A mi hermana le gustan los videojuegos – 11

Tras los últimos acontecimientos, todas intentan conseguir el apoyo de Vicen, pero este comienza a rebelarse contra ese asedio femenino.

A MI HERMANA LE GUSTAN LOS VIDEOJUEGOS – 11

Quisiera manifestar mi sincero agradecimiento a todas aquellas personas que leen lo que escribo, y, en especial, a tod@s aquell@s que se toman la molestia de enviarme un comentario, una crítica, un e-mail y, cómo no, también a quien me anima a seguir escribiendo, o me da su valoración. Soy un escritor aficionado que intenta aprender cada día, y cuya única intención es entretener; pido disculpas por los más que probables errores y por el retraso en las entregas, pero, por desgracia, no puedo dedicar a la escritura todo el tiempo que me gustaría.

Dado lo largo de la saga, entiendo que lo recomendable es leer las entregas anteriores para poder seguir el hilo de la historia y entenderla correctamente pero, evidentemente, como lector eres libre de hacer lo que te plazca.

Por último, haceros saber que tengo muy presentes vuestros comentarios, pero esta historia se hilvanó en mi cabeza hace ya bastante tiempo, y es producto de vivencias, experiencias y sucesos concretos, por lo que intento ser fiel, dentro de lo posible, al motivo que me movió a escribirla; quiero decir con esto que, lamentablemente, no va a ser posible contentar a todo el mundo introduciendo aquello que, a cada cual, le gustaría que ocurriese.

Gracias de nuevo.

Maverick.

Llegué a casa, casi sin darme cuenta, envuelto en una especie de nube que me embotaba el entendimiento. Cuando comencé a ser totalmente consciente de lo que había ocurrido debía hacer ya más de un cuarto de hora que estaba sentado en la cama de mi habitación. Tenéis que tener en cuenta que yo solamente era un chaval, casi un crío, cuando viví todo esto, -aunque ahora no es que sea mucho mayor-, ¿a quién no le hubiese afectado verse envuelto en medio de semejante historia?; pensad cómo hubieseis reaccionado, aunque creo que eso no se puede saber sin haberte visto envuelto en ello.

Andaba yo en mis cavilaciones, cuando me devolvió a la realidad, una vez más, la repentina irrupción de mi hermana:

-         Vicen, que papá ya ha hecho la video llamada a Carmen; vamos para el salón.

Seguí a María, y encontré a Carmen y Mel sentadas en el sofá, con la tablet apoyada sobre la mesita de vidrio, frente a ellas, que ya estaban iniciando la conversación. María se sentó entre las dos, sin muchos miramientos, separándolas, de manera que quedó colocada justo enfrente del dispositivo electrónico; yo permanecí de pie, tras el sofá, para que entráramos todos en cuadro.

-         ¡Hola, hijos!, por fin estáis todos, ¡Que alegría ver a toda la familia unida! ¡No sabéis cuanto os estoy echando de menos!

-         Hola, papá. ¿Cómo está el tío?

-         Bueno, de momento estable dentro de la gravedad, pero es pronto para saber. Le están haciendo muchas pruebas. ¿Y por ahí? ¿Cómo va todo?

Antes de que nadie pudiera responder, María se adelantó:

-         Bien, todo bajo control, ¿verdad, Carmen?

En ese instante pude apreciar, desde mi posición retrasada, como mi hermana utilizaba su mano derecha para asestarle un tremendo pellizco a nuestra madrastra a la altura de los riñones, fuera del campo de visión de mi padre, consiguiendo que la agredida pusiera cara de sorpresa, pero aguantó estoicamente.

-         Si, todo muy bien, cariño. Esta tarde han venido María y Vicen a ayudarnos, antes de la hora del cierre, y está todo colocado y perfecto.

-         Me alegro mucho, y sobre todo me alegra veros a todos juntos, como una familia.

-         No te preocupes por nada, papá.

-         ¿Y tú, Vicen?, estás muy callado.

-         No, papá, es que estoy un poco cansado y echándote de menos.

-         Gracias, hijo, yo también estoy deseando estar ahí otra vez; como en casa en ningún sitio. Espero que el tío se recupere cuanto antes.

A partir de ese momento, mi mente desconectó de la conversación, y aunque permanecí allí por varios minutos más, los que duró la conversación, me abstraje dándole vueltas a los últimos acontecimientos.

Hablar y ver a mi padre, con su semblante y su voz fatigados, aunque fuese a través de una pantalla, me recordaba lo mucho que lo quería y lo importante que era para mí, pero además, invariablemente, me hacía sentir como un miserable por todo lo que estaba ocurriendo: no solo estaba teniendo relaciones sexuales con su mujer, (no tenía claro si consentidas o no), sino que, además, estaba follándome a mi hermanastra y a mi hermana, su hija, y siendo cómplice de los tejemanejes de esta última.

¿En qué momento mi vida se me había ido completamente de las manos y se había convertido en todo este caos? ¿Por qué motivo? Las respuestas eran dos, y acudían con rapidez a mi mente: sucedió cuando lo deseó María y la herramienta utilizada el sexo.

Cuando finalizó la video llamada, tras las pertinentes despedidas, cada cual se retiró a su habitación. De momento nadie se planteó si se cenaba o no; dadas las circunstancias supongo que cada uno lo haría por su cuenta.

Me fui a mi cuarto y me puse a mirar por la ventana, sin fijar la vista en ningún punto determinado, solamente miraba las luces que se apreciaban a lo lejos, y mientras tanto continué dándole vueltas a la cabeza:

Ese nuevo rechazo que sentía hacia Carmen, no justificaba que yo actuase con ella como lo había hecho; me había comportado como un cerdo, y esto, de alguna manera, no me hacía mejor que ella. Pero estaba dominado por el deseo, por el sexo, por los instintos más primarios que marcaban mi vida en las últimas semanas y por la Celestina de excepción que estaba controlando todos mis pasos. Todo esto venía propiciado por el ser más maquiavélico que jamás hubiese podido imaginar, y que compartía el mismo techo que yo: mi hermana.

Ahora entendía aquella expresión: “Hay amores que matan”

María estaba demostrando ser extremadamente inteligente, fría y calculadora. Parecía no tener escrúpulos para conseguir sus fines y, además, era una consumada actriz. También parecía tener una especie de obsesión conmigo, que iba más allá de un profundo amor fraternal; mucho más allá. Pero, tal vez, lo que más me preocupaba de todo, aparte de cómo podía acabar este inmenso lío era, básicamente, que estaba muy claro que a mi hermana le faltaba un tornillo; se trataba de eso o de que era más mala que la tiña.

No sabía como tenía que comportarme ahora con Carmen; ni tan siquiera sabía si podría mirarla a la cara. Tenía demasiados frentes abiertos con ella.

¿Y con Melinda?, ¿cómo iba a actuar ahora con ella? No sabía si estaba cabreada con su madre, o también estaba jugando sus cartas. Tal vez pensara, como María, que me tenía controlado simplemente usando su cuerpo; cuerpo de infarto, eso sí. Era difícil no desearla; ¿cómo no seguir comiendo miel cuando ya has abierto el tarro, la has saboreado y la tienes a tu disposición?

Sabía que tenía que parar aquello, y que el primer paso era aprender a controlar mis instintos, pero ¡joder!, solamente era un chaval y nada de lo que tenía alrededor me ayudaba a calmar mis hormonas y mi constante calentura. Las circunstancias no me ayudaban y no veía la salida. Me hubiese encantado largarme muy lejos, os lo juro, aunque sabía que esa no era la solución. Esa noche podía haber sido perfecta para ello, como cualquier otra…

Me disponía a mirar que había de nuevo en mi teléfono, cuando, otra vez, María vino a joderme la calma y la reflexión. Entró en mi habitación y volvió a cerrar la puerta tras de si.

-         ¿Te importaría llamar antes de entrar, si no es mucho pedir?

-         ¡Anda, no seas tonto!, que soy yo.

Estaba visto que no me tomaba en serio; bueno, solamente para lo que le interesaba. Me dispuse a escuchar lo que venía a decirme; seguro que no tenía desperdicio:

-         Tú dirás.

-         No seas tan seco, Vicen, he venido a ver cómo estabas y a que charlemos un rato como buenos hermanos.

Se sentó en mi cama, como acostumbraba a hacer últimamente, con esa postura tan relajada y casual. Me dirigí a mi sillón, junto al escritorio, y me senté girándome hacia ella. Comenzó a hablar como si nada:

-         ¿No tienes hambre?, yo me comería un elefante.

-         La verdad es que no mucha, pero algo habrá que cenar.

-         No te estarás escondiendo de esas, ¿verdad?

-         No, pero estarás de acuerdo conmigo en que la situación es complicada.

-         ¿Complicada?, no veo porqué, estamos en nuestra casa.

-         Pero no podemos seguir así, ¿qué va a pasar cuando regrese papá?

-         Cuando papá regrese estará todo en su sitio. Todo estará arreglado.

-         ¿Por qué lo dices, María?

-         Bueno, no creo que se atrevan a mover un solo dedo. Las tengo pilladas por los ovarios. Además…

Se quedó callada de repente, y yo me quedé mirándola en silencio, meditando si era conveniente preguntar, y en caso de hacerlo si estaba preparado para la respuesta. También valoré si sería conveniente sincerarme con ella o no.

-         ¿Qué estás pensando, hermano?

-         Que esto no está bien.

-         ¿Qué no está bien?

-         Todo esto, los engaños, las acusaciones, lo que ha pasado en la tienda…no sé, todo.

-         No veo porqué no; yo te he visto pasártelo muy bien.

-         Pero ahora estoy…es decir, me siento mal.

Mi hermana se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta para cerrar el pestillo. Después se acercó a mí.

-         No me recuerdes lo que ha pasado, porque aún estoy muy cachonda; me he quedado a medias, guapo.

Aprovechando que yo estaba sentado hacia delante, con los codos apoyados sobre mis rodillas, se acercó a mí, situándose entre mis piernas y se inclinó hacia delante, de manera que su vientre quedó pegado a mi cara y sus pechos contra mi frente. Tuve que erguirme un poco y aprovechó para rodearme el cuello con sus brazos.

-         No, María, de verdad…

-         ¿Qué pasa?, es solamente un abrazo de hermana.

Sus manos subieron por mi nuca, revolviendo mi cabello, provocándome un escalofrío que erizó toda mi piel. Apretó sus pechos contra mi cara; era evidente que no llevaba sujetador bajo la camiseta.

Me habló en su tono más zalamero mientras se frotaba despacio contra mí:

-         No te quejarás de lo mimado que te tengo, ¿a que no?

Ya lo estaba haciendo otra vez; en cuanto el tema no le interesaba, intentaba desviar la atención usando el juego de la seducción, pero esta vez mi estado de ánimo era peor que malo, y por primera vez me sentí con ánimo de rechazarla:

-         Ya está bien, por favor, estoy muy agobiado, te lo acabo de decir.

Hizo caso omiso, y se agachó para que su cara quedase a la misma altura de la mía y cogiendo mi rostro entre sus manos intentó besarme.

-         Anda, tonto, dame un besito y verás como te ayudo a relajarte.

-         No, María de verdad…

Giré la cara intentando escapar y no parecer demasiado brusco y ella aprovechó para sacar la punta de su lengua y comenzar a lamer el lóbulo de mi oreja izquierda. Lejos de conseguir su objetivo me estaba poniendo realmente nervioso.

-         María, porqué no vamos a cenar…

-         Vaaa, venga, como vas a dejar a tu hermanita así, yo también quiero que me des tu pollita, como a Carmen.

Eso ya fue demasiado y perdí el poco aplomo que me quedaba, reaccionando bruscamente:

-         ¡Te he dicho que no quiero follar, joder! ¡que estoy muy agobiado!

-         Está bien, vale, no pasa nada. Ya puedes soltarme que me estoy quieta.

Le había agarrado las muñecas con fuerza sin tan siquiera darme cuenta. Esta tía conseguía sacar lo peor de mí.

-         Lo siento, es que nunca me escuchas.

-         No pasa nada. Lo entiendo.

Pero algo si pasaba. Mientras se separaba un poco para dejarme espacio, pude ver en su mirada que, en ese momento, su cerebro trabajaba a toda velocidad. En un instante volvió a cambiar la expresión de la cara, y con su mejor sonrisa me propuso que fuésemos a preparar la cena. Hubiese pagado veinte euros por saber que estaba pasando por su mente en aquel momento.

Decidimos hacernos unos bocatas de tortilla de jamón acompañados de una ensalada fresquita, y lo dispusimos todo para cenar en la terraza. Justo cuando íbamos a comenzar apareció Mel. Vestía un enorme y nada sugerente vestido de verano, tipo camiseta, con varias frases escritas en diferentes colores e idiomas; jamás se lo había visto antes.

-         ¿Os importa si ceno con vosotros?

María me miró, luego la miró a ella con cierta desconfianza y de nuevo volvió a mirarme a mí, con expresión interrogativa:

-         Por mí bien –respondí.

-         Está bien, Mel, prepárate lo que sea y te esperamos. Hay ensalada de sobra para todos.

-         ¡Genial!, no tardo nada.

Desapareció en dirección a la cocina, y en cuanto lo hizo, María se dirigió a mí en voz baja acercándose desde su asiento:

-         No me fío ni un pelo de esta. Ten cuidado, Vicen, todo lo que ha hecho y dicho antes es puro teatro. Está intentando salvar su culo aunque sea traicionando a su propia madre.

-         La verdad es que parecía muy decepcionada y bastante cabreada con ella.

-         Razones no le faltan, pero recuerda aquello de “de tal palo tal astilla”, ya te digo, ándate con ojo. Estás avisado.

Y diciendo esto me señaló con la cabeza hacia la ventana del baño de la habitación que ocupaban mi padre y Carmen, recordándome que daba a la terraza. Ciertamente, Carmen podía estar escuchando.

Por otra parte, pensé que aquella máxima que acababa de utilizar mi hermana no siempre debía cumplirse, porque ella no parecía tener nada que ver con mi madre, que fue una excelente persona, ni con mi padre, que era muy noble y un trozo de pan.

A los pocos minutos apareció Mel con un bocadillo de tortilla francesa, y comenzamos a cenar en silencio. Fue María la que lo rompió poniendo el dedo en la llaga, como últimamente acostumbraba:

-         ¿Así que te acabas de enterar de porqué se separaron tus padres?

-         Joder, María…-intervine.

-         ¿Qué?, ¿no podemos hablar con claridad entre familia?

Melinda tragó el bocado que estaba masticando y dejó el bocata de nuevo en el plato.

-         No pasa nada, Vicen, a estas alturas de la película no tiene sentido andarse con rodeos. Sí, sabía algunas cosas que me habían explicado, pero mi madre siempre había culpado de todo a mi padre; incluso consiguió que no quisiese verle con la excusa de que nos había abandonado. Poco tiempo después él se fue a trabajar a Argentina, y mi madre pensaba que lo había hecho sin decirme nada, pero mi padre siempre estuvo en contacto conmigo sin que mi madre lo supiese. Yo era demasiado joven para enterarme bien de qué pasaba, pero a veces a mi madre o a mi padre se les escapaban cosas que me hacían pensar. Además, a los pocos días de dejarlo con mi padre, otro hombre comenzó a entrar en casa, y yo veía que tenían demasiada complicidad; demasiada para que acabaran de conocerse. Luego, un día, ese tío desapareció de repente y nos vinimos a la península. El resto ya lo conocéis.

-         Vaya, lo siento Mel.

-         No pasa nada; ahora ya soy mayorcita para asumirlo. Siempre me sentí muy sola, hasta que llegué a esta casa…

María me miró en silencio y luego la miró a ella, calibrándola.

El resto de la cena se desarrolló en silencio hasta que recogimos todo y lo llevamos a la cocina.

-         Bueno, chicos, yo os dejo que mañana tengo que madrugar para abrir la tienda y me tocará aguantar a mi madre todo el día. Buenas noches.

-         Buenas noches, Mel.

-         Buenas noches.

En cuanto salió de la cocina, María se acercó a mí y me habló bajito:

-         ¿No te habrás creído ni una palabra, no?

-         ¿Porqué no puede ser cierto?, ¿y a ti que más te da si es verdad o mentira?; a fin de cuentas no es nuestra madre y el problema lo tiene ella. A mí tampoco me gusta que me mientan ni me utilicen.

-         Ya veo que en cuanto una cara bonita te dice cuatro tonterías te lo tragas todo. Por cierto: ¿a ti quién te utiliza?

Me di cuenta de que acababa de hablar de más, y si no quería un enfrentamiento con mi hermana, era mejor que lo arreglase.

-         Vamos, María, a nadie le gusta, ¿no?

-         No, claro…

-         Bueno, será mejor que me vaya a mi cuarto porque mis amigos estarán esperando a que me conecte para jugar un rato, -y de paso ya me dejáis tranquilo de una vez- pensé.

-         Vale, hasta luego.

A juzgar por la despedida, no parecía que me fuese a dejar en paz aún. Una vez en mi habitación, recuperé de nuevo mi móvil y fui respondiendo a los mensajes mientras pensaba en qué hacer. Dos me llamaron la atención: uno de Raquel y otro de mi padre. Me pareció muy extraño que me pidiese que le llamase a esas horas. Enseguida lo hice:

-         Hola, hijo.

-         Hola, papá. Perdona pero estábamos cenando y no he pensado en llevarme el teléfono. Como habíamos hablado hace un rato…

-         No pasa nada, casi mejor.

-         ¿Cómo está el tío?

-         Bueno, sigue igual.

-         ¿Y tú, cómo te encuentras?

-         Bien, hijo, un poco cansado, pero bien.

-         ¿Qué querías, papá?

-         No me andaré con rodeos: ¿Hay algún problema en casa?

En ese momento se me heló la sangre en el cuerpo y casi pierdo la compostura. No sabía si alguien le habría comentado algo. A pesar de todo intenté mantener la calma:

-         ¿Problema…? No… ¿Por qué?

-         Porque he visto antes muy serias a Carmen y a tu hermana María, y me ha dado la impresión de que había mucha tensión, de que algo está pasando. Conozco a mis chicas.

A mi padre no se le escapaba una; aunque era un tipo muy tranquilo y noble, también era muy inteligente y, sobre todo, espabilado.

-         Pues no, papá. No, que yo sepa, vamos.

-         Bueno. Si pasa algo me lo dirás, ¿verdad?

-         Por supuesto, papá. Pero ya sabes tú que María no se mete en nada.

-         Mira, Vicen, ya eres mayorcito para empezar a darte cuenta de las cosas. Conoces a tu hermana menos de lo que crees. Ya desde muy pequeña ha demostrado tener un carácter muy fuerte y resuelto; además, es de las que las mata callando, o sea que no la subestimes.

-         Entendido, papá.

-         Hala, hijo, me voy para casa del tío, que esta noche se queda tu tía en el hospital. Cualquier cosa nos llamamos. Buenas noches y un beso, Vicen.

-         Buenas noches, papá, que descanses.

Cuando acabó la llamada me quedé un instante con el teléfono en la mano sin ser capaz de reaccionar. Mi padre estaba con la antena puesta y la cosa se podía complicar aún más.

En lo referente a mi hermana, parecía que yo había estado muy ciego, durante todos estos años, y que no había sido capaz de ver la realidad de lo que sucedía en mi casa; o sea que mi hermana siempre había sido de armas tomar y yo en las nubes. Espabila, tío –pensé.

Escuché el audio que me envió Raquel, -tras bajar el volumen del móvil al mínimo-, en el que me decía que había decidido irse con sus padres a Galicia dos semanas, que esperaba que todo fuese bien y que a la vuelta todo estuviese más calmado.

-         ¡Será cobarde la tía! Tanto decirme que le gusto y que si siento esto y siento lo otro, y es la primera en poner kilómetros de por medio, no vaya a ser que le salpique la porquería. ¡Pues que le den por culo!

Lancé el teléfono con rabia contra el colchón de mi cama, de tal manera que rebotó y fue a dar un fuerte golpe contra la pared de mi cuarto, lo que produjo que el aparato se abriese y dejase escapar parte de sus componentes, incluida la batería.

-         ¡Mierda!

Me apresuré a recogerlo todo para comprobar el alcance de mi pataleta. Por suerte solo se había abierto, y al volver a montarlo y colocar la batería se conectó pidiéndome el número del Pin. Un minuto después apareció la cabeza de mi hermana por la puerta.

-         ¿Qué ha sido ese golpe?

-         Nada, un pequeño accidente con mi teléfono.

-         ¿Lo has tirado contra la pared?

-         No, no ha sido eso. Ya te he dicho que ha sido un accidente.

Se escurrió hasta el interior y cerró la puerta.

-         ¿Qué vas a hacer ahora?

-         Voy a jugar un rato con la Play. He quedado con los colegas.

-         ¿Puedo quedarme un rato?

Me hubiese encantado decirle que no, pero preferí ser prudente, no me apetecía tener una bronca con ella; por lo menos no en ese momento en que me sentía especialmente agobiado.

-         Como quieras.

-         Vale, me siento aquí y no te molesto. –Se sentó en mi cama.

Conecté la Play y lo dispuse todo, auriculares incluidos, para una partida online. Todo el tiempo notaba la mirada de María sobre mí. Si por lo menos se hubiese traído su móvil, estaría distraída y no sería tan evidente su presencia. Me estaba poniendo de los nervios.

Llevaba, aproximadamente, unos quince minutos jugando y, la verdad, es que me lo estaba pasando bastante bien; casi había olvidado que María seguía allí, pero noté que mi hermana se movía y, precavido, bajé rápidamente el sonido de los auriculares para intentar escuchar los sonidos de sus movimientos. Lo hice justo a tiempo de escuchar como cerraba el pestillo de la puerta. -Oh, oh, esto no mola- pensé.

Se aproximó a mi posición, por la derecha, y se quedó de pie, pegada a mi escritorio con los brazos cruzados, mientras miraba la pantalla con supuesto interés. La comencé a controlar por el rabillo del ojo, y mi concentración en el juego comenzó a descender peligrosamente. Mi amigo Juan me lo recriminó: “espabila, atontado, que nos están fulminando por tu lado”. Y nos fulminaron. La sola presencia de María era suficiente para que yo me descentrase, y eso no podía seguir así.

Iniciamos una nueva partida, y ella seguía allí, impertérrita. Por lo menos así fue durante un par de minutos porque, pasado ese tiempo, se acercó aun más al escritorio, concretamente a la esquina que tenía más próxima, y poniendo una mano a cada lado de esta, separó ligeramente los muslos y presionó con ella hacia su entrepierna. La camiseta estaba de por medio, pero creí ver con claridad a donde se dirigía.

-         No puede ser –pensé.

Para a partir de ese momento no pude evitar que mi mirada se desviara hacia mi derecha, y es que la tenía a tan solo medio metro de mí…

La intensidad de sus movimientos de vaivén aumento significativamente, y ahora estaba claro que se estaba frotando contra la esquina de mi escritorio. Levanté un momento la vista y miré su cara: miraba la pantalla de mi ordenador como si nada ocurriese. Intenté seguir con lo mío, pero me costaba concentrarme; aún así conseguía hacer un papel digno junto con mis compañeros de aventura gráfica.

Entonces fue cuando María dio el siguiente paso y con su mano derecha se levantó la camiseta, sujetándola justo bajo el inicio de su pecho. Su vientre, sus muslos y su sexo, tapado por unas braguitas casi transparentes, de color verde pálido, quedaron a la vista. Bajó su mano derecha y apartó las bragas a un lado, dejando su sexo expuesto, con los labios perfectamente depilados y aquel triangulito de bello encima, los separó y los acercó de nuevo a la esquina para que está se deslizase suavemente en su interior.

-         ¡Madre mía!-fue lo único que atiné a pensar.

Comenzó un lento movimiento, hacia adelante y atrás, para aprovechar aquella arista de madera pulida, masturbándose delante de mí sin ningún pudor. Comenzó a cerrar los ojos y sacar provocativamente la lengua mientras dejaba escapar algún pequeño gemido. Mi atención en el juego era ya casi inexistente y me caían ostias de los oponentes y broncas de mis amigos por doquier:

-¿Pero qué coño te pasa?, ¡Vicen!, ¿estás ahí?

Les escribí que había surgido un problema en casa, y abandoné la partida, sin más. Bajé los auriculares y los dejé colgados a modo de collar sobre mi cuello. Mi hermana había conseguido toda mi atención.

María estaba empezando a sudar, y de repente paró en su movimiento y se arrancó, literalmente, la enorme camiseta, sacándosela por la cabeza. En ningún momento me miraba. Se agarró con fuerza a los costados del escritorio y separó más los muslos, permitiendo así, que con cada movimiento la arista entrase más en ella, mientras yo contemplaba, con la boca abierta, como comenzaba a dejar restos de su humedad sobre la superficie. Miré su culo avanzar y retroceder, y luego mis ojos se fueron directos a sus pechos que se agitaban suavemente con cada sacudida: tenía los pezones totalmente erectos, duros. Y así se estaba poniendo mi rabo, cada vez más duro.

Pensé que ella lo estaba haciendo otra vez, y que no podía caer tan fácilmente en su juego, pero aquella hembra sabía como calentarme, -yo creo que hubiera calentado a cualquiera que hubiese tenido la oportunidad de verla-; había cambiado de táctica y le estaba funcionando. Mi enorme erección no mentía.

Estiré mi mano derecha, la que tenía más cerca, y agarré su culo; como única respuesta recibí un gemido. Magreé a conciencia, y dejé que mis dedos resbalaran hasta perderse entre sus muslos, y enseguida conseguí llegar hasta sus labios, notando como contactaba la madera con su interior. Eso fue demasiado para mí y me levanté, pegándome a ella por detrás y agarrando sus tetas sin ningún miramiento. María me recibió encantada.

-¡Mmmm, hermanito!, pensé que me ibas a dejar abandonada a mi suerte; con lo caliente que estoy, ¡Oouugg!

Ronroneaba como una gata en celo y me estaba poniendo a mil. La agarré con fuerza de las caderas y la separé de su improvisada herramienta de placer. Ella presionó con su culo hacia mí, y lo noté pegado a mi dureza.

-¡Uuuy!, ¿Qué quieres, Vicen?

Se hacía la tonta, pero sus mejillas estaban totalmente arreboladas, y sudaba de forma evidente. La cogí de la muñeca y tiré con fuerza de ella hacia la cama. Se sentó, con cierta brusquedad, y estiró su mano invitándome a acompañarla. Me acerqué, y tal y como me tuvo cerca, tiró de mí para tumbarme en la cama. Agarró mis bermudas y comenzó a tirar de ellas sin ni tan siquiera desabrocharme el botón, cosa que tuve que hacer yo, porque la prenda me estaba arañando los costados. En cuanto me las sacó, se abalanzó sobre mi bóxer, y me lo arrancó en dos movimientos, lanzándolos al suelo.

-Ven, ven aquí.

Se subió a horcajadas sobre mí y, nerviosamente, dirigió mi miembro hacia la entrada de su vagina, guiándola con la mano derecha mientras apartaba su braguita con la otra. Apenas la encaró, se la clavó hasta el fondo de un solo movimiento.

-¡Aaahhh!, ¡ya era hora, joder!

Comenzó a cabalgarme durante unos instantes de una forma salvaje; con cada envite, el sonido de su cuerpo contra el mío resonaba por toda la habitación, tanto como sus gemidos. Seguro que en casa nos tenían que estar escuchando, pero en ese momento me daba igual.

Un minuto después, se inclinó hacia delante y apoyó sus manos sobre mi pecho para, acto seguido, comenzar a mover sus caderas a un ritmo frenético, presionando con todas sus fuerzas contra mi polla; casi me hacía daño, pero yo me dejaba hacer. Verla y sentirla era todo un espectáculo. Nunca dejaba que saliese mi miembro del todo para obtener el máximo rozamiento allí donde más placer le proporcionaba, y enseguida se volvía a ensartar con él hasta el fondo.

No habría pasado más de un minuto, cuando frenó sus movimientos en seco, se mordió el labio inferior y cerró los ojos, justo antes de comenzar a convulsionar, mientras clavaba sus uñas en mi pecho. Contuvo la respiración unos segundos y, después soltó todo el aire junto con una larga serie de gemidos:

-¡Oooooohhhhh! ¡Aaahhhh! ¡Aaahhhh! ¡si, joder! ¡Aaauummgg!

Enseguida noté una humedad que resbalaba por mis muslos, procedente del interior de mi hermana. Un momento después se derrumbó sobre mí, sin ningún miramiento.

Me quedé sin saber qué hacer, con ella tumbada sobre mí, jadeante, y con mi polla en su interior, que estaba caliente y húmedo como nunca. Yo la tenía dura como un bastón y comencé a sentirme muy incómodo, pero María, más lista que el hambre, reaccionó al instante: me miró a la cara, leyó mi expresión e hizo un esfuerzo por incorporarse.

-No te preocupes, guapo, que no te vas a quedar así, para eso estoy yo.

Sin demora, se sacó mi rabo del interior y, sin soltarlo, comenzó a masturbarme moviendo su mano derecha, arriba y abajo abarcando toda la extensión. No hacía falta lubricarla porque estaba totalmente empapada de sus jugos. Acercó su cara y sacó su lengua todo lo que pudo, de forma que en todo momento me rozaba con ella el glande mientras continuaba con un rápido y vigoroso masaje; demasiado rápido y demasiado fuerte para mi gusto, parecía tener prisa por acabar. Pasados un par de minutos, y viendo que aún no obtenía el resultado buscado, se introdujo buena parte del glande en la boca y sacó la lengua para acariciarlo desde abajo, mientras aceleraba el ritmo de su paja. Inevitablemente sentí que el placer se iba acercando y noté cómo se endurecía aún más mi miembro; lo sentía ardiendo. María también lo notó:

-Vamos, Vicen, venga, dame tu leche, dásela a la guarra de tu hermanita, venga.

Ese lenguaje escuchado en la boca de mi hermana fue un plus que me hizo subir un escalón más en la excitación, y cuando se la volvió a introducir en la boca, esta vez lo hizo hasta la mitad, presionando cada milímetro de mi polla; eso ya fue demasiado para mí y noté que iba a explotar. La agarré de la cabeza y presioné para que la tragara entera:

-Eso es, así, no pares que me voy a correr. ¡Trágatela entera, chúpamela María!

No hizo ni el más mínimo ademán por retirarse, y comencé a descargar en su interior, mientras ella tragaba sin moverse. El placer fue grande, pero toda la acción que llevaba acumulada durante el día me pasó factura, y a los pocos instantes de finalizar, cuando mi hermana comenzaba a retirarse, noté que mi glande ardía de forma molesta, como si estuviese muy irritado. María, ajena a esa sensación, presionó con más fuerza, como si quisiera ordeñarme, y luego abrió la boca para enseñarme el contenido restante de mi semen; después se lo tragó tranquilamente.

-¿Te ha gustado, Vicen?

-Sí, ha estado bien. –no soné muy convincente, pero pareció darle igual.

-Pues ahora toca dormir.

Comenzó a acomodarse. Parecía que había decidido unilateralmente que esa noche la iba a pasar en mi cama.

-¿No te vas a tu habitación?

-No, esta noche voy a dormir con mí amorcito.

Se giró hacia mí y puso su pierna izquierda sobre las mías mientras apoyaba su cabeza en mi hombro.

-Pero, no estamos solos, María.

-La puerta está cerrada con el pestillo. –levantó la cabeza-, además ¿crees que con la que está cayendo se van a atrever a decir algo? –bostezó.

-Supongo que no, pero…no estoy cómodo.

Ya no me escuchaba. Se había quedado frita. Me sentía utilizado. Había conseguido su objetivo, simplemente volviendo a la táctica inicial de la seducción, y yo era gilipollas. No me apetecía para nada dormir con ella, ya ni tan siquiera podía disfrutar de la pequeña parcela de intimidad que me brindaba mi dormitorio. Encima tenía calor, y estaba poniéndome nervioso y… ¡me cago en todo lo que se menea!, pero ¿porqué coño he vuelto a caer? ¿Porqué no le digo que no?

Debo reconocer que, una vez me calmé un poco, y el ventilador del techo dejó notar su efecto, tener a María desnuda y pegada a mí no era tan desagradable. De hecho estaba bien; a pesar de todo lo que eso implicaba. Pero el día había sido muy largo y me venció el cansancio.

Me desperté de madrugada, con unas ganas de orinar de campeonato, aún no había amanecido y ella ya se había marchado. Cuando salía del baño, Melinda estaba mirando desde su puerta. No le hice caso y volví a entrar en mi habitación.

-Vicen, espera –me dijo en voz baja.

Medio dormido, esperé a que se acercase. Entró en mi dormitorio sin invitación y esperó a que yo ajustase la puerta. Vestía una enorme camiseta que debía haberse puesto para salir de la habitación, pero aun así, sus pechos se marcaban, moviéndose libremente bajo la prenda.

-¿Puedo hablar contigo un momento?

Me dirigí a la mesita de noche y miré la hora en el teléfono.

-         Son las cinco de la mañana, ¿no puedes esperar?

-         Será solo un momento. Por favor…

-         Está bien, pero date prisa, no quiero más problemas con María.

-         Pero si estáis muy bien. Anda y que no se la escuchaba gritar antes.

No sé porqué, pero en lugar de despertar mi morbo, aquel comentario me incomodó.

-         Mira Vicen, ya sé que María me odia y que va a por mí, pero ahora veo las cosas diferentes; mi madre me ha decepcionado y mucho. Me ha estado engañando todo este tiempo. Tuvimos que dejar nuestra vida, tuve que dejar a mis amigos, todo lo que conocía, por su culpa. Seguramente no podéis entenderlo, porque siempre habéis estado aquí y os tenéis los unos a los otros, pero ahora lo único que tengo es esta familia, a vosotros, y no me quiero ir. Sé que tengo muchos defectos, y que no te fías de mí, pero yo sí que confío en ti, y en tu padre.

-         Está bien, ¿y porqué me dices esto ahora?

-         Por favor, te pido que me ayudes. Si las cosas se ponen peor apóyame, no me dejes sola en esto. Yo no he hecho nada malo…solo…soy como soy, nada más.

La voz se le quebró y sentí pena, pero la verdad es que no sabía si fiarme de ella, entre lo que había visto y los avisos de María…pero aflojé un poco para que se tranquilizara y, sobre todo, para que me dejase en paz y poder volver a la cama.

-         Está bien, Mel, ya veremos

-         Puso cara de perrito abandonado mientras juntaba las manos a modo de ruego.

-         Por favor, por favor…

-         Vale, lo pensaré.

-         Gracias, muchas gracias.

Se acercó y me dio un fuerte abrazo, demostrando o fingiendo, -no sabría decir a ciencia cierta-, agradecimiento. Sus pechos se clavaron en el mío durante un par de segundos, hasta que se separó y se despidió de mí con un dulce beso en mis labios, apenas un roce. Después desapareció.

Volví a dormirme y, cuando desperté eran ya cerca de las nueve de la mañana. Miré el móvil y encontré un mensaje de mi hermana:

“Buenos días. Hoy pasaré el día con Luisa. Tengo que hablar con ella. Con suerte te enviaré un regalo. Besos por todas partes”

Ni una noticia más. Me estaba haciendo un poco el remolón en la cama; que gusto daba poder disfrutar de un poco de tranquilidad en casa. Me acordé de mi vecina Laura y entré en su Instagram: tampoco había publicado nada.

Estaba solo y el resto de la mañana lo tenía todo para mí, aunque fuese para hacer las cosas más habituales. La verdad es que la mañana se me pasó en ducharme, desayunar, y cumplir la promesa que me hice a mí mismo de limpiar la casa, así que puse música con el volumen bien alto, y comencé ventilando los dormitorios, limpié el polvo, vacié las papeleras y pasé el aspirador, como buenamente pude.

Cuando entré en la habitación de Carmen, no pude evitar sentir la tentación de mirar entre su ropa interior, y me imaginaba que sorpresas podía encontrarme; quería volver a ver aquel camisón que recordaba haberle visto puesto la otra noche en la terraza. Mi cabeza estaba llena de ideas en las que el sexo era el protagonista. Esto era un no parar. Al final me contuve. -Bien hecho, tío, has de controlarte. Autocontrol uno, lujuria cero- pensé.

Estaba recogiendo los trastos de limpieza cuando sonó el timbre del interfono; alguien estaba llamando desde abajo. Seguramente sería correos o publicidad.

Pregunté por el interfono y me sorprendió escuchar la voz de mi amigo Juan; era extraño porque no habíamos quedado…pero bueno, tampoco tenía nada mejor que hacer. Le esperé en el rellano, y cuando salió del ascensor me saludó con su habitual simpatía:

  • ¿Qué pasa, Vicen, tío?

  • Hola, ¿Habíamos quedado?

  • No, ¿pero es que no puedo pasar a saludar a un colega, o qué?

  • Sí, joder, claro. Pasa.

Se sentó directamente en uno de los sillones del salón, frente a la televisión, aunque esta estaba apagada.

-         ¿Quieres beber algo?

-         Una cola helada estaría bien.

Fui a la cocina y traje una para cada uno; yo también me la había ganado.

-         Si has venido a ver a mis hermanas, a esta hora no están.

-         ¡Cómo eres, tete!, (tete es un apelativo cariñoso que se utiliza por mi tierra), ya sé que Melinda está en la tienda; la he visto al pasar. Por cierto que hoy va vestida muy recatadita. No he podido alegrarme la vista.

-         Joder, Juan…

-         Que ya lo sé, que son tus hermanas –levantó las palmas de sus manos hacia mí en señal de paz.

Se hizo un incómodo silencio durante el que yo lo miraba a él y el a la pantalla del desconectado televisor. Finalmente habló:

-         Oye, Vicen…

-         ¿Sí?

-         ¿Cuanto tiempo hace que nos conocemos?

-         No sé, años, ¿por…?

-         Mira, ya sé que soy muy bruto y que parece que todo me lo tomo en plan de broma y tal, pero eso no significa que sea tonto y que no me dé cuenta de las cosas, ¿me entiendes?

-         Sí, claro…creo…

En realidad no estaba seguro de entenderle, pero me puse serio de repente porque no sabía donde quería ir a parar. Ciertamente hacía mucho tiempo que lo conocía, y no recordaba haber visto nunca a mi amigo tan serio.

-         Yo sé que cuando estamos todos, siempre estamos de coña y todo es cachondeo y eso, y que es difícil hablar en serio, ¿no?

-         Sí, es difícil; siempre sale alguien y dice una tontería y nunca nos tomamos nada en serio. Supongo que es lo normal.

-         Vicen, ¿qué te pasa?, porque a ti te está pasando algo, tío. A veces estás con nosotros y parece que te hayan abducido. Estás más raro que nunca, y mira que eres rarito, capullo.

-         Cabrón.

Le respondí la broma para quitar hierro al asunto, y le correspondí con un cariñoso puñetazo en el hombro; enseguida los dos nos reímos a gusto. Ahora era mi turno:

-         Verás, es que últimamente en casa…

-         ¿Tienes malos rollos con tu padre, con tu hermana, con la tía buena de Mel…?

Me lo estaba poniendo en bandeja. Estuve muy, pero que muy tentado de decirle que sí, que mi casa era un campo de minas sexual, y que el sexo con las mujeres de mi familia me estaba regalando momentos inolvidables, épicos, pero que a la vez me estaba amargando la existencia y que, además, me tiraba a una amiga de mi hermana. Estuve tentado de enseñarle los vídeos, los mensajes, las fotos, y… ¡tantas cosas!, pero no sé si por prudencia, o por cobardía, callé. No fui capaz de decirle nada. Tal vez hubiera sido lo mejor y que todo aquello hubiese saltado por los aires de una vez, y liberarme así de aquella pesada carga que me estaba aplastando. En lugar de eso me escuché responderle:

-         Qué va, tío. Va todo de puta madre. Ya sabes que mi padre es un tío genial; es solo que tengo algunas broncas con mis hermanas; es que como son mayores se aprovechan y eso.

-         Ya quisiera yo que se aprovecharan de mí, je, je.

-         ¡Juan, tío!

-         Que sí, que sí, que ya paro.

Estaba gratamente sorprendido de la preocupación de mi amigo Juan, que me pareció bastante genuina y, en honor a la verdad, debo reconocer que no me la esperaba para nada.

En esas estábamos cuando sonó de nuevo el timbre de la puerta, pero esta vez era el del rellano.

-         ¿Esperas a alguien?

-         Pues no.

Ciertamente no esperaba a nadie, pero esa mañana mi casa era como una estación en hora punta. Fui hacia la puerta y abrí sin mirar por la mirilla. La sorpresa fue inesperada. Abrí a la recién llegada:

-         Hola, Laura…

-         Hola, Vicen. ¿Puedo pasar un momento?

-         Sí, claro. Pasa.

Entró en el recibidor. Lo primero que llamó mi atención era que sus preciosos ojos estaban rojos e hinchados, seguramente a causa de haber estado llorando durante mucho tiempo. Debía venir directamente de su casa, porque solamente llevaba en la mano el llavero con las llaves y el móvil. Antes de empezar a hablar desvió la mirada a través de la puerta entreabierta del recibidor hacia el salón, y vio a mi colega que la miraba desde allí con curiosidad. Automáticamente dio un paso atrás.

-         ¡Ah!, estás acompañado, perdona no lo sabía…

-         No, pero no pasa nada…de verdad.

Hizo el intento de marcharse, pero debo reconocer que mi colega estuvo muy rápido y acertado; se levantó en cero coma segundos, y comenzó a caminar hacia nosotros mientras hablaba.

-         No, pasa, tía, que yo ya me piraba.

-         No, pero yo…

Cuando Juan llegó a nuestra altura, Laura giró la cara hacia mí y bajó la mirada, con cierto pudor, y aprovechando que Juan no la veía, al pasar por detrás, este me dirigió una mirada de aprobación, y mientras hacía signos con las manos sobre lo buena que estaba, y de que le llamase luego, se despidió lo más discretamente que pudo:

-         Bueno, Vicen, tete, ya sabes lo que te he dicho, ¿ok? Adiós.

-         Sí, tío, y muchas gracias, de verdad.

Desapareció por la escalera, sin ni tan siquiera esperar el ascensor; -es un buen amigo – pensé.

Cerré la puerta de casa y me dirigí al salón pidiendo a la recién llegada que me siguiera. Le pregunté si quería tomar algo y me respondió negativamente. La invité a sentarse y lo hizo en el mismo sitio que ocupaba Juan un momento antes. Me senté a su lado, guardando una distancia prudencial, y la miré a la espera de que me dijese a qué había venido. Seguía sin hablar y mantenía la mirada fija en la mesita que había frente al sofá.

-         ¿Laura?

-         No sé porqué he venido.

-         ¿Qué te pasa?

-         Yo…yo…

Entonces rompió a llorar, sollozando desconsoladamente; parecía una niña pequeña y frágil, era una imagen muy tierna. No supe qué hacer y esperé para ver si se calmaba.

-         ¿Tienes un clínex, por favor?

-         No…pero espera.

Fui a la cocina y me traje el portarrollos con el papel de cocina; práctico y efectivo. Volví a sentarme, pero esta vez un poco más cerca. Se limpió con una porción que arrancó del rollo, y respiró profundamente antes de hablar:

-         He cortado con ese cabronazo. ¡Es un mierda!

-         Vaya…

En ese momento pensé que porqué narices venía a contarme eso a mí; suponía que tendría sus amigas, a su madre, no sé…me pareció un poco raro. Automáticamente la situación se convirtió en incómoda; bastantes marrones tenía encima como para hacerle a una vecina de paño de lágrimas. A pesar de ello, como en el fondo soy un buenazo, hice lo que mejor se me da: escuchar y observar. Eso dio su fruto y enseguida continuó, estaba claro que si había venido a hablar, una de dos: o se iba enseguida o empezaría a desembuchar en cualquier momento. Pasó lo segundo:

-         Perdona que haya venido así, sin avisar, pero no sabía a quién recurrir, y como no tengo tu número de teléfono, pues…

-         No pasa nada, Laura. -Sí, pasaba, joder, que vaya marrón para mí, pero no se lo pensaba decir.

-         Sí, ayer por la tarde. Quedé con él y me salió todo, se lo solté de golpe: que no me quería como yo a él, que no contaba conmigo, que se iba a Mallorca y pasaba de mí, que solamente quería quedar conmigo cuando le apetecía y siempre para la mismo…o sea, tú ya me entiendes…

-         Sí, ya… ¿y qué te dijo? – ¿y a mí qué coño me importaba?

-         Pues…que era una niñata, que era un muermo de tía, que estaba harto de mí, que hacía tiempo que me tenía que haber dejado, y que si no lo había hecho antes era porque no había encontrado un recambio aún, y que no servía ni para…ni para…

De nuevo comenzó con el llanto, pero esta vez con más intensidad. Se inclinó hacia delante y enterró su cara entre sus manos. Su cabello, recogido en una cola de caballo, tomó la misma dirección, quedando suspendido por su lado derecho, de manera que yo no podía ver su rostro de ninguna manera. Tampoco ella el mío. La verdad es que se me encogió un poco el corazón al verla así, me tocó la fibra y pensé que no era el único con problemas, y que no podía ser tan poco sensible, a pesar de todo, por lo que me acerqué más a la muchacha y, con toda la delicadeza de que fui capaz, puse mi mano sobre su antebrazo derecho. Ni se inmutó.

-         Eh, Laura, no llores, que no vale la pena. Si ese tío es como dices, es un gilipollas y no merece la pena que estés así por él. Tú vales más que todo eso.

Siguió en su posición e inconscientemente, esperando a que se calmase, me puse a  observarla. Sí, seguramente debía haber subido directamente desde casa y sin cambiarse, porque vestía un pantaloncito de deporte corto, de color verde, con las costuras en blanco, y una holgada y vieja camiseta de color rosa, con un amplio escote en forma de pico que, por cierto, con la postura inclinada de su dueña, me ofrecía una amplia visión de su contenido. Laura no llevaba sujetador, ni falta que le hacía.

-         ¡Joder!, se le ve la teta izquierda… - faltó poco para que lo dijese en voz alta.

Y automáticamente mis ojos se clavaron en aquella visión: su pezón, areola incluida, era pequeño –lo serían los dos, claro, pero yo solamente veía uno desde mí posición-, tenía  un intenso color rosa, que lo hacía resaltar sobre el blanco de su piel. Se diferenciaba con claridad la parte que no recibía el sol, habitualmente oculta por un minúsculo biquini, según parecía, porque la marca del bronceado quedaba muy cerca del inicio del pezón. A pesar de la postura, la forma y el tamaño de aquel pecho, sin ser grande, era más que apetecible. Comencé a sentir aquel característico cosquilleo en mi vientre y mis huevos, preludio de una inminente erección. -No, no tío, ahora no, por favor.

-         Por favor, Laura, no llores más…

Se incorporó, de repente, y se giró, abrazándose a mí, mientras no dejaba de llorar, de manera que su cabeza quedó enterrada en mi pecho, atrapándome en una especie de inmovilización involuntaria. Lo único que pude hacer fue poner mis manos sobre su espalda, cerca de sus hombros, en una posición un tanto forzada. Su cabello quedó a la altura de mi barbilla, y pude percibir su olor. Olía de maravilla, pero no era solamente su cabello, era toda ella. Su piel desprendía un perfume que enganchaba; sí, era como un afrodisíaco. Puede que lo fuese solamente para un cerebro echado a perder como el mío. Tampoco ayudó sentir aquel pecho duro y libre rozándome, con la única separación de las finas telas de nuestras respectivas camisetas. El caso es que la erección ya no tenía remedio, comenzó a manifestarse, y yo me sentí el más vil de los seres. Me quedé quieto y en silencio.

Por suerte, enseguida Laura recuperó la compostura, y se separó un poco de mí, mientras con una mano se restregaba los ojos, pero seguía incapaz de mirarme.

-         ¿Estás mejor?

No respondió, seguía cabizbaja, pero ahora parecía mirar algo. Yo también bajé la mirada y me di cuenta de lo que llamaba su atención: la dureza de mi polla se estaba haciendo más que evidente bajo el pantalón de deporte que yo llevaba; si por lo menos hubiese llevado calzoncillos debajo…

En ese momento creí que se cabrearía y me soltaría una bofetada, para luego largarse de mi casa con un cabreo monumental. Pero en lugar de eso, recuperó su posición, sentada junto a mí, y continuó secándose las lágrimas con papel de cocina. Un momento después me miró y, más calmada, comenzó a hablar:

-         Perdóname, Vicen.

-         ¿Por qué?

-         Por venir aquí a agobiarte con mi serial lacrimógeno e invadir tu casa. Además, estabas con tu amigo y os he interrumpido.

-         No pasa nada.

-         Sí pasa. Además, mi madre me ha explicado que la tuya le ha contado que tenéis un familiar enfermo.

-         Madrastra.

-         ¿Qué?

-         Que no es mi madre, es mi madrastra. Y sí, mi tío está bastante mal y mi padre se ha ido a Zaragoza; es su único hermano.

-         Pues eso y lo cierto es que no sabía a quién recurrir.

-         ¿Y tus amigas?

-         Una es la hermana de mi ex y no le puedo hablar de esto; además, imagina el cotilleo con las chicas, y mi mejor amiga está ahora en Estados Unidos.

-         ¿Tu madre?

-         Tampoco le puedo hablar de estas cosas, porque se pone en plan muy protector…y tú has sido la primera persona que se me ha venido a la cabeza; eres tan buen tío y vives muy cerca. Si hubiese tenido tu teléfono te hubiese llamado primero…

Era la segunda vez que mencionaba lo de mi número de teléfono. Tal vez lo mejor era dárselo, y así evitar más sorpresas como esta.

-         Bueno, si quieres te doy mi número.

-         Vale, dímelo y te hago una perdida para que tengas el mío.

-         Por cierto, que no sé donde lo he dejado, y si me llama mi padre…

Debía estar por mi habitación. Me iba a levantar para ir a por el teléfono, pero noté el calor de mi miembro rozando mi muslo, por lo que tuve que pensar bien la jugada.

-         ¿Te apetece tomar algo ahora que estás más tranquila?

-         Bueno. Un vaso de agua fría estaría bien, por favor.

-         Vale.

Me dio la excusa perfecta para alejarme y ganar tiempo. Me levanté, un tanto girado de espaldas hacia ella, y fui a por el agua a la cocina. Me tomé mi tiempo, pero aquello no bajaba. Tenía que pensar algo más. ¡Ah!, vale el teléfono –buena idea Vicen-. Le dejé el vaso de agua y un posavasos sobre la mesita, y salí como alma que lleva el diablo a mi habitación. Recuperé el móvil de encima de mi escritorio, y observé que habían llegado varios mensajes. Rápidamente lo abrí por si fuera mi padre. Había dos de María y uno de Carmen. Me pudo la curiosidad y abrí el de Carmen. Me preguntaba que si íbamos a estar en casa a la hora de comer, y le dije que yo sí pero María no.

Los dos mensajes de mi hermana eran harina de otro costal. En el primero me avisaba de que sí me iba a poder enviar el regalo que me había mencionado, y en el segundo me hacia llegar dos fotos adjuntas. Abrí la primera y apareció una foto de Luisa en la playa, tumbada boca abajo y desnuda. Parecían estar en la playa nudista del otro día. La chica parecía estar dormida y la estampa era espectacular. Me encantaba su culo. Sus formas eran las de toda una mujer, con formas muy redondeadas y muy femeninas y, sobre todo apetecibles.

Abrí la segunda foto, y ahí es donde me quedé sin aliento. Luisa estaba boca arriba, esta vez, con la cara girada hacia su derecha, -justo el ángulo contrario en el que estaba la autora de la foto robada-, y tenía las manos a los costados y la pierna izquierda  semiflexionada. La foto estaba tomada desde arriba, casi desde encima, a no más de dos metros de distancia, y me ofrecía una panorámica espectacular de su cuerpo bronceado, donde destacaban sus dos magníficos pechos, grandes, redondos y firmes; tanto que casi no colgaban hacia los lados, coronados por dos grandes pezones completamente puntiagudos, como si estuviesen hinchados, en los que la areola casi no se distinguía del pezón. Culminaba aquella obra de arte un vientre plano que descendía hasta un monte de Venus jugoso, que desembocaba en un coñito, total y absolutamente lampiño, al que en ese momento me apetecía hacerle de todo.

Como pie de foto, María había escrito:

“Un regalo para que te puedas desahogar en mi ausencia”, y lo acompañaba de un emoticono con una mano en una polla de la que salían unas gotas disparadas.

Si mi erección, en algún momento había tenido una posibilidad de descender, en aquel momento se había esfumado.

-         ¿Y ahora qué cojones hago yo? –dije.

-         ¿Cómo dices? –se escuchó desde el salón.

-         No, nada, nada Laura, ahora voy, es que no encuentro el móvil.

¡Joder!, lo había dicho en voz alta; tenía que tener más cuidado. Ahora si que tenía un problema, y tenía que resolverlo pronto. No podía permanecer en mi habitación indefinidamente, y tampoco podía decirle a Laura que iba al baño, porque después de lo que ella había visto, podía sospechar que iba a cascármela y hacerlo en mi habitación requeriría su tiempo porque ahora además estaba muy nervioso. Me paré un instante a pensar y encontré una solución. Salí de mi habitación y entré rápidamente en la de mi hermana María, abrí su armario, y le cogí la camiseta más grande que encontré. Me quité la que yo llevaba y me la probé: ¡bien!, era enorme hasta para mí, me quedaba muy holgada y me llegaba hasta la mitad del muslo.

Una vez solucionado el tema salí con mi teléfono en la mano y volví al salón a sentarme junto a Laura.

-         Mira, toma nota de mi número.

Me miró un tanto extrañada. Cogió su móvil y comenzó a teclear, mi nombre y el número que le dicté. Por fin levantó su rostro hacia mí y me regaló una dulce sonrisa. Volvía a estar casi radiante.

-         Bueno, me tengo que ir ya, Vicen. No he avisado de que salía. Muchísimas gracias por escucharme y aguantarme, de verdad.

-         Pero si no ha sido nada. Tranquila.

Se levantó y yo hice lo mismo. Por suerte, aquella enorme camiseta lo disimulaba casi todo. A pesar de ello, mi vecina dedicó una rápida mirada hacia la zona, de forma casi imperceptible, pero la pillé. La acompañé hasta la puerta y, ya en el recibidor, justo antes de salir, se giró hacia mí y se acercó para darme un tierno beso en la mejilla.

-         Durante el día seguro que publicaré algo en mi Instagram.

Salió al descansillo y se dirigió a la escalera, pero justo antes de empezar a bajar, se giró y me dijo:

-         ¿Sabes qué?, ahora que tengo tu número, también te agregaré a mi whatsapp, y te enviaré algo en atención a lo bien que te has portado conmigo. Hasta luego.

-         Adiós, Laura.

Y comenzó a bajar los escalones dando pequeños saltitos, hasta que desapareció en pocos segundos. Cerré la puerta y me fui directo a mi habitación. Volví a mirar aquellas dos fotos. Desde luego Luisa estaba para follársela una y otra vez. Si hubiese estado allí en la playa, me la hubiese cascado encima de ella mientras dormía y la hubiese bañado entera con mi semen. Estaba desatado. Y también muy mal de lo mío; cada día peor.

Mi calentón no dejaba de aumentar. Hacía mucho calor; me había acostumbrado a tener sexo del bueno cada día, y a veces más de una vez. Era un adolescente poseído por mis hormonas, rodeado de mujeres más que apetecibles y, para colmo, me había venido a ver una vecinita que estaba tremenda, y mi propia hermana me acababa de mandar fotos de su amiga desnuda, con la intención de que me hiciese una paja. ¿A quién coño le pasan esas cosas?

No podía más. Estaba para reventar. Mi calentón tomó el mando de mi cerebro y comencé a pensar en voz alta:

-         ¿Qué hago?, ¿me la casco aquí mismo?

Se me pasó por la mente rebuscar entre la ropa interior de alguna de las mujeres de la casa y masturbarme con ella, pero me daba la impresión de que luego me iba a saber a poco y me iba a sentir frustrado y hasta culpable. Tampoco tenía cerca alguna de las posibles candidatas habituales para tener sexo. Seguí pensando un poco más: tal vez sexo telefónico. Entonces mi prima Amaya descartada, estaba cabreada conmigo y además ahora estaba mal por lo de mi tío. Definitivamente no.

¿Vamos a ver…? Mi vecina tampoco, porque aún no tenía su número. Tal vez si llamaba a Raquel. No me lo pensé un momento, recuperé su número del trocito de papel, y la llamé: nada, no contestaba. ¡Joder!, cada vez estaba más exaltado, era como si tuviese el síndrome de abstinencia; nunca me había pasado.

Me empecé a agobiar y a sentirme cabreado con mi hermana María. La muy cabrona se pasaba el tiempo provocándome y yo era el que sufría las consecuencias, ¡la muy cerda! Pues le iba a cantar las cuarenta.

Sin pensar bien en lo que hacía la llamé por teléfono. No habían sonado más de tres o cuatro tonos cuando respondió a mi llamada:

-         ¡Hombre!, qué sorpresa, hermanito.

-         Eres una cabrona.

-         ¡Ey!, ¿qué manera es esa de hablarle a tu hermana mayor? –se le notaba que se estaba divirtiendo a mi costa.

-         Sabes perfectamente a qué me refiero, María.

-         ¿Ya te la has cascado? ¿te ha salido mucha leche?

-         ¡Qué zorra que eres!

-         Anda, resérvate eso para cuando estemos follando.

Desde luego estaba muy claro que no se cortaba un pelo. Puede que incluso estuviese hablando con su amiga Luisa al lado.

-         Tía, que te van a oír.

-         No te preocupes, ya le he explicado todo a Luisa.

-         Que le has explicado, ¿qué?

-         Todo, tú y yo, y que estamos enamorados, y también que follamos como conejos, claro.

Una de dos: o me estaba vacilando, o a mi hermana se la había ido la olla del todo y había perdido la poca cordura que le pudiese quedar. Estaba como un rebaño de cabras.

-         Pero, María. ¿Esto no tenía que ser un secreto entre nosotros?

-          Luisa ya lo sabía; Raquel se había ido de la boca, la muy guarra, y he preferido contárselo todo yo. Por algo es mi mejor amiga.

-         Si tú lo dices…

Me estaba preocupando por momentos, la percepción de mi hermana sobre la situación, evidentemente, estaba muy distorsionada, y me agobié tanto que incluso estaba comenzando a olvidar mi calentón, pero mi hermana no lo iba a dejar así, estaba claro:

-         Bueno, ¿pero ya te has hecho la paja o no?

-         ¡Joder, María!

-         ¿Eso es que no?

-         No… -me quedé un tanto cortado.

-         Es una lástima que yo no esté allí, porque te iba a hacer una mamada que te ibas a enterar, te iba a sacar hasta la última gota de tu rica lechita –comenzó a poner voz de zorrón.

-         María, para, por favor…

-         Te diría que me llevaría también a Luisa, para que te pudieses correr en esas magníficas tetas, pero ella está muy enamorada de su “nenito” –puso voz cantarina.

-         ¡Eh!, a mí déjame al margen de tus guarradas, tía. –era la voz de Luisa la que se escuchaba de fondo.

El juego que acababa de empezar mi hermana, y el morbo de saber que le estaba explicando todo a su amiga, y que hablaba así delante de ella, estaba siendo demasiado para mí; ya no podía más y estallé:

-         ¿Y qué coño hago ahora, joder?

-         Pues tal como lo veo yo, tienes dos opciones: o te haces una paja mientras hablas conmigo, o te vas a buscar a quien te la haga, porque ahora mismo yo estoy muy lejos.

Su respuesta, tan desenfadada como inesperada, me dejó totalmente perplejo. Cuando reaccioné, tras unos segundos, me escuché a mí mismo preguntarle de forma casi impersonal:

-         ¿Y a quien voy a buscar?

-         … se me ocurren varias opciones, pero ninguna es segura ahora mismo -me hablaba en tono serio, como si meditase.

-         Yo… yo no se …

-         Pues mira, espera un momento…

Escuché cómo le decía algo a Luisa y se alejaba. Pasados unos segundos me comenzó a hablar con voz sugerente pero firme:

-         Mira, guapo, si te aguantas hasta que yo vaya, te voy a follar como una perra en celo, pero como sé que no vas a poder aguantar tanto, y más después de cómo te estoy hablando, puedes ir a la tienda y probar suerte con Carmen o con Mel.

-         ¡Pero qué dices!

-         Pues tú mismo, quédate con el calentón.

-         No, me hago la paja en casa y ya está.

-         ¿Quieres que te ayude ahora?

-         Mejor no, ya miraré lo que hago.

-         ¿No irás a hacértelo mirando alguna de las guarras de Internet? ¿no? –parecía molesta de repente.

-         No lo sé…

-         ¡Eres un cabrón!

Y cortó la llamada. Esta tía estaba fatal; muy, pero que muy mal de la cabeza, y yo era un estúpido por caer en su juego una y otra vez. Me arrepentí de haberla llamado. ¿Cómo podía ser tan estúpido?

Decidí que me iba a aguantar sin tocarme, costase lo que costase; aunque me doliesen los huevos. Seguro que se me pasaba el calentón. Para ello necesitaba distraerme, pensar en otra cosa. ¡Ya está!, una partida en la Play.

Me senté frente al escritorio, conecté y decidí jugar a la última entrega del GTA. Todo iba bien hasta que comenzaron a aparecer imágenes de las sugerentes chicas, habituales en el juego; antes de que me diese cuenta, estaba presionando con el mando sobre mi miembro.

-         No, chaval que esto no puede ser. ¡Mierda!

Tenía que distraerme, fuese como fuese. Si quería dejar de ser una marioneta, tenía que empezar por tener un mayor autocontrol -pensaba yo en mi ignorancia-, y así, sería más sencillo no ceder a las proposiciones de mi hermana, tendría la mente más lúcida, podría tomar mis propias decisiones y, tal vez, recuperar un poco del control de mi vida.

Aún no sabía que hay muchos acontecimientos inesperados en la vida y que se dan muchas circunstancias imprevisibles que escapan totalmente a nuestro control, y que hacen que la existencia sea una montaña rusa. Pero lo iba a averiguar.

Decidí intentar preparar una ensalada para la comida. Eso era sencillo, ya había ayudado varias veces prepararlas y hasta me había hecho alguna; seguro que me saldría bien. Además, me ayudaría a distraerme.

Me puse manos a la obra: lavé los ingredientes y los sequé con papel de cocina, corté lechuga, tomates, pepino, cebolla y lo fui troceando. En casa siempre teníamos las frutas y hortalizas de mejor calidad, traídas directamente de nuestra tienda. Busqué un bol para ponerlo todo y me puse a pensar en el aliño.

Estaba en ello cuando recibí una video llamada de mi padre y la atendí mientras pululaba por la cocina. El hombre alucinó cuando le dije lo que estaba haciendo, y me felicitó, divertido. Mi tío estaba estable y él estaba de mejor humor. Tras un par de minutos, nos despedimos con un beso ficticio y proseguí la tarea. Ya me encontraba mucho más calmado; hasta me estaba mejorando el humor.

Canturreaba al ritmo de la música que sonaba en el televisor del salón, mientras seguía con mi tarea. En eso estaba cuando escuché las llaves en la puerta de casa. Miré el reloj de la cocina:

-         ¡Joder!, si ya son más de las dos.

En pocos segundos aparecieron Mel y Carmen en la puerta de la cocina.

-         Buenas tardes, –me saludó con normalidad.

-         Buenas tardes, Carmen.

-         Hola, Vicen.

-         Hola, Mel.

-         ¿Qué haces?

-         Estoy preparando una ensalada. No sé qué más queréis…

-         No te preocupes, hemos traído pizza , también.

-         Vale. ¿Dónde pongo la mesa?

-         Seremos solo los tres, ¿no?

-         Sí.

-         Pues entonces en la mesa de la cocina ya va bien.

-         Ok.

Lo dispuse todo mientras las recién llegadas se ponían cómodas, y puse la pizza un momento en el horno para tuviera la temperatura óptima. Enseguida aparecieron por la cocina. Me senté en un lateral, con la pared a mi izquierda, mi hermanastra lo hizo frente a mí, con la pared a la derecha, y mi madrastra en el centro, quedando frente a la pared.

Comenzamos a comer, y durante un par de minutos, reinó el silencio. Carmen nos miraba, como si le diese vueltas a algo, y se decidió a hablar, por fin:

-         ¿Has estado limpiando verdad, Vicen?

-         Sí.

-         Se nota, y además has preparado una ensalada muy rica. ¡Estás hecho todo un hombrecito de tu casa!

Apenas la miré, y Melinda le lanzó una mirada seria. A mí aquella repentina cordialidad me parecía más que sospechosa dados los recientes acontecimientos. Preferí no responderle.

Se hizo el silencio, y mientras comía aproveché para observarlas discretamente. Ambas se habían cambiado: Mel se había puesto el mismo horroroso vestido de la noche anterior, que además de feo, no insinuaba absolutamente nada de las formas de su portadora.

En cuanto a Carmen, eso ya era harina de otro costal. Se había puesto una camiseta de tirantes de color blanco que, aunque un tanto holgada, marcaba el voluminoso pecho de su propietaria. Además, vestía una especie de ancho pantalón corto de pijama, de color azul celeste y corte veraniego, que al estar sentada dejaba buena parte de los muslos de su propietaria expuestos; sobre todo porque aquella mujer estaba sentada con una pierna cruzada sobre la otra.

Seguimos comiendo en silencio hasta que de nuevo lo rompió Carmen:

-         Ahora que estamos los tres solos quisiera deciros algo.

-         Por favor, mamá –se quejó Mel.

-         No, hija, necesito hablar con vosotros.

-         No creo que sea el momento…

-         Necesito hacerlo.

Mi madrastra se sentó muy recta en la silla, apoyó las manos sobre la mesa y adoptó un aire casi dramático:

-         Veréis yo… bueno… me gustaría disculparme con vosotros…

-         ¡Joder, mamá!

-         Por favor, hija, déjame continuar.

Melinda se apoyó en el respaldo de la silla y cruzó los brazos, dispuesta a escuchar. Yo no me moví, y continué comiendo un trozo de pizza.

-         Sé que no me he portado bien con vosotros. A ti hija, no te he contado toda la verdad, es cierto, pero he intentado hacerlo lo mejor que he sabido.

-         ¡Mamá!, ¿no podemos hablarlo en otro momento?

-         ¡No!, ya no quiero dejar pasar más tiempo, y ahora que las cartas están bocarriba, quiero explicártelo todo y no me importa si está él delante; Vicen es como un hijo para mí.

-         ¡Claro, y por eso te lo follas!

-         ¡Melinda, ya está bien! ¡compórtate como una adulta por una vez!

-         ¡Mira quien fue a hablar! ¡Pero si eres más falsa que una moneda de siete euros!

Mi hermanastra se levantó de un salto haciendo que la silla se volcase y se marchó de la cocina.

-         ¡Hija! No te vayas. ¡Vuelve aquí ahora mismo!

-         ¡Que te den!

Mel abandonó la cocina y en pocos segundos se escuchó un fuerte golpe cuando cerró la puerta de su habitación. Yo di por finalizada la comida y me disponía a levantarme para recogerlo todo, pero la mano de Carmen en mi antebrazo derecho me detuvo.

-         No, por favor, no te vayas. Déjame que me explique… por favor.

Su voz sonaba a súplica sincera. Solté el plato de la ensalada, saqué mi brazo del alcance de su mano y volví a sentarme.

-         Gracias, muchas gracias por escucharme.

-         No sé si debería hablar contigo, Carmen.

-         No pierdes nada por escucharme; será solo un momento. Mira Vicen, te ruego que me perdones. En primer lugar, no debería haber engañado a tu padre y lo siento, lo siento enormemente. Es un gran hombre y lo quiero mucho, lo quiero de verdad. Se ha portado conmigo mejor que nadie, me lo ha dado todo. Soy consciente de lo difícil que ha sido para él estar con alguien después de lo de tu madre; pero él nunca ha dejado de quererla. Quiero que lo sepas.

-         Ya…

-         Te juro que él es el único hombre al que quiero, y que jamás lo volveré a engañar, lo juro. Tampoco debí dejar que pasara nada de lo que ha ocurrido contigo. Yo soy la adulta, y no tendría que haber permitido que pasasen ciertas cosas, me he aprovechado de tu juventud y de tu inexperiencia, y lo siento, de verdad que lo siento de corazón, pero lo hecho, hecho está, y no podemos cambiarlo. Lo que sí podemos controlar es lo que suceda de ahora en adelante.

-         Bueno, ¿y qué quieres que te diga?

-         Nada. Lo único que me gustaría es que me perdones, que me des otra oportunidad. Lo que ha pasado no tiene justificación, lo sé, pero yo siempre he sido una mujer muy… digamos que muy fogosa… y me ha costado estar con un solo hombre, ¿lo comprendes?

-         ¿Fogosa?

-         Sí, esto… o sea… quiero decir caliente, ¿comprendes?

En ese instante, su mano izquierda bajó desde la mesa hasta posarse sobre mi rodilla derecha, la que le quedaba más cerca.

-         Verás: eres un buen chico, listo, sano, fuerte, atractivo…–su mano hacía pequeños círculos sobre mi rodilla con una suave caricia- , y sabes que si tu padre supiese lo que ha pasado, sería terrible para él, para nosotros, para toda la familia…

Su mano ascendía lentamente por mi muslo en dirección a mi ingle.

-         Carmen…

-         Lo único que te pido es que, por favor, nunca digas nada de esto y que, si alguna vez llegase a saberse, lo niegues todo; que me ayudes.

-         Pero los vídeos, lo que ha pasado, todo lo que hay…

-         Yo me encargaré de eso; no te preocupes.

Se inclinó hacia mí, acercándose, y su cara quedó muy cerca de la mía, mientras su mano continuaba el ascenso por mi pierna, con una suavidad extrema, hasta detenerse sobre mis genitales, sobre mi fino pantalón de deporte. Se me erizó hasta el último poro de la piel.

-         Carmen, esto no está bien y yo…

Puso el dedo índice de su mano derecha sobre mis labios para silenciarme y continuó hablándome con un tono muy sensual que nunca antes le había escuchado:

-         Si tú me ayudas, te aseguro que te estaré muy agradecida. Soy una mujer que sabe recompensar a las personas que se preocupan por ella, y puedo hacer que todo sea más fácil para ti, que tu vida en esta casa sea mucho más fácil y agradable…

A esas alturas de la conversación, su cara estaba escasamente a diez centímetros de la mía, y tenía sus ojos clavados en los míos. Yo era incapaz de apartar la mirada, porque la sensualidad y la seguridad que desprendía aquella mujer madura, la hacían jodidamente atractiva. Su proximidad me permitía percibir su perfume perfectamente, ese perfume que en ella era algo irresistible; para colmo, el masaje que me estaba practicando sobre mi miembro estaba dando su resultado.

Cogió mi mano derecha con la suya y la acercó hasta su pecho, depositándola sobre él.

-         Déjame que te demuestre lo mucho que puedo agradecer tu ayuda.

Noté el tacto de aquel pecho grande y duro y que yo ya conocía y no pude evitar cerrar la mano sobre él.

-         ¡Dios mío! –pensé.

-         Ven, Vicen, no te preocupes por nada; tú puedes ser para mí el hombre de la casa mientras tu padre regresa…

La imagen de mi padre golpeó mi mente como un martillo, y me aparté de ella de un salto como si del diablo se tratase.

-         ¡No!

No fui capaz de decir nada más, pero me aparté de la mesa y salí corriendo hacia mi habitación a toda prisa. Una vez dentro cerré la puerta y la aseguré con el pestillo. Un momento después, Carmen llamaba suavemente con los nudillos:

-         Vicen, por favor, abre. Ábreme, déjame que te explique…

-         No hay nada que explicar. ¡Déjame tranquilo! ¡vete!

Se hizo un silencio de unos segundos que me parecieron semanas, pero por fin pareció claudicar:

-         Está bien. Te entiendo, pero si quieres hablar conmigo ya sabes dónde encontrarme. Puedes contar conmigo para lo que quieras…

No respondí y un momento después se marchó. Me quedé de pie, en medio de mi cuarto sin saber muy bien qué hacer. Finalmente, me senté en la cama, totalmente nervioso.

-         ¡Joder, joder, joder!

Enterré la cara entre mis manos, intentando calmarme y pasé así varios minutos en los que todas las imágenes de lo pasado en los últimos días se agolpaban en mi mente de forma inconexa.

Por fin me calmé un poco y me tumbé en la cama con las manos cruzadas sobre la barriga. En cuanto me di cuenta cambié la posición y las coloqué tras mi cabeza: cruzar las manos así siempre me recordaba a la imagen de mi madre fallecida en su féretro, poco antes del entierro.

-         Cómo te echo de menos, mamá.

Intenté reflexionar sobre lo que me acababa de pasar. La muy zorra aún no había acabado de disculparse por sus infidelidades con mi padre, y ya estaba intentando seducirme.

-         ¡Menudo putón! ¡será falsa la tía!

Me giré y le lancé una serie de puñetazos a mi almohada, mientras me desahogaba también por la boca:

  • ¡Me cago en todo lo que se menea! ¡Mierda! ¡joder, joder, joder!

Después de unos instantes, solté unas cuantas bocanadas de aire y me di cuenta de que estaba sudando como un pollo. Conecté el ventilador del techo a máxima potencia y volví a recostarme en la cama. Tras un par de minutos ya estaba más calmado.

-         Esto no puede seguir así de ninguna manera; me van a volver loco.

No sé cuánto tiempo estuve dándole vueltas a la cabeza, pero lo que si recuerdo perfectamente es la sensación de sentir las ideas, los datos y las conclusiones ocupando su lugar en mi mente como si de un enorme puzle se tratase; uno que nunca has podido resolver pero en el que, de repente, todas las piezas encajan una tras otra. Ahora, todo lo que había vivido, todas las experiencias de los últimos días y todo lo que había observado, todos los detalles en los que no había reparado, cobraban su importancia y ocupaban el lugar que les correspondía dentro de mí.

Vivía en una familia que solo era normal en apariencia. A ojos de todos debíamos de ser el ejemplo perfecto de la típica familia de nuestro tiempo. Pero la realidad era bien distinta, porque al parecer, salvo mi padre y yo mismo, el resto había tenido una vida paralela: mi madrastra con sus relaciones extramatrimoniales, mi hermanastra con sus parafilias y, como no, ni hermana con sus correrías secretas, su obsesión por mí y por controlarlo absolutamente todo y a todo el que la rodeaba, incluidas sus amigas. Y finalmente estaba yo; ahora también tenía una doble vida, debía reconocerlo.

Por otra parte, me había dado cuenta de que las tres mujeres de la casa parecían tener un especial interés en mí. Inocentemente y cegado por mi vanidad de macho adolescente, al principio pensaba que se debía a mi atractivo; después a un afán de competición entre ellas, pero ahora todo esto había desembocado en una carrera por conseguir mi atención y mi favor, de cara a un probable desenlace de los acontecimientos en forma de choque con incendio al que, seguramente, estaba abocada toda esta complicada situación. Parecía ser que siempre había habido una especie de lucha en mi casa y entre ellas.

¿A qué se debía el repentino interés por mí?: yo apostaba a que en todo esto yo era una pieza clave por ser el único menor, y también el único que podía tener una mayor credibilidad delante de mi padre en caso de que todo saliese a la luz, y comenzasen a cruzarse acusaciones y a conocerse los detalles, -vídeos y demás incluidos.

A lo mejor lo que tenía que hacer era dejar de ser el peón en todos los tableros para convertirme en el rey. ¿Pero cómo hacer eso? Sonaba muy complicado.

Decidí que mejor seguía pensando fuera de las cuatro paredes de mi dormitorio. Contacté con mis colegas, y en poco rato estábamos en la playa. Intenté por todos los medios divertirme e intentar ser el de siempre, pero reconozco que me costaba horrores abstraerme de todo lo que tenía en la cabeza.

Pasado un rato desde que estábamos en la arena, fue Juan el que me habló cuando salíamos del agua:

-         ¡Hey!, espera un momento.

-         ¿Qué pasa?

-         ¿Cómo ha ido con la vecinita? –mientras tanto hacía el signo de follar introduciendo su dedo índice por un agujero creado juntando dos dedos de su otra mano-

-         No ha pasado nada… solamente ha venido porque necesitaba hablar.

-         ¡Pero, tío! No me jodas que no ha pasado nada.

-         ¡Qué va! Solamente es una amiga; además, acaba de dejarlo con su novio.

-         ¡Joder, blanco y en botella!

-         ¿Tú crees?

-         Vicen, tío. Abre los ojos; esa tía está coladita por ti, sino de qué te va a ir a buscar. ¿No es la que te ha mandado antes un mensaje?

-         No sé… solamente era el aviso de que me ha agregado en el Whatsapp.

-         Pues ya se va siendo hora de que te estrenes y eches un buen polvo, que buena falta te hace. A lo mejor así se te va esa cara de pasa que te gastas últimamente.

-         Pero mira que eres burro, Juan.

-         Sí, lo que tú digas, pero tú prueba y luego me lo cuentas.

-         Bueno, ya veremos.

La tarde no dio más de sí, y cuando se aproximaba la hora de llegar a casa, recordé que tenía que pasar por la tienda para ayudar a recoger y cerrar. No tenía noticias de María, pero imaginaba que estaría allí. La sola idea empezó a estresarme.

Le estaba dando vueltas a eso en mi cabeza, cuando mi mirada se cruzó con la de Juan, y se me ocurrió una idea:

-         Ahora tengo que ir a ayudar a recoger para cerrar la tienda. ¿Por qué no te vienes conmigo?

-         No sé, tío, tengo que ir a ducharme y eso…

-         Estarán Mel y María…

-         ¡Qué cabrón!, tú sí que sabes cómo tocar la tecla adecuada, ¿eh?

No me costó nada convencerle. La idea de estar rodeado de las bellezas de mi casa fue argumento suficiente para convencerle y hacia allí nos dirigimos los dos. Llegamos a la tienda en pocos minutos y, efectivamente, allí estaban las tres, sin mirarse entre ellas ni dirigirse la palabra.

  • Muy buenas, hoy he traído ayuda extra.

Todas lo saludaron y le recibieron de buen grado. Era una buena manera de evitar que se diese ninguna situación digamos que “complicada”. A quién no le hizo ninguna gracia fue a mi hermana, que cuando me voy aparecer con Juan, puso cara de pocos amigos y me miró por encima del hombro de él como si quisiera fulminarme; yo le respondí encogiendo los hombros como si no hubiese podido evitarlo.

Carmen me saludó con un fuerte beso en la mejilla, con semblante claramente aliviado, y aprovechó para hablarme al oído:

-         Muchas gracias, Vicen, sabía que podía contar contigo.

El cierre se realizó en un santiamén, y luego nos despedimos para dirigirnos a casa. En cuanto Juan se desvió hacia la suya, María me agarró con fuerza del brazo apartándome de las demás:

-         ¿A qué coño te crees que estás jugando?

-         ¿Qué te pasa?

-         Venga, no te hagas el tonto, que lo has traído para que no estuviésemos a solas en la tienda. ¿Te crees que me chupo el dedo? ¿O me vas a decir que es mentira?

Me solté de su presa con un tirón, y me encaré con ella; ya me tenía hasta los cojones.

-         ¿Pero a ti qué coño te pasa? Es mi amigo y ha querido venir a ayudarnos porque sabe que papá no está. Además, no tengo que darte explicaciones, que ya me tienes muy harto, ¿te enteras?

-         ¡Vicen…!

La dejé con la palabra en la boca, cara de pocos amigos y continué caminando. En pocos minutos llegamos a casa, aunque Mel y Carmen subieron primero en el ascensor, y mientras yo lo esperaba llegó María, por lo que decidí subir por la escalera; no me apetecía compartir un espacio tan pequeño con ella en aquel momento. Me miró con sorpresa pero no me dijo nada. En ese momento me hubiese largado de buena gana.

Mientras subía recordé que ya tenía el número de mi vecinita Laura, y miré si había recibido algún mensaje de ella. Pues sí, tenía uno:

“Hola vecino. Ya me tienes fichada. Gracias por lo d antes.

Para lo k sea me llamas. Ciao”

En ese momento se me encendió la bombilla. No me apetecía llegar aún a casa a navegar en medio del mal ambiente, ni aguantar la más que probable bronca con mi hermana; por otra parte también me atraía la idea de ver una cara distinta, por lo que no me lo pensé y mientras subía le envíe un mensaje a Laura y la contestación me llegó antes de que llegase a la altura de su piso:

Yo- 20:47                   Hola ¿Puedes salir al rellano?

Laura- 20:47               Ahora?

Yo- 20:48                               Si

Laura- 20:48               Un minuto pls

Yo- 20:48                   Ok

Me detuve frente a su puerta y me senté a esperar a que saliese; mientras tanto, se escuchaba el sonido del ascensor que comenzaba a subir, supongo que era María la que lo utilizaba para llegar a casa, esperando a que yo estuviese allí. Menudo chasco se iba  llevar.

Un par de minutos después, se escuchó el sonido de las llaves girando en la cerradura de la puerta de mi vecina, que la abrió y apareció la cabeza de Laura con su cabello recogido en una cola de caballo:

-         Hola, Vicen.

-         Sal un momento, por favor.

-         No puedo, mis padres han salido a cenar y hoy me toca canguro con mi hermano. Pasa tú un momento.

Esto no me lo esperaba, pero aún así acepté, aunque me negué a pasar del recibidor. Era amplio, separado del resto de la casa por una puerta, y estaba iluminado por una tenue luz proveniente de unas tiras led, estratégicamente colocadas a tal fin, y que creaba el ambiente óptimo para poder hablar un momento con ella de forma relajada.

-         Será solo un momento, yo…solamente quería saber cómo estabas, y como estamos tan cerca pues, he pensado que casi mejor en persona…y de paso te veo.

Levantó sus ojazos hacia mí y me miró con una sonrisa.

-         Muchas gracias. Estoy mucho mejor; me ha ayudado poder desahogarme contigo y que me escucharas. Además, tienes razón: tengo que valorarme más. Y perdona tú por presentarme así de repente y con aquella pinta…

-         No hay nada que perdonar, puedes venir a verme siempre que quieras…además estabas guapa, como siempre…

Me sorprendió mucho escucharme decir algo así a una chica, pero supongo que cuando comienzas a tener ciertas experiencias en la vida, vas adquiriendo valor y te haces más fuerte. O eso o que venía un tanto rebotado del día, no lo sé.

-         ¿Sí…? ¿no estaba horrible?

Coqueteaba conmigo. Se acercó un poco más a mí sin apartar sus ojos de los míos, se humedeció sutilmente los labios frotando uno con el otro, y abrió un poco su boca. Era como un imán para mí, pero no sé si llevado por los nervios o por la sensación que me acompañaba de estar siempre vigilado, le tuve que preguntar:

-         ¿Y tú hermano?

-         Le he puesto una película y está embobado con la tele. ¿Sabes, Vicen?, yo…

No la dejé acabar. Acerqué mi mano izquierda a la suya y se la cogí suavemente por la punta de sus dedos, luego me acerqué despacio hasta que nuestras bocas casi se rozaban, y fue Laura la que recorrió esa pequeña distancia para que se tocaran, por fin. Yo pensaba que sería solamente un beso suave, casi un saludo, pero enseguida sentí una pequeña y suave lengua que comenzaba a humedecer mis labios, y le correspondí como se merecía.

En unos segundos, el beso se convirtió en un entrelazar apasionado de nuestras lenguas, que jugueteaban entre ellas e invadían lo boca del otro. Casi sin darnos cuenta, Laura estaba pegada a mí y yo tenía mis manos en su cintura, a la altura de sus caderas. Noté parte de su piel, maravillosamente suave porque mi vecinita solamente vestía un top deportivo de color gris, que cubría poco más que sus pechos, y un pantaloncito corto de pijama, de color negro, con un cordoncito de color blanco anudado en la parte delantera.

Me encantaba aquella sensación de tenerla pegada a mí, que era sensual y fresca a la vez. Bajé mis manos por sus caderas hasta llegar a sus nalgas, a las puse allí, cerrándolas sobre aquel culito redondo y firme, muy firme. Su propietaria no se quejó, al contrario, su mano derecha buscó el mismo objetivo que yo, mientras no parábamos de besarnos de una forma cada vez más lasciva. Presioné con fuerza aquel culo, amasándolo, y Laura respondió con un gemido, pegándose más aún, y levantando su pierna derecha doblada a la altura de mi muslo, de manera que se pegó aún más, si cabe,  con tal ímpetu que casi me hace caer con su empujón. Por suerte tenía muy cerca la pared, y quedé apoyado con mi espalda en ella.

Mi vecina se pegó literalmente a mí, y sentí cómo aplastaba con su cuerpo mi miembro, que ya estaba alcanzando su máximo tamaño. La separé un momento de mí y levanté su top con mis manos. Sus dos pechos aparecieron ante mi vista; no eran grandes, pero eran perfectamente redondos, coronados por unos pequeños pezones que apuntaban directamente al frente y estaban duros como piedras. No me lo pensé un momento y llevé mi boca al derecho para chupárselo. Laura lo recibió con placer pero no pudo contener un gemido:

-         ¡Uuuumm!

Enseguida se escuchó la voz de su hermano que se acercaba:

-         ¡Lauri!, ¿Qué haces? ¿por qué tardas tanto?

Nos separamos el uno del otro como si fuésemos brasas incandescentes, y mi vecina se giró de espaldas a la puerta del salón para bajarse el top, justo un segundo antes de que apareciese la cabecita del pequeño.

-         ¡Hola, Vicen!

-         Hola,  Alberto.

-         ¿Qué hacíais?

-         Vicen ha venido a contarme una cosa

-         ¿Qué cosa?

Joder con el niño. Yo no tenía práctica en estos temas, y no sabía que contestar. Menos mal que su hermana tenía experiencia.

-         Cosas de mayores y de su tío que está malito. Y ahora vete para dentro que he de acabar de hablar con él.

-         Bueno. Adiós, Vicen.

-         Buenas noches.

El crío se retiró y cerró de nuevo la puerta del recibidor con un portazo. Laura y yo nos miramos sin decirnos nada. Fui yo quién rompió el silencio:

-         Bueno, será mejor que suba a casa.

-         Vale. ¿Quieres que… quedemos?

-         Me gustaría mucho. ¿Nos escribimos?

-         Vale.

Me iba a marchar y me dirigía a abrir la puerta de salida, pero me paré en seco y me giré hacia mi vecina. Ella se me quedó mirando como esperando mi reacción.

-         ¿Me das un beso de despedida?

No se hizo de rogar, sonrió y se me acercó rápidamente para coger mi cara entre sus manos e iniciar un beso lento y cálido que duró tan solo unos segundos, pero que me supo a gloria.

-         Nos vemos mañana, guapísima.

-         Lo estoy deseando.

Abrí la puerta y salí al rellano en dirección a la escalera. Justo antes de empezar a subirla. Me giré y la contemplé mirándome desde la puerta entreabierta. Levanté la mano a modo de despedida y comencé a subir.

El improvisado encuentro con Laura me había cambiado el humor, y aunque me llevaba un calentón de campeonato, me había sentado bien y me sentía positivo, pero también hacía que lo que me esperaba en casa se hiciera más duro. Era ir de extremo a extremo, como de lo dulce a lo amargo.

Aún no había sacado la llave de mi bolsillo, cuando mi hermana abrió la puerta con cara de pocos amigos; me estaba esperando, lo que me faltaba.

-         ¿Dónde te habías metido?

-         Déjame en paz, María.

Pasé por su lado sin mirarla, y aunque intentó cerrarme el paso no fue lo suficientemente rápida.

-         ¿Dónde crees que vas? ¡Te estoy hablando!

Continué caminando en dirección a mi habitación, ignorándola, mientras ella me seguía. Mel abrió la puerta de su dormitorio para ver que sucedía, y yo le hice un gesto negativo con la cabeza para que no interviniera. Llegué  a la altura de mi dormitorio y entonces fue María la que se movió con más rapidez, impidiéndome el paso.

-         ¿Que dónde estabas?

-         He ido a hablar un momento con Laura.

-         ¿Laura? ¿la vecinita? ¿A ti qué se te ha perdido allí?, ¿y qué coño quiere esa zorrita?

-         Déjame pasar, te lo pido por favor, María.

-         ¿Y qué? ¿También te la has follado?

-         Te estoy diciendo que, por favor, me dejes pasar.

-         ¡No me da la gana! ¡contéstame!

Mi paciencia tenía un límite; nunca lo había sabido hasta aquel momento. Supongo que todo ayudó, la tensión acumulada durante los últimos días, los últimos acontecimientos, la presión del asfixiante control que ejercía mi hermana sobre mí, mi sensación de culpabilidad y de impotencia, el agobio, el doble calentón acumulado durante todo el día… Seguramente fue la suma de todos estos factores, junto con la alineación de los planetas, ¡qué se yo!, pero la consecuencia fue que estallé, y lo hice de una forma que ni yo mismo hubiese podido imaginar:

-         ¡ME TIENES HASTA LOS COJONES, MARÍA!

Y acto seguido la agarré del brazo con fuerza, abrí la puerta de mi habitación y la hice entrar sin miramientos, para después cerrar la puerta con un portazo. Ella ni tan siquiera dijo una palabra, solamente me miraba con los ojos muy abiertos, como si no se creyese lo que estaba pasando.

-         Pero, Vicen…

-         ¡CÁLLATE DE UNA VEZ! ¿No querías saber qué ha pasado?, pues que Laura y yo nos hemos estado besando, y luego le he comido las tetas en el recibidor de su casa, y si no llega a ser porque ha aparecido su hermano pequeño, creo que me la follo allí mismo, ¿contenta?

-         ¡Eres un cabrón!

-         ¡Y tú una zorra manipuladora!

Se encaró conmigo acercándose amenazadoramente, pero no retrocedí ni un milímetro; estaba muy cabreado. Nunca en mi vida había estado tan enfadado y, en ese momento, según mi manera de ver las cosas, tenía delante a la causante de la mayoría de mis problemas. Su actitud me hacía hervir la sangre y podía sentir cómo los latidos de mi corazón resonaban en mi cabeza.

-         ¡Pues que sea la última vez que te acercas a ese putón con pinta de mosquita muerta! ¿Entendido?

-         ¡Tú no me vas a dar ni una sola orden más, porque estás como una puta cabra! ¡ENTENDIDO!

-         ¡Te voy a…!

Levantó la mano en un intento por darme una bofetada, pero no fue lo suficientemente rápida y le agarré la muñeca en el aire, parándole el golpe. Forcejeó, pero no se la solté. Esto la hizo enfadar aún más, y totalmente fuera de control, intentó darme un puñetazo con su mano izquierda, pero María es diestra, por lo que no me costó nada impedirlo sujetándole también de la otra muñeca; yo era, claramente, más fuerte que ella.

-         ¡Suéltame! –forcejeando.

-         ¿Pero es que no te vas a callar nunca?

-         ¡Eres mío! ¿te enteras? ¡Eres solo para mí!

-         ¡YA ESTÁ BIEN!

La obligué a bajar las manos, se las sujeté a los costados y comencé a empujarla en dirección a mi cama, hasta obligarla a sentarse de un empujón.

-         ¿Qué haces, Vicen?

-         ¡Te vas a callar y me vas a escuchar, te guste o no!

Me quedé pegado a ella mientras hacía un tímido intento de levantarse, pero la sujeté un poco de los hombros y la detuve. Me miró a los ojos desde su posición, quieta y callada por fin.

Comencé a hablarle con un tono firme que no admitía contestación, mientras las palabras fluían de mí con rapidez, como nunca antes lo habían hecho:

-         Me vas a escuchar ahora, quieras o no: me tienes hasta los mismísimos cojones con tus celos y tus manipulaciones. Estoy harto de que me controles y me intentes utilizar a tu antojo. Desde ahora voy a hacer lo que me de la gana y me voy a follar a quien me salga de la punta del rabo; y si no puedo follar con nadie, entonces me haré una paja, como hacía antes de que empezases a amargarme la vida. ¿Te queda claro?

Se quedó paralizada durante unos segundos, y a punto estuve de apartarme, decirle que se marchase de mi habitación y terminar con aquella situación. Intentaba evitar que el corazón se me saliese por la boca; estaba realmente muy alterado, pero la respuesta de María lo cambió todo:

-         Sí, está… está muy claro.

Se quedó quieta, mirándome fijamente a los ojos. De repente me saltaron todas las alarmas:

-         ¡Sé lo que estás haciendo!, ¡y no te creas que me vas a engañar! –le dije mientras la señalaba amenazadoramente con mi dedo índice apuntando a su cara-. Todo lo que te he dicho iba en muy en serio, ¿está claro?

-         Está muy claro, Vicen.

Tal vez fue el tono afirmativo de su voz, o la forma en que me miraba mientras movía la cabeza asintiendo, o quizás ver su pecho subir y bajar bajo la amplia camiseta, producto de su respiración alterada, pero en aquel momento supe lo que tenía que hacer, o tal vez, supe lo que deseaba hacer.

Me desabroché el cordón de mis bermudas-bañador, rápidamente, y me lo bajé hasta que dejé mi miembro al aire. No sé muy bien porqué lo hice. No sé si fue por venganza hacia mi hermana, por que estaba enfadado conmigo mismo y con el mundo o, sencillamente, porque estaba caliente.

-         Me estás causando muchos problemas; de hecho me estás jodiendo la vida, y a partir de ahora, hermanita, voy a hacer lo que me dé la real gana, ¿entendido?

-         ¡Ahá! –movió la cabeza despacio, en señal de afirmación, sin dejar de mirarme.

Coloqué mis manos en sus hombros y empujé un poco hacia mí. No hizo falta más, y en un instante se inclinó hacia delante. -No puede ser- pensé. Me miraba a los ojos desde su posición con la boca entreabierta y su pecho cada vez se movía más rápidamente bajo aquel horroroso dibujo manga que tenía estampado su enorme camiseta

-         Ya sabes lo que quiero… me vas a…

-         Sí, lo sé –me interrumpió.

Con rapidez, acabó de desabrochar el cordón de mi bañador y comenzó a tirar de él para bajármelo. En un instante lo tenía junto a mis pies, y sus manos recorrían mis muslos. Agachó la cabeza hacia un lado y sacó la lengua para lamer mis testículos, y así estuvo unos instantes hasta que cogió mi miembro, casi erecto, y ascendió con su lengua para comenzar a lamerlo de abajo hacia arriba.

-         Quítate esa horrible camiseta.

Se detuvo para atender mi petición, y tiró de ella hacia arriba para sacársela por la cabeza. Lo que vi me dejó con la boca abierta. Tras la sorpresa inicial, me aparté y la hice ponerse de pie un momento, tirando de su mano:

-         Levanta.

Obedeció al instante, y sin soltarle la mano, la hice girar un poco en su posición, para poder verla bien. Llevaba un conjunto en color rojo, todo en cuero, formado por un sujetador que mostraba totalmente los pechos de mi hermana; era un sujetador que solo sujetaba el contorno pero no tapaba. La parte inferior era un pequeño tanga, en el mismo color, formado por un minúsculo triángulo delantero, que se unía a la parte de atrás por unas finas tiras que ascendían por los laterales de sus caderas, para confluir en una sola tira, que se introducía entre las nalgas del precioso culo de María, haciéndolo aún más apetecible. La hice sentarse de nuevo.

-         ¿Te gusta?

-         Mucho…

-         Me lo he comprado especialmente para ti.

-         Pues vamos a estrenarlo.

Complacida por el halago, volvió a coger mi polla entre sus dedos, para esta vez comenzar a engullirla sin miramientos.

-         Vamos, ¿no dices que soy tuyo?, pues demuéstrame cuanto lo deseas. ¿No creerás que voy a ser tuyo porque tú lo digas, ¿verdad? Te lo vas a tener que ganar.

-         No… no lo creo, bueno yo… - creo que no se esperaba ese comentario de mí.

-         Bueno ¿y qué vas a hacer?

-         Lo que haga falta.

-         ¿Seguro?

-         Sí.

-         No creo que seas capaz.

-         Haré cualquier cosa para demostrártelo.

-         Hasta ahora lo único que has hecho ha sido amargarme la existencia y darme un poco de sexo.

-         No, no ha sido solo eso…

-         Lo que tú digas, pero…  ¿por qué me iba a quedar solo contigo?

Noté cómo le escocía mi respuesta. Estaba dispuesto a presionar al máximo porque en ese instante todo me daba igual. Si tenía que tener la madre de todas las brocas con María, ese era el momento, porque me sentía con fuerzas, y la creciente excitación, junto los restos del cabreo que me latían en la sangre, me llenaban de valor.

Le agarré la cabeza sin miramientos a la vez que impulsaba mis caderas hacia delante, y mi polla entró por completo en su boca hasta alcanzar su garganta. María emitió un sonido gutural, y comenzó a tener una arcada, pero no aflojé hasta pasados unos segundos, en que la fui sacando, despacio, mientras me miraba con los ojos llenos de lágrimas y se le escapaba un copioso hilo de saliva de la boca que fue resbalando por su barbilla hasta llegar a su canalillo. Antes de que pudiese recuperarse volví a llenarle la boca, pero no se quejó, aunque comenzó a ponerse roja y lagrimeaba aún más. En ese momento yo sentía más placer por tener sometida a María del que sentía físicamente y era una sensación cojonuda.

Miré aquellas tetas que apuntaban hacia mí, y se las agarré apretándolas, haciendo que se acercase más a mi posición; en cuanto las tuve a tiro, me separé un momento para encajar mi polla en medio.

-         Vamos, a qué esperas…

Espabilada como era, no necesitó que le dijera más y se sujetó los pechos desde los costados, envolviendo totalmente mi miembro con ellos. Mientras permanecía quieto, ella se esforzaba por acariciarme lo mejor que podía, subiendo y bajando sin parar. No parecía que tuviese mucha experiencia en hacer aquello; más bien parecía un poco torpe y enseguida comencé a notar un desagradable rozamiento y no lo que se espera de una placentera masturbación. Evidentemente, no perdí la oportunidad de recriminárselo:

-         ¿Eso es todo lo que sabes hacer?

Sorprendida de nuevo, paró en seco y me miró un tanto desconcertada; estaba claro que no estaba acostumbrada a encontrarse en ese rol obediente, porque siempre era ella la que lo controlaba todo, y también parecía tenerla un tanto desubicada el hecho de que yo le hablase para corregirla. No sabía si todo esto la excitaba o solo intentaba mantener el tipo para salvar la situación, pero, la verdad, era que en ese momento me daba exactamente igual.

-         ¿No te gusta?

-         Pues no.

La suave vocecita que utilizó y la actitud de niña obediente, me dio que pensar; seguro que estaba actuando para que yo me olvidase de mi cabreo y pasar a controlar la situación. -Te está tomando el pelo.

Tenéis que pensar que yo no entendía nada; a fin de cuentas sólo era un chaval que nunca se había visto en una situación como esa. Ese simple cúmulo de pensamientos hizo que se me volviese a encender la chispa del cabreo:

-         ¿Sabes qué te digo?, que me tienes tan harto que ya ni me apetece follar contigo. ¡Falsa, que eres una falsa! ¡lárgate de mi habitación!

Sólo me miró, ni tan siquiera pestañeaba.

Un tanto desconcertado, di un paso atrás y me aparté a un lado para que pudiese salir, mientras le señalaba la salida con el brazo extendido y mi dedo índice indicándole la salida. Notaba como mi cabeza funcionaba a toda velocidad sin llegar a ninguna conclusión. Aún no estaba seguro de lo que acababa de hacer.

-         Vamos, vete, María.

Se levantó lentamente y pasó por mi lado sin levantar la cabeza para mirarme. Sentí la necesidad de hacer algo, de ponerla a prueba o de fastidiarla. Necesitaba tomarme, aunque fuese una minúscula parte de revancha, por todo lo que me estaba haciendo pasar; aún a riesgo de que me arrease una buena bofetada:

-         María.

-         ¿Sí? –se detuvo sin girarse.

-         ¿No me vas a dar un beso?

Se volvió, se acercó y giré mi cara para que me besase en la mejilla; y eso es lo que hizo, con un cariñoso beso como los que me daba antes de que todo esto empezase. Un beso fraternal.

-         ¿Me voy ya?

Pero, aquel tono de voz, tan suave, casi cantarín, esa mirada directa a mis ojos, pero a la vez cargada de timidez y, su pecho, que me tenía encandilado y no dejaba de subir y bajar debido su respiración todavía alterada…no podía ser: ¿estaba excitada?

-         ¡No!, ve a la puerta y cierra con el pestillo.

-         Sí, Vicen.

Su voz se endulzó aún más, si cabe, producto de una sonrisa. Sin más, se dirigió a la puerta y la cerró. Se quedó de allí de pie, mirándome, esperando.

-         ¡Ven!

Se acercó y quedó de pie frente a mí, mirándome fijamente a los ojos. De repente me saltaron todas las alarmas:

-         ¿Necesitas que haga algo más?

-         ¿Eh? Pues…

Me pilló desprevenido. La razón me decía que no podía ser que de pronto esa fuese su actitud, seguro que seguía actuando pero, supongo que solamente había una manera de averiguarlo, ¿no?

-         Acércate.

Lo hizo, reduciendo la pequeña distancia que nos separaba a tan solo un palmo. Alargué mi mano y la dirigí a su entrepierna con un rápido gesto. Cuando puse mis dedos doblados en su entrepierna, abarcando toda su vagina, dio un pequeño respingo, cerró un instante los ojos y abrió la boca, pero no emitió ningún sonido. La prenda parecía estar húmeda y la zona desprendía mucho calor. Aparté su tanga a la derecha, con un pequeño tirón, y coloqué mi dedo corazón entre los labios de su coñito; lo introduje de inmediato ayudado por la extraordinaria cantidad de flujo que estaba segregando. Una vez dentro, lo doblé hacia arriba, haciendo un improvisado gancho y tiré un poco de ella hacia mí. Sus pechos contactaron conmigo al instante, mientras seguía haciendo pequeños movimientos circulares con la punta de mi dedo dentro de su cueva.

-         ¡Mmmm!

-         Vaya, vaya. ¡Si estás chorreando!

-         Sí…

-         ¿Cómo puedes ser tan guarra?

-         Soy lo que tú quieras… pero no pares ahora… por favor…

-         ¿Te pone caliente que esté cabreado contigo…?

Lo cierto es que más que una pregunta era un pensamiento que se me escapó por la boca.

-         ¡Oh, sí! ¡Me pone muy perra!

Joder, tenerla así y escucharla hablar de aquella manera sí que me estaba poniendo muy, pero que muy caliente. Era el momento de ir a por todas…

La agarré del cabello a la altura de la nuca y tiré hacia abajo de él, provocando que doblase sus rodillas para intentar minimizar el dolor, con lo que acercó sus pechos a mí, momento que aproveché para succionar su pezón derecho, el que me quedó más cerca; se puso como una piedra en unos segundos y su dueña sacó la lengua desmesuradamente y emitió una especie de quejido que enseguida se convirtió en un gemido:

-         ¡Aaaay! ¡Oooouuuugg!

Sin soltarla del cabello, la hice darse la vuelta y la dirigí hacia el escritorio, que quedaba a su espalda, y la hice apoyarse sobre él, presionando, hasta que su vientre y su cara quedaron pegados a la superficie. Aún no la había soltado porque no tenía muy claro qué quería hacerle, pero ella empujaba hacia mí, con su culo, intentando acercarse a mi miembro.

-         ¿Qué te pasa? ¿tienes prisa?

-         Fóllame, por favor, ¡métemela ya!

Ya estaba otra vez dando órdenes; me tenía hasta los cojones.

-         ¿Cómo he podido estar tanto tiempo sin darme cuenta de lo puta que eres?

-         No tienes ni idea de lo puta que puedo llegar a ser -hablaba entre pequeños gemidos.

-         Entonces tendré que tratarte como a una puta.

-         Sí, soy tu puta, Vicen.

Aunque realmente pensaba que mi hermana seguía interpretando su papel, pensé que porqué coño no me iba a aprovechar de la situación, y que mañana saliese el sol por Antequera. Aunque la verdad es que parecía muy excitada. Además: ¿cómo narices se iba a resistir un chaval como yo a una tía que estaba tan buena, y que en ese momento parecía estar dispuesta a hacer lo que a mí me viniese en gana?

Le acerqué la polla a la entrada de su coñito, y antes de que pudiese hacer nada, movió las caderas hacia atrás y se introdujo la mitad; yo con un pequeño golpe de caderas la acabé de ensartar hasta el fondo.

-         ¡Siiii, joder! ¡Así, Vicen!

Comencé a follármela con saña, manteniendo su cara pegada a la madera, mientras resonaba por toda la habitación, una vez más, el sonido de mi pelvis golpeando con su culo y los gemidos de María:

-         ¡Oooohh! ¡Aaaahhh! ¡Aaaag!

Pensé que si seguía así me iba a correr enseguida, y lo cierto es que en ese momento mi cuerpo, todo mi ser, me lo estaba pidiendo a gritos, pero yo quería más, quería exprimir aquella situación todo lo que fuera posible, y de repente se me encendió la bombilla:

-         Noooo, ¿Por qué me la sacas ahora? –intentando levantar la cabeza.

-         Por que me sale de los huevos, zorra, ¡y tú a callar!

-         Sí…

No me lo pensé ni un segundo. Tiré de su cabello haciendo que se levantase un poco, la obligué a acercarse más a mí, y apunté con mi glande al asterisco de su culo; en cuanto lo notó intentó girarse, mirándome con cara de susto.

-         ¡Por ahí no, Vicen! ¡Por favor!

-         ¡Vete a la mierda!

Empujé un poco, pero ella apretaba para cerrarme el paso y se retorcía para intentar escaparse.

-         ¿Pero tú de qué coño vas?, ¿no eras tan puta? ¿no decías que lo que yo quisiera? ¡Mientes más que hablas, María!

-         No, no es eso… ¡Espera! ¡espera un momento, por favor!

Me quedé allí de pie, con cara de gilipollas caliente y con la poya todavía en mi mano, cuando mi hermana, volvió a recostarse sobre el escritorio, separó las piernas, mojó dos de sus dedos en su boca, y los llevó a su culito para empezar a acariciarse la entrada de su ano haciendo pequeños círculos; en pocos segundos comenzó a introducirse un dedo, y unos segundos después, los dos. Antes de un minuto ya comenzaba a emitir pequeños gemidos mientras acompañaba la introducción con ligeros movimientos de cadera. La verdad es que el espectáculo no estaba nada mal, pero yo necesitaba acabar con aquello ya o me iba a volver loco.

-         María…

-         Ya, ven, acércate… por favor…

Apunté con mi polla hacia el objetivo, sacó los dedos y me guió con su mano.

-         Despacio… ahora… ya…

Presioné y su asterisco comenzó a ceder; un pequeño empujón más y pude introducir toda la cabeza, y al siguiente movimiento, perdí la paciencia, le introduje hasta la mitad.

-         ¡Oooostiiiaaaaa! –gritó.

La sensación me encantó, la verdad, era caliente y extremadamente suave, pero donde más placer me proporcionaba era en el tronco de mi rabo, donde se cerraba toda la piel de la entrada de su culito, que se ceñía como un guante, proporcionándome una caricia fantástica en cada movimiento. Comencé a bombear sin piedad mientras me agarraba a sus caderas, y no me importaba lo que le sucediese a María en ese momento, porque estaba dejando salir toda mi rabia y mi frustración. Pero lo cierto es que, unos instantes después, ella parecía estar disfrutando, porque comenzó a gemir y buscar mi rabo empujando hacia atrás.

-         Joder, María, pues si que eres puta. Eres muy perra.

-         Ya… ¡oooohhh!… ya te lo he dicho... ¡Oooohhh!

La excitación me soltó la lengua y comencé a decir lo primero que se me pasaba por la cabeza:

-         A saber… ¡uuufff!… la de guarradas que habrás hecho por ahí.

-         ¡Aaaahhh!, ni te lo imaginas… ¡Aaaaahhh!

-         A cuantos…a cuantos te habrás follado –me costaba hablar producto del movimiento y la excitación.

-         ¡Aaa!… ¡Aaauugg!… a unos cuantos, incluso… ¡Ooiiis!... a alguno que no te imaginas.

-         ¿Sí?, ¿A quién?, vamos dímelo puta, quiero saber lo guarra que eres.

-         Al tío… al tío Salvador… por ejemplo, pero, sigue, Vicen, ¡no pares, no pares por dios!

La confesión me impactó en el cerebro, pero a pesar de ello no paré; eso sí aflojé el ritmo. Pasada la sorpresa inicial me invadió una rabia que me hizo olvidar cualquier ápice de consideración que pudiera tener hacia mi hermana. Creo que la revelación me excitó aún más.

-         ¡Pero mira que eres zorra! ¿Cuándo?, ¿cuándo fue?, quiero saberlo.

Para hacerle más difícil la respuesta, comencé a follarle el culo con todas mis fuerzas y a descargar mi mano sobre sus nalgas. ¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF!

  • ¡Responde!

  • El verano… ¡Ooooohh!... el verano pasado… en el pueblo… ¡Jooodeeer!

Dos embestidas más, y comencé a descargar en lo más hondo de María, mientras sentía que aquel semen me quemaba como si estuviese ardiendo; ella se llevo una mano al clítoris y se lo acarició con fuerza unos segundos, para provocarse el orgasmo que tenía a punto, y, acto seguido, comenzó a correrse. Mientras lo hacía comenzó a resbalar un río de caliente líquido por la parte interior de sus muslos, mezcla de orina y flujo, que me salpicó los  tobillos y los pies.

Un momento después me eché sobre su espalda a la vez que sacaba mi polla de su interior. La noté tan sudada y caliente como yo debía de estarlo. Estaba relajado por fin.

Nuestras respiraciones, aún muy alteradas, empezaron a sincronizarse, mientras comenzaba a hacerse un extraño silencio. Justo en ese momento, me pareció escuchar un pequeño golpe en la puerta de la habitación, junto con una especie de grito ahogado.

María giró su cara y los dos nos miramos. Me incorporé en un movimiento rápido y, sigilosamente, me dirigí hacia la puerta, mientras mi hermana me miraba, incorporándose. Descorrí el pestillo lo más silenciosamente que pude, y abrí la puerta de repente: allí apareció la cara de Mel, que estaba agachada junto a la puerta.

Me miró con los ojos como platos, y ni tan siquiera le dio tiempo a sacar la mano que tenía dentro del pantaloncito de su pijama:

-         ¡Mierda!

-         ¡Joder, Mel! ¿Qué coño haces ahí?

Antes de que pudiese responder o incorporarse, la agarré del pelo con fuerza y tiré de ella para introducirla en la habitación.

-         ¡Aaaaay! ¡Lo siento, lo siento! ¡Suéltame que me haces daño!

Sin soltarla del cabello, la hice entrar hasta el centro de mi cuarto, y solo entonces solté la presa, a la vez que le daba un pequeño empujón.

Se quedó allí de pie con lo ojos muy abiertos y sus brazos cruzados sobre su pecho, como si quisiese escudarse tras ellos.

  • María, cierra bien la puerta, que vamos a tener una larga conversación con nuestra hermanastra…

CONTINUARÁ…

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