A mi hermana le gustan los videojuegos – 9

Vicen, nuestro adolescente protagonista está harto de que las mujeres decidan por él y le controlen a través del sexo, y empieza tomar las riendas. A partir de ahora él va a ser el que decide con quién y cuando.

A MI HERMANA LE GUSTAN LOS VIDEOJUEGOS – 9

Para un fácil seguimiento del hilo de la historia, os recomiendo leer las anteriores entregas publicadas de “A mi hermana le gustan los videojuegos”. Agradeceré vuestros comentarios y valoraciones.

Muchas gracias por leer lo que escribo.

Estaba tan enfrascado en mis pensamientos, que hasta que me puse a hacer la mochila para ir a la playa, no me di cuenta de que mi móvil aún seguía en poder de María. Noté como de pronto me ardían las mejillas. Sin pensármelo dos veces me fui a la habitación de mi hermana y entré como un rayo sin llamar a la puerta. María ya se había puesto su enorme camiseta y estaba sentada frente a su escritorio con su teléfono en una mano y el mío en la otra. Me miró con cara de sorpresa.

-         ¿Qué pasa, Vicen?

-         Mi móvil, -señalé con el dedo extendido-

-         ¡Ah, sí!, un segundo y enseguida acabo.

Que enseguida acababa, ¿qué?, pero ¿qué narices estaba haciendo?

Perdí la paciencia y me aproximé para arrebatárselo, pero en un rápido movimiento se levantó de la silla y se desplazó hacia su cama, esquivándome, mientras no dejaba de teclear en los dos teléfonos.

-         ¡Oye, ya está bien!, que me quiero ir. Además, ¡es mi teléfono!

-         Enseguida acabo, no seas impaciente.-me habló con cierta desgana-

Me acerqué hacia mi hermana pero se tumbó de lado en la cama, girada hacia la pared, para que no me pudiese quitarle mi teléfono. Me puse encima de ella, pero protegió su posición de manera que me impedía llegar a coger sus manos y, por tanto, lograr mi finalidad. Mientras tanto seguía con su tarea. Con el forcejeo, mientras ella se reía divertida, mis manos fueron recorriendo su cuerpo, inconscientemente; ya que no conseguía mi objetivo, por lo menos iba a tocar a placer. Pasé a hacerlo de forma descarada.

María sacó su trasero hacia fuera, con un solo movimiento, y lo dejó pegado a mis genitales de manera que los presionaba. Estiré mi mano y atrapé su pecho izquierdo, bajo la camiseta. Ella gimió.

-         Uuuuummmm. ¿Así que vuelves a tener ganas de tocar a tu hermanita?

Siguió manipulando los dos teléfonos mientras que yo me quedaba como en trance, tocando su cuerpo, si, pero sin sentir su tacto, y en ese momento, por un fugaz instante, mi mente se sobrepuso al dominio de lo físico, la realidad se abrió paso en mi cabeza y fui consciente de cómo María seguía haciendo lo que le daba la gana, ignorándome por completo. Fue como una descarga eléctrica: Reaccioné.

-         ¡María!, ¡TE HE DICHO QUE ME DEVUELVAS EL TELÉFONO!

Mi hermana me miró, muy sorprendida y, sin decir nada, extendió la mano y me acercó el teléfono. Se lo arrebaté de la mano y, sin mirarla, me dispuse a salir de su habitación. Justo cuando estaba cerrando la puerta, con un fuerte portazo, aún me dio tiempo para escucharla decir:

-         De todas maneras ya había terminado.

Entré en mi habitación muy cabreado y cerré la puerta sin miramientos. No recordaba la última vez que me había enfadado tanto, y menos con mi hermana.

Miré mi teléfono, activando la pantalla. Lo primero que llamó mi atención es que la batería estaba tan sólo al cincuenta y tres por ciento. No podía ser, si lo acababa de cargar; lo recordaba perfectamente. ¿Qué había estado haciendo mi hermana con mi teléfono?

Busqué por la pantalla y todo parecía estar como siempre. Lo siguiente fue entrar en la aplicación del whatsapp, y allí si que descubrí que desde mi terminal se habían enviado mensajes, pero, tras hacerlo, María debía haber utilizado la opción de, “eliminar para mi”, por lo que ella era la única que debía tener la información que se había transmitido desde mi teléfono, fuera la que fuera.

Me senté en la cama y me puse a pensar. Las aplicaciones que más consumían la maltrecha batería de mi teléfono, eran las que estaban relacionadas con el uso de vídeos. Enseguida caí en la cuenta:

-         Esta nos ha estado grabando…pero, ¿para qué coño…?, ¿porqué no ha utilizado su teléfono?

Imaginaba que antes o después lo iba a saber. Estaba muy cabreado, porque una cosa es que mi hermana mi pidiese el móvil, pero otra muy distinta que lo utilizase para vete a saber qué, y, además, si no se lo hubiese reclamado me hubiera ido sin él a la playa. Una putada que a ella le importaba un rábano.

Pero ahora, mi mayor preocupación me la creaba el ser consciente de que María pensaba, -y hasta ahora había sido así-, que a través del sexo y de su innegable atractivo físico, podía influir en mí y conseguir de mí todo lo que quisiese. Lo que yo pensase o desease le daba absolutamente igual, en realidad. No dudaba de que me quería, pero lo que me preocupaba era la forma en que lo hacía.

Contacté con mis amigos y me confirmaron que estaban en la playa, donde siempre. Comprobé que tenía dinero y, finalmente, salí de casa. Desde luego no tenía pensado regresar, por lo menos, hasta bien entrada la tarde. Quería escapar de aquel ambiente y organizar un poco las ideas.

Intenté forzarme a tener un comportamiento lo más normal posible con mis amigos, intentando distraerme por unas horas. No tenía ganas de recibir preguntas impertinentes, ni de dar explicaciones; además, ni tan siquiera hubiera sabido por donde empezar.

Cuando llegó la hora de comer, me las ingenié para dar esquinazo a todos diciendo que había quedado con mis padres para comer. Cuando nos despedimos, tomé un camino en dirección contraria a la del resto de mis amigos. Necesitaba esa soledad y se me ocurrió que una hamburguesa, un helado para llevar, y un rato de relax bajo una sombra, sería suficiente. Después podría hacer tiempo, antes de volver, dándome un baño en la playa y seguro que me permitiría aclararme las ideas. Más tarde regresaría a casa más calmado. Seguramente, mi padre y Carmen ya estarían allí. En ese momento pensé cuanto me gustaría poder hablar con mi padre y recibir su consejo, o un abrazo, pero eso era impensable. Lo eché intensamente de menos.

Atravesé el amplio paseo y decidí atajar por una calle transversal para aprovechar la sombra y, así, acortar el camino hacia la conocida hamburguesería a donde había pensado dirigirme. Aún no había llegado a la bocacalle cuando escuché una voz femenina que me llamaba:

-         ¡Vicen!, ¡Vicen, espera!, ¡Eeeooo!

Cuando me giré me sorprendió encontrarme con Luisa y Raquel, las amigas de mi hermana María. Se acercaban con paso rápido y expresión seria. Estaban un tanto acaloradas.

-         ¡Por fin!, llevamos un rato buscándote.

-         Lo siento, pero María no está conmigo.

-         No estamos buscando a María, te estábamos buscando a ti.

Mi cara debió ser un poema, porque las dos me contestaron simultáneamente.

-         No te preocupes que no pasa nada.

-         No, estate tranquilo.

-         Entonces, ¿qué queréis?

-         Sabíamos que sueles venir por aquí a la playa y queríamos hablar contigo, si te parece bien…

Aquello me parecía muy extraño y seguía sin apetecerme compañía, e intenté poner una excusa, aunque no fui muy convincente.

-         Bueno, es que ahora iba a comer algo…he quedado y eso.

Raquel fue la que se adelantó, preguntándome con expresión seria:

-         ¿Has quedado con alguna amiga?

-         No…bueno, sí, en realidad…

Luisa me interrumpió, más calmada que su amiga.

-         No estaríamos aquí si no fuera importante…de verdad.

-         No sé…es que María…

En ese momento me di cuenta de que la alargada sombra de mi hermana, y su influencia sobre mí, hacía que dudase todo el tiempo: ella siempre estaba presente aún sin estarlo. Sacudí la cabeza en un movimiento involuntario.

-         Está bien…

-         Gracias. Si quieres podemos acompañarte a donde vayas a comer. Podemos hablar por el camino y luego te dejamos con “tu cita”.

La voz de Raquel tenía un toque de resentimiento al decir esto último. Decidí sincerarme.

-         En realidad iba a comer solo. No tenía ganas de jaleo.

Su expresión se alegró de repente y habló por las dos:

-         Entonces podemos acompañarte también, ¿no Luisa?, -se giró hacia su amiga-

-         Si, si al caballero no le importa.

-         No, por mí está bien.

Raquel se puso a mi derecha, con mucho desparpajo, y se cogió de mi mano, mientras, para mi sorpresa, Luisa se ponía a mi izquierda y apoyaba su mano en mi hombro amistosamente. Comenzamos a caminar.

-         Tú dirás a donde vamos.

-         Si, había pensado en coger una hamburguesa y un helado para llevar y luego sentarme en un banco a la sombra, tranquilamente.

-         Está bien.

Caminamos en silencio durante un buen trecho, como si fuera lo más natural del mundo pero, a juzgar por las miradas que nos dedicaron un grupo de chicos al pasar, la imagen no debía de serlo. Hasta el momento no me había fijado en que iba acompañado de dos chicas que estaban muy bien.

Raquel, llevaba un vestido de color beige claro, con escote recto, acabada en una falda bastante larga. El vestido se cerraba en su parte delantera por una fila central de botones en color marrón, que recorría la prenda de arriba abajo hasta llegar al principio del muslo. A partir de ahí quedaba abierta. Su dueña llevaba desabrochados el primer y último botón, por lo que dejaba una buena vista de la parte superior de su pecho, y del interior de sus muslos al caminar, respectivamente. Se sujetaba solamente por dos finos tirantes.

Por su lado Luisa, vestía un corto vestido de verano, con estampados en colores azul, blanco y amarillo, y un pronunciado escote en forma de v, y era evidente que no llevaba sujetador, porque sus generosos pechos se movían libremente. Ambas calzaban zapatillas deportivas.

Debo reconocer, que si me hubiese encontrado en esta situación unas semanas atrás, me hubiese parecido algo alucinante, y mi hubiese estirado, orgulloso, como un pavo real, para que me viesen bien y fardar de la compañía, pero ahora estaba más preocupado de lo que me viniesen a decir.

Estábamos haciendo cola para pedir la comida y hasta ahora solo habíamos comentado cosas sin importancia. Luisa comenzó a cambiar de tema.

-         Cualquiera que te vea pensará que hoy vas muy bien acompañado…aunque últimamente debes estar muy acostumbrado, ¿no?

-         Yo…

Automáticamente me puse rojo como un tomate. No sé cual era la intención de Luisa, pero para mí ese comentario era una clara referencia a mí relación con mi hermana. Raquel reprendió a su amiga.

-         ¡Luisa!, habíamos quedado que íbamos a tratar esto con delicadeza. No machaques al chaval.

-         Está bien, está bien. Discúlpame, pero es que estoy un poco nerviosa.

-         No pasa nada. ¿pero me vais a decir de una vez lo que sea?

El chico del mostrador nos interrumpió preguntándonos que deseábamos. En ese momento yo pensé en esfumarme, pero ya no había remedio. Tras recibir la comanda, recogimos las bolsas de papel con la comida y salimos del local. Nos dirigimos a un parque cercano y encontramos una gran zona con césped, bajo una agradable sombra, que se encontraba libre,. Quedé sentado en medio de las dos, con Luisa a mi derecha y Raquel a mi izquierda. El lugar estaba vacío a excepción de algún transeúnte ocasional que cruzaba por paseo de tierra, unos metros por delante de nosotros. Cuando empezamos a comer Luisa prosiguió.

-         Verás, Vicen, Raquel me ha explicado lo que pasó ayer en la playa.

Me giré hacia Raquel con una porción de hamburguesa a medio masticar en mi boca, y la miré con expresión de incredulidad. Tragué como pude y le hablé mientras ella ponía cara de circunstancias. Estaba enfadado.

-         ¡Pero, tía! ¡a ti se te va la olla!

Luisa intervino de nuevo con voz calmada.

-         Oye, Vicen, no te preocupes, que no pasa nada. No estamos aquí para echarte la bronca, ni para juzgarte.

Dejé la hamburguesa a medio comer sobre la bolsa de papel y me dispuse a escuchar; se me estaba quitando el hambre.

-         Raquel me ha explicado la reacción de tu hermana y digamos que “como participaba”.

-         O sea que te ha dicho que María y yo…

-         Si.

En aquel momento me sentí traicionado, pero intenté mantenerme entero y no demostrarlo. Siempre podía negarlo todo.

-         Mira, conozco a tu hermana desde el jardín de infancia, y no deja de ser mi mejor amiga. Siempre que la he necesitado ha estado a mi lado. No voy a entrar en si me parece bien o mal que vosotros tengáis sexo o no; si a los dos os parece bien yo no tengo nada que decir, aunque me parezca raro, pero lo que ya no me parece tan normal es que tu hermana esté convenciendo a otras chicas para que tengan sexo contigo, y menos si son tu prima Amaya y nuestra amiga Raquel.

Pensé que era un alivio. Parecían no tener ni idea de lo que había pasado con Mel y nuestra madrastra. Tenía mucha curiosidad por ver hasta donde sabían.

-         Verás, Vicen, por tu parte lo entiendo, estás descubriendo el sexo y esto te parecerá de lo más divertido y excitante, y no te negaré que hasta yo había tenido algún tonteo con un primo mío, tiempo atrás; eso va con la edad. Lo que no me parece normal es lo que María le ha hecho a Raquel, pero creo que será mejor que eso te lo explique ella.

Me giré hacia Raquel que estaba muy seria. Se lo pensó un instante y luego comenzó a hablar.

-         Tu hermana sabía que tú me gustabas; aunque seas un poco menor que yo, siempre escuchaba a tu hermana hablar de lo maravilloso que era su hermano, buen chico, noble…cuando te conocí me pareciste muy atractivo y comencé a fijarme en ti. Tu hermana me animaba y, en ocasiones, me hacia subir a vuestra casa en lugar de esperarla abajo para que tú y yo coincidiéramos, pero tú no me hacías ningún caso, y eso despertaba aún más mi interés. Me daba rabia cuando Luisa subía a tu casa y luego comentábamos como tú le habías estado mirando las tetas.

En ese momento no pude evitar girarme y dedicar una mirada a aquello pechos, haciendo ver que miraba a Luisa a la cara. Fue como un acto reflejo. Supongo que no supe disimular lo bastante, pero en ese momento me daba igual, porque pude ver como se marcaban claramente bajo la fina tela del vestido, y recordé la imagen del día anterior en la playa nudista. Eran una maravilla. A pesar de lo complicado del momento, me hubiese encantado poder estirar la mano y tocarlos allí mismo.

Raquel continuó hablando y giré mi cabeza de nuevo hacia ella.

-         La noche que salimos de fiesta, yo no sabía que estabas con tu prima Amaya, porque tu hermana no me había dicho nada, solamente me dijo que vendrías, por eso intenté un acercamiento contigo. No quiero que pienses que hago eso a menudo, de verdad que no. En el viaje a Madrid, María estuvo todo el tiempo hablándome de ti, y fue ella la que tuvo la idea de que te vinieses a la playa nudista con nosotras y me dijo que me ayudaría a seducirte. Cuando ella también empezó a participar, me quedé muy sorprendida, pero lo entendí como que estabais muy unidos y que era la manera de conseguir lo que yo quería. Lo que pasó después no me lo esperaba de ninguna manera. Me sentí fatal y muy avergonzada. Tampoco supe como reaccionar.

No pude por menos que sentir un poco de pena por Raquel. Mi hermana la había utilizado y después la había humillado. Me decidí a intervenir en la conversación.

-         Y tú Luisa, ¿desde cuando sabes que mi hermana y yo…?

-         Desde ayer. Cuando os dejamos para que supuestamente fueseis a comer con vuestros padres, decidimos ir a comer algo nosotros también. María y tú estabais  en la hamburguesería. Es a la que siempre vamos todas las amigas. Ella te estaba besando, y no era precisamente un beso de hermanos. Después Raquel me llamó y me lo explicó todo; necesitaba desahogarse porque estaba muy mal y ya me lo acabó confirmando.

-         ¿Ya habéis hablado con mi hermana?

-         Por eso estamos aquí.

Ahora sí que no entendía nada. Pensaba que se trataba solamente de lo comentado hasta ahora, pero al parecer había más.

-         ¿Y cómo ha ido?

-         Mira Vicen, lo que te vamos a explicar te lo decimos porque pensamos que debes saberlo. A lo mejor hasta deberías decírselo a tu padre.

-         ¡No!, a mi padre no.

-         Está bien. Haz lo que creas conveniente, pero escucha bien. Como Raquel estaba tan mal, fui a su casa para hablar con ella, y cuando ya llevábamos un rato hablando la llamó tu hermana. Raquel conectó el altavoz para que yo escuchase la conversación. Pensamos que llamaba para disculparse, pero lo primero que comentó es que no la llamase en unos días porque iba a estar muy ocupada, y que ya hablarían más adelante. Ahora será mejor que continúe Raquel.

De nuevo me giré hacia Raquel, pero no pude evitar preguntarme qué sería aquello que la iba a mantener tan ocupada a María. Sus notas eran excelentes y tenía todos sus asuntos al día. Por lo menos, eso pensaba yo. Ese detalle me llamó especialmente la atención, pero seguí escuchando.

-         Después de decirme lo que te ha explicado Luisa, le pregunté por ti, y se puso echa una fiera. Comenzó a gritarme y me dijo que ni se me ocurriese acercarme a ti, que como me viese a menos de cincuenta metros de ti, me iba a arrepentir. Me lo dijo con tanta rabia, con un tono tan serio, tan firme, que me asusté. Le pregunté que porqué me hablaba así, y me dijo que yo solamente quería aprovecharme de ti, que te haría daño, pero que allí estaba ella para protegerte y, además…

En ese punto, a Raquel se le quebró la voz y estuvo a punto de llorar. Yo no supe que hacer, pero Luisa se levantó y se sentó junto a su amiga dándole un abrazo. Se calmó un poco y prosiguió.

-         Además me dijo que tú le pertenecías, que los dos estáis muy enamorados, y que nunca iba a dejar que nada os separase. No parece ella; está rarísima.

Realmente me sonaban esas palabras. Las había escuchado recientemente, pero me sorprendía que María hubiese llegado hasta el extremo de decírselo a Raquel. Aquello iba de mal en peor. Luisa habló a continuación.

-         A mí también me ha enviado un audio en el que me dice que estará muy liada durante unos días y que ya quedaremos.

Sacó su teléfono del pequeño bolso que llevaba, y buscó el mensaje. Se escuchó con claridad la voz de mi hermana que confirmaba lo que decía Luisa. Luego prosiguió:

-         Realmente tu hermana está muy rara. En todos los años que hace que la conozco, jamás le había visto un comportamiento así. Creo…bueno, creemos, que está obsesionada contigo. Tal vez siempre lo ha estado, aunque nos parecía normal que hablase siempre de ti. Eres su hermano pequeño, y desde que falta vuestra madre, aún ha estado más pendiente, pero parece ser que al dar el paso…quiero decir al comenzar a tener sexo contigo…pues…que esto se le ha ido de las manos. Eso le ha hecho, como decirte…”perder el equilibrio”.

¿Qué me estaban queriendo decir?, ¿que María se estaba volviendo loca?. Nunca, en mi corta vida, había conocido una persona más centrada que ella. Parecieron leerme el pensamiento.

-         Es cierto que es muy raro, porque tu hermana siempre ha sido la más sensata y la más madura de todas nosotras, pero fíjate ahora. Parece capaz de hacer cualquier cosa por tenerte cerca. ¿te controla mucho?

-         La verdad es que últimamente…si.

Se hizo un incómodo silencio en el que cada uno debió pensar en lo mismo, pero desde su posición. De nuevo continuó Luisa.

-         Lo único que pretendemos es avisarte. Nos preocupa su comportamiento, pero a nosotras, bueno, sobre todo a Raquel, le preocupa que María te…”presione” demasiado. ¿Me explico?

-         Si, entiendo.

Raquel se acercó a mí y cogió mi mano. Luisa se levantó discretamente, cogió la bolsa con su comida y se dispuso a marcharse.

-         Bueno, yo os dejo para que podáis hablar. Y tú Vicen, si necesitas algo aquí tienes mi teléfono.

Extendió el brazo y me acercó un trozo de papel cuadriculado, donde estaba escrito su nombre y su número de móvil con bolígrafo azul. Se agachó y me dio dos besos. No pude evitar mirar su fantástico escote.

-         Adiós, Vicen.

-         Adiós. Luisa. Y gracias.

Nos saludó con la mano mientras se alejaba y nos quedamos Raquel y yo solos. Se acercó a mí y me miró a los ojos.

-         Vicen, dime una cosa.

-         ¿Qué?

-         ¿Tú estás enamorado de tu hermana?

La pregunta fue directa. Dudé qué responder, pero su mirada me transmitió tranquilidad, y fui sincero. Todo lo sincero que se podía ser en mis circunstancias.

-         La quiero mucho, es mi hermana, Raquel.

-         ¿Y cómo mujer?

-         No lo sé, nunca antes había estado con nadie.

Se pensó la siguiente pregunta, lo noté en su rostro. Finalmente se decidió.

-         ¿Es buena en el sexo?, porque buena está un rato. Tu hermana está muy bien.

Joder, con la preguntita.

-         Mira, yo no tengo mucha experiencia en todo esto, pero es cierto que lo paso muy bien con ella, eso no lo puedo negar.

Creo que mi respuesta le hizo daño, pero quise sincerarme tanto como lo había hecho ella antes.

-         Sabes, Vicen, cuando todo esto se aclare, si tú quieres, podemos quedar. A mi me gustaría mucho. Creo que hacemos buena pareja. Yo también te cuidaría. Además, seguro que conmigo lo vas a pasar tan bien o más que con tu hermana. Soy muy cariñosa, sabes…

Se acercó a mí sinuosamente y me dio un dulce beso en el cuello, seguido de un pequeño lametón en el lóbulo de mi oreja izquierda. Nuestras miradas se encontraron y enseguida nos lanzamos a besarnos con pasión, casi con fuerza. La lengua de Raquel llenó mi boca de inmediato, mientras su dueña lanzaba un gemido contenido. Tras unos segundos separamos nuestras caras.

-         Vicen, no puedo dejar de pensar en ti. No sé qué me está pasando contigo, pero no puedo sacarte de mi cabeza. Pienso en ti a todas horas, incluso me toco pensando en ti, y ahora María…

Calló de repente. Su confesión me dejó perplejo, tanto por el tono de sinceridad de sus palabras como por el significado.

Instintivamente acaricié con suavidad su mejilla. Levantó sus bonitos ojos marrones, y me sonrió mientras atrapaba mi mano con la suya, para que no la alejase de su cara.

-         Si tú quisieras, podríamos salir. Ya sé que ahora estás muy agobiado, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites, y que voy a estar ahí para ti.

-         Gracias.

Fue lo único que supe decir. Hasta ahora, nadie me había hablado así. Lo único que había encontrado en mi camino eran chicas que me rechazaban sin ningún miramiento, y que estaban más preocupadas por su imagen y de salir bien en el selfie de turno, que de cualquier cosa que tuviese que ver con los sentimientos; menos aún con los ajenos.

En aquel momento me sentí abrumado, conmovido, e incluso agradecido. Y la besé. Creo que fue la primera vez en mi vida que di un beso como ese, un beso que no contenía una intención sexual; sencillamente quería transmitirle con él todas las sensaciones y sentimientos que había en mi interior en aquel momento, y ese fue el gesto que me surgió de forma espontánea.

Raquel recibió aquella reacción con sorpresa, pero enseguida se fundió conmigo. Fue un beso largo, lento y dulce. Tras unos instantes, cuando nuestras bocas se separaron y miré sus ojos, una lágrima comenzaba a brotar de ellos.

-         Lo siento Raquel, no quería…

-         ¡Ssshhhhh!, no digas nada. – puso su dedo índice sobre mis labios para callarme.

-         Es el regalo más bonito que me podías hacer. Si supieras cuanto lo he deseado.

No supe que responderle. Esa situación era completamente nueva para mí. Lo que experimenté besando a Raquel, era completamente distinto de lo que había sentido hasta ahora besando a María o Amaya. Aquello era estrictamente físico, pero con ella no. Ahora lo sabía.

La abracé con fuerza y la atraje hacia mí para besarla de nuevo. Me empujó con suavidad y me tumbó sobre el césped para luego sentarse sobre mis piernas, con una rodilla a cada lado de mi cuerpo, e inclinarse para continuar besándome. Invariablemente, la falda de su vestido se abrió quedando a mis costados, permitiéndome notar el contacto directo de su culo sobre mis piernas, y el tacto de sus muslos rozando los míos. Continuamos con los besos, pero éstos eran cada vez menos tiernos y más apasionados: me estaba calentando, y mucho.

Por primera vez me sentí con valor y la suficiente confianza para ser yo el que iniciase la acción. La cogí por los hombros y la separé unos centímetros con suavidad.

-         Espera, Raquel.

-         ¿Qué ocurre?

-         Ven.

Se apartó a un lado y dejó que me levantase. La cogí de la mano y la guié hasta un pequeño grupo de grandes palmeras que se encontraba unos metros a nuestra espalda. Nos dirigimos hasta el flanco más alejado de los posibles paseantes, y volví a sentarme sobre el césped, pero esta vez con mi espalda apoyada en el tronco de una inmensa palmera, ubicada entre otras cuatro, de forma que quedábamos protegidos por el tronco del árbol de las posibles miradas de los transeúntes. La zona que quedaba frente a mí tenía una fila de altos setos, cuidadosamente recordados a modo de pequeño laberinto. Se escuchaba a la gente y sus conversaciones, y a los vehículos y el murmullo de la ciudad, pero teníamos una relativa privacidad.

Invité a Raquel a sentarse de nuevo sobre mí estirando la mano, y lo hizo de inmediato con una sonrisa pícara.

-         ¿Qué tienes en mente, Vicen?

-         Necesito un poco de cariño.

Aunque se lo dije en un tono de broma, en el fondo esa era la realidad. Necesitaba sentirme mimado, querido por alguien que no perteneciese a mi familia, por una chica que significase una relación normal, si es que eso era posible. Dadas mis recientes experiencias, era algo sobre lo que tenía serias dudas.

-         Todos los mimos que tú quieras, guapo.

Raquel modificó su postura, de manera que la falda de su vestido, abierto por delante, nos cubría las piernas prácticamente en su totalidad, pero para mí la vista era la de sus muslos desnudos. Hacia ellos fueron mis manos. Eran muy suaves, al tacto parecían seda. Eran las piernas de una preciosa chica de dieciocho años, guapa y bien cuidada.

-         Haz conmigo lo que quieras.

-         Eso es lo que voy a hacer, Raquel.

Esa frase y la calidez de su voz, completaron el ápice de confianza que me faltaba para continuar. Llevé mis manos hasta su culo, y comprobé que sus nalgas estaban desnudas, a excepción de la suave tira de un tanga que se perdía entre aquellas maravillosas curvas. Las apreté con ansia y acerqué a la chica aún más hacia mí. Ella me miró mordiéndose los labios. Comenzó un movimiento de caderas de atrás hacia adelante, y enseguida noté el calor de su entrepierna. Acercó su boca a la mía, y entreabriendo los labios me ofreció la punta de su lengua. Le respondí del mismo modo y comenzamos un juego de rozamientos, caricias y lametones, cada vez más lascivo, muy lascivo. Noté que mi respiración se alteraba al ritmo de la suya, y un hilo de saliva estaba comenzando a mojar mi camiseta, procedente de nuestras bocas. Mi miembro estaba poniéndose duro como una piedra, y ella aprovechaba para frotarse sobre él con la única separación de la finísima tela de su tanga.

Aparté un poco su falda hacia la derecha para poder mirarla mejor. El tanga era de encaje en un color amarillo claro, a juego con su vestido. Favorecía mucho el moreno de su piel.

-         Me estoy poniendo muy cachonda.

-         Joder, y yo. Enséñame tus tetas. No puedo esperar.

Paró su movimiento cadencioso y se separó justo lo imprescindible, para poder comenzar a desabrochar los botones de su vestido, mientras me miraba directamente a los ojos. El primer botón desabrochado me descubrió, casi por completo, todo su escote y me ofreció la visión de un sujetador, amarillo y también de encaje, sin duda compañero del tanga que acababa de ver, pero con la particularidad de que era casi transparente y me permitía ver los pezones de su dueña. Mi polla dio un respingo. Siguió desabrochando, y el siguiente botón me ofreció la visión completa de sus pechos, mientras la tela de su vestido, liberada de su punto de sujeción, se iba venciendo a los lados por el peso ofreciéndome cada vez mejor visión. Yo estaba como hipnotizado.

-         ¿Te gusta lo que ves?

-         Mucho. No pares.

-         Lo que tú quieras.

Siguió desabrochando hasta que llegó a su vientre, plano y perfecto. Enseguida llevé allí mis manos para acariciarlo con la punta de mis dedos. Su piel se erizó como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Quedaban solo dos, pero desabrochó únicamente el que quedaba más abajo, muy despacio. A modo de justificación me dijo.

-         Así solamente me puedes ver tú. –chica lista- , pensé.

-         Ahora el sujetador.

Llevó sus manos a la espalda y desabrochó el corchete, para después sacarlo primero por un brazo, y luego el otro. Dobló cuidadosamente el sujetador y lo deposito en el amplio bolsillo lateral derecho de su vestido. Sus pechos quedaron expuestos.

Ahora los podía ver muy de cerca. Eran muy bonitos, incluso sexys, con aquella forma rotunda, casi de cono. Las aureolas estaban muy contraídas, al igual que los pezones. Eran los más pequeños que había tenido la oportunidad de ver en mi corta experiencia, pero me resultaron muy atractivos. No pude más y llevé mis manos a sus pechos. Tal y como pensaba, estaban duros como dos piedras, mucho más firmes que todos los que había tocado hasta ahora. Me encantó su tacto tan suave y rotundo.

-         ¡oooooohhh!

Raquel, no pudo reprimir un gemido. Acerqué mi boca y comencé a succionar aquellos pezones y pasar mi lengua por ellos, como si fuese la primera vez en mi vida que veía unas tetas. No podía parar y ella comenzó a notar los efectos de mi ataque, mientras agarraba mi cabeza con sus manos y presionaba hacia sus pechos. Su movimiento pélvico se reinició, y comenzaron a sucederse más gemidos. En unos segundos, noté claramente una humedad caliente sobre mis muslos. Los sonidos cotidianos que nos rodeaban pasaron por completo a un segundo plano.

Permanecimos así unos minutos, cada vez más excitados. Fui consciente de que ya estaba sudando. No pude más.

-         Raquel, quiero follarte aquí mismo.

-         Si, si.

-         Pero no tengo preservativo. – un nubarrón pasó por mi cabeza.

-         No hace falta, cariño, yo tomo la píldora.

-         Cojonudo. Entonces ven.

-         ¡No, espera!

El tono de aquel “no”, no me agradó nada. Temí que se lo hubiese pensado mejor. La miré a la espera de una respuesta.

-         Tengo que decirte algo.

Se puso muy seria. En ese momento se me cruzaron por la cabeza varios pensamientos y ninguno bueno: no podía decirme que era virgen, porque no hacía tanto había tenido mi miembro dentro, aunque fuese fugazmente. A lo mejor esta chica también tenía problemas que yo desconocía, y me iba a meter en otro berenjenal. También me sobrevino un fogonazo de mi situación con María y de los problemas en casa.

Creo que mi semblante cambió en un segundo, porque cogió mi cara entre sus manos y se apresuró a hablarme:

-         No, no pasa nada, Vicen, no te preocupes. Solamente quería decirte algo que me da un poco de vergüenza.

-         Dime.

-         Verás, es que soy multiorgásmica.

No sabía muy bien a qué se refería, aunque algo había escuchado al respecto. Me mantuve en silencio para ver si me sacaba de dudas.

-         Eso quiere decir que, cuando estoy muy excitada, puedo encadenar un orgasmo con otro. Además empiezo a lubricar mucho y suelto mucho flujo. Espero que no te moleste…

A mí aquello me parecía que debía ser muy bueno, sobre todo para ella. La verdad es que al escucharla me quité un peso de encima.

-         Si está bien para ti, está bien para mí.

Me sonrió y se acercó para darme un sonoro beso en los labios.

-         Sinceramente, Vicen, creo que te va a encantar.

No dejé pasar ni un segundo más, y llevé mi mano derecha a su coñito, sobre el tanga. Raquel separó un poco más los muslos para facilitarme el acceso. Tal y como comencé a presionar noté que la prenda estaba totalmente empapada. Su dueña bajó su mano y la apartó a un lado para facilitarme el acceso. Mi intención era solo acariciarla entre los labios, pero era tal la humedad que empapaba su vagina, que mi dedo corazón se introdujo dentro de ella, casi sin darme cuenta. Raquel gimió llevándose un dedo a la boca, y cerró los ojos, mientras en su interior atrapaba mi dedo. Me pareció increíble lo estrecha y suave que era por dentro. Comencé un movimiento de mete-saca, y enseguida introduje un segundo dedo. De nuevo los presionó, mientras sus caderas se movían adelante y atrás, facilitando mi tarea. En poco más de dos minutos, comenzó a tensar su abdomen, se llevó lo dedos a la boca, y contrajo sus muslos apretándolos contra los míos. Le sobrevino el primer orgasmo.

-         ¡Aaaaahhhh!, no pares, joder, joder, joder.

-         Eso es, córrete para mí.

Enseguida comenzó a mojar mis piernas con su flujo, mientras sus caderas se movían descontroladamente. Aproveché para acelerar el ritmo de mi paja, y, en menos de un minuto, estaba corriéndose de nuevo. El espectáculo era de lo más excitante.

-         ¡Oh!, otraaa vez, ¡aaaaaahh!, ¡me coorroooo!

Esto empezaba a parecerme mucho más que divertido y, sobre todo, proporcionarle placer a Raquel, me estaba haciendo sentir fuerte; se estaba fortaleciendo mi ego por momentos.

Al minuto me hizo parar.

-         ¡Espera!, espera, por favor, para, para un momento.

Me cogió las manos y me hizo detenerme.

-         Quiero que me folles, ¡pero ya!

No permití que me exigiera nada.

-         Eso será si yo quiero, ¿no?

Se puso sería un instante, como reflexionando, y luego me contestó.

-         Perdona, si te apetece, claro.

Se quedó quieta y callada, como esperando un veredicto. En ese momento me di cuenta de cuanto me gustaba la sensación de control. Era todo un descubrimiento para mí, pero más tarde tendría ocasión de reflexionar sobre ello.

-         Ven aquí.

La atraje hacia mí y nos fundimos en un beso caliente y húmedo.

-         Pongámonos cómodos. –le señalé mi bañador.

-         Ayúdame.

Levanté el trasero mientras ella acababa de desabrochar los cordones.

-         No espera. Dame tu toalla, por favor.

Bien jugado. Era una chica lista. Acerqué mi mochila y saqué la toalla de la playa. Ella se apartó a un lado. Extendió la toalla y, finalmente, levanté un poco el trasero. Ahora se estaba mejor. Recuerdo perfectamente el siguiente comentario porque, además de muy práctico, fue el último que hizo antes de que folláramos.

-         No te quites la camiseta, Vicen, así no te arañarás la espalda con el tronco, ni la gente verá nada raro.

-         Estás en todo.

Una vez sentada de nuevo sobre mí, y acomodado el vestido convenientemente, la cogí con fuerza de la cintura y la atraje hacia mí. Lo primero que noté fue el contacto de sus pezones, calientes y duros. Hizo resbalar mi bañador hasta medio muslo, lo justo para que mi miembro quedase libre. Salió lanzado como un mástil, y con una considerable cantidad de líquido preseminal haciendo brillar mi glande. Aparté a un lado el tanga de Raquel y ella se irguió un poco para facilitar mi acceso, lo justo para que mi boca alcanzara su pecho izquierdo e introdujera su pezón completo en ella. Gimió ahogadamente, conteniéndose.

No hizo falta que nadie dirigiese mi polla, tan solo tuvo que dejarse bajar para que su lubricadísimo coño engullera mi rabo por completo. Hasta el último milímetro de mi miembro percibía el caliente y suave interior de ella. Era como si me hubiesen hecho una vagina a medida y me la hubiesen regalado para mi placer, solo que, en este caso, estaba dentro de una preciosa y caliente chica. Empujé con mis caderas, para intentar ensartarla, aún más, pero apenas conseguí avanzar: aquel conducto era realmente muy estrecho. Raquel se estaba volviendo loca. Tenía los ojos cerrados, y no paraba de respirar penosamente y de forma entrecortada.

-         Raquel, vamos, muévete. ¿No decías que me tenías tantas ganas?

Yo no sé de donde me salió aquel arranque y aquellas ganas de provocar, pero lo cierto es que además de dar resultado, me gustaba.

-         ¡Ay!, si me muevo no voy a poder aguantar mucho sin correrme, Vicen.

-         ¿Y cual es el problema?

Dicho y hecho, comenzó a subir y bajar, resbalando sobre mi polla, de manera que al subir casi la sacaba por completo de su interior, pero al bajar, solo llegaba hasta la mitad de mi miembro, y, aunque la sensación era muy placentera, decidí que quería sentirla en toda mi extensión. Puse mis manos en sus nalgas y las aferré con fuerza, a la vez que empujé con mis caderas hacia arriba. Raquel gritó de placer a un volumen bastante más elevado de lo recomendable para el lugar donde nos encontrábamos.

-         ¡Aaaaaaahhhhh!, ¡Aaaaaaaahh!

Tomé la iniciativa, guiando el ritmo de nuestros movimientos con mis manos en su culo y empujando desde mis caderas pero, en pocos segundos, ella se adaptó perfectamente sincronizando sus movimientos a los míos. En dos minutos se estaba corriendo de nuevo.

-         ¡cabróooon!, ¡otro!, ¡me cooorrooooo otraaa veeez!

Y comenzó a gemir descontroladamente mientras su coñito latía presionando aún más sobre mi polla.

-         Raquel, me voy a correr dentro de ti.

-         Siiii, por favor, ¡uuuff!

Sujeté con fuerza su culo y me dediqué a buscar el mayor placer posible con mis movimientos, la estaba utilizando para correrme, pero lo mejor era sentir como ella disfrutaba mientras tanto. No paraba de gemir en mi oreja, con sus brazos entrelazando mi espalda y su cara pegada a la mía. Era infinitamente mejor que el sonido envolvente de mis auriculares cuando escuchaba porno.

-         ¡Vamos!, ¡lléname de leche!

Paré en seco y la miré muy serio.

-         ¿Cómo dices?

Al principio pareció no entender, pero enseguida comprendió. Puso carita de niña buena y me contestó con el dedo índice de su mano derecha en la boca.

-         Por favor, dame tu leche, ¿quieres?

-         Esto está mucho mejor.

No le di ni un segundo de tregua y empujé con todas mis fuerzas agarrándola del culo, aunque ella intentaba resistirse al principio, enseguida volvió a perder el control con otro orgasmo, tensándose de nuevo y dejando escapar el flujo que bañaba mis muslos y mi vientre. A estas alturas sus gemidos eran casi gritos, pero a mí me daba igual, lo único que quería era correrme dentro de ella. Supongo que todo el movimiento de la mañana hacía que ahora me costara un poco más, y, lo cierto, es que a esas alturas ambos estábamos completamente empapados en sudor. Aceleré aún más el ritmo y enseguida me sobrevino el orgasmo.

-         Ahora si que te voy a llenar de leche.

-         ¡Uuuuummm!, si, si, si, la quiero toda dentro, por favor, por favor, ¡por favooooor!

Comencé a eyacular como si no lo hubiese hecho dos veces unas horas antes. Una descarga tras otra, mientras Raquel se tensaba de nuevo y casi me deja sordo cuando gritó de nuevo en mi oído mientras volvía a encadenar otro orgasmo.

-         ¡AAAAAAAAaaaaaahhhh!

La verdad es que esa particularidad de mi nueva amiga lo hacía todo mucho más excitante, más placentero.

Siguió moviéndose, despacio, mientras ambos notábamos latir mi pene en su interior. Comencé a ser consciente de donde me encontraba, y giré la cabeza, pero lo cierto es que en aquellas horas de canícula, no había prácticamente nadie salvo las personas que se desplazaban en los coches que se escuchaban a lo lejos, y algún peatón despistado que, tal vez, pudo escucharnos, pero no vernos.

Nos fuimos relajando y se hizo evidente lo empapada que estaba Raquel y como me había mojado a mí, tanto las piernas como el bañador. Su tanga estaba totalmente impregnado y había alguna mancha en su vestido, aunque parecía de agua. Miré hacia su coñito y me encantó la visión de mi polla dentro de él. Aún la tenía bastante dura. Hubiera seguido jugando con ella de buena gana, pero sentí que no era ni el momento ni el lugar. Raquel se dejó caer sobre mí.

-         Si supieras lo bien que me lo he pasado. ¿Y tú?, aunque claro con tu hermana…

Se arrepintió de su comentario tal y como lo estaba diciendo.

-         Perdona, no debería haberlo dicho. Lo siento, Vicen, lo siento mucho.

-         No pasa nada.

Pero lo cierto es que me cortó el royo y me jodió todo el encanto del momento. Comencé a sentirme incómodo.

-         Será mejor que nos limpiemos y salgamos de aquí antes de que nos vea alguien.

Hice el gesto para que se levantara, y Raquel se apartó de mí de mala gana, pero permaneció en silencio. Mi polla salió de su interior, totalmente cubierta de jugos y semen; brillaba. Justo cuando apoyó su pie derecho en el suelo, al abrirse más su vagina, mi semen comenzó a salir de su interior. Ella detuvo su movimiento y se lo quedó mirando, luego me miró a mí, recogió un poco con su dedo índice y se lo llevó a la boca para chuparlo.

-         La próxima vez quiero probarlo. Si te parece bien, Vicen.

En ese momento me di cuenta de que no podía enfadarme con ella. Tiré de su mano hacia mí y la acerqué para abrazarla con fuerza. Con su cabeza pegada a mi pecho dijo algo que no olvidaré nunca:

-         Solo espero tener la oportunidad de poderte demostrar cuanto te quiero. No te pido nada, solamente estar contigo, pero lo que si te puedo asegurar, es que si me dejas estar a tu lado nunca te voy a hacer daño. Solamente quiero hacerte feliz. Ahora siento que te quiero más que hace un rato. No lo puedo evitar.

Levantó la cara y me miró a los ojos. Fue la primera vez que vi el amor reflejado en el rostro de una mujer. La otra cara que recordaba, aunque cada vez más vagamente, era la de mi madre, pero ese era otro tipo de amor.

-         Gracias.

Fue lo único que se me ocurrió decirle en aquel momento.

Nos recompusimos, y nos limpiamos con mi toalla. Cuando Raquel cogió su sujetador tuve un capricho.

-         ¿Me regalas tu ropa interior?, es para recordar este día.

-         Je, je. Si, claro, pero está empapada.

-         Por eso la quiero.

-         Esta bien, pero tendrás que esconderla.

-         Si, ya sé.

Me dio su sujetador y se quitó el tanga y me lo ofreció. Enseguida me lo llevé a la nariz; olía de maravilla: como ella.

Me dio su número de teléfono después de anotarlo en el mismo papel que el de Luisa, y ella se grabó el mío, pero yo no grabé el suyo. Acordamos que, en caso de comunicarnos, yo borraría la llamada para evitar que María lo viese; cabía la posibilidad de que volviese a husmear en mi teléfono.

Recogimos lo restos de la olvidada y fria comida, y nos despedimos allí mismo, para evitar que nos vieran juntos. Me pidió que tuviese mucho cuidado. Le dije que no se preocupara, pero estaba preocupado.

La vi alejarse y decidí que necesitaba un baño antes de volver a casa, aunque iría al primer lugar que me cogiese cerca. Aún no eran ni las seis de la tarde, pero no tenía ganas de verme en la playa con mis colegas. Además quería ver cómo estaba la situación por casa. Lo cierto es que quería pensar porque, verdaderamente, empezaba a ver las cosas de otra manera; era como si mi mente comenzase a aclararse por fin. Intenté ordenar mis ideas, verlo todo desde otra perspectiva. Ahora tenía más información.

Mientras me tumbaba en la orilla, cerca de donde rompían suavemente las olas reflexioné. Tal y como estaban las cosas, este era el resumen:

Me estaba tirando a mi hermana, que me provocó y sedujo hasta que consiguió su fin, (en honor a la verdad no le costó demasiado), pero esta parecía tener algún tipo de obsesión conmigo, nada sana, por cierto. Era muy excitante, sin duda, pero el cariz que estaba tomando todo, y esas desproporcionadas ansias de control sobre mí y mi entorno, no presagiaba nada bueno. Eso sin contar con su fijación contra Melinda y Carmen.

Después estaba Mel, pero ella no era de mi sangre en realidad. También me utilizó al principio y jugó conmigo. Representaba, para cualquier hombre, la encarnación del deseo y la lujuria. Su cuerpo, su forma de moverse, de mirar, de vestir, sus parafilias, (ahora empezaba a gustarme la palabreja). Además, era bastante mayor que las demás, físicamente una mujer de bandera de los pies a la cabeza. No era posible permanecer ajeno a ello. Era demasiado el morbo y la tentación. Me bastaba con verla para desearla. Y más ahora que la había probado.

Amaya, tal vez era la novedad. Era una chica guapa, de eso no cabía duda, pero supongo que lo que me atraía de ella era, por un lado el morbo de que le otorgaba el ser mi prima, y por otro la confianza que nos unía desde pequeños. Eso me lo hacía todo más fácil. Bien mirado, no estaba enamorado de ella.

Respecto a Carmen, mi madrastra, no tenía una especial preocupación más allá del placer recibido de ella, no exento de morbo, y sobre todo el que mi padre no se enterase. No quería hacerle daño bajo ningún concepto. Tal vez había un punto en el que si tenía algo de razón María: si había hecho esto conmigo, ¿le sería fiel a mi padre?, ¿tendría otras aventuras?

Y después estaba Raquel. Sin buscarlo por mi parte, ella había empezado a ocupar un lugar en mi corazón. Era una chica preciosa, me gustaba el sexo con ella, y mucho. Pero tal vez lo que más me estaba enganchando era su forma de tratarme, no parecía querer poseerme, ni controlarme, parecía que solo quería estar conmigo y que yo fuese feliz. Se preocupaba por mí, pero desinteresadamente. Ella representaba la normalidad. Me sonaba realmente bien esa palabra.

Mientras caminaba despacio, de regreso a casa, y pensaba en todo aquello y en todas aquellas mujeres, se me sucedían las imágenes de lo que había vivido estas últimas semanas, y me di cuenta de que mi calentura no acababa de bajar. Parapetado tras mis gafas de sol, no dejaba de mirar a todas las tías que pasaban junto a mí. El calor, y mi lívido descontrolado, tampoco ayudaban mucho.

-         ¿Seré un enfermo del sexo o esto es lo normal a mi edad?

No me di cuenta de que lo decía en voz alta, y una pareja mayor que pasaba por mi lado en ese momento, se me quedó mirando de forma extraña. Aceleré el paso para distanciarme de ellos.

Continué caminando hasta llegar frente a mi edificio, y justo allí coincidí con mi vecina Laura que debía regresar de la playa. Se estaba despidiendo cariñosamente de su noviete. Vestía un pequeño short tejano arremangado en el muslo, que debía llevar puesto sobre su bikini. Arriba un top de color gris, donde se marcaban con claridad los pezones de sus pequeños pechos. Llevaba el pelo suelto.

Atravesé la vaya del recinto, y cuando llegué a su altura, saqué la llave de la portería y saludé distraídamente. Apenas respondieron, porque el le sobaba el culo y no paraban de darse empalagosos “piquitos” en la boca.

Cuando me disponía a cerrar, se separaron y ella me hizo una seña para que esperase. Abrí la puerta y le ofrecí pasar con un gesto de mi mano.

-         Gracias.

-         De nada.

El ascensor estaba en la planta baja. Abrí la puerta y le cedí el paso de nuevo. Miré su culo con un poco de descaro. Tenía buena pinta; muy buena. Pulsé el botón del tercero y el del ático. Aquella tarde me sentía distinto, más confiado y seguro y le hice un comentario un tanto atrevido. Lo solté a bocajarro.

-         ¿Sabes?, he visto tu instagram. Estás muy guapa en las fotos. Creo que voy a empezar a seguirte.

Levanto la vista hacia mí abriendo muchos sus preciosos ojos, pero no dijo nada.

Pensé que la había cagado, pero cuando llegamos a su planta, justo antes de dejar que se cerrasen las puertas, se giró hacia mí y me dijo:

-         Que sepas que la foto que colgaré esta noche va dedicada para ti.

Se giró y las puertas se cerraron. Me quedé sorprendido, tanto por mi atrevimiento, como por su respuesta. Me estaba viniendo arriba.

Entré en casa y puse atención por si escuchaba algo; quería saber de antemano quién podía encontrarse en casa, pero no escuché ni un solo sonido. Cerré con cuidado y dejé las llaves dentro de mi mochila, para no olvidarlas al salir como me solía suceder con las prisas. La habitación de mis padres tenía la puerta abierta, y no había nadie en la terraza ni en ninguna otra estancia. Solo quedaban las habitaciones y nuestro baño. Entré al baño y oriné; estaba a punto de reventar. Mientras lo hacía recordé el sexo con Raquel y el encuentro con mi vecina Laura de hacía un momento y, antes de darme cuenta, mis dedos estaban recorriendo distraídamente mi polla.

-         Tío, tú estás enfermo.

Podía ser, pero también era cierto que era un chaval sano, vigoroso, y que vivía en un entorno que no dejaba de bombardearle el cerebro con el sexo continuamente; sobre todo en mi propia casa. Resultado: estaba totalmente salido a todas horas con todas sus consecuencias.

Acabé de orinar, me limpié, me lavé las manos y seguí con la inspección de la casa. Dejé mi mochila en mi dormitorio, llegué frente a la puerta de la habitación de María y llamé suavemente con los nudillos: nada. Me decidí a abrirla y estaba vacía. Por lo visto estaba solo. Bueno, quedaba la habitación de Mel. Llegué frente a su puerta y llamé con los nudillos. Nada. Me pareció escuchar su voz. Volví a llamar con más fuerza. Esta vez si hubo respuesta.

-         ¡Pasa!

Abrí la puerta y la encontré sentada en su cama mientras hablaba por teléfono. En algún punto de la habitación estaba sonando la canción “Me quedo” de Aitana y Lola Indigo. Puso cara de cierta sorpresa: supongo que no se esperaba que fuese yo. La imagen que tenía delante me impactó, alterándome en décimas de segundo. No estaba preparado para aquello. Nadie lo estaba.

Melinda,  estaba tumbada en su cama, recostada sobre su lado derecho y se apoyaba en el codo del mismo lado, con la mano sujetando su cabeza, y la pierna izquierda semi flexionada, casi saliendo de su cama, de manera que quedaba girada hacia mí. Llevaba el cabello recogido en una cola. Pero el impacto me lo produjo la camiseta que vestía, de color rosa pálido en su parte superior y de un gris difuminado en la parte inferior, cortada por abajo, y que, dada su posición, se encogía mostrando la perfecta redondez de la mitad inferior de sus magníficos pechos. Sus pezones se traslucían en la gastada tela. Completaba el magnífico cuadro una braguita tipo culotte, de color granate, que se ajustaba perfectamente a sus caderas y resaltaba el magnífico moreno de aquella preciosa diosa de la belleza.

Sin darme cuenta, cerré la puerta tras de mí y entré en la habitación, como si estuviese en trance. No podía apartar los ojos de ella. Dejó de hablar un momento por teléfono para dirigirse a mí, tapando el auricular con la mano.

-         ¿Qué quieres?, ¿no ves que estoy hablando?

Continuó hablando como si nada. El tono de su respuesta me desagradó, pero justo eso fue lo que me dio el valor para continuar allí dentro. Hace uno días habría salido despavorido de aquella habitación; probablemente ni siquiera hubiera entrado.

Ante mi insistencia, Mel me prestó más atención, y le pidió un momento de espera a su interlocutor/ora, y volvió a tapar el auricular.

-         ¿Por qué no has salido aún?, ¿para qué has entrado?

-         Para mirarte.

Mi respuesta fue clara y contundente. Ni yo mismo sé de dónde saqué el valor para hacerlo, pero ya estaba dicho. Además era la verdad, la estaba mirando, me estaba deleitando, pero a partir de ese momento, empecé a hacerlo descaradamente.

Melinda, no respondió, abrió la boca como para decir algo, pero no dijo nada. Su respuesta me llegó de forma indirecta cuando continuó su conversación telefónica, como si yo no estuviese.

-         Perdona, ya está.

-         …

-         No, era Vicen, mi hermano, que necesitaba no se qué de mi habitación, pero ya se ha marchado. ¿Qué me decías de tus vacaciones?

Mi hermanastra no me quitaba ojo, pero también es cierto que en ningún momento hizo ni el más mínimo ademán de taparse o cambiar su posición. Una idea descabellada pasó por mi cabeza. Animado, sin duda, por la soberbia visión que me ofrecía aquel voluptuoso cuerpo de hembra. Pensé: ¿por qué no?, y me lancé.

Comencé por acercarme a la cama, no demasiado pero, eso sí, mirándola cada vez más descaradamente, la visión de su cuerpo y lo morboso de la situación, me estaban calentando muy rápidamente. Noté como se aceleraban los latidos de mi corazón. Ella seguía actuando como si yo no estuviese allí. Seguía hablando por teléfono.

-         ¡No!, no te creo, ¿y qué le dijiste?

-         …

-         Vaya morro.

-         …

-         Ya no sé qué pensar, tía.

Me aproximé a la cama todo lo que pude, y me quedé de pie, a la altura de sus piernas, regodeándome con la visión cercana de éstas y de su cadera. Acerqué mi rodilla derecha, y esta rozó la suya. No se movió. Me armé de valor y me incliné hacia delante mientras estiraba mi mano derecha hacia su cadera. Noté que mi mano temblaba. No se movió, ni tan siquiera me miró, aunque estaba seguro de que me estaba vigilando.

Finalmente rocé la piel de su muslo, justo junto a la tela de la parte inferior de su braguita, cerca de su cadera. Qué maravilloso tacto. Mel tan solo me miró un momento de reojo, pero hizo como si nada. Mi excitación iba en aumento. Puse toda la mano sobre su muslo, y su piel se erizó. Continué con una caricia que se extendió hasta su rodilla, pasando por su pantorrilla, y que alargué hasta su tobillo. No se movió ni un centímetro, mientras continuaba hablando por teléfono, ignorándome, o fingiéndolo más bien.

Mi excitación aumentaba por segundos y, por increíble que me pareciese, estaba comenzando a tener una erección de campeonato. Abrí mi mano y la deposité, directamente, sobre su nalga izquierda, la que tenía más cerca. Debo reconocer que su tacto me hizo subir la sangre a la cabeza. Primero la toqué con delicadeza pero tras unos segundos, empecé un magreo en toda regla. Tenía el recuerdo del culo de Raquel muy reciente, y era magnífico, pero sin duda el de Mel era perfecto. Su propietaria seguía con su conversación como si nada pasase.

Necesitaba más. Avancé un poco más cerca y me arrodillé en el suelo, cerca de su cara, justo a la altura de sus pechos y, descaradamente miré la parte que sobresalía bajo la corta camiseta. Estiré la mano derecha y agarré la base del izquierdo. Por primera vez Mel reaccionó. Sujetó su teléfono entre el hombro y la oreja y, sin ninguna brusquedad, apartó mi mano de su pecho con un suave manotazo. Estaba jugando conmigo.

Pero esta vez era diferente, no se lo iba a permitir. Me había dejado quedarme en su habitación, que la mirase a placer, incluso que la tocase. Era su juego favorito. Si pensaba que esta vez me iba a conformar con las migajas, lo tenía claro.

Volví a agarrar su pecho, pero esta vez, con más firmeza. De nuevo inició la maniobra anterior para intentar apartar mi mano, pero con desgana. Esta vez fui yo quién apartó su mano, y entonces introduje mi mano bajo su camiseta, agarrando con ganas aquella maravilla y acaricié su pezón con mi dedo índice. Ahora si que me miró directamente, pero yo le aguanté la mirada, retándola. Duró unos pocos segundos. Supongo que no se esperaba aquella seguridad en mí y debió sorprenderse mucho, porque enseguida continuó su conversación, pero ahora el tono de su voz había cambiado y se la notaba más titubeante, como distraída.

-         Pues supongo que yo también iré

-         …

-         Si, estooo digo, no. Perdona, ¿qué me has preguntado?

Estiré de su camiseta hacia arriba y me senté en el borde de la cama aprovechando el poco espacio que había dejado ella. No se apartó, pero tampoco me echó. Agarré sus dos tetas a placer. Apenas unos segundos y sus pezones estaban como piedras con las aureolas totalmente contraídas. Empezó a reaccionar, muy a su pesar.

-         Mmmm, digo, que si, que yo hubiese hecho lo mismo.

-         …

-         No, de verdad que te estoy escuchando.

Me giré, desde mi posición, y llevé mi mano izquierda hasta su suave vientre. Introduje un dedo en el bonito hueco que formaba su ombligo, por puro disfrute, y luego metí mi mano, directamente, por dentro de su braguita. Estaba ardiendo. Intenté llegar a su coñito, pero ella hizo presión con sus muslos para impedirme el paso. Estaba jugando conmigo otra vez.

Esta vez no iba a ceder. Me puse de pie de un salto, y Melinda se sobresaltó, aunque mantuvo su postura. Desabroché el cordón de mi bañador, y tiré de él hasta dejarlo caer a mis pies. Mi miembro apareció duro como un mástil, me hizo sentir una sensación de poder frente a ella. Sus ojos se fijaron en él de inmediato. Me quité también la camiseta. Volví a acercarme para insistir con mi mano entre sus piernas. Esta vez cedió y dos de mis dedos se colaron por dentro de su braguita. Enseguida noté el tacto caliente y suave de sus labios mayores y su piel tan suave y perfectamente depilada. Estaba caliente y húmeda. Con un poco de presión separé un poco más sus muslos, y ella me facilitó la tarea echando hacia atrás su pierna izquierda, la que tenía doblada sobre la otra. Busqué su clítoris y lo acaricié con la yema de mi dedo. Melinda cerró lo ojos y se mordió los labios, ahora si que no podía ignorarme.

-         …

-         Si, si estoy aquí, uuuuufff.

-         …

-         Que sí, que te estoy prestando atención.

-         …

-         Pero qué dices tía, cómo me voy a estar haciendo un dedo.

-         …

-         No es solo que estoy un poco, un poco, ¡uuuuummmm!

-         …

-         Es este maldito calor, que me tiene a tope….¡oooohhh!

Decidí que ya estaba bien de calentarla y que era hora de pensar un poco en mí. Me acerqué a sus pechos y comencé a pasar mi miembro por ellos, notando su fantástico tacto, rozando su pezón con mi glande. Mel no paraba de resoplar lo más discretamente que podía. Por fin se movió, para mi sorpresa, sentándose en el borde de la cama frente a mí. Lo hizo tan repentinamente, que si no me aparto, me da un golpe con sus rodillas.

-         Que sí tía, que mañana después de currar en la frutería me acerco por allí y nos metemos algo.

-         …

-         ¿He dicho metemos?, eeeeh, quería decir tomamos.

Puse mi miembro frente a su cara, a tan solo unos centímetros y no pudo apartar sus ojos de él. Cada vez estaba más distraída. Alargué las manos y agarré sus pezones, sin miramientos, haciendo pinza con los dedos y estirándolos, como sabía que a ella le gustaba. Surtió el efecto deseado.

-         Oooooohhhh, ¡joder!

-         …

-         No, no es a ti, es que casi se me cae el móvil. Con este calor y el sudor casi se me resbala de las manos.

Acerqué mis caderas y mi polla tocó su mejilla derecha. Cambió el teléfono al otro lado y me dejó el terreno libre. Restregué mi miembro por su cara y su oreja, comenzando a dejarle marcas de mi líquido preseminal. Ella se dejaba hacer. Le acerqué el capullo a sus labios, justo cuando iba a hablar, para molestarla, pero no hizo ningún gesto para esquivarme. Tenía algún problema para continuar la conversación mientras yo seguía retorciendo sus pezones y magreando sus tetas sin tregua.

-         ¡Uuuuufff!, que si…¡ooooohh!, digo no, perdona, que no, que es imperdonable, ¡aaaaahhh!

-         …

-         ¿Cómo dices?, es que tengo, tengo, ¡ooooohhh!, mala cobertura.

Por fin solté sus pechos y agarré su cabeza. Levantó la vista y me miró directamente a los ojos, como si adivinase lo que iba a pasar. Presioné con mi polla sus labios y ella fue abriendo la boca, paulatinamente, para que comenzase a entrar. Le metí hasta la mitad de mi tronco y luego dejé que echase su cabeza hacia atrás para sacárselo y liberarse.

-         ¡Ummmmmpuuuahhh!

-         …

-         ¿Que qué hago?, pues comiendo un polo, tía, ya te he dicho que tengo mucho calor, ¡uuuuffff!

-         …

-         Si, un calippo, eso es, un Calippo.

Me miró con cara de mala leche, pero yo sabía que estaba fingiendo. Ahora estaba excitada y no lo podía disimular.

Con un ligero golpe de cadera hice subir mi rabo por su cara, de manera que toda mi extensión recorrió sus labios, su nariz y la mejilla izquierda. Volvió al rol de ignorarme como si no existiese. Pensé: -pues te vas a enterar zorra calientapollas, y de un certero empujón, nada violento, la tumbé en la cama. No se lo esperaba para nada, y al quedar transversalmente en ella, su cabeza prácticamente colgaba por el otro lado.

-         ¡Joder!

-         …

-         Nada, nada, que casi me caigo de la cama.

-         …

-         Si, estoy un poco torpe esta tarde.

Agarré sus braguitas a la altura de su cintura y tiré con fuerza. Melinda levantó la cabeza para mirame, con expresión incrédula, pero ante mi insistencia, levantó ligeramente las caderas facilitándome la extracción. No le di tiempo a pensar, y me arrodillé entre sus piernas a la vez que separaba sus muslos con fuerza, y apliqué directamente mi boca a su coño, dando en fuerte lengüetazo en sus labios mayores, de arriba abajo, para, acto seguido, separarlos con mis manos y lanzarme a chupar su clítoris como observé hacérselo a María unas horas antes. El efecto fue inmediato.

-         ¡AAAAAaaaaahh!

-         …

-         Pilar, te tengo…¡ooooohhhhh!, te tengo que dejar, si…¡uuuuuffff!, es una emergencia

-         …

-         ¡Que si, coño!, ¡luego te llamo!, ciao.

Cortó la llamada y levantó la cabeza con la mirada centelleante, se incorporó y me soltó un soberbio bofetón que me giró la cara y me provocó un fuerte escozor al instante.

-         ¿Pero tú qué coño te crees que estás haciendo, niñato pervertido?

Lo que sucedió a continuación, la forma en que reaccioné, me sorprendió mucho; aún hoy día me sigue sorprendiendo cuando lo recuerdo.

Ni tan siquiera me llevé la mano a la mejilla, a pesar de que ese era el impulso natural. Apreté los dientes y le devolví la bofetada, exactamente, con la misma fuerza que la había recibido. Le giré la cara, tal y como ella acababa de hacer conmigo unos segundos antes.

-         ¡Tratarte como la zorra calientapollas que eres!

Ella si se llevó la mano a su mejilla derecha, más producto de la sorpresa que del improbable daño. Me miró un instante, y se abalanzó hacia mi boca, agarrándome la cabeza con sus dos manos, a la vez que me introducía la lengua hasta la campanilla en un beso desesperado y lascivo.

Después de lo que debió ser un minuto de literalmente, “comernos la boca”, se separó de mí un instante y me habló con la voz y la respiración sobreexcitadas:

-         Si supieras lo perra que me has puesto, enano cabrón.

-         Creo que me hago una idea, guarra.

Me incorporé y le di otro empujón a la altura de los hombros, y se dejó caer en la cama. Volví a separarle los muslos y, sin más miramientos le introduje dos dedos hasta el fondo. Entraron en su cueva como un cuchillo caliente en la mantequilla. Mi hermanastra gimió con voz ronca.

-         ¡Oooooouuuuufff!

Ahora si que la tenía donde yo quería. A cada segundo que pasaba me sentía más y más seguro. Percibía el aumento de mi control sobre ella, y el solo hecho de sentir que era así, que controlaba aquella hembra superlativa, me ponía como una moto.

La hice girarse y ponerse boca abajo, y tiré de sus caderas hacia el borde de la cama.

-         ¿Qué crees que vas a hacer, capullo?

-         ¡Qué te calles, joder!

Le di un fuerte cachete en su nalga derecha. Ni rechistó. Me paré un instante para grabar aquella imagen en mi retina: la curva de su espalda se dibujaba, perfecta, hasta perderse en la unión con el principio de sus perfectos y redondos glúteos. Solamente aquella imagen, hubiera sido suficiente para que cualquier hombre se volviese loco de deseo. Y ahora era mía.

Separé ligeramente sus muslos y pasé mis dedos un par de veces, de arriba abajo, por su húmedo coño. Mel removió las caderas inquieta. Acerqué mi rabo y lo puse entre sus glúteos, recreándome con su tacto. Después me eché sobre ella, apunté la cabeza de mi arma hacia la entrada de su coñito, y se la clavé de una sola vez.

-         ¡Aaaaaaahhh!, ¡si!, ¡si!

Enseguida empujó con su culo hacia atrás para que la acabase de llenar, pero con un solo movimiento se la saqué.

-         ¿Pero qué haces, Vicen?

-         ¿Desde cuando las perras hablan tanto mientras se las follan?

Cerró la boca de inmediato y yo volví a ensartarla. No dejaba de agitar la cabeza, moviendo su cabello recogido de un lado a otro, sin parar. Eso me dio una idea.

-         Vamos, ven aquí.

Giró la cabeza y me miró. Enseguida comprendió lo que quería y se acercó a mi todo lo que pudo, pegando su culo a mi vientre. Se arrodilló y pegó la cara al colchón. Pero en eso se equivocó.

-         No, no, no, nada de ponerte cómoda.

Me miró sin entender, esta vez. Para ayudarla a comprender, agarré fuerte su cintura y la hice enderezarse. Quedó con su espalda casi pegada a mi pecho. Cogí bien fuerte su cabello, recogido en aquella larga cola, y me lo enrollé en mi mano derecha dándole una vuelta. Tiré un poco hacia atrás y su cabeza se acercó a mí. Le hable al oído:

-         Y ahora, quiero que me demuestres lo perra que dices que te pongo, ¿entendido?

-         Si, si, entendido. Dame caña.

Aflojé un poco la improvisada rienda, y Mel se inclinó un poco hacia delante. Con mi mano libre encaré de nuevo su coñito y la volví a penetrar. No tuve ni que volver a tirar de su cabello, de inmediato comenzó a subir y bajar sobre mi polla, apoyada sobre sus rodillas, mientras me daba la espalda. La cabalgaba. Nos cabalgábamos. Con mi mano izquierda aproveché para agarrar el pecho del mismo lado de ella. Melinda aumentó considerablemente el volumen de sus gemidos. Volví a tensar el lazo.

-         ¡AAAaaahhh!, ¡AAaaaaahhh!, ¡OOoouuuffff!

-         ¿Te gusta tener dentro la polla de tu hermanito?

-         Si, si, ¡si, joder!, me encanta.

Aflojé la tensión en el cabello para facilitarme la salida de su coño, porque estaba tan pegada a mí, que me lo hacía realmente difícil. Una vez lo conseguí comprobé, rozando con el glande sobre sus nalgas, que mi pene estaba total y absolutamente empapado y lubricado por los jugos de mi hermanastra, y entonces procedí a hacer lo que más me apetecía desde que entré en esa habitación unos minutos atrás. Tiré con fuerza de su cabellera y la hice subir un poco más hacia arriba, para volver a hablarle al oído:

-         Ahora, quiero que tu solita te metas mi polla por ese bonito culo tuyo.

Me miró un instante con cara de susto, pero un momento después llevó su mano derecha hacia mi rabo, extendió bien la humedad que lo recubría con los dedos, muy suavemente, y lo cogió por la base para acercarlo a su ano. Aquel momento me pareció glorioso, y su entrega de lo más morboso. Concentrada, lo fue sujetando para que iniciase la prospección. Con mi mano izquierda agarré, desde atrás, su pezón izquierdo y lo pellizqué con fuerza para que se descontrolase, mientras, simultáneamente, empujé con fuerza pillándola desprevenida. El resultado: casi la mitad de mi miembro estaba dentro de su culo. Allí dentro se estaba como en ningún sitio.

-         ¡AAaaaaaaaahh!, ¡me vas a partir el culo, cabrón!

-         Pues tienes cara de gusto.

-         Uuuufff, es que me gusta.

Aunque lo hubiese negado no la hubiese creído. Un nuevo tirón a su cabello y acercó de nuevo su espalda a mi pecho. La hice girar un poco la cara y me acerqué para besarla. Tal y como captó mi intención abrió la boca y sacó su lengua. Le entregué la mía y estuvimos jugando a entrelazarlas. Un hilo de saliva cayó hasta su barbilla.

-         Venga, ¡a moverse, niña!

-         Aún lo tengo un poco escocido de esta mañana. Espera, por favor, déjame un momento.

Obediente y educada. No estaba nada mal. Era todo un avance. Comenzó a subir y bajar trabajosamente. Primero la dejé a su ritmo, lento y pausado, intentando acostumbrarse. Sentirla pegada a mí y penetrar su culo ya era más de lo que hubiese soñado nunca hasta hace un tiempo, pero ahora el cuerpo me pedía más, y eso que debido a la actividad del día, notaba mi glande ardiendo, casi me escocía, pero ahora no quería parar bajo ningún concepto.

-         Bueno, ya se ha acabado el descanso.

-         ¡No, espera!

Pero no esperé. Comencé a penetrarla con más fuerza, y mi polla entró en su culo casi por completo.

-         ¡AAAAAuuuuuuu!

Comencé a bombear con fuerza pero sin prisas. Enseguida noté como aumentaba su excitación y apretaba su culo hacia atrás todo lo que podía para ayudarme a conseguir una mejor penetración y para aumentar su placer, supongo. Para ayudarla bajé mi mano izquierda de su pecho al clítoris y, tras mojar mis dedos en la humedad de su coñito, comencé a frotárselo con saña.

Su orgasmo me pilló totalmente por sorpresa. De repente se tensó, se puso muy rígida, se clavó mi polla todo lo profunda que pudo y se quedó callada unos segundos; ni tan siquiera respiraba. Aceleré el masaje de su botón del placer y apreté con fuerza mis caderas a ella. Unos segundos después lo dejó escapar todo.

-         ¡Ooooooohhhhh!, ¡joder!, ¡jodeeeeer!, ¡Aaaaaaaaahhhh!

Comenzó a agitar espasmódicamente sus caderas y su vientre, mientras estiraba sus dos brazos hacia atrás y me agarraba por la nuca, pegando su cara a la mía, todo lo que le permitía su postura.

A pesar de todo no le di descanso. Yo estaba muy excitado y necesitaba descargar como fuese. Sin dejar la penetración, La empujé hacia delante hasta que quedó totalmente tumbada en la cama boca abajo. Su vientre aún se contraía. No la dejé doblar las piernas, y en esa postura su cabeza quedaba fuera de la cama, con lo que tenía que sujetarse con las manos a las sábanas para no resbalarse hacia delante. Metí mis rodillas entre sus muslos y la obligué a separarlos. No opuso ninguna resistencia. Enseguida retomé el movimiento, buscando acabar dentro de ella, pero su excitación era enorme y de nuevo empezaron sus gemidos.

-         ¡Uuuuuffff!, ¡Uuuuummmm!, sigue, si, sigue, por favor.

-         No pensaba parar. No pararé hasta que me corra.

-         ¡Si!, lléname de tu semen. ¡Córrete dónde quieras!

Esto último me dio una nueva idea. Era cierto, podía hacer lo que quisiera. Había algo que aún no había probado con ella y me apetecía mucho. Se la saqué de repente, sin previo aviso.

-         ¡Nooooo!, no pares, por favor, por favor.

-         Ya está bien de tanto pedir. Ponte boca arriba, ahora mismo. ¡Vamos!

-         Vaaale.

Arrodillado sobre la cama, me eché a un lado y le dejé sitio para que se girase y se acercase más a mí. En cuanto estuvo acomodada me puse sobre ella, concretamente de manera que pude introducir mi polla entre sus pechos y comencé a follármelos literalmente, mientras los juntaba con mis manos para que cubriesen mi rabo. Eran perfectos también para eso.

Melinda estaba muy caliente, pero yo la quería mantener así, me gustaba su cara de vicio cuando estaba excitada: era pura lujuria. Estiré mi brazo, forzando un poco mi posición, hasta que conseguí llegar a su clítoris. Aún no había girado la cabeza de nuevo hacia ella, cuando noté una fantástica sensación en mi polla. Cuando miré, Mel había cogido su almohada y la había puesto debajo de su cabeza, lo que le permitía llegar a mi rabo, y cada vez que yo empujaba, ella sacaba la lengua y me la lamía. En ocasiones la acariciaba con sus labios. Ese juego no duró más de un minuto, porque la imagen me estaba sobreexcitando, y me bajé de encima de ella, me arrodillé a su lado, a la altura de su cabeza, y acerqué mi miembro. Instintivamente se giró en dirección hacia mí y comenzó a tragarse toda mi polla. Lo hacía en cada movimiento. Llegaba hasta la mitad de mi extensión, y hacia un gesto hacia atrás con el cuello. No llegaba a sacársela de la boca; siempre dejaba el último centímetro dentro de ella. Necesitaba correrme ya.

-         Ven, vamos, ponte de rodillas.

Se la sacó de la boca y cumplió con lo que le ordené, quedando frente a mí. Me separé un poco de ella, calculando la distancia, y la hice inclinarse hacia mí, como en una reverencia.

-         Abre la boca.

No solamente lo hizo, además sacó la lengua antes de llegar a contactar con mi miembro. Apoyada sobre sus codos, comenzó un movimiento de ida y venida, como si se columpiase hacia delante, impulsada por sus caderas y sus rodillas, follándome con su boca. Mi placer iba en aumento, y mi orgasmo comenzaba a acercarse.

Melinda paró en su tarea, pero justo cuando iba a recriminarle su acción, estiró su mano, cogió la mía y la llevó hacia su cabello recogido, cerca de donde estaba la goma del pelo, a la vez que me miraba a la cara desde su posición. ¡Quería que volviese a agarrarle del cabello! Su acción me pareció de lo más morboso en aquel instante, y le di un buen tirón sin miramientos a aquellas maravillosas riendas. El efecto fue inmediato y Mel comenzó a tragar cada vez más polla en sus embites. Fuera de mí, comencé a mover las caderas, coordinando mis movimientos con los que yo ejercía sobre su cabeza y ella enseguida se adaptó. Debía gustarle mucho, porque ahora escuchaba con claridad sus gemidos a pesar de lo ocupada que estaba su boca.

Mi orgasmo ya estaba a punto de llegar y todo mi rabo ardía. Demasiado esfuerzo, demasiado trabajo. Hundí mi verga hasta el fondo, hasta que sentí su nariz en el tope que hacía mi vientre, ayudándome de un último tirón de cabello y un movimiento de mis caderas, y comencé a descargar en aquella boca maravillosa. Se quedó quieta para recibirme, mientras intentaba respirar torpemente por la nariz. Estaba muy excitada. Sentí hasta el último milímetro de mi miembro arder dentro de aquella magnífica estancia. Me recree.

Fue un orgasmo diferente, del que recuerdo más todo lo que significó para mí, que la sensación en sí. Se grabó a fuego en mi cerebro aquella imagen de mi hermanastra, aquella mujer de enorme sensualidad, entregada, excitada, complaciente y a mi servicio. Antes de que fuera tarde, recuperé el control para finalizar a mi gusto. Inicié un lento movimiento de retirada para sacársela de la boca y solté su cabello.

-         ¿Te la has tragado?

Movió la cabeza negativamente, mientras apretaba los labios. Con la mano en su barbilla la hice un gesto para que se incorporase.

-         Bien. Quiero ver como dejas caer mi leche sobre tus tetas y mírame a la cara cuando lo hagas.

Se irguió, orgullosa, echando sus hombros hacia atrás, sacando pecho, y calculó el momento justo para abrir la boca. Con un lento movimiento de su cuello, fue haciendo un lento giro de derecha a izquierda, mientras dejaba caer el producto de mi corrida sobre aquellos maravillosos pechos. Para mí era el colmo del morbo ver como resbalaba por encima de su pecho hasta llegar encima de la aureola y rozaba el erecto pezón, como manchaba su canal interior, como se dibujaba sobre aquella perfecta piel bronceada. La miré a la cara, a los ojos. Estaba preciosa como nunca, con un pequeño reguero de mi semen marcado desde su boca hasta su barbilla.

Me sorprendió con una pregunta a bocajarro:

-         ¿Y ahora qué?

-         ¿Cómo dices?

-         ¿Qué que va a pasar ahora?, ¿Se lo vas a contar a María?

-         No, yo no…

Un sonido nos alertó a ambos. Era la voz de María.

-         ¿Hola, hay alguien en casa?, ¿Vicen?

Mel y yo nos miramos con cara de susto, pero no respondimos, ni tan siquiera movimos un músculo. Se escuchó el sonido característico de mi hermana entrando en su dormitorio, pero no cerró la puerta. Unos segundos después escuchaba el atronador politono de mi móvil con el himno del Valencia Club de Fútbol.

-         ¡Mierda!

Los dos reaccionamos a la vez, y comenzamos a vestirnos a la velocidad del rayo. Por suerte no había mucho que ponerse. Justo a tiempo.

-         ¡Vicen!, ¿dónde estás?, ¡Vicente!

Ahora si que estaba nerviosa; se le notaba. Tardó unos segundos, pero en cero coma estaba abriendo la puerta de la habitación de Melinda sin previo aviso. Me encontró de pie frente a la cama, mirando hacia la puerta y después a ella, con cara de liebre a la que le han deslumbrado los faros de un coche en plena noche. Melinda estaba sentada frente a su portátil, sentada en su escritorio, aunque este estaba apagado.

-         Hola, ¿qué haces aquí?

-         Estaba hablando con Mel.

Era evidente que mi aspecto denotaba claramente que acababa de tener una intensa “actividad física”. Además, todo el dormitorio apestaba a sexo. Recuerdo que en ese momento sonaba la canción de Huecco “Pa´mi guerrera”. Tenía unos años ya, pero me gustaba especialmente esa canción.

Sin dejarle más tiempo, salí de la habitación mientras me giraba hacia Mel y le decía:

-         Ya seguiremos hablando en otro momento.

-         ¿Qué tienes tú que hablar con esta?

No hice caso de sus comentarios y me dirigí a mi cuarto sin tan siquiera mirarla a la cara cuando pasé por su lado. Me persiguió.

-         ¡Vicen!, ¡te estoy hablando!

Llegué hasta mi habitación y abrí la puerta. Solamente cuando estaba dentro me giré y la miré a la cara.

-         Ya te oigo. ¿Qué pasa?

-         ¿Cómo que qué pasa?, ¡estabas en la habitación de Mel!

Literalmente, me estaba tocando los cojones. Estaba consiguiendo que el que hasta ese momento era uno de los mejores momentos dentro de uno de los más felices días de mi vida, estuviera a punto de transformarse en un culebrón en toda regla.

-         ¿Y qué?, solamente estaba hablando con ella. ¿Tengo que pedirte permiso también para respirar?

-         Qué hacías ahí dentro. ¡Dímelo!, vamos, ¡Dímelo!

-         ¡Qué te den!

Y sin pensármelo dos veces acabé de entrar, y cerré la puerta de mi habitación en sus narices. -¡Bloom!. Me quedé junto a ella para evitar que pudiese entrar.

-         Pero qué coño haces. ¡No me puedes dejar con la palabra en la boca!, ¿me oyes?, ¡vamos, abre la puerta!, ¡Vicen!, ¡Abre la puerta!

Pero, evidentemente, no la abrí, en ese momento María suponía justo lo contrario de lo que yo buscaba, es decir: el equilibrio, y el control de mi vida. Quería decidir por mi mismo con todas sus consecuencias. Intentó entrar pero agarré con fuerza el picaporte de la puerta e hice presión con mi hombro, apoyándolo,  para que no pudiese entrar.

-         ¿No me vas a dejar entrar?

No le respondí. Esperaba poder librarme de ella cuanto antes. Insistió.

-         ¡Abre, coño!, ¡abre la puta puerta!, y tú, ¡puta de mierda!, ¿qué coño estás mirando?, ¡entra en tu habitación de una vez!.

Escuché como se cerraba la puerta de la habitación de Mel con otro portazo; los vecinos debían estar flipando. No cedí; presioné más con mi hombro. Entonces cambió de táctica. Ahora puso su voz más cálida para hablarme:

-         ¿De verdad no me vas a dejar entrar?, si solamente quiero que juguemos una de esas partiditas que tanto nos gustan.

Finalmente le respondí. No sé si lo hice para librarme de ella o por herirla, pero hasta a mí me sonó muy contundente:

-         ¡No tengo ganas de jugar ninguna puñetera partida!, ya he jugado hoy todo lo que había de jugar. ¿Está claro?

Se hizo un silencio que nada bueno presagiaba. Escuché como entraba en su habitación con un portazo y, poco después, la escuché de nuevo junto a mi puerta.

-         Te voy a decir una cosa hermanito: si piensas que puedes usarme y jugar conmigo como te dé la gana, estás pero que muy equivocado.

Se hizo un silencio de unos segundos y enseguida sonaron dos fuertes golpes en la puerta; seguramente dados con la palma de su mano. Luego se hizo el silencio de nuevo.

-         No soy de tu propiedad, María. ¡No soy de nadie!

-         Eso es lo que tú crees. Tenemos un compromiso, y tú eres mío y solamente mío; me perteneces. Que te quede muy claro. Soy la única persona que te quiere y se preocupa de ti, esa es la verdad. Espero que reflexiones sobre lo que te estoy diciendo. Tú eres un chico muy inteligente y lo comprenderás. Ya hablaremos más tarde.

Reconozco que mi reacción fue poco madura, seguramente producto de mi edad, y, sobre todo, muy poco inteligente.

-         ¡No!, no tenemos nada de qué hablar. ¡Déjame en paz!

El silencio que siguió a mi nada meditada reacción no presagiaba nada bueno. Su voz adoptó un tono extremadamente gélido:

-         Está bien, enano desagradecido. Te juro que te vas a arrepentir, te lo juro.