A mi jefe le gusta mi culo
Nunca imaginé que un congreso de empresa acabaría en un espectacular polvo
Ha pasado ya mucho tiempo desde mi último relato. No les voy a engañar. Tras mi profesor, al que dejé de follarme hace unos meses, mi vida sexual se había quedado muy estancada. De hecho, lo sigue estando. Pero tras meditarlo mucho, y tras leer alguno de los relatos de por aquí, me he decidido contar mi última aventura. Ocurrió hará ahora dos meses, más o menos. Me encontraba en Escocia, en unas conferencias que organizaba la empresa en la que trabajo y donde tuve la oportunidad de conocer a los mandamases de la compañía, entre ellos, a Brian, el Director General de Recursos Humanos y, más concretamente, el jefe de mis jefes.
Brian es un hombre británico, de los chapados a la antigua. No es rubio, aunque sí de piel blanca y pelo claro. Siempre afeitado con precisión y muy, pero que muy elegante. Siempre de punta en blanco y sabiendo convinar muy bien su indumentaria. Puntual y correcto en todo lo que dice y siempre un 'gentleman', nunca sube el volumen de su voz ni pierde la compostura. Un 'Steven Gerrard' de los negocios, para los que les guste el fútbol. Ni que decir tiene que es muy atractivo. Es atlético, fuerte y muy, muy guapo de cara. Vamos, un hombre por el cual cualquier mujer, homosexual o, en mi caso, bisexual y amante de lo prohibido y salvaje, desearía llevarse a la cama para que hiciera de él su esclavo. Es tan británico, que sólo perdió la compostura como lo hacen todos: por culpa de la cerveza.
El día que finalizó el congreso, los allí presentes estábamos invitados a un cóctel y una posterior cena. Pero claro, los que no sabían beber, en la cena ya iban colorados. Entre ellos, el señor Brian, mi jefe. Hasta ese momento, sólo había cruzado con él 4 palabras, y quise mantenerme siempre en segundo plano. A punto de empezar la cena, me ausenté de mi mesa para ir al baño a lavarme las manos. Y allí estaba Brian, con una cogorza de espanto, meando en uno de los urinarios, apoyando la cabeza en la pared y con la corbata echada hacia atrás. Le pregunté si estaba bien, cosa que respondió afirmativamente con un gruñido. Yo comencé a lavarme las manos y, por el espejo, le observaba. De reojo, vi cómo giraba la cabeza y me echaba una mirada de arriba abajo. Seguí a lo mío, pero sin dejar de mirar de reojo. Al secarme las manos, seguí mirando por el espejo cuando de repente vi que... ¿Me estaba mirando el culo? Efectivamente, Brian sostenía su pene, que ya había parado de mear, y su mirada estaba centrada en mi trasero. No me lo terminaba de creer. Durante la cena no dejaba de darle vueltas al asunto.
La cosa fue a más. Porque noté cómo Brian comenzaba a mirar mucho hacia mi mesa y, en tres ocasiones, vino a saludar, con gran torpeza debido a su borrachera, a comensales que estaban sentados junto a mí. A la cuarta vez, yo fui el saludado. A duras penas conseguí entender qué demonios intentaba decirme, pero intuí que darme la enhorabuena por el trabajo realizado y que seguía mi carrera de cerca. Después, llegaron los coñacs y las copas. Y la cosa ya no se sostuvo por más tiempo. Todos los allí presentes nos dejamos de formalismos y comenzamos a emborracharnos como si no hubiera un mañana. EL hotel donde nos hospedábamos puso a disposición nuestra una sala de discoteca con música y más bebida. Y Brian, seguió a lo suyo, sólo que empezó a gustarme que me mostrara su interés.
Mantuvimos una larga conversación, sobre todo sobre España y la crisis, y los españoles, y lo bien que sabemos vivir, y la playa, y el sol, y las Islas Canarias, y el calor que hace y... "lo atractivos que somos los latinos". Y ahí, se me paró el corazón. Ya no había dudas. Brian estaba coqueteando conmigo delante de todo el mundo, aunque con la música y el alcohol nadie se percatara de lo que sucedía. Era evidente que no íbamos a besarnos delante de todo el mundo. Habría sido un escándalo. Pero Brian tenía muy claro lo que quería esa noche. Tras volver de pedir otro whisky con soda, se me acercó decidido y me dijo: "Estoy en la 305. Me gustaría que vinieras a tomar una copa. Puede que te parezca un poco osado, pero es así. Yo me voy a ausentar ya, así que si quieres subir más tarde, yo estaré esperando un buen rato". Y con esa seguridad, con esa confianza, se despidió de una docena de personas y se fue a su habitación. Y yo me quedé allí, incrédulo, con mi whisky derritiendo los hielos, y decidiendo si quería pasar un rato agradable en la 305.
Si soy sincero, no me costó mucho decidirme. Me fui a mi habitación para asearme un poco, dejar la americana y la corbata y llamé a la 305 para ver si seguía en pie. Aunque tardó en cogerlo, contestó muy sereno y muy serio que sí, que estaba en pie la oferta. Así que no lo pensé más y me presenté en su cuarto. Me recibió con el pelo mojado, una toalla al cuello y sin camisa, dejándome ver su increible torso británico. Había tomado el mando de la situación, se sentía cómodo y seguro. Su borrachera era menos evidente, es decir, que se había refrescado para la ocasión. No tenía dudas de que esa noche iba a echar un polvo con uno de sus empleados españoles. Y eso me ponía muy cachondo, aunque también me provocaba nerviosismo. Me invitó a sentarme en la cama mientras comenzó a servir dos copas de whisky. Al darme la mía, se inclinó hacia mí y me dió un beso. Jugueteamos con las lenguas en nuestras bocas. Después se incorporó otra vez y dijo: "Qué bien sabes".
Tras eso, se sentó en un butacón en frente de mí, mirándome fijamente. Dio un largo trago y dijo: "Quiero que te desnudes para mí". Estaba claro, yo ya era su putita. Él era quien tenía el control. Me gustaba. Qué demonios, me encantaba. Estaba tremendamente excitado. Entre dubitativo y cachondo, me fui desprendiendo de mi camisa, de mis zapatos, de mis clacetines y de mi pantalón. Al irme a quitar el slip dijo que parase y que me tumbase en la cama. Así lo hice. Él se volvió a levantar, se fue hacia mí, me besó de nuevo y fue bajando con su boca sobre mi cuerpo desnudo, hasta llegar a mis calzoncillos, que ya estaban empapados de la excitación que tenía. Poco a poco, fue quitándomelos dejando al descubierto mi erecto pene. Ya estaba al descubierto, completamente desnudo delante de mi jefe. Lejos de querer tocarme, se quitó sus pantalones y sus calzoncillos, muy despacio, muy tranquilo. Tenía una polla enorme, para mi sorpresa. Estaba tremendamente dotado. Puede que fuera más grande que la de Rolando, el cubano que me follé, pero no tan gorda. Estabaa totalmente empalmado.
-Tócate para mí.- Dijo Brian mientras se sentaba de nuevo en su butaca.
Yo comencé a tocarme mientras Brian hacía lo propio y me daba instrucciones. -Ábrete las nalgas-, me pedía. Yo iba cumpliendo poco a poco cada uno de sus deseos. El se meneaba el pene mientras me observaba, pero lo hacía lentamente, con calma. -Métete un dedo,- seguía guiándome. Y yo me chupé el dedo corazón y poco a poco me lo introduje en mi ano mientras gemía de placer ante la atenta mirada de Brian.
Tras unos minutos de instrucciones, me pidió que fuera, que lo besara y que le hiciera una mamada. Eso es lo que hice. Fui bajando por su precioso torso, despacio, hasta tener en frente ese tremendo instrumento. Poco a poco, la fui dando lenguetazos hasta que me la terminé metiendo en la boca. Él gimió y echó la cabeza hacia detrás, lleno de placer, mientras me agarraba con las dos manos por la nuca, marcando el ritmo de la mamada. Yo le hice saber que era una polla enorme, que me estaba relamiendo de lo buena que estaba, mientras pensaba en lo mucho que mi culo iba a disfrutar con ella dentro. Supongo que él estaba pensado lo mismo. Sus manos me pedían más intensidad en mi chupada, y yo engullí ese pene lo más rápido que podía, llegando con facilidad hasta mi garganta. Estuve a punto de atragantarme, pero él sabía cuando darme un respiro y cuando apretar.
Me soltó la nuca, me hizo levantarme de nuevo y me dio la vuelta. Me pidió que me inclinara, me acarició las nalgas, las abrió y le dio un par de lenguetazos a la entrada de mi culo. Después, escupió descaradamente sobre mi agujero y comenzó a engullirlo como un poseso mientras con la mano derecha me meneaba la polla. Después, se olvidó de mi polla para centrarse completamente en abrir mi culo y prepararlo para la traca final. Metió su dedo corazón en mi ano, moviéndolo de arriba abajo, de izquierda a derecha y en círculo. Después lo sacó, volvió a comerlo durante un minuto como un poseso y después me introdujo otros dos dedos. Cuando consideró que estaba lo suficientemente preparado, me dio un cachete en el culo y me pidió que me incorporara a cuatro patas sobre la cama.
Tras unos segundos que utilizó para ponerse un condón, se puso detrás de mí, me agarró las nalgas con las dos manos y fue introduciendo su enorme pene en mi culo ante mis gemidos entremezclados de dolor y placer. Él sabía que costaría meterla, así que se tomó su tiempo y la fue introduciendo poco a poco hasta que, finalmente, sus testículos hicieron tope en mis cachetes. La dejó unos segundos dentro de mí y, sin darme mucha más tregua, comenzó a meterla y sacarla, a dar ritmo. Yo intentaba contener mis gemidos, al principio sólo jadeaba. Pronto se convirtió en gemidos claros y, a medida que la intensidad de sus embestidas subía, se convirtieron en gritos y juramentos. Todo ello en inglés. Él me agarraba con fuerza las nalgas al tiempo que me penetraba cada vez más rápido. El sonido de sus huevos chocando contra mis nalgas, ese "choc-choc" que tando me gusta escuchar cuando estoy a cuatro patas, se unía a mis gritos cada vez que su pene llegaba hasta mis entrañas.
-Grítame en español,- me pidió tras darme un cachete en mis nalgas con la mano derecha.
Yo comencé a jurar y perjurar en español.
-¡Joder! ¡Dios! ¡Hijo de puta! ¡Me estás destrozando! ¡Oh, sí! ¡Puta!
Él seguía a lo suyo, clávandome su instrumento en mi culo cada vez más dolorido y abierto.
-¡Eso es papi! ¡Clávame la pinga hasta el fondo!,- le decía, porque sabía que lo de "papi" lo entendería y le pondría cada vez más cachondo.
De pronto, me la sacó y la sacudió dos veces sobre mis nalgas. Yo noté un vacío en mi ano. Lo notaba totalmente abierto, dilatado. Se tumbó boca arriba sobre la cama y me pidió que lo cabalgara. Ahí estaba en casa. Lo iba a dejar seco, me decía a mí mismo. Me puse a horcajadas, y me introduje con facilidad su polla en mi culo. El me agarraba con fuerza las nalgas y eso me excitaba de una manera sobre humana. Comencé a bailar con su pene dentro de mí, cabalgándolo como un potro desbocado al tiempo que seguía gritándole: "¡Eso es papi, hasta el fondo! ¡Dame fuerte papi! ¡Me encanta!". Su cara de placer era de escándalo. Yo apollé mis manos sobre sus piernas y me incliné un poco hacia detrás para que su pene llegara hasta lo más lejos de mi cuerpo. Eso me estaba causando un placer terrible y mis gritos eran cada vez más descarnados.
Tras unos minutos, se inclinó hacia mí, sin sacármela del culo, me puso poca arriba en la cama, la sacó, se quitó el condon y comenzó a meneársela para terminar de correrse. Con la otra mano, me cogía de la nuca para que me inclinara y pudiera recibir en mi cara toda su leche. Yo, ni corto ni perezoso, saqué la lengua, invitándole a que me la diera en mi boca. No tardó en hacerlo, y yo recibí su leche calentita en mi boca. Los últimos coletazos me llegaron hasta la garganta. Mientras, Brian gemía y gemía de placer. Tras eso. Me soltó y comenzó a hacerme una paja que poco tardó en convertirse en un torrente de semen sobre su pantorrilla y mi abdomen.
Después de eso, cayó rendido encima mío al tiempo que me dijo; "Creo que estoy totalmente seco". Unos minutos más tarde, me invitó a ducharme con él y, amablemente, me pidió que me fuera porque quería dormir. No tenía pensado quedarme, en cualquier caso. No quería que todo el mundo supiera lo que allí acababa de pasar.
Y lo que acababa de pasar es que Brian, mi jefe, me acababa de echar un polvo increíble, inolvidable y difícil de repetir. Aunque se intentará en el siguiente congreso de empresa