A mi hermana le gustan los videojuegos - 12

Vicen, nuestro protagonista adolescente, toma una decisión: si todo se va a ir a la mierda, por lo menos que le pille disfrutando.

A MI HERMANA LE GUSTAN LOS VIDEOJUEGOS - 12

Como por desgracia todos sabéis, no podemos controlar todo lo que nos sucede. Este comentario va dirigido a todos aquellos que leéis lo que escribo. Sé que he tardado mucho en publicar esta nueva entrega pero, por circunstancias personales, no he podido dedicar tiempo a la escritura. Mis más sinceras disculpas.

Os estaré muy agradecido si decidís valorarme positivamente, y también agradeceré vuestros comentarios, críticas, o sugerencias.

Muchas gracias por leer lo que escribo.

Un afectuoso saludo,

Maverick.

Tras la sorpresa inicial, María se acercó a la puerta y la cerró, poniendo el pestillo de nuevo. Melinda hizo el ademán de ir hacia la salida pero, María se quedó en la puerta y le bloqueó el paso. La muchacha desistió en su intento y permaneció en el mismo sitio.

Mi hermana se disponía a hablar, pero le hice una señal con la mano para que se callase; nuevamente me obedeció.

Dediqué los siguientes treinta segundos a observar detenidamente a Mel; su mirada iba continuamente de María a mí y vuelta. Parecía un animalillo asustado, y, en ese momento, me vino a la mente lo increíble que me parecía que una chica joven, fuerte, más alta que mi hermana, y casi tan corpulenta como yo, no se rebelase e intentase salir de la habitación con más determinación; creo que fue ahí donde aprendí que lo que creemos que somos, la forma en que nos percibimos a nosotros mismos, es en realidad cómo acabamos siendo y, por supuesto, que esa es la imagen que proyectamos a los demás.

Consciente de mi posición dominante, me acerqué a un palmo escaso de distancia de ella, y comencé a mirarla con descaro. Un largo mechón de su cabello tapaba su mejilla izquierda, consecuencia del tirón que le había propiciado antes. Su pecho subía y bajaba agitadamente, moviendo la fina y corta camiseta que cubría su pecho, donde se marcaban con claridad sus pezones, producto, seguramente, de la excitación, la sorpresa y el miedo que acumulaba. Uno de esos proyectiles sin disparar atravesaba, de dentro a fuera, literalmente, la cabeza del Mickey Mouse que llevaba estampado en la prenda. Cuando dirigí mis ojos hacia abajo, vi el breve pantaloncito del conjunto, que mostraba una pequeña mancha de humedad en la zona genital. Mis pensamientos salieron por mi boca sin casi darme cuenta:

-         Quién se iba a imaginar que semejante pibón iba a ser así de guarra…

-         Vicen, por favor…

-         ¡Ni por favor, ni cojones!

¿La chica quería acción?, pues la iba a tener, pero no espiando tras la puerta, no, ahora también iba a ser protagonista. La volví a agarrar del cabello sin ninguna contemplación, y tiré hacia abajo hasta que se arrodilló y quedó a la altura de mi polla. Tengo que decir que tampoco opuso mucha resistencia.

-         Ahora saca la lengua y ya puedes empezar a limpiármela.

Inicialmente la cogió entre sus dedos, y parecía dispuesta a cumplir lo que le había pedido, pero al acercar su cara, el olor y los restos provenientes de la penetración al trasero de mi hermana, la pillaron por sorpresa y frenó en seco. María, que había permanecido en silencio hasta el momento, intervino:

-         ¿Por qué paras, puta?

-         Es que está… bueno la ha tenido… ¡huele a culo, joder!

-         Claro, porque me lo ha estado follando, ¿te enteras?

Ahí estaba de nuevo María, intentando tomar el control y marcando el que ella creía su territorio, y no se lo iba a permitir:

-         ¡Ya está bien! Me estáis haciendo cabrear, o sea que ahora mismo las dos de rodillas y a limpiarla sin rechistar. ¡Vamos!

-         Pero, Vicen, que lo haga esta guarra, vale, pero yo… ¡Encima la hemos pillado espiando!

-         ¿No me has oído, María? ¡Tú también!

Se hizo un silencio muy tenso, durante el cual Mel nos miraba a ambos desde su posición arrodillada, y María calibraba el alcance de todo aquello, -casi podía escuchar los engranajes de su cabeza trabajar a todo ritmo-. Mientras, yo aguardaba el desenlace, a sabiendas de que lo que sucediera a continuación, podía determinar el signo de mi vida en adelante. Recuerdo que, por primera vez, y a pesar del morbo de la situación, mi mente prevaleció sobre mi calentura.

Si alguien nos hubiera podido ver, seguramente, hubiera encontrado la estampa tan excitante como grotesca.

La respuesta de mi hermana no se hizo de esperar:

-         ¿Me vas a poner a la misma altura que a ésta? ¿Estás loco o eres gilipollas?

-         ¿Es tu última palabra?

Se cruzó de brazos con aire digno, y levantó la barbilla antes de responder:

-         ¡Por supuesto! ¿Pero tú qué coño te has creído, niñato?

Esta era la María de siempre y el descubrimiento me cabreó tanto como me entristeció. Estaba tan harto ya de todo esto…

-         Pues entonces, coge tu ropa y sal de mi habitación.

No se esperaba para nada mi respuesta y se puso pálida de repente.

-         Pero, Vicen…

-         Ya estoy cansado, María. Esto se ha acabado.

Se dirigió a mi cama para recoger su ropa, pasando por mi lado como una exhalación, la cogió de malas maneras, y cuando llegó de nuevo a mi altura, se detuvo para mirarme a los ojos mientras me escupía sus palabras con la mandíbula apretada:

-         Esto se acabará cuando yo lo diga, ¿entiendes?, cuando a mí me de la gana.

Descorrió el pestillo de la puerta, la abrió y salio de la habitación dando un tremendo portazo.

Un momento después, miré hacia delante y encontré a mi hermanastra en la misma posición, expectante.

-         Será mejor que te marches tú también, Melinda.

-         ¿Estás seguro de que no quieres que me quede contigo un rato? –me respondió mientras se ponía de pie-.

-         No, prefiero estar solo.

-         Bueno, si me necesitas para lo que sea…estaré en mi habitación, ¿vale?

-         Vale, gracias, pero vete ya.

Salió despacio, se paró un momento para lanzarme una última mirada antes de salir;  luego abandonó la estancia cerrando la puerta tras de sí, con mucho cuidado.

Me acerqué a la cama y recogí mi bañador. Luego me tumbé en ella. Como la erección ya estaba bajando con rapidez, enseguida me puse la prenda. Me estiré hasta el interruptor y apagué la luz. Con los brazos cruzados tras la nuca, intenté calmarme y pensar.

Todo había sido una ilusión, y yo, un iluso por pensar que lo tenía todo controlado. Mi hermana, mucho más lista que un servidor, me había dejado creer que yo tenía el control. Supongo que hasta se lo había pasado bien interpretando su papel; por lo menos yo lo había disfrutado mientras duró. Me quedaba ese consuelo.

Pero ahora que las cartas estaban boca arriba, me daba cuenta de que todo estaba prácticamente en el mismo lugar. La sola idea de tener que afrontar los próximos días sin mi padre en casa, y con toda aquella situación enmarañada envolviendo mi vida, me producía una rabia intensa, que sentía brotar de lo más profundo de mis vísceras.

  • ¡Me cago en la puta!

Y estallé. La emprendí a puñetazos con mi almohada, pero al cuarto golpe ya no me parecía suficiente, por lo que tiré con fuerza de la colcha que cubría mi cama y la arrugué, tirándola al suelo y, después, dejándome llevar por la furia que se apoderó de mí, levanté el colchón por la parte inferior, y lo giré, sin miramientos, a la vez que lo lanzaba con rabia hacia mi izquierda, con el resultado de que fue a parar encima de mi escritorio, golpeando la pantalla de mi ordenador, lo que produjo que esta se volcase sobre el escritorio. El sonido característico del material al quebrarse me devolvió un poco la lucidez perdida.

-         ¡Mierda!

Me acerqué para evaluar los daños y coloqué de nuevo la pantalla sobre su soporte: había una grieta que recorría casi toda la superficie en sentido vertical.

-         ¡Seré gilipollas! ¡Joder!

Me desplomé sobre el sillón, frente al escritorio, y eché la cabeza hacia atrás. No habían transcurrido ni diez segundos cuando sonaron unos golpes en la puerta acompañados de una pregunta:

-         Vicen, ¿pasa algo? ¿estás bien?

Era Carmen; la que faltaba.

-         Sí, Carmen, estoy bien, no pasa nada.

-         ¿Seguro?

-         ¡Qué sí, joder!

-         Vale, vale. Es que he oído gritos y golpes, y por eso… ¿necesitas algo?

-         No pasa nada, estate tranquila.

-         Vale.

La escuché alejarse. Menos mal. Vamos a ver tío, te tienes que tranquilizar –pensé-. Un poco más tranquilo, mientras recomponía las consecuencias de mi pérdida de papeles, intenté ver, lo más objetivamente posible, la realidad de la situación:

Mi hermana era capaz de cualquier cosa por tenerme contento, pero siempre y cuando esto fuera de su agrado, beneficiase sus intereses,  y, particularmente, que le permitiese tenerme controlado y calladito.

Mel también parecía querer congraciarse conmigo, ¿pero cómo podía saber si lo hacia sinceramente? ¿Cómo saber si en realidad yo le gustaba?, o, ¿tal vez era porque no podía evitar su naturaleza sumisa y sus parafilias? ¿Y si solamente lo hacía para vengarse de su madre? Aunque, era posible que estuviera actuando únicamente en su propio beneficio y todo lo hiciera para mantener intacta su posición dentro de la familia; a fin de cuentas aquí tenía trabajo y casa asegurados, una vida cómoda, una estabilidad…

En cuanto a Carmen, eso ya era harina de otro costal; me había quedado muy claro que era una mujer capaz de hacer cualquier cosa para conseguir sus fines, y que las palabras lealtad y fidelidad no estaban incluidas en su vocabulario. No era de fiar, y lo que era más preocupante aún: tenía serias dudas de que aceptase las imposiciones de María y se dejase mangonear, así, sin más. Seguro que eso significaba más complicaciones.

Me iba a estallar la cabeza. Una vez más, el día estaba siendo una montaña rusa de emociones, y no tenía el suficiente aplomo para afrontarlas sin que me afectase.

Ahora me viene a la memoria que fue en ese instante cuando tuve, por primera vez en mi vida, la certeza de que hacerse mayor y desenvolverse en el mundo de los adultos, debía ser algo muy, pero que muy complicado.

Lo mirase por donde lo mirase, sentía una sensación de vértigo, y pensaba que todo, incluida mi vida, tal y como yo la había conocido hasta el momento, estaba a punto de irse a tomar viento, ¿pero qué podía hacer? Pues nada, jugar una partidita en mi videoconsola, que eso distraía mucho; o dicho de otra manera: intentar no pensar más.

Así lo hice y, por supuesto, me conecté con mis amigos, e hicimos una partida épica, en la que despanzurramos centenares de bichos provenientes de otra galaxia, y salvamos, no sé cuantos planetas y personajes varios. Tras una horita, parecía que me encontraba mejor; o por lo menos más calmado.

Ya era bastante tarde cuando me di cuenta de que no había cenado. Tenía cierto reparo a salir del refugio de mi habitación, pero no podía permanecer en ella indefinidamente…

Salí sigilosamente, y no encontré a nadie en el recorrido entre mi dormitorio y la cocina. Todo parecía estar en silencio y cada mochuelo en su olivo; perfecto. Me preparé un bocata de chorizo, cogí un plátano para el postre, un refresco de cola, y regresé a mis dominios. Prueba conseguida.

Los primeros bocados me supieron a gloria, y me sentí reconfortado. Tras una pequeña pausa, recuperé mi teléfono del escritorio y comencé a mirar distraídamente las notificaciones; había una llamada de mi padre y dos mensajes: uno de María y otro de mi vecina Laura; casi me atraganto.

¿Cómo podía distraerme tanto? ¿Cómo era posible que estuviera echando de menos a mi padre y no pensase en llamarle o en que me podía llamar? ¿Me olvidaba de todo lo que estaba pasando con su hermano? ¿Y si necesitaba algo? ¿Y si había ocurrido algo malo?

Llamé a mi padre y descolgó al segundo tono:

-         Buenas noches, Vicen.

-         Buenas noches, papá. ¿Cómo está el tío?

-         Mejor, Es posible que mañana lo trasladen de cuidados intensivos a planta. Depende del resultado de una última prueba y de cómo pase la noche, y entonces decidirán si hay que intervenirle o no.

-         Bueno, me alegro.

-         ¿Porqué no has respondido hasta ahora a mi llamada, hijo?

-         Verás, papá, estaba conectado jugando con los amigos y no me he dado cuenta. Perdona.

-         ¿Por qué Carmen ha cenado sola?

-         …

-         Sí, me ha dicho que estaba cenando sola mientras veía la tele en nuestro cuarto.

-         No sé…-me había pillado por sorpresa.

-         Ahí está pasando algo, y te aseguro que me voy a enterar. ¿Han discutido Carmen y tu hermana?

-         Bueno…

-         No hace falta que me respondas; imagino que sí. Estoy empezando a estar muy preocupado por tu hermana y por todo lo que está relacionado con ella. Hace un rato acabo de tener una conversación muy interesante, con tu tío sobre tu hermana María y me ha enseñado unos mensajes, digamos que, muy “reveladores”.

-         No sé, papá. ¿Qué mensajes?

-         Eso es un tema que va a quedar entre tu tío y yo. Mira: lo único que te pido es que no te metas en problemas, y que te andes con ojo con tu hermana, ¿vale? Cuando regrese, tú y yo tendremos una conversación. Estaré ahí lo antes que pueda, ¿de acuerdo?

-         Vale, papá.

-         Por favor, cuídate mucho, hijo. Un beso.

-         Buenas noches, papá.

La conversación con mi padre me dejó realmente preocupado. Si el tenía la mosca detrás de la oreja, conociéndolo, era más que probable que indagase y se interesase por todo a su regreso, y si alguien hablaba de más o decía algo inconveniente, mi padre lo averiguaría todo. Eso sí que iba a ser un desastre. Ríase usted del incidente del Titanic.

Continué mirando los mensajes. María había tenido la desfachatez de enviarme un mensaje con una especie de ultimátum : “Cuando necesites a tu hermanita, ya vendrás a buscarme, capullo”

-         ¡Esta tía es gilipollas!

Cada vez me estaba cabreando más. No me quedaba claro si su ego y su orgullo, le nublaban el entendimiento, o es que sencillamente estaba mal de la cabeza y era incapaz de razonar con sensatez.

Intenté calmarme con otra distracción, abriendo el mensaje de Laura. Esto sí era reconfortante: me había enviado una foto desde lo que debía ser su dormitorio, en la que se la veía arrodillada encima de su cama, con el brazo derecho extendido, enfocando un gran espejo para poder hacer la foto que, supongo, debía pertenecer a su armario. Se sujetaba el cabello sobre la cabeza con la mano libre. Su indumentaria ayudaba a su imagen sexy, porque vestía una braguita roja, de encaje, y un top ajustado, de color negro, cuya parte de abajo había doblado hacia arriba, de manera que mostraba la parte inferior de sus pechos, casi hasta la parte baja de su areola. Impresionante.

Pensé la respuesta; no quería parecer un salido, a pesar de lo sucedido pocas horas atrás, pero la chica se merecía una respuesta a la altura. Finalmente le escribí: “Decir que estás muy guapa es poco. Quien pudiera estar ahí”

A los dos minutos recibí la respuesta: “Si estuvieras aquí ¿qué harías?”

Y le respondí de nuevo: “Comerte entera”

Casi instantáneamente recibí un nuevo mensaje: “Cuando quieras”

La cosa se estaba poniendo muy caliente, y no quería que se me volviese a subir la sangre a la cabeza; o bueno, que se me bajase al rabo, por lo que decidí zanjar la conversación por el momento: “Espero que muy pronto. Un besazo, guapísima”

Y se despidió: “Igualmente”.

Se había hecho tarde, y pensé que era el momento de dar el día por zanjado. Acabé mi bocata, lo llevé todo a la cocina, y fui al baño; todo ello con el mayor sigilo del que fui capaz, porque no me apetecía encontrarme con nadie. Cuando salía del baño, escuché en el pasillo, casi simultáneamente, el sonido de dos puertas al abrirse despacio: eran las de las habitaciones de Mel y María. Paré en seco para mirar con atención, y aparecieron sus caras. Ambas me miraron a mí y yo les devolví la mirada. Se miraron entre ellas y, tras un instante, volvieron a cerrar sus respectivas puertas, como si nada. Me dirigí a mi habitación con cara de resignación, y moviendo la cabeza en un gesto de negación. Eché el pestillo de la puerta, apagué la luz y me dispuse a dormir. Sorprendentemente, no tardé ni dos minutos en conciliar el sueño.

Tras un sueño más tranquilo de lo esperado, desperté a eso de las nueve de la mañana; creo que me despertó el portazo de salida de alguna de las féminas de la casa. Me incorporé y quedé sentado al borde de la cama. Revisé el teléfono: nada. Salí, tras el pertinente pase por el baño y me aseguré de que estaba totalmente solo. Así era; menos mal. Me dirigí a la cocina y me preparé un buen desayuno, porque tenía bastante hambre. Una vez reconfortado el estómago, me di cuenta de que había finalizado todas las tareas previstas. ¿Y ahora qué iba a hacer?

Me dejé caer de cualquier manera sobre el sofá y di permiso a mi mente para que volara libremente -a ver con qué me sorprendía-. No tardé ni tres segundos en tener dos convicciones, que no por más fatídicas eran menos coincidentes entre sí: que esta situación, todo este embrollo de engaños, sexo, envidias y rencores, había llegado muy lejos, demasiado, y, en segundo lugar, que no iba a pasar mucho tiempo antes de que se  liase una muy gorda.

La certeza de todo esto me hizo sentir una repentina sensación de ansiedad y nervios, que se me clavó como una garra en el estómago, provocándome tales náuseas, que a duras penas pude contener una arcada y evitar que saliese todo el desayuno disparado por mi boca. De pronto me sentí mareado, pero no era un mareo como el que produce dar un montón de vueltas en una atracción a toda velocidad; más bien era algo mental, psicológico.

Me tumbé en el sofá, y me di cuenta de que estaba sudando y me temblaban un poco las manos. Intenté calmarme, respirando despacio y profundamente. Recordaba lo que me explicó una amable enfermera el día que falleció mi madre. Cuando mi padre le comunicó la noticia a mi hermana, esta empezó a llorar, desconsoladamente, y solo acertó a mirarme y decirme –mamá- antes de iniciar su llanto. Mi mente infantil lo entendió y entré en una especie de estado de shock que me impedía respirar con normalidad, o eso me pareció a mí en aquel momento. Esa enfermera, una señora muy amable, se agachó delante de mí y me ayudó a tranquilizarme. No lo olvidaré jamás.

Sorprendentemente, y aunque aquel no era un buen recuerdo, aquello me ayudó, de alguna manera, a recobrar la calma. Supongo que la mente almacena datos y recuerda como responder a determinadas situaciones, de una manera que nosotros ignoramos, por lo menos, conscientemente.

Un poco tranquilizado, intenté recomponer mis ideas, más allá de la certeza de un inminente desastre. Comencé a verbalizar los pensamientos:

-         Vamos a ver, Vicen, tío, tú no has hecho nada malo, ¿no? –hasta yo mismo albergaba un mar de dudas al respecto-. Prácticamente eres una víctima en todo esto, al igual que papá.

Papá. Esa era la palabra clave, la que se me clavaba como una astilla en lo más hondo de mi corazón. Estaba acostándome con su mujer, por extensión mi madrastra, ayudando a chantajearla… Además me estaba acostando con mi hermana, su hija. También me estaba follando a su hijastra. Había practicado sexo con su sobrina, la hija de su único hermano, y, para colmo, le estaba ocultando que su actual mujer le ponía los cuernos con uno o varios extraños. Vaya cuadro.

Inconscientemente me llevé las manos a la cabeza; no, aquello no tenía solución, ni tampoco perdón. ¿Qué iba a hacer ahora? Tenía que pensar, y rápido.

Comencé a deambular por toda la casa, de forma errática, entrando en cada una de las estancias, una y otra vez, como si de esa manera pudiese encontrar unas piezas invisibles, que solamente se encontraban en aquellos lugares, y que me permitirían completar ese extraño puzle en que se había convertido mi vida.

Las dos primeras vueltas no sirvieron nada más que para que me tranquilizase un poco,  producto del ejercicio físico. Incluso di unas cuantas vueltas a la terraza a modo de oxigenación mientras contemplaba la estampa del mar al fondo. Pero cuando iniciaba un nuevo recorrido, mi cerebro cambió el chip, entró en modo observación, y eso me permitió fijarme en algunos detalles.

Cuando entré por tercera vez en la habitación de mi padre, (bueno de mi padre y de Carmen), observé que no había rastro alguno de él. Quiero decir que, de hecho, parecía que en ella solamente durmiese su mujer; ni una sola foto en la que apareciese él. En cambio, lo que si había encima de la cama, era un espectacular conjunto de lencería, en color azul marino y con una tela muy vaporosa y transparente. Era una prenda única; un camisón muy corto, y que debía quedarle muy ajustado. Tenía unos finísimos tirantes y, en la parte del pecho había un bordado con motivo florales casi transparente. A partir de ahí, el resto estaba estampado con unas líneas verticales, de aproximadamente un centímetro de ancho, que recorrían toda la prenda.

Imaginarse a Carmen, con aquel cuerpazo que ya conocía, enfundada en aquella prenda, casi causaba vértigo. Pero lo que de verdad llamó mi atención fue encontrarla sobre la cama, perfectamente dispuesta, lo que indicaba que no era producto de un olvido. ¿Esperaba a alguien?  No, seguro que no. No se habría atrevido en las actuales circunstancias, y menos aún estando yo en casa. ¿Entonces? Parecía una clara provocación hacia mí; más bien una proposición.

-         Esta tía no va a parar nunca. Lo que me faltaba.

Jamás me hubiese permitido a mí mismo hacer lo que me estaba pasando por la cabeza, pero, en aquel momento, no veía nada de malo en curiosear un poco.

Salí de su habitación y continué con mi recorrido. Lo que ahora llamó mi atención fue la habitación de Mel. Era como ella, un tanto caótica. A pesar de estar todo en su sitio había un extraño desorden, o tal vez eran incoherencias. Por edad, era ya una mujer pero, sin embargo, en la decoración de su cuarto convivían los objetos infantiles con otros propios de su edad. Aunque no me pareció muy correcto por mi parte, abrí los cajones de su cómoda y después las puertas de su armario. Encontré prendas, realmente elegantes, mezcladas con otras especialmente juveniles, muy a la moda actual; prendas como las que llevaría cualquier adolescente de hoy en día. Tenía calzado deportivo y zapatos con un tacón de aguja de vértigo, junto a ropa interior femenina, que mostraba un exquisito gusto a la hora de elegir lencería, pero también tenía camisetas o braguitas con dibujos de héroes o personajes de los dibujos animados. Era un fiel reflejo de su propietaria: dos personalidades, dos extremos aún por definir, que se encontraban en conflicto, luchando uno contra el otro, y desestabilizando a su desorientada dueña.

Cuando entré en la habitación de María, ya tenía muy claro para qué iba a hacerlo. No solamente iba a saciar la curiosidad que atesoraba desde hacía tiempo, sino que además quería conseguir información; la que fuera, cualquier detalle que me permitiese conocer algo más sobre mi hermana y sus intenciones.

Deambulé durante unos minutos por su habitación, abriendo y cerrando cajones y armarios, e intentando no dejar nada fuera de lugar que delatase mi presencia; no quería crearme más problemas con ella. Todo estaba impecablemente colocado, y tanto la decoración de su habitación, como su ropa, evidenciaban que su dueña tenia las ideas muy claras y una personalidad definida. Lo único que me quedaba por revisar era su ordenador. Pero, ¿Y si aparecía mi hermana? La noche anterior la cosa acabó mal y no sabía nada de sus intenciones ni de su agenda para el día. Aún así me arriesgué, conecté su ordenador, y esperé. Como imaginaba, tenía una clave. Hice varios intentos, pero todos fueron en vano, por lo que, finalmente, desistí y volví a desconectar el aparato.

Me dirigí a mi habitación y recordé que yo sí tenía algo que ocultar: la ropa interior que me dio Raquel. Si mi hermana hurgaba entre mis cosas, y se le ocurría hacer un registro a fondo –cosa bastante probable-, la encontraría y tendría otro nuevo problema con ella. Abrí la puerta superior del armario y saqué mi maleta; nadie lo había tocado y las prendas seguían allí. Cogí el conjunto, y lo dejé sobre mi escritorio. Luego devolví la maleta a su sitio. Mirando de nuevo las prendas rememoré alguno de los momentos vividos con Raquel aquel día, y me pareció que aquello había ocurrido hacía cien años. Supongo que me sentía abandonado por ella, justo cuando más la necesitaba, pero no podía culparla, aquello era demasiado para cualquiera; y eso que la chica no sabía de la misa la mitad. ¿Cómo iba a tener una relación medio normal con alguien si mi vida era un caos?

Busqué un nuevo escondite, y recordé que el cajón de mi escritorio tenía una especie de doble fondo que descubrí por casualidad, tiempo atrás. Mi padre, hombre previsor donde los haya, encargó los muebles de nuestras habitaciones a un carpintero que los hizo a medida, y le pidió que aprovechara hasta el último rincón posible para proporcionar espacio para almacenaje. No hacía más de seis meses que descubrí que el cajón superior de mi escritorio, era más largo que los demás, y en la parte final había una parte más profunda, que tenía una especie de cesta para guardar objetos, que quedaba oculta por una tapa de madera que daba continuidad al fondo, quedando esta al mismo nivel que el resto del cajón; si no lo conocías no lo veías, y menos aún si el cajón estaba lleno, como era lo habitual.

Introduje allí las prendas, como si de un trofeo se tratase, y luego volví a disponer todo, tal y como estaba. Justo en el momento de cerrar el cajón, se me iluminó la mente, como si hubiese recibido una descarga: ¿y si el escritorio de mi hermana también tenía ese compartimiento?

En unas pocas zancadas me planté ante el mueble; parecía el hermano gemelo del mío. Abrí el cajón, hice una foto con mi móvil, para recordar el orden exacto en que estaba todo, e intenté vaciarlo con el mayor cuidado posible. Estiré la mano hasta el fondo, y, efectivamente, allí estaba la tapa. Presioné sobre ella, y sonó el característico, “clic”. La levanté e introduje la mano. Aparte de algunas entradas de conciertos, a los que por la fecha y el tipo de música que abanderaban aquel grupo musical, mi hermana no debería haber asistido sola, siendo menor, (por la edad que le calculaba en aquel momento), había una cajita con unos pendientes de oro en forma de luna, que pertenecieron a mi madre, y que no pude evitar contemplar con cariño, y, abajo del todo, un pendrive de color rojo.

Lo dispuse todo de nuevo en el cajón, tal y como me mostraba la foto que realicé, y luego volé con él dispositivo electrónico en la mano hasta mi habitación. Me senté frente a mi escritorio y conecté el pen a mi ordenador. Durante un par de segundos pensé que el corazón se me iba a salir del pecho; no solo por lo que pudiese contener aquel pequeño dispositivo, sino porque también temía que mi hermana pudiese aparecer en cualquier momento.

En mi maltrecha pantalla apareció el icono que indicaba que el dispositivo estaba disponible, y cliqué sobre él. Para mi sorpresa no estaba protegido por ningún tipo de contraseña y me permitió acceder a su contenido: había dos carpetas. Ninguna de ellas tenía un nombre determinado, solamente estaban marcadas con los números “Uno” y “Dos”.

Entré en la primera carpeta. Contenía varios vídeos. En el primero que abrí, aparecía nuestra hermanastra Mel. Era evidente que María la había estado espiando, discretamente. Se veía a Melinda en la playa, tumbada al sol sobre una toalla, completamente desnuda, mostrando su magnífico cuerpo, mientras se acariciaba sensualmente; muy cerca, en un segundo plano, se podía distinguir a dos individuos, (uno de ellos de edad bastante avanzada), que la devoraban con la mirada y se acariciaban el miembro, masturbándose descaradamente, mientras se deleitaban con aquel espectáculo de hembra. El vídeo duraba varios minutos, hasta que uno de los dos tipos, el más joven y atrevido, se acercaba a unos escasos dos metros de ella, y se corría copiosamente. Mel parecía acabar, también, excitada ante el ofrecimiento del extraño.

Había algún vídeo más de esta clase, incluido el que pasó María a Carmen en el encuentro en la frutería. Además, había uno con la sesión completa de sexo que habíamos mantenido los tres; tanto versión íntegra, como convenientemente editada, eliminando las imágenes y momentos en los que pudiese aparecer o escucharse a María. También había una recopilación de fotos donde aparecía Mel, en momentos comprometedores, la foto que me había enviado mi hermanastra a mí, con sus pechos cubiertos de semen, fotos de nuestra prima Amaya semidesnuda en mi habitación, y el vídeo que me envió mi prima; por supuesto, también aparecía un servidor.

En la segunda carpeta, había una auténtica recopilación de vídeos e imágenes de Carmen en sus encuentros con su amante: acaramelados, besándose apasionadamente, él sobando descaradamente a nuestra madrastra, etcétera… La recopilación era inacabable. Mi hermana había realizado un trabajo concienzudo.

Cuando pasaron unos segundos y me recuperé un poco de la sorpresa, comencé a ser consciente de la enorme erección que estaba padeciendo; y digo padeciendo, porque en aquel momento y bajo las circunstancias en que había realizado aquel descubrimiento, y lo que este suponía, mi cabeza estaba completamente dividida entre la excitación y una  ansiedad cercana al miedo.

Llevado por ambas cosas, decidí visualizar todos y cada uno de los vídeos que encontré en la carpeta dedicada a Carmen; craso error por mi parte, porque descubrí el vídeo que contenía las imágenes de mi padre y Carmen follando, y sobre todo, unas fotos, tipo selfie, en las que se veía a mi tío Salvador agarrando de la cintura a mi hermana, que estaba ataviada con un micro bikini que jamás le había visto. Era tan pequeño, que seguramente producto del movimiento dejaba ver, fugazmente, el borde exterior de la areola del pecho izquierdo de María.

Salí de la carpeta y desconecté el pendrive de mi ordenador dando un tirón. Estaba excitado y consternado a la vez. Deseaba correrme con las imágenes de aquellas mujeres, con la visualización de las féminas de mi familia de sangre y política, pero a la vez había una lucha interna, un enorme remordimiento, que me decía que debía salir cuanto antes de toda esa espiral o no me lo perdonaría nunca; tal vez ya era demasiado tarde.

No sé decir cuanto tiempo estuve sentado frente a la pantalla, mirando sin ver, ausente, pero lo que sí recuerdo, como si fuera ahora mismo, es la decisión que tomé; de hecho lo verbalicé de forma inconsciente:

-         ¿Y por qué coño no iba a hacerlo? ¡De perdidos al río!

Tenía una idea y tenía un plan. La idea era saciar mis deseos, y la manera aún estaba por ver. Quería joderlas a todas; a unas literalmente, físicamente, y, a mi hermana, quería hacerle daño. Quería devolverle todo lo que me estaba haciendo pasar con un golpe magistral; sí, eso iba a hacer. Desde luego a esas alturas mi plan era muy pobre. Pero seguro que algo se me ocurriría.

Me incorporé de un salto y me puse a pensar cual sería el mejor escondite para aquel artefacto que contenía tan delicada y excitante información. Desde luego en casa no iba  a ser, eso seguro, tal vez… ¡claro, ya está! ¡En la frutería!

Me arranqué la camiseta y el pantalón corto, y escogí al azar un polo y un pantalón tipo bermuda. Me calcé unas deportivas y salí disparado hacia la frutería. Durante el corto trayecto, en mi mente no paraban de reproducirse las calientes imágenes que había visualizado unos minutos antes, y noté la erección crecer en mi pantalón. Simultáneamente, pensaba en la perversa mente de mi hermana, y con qué dedicación, paciencia y meticulosidad había recopilado toda aquella información: era lo peor.

Casi sin darme cuenta llegué a la tienda, y ya antes de hacer mi entrada comencé a pensar en cual sería el rincón más seguro para esconder tan valiosa información. Una vez dentro saludé a la concurrida clientela con un sonoro “buenos días”; era el hijo de los dueños y había que dar ejemplo, porque todo el mundo me conocía.

Carmen estaba en la caja cobrando el género a varias señoras y un caballero, que parecía acompañar a su esposa; me saludó mientras me miraba con cierta sorpresa por verme allí en ese horario.

-         Buenos días. ¿Pasa algo?

-         No, que va. Solamente venía para ver como iba todo y hacer un recado. ¿Dónde está Mel?

Me contestó, aún sorprendida, y con poca convicción. Sabía que no le había dicho toda la verdad.

-         Está ahí atrás, en el almacén. Está metiendo género en la cámara. –el tono de su voz denotaba desconfianza.

-         Ok, gracias. Voy a verla un momento.

Sin tiempo para que me dijese nada más, me dirigí al almacén, que se encontraba en la trastienda, con paso rápido. Sentí como me seguía la mirada de mi madrastra. Abrí la puerta, pasé junto a los servicios, y traspasé la puerta metálica para acceder al espacio que correspondía al almacén.

El almacén ocupaba unos cincuenta metros cuadrados, con techos altos, y tenía forma rectangular. La cámara frigorífica, que debía ocupar casi la mitad, se encontraba al fondo. Allí estaba Mel muy atareada.

Intenté que no notase mi presencia, para ver si podía buscar algún punto lo suficientemente seguro para ocultar el dispositivo, de forma discreta, pero en cuanto puse los ojos sobre Melinda, no pude evitar que todas las imágenes y momentos de ella que tenía almacenados en mi cerebro, me golpeasen como un martillo pilón. Me acerqué despacio mientras estaba inclinada hacia delante, manipulado una caja de tomates, deleitándome en los cachetes de su culo que asomaban, medio desnudos, escapando de la mínima tela de unos shorts tejanos recortados más allá de lo que parecía lógico. En cuanto se dio cuenta de que estaba allí, se giró con expresión interrogativa. Justo cuando llegué a su altura pude apreciar que sus pezones estaban muy duros y se marcaban bajo una ajustada camiseta blanca sin mangas, seguramente a causa del frío de la nevera.

-         Hola.  ¿Qué haces aquí?

-         He venido a verte –mentí.

-         ¿Qué ocurre, Vicen?

No pude controlar mis impulsos, y olvidando momentáneamente mi misión, me acerqué a ella, que no se movió, puse mis dos manos en su cintura y la atraje hacia mí. Aquella tía me volvía completamente loco de deseo; estaba tan buena…

-         Pero, Vicen…

-         ¡Shhhhhh!, cállate.

La empujé suavemente hasta la pared exterior de la cámara frigorífica, junto a la puerta abierta, y al apoyar mis manos para no perder el equilibrio, sentí el frío metal que se unió al frío que salía por la puerta del enorme aparato refrigerador. Cuando Mel sintió el frío en sus semidesnudas nalgas y su espalda, no pudo evitar un gemido y reaccionó separándolas del metal y pegándose a mí.

-         ¡Mmmmm!, ¿Qué quieres?

Sin contestarle, metí mi mano derecha bajo su camiseta y tiré bruscamente de ella hacia arriba, lo que me permitió dejar al descubierto su pecho izquierdo, embutido dentro de un sujetador deportivo de color blanco. Lo agarré con fuerza y tiré hacia abajo, lo justo para que el pezón apareciese apuntando hacia el techo. Lo envolví con mi boca y, presionando con mis labios improvisé un mordisco.

-         ¡Aaahhh!, por favor…

-         Por favor, ¿qué?

No respondió; o no le di tiempo para hacerlo, porque enseguida la giré y la puse de cara a la pared de metal. Tiré de su sujetador con las dos manos hacia arriba, y liberé sus fantásticos pechos. Melinda quedó atrapado entre mi cuerpo y la superficie de metal; notaba como sus pechos presionaban sobre él, mientras giraba su cabeza y su mejilla derecha también quedaba atrapada. Empujó con sus caderas hacia atrás, y sentí su culo presionar contra mi miembro. Estiré mis brazos y con mis manos agarré fuertemente el lateral de sus tetas. Ella elevó sus brazos y los apoyó contra la pared, dejándose hacer, totalmente entregada.

-         No, aquí no, Vicen, aquí no.

-         Seguro que esto te pone muy cachonda.

-         Sí, pero mi madre…

-         Olvídate de tu madre.

-         No sé… no quiero más problemas.

No le hice ningún caso. Quería follarme a aquella magnífica mujer, porque estaba muy caliente y la deseaba. Como pude, torpemente, desabroché el botón de su pantaloncito y bajé la cremallera, mientras su dueña movía lentamente las caderas. En cuanto hice hueco introduje mi mano derecha por dentro de su braguita; el calor que emanaba de su coño fue un fiel reflejo de la humedad que lo inundaba. Casi sin darme cuenta, mi dedo corazón resbaló en su interior hasta la mitad.

-         ¡Ooooh!, ¡joder, Vicen!

-         Eso quiero hacer: joderte.

-         Síiiii, vamos, hazlo ya.

Tiré más de su pantalón, y luego de sus bragas y los bajé hasta la mitad de sus muslos; Mel separó sus piernas lo que permitieron las prendas, y yo comencé a desabrocharme mis bermudas, con poco tino, producto de la enorme excitación. En cuanto lo conseguí, puse mi miembro entre los cachetes de aquel fantástico, redondo, duro y suave culo, limpiándome con él las gotas de líquido preseminal que salían de mi glande. Me agarré la base del tronco, dispuesto a entrar en aquel túnel de seda que ya conocía, cuando de pronto escuché una voz detrás de mí:

-         Mel, necesito que me sustituyas en la caja.

Era Carmen. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No podía ser mucho, pero seguro que el suficiente.

Su hija dio un respingo, y comenzó a subirse las bragas y el pantaloncito, luego se bajó la camiseta, con toda la rapidez de que fue capaz, para cubrir la desnudez de sus pechos. Sin decir palabra, comenzó a alejarse sin mirarnos a la cara ni a su madre ni a mí.

Muy cabreado por la intromisión, y recordando todo lo ocurrido los últimos días, ni tan siquiera hice además de cubrirme; y me giré hacia Carmen con mi miembro inhiesto, apuntando hacia ella. Era una forma de menospreciar su autoridad, era una símbolo de desprecio… era… una chulería adolescente. Mirándole a la cara alcé la voz para decirle a Mel:

-         Después tenemos que hablar tú y yo. Tengo algo importante que decirte.

Mel me respondió sin girarse:

-         Vale.

Y desapareció de mi vista. Me subí el bóxer y la bermuda, sin dejar de mirar a Carmen.

-         ¿A eso has venido? ¿A follarte a mi hija?

Pensé en no responderle, o en mandarla a la mierda, pero recordé que yo tenía una especie de plan, (a medio hacer), y que, además, había venido para hacer algo que no quería, ni me convenía, que nadie supiese. Decidí contenerme; iba aprendiendo poco a poco.

-         Pues no lo tenía pensado, pero tu hija está tan buena…y siempre tan dispuesta. Además quería proponeros algo. Pero ahora no es buen momento para hablar, estoy un poco “alterado”, como puedes ver.

-         Ya veo. ¿Puedo hacer algo por ti?

En el tono de su voz no había una proposición clara; más bien era un tono neutro, como el que debía usar cuando le ofrecía ayuda a algún cliente. Su actitud me cabreó, aún más si cabe; no solamente me había interrumpido en medio de lo que prometía ser un buen polvo, sino que además ahora estaba adoptando el rol de madre adulta, responsable y formal. Pedazo de hipócrita.

Pues se iba a enterar.

-         Pues ahora que lo dices, creo que ha llegado el momento de que me confirmes algo.

-         Tú dirás.

La miré antes de aproximarme y caminar los escasos tres metros que nos separaban. Vestía con un pantalón de color beige oscuro, algo ceñido, una blusa en un tono verde, cuya parte inferior estaba metida dentro de ese pantalón, de forma que esta se le ceñía bastante a su cuerpo. El delantal con el logotipo de nuestra tienda familiar que llevaba para evitar las manchas, impedía ver los volúmenes de su pecho, pero ya sabía que eran más que apetecibles. Completaba su atuendo unas cómodas sandalias.

-         Me dijiste en la cocina que estarías dispuesta a ser muy amable conmigo si tú y yo nos llevábamos bien, que me harías la vida más agradable, ¿no es cierto?

Su expresión se relajó un tanto, y casi pude apreciar una sonrisa en la comisura de sus labios.

-         Sí, claro.

-         Pues lo he estado pensando, y creo que voy a aceptar tu proposición.

Aún no había acabado de decir esto último, y Carmen dio un paso hacia mí para eliminar la distancia que nos separaba. Su cara quedó a un palmo de la mía y pude notar su perfume a pesar del maremagnum de frutas y verduras que nos rodeaba. Me miró directamente a los ojos, y me habló con aquella voz suave, casi susurrante; el mismo tono que utilizó cuando me hizo su proposición en la cocina.

-         Veo que eres un chico muy inteligente.

Se pegó a mí hasta clavar sus pechos contra el mío, me cogió la cara entre sus manos e introdujo su lengua en mi boca, lentamente. Me recorrió una especie de hormigueo por todo el cuerpo, y se me erizó la piel, a la vez que mi polla daba un respingo, reclamando mi atención.

No tuve que esperar porque Carmen  puso su mano izquierda sobre mi bragueta y comenzó a masajearla de arriba abajo con la palma. Me agarré con fuerza a su culo y la apreté aún más contra mí. Aunque ya lo conocía, no dejaba de sorprenderme la dureza de este y lo redondo que era.

Antes de que me diese cuenta, se agachó ante mí y comenzó a desabrochar mi bermuda y bajar la cremallera. En cuanto le fue posible, tiró de la goma de mi bóxer para permitir que mi rabo saliese libre de una vez. Tiró un poco más de la prenda, y la hizo bajar hasta medio muslo. Yo me estaba poniendo ardiendo, mientras enredaba mis dedos en el cabello de mi madrastra. Sacó la lengua y, mientras con una mano comenzaba a acariciar mi miembro, haciéndome una suave paja, con la otra sujetaba mis testículos y los acercaba a su boca para facilitar la tarea de lamerlos.

En ese momento me pareció que jamás en mi vida había estado tan cachondo, pero, como ya imaginaréis, dados los últimos acontecimientos, no era muy objetivo y mi criterio era poco fiable cuando mis hormonas tomaban el control. Para lo que sí me dio el cerebro, fue para imaginar más allá de lo que estaba ocurriendo en ese instante, y no me corté para pedirle más a aquella magnífica madura.

-         Quítate el delantal.

Paró en su tarea, se llevó las manos a la parte trasera de su cintura, deshizo el nudo y, una vez libre la prenda, se la sacó por la cabeza y la tiró a un lado.

-         Quítate el sujetador, pero no te quites la blusa.

Se irguió ante mí, sin dejar de mirarme con una sonrisa lasciva. Comenzó a desabrochar los botones de su blusa, de arriba abajo, lentamente, uno, dos, tres, con parsimonia. Después llevó sus manos a su espalda y desabrochó el corchete de su sujetador. Con dos maniobras hábiles sacó los tirantes por sus brazos, para luego sacar la prenda por el escote. Era de color beige claro, también.

Al instante se marcaron sus erectos pezones bajo la tela, y se comenzó a dibujar la areola; casi se podía ver el color de la carne bajo la prenda. Estiré mis manos y agarré aquellos dos fantásticos globos, redondos y duros; de nuevo pensé que los pechos de mi madrastra no tenían nada que envidiar a los de su hija. Pellizqué sus pezones, que se adivinaban perfectamente, y tiré de ellos. Su dueña gimió, mientras cerraba los ojos y entreabría su boca.

-         ¡Mmmmmm!

Solté mi presa y empujé hacia abajo con mis manos, sobre sus hombros, para que volviese a su posición.

-         ¿Sabes? Te estás convirtiendo en un jovencito muy vicioso; en un auténtico sátiro.

Por toda respuesta, puse mis manos en su cabeza y empujé con suavidad hacia mí; no tuve que decir nada; en un par de segundos mi polla estaba entrando en su boca como si fuera un túnel, notando su calor, el contacto de la saliva caliente que me proporcionaba su lengua, mientras la sacaba para acariciar la parte inferior de mi miembro cuando este entraba en ella. Jugaba procurando que sus labios no me rozasen. Cuando se hubo introducido más de la mitad, comenzó a cerrarlos y presionar con ellos sobre cada milímetro de mi rabo, acompañando sus movimientos con un lento vaivén de cabeza. Era una consumada experta. Mantenía las manos sobre sus pechos, masajeándolos.

Estaba sumamente caliente, desbordado por la situación. Me excitaba más a cada segundo a causa de la situación y del enorme morbo que me producía creerme que tenía bajo mi control a aquella sensual mujer; una mujer de bandera, preciosa y experimentada.

-         Carmen, me voy a correr pronto.

Se sacó un momento la polla de su boca para preguntarme con voz sensual:

-         ¿Dónde quieres correrte, mi amor?

-         Ya lo verás.

Volvió a introducírsela en al boca, pero mantuvo el mismo ritmo lento y cadencioso, acompañado, ahora sí, por su mano derecha que acariciaba la base de mi tronco cuando su actividad bucal se lo permitía. Sacó aún más su lengua para acariciar mi rabo, mientras entraba y salía de su boca, y sentí que me llegaba el feliz momento de la muerte súbita, aunque intenté que no se notase.

La primera descarga llegó junto a un placer que parecía arrancar de los más profundo de mi esfínter, o de mi estómago o mis huevos, no lo sé bien, pero fue bestial. Mi semen fue a parar directo al fondo de la garganta de mi madrastra, que en ese momento se introducía de nuevo mi polla en la boca. Apenas cerró un poco los ojos, pero continuó su tarea. Agarré mi pene con mi mano derecha, y con un movimiento rápido de caderas,  lo saqué de su boca justo a tiempo para dirigir el siguiente chorro de esperma sobre sus pechos, de tal manera que impacté sobre su blusa, marcando por completo su pezón izquierdo, que comenzó a verse con nitidez bajo la tela mojada.

Pensaba que se iba a cabrear, y que comenzaría a despotricar e insultarme pero, contrariamente a lo que yo esperaba, elevó sus pechos hacia mi miembro, juntándolos con sus manos desde abajo, y sacó la lengua lascivamente, mientras comenzaba a gemir, elevando su voz más de lo aconsejable dado el lugar donde nos encontrábamos.

-         ¡Síiii, joder, sí! ¡Lléname entera de leche, cabrón!

Creo que conté hasta tres chorros más, que dejaron sus pechos, su cuello y su escote, totalmente pringados. Me pareció la imagen más sensual que jamás hubiese visto en mi corta vida. Esa es otra foto mental que tengo gravada en mi cabeza, aunque, según la ocasión, me produce sentimientos encontrados. El motivo ya lo descubriréis más adelante.

Antes de que pudiese decir nada, volvió a coger suavemente mi polla entre sus dedos, y la acercó a su cara, para acariciarse con ella las mejillas, los labios y, después, sacar su lengua y comenzar a limpiar con mimo cada gota, cada pequeño rastro de semen que pudiese encontrar.

Aún en la misma posición, cuando pensó que mi herramienta estaba convenientemente limpia se irguió y sacó un paquete de pañuelos de papel de un bolsillo delantero de su pantalón, y comenzó a frotarse la blusa sobre la zona de los pechos, mientras con su mano libre, la izquierda, iba recogiendo restos de semen y los iba lamiendo golosamente. Tal y como acabé de recomponer mi ropa, me senté sobre un par de cajas a mirarla. Estaba realmente preciosa.

-         Bueno, Vicen, ahora que parece que nos vamos entendiendo por fin, no tengo porqué escondértelo: me encanta el semen, me gusta todo de él, su sabor, su olor, su textura. Por favor, la próxima vez no lo desperdicies de esa manera.

La sola idea de imaginar que era más que probable que aquella mujer pronto me hiciese otra mamada, me comenzaba a calentar de nuevo.

-         Lo tendré en cuenta. Por cierto, lo que venía a deciros a Mel y a ti, es que hoy vendré a ayudaros a cerrar la tienda, y podemos aprovechar para cerrar nuestro acuerdo; díselo a tu hija cuando salgas, yo no voy a poder hacerlo antes de marcharme porque estará ocupada atendiendo a la clientela.

Comencé a caminar hacia la salida del almacén.

-         Claro, no te preocupes, yo se lo diré. ¡Vicen, espera!

Le respondí sin girarme.

-         ¿Sí?

-         ¿Y María?

-         Yo de ti no me preocuparía por María; además ella no está invitada.

Me giré antes de salir, justo a tiempo para ver como sonreía, complacida.

Salí de la estancia, atravesé la zona de los servicios, y salí a la tienda. Mel me miró un momento, con cara de no entender, y como había varios clientes presentes, solamente le dije:

-         Adiós, hermanita. Mamá te explicará después.

-         Adiós, Vicen.

A ojos de los presentes debí quedar como un joven educado y cariñoso, sin duda.

Salí de la tienda, y comencé a ser consciente de que estaba totalmente sudado, y el polo comenzaba a mostrar manchas de buen tamaño, producto de la abundante transpiración. Giré hacia la izquierda, en cuanto llegué a la esquina, giré de nuevo y caminé unos metros hasta que llegué junto a la puerta de carga y descarga que estaba en el lateral derecho de la zona del almacén de la tienda.

Esperé unos minutos ojeando mi móvil, y después saqué la llave y abrí con cuidado. En casa siempre había unas llaves de sobra para poder solventar cualquier imprevisto si mis padres y Mel estaban fuera.

Miré hacia el interior, metiendo la cabeza con cuidado, y comprobé que la luz estaba apagada, lo que significaba que ya no había nadie allí. Entré con cuidado y cerré la puerta silenciosamente. Me dirigí a la esquina que había un par de metros más al fondo, siguiendo la pared de mi derecha, y allí, justo en la esquina interior, con la forma de ángulo recto que formaba la unión de ambas paredes, se encontraba uno de los bajantes de recogida de aguas del edificio.

No hacía tanto tiempo que yo jugaba allí mientras mis padres despachaban a los clientes, siempre con mi hermana pegada a sus faldas. Mientras tanto, yo me divertía entre las frutas y las verduras, bien apiladas en filas de cajas, que en mis fantasías imaginaba como enormes rascacielos de una ciudad te desprendía un olor que me encantaba.

Sacudí la cabeza para espabilarme y liberarme de aquella imagen; no quería que me sorprendiesen allí. Busqué el pequeño saliente que había tras el tubo, justo en la esquina, y saqué el pendrive de mi bolsillo. Lo había introducido en una pequeña bolsa de plástico, de las que tienen un cierre a presión arriba, y la había enrollado en forma de un pequeño canuto antes de sellarla con una buena cantidad de cinta adhesiva. Estiré el brazo y lo deposité en el escondite. Me retiré un par de pasos y comprobé que quedaba totalmente oculto a la vista. Decididamente ese era el mejor sitio. Volví a salir sigilosamente por la misma puerta, cerré con dos vueltas de llave, y emprendí el camino a casa. Mientras caminaba, pensé que tal vez debería haberlo destruido.

No tenía claros todos los puntos de mi plan, pero estaba seguro de que con un poco de reflexión, podría acabar de atar hasta el último cabo, y si había que improvisar se improvisaría, como en los videojuegos, que para eso yo era un crack en esas lides.

Tal vez era momento de sentarse y acabar de darle forma a todo lo que tenía en la cabeza. Decidí no volver aún a casa, porque cabía la posibilidad de que estuviese María en ella. Me dirigí hacia el Paseo Marítimo, y luego me introduje por unas calles cercanas, buscando algún banco libre donde poder sentarme bajo una sombra. No tardé mucho en encontrarlo, y me pude sentar para darle una vuelta, tranquilamente, a todo lo que tenía en la cabeza y ordenar ideas.

  • Vamos a ver:

En primer lugar, estaba seguro de que todo lo que nos sucedía nos llevaba a una situación que no tenía solución, a un callejón sin salida, y que, antes o después, nos iba a estallar a todos en la cara, y supongo que, en el fondo, todos los implicados pensábamos lo mismo, por eso ese repentino interés en buscar alianzas para intentar salvar el culo.

Por razón de mi situación en la familia, yo parecía ser un elemento importante para todos y cada uno, e intentaban tenerme de su parte para, llegado el caso, salir indemnes o lo menos perjudicados posible.

Otra cuestión era mi hermana María. Ella lo había liado todo, y había podido comprobar que era capaz de cualquier cosa para conseguir su objetivo. No tenía escrúpulos y nada la detenía; supuestamente me quería, me quería demasiado, pero el suyo era un amor enfermizo que me estaba jodiendo la vida. No estaba seguro de odiarla, pero sí que quería devolverle parte del daño, el agobio y el malestar que nos estaba causando a mí y a mi extraña familia.

Si al final todo se iba a ir a la mierda, por lo menos quería aprovecharme de ello todo lo que pudiera. Sé que suena bastante egoísta pero, en mi ignorancia, entonces me pareció una buena idea.

Sí, decididamente lo haría; esa tarde, a la hora de cerrar la tienda, quedaría con Carmen y con Melinda, y les pediría que selláramos nuestro acuerdo, nuestra alianza pero, a cambio, ellas deberían demostrarme su entrega. Quería tener una sesión de sexo épica, que no olvidara jamás, para que, pasase lo que pasase, cuando todo saltase por los aires, quedase en mi memoria para siempre como un recuerdo indeleble. Vamos, el típico: “que me quiten lo bailado”.

Por supuesto, también aprovecharía para hacer que mi hermana se enterase y rabiara al comprobar que no era ella la que tenía el control ahora, y que, además, no la necesitaba para divertirme. Quería que sufriera: y sufriría. ¡Ahora era yo el puto amo!

-         ¡Sí!, ¡Que se joda! Ahora mando yo!

Elevé un poco la voz. Seguramente me vine un poco arriba; bueno, está bien, me dejé llevar por las hormonas y la inexperiencia. Me sentí poderoso, y eso me nubló un tanto el entendimiento, pero poneros en mi lugar: un chaval, tan solo un adolescente, se encuentra en disposición de poder disfrutar a placer de dos hembras superlativas para satisfacer sus más bajos instintos, con el agravante de que ambas viven bajo el mismo techo que él, y además, son madre e hija. ¿No es para venirse arriba?

Sólo me faltaba quedar con Mel; no podía fiarme de que Carmen le hubiese dicho algo y, de haberlo hecho, no sabía que mensaje le habría transmitido. Tampoco pensaba que hubiese ningún problema con mi hermanastra, si pensaba en las últimas conversaciones con ella y en su entrega y disposición en los últimos días.

Llegaba el momento de atar otro cabo. Tenía que llamar a mi padre y así lo hice.

-         Hola hijo.

-         Hola papá, ¿cómo va todo?

-         Bien. El tío va mejorando y muy pronto volveré a casa. Te envía recuerdos.

-         Me alegro mucho.

-         ¿Y cómo va todo por ahí, Vicen?

-         Bien…

-         No te noto muy convencido.

Este era el momento para introducir mi comentario.

-         No, verás, es que… María…

-         ¿Qué pasa con tu hermana?

-         No quería decirte nada para no preocuparte, pero no sé que le pasa, papá. Está muy borde con todo el mundo, y no me deja respirar; se pasa el tiempo controlándome y actúa de forma muy extraña. Siempre está de mal humor. A veces…

-         ¿A veces qué? Vamos, habla claro, Vicen.

-         Es que a veces me da un poco de miedo; no la reconozco.

-         …

-         ¿Papá?

-         Antes o después tenía que pasar. Ya te dije que cuando regrese tenemos que hablar tú y yo sobre tu hermana María. Hasta mi regreso no quiero que te metas en problemas con ella, ¿me oyes?, solamente intenta no contrariarla ni discutir con tu hermana, ¿entendido?

-         Sí, papá.

-         Vale, hijo, pues cuídate mucho y nos vemos muy pronto. Si todo va bien por aquí, te llamaré para darte las buenas noches. Te quiero, hijo.

-         Un beso, papá. Te quiero mucho.

Estaba hecho. No negaré que la conversación con mi padre me dejó tocado. Era un buen hombre y un buen padre, pero ahora ya había marcha atrás. Si tenía que pasar algo, lo que yo hiciese a partir de ahora tampoco podía empeorar mucho más las cosas, ¿no?

Pensé en quedarme un rato más; allí se estaba muy bien, y me dediqué a mirar entre mis mensajes. Parecía como si de repente yo casi hubiese dejado de existir, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo para dejarme tranquilo. Tan solo encontré un audio de mi amigo Juan, que me deseaba que estuviese bien, y que le llamara si quería quedar con ellos para ir a la playa. El chaval no quería presionar y respetaba mi espacio. En los últimos días me estaba demostrando que era un buen tío y un buen amigo.

Envié un mensaje a mi prima Amaya para desearle la pronta recuperación de su padre, y retomé el camino.

Esta vez sí, me dirigí a casa. Me daba igual si me encontraba con María, porque haría lo que decía mi padre: con no hacerle caso, solucionado. Pero no contaba con el descaro y la retorcida mente de mi hermana.

Llegué a casa y entré con cierta cautela. En un primer momento no escuché nada, pero después me pareció escuchar unos sonidos que procedían de la zona de las habitaciones; no podía ser otra que María.

Cuanto más me aproximaba, más seguro estaba de dónde se escuchaba el sonido, porque procedía de mi habitación. Cuando atravesé el salón y llegué al pasillo, ya no cabía duda de que había alguien en ella, porque la puerta estaba entreabierta y la luz encendida. La abrí de par en par, con cara de pocos amigos y, por desgracia, no me sorprendió encontrarme a María sentada frente a mi escritorio. Un segundo vistazo me permitió confirmar que estaba jugando, (o por lo menos lo intentaba), una partida con uno de mis videojuegos.

-         ¡María!

Giró el sillón y me respondió sin levantarse ni soltar el mando.

-         ¡Hombre!, el hermano pródigo ha vuelto a casa.

-         ¿Qué cojones haces en mi habitación? ¿y jugando con mi videoconsola?

-         Tú mismo te acabas de responder.

Y volvió a girarse para continuar con su partida como si nada.

Esto ya pasaba de castaño oscuro y si quería provocarme lo había conseguido.

-         ¡Sal ahora mismo de mi habitación!

-         Hasta donde yo recuerdo, hace muy poco te encantaba que estuviese en tu habitación y jugase con tus juegos, ¿verdad?

Se giró de nuevo cuando acabó esta frase, y poniendo un pie sobre el asiento del sillón, dobló su pierna izquierda y dejó que su camiseta resbalase para descubrirme la visión del exiguo triangulito de un tanga rojo de encaje.

Debo reconocer que durante un par de segundos mis ojos quedaron clavados en aquella imagen pero, por suerte para mí, no hacía mucho rato que había practicado sexo, y esto me permitió que mi cerebro me recordase la intromisión que estaba cometiendo mi hermana, y retorné a mi enfado, aunque de una manera más controlada.

-         Me tienes muy harto, María.

No dije nada más; me acerqué hacia ella, volví a girar el asiento y, sin darle tiempo a que se levantase, comencé a mover el sillón sobre sus ruedas con dirección a la salida de mi habitación hasta que lo dejé en el pasillo con mi hermana sentada y cara de incredulidad. Ni siquiera fue capaz de reaccionar. Enseguida volví a entrar en mi habitación, cerré la puerta con rapidez y la aseguré con el pestillo. Un instante después mi hermana reaccionó:

-         ¿Se puede saber que coño haces? ¡Vicen, abre la puerta! ¡Vicente, soy tu hermana mayor y te digo que abras la puerta!

-         Y sino qué: ¿se lo vas a decir a papá? ¡Déjame en paz de una vez!

Se hizo un silencio extraño que me mantuvo alerta hasta que, sobresaltado, escuché un fuerte golpe en la puerta, seguramente producido por un empujón que mi hermana debió proporcionar a mi sillón lanzándolo contra mi puerta.

-         ¡Estás loca! ¿Lo sabes, verdad?

-         ¡No eres más que un niñato! ¿Piensas que ya eres un hombre porque te la han chupado un par de veces? ¡Gilipollas!

-         Lo que tú digas, María. Por cierto: hoy iré a echarles… “una mano” a Carmen y Mel a la hora de cerrar la tienda –puse la mayor intención de la que fui capaz al decir aquellas palabras.

-         ¡A esas ni te acerques! ¿Me has oído?

-         Papá nos ha dicho que nos ayudemos como una familia, y eso voy a hacer.

-         ¡Cómo vayas te arrepentirás!

-         Lo que tú digas; anda déjame en paz de una vez.

Se hizo el silencio y, un momento después escuché un tremendo portazo en la habitación de mi hermana. Después la escuché gritar con rabia y un aparatoso golpe de un vidrio al quebrarse. Supongo que se cargó uno de los retratos que tenía en sus estanterías o algo así; desde luego yo no me iba a preocupar de averiguarlo.

Dejé pasar un tiempo prudencial y recuperé mi sillón del pasillo, introduciéndolo en mi habitación con mucha cautela, para luego volver a cerrar mi puerta con pestillo. La verdad es que esa no era manera de vivir, y todo por culpa de la desequilibrada de mi hermana. A veces me preguntaba cómo narices habíamos llegado a esa situación.

Tenía que hacer tiempo hasta la hora de comer, y dadas las circunstancias lo único que se me ocurrió fue enviarle un mensaje a Laura.

“Hola, guapísima. ¿K tal?

La respuesta fue casi inmediata:

“Hola. Pensaba k te habías olvidado de mí”

Le respondí con prudencia:

“No, eso es imposible. Pero las cosas en casa están un poco complicadas”

Tardó un par de minutos en contestar:

“¿Por tú tío?

Pensé que era un buen momento para empezar a introducirla, en la realidad de mi vida actual, -o por lo menos en la parte que a mí me interesase.

“No, mi hermana que es una cabrona?

Me respondió con un emoticono que representaba una carita con los ojos muy abiertos, simbolizando una gran sorpresa, junto con un texto: “pensaba que María y tú os llevabais muy bien”. Lo único que se me ocurrió responderle fue:

“Pues no es así; hace un rato hemos tenido un broncazo”

Tardó su respuesta, supongo que no sabía qué responderme:

“¿Quieres que suba a verte?, tengo un ratito libre”

A pesar de que me apetecía mucho la idea, le respondí que no; tal y como estaba el patio con mi hermana, me pareció que no era una buena idea.

Enseguida me llegó su propuesta:

“¿Te llamo?

Fui yo el que la llamó a ella, pero usando la opción de videollamada. Respondió al tercer tono.

-         Hola, guapo.

-         Hola, Laura, preciosa.

-         ¡Uy!, gracias.

Escuchar su voz fue como un bálsamo; era un soplo de aire fresco en medio de todo el caos que reinaba en cada uno de los aspectos de mi vida. Debía estar hablando desde su dormitorio; un lugar donde yo nunca había estado pero en el que esperaba estar algún día.

-         ¿Estás bien?

-         Sí… es solo que… -me callé al instante.

-         ¿Qué pasa?

-         Acabo de tener una bronca monumental con mi hermana.

-         Vaya, lo siento.

-         No te preocupes.

-         Pensaba que os llevabais de maravilla.

-         Hasta hace poco yo también. Pero no hablemos de eso. ¿Cómo estás?

-         Pues desde ayer mucho mejor, gracias a ti.

-         No sé que decirte, es un todo un honor señorita.

Rió divertida mi comentario. Su risa era muy musical, era una risa fresca, sincera, e incluso a través de la pequeña pantalla del teléfono se percibía como se iluminaban sus ojos.

-         ¿Cuándo no vamos a ver, vecino?

-         En cuanto las cosas se calmen un poco por aquí; ahora están un poco complicadas.

-         Ya me imagino… De todas formas no te preocupes, seguro que encontramos un hueco; además, de momento no pensamos mudarnos del edificio, ¿no?

Los dos reímos con ganas.

-         Bueno, chico guapo, te dejo que tengo prepararle la comida al trasto de mi hermano y ya está por aquí dando vueltas.

-         Vale. Procura no envenenarlo.

-         ¡Oye!, que lo cuido muy bien. Además, solamente tengo que calentar la comida que ha dejado mi preparada madre, así no hay margen de error o la acusarán a ella.

Volvimos a reírnos los dos.

-         Hasta luego, Laura.

-         Hasta luego “Vicente”.

-         ¡Hey!

Y cortó la comunicación. Cuando me di cuenta descubrí que tenía una tonta sonrisa dibujada en mi cara. Laura era una buena chica, y lo más auténtico y verdadero que me había pasado en los últimos tiempos, sobre todo porque no tenía nada que ver con mi familia, ni con los problemas relacionados con ella.

Me tumbé en la cama, con los brazos tras la nuca, y no pude evitar que una nube enturbiara mi momento feliz. De repente, me cruzó la idea por la cabeza de qué cara pondría mi vecina si se enterase de todo lo que ocurría en mi casa y de todo lo que tenía que ocultar; por un segundo me sentí horrible, y pensé que yo era lo peor.

El sonido de unas voces familiares me sacó de mis pensamientos. Me levanté de un salto y abrí la puerta de la habitación para escuchar mejor: habían llegado Carmen y Mel. Salí a su encuentro.

-         Hola.

-         Hola, Vicen. ¿Estamos solos?

-         No, Carmen, está María, y no de muy buen humor.

-         Bueno, no dejaremos que eso nos fastidie la comida, ¿verdad?

Mi madrastra se acercó y me dio un suave beso en la mejilla. Mientras, Mel nos miraba con cara de no entender demasiado.

-         ¿Nos ayudas a poner la mesa, Vicen?

-         Sí, claro.

Mientras yo disponía la mesa de la cocina, Mel fue a cambiarse, Carmen puso a calentar algo en el horno mientras preparaba una ensalada. Se la veía de buen humor. Le iba a preguntar si había hablado con su hija, cuando esta apareció en la cocina. No pude evitar quedármela mirando, porque vestía un diminuto pantaloncito de deporte de color rojo, muy ajustado y una camiseta muy corta de color blanco, casi un top, que además de su perfecto vientre, insinuaba la parte inferior de los pechos de su dueña según el movimiento de esta. Era evidente que no llevaba sujetador.

Cuando conseguí quitarle los ojos de encima, acabé de poner la mesa.

Justo estábamos empezando a comer, cuando apareció María en la cocina. Se paró en la puerta al vernos. Nos miró a los tres y después abrió la nevera, cogió una lata de refresco y, cuando se disponía a salir, se dio la vuelta y se dirigió a nosotros:

-         Ya comeré más tarde, que aquí apesta y me va a sentar mal la comida.

Mel ni siquiera la miró. Yo la miré sin decir nada, pero Carmen si que le respondió con actitud de suficiencia.

-         Como quieras, cariño, a fin de cuentas esta es tu casa, ¿no?

La cara de mi hermana pasó del odio a la sorpresa y, de ahí al desconcierto. Supongo que debía de haber algo que no le cuadraba, pero prefirió marcharse. De hecho a mí también me sorprendió un poco la actitud de nuestra madrastra.

El resto de la comida transcurrió en silencio hasta que Carmen, me preguntó:

-         ¿Quieres un poco más, Vicen?

-         No gracias, estoy lleno.

-         Pues deberías comer más, que vas a necesitar energía.

Mel levantó la cara, muy sorprendida, y nos miró otra vez sin comprender.

-         Bueno chicos, yo me retiro a descansar que aún queda mucho que hacer hoy; por cierto, Vicen, ¿Tú no tienes nada que decirle a tu hermana?

-         Yo…

-         Os dejo para que habléis; por favor recoged esto que voy a ducharme y a escoger que me pongo para luego. ¡Ciao!

Y sin decir más se levantó de la mesa y salió de la cocina. Un segundo después Melinda me preguntaba:

-         ¿De qué va esto, Vicen?

Me tomé un instante para ordenar mis ideas. No dejaba de sorprenderme el descaro de Carmen y como había cambiado su actitud en tan poco tiempo. Me daba la sensación de que se creía al mando, y eso no me gustaba. Tras ese instante de reflexión, respondí a Mel.

-         ¿Tu madre no te ha dicho nada, Mel?

-         ¿Qué me tenía que decir?

-         Verás, es que hemos llegado a un acuerdo.

-         ¿A un acuerdo? ¿Qué acuerdo?

-         Bueno, digamos que no eres la única que me has pedido ayuda, ¿entiendes?

No me contestó. Dejó los cubiertos sobre la mesa, cogió su plato y el de su madre, y los llevó hacia el fregadero para enjuagarlos. Me levanté tras ella.

-         Vamos, ¿no querías que hubiese paz en la casa?

-         Sí, pero ¿Qué pasa conmigo? –no se giró al hablarme.

Me acerqué y me puse tras ella, casi pegado a su cuerpo y la abracé desde atrás poniendo mis manos sobre su vientre; estaba suave y caliente. Después comencé a hablarle en voz baja.

-         No te preocupes, hermanita, también he decidido que te apoyaré, pase lo que pase, estoy de tu parte; no quiero que te vayas de esta casa.

Se giró y me apartó para dirigirse de nuevo a la mesa.

-         Pero tú sabes que mi madre es terrible. No la soporto.

Recogió los cubiertos restantes y mi plato, y volvió de nuevo al fregadero para seguir enjuagándolo todo antes de meterlo en el lavavajillas. Esta vez me pegué con fuerza desde atrás presionado sobre su culo, y enterré mi cara en su cuello.

-         Mel, preciosa, por fin vamos a pararle los pies a María; si estamos juntos no se podrá salir con la suya. ¿no es eso lo mejor para todos?

Ella no dijo nada, no se movió, y durante unos instantes tan solo se escuchaba el sonido del agua cayendo en el fregadero por el grifo abierto.

-         Sabes, Mel, esta noche, iré a la tienda para ayudaros a cerrar y, después, los tres sellaremos nuestro pacto. Ya verás, lo pasaremos muy bien.

Apreté mi miembro contra su duro y redondo culo, y llevé mis manos hasta sus pechos metiéndolas por debajo de la corta camiseta.

-         Eres un cerdo y un cabrón.

No levantó la voz al decirlo. Enseguida noté como su culo presionaba contra mí. Presioné también contra ella hasta hacerla prisionera contra la encimera de la cocina. Saqué una de las manos con las que amasaba sus magníficas tetas, y la llevé al grifo, -la derecha-, la mojé bien y después la llevé a su boca. La abrió, ligeramente, y pude sentir la punta de su lengua que lamía las gotas de agua que le ofrecían mis dedos, a la vez que ladeaba su cabeza y la echaba hacia atrás, apoyándola en mi hombro izquierdo.

-         Sigo diciendo que eres un cerdo…

No había convicción en su voz; más bien excitación y su pezón izquierdo, que ahora tenía atrapado entre mis dedos, se había puesto duro como una piedra. Bajé la mano mojada, y presioné con ella sobre su coño, por encima del suave pantaloncito.

-         … y un puto pervertido.

-         Ya, pero te gusta.

-         Sí…

Me abrí paso a través de la goma del pantaloncito y deslice mi mano entre su vientre y la prenda; enseguida llegué al monte de Venus de mi caliente hermanastra, hasta acariciar sus labios mayores. Estaba ardiendo y yo me estaba poniendo como una moto.

-         Creo que antes hemos dejado algo a medias.

-         Sí, por eso eres un cerdo; lo que se empieza se acaba, ¿también me vas dejar a medias ahora?

-         Ya lo verás.

Me encantaba la entrega de Mel, y no era solamente porque fuese una hembra de bandera, ni porque fuese unos años mayor o que fuese mi hermanastra; no, era por su sensualidad, tenía algo especial que me hacía desearla.

-         ¿Qué me vas a hacer?

-         Estate quieta y no preguntes tanto.

Saqué la mano de su pantalón, y, de repente, la giré hacia mí sin ningún miramiento.

-         ¡Ahh! ¿te vas a aprovechar de tu hermana mayor?

Preguntaba por preguntar, llevada por la excitación, y jugaba.

Tiré de su pantalón de deporte hasta que quedó a la altura de sus rodillas y llevó sus manos atrás y se apoyó en la fregadera para no caer. Se quedó allí, quieta, expuesta, mirándome con los ojos entrecerrados, casi jadeaba, con la boca entreabierta, y se le notaba la respiración alterada, que le hacía subir y bajar los pechos, en una especie de danza muy atrayente, como si fueran un reclamo para atraer a su presa.

El sonido del agua que seguía derramándose en la fregadera nos hacía de banda sonora.

Me agaché delante de ella y la agarré por los muslos, tirando hacia mí, para acercármela a la cara.

-         Vicen, nos pueden ver…

Por toda respuesta hundí mi cara entre sus muslos y saqué mi lengua para empezar a recorrer cada rincón de su coñito; olía a gloria, Olía a hembra superlativa, y sabía como el mejor de los elixires.

-         ¡Joder, joder!, ¡qué bueno!

Separé sus labios y comencé a lamer su clítoris, que se hinchaba por momentos, hasta que noté como comenzaba a inundarlo la humedad, y percibí como sus caderas danzaban al compás de mis movimientos.

-         ¡Cómo me estás poniendo, cabrón!

-         ¿Qué manera es esa de hablarle a tu hermano pequeño?

Me miró intentando esbozar una sonrisa por mi ocurrencia, pero no fue capaz porque se le escapó un gemido mientras cerraba los ojos y apretaba con fuerza su boca, haciendo enrojecer sus labios.

-         Ahora tendrás tu premio.

-         ¡Sí, por favor!

Dejé mi tarea y me incorporé para abrir un cajón que había a mi izquierda, donde se encontraban los utensilios de cocina. Mel me miraba con curiosidad desde su posición mientras yo rebuscaba en el cajón. Por fin encontré lo que buscaba: una cuchara de  madera para cocina, de unos cuarenta centímetros de largo, que tenía un mango cilíndrico, de un grosor equivalente al del dedo índice de la mano.

-         Vicen, no pensarás…

Me acerqué a ella, lentamente, y aproximé la parte ancha de la cuchara a su boca, mientras me miraba fijamente.

-         Saca esa lengua de viciosa que tienes.

-         ¿Así? ¡Ammm!

Sin dejar de mirarme, fue dejando salir su lengua, muy despacio, mientras me miraba, hasta que la punta acarició el cucharón. Lo lamió un par de veces, de arriba abajo, y después le di la vuelta al utensilio y acerqué la parte cilíndrica a su boca. La recibió entreabriendo sus labios y sacando un poco la lengua; enseguida comenzó a introducirse varios centímetros. Pasado un minuto, Mel le estaba practicando una magnífica felación al objeto.

-         Ya está bien, trae aquí.

Le arrebaté la cuchara y volví a agacharme delante de ella, que me miraba desde arriba, expectante. Con la mano izquierda separé los labios de su coño, y con la derecha, acerqué el mango del afortunado utensilio hasta que comencé a introducírselo, despacio. Apenas había entrado cinco o seis centímetros, cuando noté como las paredes de aquella deliciosa cueva presionaban sobre el objeto, mientras su dueña echaba la cabeza hacia atrás y comenzaba a gemir.

-         ¡Aaahh!, ¡aaahh!

Aumenté el ritmo y la profundidad de la penetración, y Mel comenzó a acompañar mis movimientos separando más sus piernas y flexionando sus rodillas; se estaba follando la cuchara. La visión que me ofrecía mi posición era impresionante, digna de ser filmada. Tomé nota mental para hacerlo en el futuro, si es que tenía otra oportunidad como esa.

A todo esto, yo notaba que mi erección iba a hacer reventar mi bragueta, y me causaba una molestia importante; necesitaba liberar mi miembro. Torpemente y con una sola mano, la siniestra, intenté desabrochar el botón y bajar la cremallera: imposible.

-         Vicen, ven… ¡aaahh!... acércate.

Mi hermanastra puso una mano en mi cabeza para reclamar mi atención.

-         Déjame a mí.

Me incorporé y me acerqué hacia ella, intentando no bajar el ritmo de los envites. Con manos temblorosas y sin separar su culo del apoyo que le brindaba el mueble de cocina, desabrochó el botón y me ayudó a sacármela.

-         ¡Joder qué dura está!

Me pegué literalmente a ella por su costado derecho, y me apoyé también en el mueble, de forma que mi muslo izquierdo tocaba directamente la madera y su muslo derecho. Y con el otro, yo envolvía el resto de su pierna. Además de tener su agradable contacto, conseguí que pudiera coger mi polla con su mano derecha; ahora todo era más sencillo.

Aceleré el ritmo de penetración a Mel, dándole más intensidad y profundidad. Su respiración se aceleró y subió el volumen de sus gemidos, ahora totalmente desinhibida. Se escupió copiosamente en su mano derecha y me agarró con decisión el miembro para empezar una placentera paja, mientras, yo me restregaba contra ella.

-         ¡Vicen, me voy a correr muy pronto!

-         ¡Sí, vamos, córrete!

Aceleré el ritmo de mi antebrazo todo lo que pude, y, a los pocos segundos, mi hermanastra comenzó a tensarse mientras respiraba trabajosamente con la boca muy abierta. Ni tan siquiera podía gemir y su cara se estaba poniendo muy roja, a la vez que veía su vientre contraerse de forma espasmódica. Ralentizó el ritmo de la paja que me estaba haciendo, totalmente desconcentrada, y, con la mano libre, -la izquierda-, daba pequeños golpes sobre el borde exterior del fregadero, al que se agarraba para intentar no caerse.

-         ¡Me corro, no pares, no pares, por Dios!

-         No pensaba hacerlo.

De repente, soltó mi miembro y me agarró de la nuca para atraerme hacia ella. Casi al instante encontré su lengua en mi boca, que me devoraba, mientras escuchaba resonar en toda mi cabeza sus gemidos, más bien gritos:

-         ¡Aaauuhh! ¡aaauuhh! ¡oooohh!

Después de unos segundos, me liberó de su beso, y con su mano, me detuvo para que dejara de penetrarla con la cuchara.

-         Para, para ya, por favor.

Saqué el improvisado dildo de su interior, totalmente mojado, y varias gotas de flujo brotaron del interior de Mel, comenzando a resbalar por sus muslos.

-         ¡Joder, que pasada! ¿Dónde has aprendido tú eso, tete?

-         No sé, se me ha ocurrido.

No me dejó hablar más, porque se movió con rapidez y ahora fui yo el atrapado contra el mobiliario de la cocina, mientras ella se pegaba a mí y comenzaba a besarme y lamerme lascivamente por toda la cara. Agarró mi polla con su mano derecha y, con una puntería sorprendente, dejó caer un buen hilo de saliva desde su boca que acertó de pleno sobre mi glande. Acto seguido comenzó a masturbarme firme pero delicadamente, a buen ritmo, de manera que, además del sedoso contacto de toda su mano, cada vez que ésta bajaba por el tronco de mi miembro, mi glande rozaba contra la sedosa piel de su vientre.

-         ¿Te gusta?

-         Sí, mucho…

Mel parecía estar excitándose de nuevo, y se restregaba sinuosamente contra mí, que ya estaba rozando el séptimo cielo.

-         ¡Vamos, córrete, por favor!

-         Estoy… estoy cerca.

-         ¡Necesito tu leche! ¡Dámela, hermanito! ¡Dásela a la puta de tu hermanastra! ¡Anda, venga!

Comenzó a hablarme como si fuese una perra o, más bien una gata en celo, que ronronea para atraer al macho y, debo reconocer, que surtió efecto.

-         ¡Ya, Mel, ya!

-         Sí, si, eso es, ¡dámela!

Se pegó más a mí y, mientras yo iniciaba la primera descarga, noté su mano que se movía con habilidad, y me acariciaba el glande contra la suave piel de su vientre, haciendo suaves movimientos.

Mientras acababa de correrme, mi hermanastra dirigía mi miembro a su antojo sobre su cuerpo, extendiendo mi semen por él, a la vez que me besaba con dulzura. Fue un buen orgasmo, y una buena paja en una situación muy morbosa.

-         ¡Uuufff!

Fue lo único que supe decir.

-         ¿Te apetece un postre, Vicen? A mí sí.

Me desconcertó aquella pregunta, pero la chica me sacó de dudas enseguida. Se subió un poco el pantalón corto, pero sin llegar a cubrirse del todo, y se dirigió a la nevera, cogió un pequeño plato de arroz con leche, y lo puso en la mesa. Después utilizó una cuchara de postre, recogió con ella todo lo que pudo de los restos de corrida que había en su vientre, y los repartió sobre el plato, extendiéndolos con gracia. Se llevó una cucharada a la boca y con una sonrisa me dijo:

-         Está bueno. ¿Me darás más otro día?

Apenas atiné a decirle:

-         Sí.

Creo que era lo más morboso que había visto nunca. Era otro aspecto de mi hermanastra que desconocía.

-         Creo, creo que me voy a la ducha, -mientras me ponía bien la ropa.

-         Nos vemos luego en la frutería, Vicen.

-         Vale.

Cuando salí de la cocina, vi a Carmen que me miraba desde la puerta de su habitación, esbozando una gran sonrisa mientras la mantenía entreabierta. Cerró la puerta y yo continué hacia mi cuarto. Una vez dentro, miré el móvil de forma casi instintiva; había recibido un mensaje de María:

-         “Eres un puto traidor y un mierda, y te vas a arrepentir. Me las pagarás enano asqueroso”

Ni tan siquiera su mensaje logró arruinarme el momento, y me duché con una sensación de bienestar como hacía tiempo no sentía. Después, encerrado de nuevo en mi habitación, me dispuse a disfrutar de los beneficios de la siesta. Me costó unos minutos conciliar el sueño, una tanto nervioso por lo que pasaría cuando fuese a ver a “mis chicas” a la tienda, pero me quedé frito.

Dormí poco más de dos horas, pero me desperté como nuevo. No había ni un solo mensaje en mi teléfono, ni una llamada perdida. ¡Qué maravilla!

Durante un instante estuve pensando en cuanto me gustaría que reinase de nuevo esa rutina veraniega en mi vida, en la que solamente pensaba en dormir, quedar con los colegas para ir a la playa, hacer deporte, jugar con mi videoconsola y, si quedaba tiempo, ver la tele.

Pero ahora todo era diferente, todo había cambiado. Sin darme cuenta, junto con el descubrimiento del sexo, -tal vez de una forma poco habitual, es cierto-, había entrado de lleno en los problema del mundo de los adultos y las relaciones. Vaya si era distinto ahora.

Aún quedaba bastante tiempo para la hora de cierre de la tienda, y decidí que tenía que pasarlo de la mejor manera posible. También sabía que había algo pendiente que debía hacer, así que llamé a mi colega Juan.

-         ¿Qué pasa, tete?

-         Pues ya ves, Juan, de veranito. Ya sabes.

-         ¿Cómo va todo?

-         De puta madre.

-         Te apuntas a la playa.

-         Vale.

Quedamos emplazados en nuestro lugar habitual, en media hora. Me puse una camiseta, un bañador, y unas zapatillas deportivas, metí unas bermudas y un bóxer para cambiarme después, cogí mi mochila, el teléfono y cuatro cosas más, y me largué de casa lo antes que pude. No se me ocurría manera mejor para alejarme de allí y no encontrarme con María. Salí de estampida, aunque procurando hacer el menor ruido posible.

Por un momento recordé cuando, no hace tanto, no tenía que preocuparme por si había o dejaba de haber alguien en casa, y, mucho menos mi hermana, pero sí recuerdo que fuese donde fuese, ella aparecía para preguntarme a dónde iba. En mi ignorancia, pensaba que lo hacía porque se preocupaba mucho por mí, porque yo era su hermano pequeño, su niño y me protegía; ahora no estaba tan seguro del motivo.

Confiando porque no escuché ni un ruido en casa, cerré la puerta, y decidí bajar en el ascensor. Una vez dentro pulsé el botón para bajar. A la altura de la tercera planta, el recorrido se detuvo, y enseguida abrieron la puerta desde fuera: era Laura con su madre y su hermano. Nuestras miradas se cruzaron un segundo, pero actuamos con total normalidad.

-         Buenas tardes, Vicen.

-         Buenas tardes, Sra. Nuria.

Nuria era la madre de Laura. Era una persona muy amable, aunque para quien se lo pregunte, debo decir que físicamente no era gran cosa. Reconozco que cuando entró en el ascensor mi vecinita, con el cabello recogido en aquel gracioso moño, aquella minifalda tejana, la larga y vaporosa blusa veraniega de color blanco, sus pies enfundados en aquellas preciosas sandalias, con un poco de tacón, y, sobre todo, aquella mirada directa y llena de vida de sus ojos, mi corazón dio un vuelco. Todo eso pasó por mi mente durante el fugaz instante que tardaron en entrar a la cabina.

-         ¿Cómo sigue tu familiar? Laura me ha dicho que habéis tenido un pequeño susto, ¿no?

-         Sí… es el hermano de mi padre, el corazón… pero parece que está mejor. Gracias.

Estuve un poco titubeante, la verdad.

-         Me alegro de que no haya sido nada.

-         Es usted mi amable.

-         Por favor, no me hables de usted, que somos vecinos hace mucho tiempo.

-         Gracias.

-         Y deja ya de darme las gracias, hombre.

Por suerte el ascensor llegó a su destino y las puertas comenzaron a abrirse. Nuria y el pequeñín salieron primero, y Laura aguardó un segundo, para estirar su mano hacia atrás, y buscar la mía; cuando avancé las puntas de nuestros dedos se rozaron durante un fugaz instante. Me encantó su gesto.

Avanzamos hacia la puerta de salida del edificio, atravesamos el jardín, salimos a la calle, y nuestros caminos se dividieron.

-         Adiós, Vicen. Que se mejore tu tío.

-         Muchas gracias Nuria.

-         Adiós, Vicen.

-         Hasta luego, Laura. Adiós peque – saludé con la mano al pequeñajo que, por alguna razón andaba muy callado.

-         No te responderá, está enfadado porque lo llevamos a cortarse el pelo.

Se situaron cada una a un lado del niño y lo cogieron de la mano. En el último instante, Laura se giró y me sonrió con complicidad. Le devolví la sonrisa y me quedé unos segundos mirando como se alejaban antes de reemprender mi camino; sentí envidia de ver aquella familia que parecía tan normal.

No tardé mucho en llegar a la playa y, además de Juan, ya había llegado mi colega Nacho. La recepción fue como de costumbre.

-         ¡Hombre, ya ha llegado el perdido!

-         ¿Qué pasa? ¿Qué tal?

Nos hicimos los saludos de rigor, y dispuse mi toalla sobre la arena. Charlamos sobre cosas intrascendentes durante un rato, y después nos dimos un refrescante baño; la playa estaba a tope de gente. En un momento en el que Nacho estaba hablando por teléfono, Juan aprovechó para preguntarme.

-         ¿Cómo estás, tete?

-         Bien. Bueno… hay problemas en casa.

-         ¿Qué pasa? Ya sabes que me lo puedes contar –bajó la voz- ¿Te puedo ayudar?

-         No, muchas gracias, de verdad.

-         ¿Es por lo de tu tío?

Sentí unas enormes tentaciones de contarle algo, lo que fuera porque necesitaba desahogarme con alguien, pero sabía que no podía hacerlo. Era demasiado fuerte, incluso para mí. Le expliqué solamente lo que consideré necesario para saciar su curiosidad, y beneficiar mis intereses.

-         No, mi tío está mejor y parece que mi padre regresará muy pronto a casa.

-         ¿Entonces?

-         Es por mi hermana.

-         ¿Mel, el pibón?

-         ¡No, hombre!, por mi hermana de verdad, por María.

-         ¡María! –levantó la voz al decirlo.

-         ¡Ssshhh!

-         ¿María? –esta vez bajó el tono exageradamente.

-         Sí. Últimamente vamos de bronca en bronca; me está haciendo la vida imposible.

-         Tío, es que las hermanas mayores son un coñazo. Siempre se quieren aprovechar de nosotros porque son mayores y van de mujercitas experimentadas. Es como si fuéramos sus bebés.

-         Supongo que será eso…

Nacho finalizó su conversación telefónica, y nosotros nos miramos como diciendo: ya hablaremos.

El resto de la tarde fue reconfortantemente normal. Nos bañamos, tomamos el sol, bromeamos, hablamos de las vacaciones y de fútbol, hicimos planes… Hoy, cierto tiempo después, la recuerdo como una gran tarde. Sobre todo teniendo en cuenta todo lo que pasó después. Pensaba que posiblemente habría una cierta agitación en mi familia cuando lo que tuviese que suceder, sucediera, pero no podía ni imaginarme lo que se me venía encima.

Cuando la afluencia de gente comenzó a disminuir y el sol comenzaba a bajar de forma notable, miré el reloj y me di cuenta de que tenía una cita a la que no podía ni quería faltar.

-         Bueno, yo me largo ya, que tengo que ir a ayudar a cerrar la tienda.

-         ¿Necesitas ayuda?

-         Gracias Juan, pero no. Tengo que apañarme yo, que no está el horno para bollos y no creo que María pueda ir.

-         Ya, pues que sea leve.

A todo esto intervino Nacho:

-         A Juan lo que le pasa es que va loco por poder acercarse a tu hermana mayor.

-         ¡Serás cabrón!

Los dejé, peleándose en broma, y me acerqué a quitarme la arena en una de las duchas públicas de la playa. Me sequé y, lo más disimuladamente que pude, me cambié el bañador.

-         Bueno, tíos. Me voy.

-         Vale, tete.

-         Nos vemos.

Y emprendí el camino a la tienda, con mi mochila al hombro y muchas ideas rondándome por la cabeza, y en todas aparecían cuerpos desnudos de mujer. En algún rinconcito de mi cerebro me asaltaba la duda de si aparecería María por la tienda para comprobar que pasaba, o si se quedaría en casa con su cabreo tramando algo. Pero, por encima de todo, pensaba que tenía la sartén por el mango; que ahora nada podía salir mal.

No tardé en llegar al local. Cuando entré, aún quedaba un matrimonio de ancianos que hacían las compras de última hora; aprovechaban las horas de menos sol para abastecerse. Saludé al entrar, y todos los presentes me contestaron educadamente.

En cuanto salieron los últimos clientes, iniciamos el ritual de recogerlo todo, apilar correctamente las cajas, limpiar y colocar en su sitio el género para el día siguiente, en una coreografía sobradamente memorizada a través de tanto repetirse. Finalmente, bajamos la persiana de la fachada, y cerramos la puerta de cristal del escaparate. Se hizo el silencio.

Me quedé mirando a Mel, que me sostuvo la mirada un par de segundos, y después se dirigió al baño sin decir palabra. Carmen me miró desde una de las cajas registradoras, con unos billetes en la mano mientras acababa de cuadrar la caja del día.

Me sentí un poco idiota y, la verdad, es que no sabía muy bien qué hacer. De todas las imágenes que habían pasado por mi mente durante las últimas horas, este escenario tan cotidiano no era, ni de lejos, uno de los que pensaba que me iba a encontrar.

Para mis adentros pensé – ¿y si la estás cagando, tío?-, pero, claro está, no recibí respuesta alguna.

Mi madrastra continuó con su tarea, actuando con total normalidad y yo comencé a pasear por la tienda, un tanto nervioso. Pasados un par de minutos, apareció de nuevo Mel, y su imagen me dejó sin aliento.

Había cambiado de ropa. Ahora vestía un corto vestido veraniego, en color negro y con estampados florales en varios colores, con un pronunciado escote en forma de V, que se cerraba casi a la altura de su esbelta cintura, y quedaba asegurado por un pequeño cinturón de la propia prenda. Las mangas llegaban hasta el codo. La parte inferior cubría, solamente, hasta la mitad sus muslos, y sus largas piernas quedaban aún más estilizadas por unos zapatos de tacón de aguja, también negros, que dejaban a la vista unos cuidados pies. Su forma de caminar era hipnótica, y me era imposible dejar de mirar el contoneo de sus caderas, su largo cabello suelto y el baile de sus pechos, libres bajo la prenda.

-         ¿Te gusta?

-         Estás… estás, muy guapa, ¡glup!

Tuve que tragar saliva, porqué de repente sentí mi boca totalmente seca.

-         Me alegro que te guste, porque me lo he puesto para ti.

Se acercó y me dio un beso muy suave en la mejilla; apenas me rozó con sus labios.

-         Bueno, chicos, ya basta de charla.

Carmen me sacó de mi embeleso y requirió nuestra atención. Cuando la miré encontré un brillo en su mirada que no había visto nunca, pero, sobre todo, me llamaba la atención su sonrisa; era algo así como una sonrisa enigmática. No fui capaz de decidir si me gustaba o me ponía en alerta.

-         Una ocasión como esta hay que celebrarla, ¿no?

Se aproximó a una de las neveras y sacó una botella de cava y tres copas, las dejó sobre uno de los mostradores, junto a la caja registradora, y se quitó el delantal con el logotipo de nuestra tienda. Ella también se había preparado para la ocasión, y vestía un conjunto que ya conocía de ella, con un pantalón de tela de color blanco, ajustado, y la blusa de color beige, sin mangas. Bajó la tela semitransparente, se adivinaba un conjunto de encaje a juego.

-         ¿Nos sentamos para brindar?

-         Mamá, ¿crees que es necesario?

-         Por supuesto. Vamos a brindar por un pacto que nos va a beneficiar a todos. No podemos dejar que María se salga con la suya y destroce esta familia. ¿Verdad, Vicen?

No supe que responder. Conforme pasaban los minutos, cada vez estaba menos convencido de lo que iba a hacer, a pesar de que seguía creyendo que había que pararle los pies a mi hermana pero, algo en la actitud de Carmen me despertaba todas las alarmas.

Acercamos las sillas a la improvisada mesa que era el mostrador, Carmen se sentó muy elegantemente, cruzando sus piernas y comenzó a descorchar la botella.

-         Pero yo… no bebo alcohol – dije titubeante.

-         Pues ya va siendo hora de que lo hagas de vez en cuando; para eso eres el hombre de la casa.

No acababa de entender por donde iba esa mujer, pero creo que se estaba viniendo muy arriba.

Descorchó la botella, y sirvió cava en las tres copas. Nos acercó una a cada uno y, después, levantó la suya.

-         ¡Por nosotros y por lo bien que lo vamos a pasar!

Mel levantó la copa pero no dijo nada; solamente me miró a mí y bebió un poco. Apenas me mojé los labios con la bebida y, supongo, que debía tener cara de estar un tanto desconcertado, circunstancia que no se le escapó a Carmen, que enseguida se hizo con el control de la situación: no quería que se le escapase la oportunidad que se le ofrecía.

-         ¡Eh!, que esto no es un funeral; todo lo contrario. A partir de ahora es cuando vamos a estar mejor que nunca, ya lo veréis. Ahora, vamos a divertirnos, y después ya decidiremos que hacemos con María.

Tampoco me gustó esta última afirmación, porque la notaba muy obsesionada con la cuestión de neutralizar a mi hermana, pero mi madrastra era una mujer experimentada, y supo atraer mi atención hacia ella.

-         Ven aquí… - estirando su mano hacia mí.

No me moví; me sentía cohibido.

-         Por favor… - con voz susurrante.

Me levanté y me acerqué a ella, pasando por detrás de Mel, que permanecía sentada. Estiré tímidamente mi mano, y Carmen la enlazó con la suya y dio un ligero tirón para atraerme hasta ella. Descruzó las piernas y, sin levantarse, me recibió lo más cerca que pudo. Me paré y miré hacia abajo porque su cara quedaba a la altura de mi pecho. Tenía una buena perspectiva. Me vi reflejado en sus ojos, clavados en los míos, su boca entreabierta, y el principio de su canalillo a través de un par de botones desabrochados de su blusa.

Estiró sus dos manos y atrapó mi cara para hacerme bajar hacia ella; en cuanto me tuvo cerca se fundió en un beso conmigo, caliente y húmedo, en el que sentí su lengua entrar lentamente en mi boca, el tacto de su pintalabios, y ese perfume que me embotaba los sentidos. Casi sin pretenderlo, mi miembro dio un respingo.

-         Mmmm, eso es. Cada vez besas mejor, mi niño.

Me hablaba con ese dulce acento canario que le gustaba utilizar solo en la intimidad, que en su voz sonaba tan sensual… por un momento pensé que era normal que mi padre se hubiese quedado prendado de aquella mujer.

Me apartó suavemente, y se puso de pié. Me cogió de la mano, como quién lleva a un crío a pasear, y tiró de mí hacia la parte de atrás del local.

-         Mejor nos vamos a la parte de atrás, ¿No querrás que nos oigan los vecinos, no?

-         No, claro…

-         Y tú, niña, ¡espabila! ¿Qué haces ahí sentada todavía?

Mel parecía un tanto dispersa o, tal vez, a su manera, tampoco se fiaba demasiado de su madre. A pesar de todo se levantó, apagó las luces de la zona de atención al público y nos siguió.

Me dirigió hasta el lado derecho del local, dónde había preparado, prácticamente invisibles tras unos montones de cajas, un par de alfombras de enorme tamaño, con cojines en el suelo, como si de la cama de una jaima se tratase; esa mujer lo tenía todo pensado.

Miré a Mel, y observé que ella tenía la misma cara de sorpresa que yo.

Carmen me invitó a sentarme, y lo hice apoyado sobre mis codos entre dos cojines; no se estaba nada mal. Encendió un par de barritas de incienso convenientemente dispuestas a la cabecera y un lado de las alfombras, y se puso de pie frente a mí. Casi de forma inconsciente, mi mirada se desvió hacia la esquina donde, horas antes, había escondido el pendrive con la comprometida información que sustraje del escritorio de María.

Muy atenta, la madura siguió mi mirada con la suya, y entonces hizo el comentario que me heló la sangre en las venas.

-         No te preocupes, que nadie lo va a tocar.

-         ¿Cómo…?

-         Que puedes estar tranquilo. Continúa en el mismo sitio donde lo dejaste.

-         Pero tú…

Mel nos miraba sin entender absolutamente nada.

-         Aún no había salido del almacén cuando escuché las llaves en la puerta, y solamente tuve que apagar las luces y esperar; después vi como dejabas algo y aguardé a que te marchases. Se lo que es y lo que contiene, pero puedes estar tranquilo.

-         ¿Lo has visto?

-         Por supuesto.

-         Te… tengo una copia.

-         Lo imagino, y haces muy bien. Eres un chico muy inteligente y no esperaba menos de ti. Espero que la tengas a buen recaudo.

-         Claro.

-         De todas formas, mi hija y yo te estamos muy agradecidas por intentar protegernos.

-         Gra… gracias.

Se hizo un incómodo silencio.

-         ¿Y tú, hija? ¿No vas a agradecer a Vicen que haya recuperado el pendrive que tenía María con los vídeos y las fotos que tantos problemas nos han dado?

En ese momento, si hubieran pinchado a mi hermanastra seguro que no hubiera sangrado. Exactamente lo mismo que me sucedía a mí.

Carmen, mujer muy inteligente, iba varios pasos por delante. Se sentía segura porque sabía que la información que la podía comprometer obraba en mi poder, y porque se suponía que había llegado a algún tipo de acuerdo “satisfactorio y beneficioso” conmigo. Lo tenía todo controlado. En cambio yo nadaba en un mar de inseguridades.

Como si tal cosa, prosiguió con el siguiente acto de su, bien estudiado plan. En esta  de obra de teatro yo tan solo era un secundario. Se arrodilló frente a mí y, sin dejar de mirarme, con una calma casi exasperante, llevó sus manos a los botones de la blusa, y comenzó a desabrocharlos. Poco a poco, fue apareciendo el canal que formaban sus dos fantásticos pechos, para dejar paso a la vista a un sensual sujetador de encaje de color crema, que tapaba y sujetaba lo justo; se transparentaban con claridad sus pezones.

-         Todo esto es para ti, mi niño. En adelante, será tuyo siempre que quieras.

Mentiría si no reconociese que mi polla reaccionaba por momentos,

Desabrochó completamente su blusa, y después se acercó a mí y puso sus manos sobre mis muslos, acariciándolos sin prisa. Subieron por mis rodillas hasta introducirse por la pernera de mis bermudas. Llegó casi hasta mis ingles.

-         Mel cariño, ¿vas a dejar que cuide yo sola de tu hermano?

Melinda, que estaba absorta en la observación, dio unos pasos hacia nosotros y, despacio. Se tumbó a mi izquierda, tan cerca, que sentí el tacto de su cabello resbalando por mi mejilla. También olía a gloria.

Creo que a partir de ese momento perdí totalmente el control y todo me daba igual. En lo único que pensaba era en disfrutar de aquel instante y de aquellas dos mujeres que hubieran despertado los deseos de cualquiera; imaginad el demoledor efecto sobre un adolescente.

Mel comenzó a besarme, despacio, sin prisas. Primero en la mejilla, después en la frente, en los ojos, en la barbilla, en los labios. Eran besos tiernos y suaves, como los que le darías a un niño pequeño, pero en aquel ambiente, yo los sentía como brasas en mi piel. Mientras tanto, Carmen se dedicaba a desabrocharme el botón de mi prenda inferior y a bajarme la cremallera con una lentitud que me desesperaba.

-         Carmen… tus pechos.

No se hizo de rogar, e incorporándose de nuevo, desabrochó el corchete de su erótico sujetador, y se deshizo de él para mostrarme aquellas dos maravillas: se mantenían casi tan firmes como se apreciaban tras la prenda. Como un idiota pensé que necesitaba compararlos con los de su hija, tal que un coleccionista de imágenes desesperado, y urgí a la chica para que me los mostrara.

-         Tus tetas, quiero verlas.

Melinda se arrodilló, y desabrochó el fino cinturón de su vestido para dejar al aire aquellas dos maravillas que ya conocía; no por eso dejaron de sorprenderme: eran perfectas. Se me pasó por la cabeza que, a la edad de su hija, las tetas de Carmen debían ser aún mejores.

Ya no tuve tiempo de pensar más, porque Mel me empujó suavemente hasta tumbarme, y comenzó a besarme, de forma más lasciva. Guió mi mano derecha hasta sus duras tetas, mientras que su madre me liberaba de mi ropa interior y ponía sus dedos alrededor de mi miembro. Mel me arrancaba la camiseta mientras yo levantaba los brazos, entregado como un niño pequeño al que desnudan para ir a tomar su deseado baño. Un segundo después noté el placer de tener la húmeda y caliente boca de Carmen engullendo mi glande.

-         ¡Ooooh!

Mi hermanastra separó mis piernas. Sentí como se ponía a horcajadas sobre la derecha y que algo enormemente suave, cálido y húmedo, empezaba a frotarse sobre mi muslo. Sólo cuando Mel dejó de besarme y  se incorporó, como si fuera una amazona, pude disfrutar del excitante espectáculo que era verla frotarse contra mí con los ojos cerrados y las dos manos presionando sus pechos. No veía su raja, porque su vestido me lo impedía.

-         Mi hija se conforma con poco.

Cuando giré mi vista hacia la voz de Carmen, la descubrí de pie, bajándose apresuradamente el pantalón. Se lo sacó por los pies, y después empujó a su hija para que se hiciera a un lado. Se puso a horcajadas sobre mí, apartó su braguita a un lado y, con su mano derecha, dirigió mi rabo a la entrada de su coño y se ensartó con él sin ningún miramiento.

-         ¡ Uuuff! ¡sí!

Comenzó a cabalgarme despacio, mientras que su hija volvía a pegarse a mí y miraba como hipnotizada cada movimiento de mi polla cuando desaparecía dentro de su madre.

-         No sabes las ganas que tenía de tenerte dentro, niñato cabrón.

Me dijo esto y se pegó a mí para llenarme la boca con su lengua, mientras comenzaba a follarme sin miramientos. Sentía como su cintura y sus caderas se movían sinuosamente, para facilitar que mi miembro entrase y saliese de su cueva a su antojo.

Yo no veía nada, tan solo su cara pegada a la mía, pero sentía sus duros pechos clavados en el mío, y también noté como Mel dirigió mi mano a su coñito y, antes de que me diera cuenta, se había introducido un par de dedos y los sentía entrar y salir de ella acompañados por el movimiento de sus caderas.

Aún no entendía cómo no me había corrido; seguramente gracias a que había tenido varios orgasmos durante el día pero, en mi mente, ya me había derramado varias veces. Si eso no era el paraíso, seguro que se le parecía mucho.

El ritmo de Carmen iba en aumento, estaba pegada a mí como una lapa, y sus gemidos, que sonaban tan cerca de mi oído, me impedían escuchar nada más; supongo que por eso no supe ubicar que pasó con Mel cuando escuché una especie de golpe, como una bofetada, y dejé de sentir su contacto. Después escuché, demasiado tarde, una voz muy familiar que gritaba:

-         ¡Zorras, hijas de puta!

Un segundo después una mano agarró del cabello a Carmen, a la altura de su frente, y tiró brutalmente de ella hacia atrás, descabalgándola de mí de forma muy brusca y haciendo que sintiese un dolor momentáneo en mi miembro, debido a lo forzado de la posición, hasta que este salió del interior de mi madtrastra.

Lo siguiente que vi fue a mi hermana María, con expresión iracunda, que arrastraba del cabello a Carmen, que luchaba por liberarse, y, a Mel, tumbada de costado a mi derecha, con una mano en la cara, y aspecto de estar muy aturdida.

CONTINUARÁ

Agradeceré mucho vuestros comentarios y valoraciones.