A mi hermana le gustan los videojuegos – 10

Las cosas no son lo que parecen, y nuestro adolescente se ve envuelto de una guerra muy caliente entre las mujeres de su casa

A MI HERMANA LE GUSTAN LOS VIDEOJUEGOS – 10

Para poder hacer el seguimiento del argumento de la historia, os recomiendo leer las anteriores entregas publicadas de “A mi hermana le gustan los videojuegos”. Agradeceré vuestros comentarios y valoraciones.

También aprovecho para disculparme por el retraso en las entregas, sobre todo esta última, y para reiterar mi agradecimiento, una vez más, a todos aquell@s que os interesáis por lo que escribo y me preguntáis para cuando la próxima entrega, pero, lamentablemente, mi trabajo me ocupa la mayor parte del tiempo y no dispongo de todo el que me gustaría para escribir. Mis disculpas.

Muchas gracias por leer lo que escribo. Espero que os guste.

Me encerré en mi habitación a cal y canto. Me acerqué a la ventana y me puse a mirar hacia la calle, apoyando mis codos sobre el alfeizar, mientras intentaba ordenar mi cabeza. Mirando a la gente pasar pensé lo mucho que me gustaría poder largarme lejos durante un tiempo, donde nadie me conociese ni supiese lo que me estaba pasando.

Me acerqué a mi escritorio, aparté la silla, girándola, y me senté con desgana. Me descalcé y apoyé los pies sobre el borde del mueble, mientras apoyaba mis manos sobre mis muslos. Giré las palmas hacia arriba y las miré; durante el día de hoy habían acariciado los cuerpos de unas chicas preciosas y, sin embargo, ahora, esa idea no era suficiente para animarme.

Definitivamente, todo se estaba complicando muchísimo, y siempre era María el factor que se repetía en todo lo que me ocurría; en lo bueno y en lo malo. Sí, seguro que ella tenía la culpa. No lo entendía: por una parte se había convertido en mi guía de excepción para el descubrimiento sexual, abriéndome muchas puertas y brindándome un sinfín de posibilidades, pero el precio que me hacía pagar por todo ello, la ansiedad, los agobios derivados de sus insufribles celos, todo eso me parecía un precio demasiado alto.

Tenía que tomar una decisión, no podía seguir así. Solamente quería recuperar mi vida, tal y como era antes de que comenzasen los escarceos con mi hermana.

Me levanté de un salto, cogí mi mochila que era lo que tenía más cerca, y la tiré con rabia encima de mi cama.

-         ¡Joder!, ojalá no la hubiese tocado nunca, ¡aunque me la siguiera pelando todo el día como un mandril!

Tras golpear sobre el colchón, por el hueco que quedaba sin cerrar de la cremallera salió el tirante del sujetador de Raquel. ¡Mierda!, tengo que esconder esto antes de que lo vea alguien – pensé. Se me ocurrió esconderlo en mi armario, en el estante de arriba, donde guardaba mi maleta para cuando íbamos de viaje; seguro que ahí no miraba nadie.

Una vez escondidas las sugerentes prendas que me había regalado mi nueva amiga, silencié mi  teléfono y me tumbé en la cama buscando un poco de calma; no quería que María me machacase a mensajes. Necesitaba desconectar porque el día estaba siendo una auténtica montaña rusa emocional y la actividad física muy intensa.

Esto era de locos; si lo pensaba bien, me había metido en un berenjenal considerable; y todo por culpa de las hormonas y mi falta de autocontrol. Tal vez estaba siendo muy duro conmigo mismo, pero lo cierto es que tampoco tenía otra referencia con la que compararme. Me vino a la memoria un comentario que me hizo mi abuela poco antes de morir:

-         “Vicentico, ten cuidado con las mujeres, que tiran más dos tetas que dos carretas, y los hombres sois muy facilones”.

Cuanta razón tenía aquella mujer y cuanto la echaba de menos.

Al final ocurrió lo que tenía que ocurrir; me venció el cansancio y me quedé dormido. No sé cuanto tiempo estuve durmiendo, pero lo que sí recuerdo era escuchar como golpeaban la puerta de mi habitación y una voz que gritaba mi nombre. Mientras volvía de entre los brazos de Morfeo, lo primero que me vino a la mente era la discusión con María y pensé:

-         joder, ya está otra vez.

Pero cuando me espabilé un poco distinguí que la voz pertenecía a mi padre, y parecía cabreado:

-         ¡Vicente!, ¡Qué abras la puerta te he dicho!

-         ¡Ostras!, ¡Voy, papá!

Me levanté lo más rápido que pude y descorrí el pestillo de la puerta, abriéndola casi a la vez; me encontré con la cara de mi padre con expresión de pocos amigos y la cara de Carmen, mi madrastra, que miraba por encima de su hombro estirando el cuello.

-         ¿Se puede saber por qué narices has cerrado por dentro? ¿Y porqué no contestabas?, llevo un rato aporreando la puerta y me estabas asustando.

-         Lo siento papá, me quedé dormido.

-         ¿Y desde cuando te encierras por dentro?

-         Ya te he dicho que lo siento.

-         Aún no me has respondido, Vicente.

-         ¡Te he dicho que lo siento, joder!, ¡déjame en paz!

Aún no había acabado de decirlo y ya me estaba arrepintiendo. Nunca le hablaba así a mi padre, la relación con él era muy buena; lo cierto es que era una persona excepcional, y tan solo estaba preocupándose por mí.

Puso cara de pocos amigos, se aproximó un poco más a mí dando un paso, y me habló de aquella manera tan pausada que utilizaba cuando estaba realmente cabreado y que te ponía los bellos de punta:

-         ¿Me puedes explicar qué te pasa?

-         Nada, papá, de verdad…

-         Mira, Vicen, no sé porqué te habías encerrado en tu habitación, ni tampoco por qué María y Melisa tienen esas caras tan largas; aquí nadie suelta prenda, pero te aseguro que voy a enterar y, entonces, tendremos una conversación. ¿Queda claro?

-         Si, papá.

-         Bien, pues lávate esa cara de zombi que tienes y a preparar la mesa, que aquí hay que cenar y esto no es un hotel.

-         Ahora mismo voy.

-         Pero que sea ahora mismo, Vicen, no quiero volver a repetirlo, ¿estamos?

-         Si, papá.

Se fue hacia el salón y Carmen fue tras él, no sin antes lanzarme una mirada muy seria que no supe descifrar. Si antes estaba mal, ahora aún me sentía peor. Nunca me discutía con mi padre; no de aquella manera, y menos aún por culpa de mi estado de tensión nerviosa. Me hubiese encantado poder sentarme con él y explicarle todo lo que me pasaba, pero por desgracia no era posible. Todo esto me estaba sacando de quicio.

Fui el único que apareció para poner la mesa. Ni rastro de María o Melinda. No se hizo ni un comentario más hasta que una vez preparado para la cena, mi padre se plantó en el pasillo donde estaban nuestros dormitorios y dio un último aviso con un elevado tono de voz, impropio de lo que era habitual en él:

-         ¿Vais a salir para cenar o tengo que enviaros al ejército?

Regresó a la terraza y se sentó a la mesa con el semblante muy serio. Ni siquiera me miraba. Carmen y yo también estábamos sentados. No podía soportar estar cabreado con mi padre.

-         Papá…

-         ¿Si?

-         Por favor, perdóname.

-         ¿Me vas a decir qué te pasa?

-         Yo, verás es que…

En ese momento aparecieron Melisa y María, por ese orden, y me detuve. Se sentaron a la mesa. Todo el mundo tenía caras largas. Mi padre utilizó su habitual sarcasmo para estas situaciones.

-         Está bien, ya hablaremos, hijo. Vaya, no sabía que había un funeral, ¿quién es el difunto? - Se dirigió a mis hermanas.

-         Vicente, déjalo. Ya son mayorcitas; seguro que es una discusión de hermanos, verás como lo solucionan pronto. - Dijo Carmen dirigiéndose a mi padre.

-         Más vale, porque la vida es muy corta para estar cabreado…eso es tiempo perdido…

Su semblante mutó de enfadado a triste, seguramente se acordaba de mamá.

A partir de aquí, la cena transcurrió con aparente normalidad, con algún que otro intercambio de frases y miradas, y poco más. Cuando acabamos, se recogió todo y me despedí de mi padre y Carmen con un beso de buenas noches.

-         Buenas noches, papá.

-         Buenos noches, Vicen.

-         Yo, lo siento, de verdad.

-         Está bien, pero no vuelvas a darme esos sustos ni a contestarme de esa manera; no te hemos educado así, ¿estamos?

-         Si, lo sé, tienes razón.

-         Pues venga, vete a matar bichos o lo que quiera que hagas con el cacharro ese, que os tiene a todos medio abducidos; entre los móviles de las narices y los jueguecitos, no hay quién os vea el pelo.

Un poco más aliviado, me dirigí a mi habitación y en el pasillo me crucé con María que iba a entrar al baño. Me miró con una media sonrisa enigmática.

-         ¿Qué coño estará tramando esta ahora? –pensé.

Lo averigüé enseguida. Cerré la puerta de mi dormitorio y recogí mi teléfono para mirar si tenía algún mensaje: había cuatro. Dos eran de mis colegas, para quedar para la playa, y por si me apetecía conectarme en una partida on line. Contesté a ambos. El tercer mensaje era de Amaya y me quedé de piedra al leerlo:

“Me he enterado d k t stas liando con otras. Eres un cerdo y un cabrón”.

-         Esto es cosa de María, la muy…

Y ahora, ¿qué le iba a responder a Amaya?, además era verdad. Pero María se había pasado tres pueblos. Estaba cumpliendo su promesa, y me preocupaba hasta donde podía llegar.

El cuarto mensaje era de mi hermana; breve y contundente: “te lo avisé”

-         ¿Qué coño voy a hacer ahora?

Nervioso, me puse a mirar en Instagram las nuevas entradas, y, en menos de un minuto, entré en el perfil de mi vecina Laura. Acababa de publicar una foto hacía menos de una hora y la amplié para verla mejor. Recordé sus palabras al salir del ascensor y quise comprobar si había cumplido lo dicho. La foto era toda una delicia: estaba de pie, ofreciendo su perfil izquierdo a la cámara, se veía su cuerpo hasta la altura de sus caderas, llevaba el cabello suelto, peinado con la raya en medio, miraba de frente al objetivo, con una sonrisa dibujada en su rostro, mientras sacaba tímidamente la lengua que quedaba atrapada por sus dientes. Guiñaba el ojo derecho en un simpático gesto. Pero, claro está, lo que más llamó mi atención, fue su cuerpo, y, concretamente, su vestimenta. Se había puesto una blusa blanca de manga corta, muy ajustada, con encaje en los bordes y cuello, cerrada mediante botones, que dejaba al descubierto su vientre, pero su dueña la había subido un poco y desabrochado el primer botón superior y esto, junto con la ausencia de sujetador, hacía que se apreciasen partes de su pecho derecho a través del hueco que se creaba entre botón y botón. Se veia incluso un sexi lunar, de manera que la imagen era mucho más que sugerente. Su pecho me pareció muy apetecible a pesar de no ser muy grande. Completaba la estampa un ceñido pantaloncito corto deportivo, de color azul oscuro, con todas las costuras rematadas en blanco. El conjunto sugería mucho sin mostrar nada. Había un texto en la publicación:

“Siempre tan cerca y tan lejos…”

-         ¡Joder con la vecinita!

La verdad es que estaba muy buena, más de lo que había percibido hasta ahora pero, la verdad, lo que más me despertaba era morbo, un morbo tremendo.

-         ¡Tío!, ya estás otra vez. Tienes que parar –pensé.

¿Pero cómo narices podía salir de esa espiral?, ¿es qué las hormonas me estaban licuando el cerebro?, ¿el sexo iba a dominar mi vida de ahora en adelante?

En eso estaba cuando recibí un mensaje de un número que no tenía registrado. Miré los números anotados en el papel que me dieron Luisa y Raquel y comprobé que era de la última:

“Cómo te va guapo? K tal con María? Me acuerdo mucho de ti. Besossss”

Le respondí diciéndole que estaba bien, que yo también me acordaba de ella y que en casa las cosas estaban muy complicadas. Después eliminé ambos mensajes, tal y como habíamos quedado. No estaba yo muy comunicativo.

Retomé el tema de la foto de mi vecina, enviándole un comentario:

“Espectacular. Súper hot. Lástima de la distancia que nos separa”,

Y le añadí una carita con dos ojos en forma de corazones rojos y, después, dos llamaradas incendiarias.

Bueno, y ahora, ¿qué hacia con mi hermana? Si dejaba el tema así, era muy capaz de ir haciéndome una putada tras otra y no parar de causarme problemas. Tal vez lo mejor fuera coger el toro por los cuernos. Decidí enviarle un whatsapp:

“Hola, podemos hablar, por favor?”

Lo envié y esperé respuesta. Tras varios angustiosos minutos, la respuesta llegó:

“K quieres?”

-         Me parece que no me lo va a poner fácil.

“No me gusta k estemos enfadados, somos hermanos”

Tardó otra par de largos minutos en volver a contestarme:

“ Y ke propones?”

Decidí que lo mejor era enfrentar el tema:

“k arreglemos nuestros problemas, porfa”

De nuevo tardó en responder; supongo que estaba calibrando el siguiente paso. Como no podía ser menos, intentó tener ventaja y me citó en su habitación:

“Vale. Ven a mi cuarto. Ahora”

Suspiré profundamente y me armé de valor. Salí de mi dormitorio y me dirigí al de María. Me paré frente a su puerta y llamé suavemente con los nudillos. Tras unos segundos me respondió:

-         Pasa.

Entré y me la encontré al fondo de su habitación, sentada en el borde de su cama, apoyada sobre sus manos y con una pierna cruzada sobre la otra. Vestía una enorme camiseta de Los Ángeles Lakers. Tenía un semblante muy serio.

-         Tú dirás, Vicen.

-         Tenemos que hablar, ¿no?

-         ¿Sobre qué?

-         Lo sabes perfectamente, se te nota que estás muy cabreada.

-         ¿Y no debería estarlo?

Para ganar tiempo señalé su silla frente al escritorio y asintió con la cabeza para autorizarme a usarla. Pensé muy bien lo que iba a decir.

-         Mira, María, siento haberte hablado así, ¿vale?, pero es que te has puesto muy nerviosa y me has puesto a mí también.

-         ¿Y cómo no quieres que me ponga nerviosa?, ¡estabas en la habitación de Melinda!

-         Pero si solamente estábamos hablando…

-         ¿Entonces porqué no me contestabas?

-         Precisamente por eso, porque te pones hecha una fiera. Antes no eras así…

En esto último fui muy sincero, y mi tono de voz fue más convincente porque transmitía la pena y la frustración que realmente sentía por todo lo que estaba pasando. Mi hermana lo captó y su expresión se relajó un poco. Quedó pensativa unos instantes y después se levantó, se aproximó, y se agachó frente a mí cogiéndome las manos. Me miraba a los ojos desde su posición. Estaba preciosa.

-         ¿De verdad que no ha pasado nada?, ¿de qué estabas hablando con ella?

Encadenó varias preguntas y casi no tuve tiempo de pensar bien mi respuesta. Creo que no lo hice mal del todo.

-         No te negaré que me gusta mirarla, pero precisamente lo que he ido a decirle era que no quería que lo que había pasado enrareciera el ambiente delante de papá y Carmen. Luego has llegado tú y te has puesto así…no me gusta que me trates como si fuera un niño pequeño, y reconozco que yo también me he enfadado un poco.

-         ¿Un poco?, nunca te había visto tan cabreado. No parecías tú. Reconozco que en el fondo me ha puesto un poco cachonda verte así, con ese carácter y esa seguridad.

-         Bueno, entonces: ¿estamos bien?

-         Está bien, pero que conste que no me gusta verte a solas con ese zorrón; tal vez no debí…

No acabó la frase. Parece ser que estaba celosa de nuestra hermanastra, y con razón.

-         Por cierto, ¿no crees que te has pasado un poco con lo de Amaya?

-         Bueno, estaba muy cabreada contigo; además ¿para qué quieres otra chica más?, ¿no tienes ya bastante?

-         Tía, pero te has pasado mucho, le has hecho daño.

-         Ya. Lo cierto es que estaba muy encaprichada contigo. Creo que demasiado. A lo mejor hasta te he hecho un favor.

-         ¿Y qué le digo yo ahora?, ¿con qué cara la miro yo cuando nos encontremos este verano en el pueblo?

-         Bueno, no te preocupes por eso, que algo se me ocurrirá.

No dejaba de sorprenderme la facilidad que tenía para minimizar o aumentar la importancia de todo a su conveniencia. Tampoco se me escapaba que, cuando algo le contrariaba era capaz de cualquier cosa. Había muchas facetas de María que yo desconocía hasta ahora. La cuestión era que o yo había estado viviendo en la inopia, o mi hermana era una actriz de Oscar de Hollywood. Eso era lo que más me preocupaba, cuanto de lo que conocía de ella hasta ahora era cierto, y qué me quedaba por descubrir.

Me sacó de mi ensimismamiento con una de sus jugadas habituales:

-         ¿Así que mi hermanito piensa que lo trato como a un niño?, ¿y tú crees que a un niño le haría esto?

En ese momento puso su mano sobre mi entrepierna frotando firme pero suavemente, mientras me miraba a los ojos con cara de depredadora. Otra vez intentaba controlarme a través del sexo; decidí que esta vez debía intentar resistirme como fuera. Además, ya había tenido bastante sexo por un día; aunque eso ella no lo sabía.

-         ¿Qué haces María?

-         ¿No sabes que dicen que los mejores polvos son los de la reconciliación?

A esta tía se le iba la olla; pretendía que tuviésemos sexo con todos en casa y como estaba el patio de tenso con mi padre. Decidí usar precisamente eso último para intentar parar aquella locura:

-         María, no puedo hacerlo sabiendo que papá está ahí. Están todos en casa.

-         Otras veces no te ha importado tanto.

Tenía toda la razón. Mientras me respondía seguía frotando mi miembro con la palma de su mano derecha, y este comenzaba a reaccionar. Hice un gran esfuerzo y, con toda la suavidad que pude, le sujeté la mano por la muñeca.

-         María, sabes que me gustas mucho, pero no me siento cómodo. Estoy nervioso, ya sabes que he tenido una bronca con papá y se ha enfadado mucho conmigo. Además, últimamente está un poco mosqueado; se huele que algo está pasando.

Me miró extrañada.

-         ¿Qué ha pasado?

Le expliqué lo ocurrido con mi padre con cierto pesar, y por fin conseguí mi propósito.

-         Está bien. Eres un desastre. Tienes que tener más cuidado. Vete a tu cuarto antes de que me arrepienta. Ahora por tu culpa me voy a tener que hacer un dedo.

Me levanté y ella se incorporó también. Me dio un fuerte abrazo y yo le correspondí. Noté sus firmes pechos clavados en el mío y como pegaba su vientre a mí. Tuve que contener un escalofrío. Me separé y le di las buenas noches. Justo cuando me disponía a abrir la puerta me dijo:

-         Que sepas que me voy a masturbar pensando en ti y en todo lo que me hubiese gustado hacer contigo esta noche.

Me giré y la miré con una sonrisa nerviosa, abrí la puerta, salí de su habitación y, cuando ya estaba en la mía cerré la puerta con cuidado y apoyé mi espalda y mi cabeza en ella mientras lanzaba un profundo suspiro.

Pasado el mal trago, me dediqué a mi Play, jugando una partida on line con los colegas, y durante un par de horas pude olvidarme de todo. Cuando acabó y llegó la hora de dormir, fui consciente de que no tenía ni pizca de sueño. Había dormido demasiado, y si no llega a despertarme mi padre, creo que aún estaría haciéndolo. A pesar de ello apagué la luz y me tumbé en la cama, intentando conciliarlo. Escuchaba algún que otro sonido procedente de la calle, y no me podía quitar de mi cabeza las últimas palabras de mi hermana. Era inevitable imaginármela acariciándose pensando en mí. La verdad es que eso no ayudaba mucho a que me calmase.

Después de un buen rato dando vueltas, decidí salir a tomar un poco el aire a la terraza. El día siguiente era lunes y seguro que todo el mundo estaba ya durmiendo.

Ni tan siquiera me calcé, abrí la puerta lo más silenciosamente que pude, y salí despacio por el pasillo, atravesé el salón, sigilosamente, y me acerqué a la terraza. Como siempre en verano, la puerta estaba entreabierta y las luces de la terraza apagadas. Ya me disponía a apoyarme en la  barandilla del lado izquierdo para mirar un rato a las luces que recorrían la costa, cuando me di cuenta de que no estaba solo; Carmen había salido de la habitación y estaba apoyada en la baranda frente a su cuarto. Estaba fumando un cigarrillo. - No sabía que fumase.

Intenté no hacer ningún movimiento para pasar desapercibido, esperando a que ella volviese a entrar en su dormitorio, pero no parecía tener prisa. Aprovechando mi anonimato, me fijé un poco más en ella. Lo primero que me llamó la atención es que llevaba el cabello revuelto y, después fijándome un poco más, que únicamente vestía un liviano camisón que parecía ser de color rosa, en un tono muy pálido, -aunque no se apreciaba muy bien-, que le cubría hasta medio muslo, no tenía mangas y se sujetaba solamente a través de unos finos tirantes, que se unían en la espalda, dejándosela casi descubierta. Tenía un amplio escote en forma de V, en la parte delantera, y todos los remates estaban adornados por un fino encaje.  Una tenue luz procedente de su habitación la iluminaba permitiéndome ver que, a duras penas, contenían sus dos generosos pechos, cuyo principio asomaba por los laterales, pero no pude ver nada más. Recordé cuando me complació con su boca y empecé a notar un cosquilleo en mi entrepierna. Estaba claro que era una mujer muy deseable.

Esto era un no parar. Decidí que era mejor retirarme y no seguir poniéndome malo, pero cuando inicié el movimiento, ella pareció notar algo y preferí hacer ver que acababa de llegar.

-         Buenas noches, Carmen.

-         Hola, ¿qué haces que no estás durmiendo?

-         No podía dormir y he preferido salir a tomar un poco el aire. ¿Y tú?

-         Me he desvelado, pero enseguida vuelvo a la cama. Oye, Vicen…

Se aproximó a mi posición y, mientras se acercaba pude comprobar como se movían libremente sus pechos y se marcaban sus pezones bajo la fina tela. Se dibujaba con claridad su forma como en una representación en tres D, aunque no se podían ver a través de la tela. Cuando estuvo casi a mi altura procuré fijar la vista en su cara.

-         ¿Qué ha pasado esta tarde?

-         Nada…

-         Vamos hombre, últimamente estáis todos muy raros, y tú estabas encerrado en tu cuarto, Mel y María súper serias…

-         De verdad, no es nada. Solamente que he tenido una pequeña discusión con María, por lo demás no tengo ni idea.

-         Vicen, si necesitas hablar con alguien, o explicarme algo, lo que sea, puedes contar conmigo, lo sabes, ¿no?

Se aproximó a mí hasta que sus pechos casi me rozaron y apoyó sus manos en mis hombros mientras me miraba fijamente. Su perfume se estaba instalando en mi cerebro, y su proximidad estaba poniéndose realmente nervioso. Eso si que era una mujer de verdad, madura, se la notaba segura de si misma y, sobre todo, muy sensual y atractiva. Tenía que salir de allí. Me moví un poco hacia mi derecha, apartándome de ella despacio, y busqué una excusa para escabullirme.

-         Gracias, Carmen, de verdad, pero ahora tengo que ir al servicio; luego creo que intentaré dormir. Buenas noches.

Me apresuré para dejar la terraza y mientras me alejaba la escuché darme las buenas noches con mucha suavidad, acariciando cada sílaba:

-         Buenas noches, mi niño.

Mientras caminaba noté su mirada clavada en mí.

Casi corrí hasta mi dormitorio y no me sentí a salvo hasta que cerré de nuevo la puerta. A punto estuve de cerrar de nuevo por dentro, pero la idea de que se produjese con mi padre un episodio parecido al de unas horas antes, me hizo desistir.

De nuevo tumbado en la cama, con mis manos tras la nuca y mirando al techo, intenté no pensar en nada que tuviese que ver con el sexo y las mujeres, pero me resultó imposible; aún tenía gravada a fuego la imagen de Carmen acercándose a mí, y aquellos pechos con su movimiento hipnótico y, sobre todo su perfume, ¡oh!, cómo me hubiese gustado acercarme a oler su piel…

Recuerdo que lo último que pasó por mi cabeza antes de dormirme fue una pregunta: ¿En qué momento se había convertido mi casa en el parque temático de la tentación, la lujuria y el morbo?

O eso, o yo estaba enfermo de verdad. Ojalá tuviésemos un botón de reset en el cerebro para poder reiniciarlo todo, o modificarlo y controlarlo todo a placer, como en los videojuegos.

A pesar de todo, tuve un sueño plácido, pero dado lo que había dormido la tarde anterior me desperté muy temprano; de hecho, mucho más de lo habitual, tanto que mi familia aún no se había marchado a abrir la tienda y todos pululaban por casa. A la única que no encontré fue a María. Mi padre se sorprendió al verme:

-         ¡Hombre!, buenos días, hijo. ¿Cómo es que te has levantado tan temprano?

-         Buenos días, papá. He descansado bastante bien.

-         Si, haces buena cara. Aprovechando que te veo: mira, aquí te dejo una pequeña lista de encargos para que los hagáis entre María y tú. Se la iba a dar a tu hermana pero se me ha olvidado dársela antes de que saliera. Nosotros nos vamos ya para abrir la tienda.

-         ¿Ya se ha marchado María?

-         Si, ha salido muy temprano. Lleva unos días que está más madrugadora de lo habitual. Me ha dicho que iba a hacer no se qué. Encima de la mesa de la cocina te he dejado dinero; creo que habrá suficiente.

-         Vale, yo me encargo.

-         Gracias hijo, hasta luego.

Me dio un sonoro beso en la mejilla. Mel se despidió sin muchas ganas desde la puerta haciendo un gesto con la cabeza; estaba medio dormida, como cada mañana, y Carmen se aproximó y me dio un suave beso en la mejilla.

-         Hasta luego, Vicen.

-         Adiós, Carmen.

De nuevo aquel perfume. Su proximidad y aquel aroma me embriagaron. Por suerte solo fue un instante y se marchó.

Me preparé el desayuno y, mientras tanto, iba cavilando sobre donde podía estar María. Eran ya varios días que se levantaba muy pronto y se marchaba, sin que nadie pareciese saber por donde andaba. Nunca me habían preocupado demasiado sus movimientos, pero ahora estaba realmente intrigado. Tal vez lo mejor fuese preguntarle directamente.

-         Sí, eso es lo que voy a hacer.

Me animé yo mismo, fui a por mi teléfono y la llamé. No contestó aunque parecía estar operativa. Le envíe un whatsapp:

“Buenos días. Por dónde andas hermanita? “

Y el correspondiente emoticono con la carita lanzando un besazo. El mensaje fue entregado pero no lo leyó. Bueno, igual estaba ocupada o haciendo ejercicio, aunque algo me decía que eso no era así. Decidí esperar un rato; a lo mejor me llamaba o me respondía más tarde.

Pasado un rato, ya había desayunado y estaba en mi habitación sin saber nada de mi hermana. Aún era demasiado temprano para ir a la playa. Como decía mi amigo Luis: “seguro que aún están peinando la arena”. Tal vez lo mejor fuese dedicarme a hacer los encargos que había comentado mi padre.

Cogí la lista y el dinero, mi teléfono, me aseguré de que llevaba las llaves de casa, y me dispuse a salir a realizar los recados. Nada más cerrar la puerta de la vivienda, escuché otra puerta cerrarse unas plantas más abajo. ¿Sería mi vecina Laura?

Como el ascensor estaba en mi planta, pensé que si bajaba rápido hasta el tercero, podría comprobar si era ella. Bajé a buen ritmo los peldaños de las dos plantas que separaban el ático del tercero, donde ella vivía, y llegué justo a tiempo de ver que, efectivamente, era mi vecina, pero acompañada de su hermano pequeño, esperando frente a la puerta del ascensor. Era un chavalín risueño y simpaticote, viva fotocopia de su hermana, así como esta lo era de su madre, y no debía tener más de seis o siete años. Saludé nada más verlos:

-         Buenos días, vecinos.

-         ¡Hola Vicen!, respondió el niño. ¿A dónde vas?

-         ¡Alberto!, es de mala educación preguntar eso, -Le replicó su hermana.

-         No pasa nada, - les respondí divertido.

-         ¿Ves, Lauri, cómo no pasa nada?, ¿a dónde vas?, -insistió él.

-         Voy a hacer unos recados que me ha encargado mi padre, ¿me acompañáis? Bueno, a no ser que tengáis prisa u otra cosa que hacer, claro.

Debo reconocer que hay estuve hábil. Laura me miró sorprendida por mi propuesta. Antes de que se diera cuenta, su hermano ya estaba saltando, cogido de su mano y apoyando mi oferta.

-         ¡Sí!, ¡sí!, ¡sí!, porfa, porfa, porfa, Lauri.

-         Pero Alberto, a lo mejor estorbamos a Vicen en sus gestiones, o ha quedado con alguien…

-         No, que va, por eso os lo digo, así estaré acompañado, vamos si tú quieres…

-         Bueno, de todas formas íbamos al parque antes de que apriete el calor para que este diera una vuelta.

-         Entonces no se hable más.

Esta vez fui yo el sorprendido por su respuesta. Abrí la puerta del ascensor, cortésmente, y enseguida entró el niño acompañado de su hermana, que me lanzó una enigmática mirada de reojo al pasar. En cuanto lo hizo aproveché para darle un repaso visual a su trasero, que iba embutido dentro de unas ajustadísimas mayas deportivas de color verde esmeralda en un tono muy claro, en las que se marcaba, (aunque no transparentaba), con total claridad, un braguita tipo tanga. Completaba la indumentaria un top deportivo en color blanco, con todos los bordes en color negro, incluidos los finos tirantes que lo sujetaban, que tenían el tamaño justo para esconder sus pechos, y un discreto escote en forma de U, que dejaba ver el principio de un canalillo apetecible. Ni que decir tiene que la propietaria de esos atributos, estaba en plena forma y su sempiterna piel blanca, comenzaba a lucir un incipiente moreno que le favorecía mucho.

Cuando llegamos a la calle ambos se me quedaron mirando y caí en la cuenta de que esperaban que les dijese a donde íbamos a ir. Extraje el papel del bolsillo de mis bermudas, y tras un rápido vistazo les comenté el itinerario:

-         Tengo que ir a la panadería, a la ferretería y a recoger ropa de la tintorería. Me vendrá muy bien vuestra ayuda. Luego, si queréis, os invito a una Coca-cola.

-         ¡Sí!, mola. – De nuevo se adelantó el chiquillo.

-         Por mí vale.

-         Entonces en marcha.

Iniciamos la ruta caminando sin prisa, con Alberto situado en medio cogido de la mano de ambos; su hermana caminaba a la derecha. No sabía como iniciar una conversación con ella, pero los últimos acontecimientos vividos me hacían sentirme más seguro de mi mismo, y decidí utilizar lo único que teníamos en común ahora mismo además de la vecindad: Instagram. Como su hermano estaba delante, fui lo más delicado posible.

-         ¡Ah, Laura!, anoche vi la foto que me comentaste. Está genial.

-         Gracias, y yo leí el comentario.

-         ¿Estaba dedicada tal como dijiste?

La muchacha se ruborizó y miró hacia delante sin contestarme. Seguimos caminando y enseguida llegamos a la panadería. Pedí turno y el chiquillo se entretuvo mirando el mostrador, lleno de pastas. Laura me habló entonces:

-         Sí lo vi, pero no quería contestarte delante de mi hermano, que luego lo cuenta todo como si fuera un loro.

-         Disculpa, tienes razón, he estado un poco torpe.

-         No pasa nada. ¿De verdad te ha gustado?

-         Mucho. ¿Puedo preguntarte algo?

-         Sí, bueno, depende de lo que sea…

-         ¿A tu novio le da igual que…? quiero decir… ¿él ha visto las fotos?

Tal y como acabé de formular la pregunta pensé que la había cagado, sobre todo al ver su expresión seria, y me apresuré a disculparme por mi torpeza:

-         Lo siento, no es asunto mío, perdona.

-         No, está bien, es que Pablo es un poco celoso; además últimamente no estamos muy bien. De todas formas, es tan egocéntrico que seguro que piensa que está dedicada a él.

-         Vaya, lo siento. –Era mentira. Aún no sabía porqué, pero aunque era egoísta por mi parte, me alegró saberlo.

-         Bueno ayer os ví muy…muy digamos juntos; eso juntos.

Laura sonrió ante mi torpeza.

-         Sí, creo que a él lo que más le gusta son las despedidas o cuando nos quedamos solos. Solamente piensa en tocarme.

Me quedé muy cortado por su respuesta.

-         ¿Quién te toca, Lauri?

No nos habíamos dado cuenta de que el chiquillo estaba de vuelta. Por suerte, llegó mi turno en la cola y me escabullí, mientras su hermana le daba algún tipo de explicación.

Salimos del establecimiento en dirección al siguiente destino; esta vez mi vecina le dejó su móvil al niño para tenerlo distraído mientras nosotros continuábamos charlando.

-         Yo pensaba que a las chicas os gustaba que, bueno, gustarle al chico. Ya me entiendes…

-         Si, claro, pero también hay otras cosas. Es decir, a mí me encanta gustar, quiero decir gustarle, pero parece que es lo único que ve en mí, y ya estoy cansada. Mañana se marcha a Mallorca, con sus padres, y creo que voy a cortar antes de que se vaya, o por lo menos le pediré que nos demos un tiempo. Aunque seguro que me pone los cuernos en cuanto tenga ocasión. Sus padres tienen una casa allí, y cuando le dijeron si quería ir este verano, no se lo pensó ni un segundo. Ni siquiera se le ha pasado por la cabeza invitarme.

Me sorprendió que fuera tan franca conmigo, sobre todo considerando que nunca habíamos pasado de saludarnos como vecinos y poco más. Me pareció una buena chica, y me encontraba cómodo con ella. Supongo que esperaría la misma sinceridad en mí, llegado el caso, y creo que eso iba ser bastante complicado. Debo reconocer que, hasta el momento, no había pasado de percibirla como una chica mona y de mirarle su estupendo culo, supongo que llevado por mis hormonas y los acontecimientos de los últimos días. La temida pregunta acabó llegando, y no por esperada fue menos comprometida:

-         ¿Y tú, estás con alguien?

-         Bueno, es complicado. Digamos que últimamente me he enrollado con alguien, pero no hemos hablado con claridad, - concretamente ayer mismo-, pensé.

-         Ah, vaya. –Pareció un tanto decepcionada.

-         Lo cierto es que creo que no quiero una relación con esa persona, porque sería todo muy complicado, demasiado.

Levantó la mirada del suelo y me miró a los ojos, nunca me había fijado en lo bonita que era y, sobre todo, la belleza de sus ojos: eran de un intenso verde oscuro, parecían los de un felino. En ese instante me quedé prendado de ellos y, sin querer, me sorprendí bajando la mirada y mirando los jugosos labios rojos de su propietaria, que destacaban sobre su blanca piel, incluso sin ningún tipo de maquillaje.

Reemprendimos la ruta, camino de la ferretería, y volvió a hacerse un extraño silencio. Tras unos instantes me hizo una pregunta, supuse que para sacar algún tema de conversación:

-         ¿Y siempre te toca hacer a ti los recados?

-         Bueno, casi siempre los comparto con mi hermana María, o nos turnamos.

-         ¿También trabaja en vuestra tienda?

-         No, solamente mis padres y mi hermana Melinda. – No me parecía adecuado llamarla hermanastra delante de ella.

Se quedó un instante en silencio, como si calibrase si me podía decir lo que venía a continuación. Finalmente continuó hablando:

-         Pues esta mañana la he visto muy temprano.

Me la quedé mirando mientras caminábamos. ¿Cómo que la había visto muy temprano? ¿Y dónde?

Mi expresión de sorpresa debió ser suficiente, porque enseguida continuó hablando:

-         Sí, ahora con el calor salgo más temprano a correr y la he visto sentada en la terraza de la cafetería que hay frente a vuestra tienda.

Ni que decir tiene que se me despertaron todas las alarmas. ¿Qué narices hacía ahí María a esas horas?

Intenté no parecer demasiado sorprendido, pero creo que no supe disimular muy bien.

-         No es la primera vez que la veo, en los últimos días la he visto alguna vez, siempre ahí sentada con sus gafas de sol; era tan temprano que pensé que acababa de volver de fiesta y se tomaba un café antes de volver a casa.

No daba crédito a lo que estaba escuchando. La tienda se habría a las nueve de la mañana, y siempre llegaban como una hora antes para prepararlo todo con tiempo suficiente. Muchas veces, mi padre y Carmen, o uno de los dos, pasaba antes por Mercaliante para traer género fresco, escogerlo y encargarlo, y siempre a una hora muy temprana. Con la de sitios que había para tomar algo, ¿por qué María iba precisamente ahí?, y sobre todo: ¿qué hacía allí a esas horas?

A partir de ese momento, comencé a cavilar, y seguramente estuve como ausente, con lo que dejé de ser una buena compañía, de manera que cuando salimos de la ferretería, fue Laura la que se disculpó y me dijo que se marchaban con una excusa que no recuerdo. No supe que decirle que fuera realmente convincente, y tampoco me importaba demasiado retenerla en ese instante, así que se despidieron, con las consiguientes protestas de mi vecinito, que no entendía nada, y mi promesa de que tomaríamos el refresco en otro momento. Muy raro me tuvo que notar la chica.

Joder, ¿pero es que no había momento de mi vida en el que no apareciese mi hermana y me lo jodiera?

El tiempo que transcurrió entre recoger la ropa de la tintorería y regresar a casa, se me pasó como si estuviera en una nube. No dejaba de darle vueltas a lo que me había comentado mi vecina y las implicaciones que podía tener. ¿Era posible que esa fuera una de las rutinas de mi hermana y yo la desconocía?

Casi sin darme cuenta llegué a casa y dejé todo en su sitio. No sabía muy bien qué hacer. Comprobé que estaba solo en la vivienda, y me senté en el sofá del salón para intentar ordenar mis ideas y pensar en cómo podía salir de esta puñetera espiral que tanto me agobiaba. Miré mi móvil: María seguía sin contestarme.

Estaba claro que todo lo que había disfrutado en estos últimos días, el placer, el morbo, todo eso, era genial, pero también se me hacía muy evidente que todo esto traía aparejado un alto precio; la gran pregunta era: ¿te compensa, chaval?

Por lo poco que sabía de la vida, en general, el descubrimiento del sexo y del amor solía ser algo maravilloso, aunque en ocasiones fuese agridulce, pero lo que yo no tenía claro era si había descubierto el amor, o solamente me lo parecía debido a mi inexperiencia. Raquel me gustaba, sí, pero: ¿tenía realmente sentimientos hacia ella?

Hasta ahora, todas las chicas que habían llegado a mi vida no habían sido elegidas por mí en modo alguno: siempre había sido María la encargada de ponerlas en mi camino. Es cierto que nadie me había puesto una pistola en la cabeza para estar con ellas pero, ¿cómo hubiese podido negarme?, ¿cómo resistirme a esa tentación?

También cabía la posibilidad de que yo fuese lo que se llamaba, veamos como era la expresión… ¡ah!, ya, creo que la palabra es enamoradizo, pero no me cuadraba porque no sabía que era estar enamorado en realidad. Tal vez lo que me pasaba en realidad es que estaba falto de cariño, por eso en cuanto una chica guapa me hacía caso…pero a quién quería engañar, la verdad era que las hormonas eran las que gobernaban mi vida, y los acontecimientos de los últimos tiempos no hacían más que alterármelas y darles más influencia sobre mí.

Después de un rato, me prometí a mi mismo que tenía que empezar a utilizar más el cerebro y hacer menos caso a mis hormonas. Sí, eso es lo que haría. Tomé la firme determinación de pasar a ser un muro infranqueable. Iluso. En realidad eso es lo que era: un iluso.

Bueno, ya estaba en casa y no sabía qué hacer; era temprano aún para ir a la playa, y tampoco me apetecía jugar una partida. Un sonido característico me sacó de mi cavilación, no por conocido menos habitual a esas horas: era mi padre que estaba abriendo la puerta de casa. Sorprendido salí a su encuentro y le encontré en el salón con semblante muy serio y un más que evidente nerviosismo.

-         Papá, ¿Qué haces aquí? Ya he hecho lo que me encargaste.

-         Hijo, me acaba de llamar tu tía, a mi hermano le ha dado un infarto y está camino del hospital; ahora mismo está inconsciente.

La noticia me dejó helado, no solamente por lo mucho que quiero a mi tío, sino porque de repente me calló encima todo el recuerdo de lo pasado con mi madre. Mi tío Salvador y mi padre estaban muy unidos. Pero lo que más me impactó fue ver la expresión de la cara de mi padre, la misma que cuando mi madre estaba al final de su vida.

-         No te preocupes, papá, verás como solo es un susto.

-         Gracias, hijo. Eso espero.

Nos fundimos en un abrazo. ¡Cómo necesitaba yo aquel abrazo!

-         Gracias, hijo, muchas gracias. Voy a preparar algo de ropa y salgo para Zaragoza lo antes posible.

En pocos minutos estaba listo para marcharse. Se acercó y me dio otro abrazo.

-         Por favor, ayudad a Carmen y Mel con la tienda mientras estoy fuera, y avisa a tu hermana María que no sé dónde está y también a Carmen, que ha ido a por género; no consigo que ninguna de las dos me conteste las llamadas. Ahora está Melinda sola en la tienda. Adiós hijo, por favor, pórtate bien, ¿vale?

-         Claro, papá. Conduce con cuidado y llama en cuanto llegues o sepas algo.

-         Claro, hijo.

Salió precipitadamente cerrando con un portazo. Casi de inmediato me invadió una intensa sensación de añoranza; tenía un mal presentimiento.

Me quedé en medio del salón sin saber qué hacer. Un instante después sonó de nuevo el himno del Valencia en mi teléfono: era mi hermana.

-         María, joder, te he estado llamando y papá también.

-         Si, me ha dejado un mensaje, pero ahora no me coge el teléfono.

-         Claro, está conduciendo, ha salido para Zaragoza, al tío le ha dado un infarto.

-         …

-         ¿María, estás ahí?

-         Sí, voy para casa enseguida.

-         Vale.

Un poco más tranquilo, me fui a mi habitación a esperar que llegase mi hermana. Pensé que, dadas las circunstancias, con un poco de suerte averiguaría algo sobre lo que había estado haciendo.

Para entretenerme y distraer los nervios, me puse a mirar si tenía mensajes, y encontré uno de un número que no tenía grabado, aunque me resultaba familiar. Seguramente era Raquel. Fui a por el papel donde tenía anotado su número y el de Luisa, y lo confirmé. Abrí el whatsapp y leí:

“Buenos días, guapo. ¿k haces?”

Lo cierto es que no me apetecía hablar con nadie. Preferí enviarle un audio en el que le explicaba telegráficamente lo que sucedía, y que dada la situación, era mejor que de momento no intentase contactar conmigo, que ya lo haría yo. Me respondió con un breve audio en el que me decía que lo entendía, que esperaba que todo saliese bien y se despedía con un besazo. Después eliminé los mensajes.

Pasada una media hora llegó mi hermana y entró en casa de forma precipitada.

-         ¡Vicen!, ¿dónde estás?

-         ¡En mi habitación!

-         ¿Qué ha pasado? – preguntó mientras entraba en mi cuarto.

-         Sólo sé lo que me ha dicho papá, que el tío ha sufrido un infarto y está mal. Inconsciente y de camino al hospital.

-         ¿Has hablado con alguien?

-         No he querido molestar, que bastante tienen.

-         Pues yo voy a llamar a Amaya. Estará muy asustada.

A mí también se me había ocurrido llamarla, pero dudaba que quisiera hablar conmigo. María llamó y tuvieron una breve conversación delante de mí y le confirmó lo que ya sabíamos.

El resto de la mañana transcurrió en una tensa espera, y preparando algo de comer, para cuando regresasen Carmen y Mel de la tienda. Cuando llegaron al mediodía, se interesaron por el estado del hermano de mi padre:

-         ¿Cómo sigue Salvador?

-         De momento igual. Papa aún no ha llegado allí, pero estará a punto. – respondí.

María miraba fijamente a Carmen, pero no pronunciaba palabra. Esta le sostuvo la mirada un momento pero tampoco dijo nada.

-         ¿Qué os parece si comemos algo, hijos?, -dijo Carmen.

-         ¡No somos tus hijos!, - le gritó mi hermana.

-         María, cálmate, por favor. – le respondió Mel.

Las miró a ambas de arriba abajo con desprecio. Supongo que pensó que no estando mi padre presente no tenía porqué disimular.

-         Vicen, yo me hago un bocata y como en mi dormitorio. Tú, haz lo que quieras.

La escuché en la cocina, supongo que preparando su comida, y entré para coger todo lo necesario para preparar la mesa. Aproveché para hablarle en el tono más calmado que pude:

-         María, tía, todos estamos nerviosos, ¿por qué no les das una tregua mientras pasa todo esto?

-         Tú no lo entiendes, ya no las soporto, no puedo con ellas, me dan asco. Sobre todo Carmen.

Acabó de preparar lo que se iba a comer, sacó una lata de refresco de la nevera, y se dispuso a abandonar la cocina; en ese momento entraba mi hermanastra, y María pasó por su lado sin variar ni un centímetro su trayectoria, de manera que golpeó con su hombro izquierdo el brazo de Mel.

-         ¡Eeehh!, ya vale, tía.

María ni se inmutó. No supe qué hacer; estaba inmerso en una situación muy complicada y, para colmo la preocupación por el estado de salud de mi tío; si a él le pasase algo, mi padre lo iba a pasar muy mal. Era su único hermano, y la única familia directa que le quedaba, aparte de nosotros.

Yo estaba muy preocupado, y supongo que mi hermana también, pero en lugar de apoyarme en aquel momento y hacerme sentir que estábamos unidos, se estaba comportando como alguien que empezaba a ser una total desconocida para mí.

Carmen entró también en la cocina para intentar apaciguar los ánimos.

-         Mel, hija, deja a María porque no debe estar atravesando un buen momento. Ya habrá tiempo para hablar de todo.

Melinda me miró y apretó los labios, como para evitar decir algo.

-         Está bien, mama.

-         Gracias, hija.

-         ¿Tú sabes qué le pasa, Vicen?

-         No… - esta vez fui yo quién miró a mi hermanastra.

Carmen se me acercó, me puso su mano derecha tiernamente en la mejilla, y después me atrajo hacia ella, despacio, para fundirse en un caluroso abrazo conmigo. Le correspondí; era justo lo que yo necesitaba en aquel momento. Aquello me recordó los buenos momentos vividos cuando se casó con mi padre y por fin se vinieron a vivir a casa, y pensé que volvía a tener una familia completa. Estaba convencido de que mi hermana estaba cometiendo un grave error.

Tras unos segundos, pasada la impresión inicial, comencé a ser consciente de la proximidad del cuerpo de aquella mujer. Su perfume, aquel perfume que en su piel era un aroma sublime, fue lo primero que me devolvió a la realidad junto con el roce de su cabello en mi mejilla y, enseguida aquellos pechos, voluminosos y duros. Invariablemente, sentí aquel cosquilleo característico en el vientre y mis partes nobles. Aflojé el abrazo antes de que “aquello” se hiciese más evidente.

Como sólo éramos tres comensales, lo dispusimos todo en la mesa de la cocina, y comimos casi en silencio. La verdad es que me sentí bastante cómodo y tranquilo en su compañía; eso sí, evitando mirar más de lo imprescindible a ninguna de ellas, porque la distancia entre nosotros era mínima, y dado mi continuo estado de calentura, no quise echar más leña a mi fuego interno.

Una vez finalizamos, Carmen se retiró a descansar, como era habitual y Mel fue hacia su dormitorio. Acabé de recoger un poco y me dirigí a mi habitación para hacer lo propio. Al fondo del pasillo mi hermanastra asomaba la cabeza a través del hueco de la puerta entreabierta de su dormitorio y me hacía señas con la mano para que me acercase. Lo hice sigilosamente:

-         ¿Qué quieres?, - le dije casi en un susurro.

-         Que si quieres hablar o necesitas algo estoy en mi cuarto, ¿vale?

Me respondió en el mismo tono, y cuando finalizó su comentario me dio un suave beso en la mejilla; luego cerró la puerta despacio. Me quedé allí plantado sin saber muy bien qué pensar. Tras unos segundos reaccioné y entré en mi habitación.

Estuve contestando los mensajes de mis amigos, que se interesaban por cómo se encontraba mi tío y cómo estaba yo. A los pocos minutos se escucharon unos suaves golpes en mi puerta:

-         ¿Si?...

-         Vicen, soy Carmen, ¿puedo pasar?

-         Pasa…

-         Que venía a decirte que tu padre ha llegado bien. Salvador está en cuidados intensivos y aún no se sabe nada seguro.

-         Vale, gracias.

-         Será mejor que se lo digas tú a María. ¡Ah!, y luego haber si alguno de vosotros puede venir a ayudarnos para cerrar la tienda, que esta tarde hay mucho género y hay que ordenar la cámara y todo eso.

-         No te preocupes, yo iré.

-         Muchas gracias. Hasta luego.

Carmen salió y yo fui a enfrentarme a la ingrata tarea de hablar con mi hermana, dado su estado de ánimo actual. Llamé a la puerta y, tras unos segundos apareció su cara de mala leche mirándome interrogativamente.

-         ¿Qué quieres?

-         Que papa ya ha llegado y el tío está en cuidados intensivos.

Se quedó pensando un momento mientras me disponía a regresar a mi cuarto, pero ella me retuvo cogiéndome de la muñeca.

-         Espera. Pasa un momento.

No pasé y me quedé en la entrada. La miré y esperé a que comenzase a hablar:

-         ¿De qué has hablado con esas dos durante la comida?

-         De nada.

-         ¿Seguro?

-         De verdad. Solamente que luego iré a ayudarles con la tienda para cerrar, ordenar la mercancía que han llegado y eso. Además, me lo ha pedido papá esta mañana antes de marcharse.

-         Bueno, si lo ha dicho papá, vale.

-         María, no podemos seguir así.

-         ¿Así, cómo?

-         Pues con tanto mal rollo en casa, y más ahora.

-         Vicen, tú no lo entiendes…es que…

-         ¡Yo nunca entiendo nada, claro!, - la interrumpí.

-         No es eso, pero tienes que estar de mi lado, ahora sobre todo… - me cogió la mano.

-         Mira, ya estoy harto de tener que escoger y de que haya bandos.

-         Pero es lo que hay.

-         Pues yo creo que no. – me solté de su mano.

-         Entonces, ¿qué quieres?

-         La vida que tenía antes.

-         Pues eso va a ser imposible. – Endureció su mirada y me cerró la puerta en las narices.

Harto de toda esa situación, me encerré en mi cuarto e intenté dormir. A pesar de lo nervioso que estaba, conseguí hacerlo durante un buen rato. Cuando desperté estaba solo en casa de nuevo.

El resto de la tarde lo dediqué a jugar con mi adorada videoconsola y ordenar un poco mi cuarto; decidí que al día siguiente haría un poco de limpieza en la casa. Lo odiaba pero dadas las circunstancias…

Una hora antes de cerrar la tienda, me preparé para cumplir con lo prometido, y a punto estaba de salir de casa cuando llegó María con aspecto de haber estado en la playa.

-         Hola, ¿a dónde vas?

-         A la tienda, ya te lo he dicho antes.

-         Yo también voy; he hablado con papa y se lo he prometido. Iba a ir de todas formas.

No me gustó el tono que le dio a esa última afirmación, pero preferí no remover más las aguas.

En los pocos minutos que nos separaban de la tienda, me comentó que nuestro tío seguía estable dentro de la gravedad y que nuestro padre nos llamaría por la noche, después de la hora de cenar, y haríamos una videoconferencia. Enseguida llegamos frente a nuestro local.

Entramos y, tras los pertinentes saludos, solo por mi parte, acompañamos a Mel a la parte de atrás, donde estaban almacenados una importante cantidad de cajas y manojos de frutas y verduras que habían ido llegando durante el día. Mientras tanto, Carmen continuaba atendiendo al público. Nos indicó donde iba cada cosa dentro de la cámara frigorífica, y fuimos ordenándolo todo con diligencia. No podía evitar mirar, de vez en cuando los bonitos culos de María y Mel, que se levantaban y agachaban inmersas en la tarea, con unas ajustadas mallas de deporte la primera y un short tejano lleno de remiendos, hilos colgando y los bolsillos que sobresalían bajo el pantaloncito, la segunda. Creo que a cualquiera se le hubiesen ido los ojos ante aquellos culos jóvenes y rotundos y aquellas magníficas piernas.

Cuando acabamos dentro, recogimos todo lo que había en la parte exterior de la tienda, y lo colocamos siguiendo las instrucciones de Carmen. Fuimos muy efectivos, y unos pocos minutos después de la hora de cierre, todo estaba listo.

-         Muy bien, creo que ya nos podemos ir para casa. Muchas gracias.

Y diciendo esto activó el mando para que bajase la sólida persiana metálica que cerraba la fachada del local. Esta era de una sola pieza para mayor seguridad y evitar que se viese el interior. Aseguró interiormente los cerrojos y después cerró con llave la puerta acristalada del escaparate. Siempre salíamos por la puerta que daba a la entrada de la escalera del edificio, el mismo lugar por el que accedían los vecinos a la finca.

Justo en ese momento, María requirió nuestra atención:

-         Esperad un momento, que tenemos que hablar de algo muy importante.

La expresión de su cara, y el frío tono de su voz no presagiaban nada bueno.

-         ¿Y no podemos hablar en casa?, está siendo un día muy largo. – Respondió Carmen.

-         No, esté es el lugar perfecto.

Carmen, que había cogido su bolso, lo dejó de nuevo con desgana sobre uno de los tres mostradores donde los clientes dejaban el género para ser pesado en las básculas y se encontraban las cajas para el cobro. Armándose de paciencia se cruzó de brazos mientras apoyaba su cadera contra aquella superficie y se disponía a escuchar. Por su parte, Mel la miraba con desconfianza. Yo me tensé, atento, esperando la continuación.

-         Está bien, María, si eso es lo que quieres…espero que nos expliques de una vez qué es lo que te pasa, porque últimamente estás muy rara, hija.

-         ¡Que no me llames hija!

-         Mira, creo que estás muy nerviosa y lo entiendo: estás en una edad complicada, vas a empezar la universidad lejos de casa, ahora lo de tu tío…creo que será mejor que hablemos en otro momento.

-         ¡Ni hablar!, tú no te mueves de aquí hasta que yo te diga.

-         Mira, mi paciencia tiene un límite, y creo que ya te estás pasando. No le diré nada a tu padre, pero será mejor que nos vayamos a casa, que hay que preparar la cena y estoy muy cansada.

Hizo ademán de coger su bolso, pero María le habló con un tono más calmado, aunque firme.

-         Mira, Carmen, lo que te tengo que decir es de vital importancia, sobre todo para ti; bueno y para tu hija.

-         Está bien, tú dirás.

Mi hermana también se apoyó en otro mostrador, a unos dos metros de Carmen, mirándola de frente, de manera que Mel quedaba frente a ella, a la derecha de nuestra madrastra, pero un poco más retrasada, y yo quedaba viendo el perfil de las dos, a la izquierda de mi hermana, con una buena visual de la escena.

-         Se trata de vosotras dos: de tí y de tu hija. Creo que sois un cáncer para esta familia y quiero que os larguéis las dos de nuestra casa cuando yo os lo diga.

En ese momento Melisa palideció; y un segundo después se sentaba en una de las sillas que estaba dispuesta junto a la pared, cerca de la entrada, para que pudiesen esperar los clientes de más edad. Por mi parte estaba tan sorprendido por lo que acababa de decir mi hermana, que ni siquiera me atrevía a intervenir. No pensaba que se atrevería a hacer algo como eso.

-         ¿Pero tú estás bien, mi niña? A ti te pasa algo; no, tú no estás bien. Necesitas que te vea un profesional. Yo conozco un psicólogo muy bueno que…

-         ¡Cállate de una puta vez!, os iréis por las buenas, y sino será por las malas.

-         Pero, ¿tú te estás escuchando?, ¿Qué crees que va a pensar tu padre si te oye hablarme así? ¡Ya me estas cabreando, niñata!

-         Mira, sé muy bien lo que me digo. No sois dignas de continuar bajo el mismo techo que nosotros.

Esto estaba yendo demasiado lejos, por lo que decidí intervenir, aunque sin mucho éxito:

-         María, déjalo ya, vamos a casa…

-         ¡Tú, cállate! ¿Te vas a poner de su parte?

-         No, pero…

-         ¡No sabes de la misa la mitad, Vicen!

Decidí callarme y no cabrearla más; con un poco de suerte todo esto quedaría en una discusión y pasar un mal rato. Carmen intervino de nuevo:

-         ¿Se puede saber a qué viene todo esto?

-         Pregúntale a tu hija.

María y Carmen miraron hacia Mel, que estaba pálida como la pared que tenía detrás, y permanecía en silencio.

-         No entiendo, María…

-         Pues yo te lo explico: en primer lugar que tu hija se dedica a ir por las playas nudistas exhibiéndose y calentando al personal.

Carmen se armó de paciencia e intentó quitarle hierro al asunto:

-         Vamos a ver, yo también he ido a playas nudistas en ocasiones y no tiene nada de malo; incluso es muy sano. No pensaba que fueras tan mojigata a tu edad.

-         ¿Y también te has dedicado a masturbarte delante de los abuelos mirones mientras babean y se pajean?

-         María, no… - Mel habló por fin, pero se interrumpió.

Carmen, se estaba poniendo muy seria y miraba a su hija esperando alguna reacción. Mientras tanto María no perdía el tiempo. Lo tenía todo planeado. En un instante se escuchó el tono de aviso de un mensaje dentro del bolso de Carmen.

-         Mira tu móvil, Carmen, acabo de enviarte un par de vídeos muy interesantes.

Carmen se giró hacia su bolso para coger su teléfono, lo que hizo que Melisa saltara de su asiento y la agarrara del brazo rogándole que no lo hiciera, pero no sirvió de nada. Nuestra madrastra buscó entre sus mensajes, y miró muy fijamente la pantalla. Yo no me moví, aunque desde mi posición solamente se escuchaba el sonido del aire y el rumor de unas olas que venían del móvil; el resto eran sonidos ahogados. Levantó la cabeza un momento de la pantalla para mirar a Mel que estaba cabizbaja. María las observaba con atención. Nadie me miraba a mí, como si yo fuera un convidado de piedra.

-         En el segundo vídeo encontrarás algo aún más interesante.

Carmen la miró con cierto temor, pero enseguida manipuló en su teléfono buscando el segundo vídeo. Cuando lo encontró, sus ojos se abrieron como platos y, tras unos segundos miró hacia mí. Solamente acertó a decir nuestros nombres:

-         Mel, Vicen…

Melinda la miró con la cara desencajada; María parecía disfrutar del espectáculo, se la veía tranquila y confiada. Tenía muy claro lo que estaba haciendo.

-         ¡Eres una hija de puta! ¿Qué coño le has enviado?

Se acercó de un salto a su madre y acercó la cabeza para ver lo que había en la pantalla. Se llevó una mano a la boca y tras la sorpresa, su cara mostraba auténtico pánico.

-         Serás zorra, ¡nos has grabado!, ¡tu hermana nos ha grabado, Vicen!

Eso es lo que había estado haciendo con mi teléfono, para eso lo necesitaba, la muy cerda. No podía creer que mi hermana me hubiera traicionado a mí también y, menos aún, le hubiera enviado ese vídeo a Carmen. Me estaba usando para sus fines, me estaba utilizando.

-         Melinda, hija, ¡cómo has podido tener sexo con Vicen!, ¡es tu hermano y es más pequeño! ¡pero qué has hecho!

La reacción de Mel no se hizo esperar, como yo me temía:

-         ¡María también se lo está follando! ¡y ella sí es su hermana!

-         Hija, ¿qué dices?, ¿no ha habido ya bastante?, déjalo ya y no lo empeores, por favor. – Carmen no parecía creerla.

-         ¡Te digo que es verdad!, mira, mira bien en el vídeo.

Arrancó el teléfono de las manos de su madre, que la miraba con una expresión mezcla de enfado y de pena. Estuvo buscando en el vídeo, pero parecía no encontrar lo que buscaba; supongo que María lo había editado convenientemente.

-         Mamá, te juro que ella también estaba, ¡te lo juro!

-         Ya está bien Melinda, - le quitó el teléfono-, lo que has hecho es terrible.

-         ¡Pero mama!, yo no lo he obligado.

-         ¡Pero tú eres bastante mayor que él y deberías ser más responsable! ¡Tú debías poner el sentido común! – por fin Carmen levantó la voz, alterada.

Melisa volvió a sentarse en la silla, totalmente abatida y con el rostro entre las manos; parecía desesperada.

-         De acuerdo María, ahora entiendo tu enfado. Pero prometo encargarme de esto. Ahora, por favor, vayámonos a casa.

-         No tan deprisa.

-         María, por favor… – intervine.

Yo también quería que aquello acabase ya. Quería salir de allí; en aquel momento no era capaz de mirar a nadie a la cara y me estaba agobiando por momentos. Además, debo reconocer que empezaba a sentir lástima por Melisa y su madre y estaba muy cabreado con María, pero mi hermana prosiguió:

-         No es tan fácil, Carmen.

-         ¿Qué pasa ahora?

-         Sé que estás poniéndole los cuernos a mi padre.

Eso sí que no me lo esperaba; menudo bombazo. Carmen la miró con expresión de miedo, y se quedó como congelada, mientras Mel y yo las miramos a ellas alternativamente, y nos miramos entre nosotros con un interrogante en la mirada, sin entender nada.

-         María, yo…vamos a hablar…debe ser un malentendido.

Me pareció que Carmen dudaba. Pero mi hermana debía tener muy claro el siguiente paso, porque de nuevo utilizó su teléfono, y en pocos segundos sonaron los diferentes tonos de aviso en cada uno de las móviles de las otras tres personas que estábamos allí: nos había llegado un whatsapp.

Aún incrédulo, saqué mi teléfono del bolsillo trasero de mi tejano y busqué el mensaje. Contenía tres fotos y un vídeo. Por orden, abrí primero las fotos, se veía a Carmen con una ropa distinta a la que llevaba hoy, sentada en una mesa de una cafetería, en actitud cariñosa cogiendo la mano a un atractivo caballero que no me sonaba de nada. La segunda foto era más explícita, y se estaban besando acercándose por encima de la mesa. A esas alturas miré por encima de mi teléfono y vi la cara de pánico que tenía mi madrastra. Abrí la tercera foto, y allí paseaban cogidos por la cintura y besándose como dos tortolitos, por lo que parecía ser un gran mercado. Por fin llegué al vídeo. En él estaba Carmen, vestida con la misma ropa que llevaba ahora, acompañada de aquel tipo; él estaba apoyado en el coche de mi madrastra, y ella estaba pegada a él. Se besaban apasionadamente mientras él le sobaba el culo. Cada vez que él separaba la cabeza ella le buscaba con ansia.

Yo ya tenía suficiente. Me quedé mirándola en busca de una explicación. Ya sabía lo que hacía María por las mañanas, debía estar siguiendo a Carmen. Esta, ahora estaba girada hacia el mostrador, apoyada sobre sus codos y con la cara entre las manos. Su cabello revuelto y caído hacia delante me impedía verle la cara. Mel se levantó y se acercó a ella, desde la izquierda, intentando que la mirase.

-         Mama, ¿es cierto?

-         Hija, déjame ahora…

-         Pero mama, si siempre me dices que estás enamorada de Vicente, que es un hombre extraordinario… ¿por eso te separaste de papa? ¿también le engañaste? Por eso nunca me hablaste de lo que pasó, ¿es por eso? ¡ya te vale!

Melinda parecía apunto de llorar. Como era de esperar Carmen estalló:

-         ¡Cállate Melinda! ¿quien te crees que eres para pedirme explicaciones?, ¡tú que te vas exhibiendo por ahí como una cualquiera!, ¡si hasta te follas a tu hermanastro!

-         ¡Soy mayor de edad y me follo a quién me da la gana! ¡Tú estás casada igual que lo estabas con mi padre! ¡Tú sí que eres una golfa!

Carmen la cortó en seco con una tremenda bofetada que le giró la cara. Melinda se llevó la mano al rostro y se puso a llorar desconsoladamente. Parece ser que se estaba aclarando el motivo del divorcio de su anterior matrimonio…

Mientras tanto, María disfrutaba de su triunfo y tenía una gélida sonrisa dibujada en la cara. Yo lo estaba viendo todo como si de una película se tratase; aquello parecía totalmente surrealista y me sobrepasaba. Quería largarme de allí, necesitaba aire fresco.

Por fin mi hermana se dirigió a mí:

-         ¿Ves?, esto es lo que tenemos metido en casa.

Carmen recuperó la compostura y habló de nuevo dirigiéndose a María:

-         ¿Qué te has propuesto? Vas a destrozar esta familia. ¿Te haces una idea de cuanto daño vas a hacernos a todos, María?

-         Puede que a mi padre tal vez lo pase mal al principio, pero luego me lo agradecerá, y volveremos a estar los tres solitos, como siempre debimos estar. Pero de momento prefiero que todo siga como está, no quiero que papá sufra, no es un buen momento. El tío Salvador está mal y yo me marcharé pronto a estudiar a Madrid, pero las cosas no pueden seguir así. Lo entiendes, ¿no?

Carmen se dejó resbalar con la espalda apoyada en el mostrador, hasta que quedó sentada en el suelo.

-         De acuerdo. Hablemos claro: ¿qué quieres?

María se regodeó en el momento, saboreando su victoria. Paseaba entre nosotros con parsimonia mirándonos en silencio. Tuve la sensación de ser una más de sus marionetas, otra víctima de su juego.

-         De momento, vas a dejar de verte con el individuo ese, como se llame.

-         Si, claro…

-         Pero quiero pruebas, ¿está claro?

-         Si, las tendrás, de verdad.

-         Tu hija no se volverá a acercar a mi hermano a menos que yo se lo diga.

-         ¿Cómo dices? Estás diciendo que…

-         Lo has entendido perfectamente. Solo se lo tirará con mi permiso Por lo que a mí respecta puede seguir exhibiéndose o lo que le venga en gana, siempre y cuando no se llegue a saber nunca en casa ni en nuestro entorno. No quiero que nada salpique a esta familia. ¿Está claro?

Todos miramos a Mel. Está asintió en silencio con los ojos rojos. María insistió:

-         No te oigo, hermanita.

-         Si…

-         ¿Cómo dices?

-         ¡Que sí, joder!

Carmen, totalmente abatida. Preguntó con cierto temor:

-         ¿Ya está, María? ¿podemos irnos?

Mi hermana me miró un momento y después se dirigió a ellas:

-         Ahora quiero que me demostréis vuestra fidelidad y entrega a esta familia. Digamos que quiero un desagravio como muestra de buena fe y por el daño que nos habéis infligido

Ahora si que no entendía nada.

-         No entiendo, María.

-         Os lo diré bien claro: de ahora en adelante vais a hacer lo que yo diga si no queréis acabar en la puta calle, sin casa y sin trabajo. ¿Está claro?

-         Pero María…te damos nuestra palabra de que…-respondió Carmen.

-         ¡Vuestra palabra no vale nada! También se la diste a mi padre y la has roto.

-         ¿Y qué tenemos que hacer?

-         Digamos que nada que no hayáis hecho antes.

Las dos se miraron sin acabar de comprender. Yo me temí lo que estaba por venir, y pensé que no tenía el ánimo para otro de los juegos de mi hermana.

-         ¿A qué te refieres?

-         Está muy claro, Carmen: ahora vais a ser nuestras esclavas.

-         ¡Pero tú estás loca! – gritó Melinda.

-         ¿Tú crees? Tengo varias copias de estos archivos bien guardadas, incluso fuera de casa. ¿Cuánto tiempo crees que puedo tardar en hacerle  llegar una a mi padre?

Carmen miró a su hija y levantó la mano indicándole que se callase.

-         Está bien, tú ganas. ¿Qué quieres que hagamos?

-         De momento os vais a poner las dos de pie frente al mostrador, delante de mi hermano.

Ambas se miraron, intentando averiguar que le estaba pasando por la cabeza a mi hermana; debo reconocer que yo también estaba poniéndome nervioso.

-         ¡Vamos!, se hace tarde y no tenemos toda la noche. ¡Espabilad!

Las dos obedecieron y se pusieron de pie, frente al mostrador, una junto a la otra. Mel miró a su madre, insegura, mientras Carmen miraba a María, como un condenado que aguarda su sentencia. Esta última se dirigió a mí con su tono más dulce:

-         Ven, hermanito, siéntate aquí.

Me cogió suavemente del brazo y acercó la silla que había utilizado Melisa y la puso frente a las dos mujeres, a unos dos metros de distancia.

-         Esto es un regalo que te hago por todo lo que te están haciendo sufrir estas dos.

La miré sin comprender, y ellas me miraron a mí.

-         Ahora, señora y señorita, quiero que le pidáis sinceramente perdón a mi hermano por todo lo que le habéis hecho.

Las dos se miraron de nuevo sin acabar de entender.

-         Pero, María, yo no sé qué…

-         No te preocupes Carmen, yo te ayudo. Tú empieza…

Carmen me miró, con cara avergonzada sin saber muy bien que decirme. Aun así comenzó a hablar:

-         Lo siento, lo siento mucho Vicen; si he hecho algo que te haya podido molestar…

-         No, no, no, muy mal Carmen, - interrumpió María.

-         Pero yo…yo no sé qué decirle…

-         ¿No lo sabes? Bueno, yo te ayudo: has engañado a nuestro padre, has desatendido tus obligaciones para con esta familia, has jugado con mi hermano como has querido, has entrado en su cuarto y le has hecho una mamada…

Todos abrimos los ojos como si nos hubiera dado un calambrazo; todos menos María que seguía disfrutando en su papel. Melisa me miró a mí y leyó en mi cara que era cierto. Después miró a su madre, incrédula.

-         ¡Perdona!, ¿se las chupado a Vicen? ¿y encima te atreves a tratarme como me has tratado? ¡Eres lo peor, mama!

-         Bueno, bueno, chicas, haya paz. Ya tendréis tiempo de arreglar vuestras diferencias. Ahora la disculpa, -intervino María.

Se hizo un tenso silencio que duró varios segundos. Carmen se armó de valor, tragó saliva y lo retomó donde lo había dejado:

-         Lo siento, Vicen. Siento haber engañado a tu padre y no haber sido una buena madre, ni una buena compañera…- parecía sincera.

-         ¿Y qué más?, - intervino María.

-         Y…siento haberme aprovechado de ti y… habértela chupado…lo siento.

No supe que decir. La verdad es que a pesar de su supuesta sinceridad, la noticia de que engañaba a mi padre me hizo verla de otra manera, en mi estómago se estaba acumulando un cabreo y una rabia que me hacía desear abofetearla yo también. En ese momento quería hacerle daño: la odiaba. Para colmo, parecía que no era la primera vez que lo hacía. De hecho, si yo era honesto, también había participado de otro engaño hacia mi padre, cuando no protesté mientras ella me hacía la felación. Era mala, sí, era tan perversa e hipócrita que se había permitido abofetear a Mel, cuando lo de ella era infinitamente peor. Sí, se merecía lo que le estaba pasando. Y lo que le pudiera pasar después.

Me mantuve en silencio, pero esta vez la miré con descaro. Nunca me lo había permitido a mí mismo hasta ahora. Lo cierto es que era toda una madura muy apetecible: en ese momento vestía con un elegante short con pinzas, de color blanco y bolsillos a los lados, que llegaban hasta la mitad de sus muslos, destacando su piel bronceada. También llevaba una blusa, de manga corta, de un tenue color verde claro, con un solo botón desabrochado e introducida por dentro del short, por lo que se ceñía a sus magníficas tetas. Calzaba unas sandalias de color blanco con un poco de tacón. Bien pensado: ¿era esa la mejor indumentaria para trabajar en una frutería? Creo que iba demasiado elegante, aunque para trabajar se pusiese el delantal de rigor encima con el logotipo de nuestra tienda.

Inevitablemente recordé la visión de la noche anterior en la terraza y el olor de su perfume. Carmen apenas me miró.

Pero ahora le tocaba el turno a Melisa. En este caso yo no lo tenía tan claro. Me daba cierta pena. No se estaba portando mal conmigo, y me gustaba mucho el sexo con ella; supongo que María la veía como a una rival y por eso la quería neutralizar y quitársela de en medio.  La miré con más discreción. A pesar de sus ojos hinchados por el llanto, era una chica guapísima. Su cuerpo era impresionante. Su short tejano, tan corto y ajustado y su corta camiseta de color blanco, que mostraba su vientre plano y bronceado, apenas contenía aquellos perfectos pechos que tanto me gustaban, y que estaban enfundados en un sujetador deportivo, seguramente, porque no se marcaban sus pezones. Llevaba unas zapatillas a juego. A pesar de la situación, un simple vistazo me bastó para recordar la visión de aquel cuerpo totalmente desnudo y volverla a desear.

-         Vamos, Mel, te toca a ti. – Dijo María.

-         No sé… ¿qué digo…?

-         Por ejemplo, que sientes haber sido una calientapollas total con él, que sientes ser tan guarra, haberlo utilizado, haberlo estado provocando todo el tiempo…

-         Está bien, está bien. Vicen, siento de verdad, todo lo que ha pasado, haberte calentado y haber jugado contigo. Siento, siento ser tan guarra.

Le temblaba un poco la voz, pero de forma extraña. Joder, me lo parecía a mí, o la vena sumisa de mi hermanastra le estaba jugando una mala pasada. Se estaba sonrojando y se estaba mordiendo el labio inferior. Había juntado sus muslos, y me parecía ver que, ahora sí, se comenzaban a marcar sus perfectos pezones, a pesar del sujetador. María debió percibir lo mismo que yo, y no dejó pasar la oportunidad.

-         Muy bien, lo haces muy bien, Melisa. Se nota que eres una chica obediente.

Carmen la miró de reojo, sin acabar de comprender y con cierta desconfianza.

-         Bien, pues ha llegado el momento de que le ofrezcáis vuestra compensación.

-         ¿Compensación?, - dijo Carmen.

-         Si, por supuesto.

-         Ya nos hemos disculpado…

-         ¿Y crees que con unas frases está todo solucionado?

-         ¿Y qué más podemos hacer…?

-         Muy sencillo: ya podéis empezar a desnudaros.

-         ¡¡Qué!! ¡¡Tú has perdido la cabeza, María!!

-         Vamos, vamos, Carmen, que no es para tanto. ¿Ahora te vas a hacer la estrecha?

-         ¡Ni hablar!, pídeme otra cosa, pero eso no.

-         ¿No lo vas a hacer?, de acuerdo, entonces creo que tengo que enviarle a mi padre algo que lo distraerá mientras está en la sala de espera del hospital.

Supuse que era un farol. Me parecía demasiado fuerte que mi hermana fuese capaz de darle ese enorme disgusto a mi padre en la situación actual; además sé que siempre lo ha querido mucho. El caso es que la presión dio su fruto.

-         Está bien, pero esto…esto no está bien.

-         Seguro que en peores plazas has toreado, ¿no?

Carmen apretó los labios y me miró, esperando mi intervención. Pues lo tenía claro, en ese momento la odiaba, me parecía una mala persona y sobre todo mentirosa y traidora. Me armé de valor:

-         Venga, Carmen. Estoy esperando. – le sorprendió oírme decirlo; incluso yo me sorprendí al escuchar mi voz.

-         ¡Muy bien, hermanito! Eso es.

Viendo que no tenía elección, llevó las manos al primer botón de su blusa, que estaba abrochado, -empezando por arriba-, y comenzó a desabrocharlo, luego el segundo, y comenzó a apreciarse el principio de su espectacular canalillo. En mi interior comencé a disfrutar. María la interrumpió:

-         Hagámoslo bien. Sácate el sujetador y déjate la blusa, seguro que a mi hermano le resultará más excitante.

María conocía perfectamente mis gustos, la muy guarra me tenía calado. La madura miró a mi hermana pero no dijo nada, volvió a obedecer, resignada, y sacó la blusa de dentro del short para facilitarse el trabajo. Luego, con habilidad, desabrochó el corchete de la espalda y procedió a sacar los tirantes por los hombros, primero uno y luego el otro, para acabar sacando la prenda por el hueco de los botones desabrochados. Era de encaje y en color amarillo claro. Sus pechos se hicieron más evidentes bajo la blusa, como la noche anterior cuando se acercó a mí con su camisón, pero esta vez si que se podía apreciar un poco los pezones a través de la fina tela. Aquella imagen comenzó a ponérmela dura sin remedio.

-         Muy bien, vamos a ver.

María se acercó a ella y tensó la blusa de la madrastra tirando hacia abajo, sin previo aviso, de manera que logró que la tela se le pegara más a la piel, y sin soltarla se apartó a un lado.

-         ¿Lo ves mejor ahora?

-         Sí…

Joder si se veía mejor, era una imagen para tenerla de salva pantallas en todos los dispositivos electrónicos. Después mi hermana se acercó a mí y me palpó la entrepierna con la palma de su mano. Carmen nos miraba sin podérselo creer.

-         ¡Umm!, así me gusta, Vicen. Veo que el espectáculo te complace; pues acabamos de empezar…Y tú, ¡sigue, zorra!

La aludida, continuó desabrochando uno, dos botones más, y ya pude apreciar gran parte de sus pechos; todo el canalillo, la base y la mitad central, aunque no podía ver con claridad sus pezones.

-         Ya está bien, Carmen. Ahora el pantalón, vamos, que no tenemos toda la noche.

Desabrochó el pequeño cinturón de piel, y luego el botón. Después comenzó a bajar la cremallera. María la interrumpió de nuevo:

-         Espera, espera. Date la vuelta y mantén las piernas rectas, y no te agaches, que queremos ver bien ese culo.

De mala gana obedeció, y se acercó un poco a mí, sin mirarme, para tener espacio para poder agacharse sin golpearse con el mostrador que quedaba tras ella. Me dio la espalda y comenzó a bajarse el pantaloncito. Apareció ante mí un culo soberbio, sin un gramo de celulitis, cubierto solamente por un pequeño tanga a juego con el sujetador. Levantó alternativamente los pies y dejó la prenda ante el mostrador antes de girarse de nuevo hacia mí. Se tapó la entrepierna con las manos. María se le acercó.

-         No, no, no. Ni hablar. Las manos a los lados. Eso es – Se las retiró.

La imagen era de lo más sugerente. Sus piernas eran muy bonitas y su vientre se adivinaba plano. Sin decirle nada siguió con la blusa y dejó por desabrochar solo el último botón.

María la hizo avanzar un poco hacia mí, y se colocó tras ella. Un segundo después aparecieron sus manos por los costados de Carmen, y abrió lentamente la blusa para que viera aquellas maravillosas tetas. Eran iguales que las de Mel, solo que de mayor tamaño y ligeramente caídas, pero mantenían una forma y una redondez espectacular. Sin darme cuenta mi mano fue a parar a mi paquete y comencé a frotarme. Carmen siguió el movimiento de mi mano con la mirada. Detrás de ella, a su derecha, Melisa intentaba no perderse el espectáculo, pero desde su posición no veía nada aunque estiraba el cuello; se la notaba nerviosa, ansiosa.

-         Está bien, Carmen, de momento vuelve a tu sitio y quédate ahí, ahora le toca el turno a tu hija.

Cerró su blusa y la apretó contra su pecho, usando las dos manos, intentando taparse lo máximo posible. Se la notaba visiblemente avergonzada; humillada más bien.

-         Por favor, déjanos ir ya, te lo ruego, te lo suplico.

-         Es tarde para ruegos y súplicas; además a tu hija le va a encantar, créeme.

María se dirigió a Mel:

-         Vamos, ya sabes lo que tienes que hacer. Desnúdate, sin prisas, como a ti te gusta.

Melisa se colocó frente a mí y comenzó por desabrochar el botón de su short, y, sin que hubiera que decirle nada más, se me acercó y se giró para bajar lentamente la prenda y mostrarme su perfecto culo, cubierto por un culote azul, mientras bajaba lentamente la prenda hasta sus rodillas. Luego la sacó por sus pies y se giró de nuevo. Estaba en su salsa. Llevó la mano a sus pechos, sobre la camiseta y los acarició con suavidad. Aquella situación debía ser el colmo del morbo para una exhibicionista como ella, tal vez estábamos cumpliendo una de sus más ocultas fantasías, y creo que las revelaciones que acababa de conocer acerca de su madre, hacía que le hubiese perdido parte del respeto que le profesaba, sino todo, porque se la veía muy desinhibida. Carmen no dejaba de mirarnos a los tres.

  • Pero Melinda, hija, ¿qué haces?

Melinda, introdujo las dos manos bajo su camiseta y el sujetador de un solo movimiento, y agarrando la base de sus pechos subió las prendas, dejándome ver, exclusivamente, la redondez inferior. Mientras se movía tenía sus ojos clavados en mí, controlando mis reacciones. Después me dio la espalda y se fue sacando las prendas por la cabeza, lentamente, para después girarse mientras tapaba sus pechos con sus brazos y sus manos y luego, sin dejar de mirarme, muy despacio las bajó hasta su vientre hasta ponerlas coquetamente sobre sus caderas a la vez que adoptaba una posición sexy y elegante, como si de una vedette se tratase. Estaba entregada y se la veía disfrutando; tenía las mejillas coloradas y la boca entreabierta. Estaba excitada y se notaba que quería más.

-         ¡Bravo, Mel!, sabía que esto te iba a gustar, y mucho. – intervino María mientras aplaudía el espectáculo. Muy bien, realmente muy bien. ¿Ves Carmen?, tienes mucho que aprender de tu hija.

La aludida miró a Mel muy seria, y luego clavó los ojos en el suelo con una expresión que ahora había mutado a enfado. Debía pensar que su hija se había pasado al enemigo y la había dejado sola.

-         ¿Qué te ha parecido, hermano? ¿Lo han hecho bien?

No estaba seguro de si debía responder ni de qué debía decir; era consciente de que fuese lo que fuese lo que dijese podía traer consecuencias, pero ¡qué coño!, a pesar de todo lo vivido en los últimos días, esto tenía toda la pinta de ser lo más morboso y excitante que hubiese visto hasta ahora, y con diferencia. Finalmente, me dejé llevar por el momento:

-         Pues verás, hermana, como espectáculo no está mal. Desde luego Mel lo ha hecho mucho mejor que su madre…

-         Sí, estoy de acuerdo contigo. Creo que Carmen debe esforzarse más… ¿No te parece, Vicen?

-         Sí, seguro…

-         Creo que tienes toda la razón.

María volvió a pasearse delante de ellas como un oficial delante de las tropas formadas, y sin mirarlas a la cara comenzó a hablarles:

-         Mirad, tal y como lo veo yo, tenéis muy pocas opciones. Si no hacéis lo que  se os diga, mi padre se entera de todo. Si no os esforzáis para cumplir lo que se os diga, mi padre se entera de todo, y si cuando salgamos de aquí, mi hermano y yo no estamos completamente satisfechos con el resultado, mi padre se entera de todo. ¿Queda claro?

Melinda asintió con la cabeza, pero Carmen no dijo nada.

-         ¿No has escuchado lo que acabo de decir?

-         Sí…

-         ¿Sí qué?

-         Que sí; que será como tú dices…pero…

-         ¿Todavía estamos con los peros? ¿Qué coño pasa ahora?

-         Todavía…estamos a tiempo, es decir, aún podemos dejarlo aquí…yo te prometo…

María perdió la paciencia y se acercó a Carmen, poniéndose a escasos centímetros de la madura, atrapó la barbilla de esta con su mano derecha, y se la levantó para obligarla a que la mirase a la cara mientras le escupía las palabras:

-         Escúchame, y hazlo con atención, porque va a ser la última vez que te lo repita: para mí no eres más que un estorbo, una mierda que apesta mi casa, la casa donde vive mi familia, y no te mereces nada. Si quieres salir, aunque sea tan solo un poquito bien parada de todo esto, más vale que colabores de buena gana, y que solamente hables cuando yo te lo diga. ¿Está claro?

-         Sí…

-         No te escucho

-         ¡He dicho que sí!

-         Vale, pues ahora a callar, guarra. – María le soltó la cara con rabia, girándosela.

Después se dirigió a nuestra hermanastra:

-         ¿Y tú, también necesitas que te aclare las cosas o lo has entendido?

-         No, María. Está todo muy claro.

-         Me parece, Mel, que si sigues así es probable que al final deje que te quedes. ¿Qué te parece, Vicen? ¿La dejamos en casa si se porta como una chica obediente y complaciente?

Mientras María se giraba a preguntarme, Mel me dirigió una rápida sonrisa, pero enseguida la borró de su cara para no ser descubierta.

-         Sí, hermana, estoy de acuerdo; si se porta bien puede quedarse.

-         Sea, entonces; pero aún lo tienes que demostrar.

A saber que rondaba ahora por la cabecita de mí hermana. Seguro que pronto lo íbamos a descubrir.

-         Bien. Ahora, como habéis hecho tantas otras veces, tenéis que seguir calentando a Vicen; eso lo sabéis hacer las dos muy bien, ¿verdad?, pero eso sí, esta vez también le tenéis que ayudar a desahogarse y no dejarlo como una moto como solíais hacer. Le tenéis que dar placer, ¿entendido?

Carmen hizo ademán de decir algo, pero no se atrevió y volvió a cerrar la boca. María se dio cuenta.

-         ¿Ibas a decir algo, Carmen?

-         ¿Puedo?

-         Veo que vas aprendiendo. Por esta vez sí.

-         Yo solo…bueno, que si realmente tú tienes relaciones con tu hermano, o sea… -no se atrevía a continuar.

-         ¡Suéltalo ya de una vez que me estás poniendo nerviosa!

-         Pues eso, que ¿cómo estando enamorada de él lo dejas estar con otras?

Estaba claro que la pregunta de nuestra madrastra tenía doble intención: por un lado quería asegurarse de que había esa relación entre María y yo, tal y como se había comentado antes, y, por otra parte era un nuevo intento de parar todo aquello probando a sembrar la discordia. Pero Carmen subestimó la inteligencia de mi hermana y también la mía.

-         Mira, petarda, yo quiero muchísimo a mi hermano, y haría cualquier cosa por él, pero está claro que alguien como tú no podrá entenderlo nunca. Sé lo que intentas, pero no te va a servir de nada; bueno de algo sí, ¡para que se acaben los miramientos!

María se acercó a ella de repente y la agarró del cabello, tirando por un lado. La sorprendida Carmen giró el cuello hacia ese lado mientras se quejaba por el dolor que le producía el tirón.

-         ¡Aaayy!

María la obligó a arrodillarse frente a mí y Carmen quedó de rodillas con el cabello revuelto tapándole la cara. Mi hermana se agachó para hablarle a la misma altura:

-         Me tienes muy harta.

Después, mi hermana se acercó a mí y me apartó la mano que yo tenía acariciándome el miembro sobre mis bermudas, y sin ningún miramiento, me desabrochó el botón y bajó la cremallera. Mi polla se marcaba claramente bajo el bóxer, y se apreciaba una pequeña gotita en forma de mancha producida por el líquido preseminal.

-         Venga, Carmen, sácale la polla a Vicen de ahí, ¡ahora!

Carmen levantó lentamente la cabeza y me miró. Le sostuve la mirada y el solo hecho de recordar todo lo que acababa de descubrir de ella, me hizo querer humillarla y desearla a la vez.

-         ¿A qué esperas? – me escuché decir con voz ronca.

Bajó la mirada hasta mi entrepierna y, despacio, estiró sus manos hasta llegar a la parte superior de mi bóxer. Sentí sus dedos rozar mi vientre y se me erizó la piel. Comenzó a tirar despacio de la prenda hacia abajo a la vez que la levantaba un poco para evitar que se enganchara con mi glande, y yo levanté ligeramente las caderas para ayudarla. Cuando se inclinó sus pechos se movieron hacia delante y la blusa se abrió, dejándome ver de nuevo aquellas dos preciosidades, pero ahora desde mucho más cerca. La ropa se acumuló cerca de mis rodillas y me sentí incómodo, pero no se iba a detener ahí, era una mujer con mucha experiencia y tenía claro lo que tenía que hacer. Bajó las manos hasta mis pies y me desató los cordones de mis zapatillas deportivas, luego me las sacó con suavidad y las depositó junto a la silla. Después se hizo a un lado y junto un poco mis piernas y continuó tirando de las dos prendas hasta que las ayudó a salir por mis pies.

Me volví a sentar con comodidad, libre de la molestia de la ropa, y Carmen se acercó y se puso arrodillada entre mis piernas, de manera que sus pechos quedaban justo a la altura de mi vientre. Acerqué mis manos y las metí por dentro de su blusa para poder acariciar aquellas dos grandes tetas a placer. Abrí las manos y las cerré sobre aquellas maravillas, incapaz de poder abarcarlas por completo. Eran extremadamente suaves, y aún se notaban muy firmes, eran de auténtica locura.

María se acercó por mi derecha para verlo todo en primera fila, e hizo señales a Mel para que se acercase también. Esta no se hizo de rogar y se puso de pie justo a mi izquierda. Mientras continuaba acariciando aquellas tetas, Carmen mantenía los ojos cerrados, pero sus aureolas se había contraído por completo, y sus pezones estaba totalmente erectos. Los estiré un poco, haciendo pinza con mis dedos, y dio un pequeño respingo. Mi polla ya no podía estar más dura y yo estaba excitadísimo.

Hubo un par de segundos en los que me quedé contemplándola, porque me pareció una mujer muy guapa y sobre todo muy deseable; no me extrañaba que le fuesen detrás los hombres y que hubiese conquistado a mi padre.

-         Vamos, mamá, ¿no lo irás a dejar así?

Me sobresaltó la voz de Mel; no me lo esperaba. María se acercó más a mí de forma que su culo y sus caderas quedaban a la altura de mi cara y en contacto con mis hombros; apoyó su brazo en mi hombro y Mel hizo lo mismo. Ahora me encontraba maravillosamente rodeado.

Carmen abrió de nuevo los ojos, como calibrando y haciéndose una composición de lugar, levantó la mirada y miró primero a su hija, luego a María y después a mí. Apartó ligeramente su cabello hacia atrás con la mano izquierda, estiró la derecha y agarró con suavidad mi miembro, y sin dejar de mirarme a los ojos, comenzó una lentísima paja, supongo que esperando un rápido desenlace por mi parte, y así poder poner fin a todo aquello. Pero María no estaba dispuesta a dejar que eso pasara; me conocía y veía lo excitado que estaba, y decidió que era el momento de intervenir:

-         Sé lo que estás intentando, arpía, y no te vas a salir con la tuya.

La agarró nuevamente del caballo y le acercó la cara a mi polla hasta que esta quedó junto a su boca y rozando su mejilla izquierda. Su tacto me encantó, y la escena me estaba dando mucho morbo. A todo esto, mi madrastra seguía manteniendo la mano en mi rabo, como si quisiera tenerlo controlado.

Nuestra nueva aliada intervino de nuevo:

-         Venga, mama, si ya se lo has hecho antes, qué te cuesta…

-         Hija, ¿tú también?

Miré a Mel y esta miraba la escena absorta; bajé la vista y ante la visión de su espléndido culo, estiré la mano de nuevo y la introduje por dentro de su culotte para palpar aquella nalga firme y redonda; su dueña me miró y me sonrió. Mientras, mi hermana no aflojaba el tirón sobre el cabello de la madura y, por fin, Carmen comenzó a ceder.

-         Está bien, suelta, ¡suéltame el pelo, por favor, que me haces daño!

María la soltó y Carmen levantó de nuevo la cabeza, la acercó tímidamente a mi polla y dejó salir un poco la punta de su lengua para rozarme con ella la parte superior del tronco y luego subir hasta mi glande. Acto seguido abrió un poco la boca y se introdujo la mitad de mi glande; el placer fue indescriptible, no solo por la sensación física, sino por la imagen y la humillación que esta suponía. Todo junto me producía un morbo brutal.

Llevado por la excitación buceé bajo las bragas de mi hermanastra, desde atrás, y conseguí llegar con mi dedo índice a la entrada de su coñito, lo que hizo que ella se girase hacia mí y pegase su vientre al lateral de mi cara y apoyase sus manos sobre mi hombro izquierdo y separase las piernas mientras exhalaba un suspiro de placer.

Mientras tanto, Carmen se estaba aplicando, por fin, y comenzaba a hacer subir y bajar lentamente su cabeza, introduciéndose cada vez la mitad de mi miembro en su boca al bajar, haciéndome sentir la presión de sus labios; lo acompañaba con una hábil paja con su mano derecha sobre toda la extensión que quedaba libre. En los últimos tiempos me habían hecho unas buenas mamadas, pero creo que la de Carmen estaba muy cerca de la excelencia. Se había acercado más, y tenía su mano izquierda sobre mi muslo y notaba sus tetas presionando y rozando contra mis piernas.

-         Mel, tengo un trabajito para ti también, así que deja de jugar con mi hermano y acércate para que te lo explique. – le dijo María.

De mala gana, mi hermanastra obedeció y las dos se alejaron un momento y se pusieron frente a mí, pero a la espalda de la madura, fuera de mi vista. Creyéndose fuera de vigilancia, Carmen levantó la cara y me miró directamente a los ojos mientras sacaba su lengua y comenzaba a pasarla por toda mi tranca de arriba abajo.

-         No dejas de ser más que una puta caliente, -le dije sin pensar en lo que le decía, llevado por la calentura del momento.

-         ¿Y no te gusta?

Me sorprendió mucho su respuesta, y mucho más lo que me dijo. Tal y como acabó de hablar le agarré los pechos con fuerza y ella reprimió un gemido; no quería que las demás la escuchasen. Entre tanto, María y Mel seguían maquinando algo.

  • Vicen, si me ayudas a salir de esta, te voy a estar siempre muy, pero que muy agradecida.

Y acto seguido, sin dejar de mirarme a los ojos, se introdujo por completo mi rabo hasta que le llegó la arcada. Después se la sacó despacio y dejó que un hilo de saliva cayese por su barbilla y su lengua extendida.

Pues si tú crees que te vas a poder hacer con el control sobre mí, lo tienes claro, guarra, -pensé. Estiré mi pie izquierdo y enseguida llegué a la entrepierna de Carmen que se mantenía agachada, y con mi dedo gordo, llegué a su vagina; tal y como me imaginaba, su coñito estaba muy caliente y notaba cierta humedad en la prenda. No podía ser menos, porque conociendo a la hija, si esta había heredado algo más que el físico de la madre, Carmen debía de ser un mujer muy caliente; ahí tenía la prueba y a pesar de la situación, el morbo y la lujuria podían más que su dignidad. Me acerqué a su oído y le susurré:

-         Vamos, aparta el tanga.

Sin dejar de mirarme, y mientras bajaba a lamer mis genitales, bajó la mano y, no solamente hizo lo que le decía, sino usó su mano para acercar mi pie y dirigió mi dedo gordo hasta que noté la primera falange de este entrar en su coñito. Esa nueva sensación me pareció maravillosa; todo aquel calor y aquella humedad alrededor de mi dedo, era como si me lo estuviesen chupando con una estrecha y suave boquita. Las dos jóvenes se acercaron de nuevo y me sacaron de mi ensimismamiento.

-         Bien, ahora cada una sabe lo que tiene que hacer y lo que se espera de ella.

Una vez más las miré sin entender. Seguro que pronto averiguaría de qué me estaba hablando.

-         Sí, tú Carmen, sigue con lo tuyo y haz lo que te diga mi hermano; Mel se va a encargar de que no te distraigas, y yo lo voy a supervisar todo de cerca, muy, muy de cerca.

Y diciendo esto se acercó a mí y me introdujo la lengua en la boca, despacio, y la enlazó con la mía en un beso muy caliente y húmedo, que se iba acelerando por momentos. María se pegó al máximo y guió mi mano derecha hasta su vientre, por debajo de la camiseta, y la subí hasta que llegué a su sujetador. Presioné un poco hacia arriba y este cedió liberando sus pechos, permitiéndome cogérselo. Mientras seguía en mi lascivo e incestuoso beso, dejé de sentir el contacto de la boca en mi rabo y de mi pie en la abertura de Carmen e intenté mirar, pero mi hermana me lo impidió, pegándose más a mí tapándome la visión:

-         No, espera, no mires, que es una sorpresa.

María se puso frente a mí de pie, impidiéndome ver nada, mientras no dejaba de besarme y yo la sobaba a placer; empezó a frotarse contra mí, con la respiración notablemente alterada. Justo cuando pensaba que iba a follar con ella, escuché la voz de Mel a su espalda:

-         Ya está lista, María.

María se apartó, y a poco más de un metro me encontré con Carmen, totalmente desnuda, sentada en una silla, como la que yo ocupaba, pero con las manos hacia atrás dirigidas por los lados del respaldo de la silla, supongo que atadas de alguna manera. Todo rastro de excitación había desaparecido de su cara.

-         Haz con ella lo que quieras, Vicen. Es tuya. Mel y yo estamos aquí para ayudarte en lo que necesites.

Parecía que, definitivamente, Melinda se había pasado a nuestro bando, fuera por interés o por despecho hacia su madre, o por ambas razones. Por otro lado, me apetecía mucho humillar a Carmen, y poderla poseer, porque hacía tiempo que la deseaba, pero la idea de forzarla, de la manera que fuese, ya no me parecía bien. Mi conciencia me lo impedía. A pesar de todo, sabía que mi hermana no iba a permitir que aquello acabase así, sin más.

Tuve una idea que tal vez, brindara una salida para toda aquella situación y contentara a todos. Sin más dilación, me acerqué todo lo que pude a donde estaba Carmen, y coloqué mi polla entre sus tetas. La sensación me encantó. María, atenta a todo, me allanó el camino.

-         Mel, ayúdale.

Melinda se acercó y le habló a su madre:

-         Vamos, escupe.

Carmen que entendió que mi intención era correrme en sus pechos, debió pensar que aquello era de lo menos malo para ella, y que me había decidido a ayudarla, enseguida comenzó a dejar caer pequeños ríos de saliva por su canalillo. Su hija se puso tras ella y, con las manos junto los pechos de la madura para que envolvieran bien mi rabo y, literalmente, comencé a follármelos sin miramientos.

Tras las primeras embestidas, Carmen comenzó a sacar la lengua para rozar mi glande cada vez que este aparecía entre sus melones, supongo que para intentar acelerar mi orgasmo. Pero de nuevo mi hermana me sorprendió.

-         Mira que juguetito hemos elegido tu hija y yo para tí.

Paré mi movimiento y me giré a tiempo para ver como mi hermana se acercaba con un plátano en la mano de tamaño considerable. Los ojos de Carmen se abrieron como platos. Me separé de Carmen y decidí intervenir:

-         Oye, María yo creo que…

-         ¡Tú te callas! ¡Desagradecido!

-         Pero…

-         No seas tonto y no te dejes manipular por esa bruja, ¿crees que no está deseando que se lo metamos? ¿eso piensas? No seas tonto; ven y compruébalo tú mismo.

Mi hermana me cogió por la muñeca y dirigió mi mano a la entrepierna de mi madrastra, haciéndome tocarle toda la extensión de sus labios: esta no me lo impidió y comprobé que estaban ardiendo y se encontraba mucho más humeda que unos momentos antes. Joder, le iba tanto la marcha que se ponía como una moto. Tal vez le fuese el tema de la humillación y la obediencia como a su hija; quizás a Mel le venía de familia…

Sin tiempo para más, María escupió sobre la punta del plátano y lo acercó a la cueva de Carmen, que juntó los muslos.

-         No, María, por favor, no…

Pero lo cierto es que no había convicción en sus palabras, y un momento después estaba separando las piernas; era puro teatro.

-         Vamos a ver…Mel ven aquí.

Melinda se acercó, y María le indicó que lamiese el clítoris a su madre para prepararla. Para mi sorpresa, esta tampoco se hizo de rogar, y se arrodilló entre los muslos de su progenitora, le separó los labios con los dedos y sacó la lengua. María se agachó al lado para supervisarlo todo. Mientras, yo seguía allí de pie, con un fuerte erección, sin saber muy bien qué hacer, y sintiéndome un poco tonto.

-         No, hija, eso no, tú no, por favor, por favor…

-         ¡Que te calles, joder! – le gritó María.

Otra vez noté que flojeaba mi determinación, pero para mi sorpresa, antes de un minuto, Carmen comenzaba a mover sutilmente las caderas y dejaba escapar algún que otro suspiro con los ojos entrecerrados. Ver para creer.

Me estaba poniendo tan caliente que pensé en hacerme una paja mientras miraba la escena, pero María lo tenía todo pensado.

-         Ya está bien, Mel. Ahora es mi turno.

Melinda se apartó y Carmen volvió a abrir los ojos. María se acercó, se metió la punta del plátano en la boca, para mojarlo, luego le escupió, lo acercó a Mel para que hiciese lo propio, y después me lo acercó a mí, que lo miré y también le dejé caer una importante cantidad de saliva;

Y tú lector ¿tú también quieres escupirle antes de que lo usen para follarse a la madura?

Una vez convenientemente lubricado y marcado por todos, fue mi hermana la que lo acercó a la entrada del coñito de Carmen, mientras esta se erguía en su asiento y separaba los muslos intentando evitar algún posible daño, pero María empujó un poco y, sin ningún esfuerzo, hizo desaparecer algo más de la punta dentro. La madrastra abrió la boca, pero no emitió ningún sonido, solo arqueó la espalda sacando su pecho hacia fuera. La visión fue gloriosa, de foto. Mi hermana comenzó un mete saca, en el que cada vez entraba más y mejor la fruta dentro del coño de la madura, que ayudaba con movimientos pélvicos para favorecer el acceso. Se mordía los labios para no emitir gemidos, pero su respiración y la expresión de su cara la delataban. Tras un minuto más, mi hermana paró.

-         Es tu turno, Mel.

Carmen no dijo nada, creo que ya le daba igual qué y quien se lo hiciese, estaba demasiado caliente y había dejado atrás la cordura; era igual que su hija.

-         Vamos a ver mamá, ¿qué te parece esto?

Con los dientes apretados Melinda le introdujo más de la mitad del plátano de un solo movimiento, arrancando un grito de su madre.

-         ¡Aaahh, joder!

Enseguida comenzó un rápido metisaca, mientras giraba la fruta en redondo con  un gesto de su muñeca cada vez que la hacía entrar y salir. Pronto comenzaron los primeros gemidos de Carmen:

-         ¡Ummm! ¡ummm!

Mientras contemplaba lo más morboso que había visto en mi vida, surgido de la mente calenturienta de mi viciosa hermana, noté su mano en mi miembro haciéndome una paja y yo la correspondí metiendo mi mano dentro de su braguita y buscando su raja; estaba tan húmeda que antes de que me diese cuenta tuve dos dedos dentro de ella.

Entretanto, el ritmo de la masturbación de Melinda, se hizo brutal, y su madre no pudo resistir más:

-         ¡Ya!, ¡me corro!, ¿me vas a matar hija, me matas, me corro, me coorroooo!, ¡joder!

Y en pocos segundos, las caderas de nuestra madrastra comenzaron a moverse de forma desenfrenada, mientras se dejaba llevar por un orgasmo brutal. Yo no pude resistirme más y me acerqué a Carmen, dejando a mi hermana a su suerte. Mientras seguía corriéndose, le agarré la cabeza y le acerqué mi polla a la cara, ella abrió un instante los ojos y estiró el cuello para engullirla casi hasta el fondo mientras ahogaba sus gemidos contra mi falo. Enseguida sentí como si una aspiradora me estuviera acariciando el miembro, dándome un placer indescriptible, y mientras la madura enlazaba su segundo orgasmo, yo me corrí en su boca sintiendo que ella presionaba todo lo que podía para engullir al máximo. Creí que se iba a asfixiar, pero debía estar acostumbrada, porque no paró.

Tras unos segundos de éxtasis, Mel paró en su tarea, y Carmen liberó mi miembro por fin. Cuando me miró sus ojos, estaban muy abiertos, estaba sudorosa, y aún mantenía un ligero vaivén de caderas, como buscando más.

-         No ha estado nada mal, ¿verdad, hermanito?

-         Uff, nada mal.

-         Mel, ayuda a nuestro muchacho con la limpieza de su herramienta.

Mi hermanastra, que parecía disfrutar de su nuevo rol dentro de la familia, se acercó, e inclinándose hacia delante, puso sus manos bajo mis huevos, me los sujetó y comenzó a lamerme toda la herramienta, para dejarla limpia. De nuevo noté unas sensaciones muy placenteras.

-         María, creo que Vicen necesita algo más; esta polla está muy, pero que muy hinchada.

Me daba mucho morbo esta nueva actitud de Melinda, muchísimo, y por un momento pensé en metérsela allí mismo, pero cuando miré hacia Carmen, allí atada y con aquella mirada lasciva, no dudé un momento.

-         Quiero follarme a Carmen.

Lo dije con determinación. Mel pareció sentirse un tanto decepcionada, todo lo contrario que mi hermana que me sonrió, encantada.

-         Por supuesto, guapo, lo que tú quieras.

Todos miramos hacia Carmen.

-         Por favor, soltadme, soltadme de una vez, por lo que más queráis.

-         ¿Ahora te vas a hacer la estrecha? –dijo María.

-         ¡Que no es eso, joder!. Que me folle, que me encúle, o que me haga lo que le venga en gana, pero desatadme las manos de una vez.

Parecía desesperada, y creo que nadie acababa de fiarse por si era un truco e intentaba escapar, pero a fin de cuentas, estaba desnuda y éramos tres. María la desató y enseguida la madura estiró los brazos e hizo algunos movimientos para estirarlos. Enseguida se levantó y estiró una mano hacia mí para indicarme que me acercase.

-         Ven, no tengas miedo. Acabemos con esto de una vez.

Me acerqué, bueno, todos nos acercamos, por si acaso, y Carmen me llevó de la mano hasta el lineal de lo mostradores, y se sentó justo en el del centro, donde los clientes depositaban las mercancías. Apoyó solamente el culo, separó sus muslos, me atrajo hacia ella y con su mano derecha guió mi polla hasta su entrada, separando los labios mayores.

-         Bueno, el resto lo sabes hacer tu solo, ¿no?

La muy zorra me estaba provocando. De un solo golpe se la clavé toda y me agarré a sus caderas. Me quedé quieto allí dentro, era la primera vez que sentía su coño, y era un manantial ardiente y húmedo; su piel era extremadamente suave, y ahora percibía perfectamente su perfume y sentía sus pechos pegados a mi, incluso sus pezones clavados en mi piel. Bajé mis manos hasta su culo, duro y contundente, y se lo agarré con fuerza. Ella hizo lo mismo y me clavó un poco las uñas a la vez que me empujaba hacia ella.

-         Por favor, muévete, por favor mi niño…

Fue casi una súplica, y lo dijo con su voz más sensual mientras me miraba a los ojos. No me hice de rogar porque la deseaba y quería follármela. Comencé mi movimiento, y ella se acoplaba perfectamente moviendo sus caderas y su pelvis. A los pocos instantes de estar dentro de ella, sentí como su interior me apretaba cada vez que la penetraba, era una auténtica delicia y la miré sorprendido. Ella me miró un momento y me sonrió, para luego pegarse más a mí y acercarse hasta besarme en la boca y ofrecerme su lengua. Le correspondí y la besé a mi vez.

Estaba concentrado en follarme a Carmen, y por un momento me había olvidado de mi entorno, pero los gemidos de Mel me devolvieron a la realidad; de hecho su madre y yo nos giramos hacia ella a la vez. Creo que reclamaba nuestra atención.

Mi hermanastra estaba apoyada en el mostrador de nuestra izquierda, con las piernas separadas y la braguita apartada hacia un lado, mientras usaba el voluminoso plátano con ella misma, castigándose el coñito. Nos miraba para asegurarse de que no nos perdíamos detalle.

Instintivamente miré hacia mi derecha buscando a María, y la encontré con su mano por dentro de su ropa, acariciándose.

-         María, por favor, quiero verte.

Me miró un segundo y comenzó a desvestirse.

-         Lo que tú quieras, hermano.

En cuanto se desnudó, pegó su precioso cuerpo a mí y siguió acariciándose mientras me besaba el cuello, las orejas, los labios, sin parar. Carmen nos miraba sin perderse detalle. Necesitaba un cambio.

-         Vamos, Carmen, date la vuelta.

Obediente se puso de pie y se giró. La hice pegar la cara y los pechos al frío mostrador y se le erizó la piel. La agarré por las caderas y comencé a follármela de nuevo con todas mis ganas. Un momento después, comenzó a aprisionar con su vagina mi rabo e inició un movimiento de acompañamiento para que mi polla le entrase lo máximo posible. A los pocos segundos comenzó a gritar, agitarse y sentí como me presionaba todo el interior de su coñito a la vez que temblaba espasmódicamente.

-         ¡Mierda!, me corro otra vez, este si que es grande, ¡enorme!, ¡joder, joder, joder! ¡Aaaahh!

-         Sí, hermanito, eso es córrete, venga, cabrón, fóllate a nuestra madrastra y llénala de leche.

María, pegada a mí, me hablaba al oído, muy excitada y visiblemente cerca del orgasmo. Seguí embistiendo a Carmen, pero aquel terciopelo húmedo y caliente que tenía atrapado mi rabo era demasiado para cualquiera, y comencé a sentir que no había retorno. Estiré de su cabello y la hice acercarse a mí para poder agarrarme de sus tetas, y me aferré a ellas mientras comenzaba a descargar dentro de su coñito.

-         ¡Siii!, ¡cabrón, lléname con tu leche!, no pares, vamos, vamos, joder.

El interior de Carmen se hizo aún más estrecho y sentí un orgasmo largo e intenso mientras descargaba dentro de ella como sin no lo hubiese hecho en una semana. El orgasmo no acabó hasta que me escurrió la última gota de semen. Noté que me temblaban las piernas y me apoyé en ella que aún estaba medio asfixiada, como reflejaba su alterada respiración. Me giré a mirar hacia Melinda, y entonces esta se clavó el plátano, todo lo que pudo, y puso los ojos en blanco mientras se tensaba y comenzaba a gemir: se estaba corriendo. María requirió mi atención:

-         ¡Ufff!, dame tus dedos, por favor.

Mi polla aún estaba dentro de Carmen, recostada sobre el mostrador, y que no parecía tener prisa por que se la sacara y a María no parecía importarle. Los cogió con su mano y, mientras ella acariciaba su clítoris, los usó para introducírselos en su coñito, usándolos como un consolador. La ayudé moviéndolos y, en unos segundos, se pegó más a mí, se puso de puntillas , cerró los ojos y comenzó a gemir en mi oído. Me encantaba sentirla tan cerca y sentir su placer.

Se la saqué a la madrastra, por fin, y empapado de sudor me senté de nuevo en la silla. Miré alrededor y el cuadro era todo un espectáculo: Carmen frente a mí, derrotada sobre el mostrador, comenzaba a mover la cabeza e incorporarse despacio, Mel seguía sentada sobre el mostrador y se apoyaba sobre las manos con cara satisfecha. María había venido junto a mí y me miraba mientras apoyaba una mano en mi hombro.

-         ¿Te lo has pasado bien, Vicen?

-         De maravilla. Me parece a mí que se lo ha pasado bien todo el mundo. ¿Y ahora?

María recuperó la expresión seria y respondió para que todos la escuchásemos.

-         Ahora, se acabó la fiesta. ¡Todo el mundo a vestirse!  Papá nos va a hacer una video llamada dentro de muy poco y tenemos que estar en casa. ¿Está claro?

Supongo que como todos los presentes, recordé la desagradable conversación de hacía un rato, y lo complicado de la situación, y enseguida la preocupación regresó a nuestro ánimo y nuestra cara. Como si leyese el pensamiento, mi hermana volvió a hablarnos:

-         En cuanto salgamos de aquí, vamos a volver a ser la familia perfecta, ¿está claro?, y no quiero que me deis ni un solo problema, ¿entendido?

Las chicas asintieron en silencio.

Nos vestimos y salimos de la tienda. María caminaba conmigo, agarrada de mi cintura y Carmen y Mel unos metros delante sin dirigirse la palabra.

-         ¿Por qué en la tienda?

-         ¿Tú has escuchado gritar a Carmen? ¿Te imaginas que alguien la escuchase gemir de esa manera en nuestro bloque sabiendo que papá no está en casa?

Caminamos unos minutos más en silencio. Hacía una noche maravillosa, pero ya estábamos a punto de llegar a casa.

-         Lo tenías todo planeado, ¿verdad?

Me miró y me sonrió en silencio.

-         María, ¿qué va a pasar ahora con…?

Señalé con la cabeza a Carmen y Mel.

-         No te preocupes, de momento están bajo control. Pero te aseguro que esto no ha hecho más que empezar, Vicen. Espera y verás…

Si os ha gustado, agradeceré mucho vuestras valoraciones y comentarios.

Maverick.