A mi encargada le gusta verme sin ropa

Sonia, mi encargada, se empeña en meterse en el vestuario de hombres sin preguntar y se lleva una sorpresa.

Cuando tenía 27 años entré a trabajar dos meses en un almacén de electrodomésticos. Nos dedicábamos a descargar los camiones y organizar los pedidos de las tiendas. El horario era una mierda, de 9 a 18 con 1h en medio para comer, pero quería cambiarme de moto porque la que tenía estaba hecha polvo y la pobre no daba para más.

Por aquel entonces estaba estudiando y entrenando para ser bombero, y quien conozca estas pruebas sabrá que son muy duras y el entrenamiento es bastante fuerte. Mención aparte viene la dieta.

¿Lo bueno? Que te deja un cuerpazo de ensueño. Y si eres exhibicionista te viene como anillo al dedo.

El caso es que cuando entré aquello era un campo de nabos. Había solo una chica más, Paula, como operaria de almacén y era un bicho de más de 1,80 y 75 kg de pesoque estaba más fuerte que el vinagre. Era cojonuda y alguna vez me eché algún pulso con ella. Era una bestia y muy buena compañera.

La otra mujer era Sonia, la encargada. Una mujer de 53 años, bajita, rechoncha, media melena y muy pesada. Tenía la puta costumbre de entrar en el vestuario masculino como si fuese uno más si tenía que impartir alguna orden y de darle una palmada en el culo a sus favoritos, que eran Manu, un compañero que estaba bastante fuerte pero ni de lejos tan definido como yo, a Paula y a Roberto.

A partir de la segunda semana yo me llevaba una camiseta para cámbiame allí en lugar de ir cambiado de casa, y fue cuando me vio cambiarme de camiseta y se quedó sin habla observándome.

  • Manu, mira este, está más bueno que tú, ¿eh?

  • Jajaja, sí. El nuevo está cuadrado.

Me volvió a mirar y siguió con sus mierdas. Todas las mañanas lo hacía, entraba, me buscaba con los ojos y si veía que ya tenía la camiseta decía cosas del tipo “mierda, llego tarde”, “chico, que no hay prisa”. No me importa que me coma con los ojos una mujer que no me atrae. Soy un exhibicionista, y además alguien a quien puedo doblegar con un brazo atado a la espalda no me supone una amenaza de ningún tipo.

Pero esos comentarios me cansaban.

Un día por la tarde cuando estábamos cambiándonos entró a decir que quien se hubiera dejado la transpaleta en medio que hiciera el favor de recogerla. Aquí pilló a algunos de mis compañeros (éramos unos 8 en total) en calzoncillos, y no tuvo reparos en mirar absolutamente todas las entrepiernas con ropa interior. Jorge debía ir bien armado por sus ojos se fijaron en su paquete más tiempo del habitual.

  • Ten cuidado con eso Jorge, a ver si te vas a lesionar y nos van a echar la bronca los de riesgos laborales, jeje…

  • Eso les digo yo, jeje. Pero nada, que no me quieren dar la discapacidad.

Estaban acostumbrados a esas dinámicas invasivas, pero a mí eso me dio una idea que me produzco un cosquilleo y un ligero engordamiento de rabo. Me quedé a ver quién se duchaba y nadie lo hacía. Manu me dijo que nadie se duchaba aquí porque la ducha tenía mucha porquería y estaba llena de cajas. Comprobé que, efectivamente, la ducha estaba llena de polvo, cal y cajas de por medio.

Que Sonia comprobara que todo estaba en orden antes de irse y se metiera en el vestuario sin preguntar era perfecto.

Los días siguientes saqué las cajas y las coloqué en otra parte del vestuario. También limpié un poco la ducha y me cercioré de que funcionase. Cuando llegaba la hora de irnos me inventé que me cagaba para quedarme solo hasta que no hubiera nadie. Entonces era el momento de ducharme.

La excitación del encuentro me tenía morcillón. Tenía la toalla en la mochila, bien lejos, para tener que darme el paseíto y tener una excusa para pasearme desnudo. Estaba tan ansioso que ya se me estaba empezando a poner dura. Como había todavía luz en el vestuario y la puerta estaba abierta calculé una ducha de cinco minutos antes de que Sonia entrase a ver qué pasaba.

Cerré el grifo y esperé un poco. Entonces oí su voz preguntando si había alguien. Se debía estar acercando. Cuando se hizo más clara su voz entonces le contesté.

  • Soy yo Lucas.

  • ¿Qué haces aún ahí?

No contesté y salí de la ducha totalmente morcillón y casi semierecto, con el rabo gordo y largo colgando mientras me echaba el pelo para atrás y sacaba bíceps en plan anuncio de colonia. Sonia estaba en la entrada del vestuario quieta como una estatua. Me miró de arriba abajo sin pestañear y sus ojos descansaron en mi polla con descaro y sin decir nada. Subieron a mi pecho, bajaron a mis piernas y volvieron a centrarse en mi rabo.

Mi gorda polla se movía con cada paso cabeceando izquierda y derecha. Sonia no perdía detalle. Todavía no me había mirado a la cara ni había dicho nada.

Llegué donde tenía la mochila con mis cosas, que estaba en la parte más alejada del banco y cerca de la puerta, justo al lado de ella. La toalla que escogí era una toalla de manos, pequeña, y empecé a secarme delante de ella sin ningún pudor la cabeza.

Cuando me quedé quieto entonces me miró a la cara.

  • No sabía que la ducha funcionase.

  • Le he sacado las cosas y la he limpiado un poco.

No dije nada más. Me qué los brazos y el pecho como si estuviera solo. Ella no decía nada, solo me miraba, y eso me ponía a cien. Entonces empecé a secarme la polla que ya estaba dura por sus miradas y la situación. Primero me sequé el pubis para que se menease de izquierda a derecha y luego me centré en el mango propiamente dicho. Eso la incomodó un poco y apartó la vista antes de volverme a hablar.

  • No vayas desnudo por el vestuario.

  • ¿Por?

  • Porque no está bien.

  • Pero si es el vestuario de hombres.

Mi rabo estaba duro y gordo. Desafiante mirando hacia arriba. Sonia volvió a mirarlo de lado y de nuevo apartó la mirada. Tenía curiosidad, le gustaba pero a la vez se sentía culpable. Supongo que el anillo en su anular izquierdo era la razón.

  • Pero yo te digo que no lo hagas.

  • ¿Te molesta?

Me tomaba mi tiempo para secarme. Me secaba el pelo con bastante intensidad para que me bailase la polla. Qué delicia de situación. La tenía tan sumamente dura que las palpitaciones de mi corazón la hacían moverse. Sonia no se iba y pensando que no veía nada con la toalla en la cabeza me lo miraba mientras la veía visiblemente inquiera. Le gustaba lo que veía y me apuesto lo que sea a que se estaba poniendo cachonda. Miró mis abdominales y volvió a mirar mi rabo. Cuando terminé de secarme la cabeza volvió a apartar la mirada.

Me puse la toalla detrás del cuello y mis brazos colgando de ella. Estaba frente a ella, no de lado, totalmente desnudo.

  • ¿Algo más jefa?

  • Venga, termina y vete que me quiero ir.

Otra miradita a mis abdominales y a mi rabo y se marcho. Yo fui al váter y me hice una paja que no tardó ni treinta segundos. Chorros de leche escupidos por mi duro rabo fueron a parar al váter. Dos de ellos mancharon la cisterna. Tiré de la cadena y limpié los restos. Qué placer de paja, qué excitación.

Por la mañana volvió a entrar como Pedro por su casa a impartir instrucciones y cuando sus ojos encontraron los míos la saludé con la mano. Negó brevemente con la cabeza y se fue.

Por la tarde repetí el proceso. Volvía a estar excitado. Estaba en la ducha cuando oí la voz de Sonia.

  • Lucas, te dije que no te duchases aquí.

  • Si la ducha está es por algo.

Terminé la ducha y estaba un poco menos excitado, pero con el rabo ligeramente hinchado. Al salir estaba Sonia con los brazos en jarra y cara de mosqueo. Me miraba a los ojos, pero su mirada buscó mi rabo por unos instantes y volvió a mirarme a la cara.

  • Lucas, no quiero tener que repetírtelo.

  • ¿El qué jefa? ¿Qué te metes en el vestuario de hombres tranquilamente a decirnos cómo tenemos que desvestirnos?

Le dije sonriente mientras estaba desnudo frente a ella totalmente empapado con la pequeña toalla por detrás del cuello y mis brazos colgando agarrados de cada extremo de la toalla. Silencio, pero no incómodo. De hecho se me estaba empezando a poner dura.

  • Yo no voy a quejarme porque entres aquí sin avisar ni nada, pero no puedes decirme que no use las instalaciones o que me cambie de ropa en los vestuarios.

  • Pues entonces entraré aquí cada vez que te duches.

Música para mis oídos.

  • Tú misma. Te pediré que me seques la espalda eso sí.

  • No, no. Te traes una toalla más grande.

  • Entonces no me cabe en la mochila.

Tenía la polla casi dura y me estaba secando la nuca por detrás. Volvía a estar frente a ella totalmente desnudo, mojado y empalmado.

Me miró la polla, se dio la vuelta y se sentó en el banco. Se encendió un cigarro, cruzó las piernas y se puso a fumar observándome.

No solo no me incomodaba sino que me la ponía todavía más dura. Me sequé con parsimonia. Mi rabo revelaba la excitación. Sonia estaba sentada admirando el espectáculo sin decir nada.

  • La verdad que tienes un cuerpazo. ¿Pero por qué estás empalmado?

  • Creo que le caes bien y te saluda.

  • Qué bien, a mí me gusta ella también.

Clavó sus ojos en mi rabo.

  • Madre mía. Creo que no he visto una así en mi vida en directo. Jajajaja. Bueno, sí, un poco más grande. ¿Cuánto te mide?

  • No llega a 19.

  • Jesús qué rabo, jajaja. No sabría ni qué hacer con eso.

Dio una calada y me repasó de arriba abajo.

+Definitivamente esperaré aquí cada vez que te duches.

  • Genial, así me vigilas las cosas.

Los días siguientes no hubo exhibición porque tenía que entrenar e iba justo de tiempo. Pero los miércoles y jueves que eran descanso eran los días de exhibirse. Me arrepentía de haber tenido esta grandiosa idea tan tarde… Solo iba a estar dos meses y me quedaba menos de tres semanas.

La siguiente semana volví a ducharme y Sonia estaba expectante como un niño pequeño. Estaba con el cigarro en la boca y cuando me vio salir empezó a aplaudir.

  • Ole, ole y ole. Mi macizo favorito.

  • No aplaudas que la vas a despertar.

Le indiqué mi cipote y ella lo miró. Entonces aplaudió más sin quitar vista de mi polla. Se me empezó a poner dura muy rápido. Tenía pensado además darme crema para alargar más la sesión.

  • Joder, sí que la he despertado, jajaja.

  • Te lo he dicho.

  • Menuda polla tienes, Lucas. No sabes la suerte que tienes.

  • Gracias, supongo.

  • Y yo que creía que Jorge iba bien dotado.

Estaba sentada al lado de mi mochila y frente a mí para no perderse nada. Me di crema por todo el cuerpo, estaba a escasos centímetros de ella. Podía oler su apestoso tabaco mientras me daba crema sin ninguna prisa. Cuando me puse los calzoncillos con la consabida erección por dentro dio una palmada en el culo.

  • ¡Pero qué culo más duro!

  • Eh, si vas a tocarme el culo por lo menos ponme crema en la espalda.

  • Por dicho. Trae esa crema.

Me sobó la espalda y no se dejó ni un músculo.

  • Vale, ya está.

  • ¿Ya? Jo, qué breve.

  • El próximo día me pones más.

  • Trato hecho. Bueno. Pues vámonos.

Y otra palmada en el culo.

Al día siguiente le di la crema y empezó a darme crema por el cuerpo. Brazos, pecho, hombro, espalda y culo.

  • Eres un puñetero exhibicionista, pero mejor para mí porque me encanta. Hacía mucho que no me alegraba tanto la vista. Con esa tranca podrías trabajar de estríper.

Puso el bote de crema al lado de mi dura polla.

  • Jesús, si la tienes más larga que el bote.

  • Y más dura seguro.

  • Ahí ya no me meto. Aunque por la pinta que tiene podrías partir un palet de un pollazo, jeje.

Y me dio un leve golpe en el rabo con el bote. Me dio muchísimo gusto. Le dije que iba a mear, me hice una paja y volví a salir desnudo. Me vestí, me palmeó el culo y nos fuimos.

El miércoles siguiente me fui un poco antes porque tenía cita con el médico. Y me jodió muchísimo porque era mi última semana. Por lo menos no me jodieron el jueves. Y ya estaba decidido a ir un paso más. Habría grabado a Sonia babeándome el cuerpo, dándome crema y tocándome el culo. Era muy buen material para pajas, pero quería algo más.

El jueves era el último día ya que el viernes era festivo. Cuando me vio se acercó un momento  y me dijo que había echado de menos el espectáculo, y que los miércoles y los jueves ahora era sus días favoritos y que los iba a echar de menos. Cuando acabó la jornada estaba excitadísimo. Puse el móvil a grabar en frente de la ducha asomando por mi bolsillo. Abrí la ducha, me metí y esperé. Y oí sus pasos. Estaba en el banco sentada.

  • Sonia.

  • Qué pasa.

  • ¿Puedes venir?

  • ¿Qué te pasa?

  • Un momento.

Vino y yo estaba en la ducha mojado, pero sin enjabonar y semierecto por la anticipación.

  • Oye, hoy estoy especialmente cansado, ¿te importa enjabonarme?

  • ¿El qué?

  • Todo.

Por primera vez me miraba a la cara estando desnudo. Su cara se puso un poco seria.

+Oye… Créeme que me halagas. Y si no estuviera casada de habría violado porque estás de escándalo y una polla así apetece más que un buen plato de lentejas...

  • Eh, eh. Que no te digo que follemos, te pido únicamente que me enjabones.

  • ¿En serio?

  • Sí, sí.

  • Ah. Uf, mira, menos mal por un momento había pensado mal. ¿Dónde está la esponja?

  • No tengo.

  • ¿Con las manos?

-Claro.

Me miró de arriba abajo contemplativa con una mano en la barbilla. Dudaba.

  • Cierro el agua así no te mojas.

Mi rabo había crecido un poco. Me miró de arriba abajo y reparó en mi polla que ya se estaba empezando a levantar.

  • ¡Qué narices! Es el último día que tengo espectáculo y a saber si vuelvo a tener algo así en la vida. Venga, dame el jabón.

Había mentido, tenía esponja. Pero quería que me sobase entero y, si era posible, la polla.

Se echó jabón en las manos y empezó a frotarme los pectorales.

  • Joder, mucho más cómodo dónde va a parar.

  • Ya. Madre mía qué músculos, chato. Jajajaja. La última vez que sobé a un hombretón así fue en la despedida de soltera de mi amiga Mari. Era un mulato con un mango aún más grande que el tuyo. Aquello sí que asustaba, jajajaja.

Me iba contando aquella noche mientras me enjabonaba el pecho, entonces me dio media vuelta y me enjabonó los brazos. Aunque más bien los sobaba mientras decía que menudos músculos, que ojalá su Chema tuviese aquello. Que menudo meneo le iba a meter luego porque iba a salir de aquí cardiaca perdida de tanto sobar músculo.

Bajo hasta el culo y me sobó las nalgas. Alabó mi redondez y dureza. Le dio varios cachetes, me los sobó a placer y me repitió como cinco veces que tenía el culo más duro que había tocado nunca. Me enjabonó las piernas y me dijo que me diese la vuelta.

Frente a ella estaba yo con el pecho medio enjabonado por el jabón que se había caído y mi polla total y absolutamente dura frente a ella.

Me admiró como a una estatua y se quedó contemplativa con mi rabo. Me puse las manos detrás d la cabeza. Se echó jabón en las manos y me frotó las axilas y los costados y la pelvis intentando evitar mi rabo. Lo evitaba y para eso tenía que poner atención en él. Me enjabonó una pierna y luego la otra. No me tocó el rabo y me dijo que me aclarase. Me aclaré y me dijo que volviera a cortar el agua.

De nuevo repitió el proceso con más ansia, ya amasándome con lascivia y volvió a dejar la polla para sí totalmente dura y palpitante. Me miró el rabo y luego me miró a la cara.

  • Ni una palabra de esto, ¿eh, Lucas? Que me buscas la ruina.

  • ¿De qué? No sé de qué me hablas.

  • Exacto...

Entonces con su mano izquierda me echó el prepucio hacia atrás y con la derecha empezó a masturbarme suavemente y con un arte que yo le creía imposible a alguien tan tosca, bruta y hasta soez. La mano izquierda me recorrió los testículos con mucha suavidad mientras la derecha seguía recorriendo mi pene arriba y abajo. De nuevo su mano izquierda sujetó parte del tallo de mi polla y con la otra hacia un gesto con la mano en espiral desde mi cabeza hasta unirse con su otra mano.

Tenía las manos pequeñas y no le daban para rodear mi mango. Era una visión tremenda e increíble ver dos pequeñas manos recorrer mi dura polla y no dar abasto.

  • Menudo pollón tienes. Qué gozada. En la despedida de Mari me quedé con ganas de sobarle la polla al mulato. Si llego a saber el gusto que daba agarrar un buen rabo no se la hubiera soltado en toda la noche, je.

Con la mano izquierda hacía una especie de anillo que iba de mitad del tallo hasta la base y con la otra en la otra dirección acariciando el glande y pasando por el frenillo. Repetía la técnica y alternaba con pequeños bombeos en la parte alta de mi polla incluyendo mi enjabonado glande. Ni yo me hacía las pajas con tanto arte y mimo.

  • Es una gozada masturbar una tan grande. No alcanzo ni con ambas manos, menudo pollón… Espero que te quede poco.

Me apretaba la base y ahora con la mano derecha hacía un anillo que me estrangulaba ligeramente la polla de mitad hacia adelante. La tenía como una piedra. La cabeza estaba rojísima. Entonces me empezó a masturbar haciendo un anillo con la mano izquierda y estrangulándome ligeramente la parte delantera.

  • Jo-der… Jo-deeeeeer…

Era lo único que alcanzaba a decir. Nunca me habían masturbado tan bien y esta técnica se la he enseñado a un par de ex para que me la aplicasen porque es crema pura. No aguantaba más. Entre la excitación de la ducha y la increíble paja que me estaba haciendo mi aguante no daba para más.

Le indiqué que me iba a correr. Entonces me empezó a masturbar de manera más normal. No se movió y un violento chorro le alcanzó el cuello y la mandíbula. El siguiente también le dio en el cuello y parte le cayó dentro. El tercero le dio en la solapa y en el pecho.

No sé cuántos vinieron después pero le alcanzaron la tripa y los pantalones. Me había corrido como pocas veces en mi vida. Cuando terminó de ordeñarme me quedé con cara de gilipollas y los ojos abiertos como platos. Se miró el uniforme de trabajo (polo y pantalones de trabajo) y se echó a reír.

  • Madre mía cómo me has puesto, chaval, jajaja. Espero que te haya gustado porque esta ha sido la despedida.

Le dio un beso a mi rabo. La sensación fue muy agradable, no me solían besar la polla y se agradecía.

  • En la vida me habían hecho semejante paja. Eres puro talento.

  • Gracias. Y a mí nunca me habían llenado de semen a estos niveles. Joder, me has puesto perdida. A ver cómo limpio esto...

Abrí el agua y me enjaboné mientras me goteaba el rabo. La ducha me sentó genial y me alegré de haber grabado la mejor paja que me han hecho nunca. Y a manos, nunca mejor dicho, de una cincuentona rechoncha que apenas pasaba del 1,60 y voz de cazallera de lo que fumaba.

Cuando me despedí de ella me dio un cachete en el culo.

  • Ahora en que llegue a casa le voy a echar un polvo a mi Chema que le voy a dejar tonto. Jajaja, que tanto sobarte el cuerpo y ese pollón me ha puesto más cachonda que una perra en celo.

  • Dios, si así la cascas tienes que chuparla de lujo.

  • Nunca lo sabrás, pimpollo. Y eso que he estado a punto eh, pero ese trasto es muy grande para lo que estoy acostumbrada.

  • Vaya...

  • Que te vaya bien, Lucas. Y cuida ese cuerpazo que lo tienen que disfrutar muchas mujeres.

  • Eso haré, Sonia.

  • Si no siempre puedes volver aquí, eh. Que si hace falta echó a quien sea, jejejeje.

  • Lo tendré en cuenta, jejeje.

Y dos años más tarde volví. No porque necesitase el dinero, sino porque necesitaba que me piropeasen el rabo y me sobasen.