A mi Diosa

Carta de un esclavo a su Diosa

A mi Diosa :

Esta es la historia de un sueño hecho realidad. Es la historia de una búsqueda, y de cómo el destino se cruza en una vida gris y monótona y la convierte en un amanecer de colores.

Como se puede imaginar, el de la vida gris y monótona es el que está escribiendo con sus torpes dedos estos renglones. Tengo 31 años ya, pero hace sólo tres meses que he comenzado a vivir. Lo vivido anteriormente se puede resumir en una farsa, en un continuo desengaño, en una lucha constante entre el corazón y la cabeza. Mi mundo se reducía a un trabajo aburrido, una vida social monótona y una constante resignación. Sabía lo que quería ser, e incluso pensaba que había nacido para ello. Pero este mundo no está hecho para cumplir mis sueños, y ya estaba convencido que mis fantasías de esclavitud se quedarían en eso, en fantasías. Demasiados desengaños, demasiadas mentiras, demasiado de lo que conforma la vida cotidiana.

Mi única válvula de escape eran mis sueños de sumisión, el imaginar ese mundo perfecto en que las mujeres dominaran el mundo y a todas las bestias que lo habitan, incluyendo a los hombres, que siempre han sido una raza inferior. Ese era mi sueño y como dicen, los sueños, sueños son. O al menos eso creía. En mi búsqueda de fantasías me adentré en la red, en la búsqueda de relatos que estimularan mi imaginación. Y en una de ellas encontré a mi sueño hecho realidad. Me publiqué en una página de anuncios, y contesté a uno que me había llamado la atención. El nombre de la Diosa que lo había publicado era CLAUDIE. Con escepticismo, contesté vuestro anuncio, y me convertí en el ser más afortunado cuando me escogisteis. Ante mí se abría una puerta hacia el mundo que siempre había deseado, una ventana al mundo de la esclavitud. Tuve la sensación que éramos tal para cual, que yo había nacido para estar bajo vuestros pies y que sentíais lo mismo.

Desde entonces, poco a poco, os apoderasteis de vuestro esclavo, domando la poca voluntad que tenía y ajustándola a vuestros deseos. Quería llegar a ser el mejor esclavo posible para mi Diosa, por lo que siguiendo vuestras órdenes, abandoné mi anterior humanidad y me convertí en la arcilla con la que modelabais a vuestro cachorro. Hoy sé que nunca habría podido ser el esclavo de nadie más que de vos, mi Señora.

Me convertí en algo vuestro. Vuestras palabras me daban la vida, y vuestros castigos, siempre merecidos, me enseñaban a recordar que os pertenecía. Mi desobediencia era la falta más grave, y me enseñasteis a pagar por ella. Os debo tanto, mi Dueña… Vuestras palabras, firmes siempre, pero sabiendo utilizar el lenguaje apropiado para cada ocasión, me llevaban por la senda de la esclavitud, siguiendo vuestras huellas, hasta llegar el día de estar bajo vuestros pies. Y decidisteis darme ese regalo.

Cuando fijasteis una fecha de encuentro, sabía que nada de lo que me rodeaba sería igual. Sabía que me iba a encontrar con lo que siempre había deseado, con mi sueño hecho realidad, con el fin de tantas esperanzas y años de búsqueda. Estaba a punto de conocer la esclavitud de la mano de mi Diosa, y nada me impediría cumplir con mi destino.

Recuerdo los días anteriores a nuestro encuentro como extraños, como si estuviera soñando, como si todo lo que me estaba pasando fuera demasiado bueno para que me sucediera. Tal vez esa sensación era la que me daba tranquilidad. Los nervios no habían aflorado, no sentía temor, solo el deseo de que llegara pronto el día señalado. Y llegó la noche anterior. Todos los nervios acallados afloraron y me convertí en un amasijo de dudas: ¿estaría a la altura de lo que esperaba mi Diosa? Sabía que mi Señora me había tranquilizado con anterioridad, y que confiaba en mí, casi tanto o más que yo. Ella había visto ya al esclavo que habitaba en mi interior. Pero aún así, la noche anterior no puede dormir. Debía desplazarme hasta su ciudad y la excitación propia del momento se apoderó de mis momentos de descanso. Fue la noche más larga de mi vida. Pensamientos, convenciéndome que estaba ante mi sueño hecho realidad, que todo lo que iba a vivir era real, y no fruto de la fantasía… hasta que llegué a mi destino. Todo era como mi Dueña había diseñado: mi hora de llegada, el tiempo que necesitaba para organizarme, la entrada a la habitación del hotel… todo, al igual que mi vida estaba bajo vuestro control.

Ya en la habitación, y habiendo cumplido con los preparativos ordenados, me dispuse a esperaros, en el suelo, como el perro que soy. Cada paso en el pasillo era un toque de atención a mis sentidos. Sé que me dijisteis que me avisaríais cuando llegarais, pero mi cabeza sólo deseaba rendirse a vuestros pies cuanto antes. Se hicieron las 12,30, la 1, la 1,30… y mi Diosa no llegaba. Demasiado tiempo para este perro que aún comete el error de pensar demasiado. Desde el suelo miraba constantemente el móvil, imaginándome que os habría surgido algún problema. Hasta que anunciasteis vuestra llegada. Las dudas se disiparon, y dejaron lugar a los nervios propios del encuentro. El tiempo desde vuestro aviso y el momento en que entrasteis se me hizo eterno. Pero había llegado el momento tanto soñado.

Me coloqué a cuatro patas, sintiéndome como el perro que soy, y avancé torpemente hasta llegar a vuestros pies. Y quedé hipnotizados por ellos. Aunque no hubiera sido vuestro esclavo, habría sido imposible que no me rindiera ante su belleza y los besara. Pero soy vuestro esclavo, y sumisamente, bajé la cabeza hasta mostraros mi sumisión en un instante en que el tiempo se detuvo. Por fin era vuestro, y lo demostrasteis cuando, con firmeza, colocasteis un pie en mi nuca, haciendo presión. Mis sensaciones de esclavitud afloraron por todos mis poros. Era vuestro perro, y sentí más que nunca vuestro poder sobre mí. Entendí cual era mi lugar, y desee permanecer allí para siempre, Señora.

Pero mi aprendizaje debía continuar. Cuando me despojasteis de mi ropa y me examinasteis, un temor rondaba mi mente: ¿estarías conforme con el cuerpo de vuestro perro? Afortunadamente, en eso no sois muy exigente, y me tranquilicé bastante. Pero si sois exigente con mi comportamiento, como debe ser, y vuestro gusano os había desobedecido. El castigo es necesario para mi aprendizaje, e incluso yo deseaba ser castigado. Os había fallado, y debía pagar por ello.

Como sabéis, Señora, nunca en la vida había sido azotado, como os demostraron mis fanfarronadas de cuantos fustazos podía aguantar. Tuvisteis que enseñarme también lo que era el dolor producido por una fusta, y os estoy agradecido por ello. Adopté la posición con el temor ante lo desconocido, que no al dolor, y recibí vuestro primer azote. Sentí dolor, pero en mi cabeza una voz (supongo que el orgullo) susurró que no era para tanto. Y continuasteis azotándome… mis palabras eran una muestra de obediencia, de sumisión, hasta que poco a poco, y con cada fustazo, las palabras salían ya solas, impulsadas por el movimiento de vuestra fusta. El dolor era cada vez más fuerte, y vuestro perro os admiraba. Admiraba la destreza que teníais con la fusta, golpeando justamente donde deseabais, haciéndome sentir que mi cuerpo comenzaba a arder, hasta acallar esa voz orgullosa de mi interior. El dolor era inmenso ya, pero aún tuve arrestos de mostraros mi orgullo. Pronto lo acallasteis, Señora. Cuando comenzasteis a azotarme por última vez, sentí miedo. Un miedo atroz, consciente de ser incapaz de aguantar mucho rato esos azotes que caían sin cesar sobre mi estúpido cuerpo. En ese momento comprendí cuanto os pertenecía y el escaso valor de mi vida bajo vuestros deseos. No llegué a temer por mi vida, claro, pero mi cabeza se llenó de pensamientos, dudas por si os había fallado en algo más. Pero después de la tormenta, y cuando ya se hizo la calma, en mi cabeza sólo existía la sensación de que os había fallado al ser incapaz de contar esos azotes, mi Dueña.

Cada marca que vuestra fusta dejó en mi piel, cada muestra de vuestras uñas en mi cuerpo, se convirtieron en el mejor regalo que podríais hacerme, mi Dueña. Aplacasteis el dolor de mi cuerpo permitiéndome adorar vuestros divinos pies, a los cuales me entregaba con absoluta devoción en tantas y tantas ocasiones que me concedisteis tal premio. Me sentía vuestro por completo, y más cuando decidisteis tomar la parte de mi cuerpo que con tanto esmero había reservado, mi ano. He de reconocer que me sentí como un auténtico cachorro cuando aplicasteis el enema, y la vergüenza del momento impedía que mi esfínter se relajara, aunque pronto supisteis enseñarme lo doloroso que podía convertirse si no os obedecía. Llegado el momento de expulsar, una fobia increíble se apoderó de mí impidiéndome evacuar el líquido que llenaba mis entrañas. Me sentía cortado ante la mirada de mi Diosa. Conseguisteis tranquilizarme y pude cumplir con mi obligación de esclavo. Me sentía feliz de poder entregaros mi virginidad, y confiaba que sería capaz de disfrutarlo. Y la verdad es que lo disfruté. No era el hecho en sí, sino la sensación de que cualquier centímetro de mi cuerpo, cualquier espacio os pertenecía, y me llenaba de placer comprobar como tomabais posesión de todo en vuestro perro. Cuando sentí vuestro dedo dentro, fue el punto culminante a mis sueños. Como sabéis, Señora, en mis anuncios de sumiso siempre me ofrecía poniendo como límites la no sodomización y el dolor infligido por agujas. Sólo, a través de vuestras enseñanzas, habíais hecho que vuestro perro superara esos límites. Sólo siento no haber estado a la altura para que me hubierais podido tomar por entero, Señora. Estaba feliz por cuanto os había entregado, pero triste en el fondo porque no pudisteis tomarlo todo.

Y aún así, vuestro perro seguía recibiendo recompensas de su Diosa. No puedo olvidar el sabor que vuestra saliva dejó en mi boca (auténtico néctar), pero el sabor que me dejó marcado para siempre fue el de vuestra lluvia dorada. No es fácil de explicar, el sentir como penetra por tus poros esa esencia de Diosa, recorriendo el cuerpo de este esclavo, llenándolo de fuego, de pasión, de la más absoluta devoción. Estaba totalmente entregado, Señora. Sentía vuestro sabor dentro de mí, y me llenaba de tal forma, que no deseaba nada más para alimentarme. Habría sido capaz de vivir sólo con lo que me entregabais de dentro de vuestro cuerpo. Como una posesión, había sido marcado por mi Dueña.

Me habéis pedido que os hable de sentimientos, de sensaciones… pero sólo puedo hablaros de felicidad, de cómo fui feliz obedeciendo vuestros caprichos, como os convertisteis en el mundo, cómo el resto de la gente no era nada, sólo convidados de piedra ante las escenas de mi sumisión. Os veíais majestuosa, con vuestro perro siempre a vuestros pies.

Pero también quedaron sentimientos amargos, Señora. Sentimientos de fracaso, torpeza o como deseéis llamarlos. Cada vez que no cumplía adecuadamente con vuestros deseos, se creaba en mí una sensación de desasosiego, de haberos fallado. Sé que soy un cachorro, pero soy exigente conmigo mismo. Cuando no supe utilizar mi lengua, o mis manos a la hora de daros un masaje, solamente me exigía más, y lo cumpliré en el próximo encuentro. Vivo por vos, mi Dueña, y mi vida no tendría sentido si no fuera capaz de complaceros.

Hasta escribiendo estas líneas pienso que os fallo, Señora. Tengo la sensación de no haber sabido plasmar esas horas maravillosas en las que conseguisteis que naciera un esclavo, esas horas en que me enseñasteis mi lugar y la vida que deseo hasta morir un día bajo vuestros pies.

Soy vuestro gusano, vuestro perro, vuestro esclavo… pero sobre todo, soy vuestro. Mi único deseo es serviros lo mejor que un torpe como yo pueda hacerlo, y hacer que su Diosa un día se sienta orgullosa de él.