especiales para usted, doña Rosa, que ya verá cómo la gustan y lo bien que la sientan.

Y puso sobre el mostrador un par de vasos grandes, llenándolos en un momento con un vino que tenía escondido en una botella sin etiquetar bajo el mostrador.

  • ¡Ay, no, por Dios, no, que bastante mareada estoy!

Se quejó mi madre, mirando hipnotizada el vino que la acababan de poner.

  • No vas a hacerle este feo, mamá, que nos ha invitado.

Dando un buen trago a mi bebida, la recriminé, deseando que se emborrachara y así poder disfrutar de ella, de sus suculentas tetas a las que no dejaba de observar con la polla bien tiesa.

  • Pero hijo …
  • Venga, doña Rosa, que ya verá cómo lo disfruta.

También la animó Pepe, sin dejar tampoco de observarla las tetas. Era evidente que era el manjar más deseado en el bar, aunque los parroquianos que estaban detrás de mi madre, tanto los dos sentados como el que estaba en la barra, no perdían detalle de su culo macizo y respingón.

No se decidía mi madre, pero un azote que la dio en sus nalgas el hombre que estaba situado detrás de ella, la desplazó hacia el mostrador donde reposaban los vasos.

Sabiéndose observada por todo el bar y avergonzada por la nalgada que la habían propinado, cogió, con la cara colorada, su bebida y, deseando marcharse del bar cuanto antes, le dio un largo trago.

Cuando iba a dejar el vaso, el hombre, situado detrás de ella, lo cogió y la obligó a bebérselo, cayendo gran parte del contenido sobre la pechera del vestido y, por tanto, sobre sus pechos.

Mientras se lo bebía, todas nuestras miradas fueron a sus tetas, pero, al ver sorprendido, que la obligaban a beber todo el contenido del vaso, aparte mi mirada de sus melones, temiendo que cayera desplomada allí mismo.

Al apurar el vino, levantó la barbilla y los pechos se le acabaron de salir del sostén, quedándose expuestos a todas las miradas, bajo el vestido prácticamente transparente por el vino derramado.

Pero aguantó y según lo dejaba, Pepe se lo volvió a llenar.

  • ¡Ay, no por Dios, no más, que no puedo más!

Balbuceo, sin apenas resuello, para continuar mascullando entre risitas:

  • ¡Me vais a tener que llevar a casa!
  • No te preocupes que te vamos meter directamente en tu camita.
  • Y nos vamos a acostar contigo no precisamente para dormir.

Respondió el hombre situado a sus espaldas, replicando uno que estaba sentado en la mesa, lo que provocó estruendosas carcajadas de todos, menos de mi madre y de mí, que ya temíamos lo que vendría a continuación.

El hombre, situado a la espalda de mi madre, cogió nuevamente el vaso otra vez lleno y lo llevó a la boca de ella para que continuara bebiendo.

Con el rostro encendido y la mirada perdida, mi madre intentó apartar la cabeza, pero el hombre, sujetándola por las nalgas para que no escapara, la obligó nuevamente a beber, derramando una parte considerable del líquido sobre la pechera del vestido, dejando ya totalmente visibles sus ricas tetazas.

A punto estuvo de caérsele al suelo el vaso, pero el hombre situado a sus espaldas, lo sujetó con una mano, mientras que, con la otra, la sobaba las nalgas a placer.

Pepe quería volverla a rellenar el vaso, pero ella, ya totalmente descontrolada, inicio una torpe huida, trastabillando hacia la puerta, y, a punto estuvo de caerse al suelo, sino es por el cliente del mostrador, que la sujetó con una mano en el brazo y con otra en una nalga impidiendo que se desplomara, colocando a continuación sus dos manazas sobre los pechos de ella, atrayéndolo hacia él.

Sorprendida, se giró torpemente mi madre hacia el hombre y éste, metiendo su rostro prácticamente entre los chorreantes senos de ella, la sujetó ahora con las dos manos, una sobre cada uno de los cachetes del culo, y, levantándola del suelo, empezó a darla largos lametones sobre los relucientes pechos, haciendo que mi madre chillara como una gatita en celo.

  • Están buenos, ¿eh? Como para comérselos, ¿no?

Exclamó otro de los hombres, entre las risas de todos ellos.

Sin dejar de chillar, intentó mi madre apartarse, sin conseguirlo.

El que sí consiguió apartarla fue el hombre que la lamía los pechos, pero fue del escaparate del bar y de las miradas de los transeúntes, arrastrándola hacia el interior del local.

  • Ven, tráela aquí, a la mesa.

Dijo uno, levantándose de la mesa donde estaba sentado.

  • No mejor, la llevamos dentro, a la trastienda.

Dijo Pepe, saliendo precipitadamente de detrás de la barra y cerrando la puerta de la calle por dentro, poniendo a continuación el cartel de cerrado.

El hombre que la sujetaba, la cogió en brazos, subiéndose la falda de ella y enseñando a todos los torneados muslos y las braguitas blancas.

Yo contemplaba alucinado todo, sin saber qué hacer, y les seguí hacia el interior del local, viendo cómo mi madre gemía y pateaba débilmente en el aire.

Retiraron unas cajas vacías que había sobre una mesa polvorienta y allí la depositaron, bocarriba, sujetándola para que no se moviera.

La separaron los muslos, colocándose entre ellos, y la apartaron la braguita, dejando al descubierto su vulva, húmeda, sonrosada y apenas cubierta por una fina línea de vello púbico.

El hombre situado entre sus muslos, se bajó pantalón y calzón, dejando al descubierto un enorme cipote, erecto, grueso y largo, cubierto de abultadas venas azules que emergían de un denso manojo de pelos púbicos negros y rizados.

De pronto, caí en la cuenta que iban a violarla allí mismo, delante de mí y sin esperar que yo hiciera algo por evitarlo.

Restregando su cipote por toda la vulva de mi madre, encontró el acceso a su vagina y se lo fue metiendo poco a poco, mientras ella ya dejó de gemir y de moverse, solo resoplaba y jadeaba.

Una vez metido hasta el fondo, hasta que los cojones del hombre chocaron con el perineo de mi madre, lo sacó casi en su totalidad, para volver a metérselo nuevamente hasta el fondo, repitiendo la operación una y otra vez, cada vez a un ritmo mayor.

Mientras uno de los hombres se la follaba, los otros la contemplaban ansiosos y empalmados, sujetándola para que no se moviera, y, desabotonando los botones del vestido, mostraron sus hermosos pechos y se los sobaron insistentemente con descaro.

Pero, de pronto, unos fuertes golpes en el cristal de la puerta del bar hicieron que gritara Pepe alarmado:

  • ¡El picoleto, el picoleto!

Fue escucharlo y, en un momento la desmontaron, levantaron de la mesa y la colocaron el vestido, cubriendo sus manoseadas tetas.

Al ponerla de pies en el suelo, me aproximé rápido para sujetarla y que no se cayera, sujetándola por la cadera.

Abrió Pepe la puerta del bar y un guardia civil apareció en la puerta, cubriendo con su mirada inquisidora todos los presentes.

  • ¿Qué pasa aquí?

Bramó con un potente vozarrón de marcado acento gallego que rebotó estruendosamente en las paredes, y detrás de él apareció otro guardia civil.

  • ¡Que la señora se ha mareado!

Respondió el dueño del bar ante el silencio de todos los demás.

Sujetando a mi madre, salimos de la trastienda, y el guardia, al verla, la preguntó sin bajar la voz.

  • ¿Se encuentra bien, señora?
  • Ya ve que está mareada.

Volvió a responder Pepe.

  • ¡Que responda ella! ¿Está bien, señora?

Atronó nuevamente el guardia, y mi madre respondió en voz muy baja.

  • ¡Por favor, no más, por favor!
  • ¿Qué ha dicho?
  • ¡Que está bien!

Reincidió el dueño.

  • ¡Que se calle, ostias! ¿Es que no me ha oído, está sordo? ¡Qué hablé ella!

Atronó el guardia con cara de estar a punto de entrar en ebullición y romper a ostias la cara al mequetrefe que le impacientaba.

Ante el acojono general, mi madre balbuceó algo que nadie entendió, por lo que el guardia aproximó su cabeza para escucharla mejor y ya de paso echarla muy de cerca una penetrante mirada a sus tetas, pero, al oler cómo apestaba a alcohol, afirmó:

  • Esta mujer está como una cuba.

Y al fijar en mí su mirada inquisidora y cómo la sujetaba por las caderas, me interrogó:

  • ¿Tú quién eres?
  • Su hijo, soy su hijo.

Exclamé con una vocecita que casi no me salía del cuerpo.

  • ¿Qué la pasa?

Me preguntó de nuevo.

  • Se ha mareado.

Respondí sin saber cuál era la respuesta qué debía dar para salir de allí de la mejor forma posible.

  • Ya lo decía yo.

Respondió Pepe, y, nada más hacerlo, una ostia bien dada del picoleto en mitad de la jeta le tiró al suelo desmadejado donde le dejó sangrando por la nariz y por la boca.

Volvió su atención hacia mí el guardia y me preguntó, como si no hubiera sucedido nada y ante el silencio acojonado de todos los presentes.

  • Y ¿cómo es eso?

Temblaba y sudaba por el miedo que tenía. No sabía a qué se refería, pero, a punto de infarto, elegí casi al azar una respuesta que dije a la carrera.

  • No acostumbra beber y la ha sentado mal. Quería llevármela a casa para que descansara. Vivimos aquí al lado, en el 69.

Me faltó poco para llorar y arrodillarme suplicándole, pero él me miró, como dudando si aplastar a un miserable e insignificante insecto, y me dijo.

  • Y ¿a qué esperas, chaval?

Dejándome el camino expedito a la puerta de salida y señalando con la cabeza hacia allí.

Como dudaba, me dijo condescendiente.

  • ¡Venga, vete!

Sujetando a mi madre por la cintura, me la llevé casi arrastrando hacia la puerta ante la mirada y el silencio de todos.

  • Espera.

Escuché de pronto a mis espaldas cuando ya alcanzaba la puerta. Era el guardia de nuevo y me giré aterrado hacia él, que me señaló con un movimiento de cabeza hacia el taburete donde estaban las dos bolsas que había traído mi madre.

  • Eso es vuestro. No te olvides de llevártelo.

Lo cogí, dando las gracias en voz baja. Juraría que también él estaba empalmado.

Cuando ya salía por la puerta a la calle, le escuché decirme otra vez.

  • Y que no beba más. Ya la haré un cacheo a fondo la próxima vez que lo haga.

Me detuve sin mirar atrás para escucharlo, pero ahora se dirigía con su fuerte vozarrón a los otros asistentes.

  • Con vosotros sí que tengo asuntos que tratar.

Escuché el tono de amenaza antes de que se cerrara la puerta a mis espaldas y, arrastrando a mi madre, me dirigí tan rápido como pude hacia el portal del edificio donde vivía, no fuera a ser que me llovieran también a mí las ostias.

Casi llegando al portal, la miré y parecía que ya estaba más recobrada. No quería que la vieran los vecinos en ese estado, así que la solté, cuidando que no se cayera, pero aguantó, aunque se tambaleaba al caminar, parecía una sonámbula.

No encontramos a nadie en el portal y, mientras esperábamos al ascensor, me fui poco a poco tranquilizando, aunque mi madre no parecía que tuviera constancia de que hubiera sucedido algo dentro del bar, y sonreía bobaliconamente.

Era evidente que la habían, no ya emborrachado, sino drogado con el fin de aprovecharse de ella, pero la llegada de los guardias civiles impidió que se la follaran todos y la hicieran a saber qué cosas más.

Al entrar los dos en el ascensor y verla, sonriendo bobaliconamente, tan hermosa, con la tetas a punto de reventar la pechera del vestido y los pezones inhiestos a punto de perforarlo, el miedo dio paso nuevamente al deseo, al deseo de gozar de la tetona de mi madre, y noté como mi verga se hinchaba y erguía, levantando aparatosamente la bragueta del pantalón.

La habían drogado para aprovecharse de ella, pero sería yo el que se aprovecharía. Al fin y al cabo, ella no se enteraba de nada, nadie se enteraría y yo disfrutaría como un enano, eso sí, como un enano obsesionado por mojar. Negocio redondo.

Pasando uno de mis brazos alrededor de su cintura, la pregunté para confirmar su estado, al tiempo que, desde arriba, tenía una panorámica maravillosa de sus enormes y erguidos pechos.

  • ¿Qué tal estás? ¿un poco mareada?
  • Siiiii.

Me respondió lentamente, alargando la vocal, sin dejar de sonreír y con la mirada perdida.

  • Eso está bien.

La respondí, pensando en lo bien que estaba su estado para gozar de sus encantos, al tiempo que mi mano iba de su cadera a su nalga que sobe sin ninguna queja ni resistencia de ella.

Dejé las bolsas en el suelo, y con la mano ahora libre, la desabroché uno a uno los botones del vestido que todavía estaban abrochados, sin encontrar ninguna resistencia, llegando hasta su cintura.

Una vez hecho, retiré la tela para descubrir sus pechos, sabrosos y sonrosados, y sus pezones, oscuros, casi negros, que salían empitonados de unas aureolas anchas y negras.

Puse mi mano sobre una de sus tetas, caliente, suave, rica, muy muy rica.

Sin retirar mis manos de su nalga y de su pecho, la di despacio un beso en la frente, otro en el moflete, y dos más, uno en cada seno, cuando el ascensor se detuvo al llegar a nuestro piso.

La cubrí los senos antes de abrir la puerta del ascensor, no fuera a haber alguien que la viera las tetas y me estropeara la fiesta.

Salí el primero del ascensor, y, cogiéndola de la mano, la ayudé a salir.

Sabía que a esa hora no había nadie en casa, ya que vivíamos solamente con mi padre, y éste no llegaba a casa hasta la noche.

Abrí con mi llave la puerta de la vivienda, haciéndola pasar la primera, y nada más entrar ella dentro de la casa, la detuve y, como tenía todos los botones del vestido desabrochados, tiré del vestido para abajo hasta que se cayó a sus pies, dejándola solamente vestida con las braguitas y el sostén, ambos diminutos y blancos, además de sus sandalias de tacón.

Me ponía cachondo tenerla así, semidesnuda, en el umbral de la puerta, escondida de las miradas de los vecinos. Dudé si quitarla también el sostén y de bajarla las bragas allí mismo, dejándola completamente desnuda, pero preferí disfrutar desnudándola dentro de casa, así que me contenté con darla un azote en el culo, y cerrar la puerta a nuestras espaldas.

Dejando el vestido tirado en el suelo de la entrada, me quité el polo y me coloqué al lado de ella, no sin antes echar el seguro a la puerta para que nadie pudiera entrar y desbaratar mis planes.

Sus preciosas tetas sobresalían provocativas por encima del sostén, que se mantenía escondido debajo de aquel par de voluptuosos melones.

Y sus braguitas estaban movidas hacia un lado, dejando al descubierto toda su jugosa vulva, a la que hace un momento bien que la habían estado follando en el bar.

Dejé todo así y, colocando mi mano sobre una de sus nalgas, la empujé levemente, haciéndola caminar despacio hacia su propio dormitorio, pero, vacilaba tanto al caminar que, temía que se cayera al suelo.

Mi verga dura y erecta me resultaba molesta al estar aprisionada dentro del pantalón, así que bajando mi bragueta, me saqué el miembro, y así, cachondo y erecto, coloque uno de mis brazos sobre la parte posterior de sus muslos y, empujando, la levanté del suelo, llevando en brazos a mi madre semidesnuda hacia la cama.

Al llegar al dormitorio la coloqué al lado de la cama y de espaldas a ella cama. Situándome frente a mi madre, la solté el sostén, sin dejar de mirarla tetas y rostro, especialmente a sus ojos por si daban alguna muestra de inteligencia, pero ni se inmutaron.

La quité el sostén y sus tetas apenas dieron muestra de decaer, por lo que como premio di un beso en cada uno de los pezones, disfrutando brevemente del sabor de tan preciados manjares.

Luego me puse de rodillas frente a ella, y, subiendo mis manos, cogí los laterales de las bragas y, sin quitar la vista de su entrepierna, se las bajé poco a poco hasta que llegaron a sus pies.

Estando mi rostro a la altura de su sexo, la di un beso en su vulva, y, acercando mi mano derecha, comencé a acariciársela, lenta y suavemente, metiendo mis dedos entre sus húmedos labios vaginales, insistiendo especialmente en su clítoris que poco a poco iba hinchándose y aumentando de tamaño.

Apoyando sus manos sobre mis hombros, se estremecía y gemía de placer, mientras se inclinaba hacia delante, manteniendo sus bragas sobre sus pies.

La temblaban las piernas, por lo que, temiendo que se desplomara al suelo, dejé de masturbarla y me incorporé, sujetándola por los antebrazos, y la empujé suavemente sobre la cama, donde la deposité bocarriba.

Mi mirada fue de su rostro, arrebatado, hasta sus enormes y redondas tetazas, que resplandecían por la luz que entraba por la ventana, y a de ahí a su húmeda vulva.

Me agaché y la quité los zapatos, así como los míos, e inclinándome sobre la cama, me tumbé bocabajo entre sus piernas abiertas, y reinicie mis caricias en su sexo, pero ahora con mis labios y con mi lengua, mordisqueándola y besuqueando sus labios genitales, chupándolos y lamiéndolos, pausada y suavemente, alternando lengüetazos largos con cortos sobre su clítoris, mientras introducía mis dedos ansioso en su vagina, metiéndolos y sacándolos, una y otra vez, cada vez más adentro, más rápido.

La escuchaba jadear y gemir, más y más fuerte, hasta que empezó a chillar de placer al llegar al clímax, y yo, desabrochándome y bajándome el pantalón y el calzón, quise incorporarme a la fiesta.

Abandoné su empapado sexo, lamiéndolo y besándolo, y llegué a su ombligo donde me regodee, y de ahí a sus suculentas tetas y a sus congestionados pezones.

Cuando llegué a su boca entreabierta, a sus labios, húmedos y sonrosados, ya estaba mi verga dura y erecta a la altura de su sexo, por lo que, restregándola por su entrepierna, encontré la entrada a su vagina y se la introduje, escuchándola nuevamente jadear ruidosamente al ir poco a poco penetrándola, hasta el fondo, hasta que mis cojones chocaron con su perineo, y, tras una muy breve pausa, moviendo hacia atrás mis caderas, fui poco a poco sacándola hasta casi su totalidad, para volver nuevamente a introducírsela, una y otra vez, sin pausa, sin recato, mientras contemplaba su rostro encendido, sus ojos semicerrados y su boca semiabierta, y cómo gemía, jadeaba y chillaba por el placer que sentía.

Aumenté poco a poco el ritmo, y, cuando notaba que estaba a punto de correrme, lo aminoraba e incluso lo detenía, concentrándome en sobarla las tetas, en amasarlas, en juguetear maravillado con mis dedos en sus pezones oscuros e hinchados, incluso lamiéndolos como si fueran un sabroso y dulce caramelo.

Apoyado sobre mis brazos, contemplaba desde la altura, tanto su rostro, como sus hermosas tetazas y la entrepierna por donde entraba y salía mi congestionado miembro.

Sus melones se balanceaban descontrolados en cada una de mis embestidas, y, cuanto más se bamboleaban, más cachondo me ponía.

No quería correrme tan rápido, quería alargar el momento, detener el tiempo en su coño y en sus tetas, convertirlo en una eternidad interminable, pero el tiempo corría y temía que llegara mi padre sin haberla echado un buen polvo, un polvo completo, un polvo total, así que, en un momento determinado, en una de esas subidas y bajadas, me dejé llevar y, notando como la ola de placer emergía poderosa de mis entrañas, me corrí a lo bestia dentro de ella, gritando yo también.

Permanecí unos minutos todavía con mi verga dentro de su coño, reposando sobre ella, dudando qué hacer a continuación, si limpiar todas las señales de lo que había hecho para que, cuando llegara mi padre, no se diera cuenta, pero era todavía muy pronto, y ella, ahora con los ojos cerrados, parecía que dormitaba.

La desmonté y, después de limpiarla allí mismo, sobre su propia cama, con una esponja húmeda, me acerqué al cuarto de baño donde me di una ducha mientras pensaba lo que iba a hacer a continuación.

Me acordé de mi amigo Manuel, que tanto deseaba a mi madre y que, no solamente muchas pajas se había hecho pensando en ella, sino que además una vez ya se la folló. El mismo día en el que yo me la pasé por la piedra varias veces, aprovechando, tanto él como yo, que mi madre estaba como ahora, drogada por el vino que Pepe, el del bar, nos había proporcionado.

Al salir del baño observé que mi madre continuaba sin moverse de la cama, bocarriba, totalmente despatarrada y con sus hermosos melones subiendo y bajando producto del sueño.

Fue ver sus enormes melonazos y mi verga empezó otra vez a funcionar, a levantarse altiva y orgullosa hacia el techo, y me dije:

  • ¡Esas tetazas bien que se merecen una buena cubana!

Y subiéndome a la cama, me puse de rodillas, a horcajadas sobre mi madre, y coloqué mi cipote duro y erecto entre sus pechos y, cogiéndolos con mis manos, hice que abrazaran lujuriosamente mi congestionado miembro.

Empecé a moverme adelante y atrás, adelante y atrás, a balancearme, restregándose con energía mi cipote entre sus enormes pechos, mientras el somier de la cama crujía ruidosamente, amenazando con resquebrajarse.

Por un momento mi madre pareció que despertaba, abriendo un poco los ojos y exclamando algo ininteligible, pero volvió al estado onírico, dejándome que cabalgara alegremente entre sus ubres, hasta mi destino final: una sabrosa y abundante corrida entre sus tetas, alcanzando incluso su rostro.

Pensaba que no tenía ya nada de esperma en mis entrañas, pero me equivocaba, era una auténtica máquina de crear esperma, así que tuve que volver a utilizar la esponja mágica para limpiar el rastro.

Ahora sí, ahora tocaba la llamada, el comodín de la llamada, y fue mi amigo Manuel el afortunado.

En cuero picado, me dirigí al teléfono y, aunque lo cogió su madre, la gorda, enseguida mi amigo se puso al aparato, y cuando le dije que volara hasta mi casa, trayendo un buen surtido de condones, que mi madre le esperaba despatarrada, lista para ser follada, casi se corre allí mismo, al escucharme.

También le dije, recordando los sabrosos jamones de la gorda:

  • Después de mi madre, viene la tuya. Tienes que ayudarme a follármela siempre que yo quiera.

A lo que me respondió, solicito y presuroso, por tirarse a la mía cuanto antes por si me echaba para atrás.

  • ¡Pues claro, tío, siempre que quieras, siempre, siempre! ¡Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que haga falta!

Voló hacia casa, llegando en un tiempo increíble, y le abrí la puerta con solo un batín cubriendo mi desnudez, pero, para mi sorpresa, ¡no venía solo, el muy cabrón! ¡venía con un menda del barrio con el que yo nunca había cruzado ni una sola palabra!

Entraron tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar y, cuando lo hice, ya estaban los dos moviéndose por la casa buscando a mi madre para follársela.

  • ¡Eh, eh! ¿A dónde vas tú? ¿Quién te ha invitado a entrar?

Me dirigí gritando totalmente descompuesto al extraño que acababa de entrar en mi casa.

Me respondió Manuel, gritando desde otra habitación.

  • Es un coleguita. Solo viene a mirar.

Le repliqué a voces, al borde de la histeria.

  • ¡No me jodas, tío! ¡Tú solo, tenías que venir tú solo! ¡Que esto no es un circo ni una casa de putas!

Le alcancé en el pasillo, reteniéndole por el brazo, y me dijo, intentando tranquilizarme:

  • No te preocupes, tío. Es callado y discreto como una tumba.

Iba a pegarle una ostia cuando, mirándome hacia abajo, me indicó:

  • ¡Que no soy de piedra, tío! Cúbrete o pensaré en follarte también a ti.

Miré hacia donde él miraba y vi mi verga erecta apuntando directamente hacia delante. El batín se había abierto, dejando mis genitales al descubierto. Le solté del brazo y me cubrí tan rápido como puede, cerrando la prenda, por lo que Manuel aprovechó para alejarse de mí, reanudando la búsqueda de mi madre.

Se detuvo en el dormitorio de ella, y me miró interrogativo. ¡No estaba mi madre sobre la cama! ¡Si la dejé ahí, tumbada bocarriba sobre la cama, durmiendo completamente desnuda! Pero … ¿dónde estaba ahora?

Fui al otro lado de la cama, por si se había caído ahí, pero tampoco estaba.

Escuché un ruido rítmico inconfundible que venía de la puerta abierta del baño y hacia allí corrió rápido Manuel, y yo, acojonado, detrás, y … ¡ostias!

Allí estaba el coleguita moviendo rápido sus caderas adelante y atrás, adelante y atrás, con los pantalones bajados hasta los tobillos, y follándose a mi madre, tumbada bocabajo sobre la lavadora y con el culo en pompa.

Me quedé paralizado, sin poder apartar mi mirada del culo de mi madre y cómo el miembro erecto del tío entraba y salía dentro del coño de ella.

¡No me lo podía creer! ¡Se estaba follando a mi madre, el muy cabrón, así, nada más llegar y sin ni siquiera presentarse! ¡ Y eso que Manuel decía que solamente venía a mirar, el muy hijo de puta!

La sujetaba por las caderas mientras se la follaba, mientras ella gemía y jadeaba al ser penetrada una y otra vez, acompañado todo por el uniforme sonido provocado por los cojones del tío al chocar con la vulva de ella.

Reaccioné lentamente, sin dejar de mirar cómo se la tiraba y sin saber exactamente qué hacer, cómo apartarle de ella, cómo impedir que siguiera follándosela. Solo pude balbucear, al principio en la única vocecilla que me salía y que aumentó rápido de volumen.

  • Pero .. ¿qué haces? ¡Te estás follando a mi madre, cacho cabrón, hijo de puta!

Iba a abalanzarme sobre él cuando Manuel se interpuso en medio, deteniéndome, y me dijo para calmarme.

  • ¡Tranqui, tío, que es solo un momento y enseguida acaba!

Y dirigiéndose al coleguita le pregunto:

  • ¿Verdad, tío, que enseguida paras?

Pero el tío, impertérrito, era como una máquina, ni paraba ni exclama nada, hasta que, cuando yo estaba a punto de saltar a su yugular para estrangularlo, de pronto se detuvo y … ¡se había corrido, el muy cabrón, dentro de mi madre!

Logré apartar a Manuel de un empujón y, cuando agarré al coleguita por el cuello, separándole violentamente de mi madre, ésta, al no estar ya sujeta, empezó a deslizarse lentamente sobre la lavadora para caer al suelo.

Soltando al colegui, logré sujetarla, abrazándola por el pecho, antes de que cayera, y Manuel la cogió por las piernas, levantándola del suelo, y exclamando:

  • ¡Venga, a la cama con ella!

Y tiró de las piernas de mi madre en dirección a su cama, y yo, abrazándola por las tetas, le seguí como un autómata.

La dejamos bocarriba sobre la cama, aparentemente dormida, y nuestras miradas, las de los tres, convergieron sobre el espléndido cuerpo desnudo de mi madre, especialmente sobre sus tetazas, pero, cuando Manuel se bajó el pantalón y se sacó el erecto pene, me di cuenta de lo sucedido y me lancé hacia mi amigo, empujándole, agarrándole, y nos caímos al suelo, forcejeando.

Dimos un espectáculo grotesco, él con su pantalón bajado hasta los tobillos y yo con el batín abierto, ambos con la verga tiesa y dura al descubierto, luchando, chocando pene contra pene, hasta que, de pronto, me di cuenta de un nuevo ruido, era la cama la que crujía.

¡Ñaca-ñana-ñaca-ñaca-ñaca-ñaca-ñaca-ñaca-ñaca-ñaca-ñaca-ñaca!

En el ardor de la lucha, pude girar mi cabeza y allí estaba otra vez, el coleguilla, follándose de nuevo a mi madre.

Con una pierna apoyada en el suelo y otra sobre la cama, el muy hijo de puta, no dejaba pasar ninguna ocasión, y estaba de nuevo tirándose a mi santa madre.

Logré levantarme, aunque dejé el batín en las manos de Manuel, quedándome totalmente desnudo, y me abalancé sobre la máquina de follar y, a empujones, logré desmontarlo de mi madre y, tirando de su camisa, le arrastré, insultándole y pateándole furioso, hasta la puerta de la calle, que abrí y le saqué fuera.

Detrás iba también Manuel, sujetándose el pantalón medio caído y con el pene fuera, intentando tranquilizarme:

  • ¡Tranquilo, tío, que no pasa nada! ¡No te lo tomes así, que esto que ocurre es lo más normal del mundo! ¡Tu madre está tan buena que todos queremos follárnosla!

También a él le saqué de mi casa a tirones y, precisamente en ese preciso momento, se abrió la puerta del ascensor y ¡allí estaba mi padre! ¡Mi padre! ¡Mi padre! ¡Mirándonos asombrado y con cara de muy mala leche, peor, mucho peor incluso que de costumbre!

Manuel, sin decir absolutamente nada, se escabulló, empujando a su coleguilla, corriendo como un poseso escaleras abajo, con la polla tiesa, y … ¡ahí estaba yo! ¡aterrado y encogido en mitad del descansillo, completamente desnudo y con un empalme de mil diablos! ¡mirando como un auténtico gilipollas a la cara cada vez más encarnada y monstruosa de mi padre que recorría mi erecto miembro con unos enloquecidos ojos que salían rojos como enormes tomates de sus órbitas!

Escuché algo a mi espalda, me giré y allí estaba mi madre, con sus enormes pechos relucientes y bamboleantes, caminando totalmente desnuda por el pasillo con pasos titubeantes, mientras exclamaba, suplicando:

  • No me folleis más, por favor, no me folleis más.

¡Ostias, la que faltaba!

Giré mi cabeza, viendo cómo los vecinos abrían las puertas de sus viviendas y me observaban en silencio, inculpándome. Luego un puño apareció en mi campo de visión, dirigiéndose hacia mi rostro.

¡No recuerdo nada más! ¡Solo dolor y oscuridad!

Me desperté solo en una cama, quizá de un hospital. No observé a nadie alrededor, pero … ¿solo? Algo se oía.

Poco a poco comencé a discernir el sonido que se escuchaba. Escuchaba jadear, gemir y resoplar, así como el ruido de los muelles de una cama y un ruido rítmico e insistente, como si fuera el tam-tam de un tambor. Los sonidos procedían de detrás de una cortina y que me impedía conocer qué es lo que estaba sucediendo, cuál era el origen de los ruidos.

Algo debí exclamar, porque ocasionó un revuelo detrás de la citada cortina. Ruidos, improperios, y, de pronto, la cortina se abrió bruscamente y … ¡aparecieron unas enormes tetas desnudas, bamboleándose voluptuosas! ¡Mi madre! ¡Era mi madre, cerrándose el vestido y cubriendo sus enormes ubres desnudas! ¡Y detrás un hombre colocándose una bata blanca! ¡les había pillado follando! ¡Se habían vuelto a follar a mi madre, a mi santa madre, a la puta madre que me pario!